Momento de decisión. Aunque la historia que el film cuenta es una noticia conocida de los últimos años, se avisa al lector que la nota adelanta muchos aspectos de la trama. De la larga trayectoria de Clint Eastwood director ya no es necesario hacer un repaso, su popularidad, su vigencia y su prestigio están largamente probados. De lo que sí vale la pena hablar es de lo compleja y ecléctica que ha sabido ser su obra en la última década. 15:17 Tren a Paris es uno de sus films más raros, con ingredientes menos habituales pero a la vez absolutamente leal a sus convicciones de cineasta. La historia que narra el film es la de un atentado terrorista ocurrido el 21 de agosto del año 2015 en un tren que iba de Ámsterdam a Paris. El hecho de que el film esté basado en un hecho real no le aporta a nada a nivel artístico ni es relevante a la hora del análisis, al menos no en lo que a sumarle valor cinematográfico. Lo que sí permite es evitar suspicacias injustas acerca del contenido del mismo. La apuesta de Clint Eastwood es una de las más arriesgadas de su carrera. Los tres protagonistas del film son los tres jóvenes norteamericanos que protagonizaron la historia real. Varios de los personajes que aparecen en la película también son los que vivieron esa historia. En el medio, vemos varios actores conocidos, todo el elenco se integra a la perfección. Allí donde alguien se enojaría por la idealización de elegir estrellas para los papeles (algo que no está mal, aclaremos) nos encontramos con la asombrosa naturalidad de personas de la vida cotidiana. Un punto extra para Eastwood. Estos héroes que la película describe (y que en realidad son más de tres, pero solo seguimos la historias de los protagonistas) son imperfectos, comunes, con todos esos rasgos que tanto le reclaman algunos a los héroes del cine. Bueno, acá están los que cuando llega el momento hacen la diferencia y su acción produce el bien en estado puro. Inseguros, revoltosos, aburridos, pero también leales con sus afectos, estos son los tres jóvenes que conocemos en la película. Y acá aparece el doble juego de la película basada en hechos reales. Por un lado eso puede producir lo que ya mencionamos pero además también algunas pátinas extras de emoción para el espectador desconfiado. Por el otro, no significa que la película maneje los hilos de la ficción como más le gusta y termine haciendo la reflexión que quiera, más allá de los hechos y personas que los inspiraron. La enorme carga emocional de la película no parte del hecho real, sino de la manera en la que la historia dirigida por Clint Eastwood nos hace reflexionar sobre algunos temas. Desde el primer fotograma del film sabemos que hay un tren y alguien se sube a él para llevar a adelante un atentado. No hay misterio. Ese es el gran hallazgo del film. Eso potencia mucho más lo que vemos a continuación. Estos tres jóvenes –primero niños en la historia- no parecen ser héroes ni se los ve como eficientes defensores de la ley, más bien lo contrario. Niños que juegan y entran en constante choque con la autoridad escolar. Problemas con su educación, rendimiento bajo, sueños truncos y angustias varias. Dos terminan con educación militar, el otro civil. Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler, en ese orden de importancia en la película, tenían dos de ellos veintidós años y el otro veintitrés en el momento del atentado. No eran las personas mejor preparadas del mundo, pero tenían algo de preparación dos de ellos. Tampoco los otros pasajeros que ayudaron -tres de ellos- sabían exactamente qué hacer. Un instante que lo definió todo, para ellos, para el terrorista, para los demás pasajeros. Por eso tiene tanto valor que la película postergue todo lo que puede ese momento. Para que observemos como los momentos más simples y triviales de la vida cotidiana parecen desdibujarse frente a esos otros instantes decisivos. Esto nos lleva a otro tema que la película trata y es justamente cuál es el sentido de nuestras vidas. ¿Por qué estamos acá? ¿Cuál es nuestra misión si acaso hay alguna? Estos personajes simples, en particular Stone, el máximo protagonista de la película, tienen un dilema existencial. Sus frustraciones lejos de volverlo cínico o indiferente lo llevan a preguntarse el motivo por el cual todo ocurre. Es el azar lo que los llevó a ese tren, no hay duda, pero no es el azar lo que los llevó a jugarse la vida en pos de salvar a todo el pasaje de un tren. Hay una gran diferencia en los lugares a los que nos lleva la vida y lo que hacemos una vez que nos encontramos allí. Esta pregunta sobre el heroísmo es lo que convierte a 15:17 Tren a Paris es una película extraordinaria. Disfrazada en los primeros dos tercios de un naturalismo ordinario y sin importancia, para luego y a partir de ello arremeter con todo una carga dramática y emotiva que apabulla. Que los hechos reales no nos impidan disfrutar de esta obra de arte.
El 21 de agosto del 2015 en un tren rápido con 554 pasajeros a bordo, un terrorista estaba decidido a una matanza que no ocurrió porque tres norteamericanos y un británico lograron desarmarlo y uno de ellos atendió a un herido grave, salvándole la vida. Fueron condecorados por el gobierno de Francia y recibidos como héroes con todos los honores en EEUU. Ellos escribieron un libro y el guión de la película escrito por Dorothy Blyskal esta basado en esa autobiografía de Spencer Stone, Anthony Sandler y Alek Skarlatos los tres amigos norteamericanos, que crecieron juntos, dos de ellos soldados, que fueron convocados por Clint Eastwood para interpretarse a si mismos en la película del legendario director. Ellos recrean su viaje a Europa, lo que ocurrió arriba de ese tren y la historia de rechazos ya de adulto de uno de ellos. El tema que muestra el film es como fueron niños con problemas en el colegio, llenos de castigos y bullying, pero con enseñanzas cristianas que calaron fuerte al menos en Stone. Podían haber resuelto su vida hacia cualquier lado. Les quedó esa amistad de trío y ese amor por las guerras y las armas. Para los juegos tenían un verdadero arsenal de juguete. Solo soñaban con ser soldados. Solo el afroamericano no siguió ese camino. Rechazados, sus madre cuestionadas, considerados un problema por las autoridades de sus colegios, se transformaron en impensados héroes. La película sencilla, incluso demasiado larga en las escenas de la gira europea, por momentos con todos los lugares comunes de turistas y una reconstrucción escalofriante de lo que ocurrió en ese tren. ¿Pueden los héroes ser hombres como uno que reaccionan como se debe?, ¿todo en la vida tiene un propósito? Cada enseñanza aún las que las autoridades consideraron fallidas son para algo? La ideología de Eastwood responde a estas cuestiones. Las convicciones religiosas también.
Sobre adalides cotidianos En su nueva y grata película, 15:17 Tren a París (The 15:17 to Paris, 2018), el octogenario realizador Clint Eastwood reproduce el esquema ideológico/ retórico de su film anterior, Sully (2016), léase esa fábula sobre los “héroes cotidianos” que salvan vidas bajo presión. Desde ya que en el fondo hablamos de otra epopeya de derecha en la que no se analiza en serio ninguno de los núcleos centrales de la temática en cuestión y en donde los buenos son representantes institucionales, no obstante la destreza narrativa -y en especial la paciencia- del director logran que el opus se despegue de obras similares a nivel conceptual como por ejemplo Más Fuerte que el Destino (Stronger, 2017) o Tropa de Héroes (12 Strong, 2018), mamarrachos que de tan chauvinistas y probélicos resultaban insoportables. Aquí por lo menos el señor pone el énfasis en esas “historias de vida” de los adalides yanquis de turno. Hoy el eje del relato es la amistad de tres muchachos en general y el devenir de uno de ellos en particular, Spencer Stone, quien junto a sus compinches Alek Skarlatos y Anthony Sadler detuvo un ataque en 2015 a bordo de un tren en Francia, incidente desencadenado por un supuesto militante musulmán con un rifle. Gran parte del correcto guión de Dorothy Blyskal apunta a retratar la vida como niños y jóvenes adultos del trío, desde los conflictos que tuvieron con las autoridades de su colegio cristiano, pasando por la decepción de sus padres y llegando al momento en que Stone y Skarlatos se alistan en la milicia del país del norte más con intención de socorrer que de matar, algo que nos aleja de Francotirador (American Sniper, 2014), una realización asimismo conservadora y a favor de las huestes estadounidenses aunque más orientada al profesionalismo homicida de las fuerzas armadas. A decir verdad estamos frente a una de las películas más chiquitas y sutiles de un director de por sí sincero y clasicista en materia narrativa (los tiempos son pausados, prima el desarrollo de personajes, no hay fetichismo tecnológico canchero, el detallismo lo es todo, etc.), circunstancia que por cierto deriva en una nueva anomalía dentro de un panorama cinematográfico contemporáneo en el que los recursos dramáticos más pomposos y demagógicos tienen preeminencia por sobre el naturalismo sencillo de un artesano a la vieja usanza como el legendario Eastwood, quien aquí llega al extremo de conseguir muy buenas actuaciones por parte de los tres protagonistas, los cuales se interpretan a sí mismos en pantalla con una eficacia que sorprende, sin todos esos manierismos típicos de los actores profesionales ni esa obsesión con remarcar los diálogos con una gesticulación excesiva. Por supuesto que al convalidar el accionar de las tropas yanquis, y al dar visibilidad a cómo se festeja su desempeño en el Primer Mundo como “guardianes de la paz” y bobadas mentirosas semejantes, lo único que se hace es justificar de manera indirecta la sarta de engaños varios que los gobiernos construyen como excusas para sus guerras imperialistas en pos de petróleo, posicionamiento estratégico o simplemente mantener en funcionamiento la millonaria industria bélica de Estados Unidos y Europa. Incluso así, 15:17 Tren a París permite -como cualquier otro producto cultural- una lectura más light y volcada hacia lo artístico/ social… y es allí mismo donde el film resulta satisfactorio porque por un lado critica la burocracia de la milicia y la rigidez dogmática de la educación religiosa, y por el otro edifica una semblanza amena y adulta acerca del sacrificio como vocación humanista.
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El turismo no es para los héroes Basada en un hecho real e interpretada por quienes lo protagonizaron, la nueva película del director de Sully es un tour por Europa que termina a las piñas y los tiros. El 21 de agosto de 2015, tres amigos estadounidenses que viajaban por Europa (dos de ellos enlistados en las Fuerzas Armadas, el tercero un civil) se enfrentaron a un terrorista islámico en un tren con destino a París y, junto con otros pasajeros, lo dominaron y lograron evitar una masacre. Como en sus dos films inmediatamente anteriores, Francotirador (2014) y Sully (2016), el director Clint Eastwood vuelve a basarse en hechos y personajes reales, muy reconocibles por el espectador medio estadounidense, con la salvedad de que aquí se animó a ir más lejos y confió sus protagonistas a aquellos que lo fueron en el episodio real: Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler, condecorados con la Legión de Honor por el presidente francés François Hollande y recibidos como héroes al regreso a su país. Prudentemente, la Academia de Hollywood no se sintió en la necesidad de incluir a ninguno de ellos en las candidaturas al mejor actor. Como en esos dos films previos, Eastwood vuelve aquí a preguntarse por la naturaleza del héroe, un tema que lo ha obsesionado durante casi toda su obra como actor y director. La diferencia con Sully e incluso con La conquista del honor (2006), sobre los “héroes accidentales” de Iwo Jima, celebrados por haber sido protagonistas de una célebre foto que luego se reveló trucada, es que en 15:17 Tren a París no hay matices, dudas, claroscuros ni sutilezas de ningún tipo: se diría que esos tres amigos son héroes por el sólo hecho de haber nacido en “la tierra de los libres y el hogar de los bravos”, como se canta en el himno estadounidense. En la que sin duda es su peor película en años (Francotirador era muy cuestionable desde lo ideológico pero no tanto desde lo cinematográfico), Eastwood hace de la biografía de esos tres muchachos una suerte de experimento fallido en psicología conductista. En su infancia –informa la película, a la manera de un telefilm de los ‘80– los tres eran rebeldes y valientes en el colegio y ya les justaba jugar con réplicas de fusiles M16 y AK47. “La guerra tiene algo especial: la solidaridad, la hermandad”, pronuncia orgulloso uno de esos niños, que luego siente que está “llamado a un fin mayor”, una de las frases del guion que inexorablemente conducirá al enfrentamiento triunfal con el terrorista, quien por el contrario no parece tener historia ni biografía alguna: es apenas una figura barbuda y rabiosa con estereotipada cara de villano. Entre sus años de crecimiento, rodeados de barras y estrellas (nunca se deben haber visto más banderas estadounidenses en pantalla), y la fugaz lucha que sirve como clímax narrativo, la película se distrae largamente con los paseos de los amigos por Roma, Venecia y Ámsterdam, todo filmado con tanto desgano y torpeza que el espectador es capaz de pedir a gritos volver a ver alguno de los films turísticos más banales de Woody Allen antes que seguir las peripecias de esos young americans arrojando monedas a la Fontana di Trevi o comiendo pizza frente al Gran Canal.
Que Clint Eastwood es uno de los grandes realizadores de la actualidad nadie lo duda, pero cuando un producto como este llega a la pantalla, no sólo se pregunta el espectador el por qué de su obsesión con los héroes, sino que, principalmente, se cuestiona sobre el disfrazar como película una propaganda pro militar. En la historia de los tres jóvenes que detuvieron a un mercenario dispuesto a arrasar con todos en el tren que da el título al film, hay una búsqueda por continuar con una mirada sobre el patriotismo de la gente común, pero en el subrayar constantemente cuestiones que tienen que ver más con su propia ideología, ese intento de hacer algo simple y honesto, termina por agredir desde la pantalla con su panfletario discurso.
A los 87 años, el último gran director clásico que sigue filmando en Hollywood regresa a uno de sus temas favoritos (personas comunes que en circunstancias extraordinarias se convierten en héroes) con un thriller correcto y cuidado, pero para nada sobresaliente, cuya mayor audacia consiste en haber elegido para encabezar el elenco a los propios protagonistas de los hechos reales que conmovieron al mundo en agosto de 2015. ¿La mitad del vaso lleno o la mitad vacía? El viejo dilema del cine (y de la vida) asoma con esta nueva película de Clint Eastwood. Si nos concentramos en sus limitaciones podríamos sostener que 15:17 Tren a París es una de las películas menos notables, más elementales de la extraordinaria carrera como director del viejo maestro, pero si en cambio nos enfocamos en sus riesgos y hallazgos también podríamos hablar de un film bastante sólido y atrapante que -debajo de su aparente simpleza- esconde no pocos desafíos. Rodada en poco tiempo y con un presupuesto de apenas 30 millones de dólares (un “vuelto” para los grandes estudios hoy), 15:17 Tren a París conlleva el riesgo de haber trabajado no solamente con no-actores sino con los propios protagonistas de una épica real ocurrida el 21 de agosto de 2015 a bordo de un tren que partió de Amsterdam con destino a la capital francesa con 500 pasajeros. Más allá de las “licencias poéticas”, Eastwood convocó a los jóvenes que evitaron una catástrofe terrorista para que reconstruyeran aquellos hechos, aunque en verdad el caso en sí ocupa una porción menor de la ya escueta hora y media de relato (se va presentando de a poco y en forma fragmentaria), ya que el director se concentra bastante en la infancia y adolescencia (para nada agradables) de los tres personajes principales (Alek Skarlatos, Anthony Sadler y Spencer Stone), las relaciones con sus madres y las dificultades de su entorno (típicos rebeldes disfuncionales y víctimas del bullying). El realizador de Los imperdonables y Gran Torino muestra que ninguno de los tres protagonistas (dos de ellos con experiencia militar) era particularmente brillante hasta entonces y recupera uno de sus temas favoritos: el de gente común que en circunstancias extraordinarias puede convertirse en héroe por un día. En ese sentido, 15:17 Tren a París “dialoga” con el film precedente de Eastwood, Sully: Hazaña en el Hudson, aunque allí el entramado dramático y narrativo del personaje de Tom Hanks (también inspirado en una persona real) era mucho más espeso y convincente. Lo que hace Eastwood en 15:17 Tren a París es “cuidar” a sus no-actores, quienes salen bastante airosos del desafío de “interpretarse a sí mismos”, aunque ese medio tono que tiene la película conspira contra su potencia emocional. El film será indudablemente cuestionado desde ciertos sectores por “patriotero” y demasiado condescendiente, pero el director no esconde sus intenciones y hasta apuesta a mezclar sobre el final imágenes de archivo con otras propias de su ficcionalización. Son pequeños hallazgos, audacias parciales dentro de un ejercicio de género correcto, pero que no quedará en la historia grande de la carrera de uno de los últimos cineastas clásicos de Hollywood.
LA AUSENCIA DE DUDA Y AMBIGÜEDAD Convengamos que si 15:17 Tren a París no llevara la firma de Clint Eastwood, la estaríamos descartando con rapidez. Pero es de Eastwood, con todo lo que eso implica -estamos hablando de uno de los mejores cineastas de los últimos cincuenta años-, con lo que surge la mínima obligación de preguntarse cuáles eran las intenciones iniciales del proyecto y qué fue fallando a lo largo del proceso. Porque el resultado final es innegablemente bastante pobre. El film parte del hecho real en el cual tres amigos estadounidenses -Anthony Sadler, Alek Skarlatos (miembro de la Guardia Nacional de Oregón) y Spencer Stone (piloto en la Fuerza Aérea)- que estaban en pleno viaje turístico detuvieron milagrosamente a un terrorista que traía una ametralladora con la que se disponía a tirotear a los pasajeros de un tren que iba de Thalys a París. A partir de ese evento, el relato sigue la vida de los protagonistas, abarcando sus respectivas infancias, explorando el vínculo amistoso que tenían y la serie de sucesos bastante casuales que los llevaron a ese tren en particular. Pero además, Eastwood, posiblemente fascinado con el heroísmo sin dobleces, sin vueltas, casi inconsciente de Sadler, Skarlatos y Stone, toma una decisión radical: los pone a actuar de sí mismos, reproduciendo sus acciones desde el terreno ficcional, en un coqueteo arriesgado con la realidad tangible. El problema de 15:17 Tren a París no pasa tanto por el hecho de que haga hincapié en una discursividad ostensiblemente militarista y cristina. Al fin y al cabo, esos lenguajes -por más que no se los comparta- son tan válidos como cualquier otro, y han estado presentes de distintas formas en la filmografía de Eastwood. Menos aún por la remarcación del profesionalismo y el heroísmo, factores de enorme importancia en películas recientes del realizador, como Francotirador y Sully: hazaña en el Hudson. Pero si en esos films siempre había duda y ambigüedad, personajes preguntándose por las razones y consecuencias de lo que hicieron y hacen, aquí todo eso se disuelve y hasta anula rápidamente: los personajes son tan planos en sus miradas sobre el mundo, tan esquemáticos en sus acciones, tan convencidos de lo que hacen, que sus conflictos quedan reducidos a la mínima expresión. Eastwood pierde aquí toda la complejidad habitual de su cine, cayendo en una linealidad absoluta. Esta superficialidad en la que incurre narrativamente se termina trasladando a prácticamente todos los aspectos. Por eso 15:17 Tren a París queda empantanado no sólo en el panfleto militarista y el sermón cristiano, sino también en la mera sucesión de postales turísticas mientras sigue a sus héroes en su recorrido por Europa. Y eso se potencia por la presencia de los individuos reales, que resaltan aún más en su esquematismo. Quizás esto también se deba a lo poco que tiene Eastwood para contar: lo único realmente interesante es ese atentado infructuoso, no sólo por la violencia desplegada (que deja en claro que los protagonistas sobrevivieron a su acto heroico prácticamente de casualidad), sino también porque evidencia (de manera un tanto involuntaria) que Sadler, Skarlatos y Stone se parecían bastante a ese terrorista al cual se enfrentaron. Al igual que ellos, ese sujeto tampoco dudaba y estaba convencido de lo que se disponía a hacer. Sin proponérselo, el film nos dice que esos antagonistas encuentran factores que los emparentan. Durante el resto del metraje, poco hay para rescatar, excepto algunas pinceladas de humor -especialmente durante una escena en la que se visita el lugar donde murió Hitler y se cuestiona el imaginario histórico estadounidense-, que es el elemento que le permite a Eastwood tomar aunque sea una pequeña distancia de lo que observa y narra. El resto es puro esquematismo y se nota mucho que al cineasta lo perdió el embelesamiento por ese trío de muchachos puros e inobjetables. En los últimos años, Eastwood nos entregó maravillas como Gran Torino, Jersey Boys y Sully, pero eso no quita que 15:17 Tren a París sea muy fallida y posiblemente su peor película.
Verdadero prodigio del cine norteamericano, Clint Eastwood aún filma con regularidad a sus 87 años. Identificado por su admiración hacia el western (con aquel pico alto en su carrera que es Los imperdonables), el director de Los puentes de Madison y Río Místico ha conseguido el aplauso aún de aquellos que no apoyan su ideología. Es uno de los pocos integrantes de la comunidad artística en Hollywood que apoya a los republicanos, y en más de una ocasión sus dichos han encendido la alarma del pensamiento de izquierda. Sea como sea, la nobleza y el clasicismo de su cine conquistaron a varias generaciones, y es cierto que aún en sus trabajos menores se nota pasión por el cine. Hecho el prólogo, ¿qué podemos decir de 15:17: Tren a París? Al igual que su película a anterior, Sully, el realizador reconstruye un caso real. En ambos casos aparece la noción del honor, la fidelidad a las propias convicciones, y el gesto heroico instalado en “gente común y corriente”. Ahora bien, ¿por qué la última película genera resquemores? Porque mientras que Sully abordaba estos temas “puertas adentro de Estados Unidos” (recordemos: se basa en la historia de un piloto de avión que logró, osada maniobra mediante, evitar la muerte de decenas de pasajeros), el nuevo opus se traslada a Europa para poner foco sobre el accionar de tres jóvenes (dos de ellos integrantes de las milicias) que lograron evitar un atentado a cargo de un terrorista de Oriente Medio. En este punto, Eastwood produce un gesto interesante al haber convocado a los propios protagonistas de la historia para que se interpreten a sí mismos. Una elección interesante, pero no debemos olvidarnos del carácter representacional; se “representan a sí mismos”, ingresan en la órbita del director/observador. Este recurso ya había sido explorado en uno de sus mejores films, Medianoche en el jardín del bien y del mal, por el personaje de la travesti, sólo que aquí lo utiliza para todo el casting principal. La película comienza con la infancia de los tres jóvenes, quienes ya desde aquel tiempo tenían –en mayor o en menor grado- conciencia de su amor por las armas. Conciencia que, casi inevitablemente, se hace evidente de forma lúdica, pero que se adosa también al amor a Dios, porque –claro- en el universo Eastwood ambos elementos aparecen fusionados. Los tres (Alek Skarlatos, Anthony Sadler, Spencer Stone) sufren bullying, son los “rezagados” de la escuela (los directivos parecen detestarlos), pero en la amistad encuentran un motivo para sentirse mejor. En este punto, la película confirma la mirada del director sobre la amistad masculina, que responde a la mejor tradición del western americano, y que encuentra reminiscencias en otros films, incluso los que son bien distintos a este, como el caso de Jinetes del espacio. La película nos ofrece una muy elemental descripción del viaje por Europa de los tres amigos (boliches, coqueteos con chicas, selfies, resacas…) para recordarnos, claro, que son en definitiva tres muchachos comunes y corrientes, buenazos diríamos, que tuvieron la mala (o buena, váyase a saber) suerte de subirse al tren en donde aquel 21 de agosto de 2015 viajaba un terrorista. En uno de los peores aciertos formales de su carrera, Eastwood lo presenta con un acorde musical que es más propio de un clásico de Wes Craven que de una película basada en hechos reales, en el contexto de una película que luce sobria, se diría hasta despojada, lo cual no tiene nada malo per se. 15.17 Tren a París dice mucho del mundo del realizador y de su afecto por esos seres que cumplen con una suerte de destino manifiesto. Del mundo contemporáneo, dice poco y nada. No hay comentarios interesantes sobre el aparato militar yanqui, puesto al servicio de la formación de jóvenes tan nobles como los que aquí retrata pero también encargado de instalar un sistema que emplea al terror como modalidad represiva internacional. El “otro” es otro amenazante, es lo infranqueable, lo oscuro. Y allí la película se queda en su discurso y se clausura a sí misma. Aún en sus films más controvertidos había espacio para la ambigüedad, como en el caso de la citada Río místico. Aquí no hay nada de eso, apenas un relato bien dosificado, con algunos temas que revisitan la filmografía de un gran realizador. Es cierto que no se le puede exigir a un artista que haga lo que uno quiere; al fin de cuentas, Eastwood tiene todo el derecho a construir los héroes que a él le interesen. Pero no menos cierto es que el cine, en tanto herramienta que sirve para pensar la cultura, opera mucho mejor cuando deconstruye. El camino inverso, al querido Clint, no parece interesarle demasiado.
Tres amigos con un destino Clint Eastwood dirige este largometraje que centra su atención en tres jóvenes estadounidenses que en agosto de 2015 estuvieron a bordo del tren que unía Ámsterdam con París donde un hombre armado atentó contra la vida de todos los pasajeros a bordo. La curiosidad de esta producción tiene que ver con que Alek Skarlatos, Anthony Sadler y Spencer Stone, los protagonistas del hecho, actúan en la película haciendo de sí mismos y, de esta forma artística y casi documental, reviven los horrores que tuvieron lugar en aquel tren europeo. A partir del relato de primera mano de los protagonistas y de los libros que estos escribieron luego del hecho, el gran director californiano propone en esta película un viaje por la vida de tres jóvenes que lejos está de glorificarlos o ponerlos en una situación de lástima frente al público sino que lo que se busca es relatar tres historias que, como ocurre con las de todo el mundo, jamás podrían anticiparse como el camino hacia una situación tan traumática como esta del tirador del tren a París. De esta manera, Eastwood realiza un repaso por la vida de Alek Skarlatos, Anthony Sadler y Spencer Stone desde que se conocieran en la escuela primaria, etapa particularmente problemática para el trío, pasando por la adolescencia y terminando en una temprana adultez que en 2015 los encontró de viaje como mochileros por Europa. En un análisis de tipo más convencional, vale decir que el director consigue involucrarnos en la vida de estos tres chicos diferenciándolos perfectamente por las individualidades que los caracterizaban pero sin perder de vista su funcionamiento grupal como amigos. Establecida esta base narrativa, el recorrido se vuelve un tanto más profunda mientras la trama empieza a acercarse a su tesis que tiene que ver con el destino de sus protagonistas. Sin complicarse con reflexiones demasiado esotéricas o existencialistas, la película recurre a la simpleza de sus personajes para establecer que por más lejano que esté el cumplimiento de una meta en la vida (como la infancia de estos tres chicos parecía anticipar), ese destino o esa tarea para la que nos creemos que fuimos hechos siempre es plausible de concretar de alguna forma u otra (y esa imprevisibilidad es clave para la historia) si no perdemos el foco y orientamos nuestros esfuerzos hacia ella. Ahora bien, un comentario final está algo alejado del análisis convencional cuando un director tan reconocido como Clint Eastwood se propone, a los 87 años, dirigir a tres muchachos que no solo debutaban en el cine con esta película sino que nunca estuvieron ni cerca de pasar por un set de filmación en sus vidas. Queda de manifiesto una vez más la maestría de Eastwood cuando vemos este resultado final en el que los trabajos de los protagonistas están completamente a la altura desde lo actoral a la vez que le agregan el realismo total de estar interpretándose a sí mismos, cosa que en pantalla se refleja en todo momento.
Clint Eastwood vuelve a refundar el cine El escritor -y crítico de cine- Horacio Quiroga decía, a principios del siglo XX, que los asuntos que trataba el cinematógrafo estaban agotados, que el nuevo arte sentía hambre de dignidad. El agotamiento, el fin del cine como temática constante han sido letanías habituales en la historia de este arte que, sin embargo, en manos de verdaderos artistas nos hace llegar, aún hoy, a estremecimientos de forma más veloz que cualquier otro. Clint Eastwood, en su nueva película, la que estrena con 87 años, nos ilustra sobre el agotamiento -siempre falso- y sobre el estremecimiento. El cine no podrá agotarse jamás porque las historias listas para ser relatos siguen ahí. Más aún, Eastwood y otros imprescindibles demuestran que las bases y los mitos productivos de este arte siguen teniendo un valor inconmensurable: ¿qué otra cosa es 15:17 Tren a París que un relato que parte de la base usada decenas de miles de veces del "hombre común puesto en circunstancias extraordinarias"? Además, es la quinta película consecutiva del gran maestro basada en hechos reales, y también la quinta en la que la acción se va acercando paulatinamente al presente ( J. Edgar, Jersey Boys, Francotirador, Sully...). Eastwood, el mayor clásico contemporáneo, se dirige al presente, para casi llegar a trabajar con el material de las noticias -uno de los más temibles y mayores desafíos para un film- y mira hacia el futuro. Eastwood refunda, una vez más, el cine: hace una película sobre héroes de estos días -americanos que impiden un atentado en un tren en Europa- y los hace interpretarse a sí mismos, en un acto de una osadía descomunal en medio de la industria; hace una película corta (94 minutos) como si le respondiera -en ese detalle- a la fatua Dunkerque de Christopher Nolan; hace una película que evidencia y a la vez oculta sus mecanismos: clásica, moderna, contemporánea, con un ojo en el porvenir. Eastwood cuenta la historia de los héroes del tren de 2015 y en ella se centra, y entiende que para llegar a esos pocos minutos de heroísmo necesitamos conocer las vidas de Spencer, Alek y Anthony, sus derroteros nada especiales, nada sobresalientes. Y ahí, cuando uno cree que Eastwood se ha entregado a algo así como a una meseta narrativa, que ha hecho una película pequeña, llegamos al momento que fue el origen del relato y del heroísmo. Y ahí, en el tren, no es la espectacularidad lo que importa, en absoluto. Lo que importa es entender, con emoción y temblor, que desde los inciertos caminos vitales de diferentes personas a veces se llega a ese instante, a ese cruce, en el que todo tiene sentido. Que el cine, una vez más, tiene sentido: porque puede contarlo todo, en especial aquello aparentemente ordinario, aquello que se resignifica por completo cuando tomamos las decisiones que nos marcarán para siempre
Siguiendo la línea trazada por American Sniper y Sully en los últimos años, Clint Eastwood decidió encarar una nueva historia inspiradora de heroísmo norteamericano en una situación límite. The 15:17 to Paris es su película más reciente, una en la que da un paso más allá en la búsqueda de reflejar los sucesos con total veracidad, al convocar a los tres jóvenes condecorados por impedir un atentado terrorista para interpretarse a sí mismos. No es una decisión única en la historia del cine –otro ejemplo es el de Audie Murphy, el soldado más premiado de la Segunda Guerra Mundial que contaría su vida en To Hell and Back (1955)-, pero sí una elección audaz por parte de un cineasta que, a sus 87 años, es capaz de asumir semejante riesgo en pos de un retrato cuasi documental de los acontecimientos.
Todo el dinero del mundo, de Ridley Scott Por Hugo F. Sanchez En los setenta, antes de que los ranking de millonarios se pusieran de moda en los medios, Jean Paul Getty era considerado el hombre más rico del mundo gracias a sus inversiones en el negocio del petróleo, que se remontaban a la época en que tejió vínculos con los países árabes. Lo cierto es que la excentricidad de Getty superaba los límites de su mansión en Inglaterra y se sabía que coleccionaba obras de arte solo para ser disfrutadas por él y además, que cuidaba cada petro-dolar de sus cuentas bancarias con fiereza. Es decir, que era un avaro de proporciones míticas. Lo cierto es que el secuestro en Roma de uno de los nietos de este señor en 1973, fue la noticia de tapa de los diarios del mundo, primero por el hecho en si pero después, porque el magnate se negaba a ceder ni un dólar de los 17 millones que pedían los secuestradores. La película de Ridley Scott es un artefacto raro. En principio por todo lo que se supo del rodaje, que concluyó y que estaba lista justo para el momento en que estalló el escándalo Weinstein, apenas el iceberg de numerosas estrellas denunciadas por acoso sexual, entre ellas Kevin Spacey…, la estrella de Todo el dinero del mundo. Rápido de reflejos, Scott cortó (literalmente) por lo sano eliminando a Spacey del film (¡al protagonista!) y reemplazándolo por Christopher Plummer. Ahora bien, más allá de lo arriesgado de la apuesta y que la jugada da cuenta de los parámetros despiadados con que se maneja el negocio del cine a gran escala, el relato transita el trhiller, el biopic oblicuo, un estudio sobre el poder, el drama familiar y la política. La enumeración de estos elementos -enraizadas en las diferentes líneas narrativas- en general sirven para demoler alguna película que peca de dispersa, demasiado ambiciosa y hasta confusa. Pero el director británico logra sostener y encauzar todas las variables, aunque no deja de ser una producción industrial manejada con todo el oficio de que es capaz el veterano y prolífico Ridley Scott. El relato se estructura sobre tres personajes: Getty (Plummer), la madre del joven secuestrado (Michelle Williams) y un ex CIA en tareas de negociador con los secuestradores (Mark Wahlberg), más el nieto cautivo (Charlie Plummer) y el principal secruestrador (Romain Duris). Más allá del buen elenco, es indudable que el trabajo de Christopher Plummer es el que concentra los mejores momentos de la película dándole vida a un millonario desalmado, feroz y a la vez humano, una labor que sin la posibilidad de ver la primera versión del film -¿algún día se filtrará?-, deja rápidamente en el olvido que originalmente el papel estuvo a cargo de Spacey. TODO EL DINERO DEL MUNDO All the Money in the World. Estados Unidos, 2017. Dirección: Ridley Scott. Intérpretes: Michelle Williams, Christopher Plummer, Mark Wahlberg, Charlie Plummer, Timothy Hutton y Romain Duris. Guión: David Scarpa, basado en el libro de John Pearson. Fotografía: Dariusz Wolski. Música: Daniel Pemberton. Edición: Claire Simpson. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 132 minutos.
15:17 Tren A París: Un viaje a la realidad. Llega el nuevo film de Clint Eastwood basado en una historia real en el que los tres jóvenes protagonistas, son los mismos que participaron del hecho. El señor Eastwood que viene de hacer otras dos películas sobre personas reales, hablo de “American Sniper” (2014) con Bradley Cooper y de “Sully” (2016) con Tom Hanks. Ahora le toca a; 15:17 Tren A París. La clase de historia que sabemos cómo termina, sí es que leíste o investigaste algo sobre esto antes. En este caso aunque no quieras saber, estás enterado de que los personajes principales fueron “héroes”, y que el film trata sobre cómo estos jóvenes se encontraron con un terrorista a bordo del tren. Como también estaremos seguros de que sobrevivieron al hecho ya que ellos mismos se interpretan en la película. El director Clint Eastwood quería este nivel de realidad, por lo que para él fue una experiencia nueva la de lidiar con actores que no son actores. Hablo de Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler. En términos narrativos, la guionista Dorothy Blyskal adaptó el libro escrito por ellos tres y Jeffrey Stern y entendemos por qué Eastwood lo tomó para dirigir, ya que implementa técnicas narrativas similares a las del film Sully. Hablo de los flashback, intercalando escenas de lo que sucede en el tiempo presente. La historia comienza con la cámara que sigue a una valija en una estación. Para que luego, uno de los jóvenes nos cuente como conoció a los otros dos, con flashbacks al pasado de ellos, de pequeños. Y en el que conocemos a sus madres interpretadas por las geniales Jenna Fischer (The Office) y Judy Greer. Madres que deben lidiar con las actitudes rebeldes de sus hijos, Skarlatos y Stone, que no encajan en el colegio cristiano en el que están, siendo victimas de bullying por parte de algunos compañeros. En una de estas detenciones conocen al tercer integrante, Anthony Sadler. Se hacen amigos, juegan con armas de juguete. El personaje que aparece más en pantalla es Spencer Stone, que tiene muchas armas de juguete (Y un arma verdadera para cazar) en su armario, las cuales se las muestra a Sadler. Cuando sucede esto, el film lo toma como algo común, pero…si nos ponemos a pensar ¿No podría haber resultado mucho peor? Teniendo en cuenta el historial de atentados en escuelas que tiene Estado Unidos. Más allá de eso, el film pasa a la etapa de más adultos de los protagonistas. Están entre los 20, 23 años de edad. Acá es donde aparecen los que no son actores, y se nota. Pero esto es lo que hace al film interesante a la vez que decepciona. Un arma de doble filo, porque algunos diálogos carecen de realismo, se nota la diferencia en varios momentos y se aprecia el por qué Stone, el mejor en hacerlo, aparece más que los otros dos. A pesar de que Sadler se ve como el más suelto en pantalla. El film comienza bien y es entretenido porque nos adentra en el camino que se esfuerza por seguir Stone, que solo quiere ayudar a las personas y alistarse al ejército. Aunque Skarlatos también, no lo vemos mucho. Es en Stone en quien nos enfocamos y es por una razón importante que conocemos al final. Aún así, en el desarrollo del film, vemos en varias secuencias como se desvanece o se desvía la narración, al no haber un antagonista identificado. ¿No es el terrorista? No. Acá es otra cosa. Es casi un documental de cómo ellos llegaron a dónde están ahora. Las secuencias nombradas no son más que Stone y Sadler viajando de mochileros por Europa. Paisajes, chicas, y la llegada de Skarlatos. Esto es gran parte del film, por lo que resulta difícil mantener el nivel dramático. Estos viajes quizá sean para lograr enpatía con los personajes, así el clímax logre el impacto, que aunque lo hace no es suficiente. Sin embargo vinimos a ver una historia de vida. ¿O acaso no es eso el cine? Con algunas películas logramos conocer historias impresionantes que quizá nunca hubiéramos escuchado o visto en la vida real y Clint Eastwood con algún que otro golpe al cristianismo, algún chiste, su buen manejo en la cámara mostrando Venecia, Roma, y otras ciudades de manera preciosa, con ayuda del director de fotografía Tom Stern (Changeling, Mystic River, American Sniper), consigue que el film no resulte aburrido. Esto no quiere decir que sea pura acción. No esperen una película con gente encerrada en el tren cual Train To Busan, o alguna de Liam Neeson. Esto es mucho más real. Eastwood quiso mostrar una historia genuina, usando a las mismas personas que realizaron esas acciones. Jugando con la causalidad y la casualidad. Puede resultar incómodo alguna que otra actuación o diálogo, pero son ellos los que hicieron ese acto heroico de verdad. ¿El destino nos guarda a cada uno de nosotros algo grandioso? Habrá que esperar. Para estos muchachos, ya les sucedió algo significante, y ésta es la historia.
Turistas de armas tomar El realizador norteamericano Clint Eastwood regresa con 15:17 Tren a París (The 15:17 to Paris, 2018), un film sobre la reconstrucción de los hechos ocurridos alrededor del intento de ataque terrorista el 21 de agosto de 2015 en el tren de alta velocidad de la empresa Thalys durante el trayecto entre Ámsterdam y París. El guión de Dorothy Blyskal es una adaptación de la novela The 15:17 to Paris: The True Story of a Terrorist, a Train and Three American Soldiers, escrito por Jeffrey E. Stern junto a los protagonistas de los acontecimientos, Spencer Stone, Anthony Sadler y Alek Skarlatos, quienes se interpretan a sí mismos en la película. Eastwood explora la infancia de los protagonistas en una escuela católica para analizar el entorno de los protagonistas, sus anhelos, sus familias, las obsesiones religiosas de los norteamericanos y la idiosincrasia belicista para comprender la formación de la personalidad y el carácter de los jóvenes que ejemplifican cabalmente al estereotipo de los soldados estadounidenses de licencia que todos los veranos recorren Europa y el mundo como mochileros. Ya sea en su comportamiento en los hostels o en los boliches, las borracheras y las posteriores resacas, el film recrea unas vacaciones típicas de un grupo de jóvenes que son conducidos por el destino hasta un enfrentamiento, tal vez buscado, que los catapulta a la heroicidad. Desde Blood Work (2002) Eastwood trabaja con el extraordinario director de fotografía Tom Stern, responsable de Río Místico (Mystic River, 2003) e Invictus (2009), entre algunos de los más destacados trabajos junto al prolífico realizador. En esta oportunidad el responsable de la fotografía realiza un gran trabajo panorámico y de primeros planos, especialmente en las difíciles escenas en el tren, realmente logradas gracias a la minuciosa descripción de los protagonistas y la colaboración entre la incisiva fotografía y la cruda dirección del veterano director. Eastwood, por su parte, logra muy buenas actuaciones de los jóvenes protagonistas del hecho y de los niños que los personifican en su infancia, en un opus que busca en el amor de los chicos por la guerra, el maltrato que reciben y la mentalidad nacional el germen del militarismo norteamericano. El film narra también las dificultades de los soldados para entrar en las posiciones del ejército que solicitan, los largos entrenamientos, la extensa cantidad de publicidad para que se unan al ejército y principalmente la contraposición entre los trabajos no calificados, aburridos y monótonos de una sociedad absolutamente estratificada por la posición social y los ingresos en comparación con las posibilidades de crecimiento, desarrollo de las capacidades y camaradería que el ejército ofrece como una antítesis paradójica del egoísmo del mercado que ese mismo militarismo sostiene. Tras una serie de films extraordinarios como Sully (2016), El Francotirador (American Sniper, 2014), Jersey Boys (2014) y J. Edgar (2011), Clint Eastwood es nuevamente presa de sus obsesiones ideológicas. En este caso por entronizar a tres jóvenes norteamericanos que salvaron a los pasajeros del tren en cuestión de ser masacrados por un psicópata religioso armado hasta los dientes retrotrayéndose a la infancia de los jóvenes demasiado tiempo para culminar en una escena central demasiado breve, aunque avasallante y un final documental con la entrega de la Legión de Honor, el mayor reconocimiento de la República de Francia por parte del cuestionado presidente socialista, François Hollande, artífice y ejecutor de la desastrosa performance socialista y el descredito de su partido en las últimas elecciones presidenciales el país galo. El intenso respeto que Eastwood profesa hacía los jóvenes queda plasmado en este film homenaje que sigue el tono del héroe común de films como Sully y El Francotirador, ambos opus con personajes y un guión más interesante. Aquí la anodina historia de los tres jóvenes nos conduce directamente hacía el lugar preciso y el momento justo en que los protagonistas debieron poner en práctica todo el entrenamiento que el ejército les proporcionó para una buena causa, algo que no siempre ocurre con las fuerzas del orden y las fuerzas militares, ya sea en el norte del continente o más al sur, donde el ejército supo labrarse un mal nombre ejerciendo el terrorismo de estado avasallando la libertad y las vidas que debían proteger.
Acción, drama, romance, musical. Clint Eastwood lo ha probado casi todo en su carrera como director, casi siempre con resultados que van de lo decente a lo excelente. Si bien el riesgo es apreciable en cualquier instancia de una trayectoria artística, el que sea el siguiente paso lógico de una carrera de más de 40 años (arraigada en un modo clásico de narrar) se lo percibe como natural. Por eso cuando se anunció que rodaría la dramatización de un atentado terrorista frustrado, con los héroes del incidente haciendo de sí mismos, fue recibido con más expectativa que escepticismo. Tristemente, 15:17 Tren a Paris es un tropiezo y no precisamente por haber puesto a no-actores en los roles protagónicos.. America, F*ck Yeah! 15:17 Tren a Paris cuenta la historia real de tres soldados norteamericanos que, durante unas vacaciones en Europa, frustraron los avances de un hombre que tenía suficiente munición de AK 47 para matar a todos los pasajeros del tren en el que iban. La película oscila entre el incidente en particular y la formación de estos hombres para ser los héroes que terminaron siendo. Si bien hay retazos aquí y allá del incidente terrorista en cuestión para que no se olvide lo que el espectador vino a ver, el mismo no es ilustrado concretamente sino hasta el tercer acto; había que rellenar toda una película para llegar a esa instancia. La idea, salta a la vista, era mostrar cómo fue moldeada la vida y la camaradería de estos hombres, que resultó crucial para resolver el incidente que dramatizan. No obstante, carece de un hilo narrativo concreto: no es otra cosa más que viñetas de la cotidianeidad de estos hombres. La sucesión arbitraria de escenas hace que los 94 minutos que dura la cinta se hagan densos. El primer acto contiene un compendio de los diálogos más carentes de subtexto escuchados en mucho tiempo, mientras que el segundo acto es un video de vacaciones europeas, pero filmado de una manera profesional. Decir que el cine de Clint Eastwood puede llegar a ser de pronunciados ribetes patrioteros es tan obvio como decir que todos los leones rugen, pero acá lo exagera de una manera tan descomunal, desvergonzada y, nuevamente, tan carente de subtexto, que los públicos afuera de Estados Unidos se lo van a echar en contra. Cuestiones que también se pueden atribuir a cómo trató el guion a la vida religiosa de los protagonistas. Cabe señalar que el experimento de Clint Eastwood de hacer que los verdaderos héroes hagan de sí mismos fue un éxito. Son interpretaciones naturales y en absoluto forzadas. Curiosamente, se trata de lo mejor de la película a nivel interpretativo, ya que los profesionales que integran el reparto no ofrecen lo que se dice los mejores trabajos de sus carreras, y los niños de la primera parte tampoco son lo que se dice prodigios de la interpretación. Da para pensar si este bajo desempeño fue deliberado para no opacar a los cuatro protagonistas. Por otro lado, cuesta imaginar a un director de actores tan capaz como Eastwood desempeñarse mal a propósito. Conclusión 15:17 Tren a Paris es un experimento exitoso desde lo actoral. Sea lo que sea que Eastwood quiso demostrar poniendo a estos muchachos, lo consiguió. Pero la narración como un todo es demasiado endeble, densa de ritmo, y de un proselitismo tan grande que reduce la apuesta a un truco publicitario, logrado (por panfletario que sea su propóstio), pero truco al fin.
15:17 Tren a París (15:17 París, 2018) cierra la trilogía de “héroes reales” de Clint Eastwood que comienza con Francotirador (American Sniper, 2015) y sigue con Sully: Hazaña en el Hudson (Sully, 2016). Esta es la peor de todas. El intento de atentado ocurrido el 21 de agosto de 2015, cuando tres jóvenes americanos que viajaban por Europa se enfrentaron a un terrorista en un tren con destino a París, con 500 pasajeros a bordo, dura unos diez minutos. Por ende 15:17 Tren a París se remonta al año 2006 donde Anthony Sadler, el amigo de color del trío que integra junto a Alek Skarlatos y Spencer Stone, cuenta cómo se conocieron y entablaron amistad desde sus años escolares. La historia hace un recorrido por la educación cristiana que recibieron, su amor por jugar a la guerra donde, según el film, “entablan un sentido de equipo”, y su entrenamiento en las fuerzas. Cuando deciden hacer una pausa y reencontrarse en un viaje de placer por las principales capitales europeas se topan con el hecho que da sentido al film. Estos antecedentes son puestos en la película para justificar su reacción en el tren. De los tres amigos, la película se centra en Spencer Stone. Primero por su rol protagónico en el tren, y después por su intención contra viento y marea de alistarse para servir a su país. El esfuerzo que afronta supone un destino heroico. Un destino de connotaciones bíblicas -el comienzo de la película así lo marca-, e incluso con varios planos a contraluz siendo “iluminado” en situaciones clave del relato. Parece mentira que el director sea el mismo de Los imperdonables (The Unforgiven, 1992). John Ford que participó defendiendo a los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial también filmó Las viñas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940) estableciendo contradicciones ideológicas en su obra. O al menos así fueron interpretadas. Lo cierto es que si vemos El sargento de hierro (Heartbreak Ridge, 1986) o alguna de las películas menos recordadas de Eastwood, entenderemos que su espíritu republicano siempre está presente en su filmografía solapado en una potente narración clásica. Cuando la narración no funciona, el castillo de naipes se derrumba. Más allá de las cuestiones ideológicamente complicadas (también presentes en Francotirador), 15:17 Tren a París tiene problemas narrativos. La película abandona la narración inicial de Anthony a los cinco minutos y sin retomarla nunca. Los hechos previos al atentado contienen escenas innecesarias como las imágenes turísticas del viaje por Europa, la fiesta en la disco o la del encuentro con la turista en Venecia. Podrían suprimirse y la historia sería la misma. Situaciones que ralentizan sus breves 94 minutos haciendo tedioso al film. No es un dato menor que el guión de Dorothy Blyskal esté basado en el libro de Anthony Sadler, Alek Skarlatos, Spencer Stone, y Jeffrey E. Stern, los mismos que estuvieron ese día en el tren, que además se interpretan así mismos en el film. Hecho que busca darle veracidad al asunto pero termina por exponer su amateurismo (como escritores primerizos y como actores debutantes). El intento de Eastwood de homenajear a estas personas de la vida real es noble, pero la manera de hacerlo muestra su peor faceta, dando un paso atrás en su obra.
Como todo buen cinéfilo, soy fan y consumidor del cine del maestro Clint Eastwood, por lo que lamento mucho escribir las siguientes líneas. 15:17 Tren a París es la película más floja de toda su filmografía como director. Lo que llama mucho la atención porque si algo nos ha demostrado es que su cine fue mejorando con el paso del tiempo, basta con recordar las joyas que nos regaló en los años recientes tales como Sully (2016), American Sniper (2014), Jersey Boys (2014), Gran Torino (2008), etc. Pasa que hay un punto muy importante para destacar, uno que rompe el molde y motivo por el cual el buen Clint siempre aporta algo aunque no sea la mejor de sus películas, y es que este estreno está protagonizado por las personas reales que vivieron los hechos que se relatan. O sea, dos soldados norteamericanos y un civil (amigos de toda la vida) revivieron en ficción lo que les pasó en la realidad. El problema de esto es que no se anuncia en ningún momento, ni al principio ni al final, e incluso teniendo en cuenta el material de archivo uno puede creer que se logra con efectos especiales, algo más que posible hoy en día. Si no tenés ese dato (porque no viste el tráiler) en la cabeza sentís que estás viendo un telefilm. Porque al fin de cuentas ese es su atractivo. Es Eastwood en otro de sus actos de patriotismo, esta vez no de una forma cruda y cínica como lo hizo en American Sniper sino más bien heroico como lo planteó en Flags of our fathers (2006) y Letters from Iwo Jima (2006). La factura técnica deja mucho que desear. Le falta scoope. Sorprende que la fotografía la haya hecho Tom Stern, su colaborador desde hace años. Lo que deja por sentado que se buscó esa imagen tan poco fílmica adrede. Por ello el film es un engendro entre película y falso documental. Va a ser muy difícil de digerir para el público argentino.
Subordinación y valor Basada en hechos reales, la nueva película del director de Los imperdonables se ralentiza demasiado. Si 15:17 Tren a París tiene semejanza con alguna otra película de Clint Eastwood es con la anterior. Sully se basaba en hechos reales, como el filme que se estrena hoy, y también tratan sobre actos de heroísmo. Un heroísmo extremo, ya que de lo que hicieran el piloto Sully (Tom Hanks) para amerizar sobre el río Hudson, o los tres amigos para detener al terrorista a borde de ese tren, dependerían cientos de vidas. Eastwood, a los 87 años, esta vez decidió no hacer un casting sino que los mismos protagonistas del hecho se interpretaran a sí mismos. Fue en agosto de 2015, por lo que los jóvenes Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler no avejentaron para nada. Otro asunto es el de la interpretación. Pero también Sully y 15:17 Tren a París se parecen en que en ambas el hecho en sí mismo es rodeado de background. Amerizar el avión fue cuestión de minutos. Impedir el ataque, lo mismo. Y tanto en una como en otra, Eastwood va hacia atrás en el tiempo y también hacia adelante. Lo que diferencia a ambas películas es que en 15:17… mucho de lo que se cuenta parece como forzado. Como si se necesitara darle carne a los protagonistas, y como si el director sintiera que el acto en cuestión, por sí solo, precisara de más ingredientes. Como si el plato principal hubiera que rodearlo con acompañamientos varios. Basada en el libro homónimo, lo cierto es que saber cómo se conocieron de niños los protagonistas (en una escuela cristiana), el bullying que padecieron y las visitas al rectorado pueden dar un plus. Pero el viaje previo a abordar el tren -Sadler y Spencer (que es el más protagonista, que quiso ser rescatista para servir en cualquier guerra, y no lo logró) están en Roma y Venecia, y no aporta nada más que una mirada turística-, y el encuentro con Skarlatos y las fiestas en Amsterdam, tampoco. Es en esos momentos donde uno adivina que tampoco el director de Los imperdonables debe haberse sentido cómodo. Así como en Más allá de la vida (2010) las escenas de la catástrofe no parecían dirigidas por él, la película cae en un bache del que sale cuando el marroquí Ayoub el-Khazzani se sube al tren. Y se dispara, en más de un sentido, la acción. Allí sí es fácil reconocer el manejo de los tiempos y la narración de Eastwood, que con el correr de los años se ha vuelto más metódico al rodar los enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Dentro de su filmografía, es una obra menor. El que no sepa ni le interese saber quién está detrás de cámaras, notará que el filme se ralentiza demasiado, y tal vez se pregunte por qué el trío protagónico actúa como lo hace. Ustedes ya lo saben.
El actor, director, productor, músico y compositor estadounidense Clint Eastwood (87 años) nos trae una historia basada en hechos reales y protagonizada por los mismos intérpretes; los estadounidenses Airman Spencer Stone, Anthony Sadler y Alek Skarlatos. Muestra como estos hombres evitan una masacre en un tren de alta velocidad Thalys que salía desde Amsterdam a París, además colaboró un profesor de rugby inglés de 62 años. Estos hombres se jugaron la vida cuando lucharon contra el terrorista Ayoub el-Khazzani (Ray Corasani) quien tenía en su mochila un fusil y otros elementos, atacó algunos pasajeros pero con la valentía de estos cuatro héroes no pasó a mayores. Su filmación es brillante, se toma sus tiempos para mostrar la vida de estos amigos, para llegar a este viaje, Eastwood trabaja a precisión con no actores, su narración tiene momentos de tensión, es inquietante, se generan buenos climas y acompaña la estupenda fotografía de Tom Stern (“El sustituto”).
Clásica y a la vez experimental, la nueva película del director de “Los imperdonables” es toda una rareza. Centrada en tres jóvenes norteamericanos que impidieron un atentado en Francia, la película está interpretada por los verdaderos protagonistas de la historia y narrada de una manera curiosamente despojada, aún para los cánones de Clint. La propuesta es inusual pero sus temas son consistentes con la obra del autor. Y, como experiencia, es muy reveladora. La nueva película de Clint Eastwood es una rareza. No por sus temas, que son consistentes con casi toda la obra del realizador, sino por su forma y su elenco. En algo que es llamativamente extraño en Hollywood –y no tanto en otros países, incluyendo en el propio cine independiente norteamericano–, los protagonistas no solo no son actores profesionales sino que son las mismas personas que estuvieron involucradas en los hechos que se narran. Los tres jóvenes que se enfrentaron a un terrorista armado hasta los dientes en el viaje en tren que da título al filme se interpretan a sí mismos aquí, en un curioso caso de “reconstrucción” de hechos. Esa curiosidad recién se hará notar promediando el filme ya que la película, pese a su específico título, no dedica más que una breve parte de su metraje a lo que sucedió en el viaje en cuestión. No verán aquí 90 minutos dedicados a la tensa y violenta situación que se vivió en ese tren a la manera de ciertos filmes en tiempo real sino que Eastwood, basándose en el libro escrito por los tres jóvenes que participaron en el hecho, lo que cuenta es su historia, desde que se hicieron amigos en la escuela secundaria hasta llegar allí. La otra rareza del filme es formal. Si bien su cine tiende a cierto despojo y minimalismo, en 15:17 TREN A PARIS Eastwood hace algo que se acerca al docudrama, filmando las cosas de una manera tan casual que por momentos uno tiene la impresión que está hecha con un iPhone y filmada en las calles sin los típicos permisos, “de robado”, especialmente cuando ya la película deja los flashbacks a la infancia. En cierto sentido, su película se asemeja a esas producciones de bajo presupuesto, religiosas o educativas, hechas para ser vistas por alumnos de algún tipo de colegio, iglesia o institución, lo que en Estados Unidos se llaman “afterschool specials”. Una suerte de lección de vida que en este caso podría leerse como “persevera y triunfarás“. O bien, “confía en tus instintos“. Con un guión de Dorothy Blyskal, que es entre rústico y básico en cuanto a diálogos y construcción narrativa, Clint narra con su eficiencia característica las historias de vida de Anthony Sadler, Alek Skarlatos y Spencer Stone. Los dos últimos (blancos) se hacen amigos íntimos a partir de repetidas visitas a la dirección de la escuela ya que no son lo que se dice alumnos demasiado interesados en las clases. A la vez queda claro que los colegios a los que van tampoco parecen el colmo de la excelencia académica ni los profesores, celadores o directores demasiado interesados en lo que hacen, siempre tratando de sacarse de encima chicos problemáticos como podrían ser ellos. Sadler, el afroamericano del trío, es un poco más pícaro que los otros dos y se hace amigo de ellos a partir de sus propios problemas de conducta. A los tres, además, les fascina la guerra y jugar con armas. El tiempo pasa y por varios motivos dejan de verse, se reencuentran ocasionalmente pero vuelven a separarse, comunicándose por Skype. Stone, de quien la película más se ocupa y el que tuvo el rol más importante en el atentado, sueña con ser paracaidista y se esfuerza para entrar en la Academia, donde no le es fácil avanzar. Skarlatos también va a la guerra en Afganistán mientras que Sadler –del que menos se sabe, de hecho no se ve a su familia hasta el final– sigue estudiando en la universidad. Los tres se juntan para armar un viaje por Europa (los militares ya estaban allí y Sadler viaja especialmente) y la película seguirá sus prototípicas aventuras turísticas por lugares como Roma, Venecia, una ciudad en Alemania y Amsterdam, con todos los pasos obligatorios para tres amigotes (y no solo estadounidenses) en cada una de esas ciudades. Ahí es donde toman el famoso tren a París y allí es donde sus vidas comunes se vuelven relevantes. La inexperiencia actoral del trío protagónico, sumada a las decisiones formales casi espontáneas de Eastwood, le dan al filme un aire raro. Acostumbrados como estamos a los beats dramáticos típicos de los actores tradicionales y a las estrategias formales más convencionales de Hollywood uno siente que está viendo algo más falso pero, a la vez, más honesto y verdadero. Es como si Eastwood hubiese destripado a la película de todos los gestos “cinematográficos” para dejar su cáscara desnuda, o como si lo que estuviésemos viendo fuese una prueba o un ensayo (un demo o maqueta, dirían en música) de una película más convencional que, con tres jóvenes estrellas, se hará luego. Pero no. Esta es la película. Editaron el demo. Los temas son, decía antes, consistentes con la obra de Eastwood. De hecho, son bastante parecidos a los de su reciente SULLY, ya que aquí también hay un hombre común que debe tomar una decisión arriesgada de la que depende la vida o la muerte de muchos. Pero también está la desconfianza a las instituciones y figuras de autoridad (escuelas, institutos militares y, en menor medida, la Iglesia), otro clásico tema de ese libertario raro que es Eastwood, un hombre al que no se lo puede catalogar como un típico conservador. Es, más bien, un individualista a ultranza: sus protagonistas saben lo que tienen que hacer casi instintivamemente, entonces van y lo hacen. Lo demás, es cháchara. Pero la película realmente sube a otro nivel a la hora de narrar la escena del tren. Si bien Eastwood nos la va adelantando de a poco a lo largo del filme (a partir de una idea un tanto banal de que Stone tiene premoniciones con que algo importante en su vida va a suceder), la escena en sí lleva aún más lejos ese criterio de naturalismo. No hay música de suspenso, no hay cortes clásicos de escena de acción, no hay dramatización extra. Está filmada de un modo tal que parece como si estuviera siendo registrada en vivo. Y, si no fuera porque el terrorista sí tiene un look excesivamente cinematográfico (calculo que, si en todo se ciñieron a los hechos, el hombre debió lucir más o menos así), todo aquello que antes resultaba raro y tentativo en cuanto a lo formal aquí funciona a la perfección. La escena impacta precisamente porque le faltan todos los rulos y moños que la convierten en cinematográfica. Y, sin embargo, lo sigue siendo. O lo es aún más. Si bien estas apreciaciones pueden dar a entender que estamos ante una película experimental, en realidad no lo es tanto. El desarrollo de las acciones no se sale de las líneas clásicas y la película cumple con la mayoría de los códigos tradicionales de las biografías de personas que hicieron algún acto heroico en sus vidas. Pero al quitarle la pompa y circunstancia, el brillo reluciente del producto terminado y los trucos actorales que todos ya aceptamos como naturales, Eastwood desnuda la historia hasta dejarla en su punto más básico, sincero y honesto. A muchos les resultará extraña porque uno, como espectador, ya tiene el reflejo preparado para que el cine hollywoodense cumpla con algunos códigos formateados a lo largo de más de un siglo de historia, pero como también le ha sucedido a Michael Mann en sus últimas películas digitales (aunque en otro sentido) es solo cuestión de reacomodarse y disfrutar de la propuesta. Algo que Eastwood, con alguna especie de octogenaria sabiduría, ha logrado hacer.
Estamos acostumbrados a que los tráileres de las películas nos vendan humo, nos muestren una película para después llegar a la sala y ver otra cosa. En este caso no sólo el tráiler nos mintió, también el nombre de la película lo hace. Es la historia de tres amigos. Nos enteramos como se conocieron, como crecieron, que pasó en su infancia, que pasó en su adolescencia, cómo y por qué llegaron a ser, dos de ellos, militares, básicamente nos cuentan la historia de su vida. Esto abarca un 50% del film. Un 45% del film lo abarca el viaje que hacen en Europa, como buenos amigos recorriendo el viejo continente. Vemos los lugares que conocen, las fiestas a las que van. Y después de todo esto, el 5% restante pasa lo del tren. Nada de lo que dije es spoiler debido a que es una historia real, basada en un libro y se puede investigar. Lo interesante de este film es que los tres protagonistas son las personas reales que vivieron ese incidente en el tren. Por eso se ven actuaciones regulares, son personas que no están actuando, sino que recrean lo que les pasó, no hay mucho más para decir sobre eso. La película es relativamente corta, pero me pareció que pasé casi 3 horas en el cine, debido a la lentitud y eternidad de las escenas. Muchas de ellas sin sentido, es decir que no aportaban nada a la historia, pero nada. Escenas que tranquilamente podrían no haber estado y no cambiaba nada, más que la longitud del film. No se ve al Eastwood director de buenas películas. Nos muestra un drama cotidiano en el que no pasa nada. La clave está en la forma que es vendida, deberían venderla de otra forma y quizás la gente no saldría con sabor a poco del cine. Mi recomendación: Película para ver en casa tranqui. Mi puntuación: 4/10
Clásico y moderno Clint Eastwood, 87 años, se despacha con una película singular sobre tres amigos que desbaratan un atentado, interpretada por los verdaderos protagonistas. Ayer ví 15:17 Tren a París y Todo el dinero del mundo, una después de la otra. Podemos decir que las dos son primas hermanas: están basadas en hechos reales, transcurren en Europa (en las dos vemos el Coliseo de Roma) y están dirigidas por veteranos octogenarios (Clint Eastwood tiene 87 años; Ridley Scott, 80). Y si bien la película de Scott no está mal, el contraste es notorio y la comparación subraya una de las virtudes principales de la de Eastwood: su precisión y brevedad. Pasó también con Sully: Hazaña en el Hudson, su película anterior. Es como si cuanto más viejo se pusiera, menos bullshit estuviera dispuesto a aguantar. Va a los bifes. Otro viejo que iba a los bifes, que tenía la capacidad de ir al hueso de la cuestión en dos líneas, dijo famosamente que cualquier destino consta de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. El viejo al que me refiero yo es Borges, y él hablaba del sargento Cruz; el momento, aquel en que cambia de bando al grito de “Cruz no consiente que se cometa el delito de matar así a un valiente”. 15:17 Tren a París es sobre uno de esos momentos. Tres amigos norteamericanos, dos de ellos miembros del ejército, están de vacaciones en Europa. Como cualquier joven, duermen en hostels, hacen city tours, se emborrachan, tratan de levantarse chicas. Pero en el tren de Amsterdam a París, se encuentran con su destino. Un terrorista marroquí fuertemente armado intenta perpetrar un atentado. Le dispara en el cuello a un pasajero. Luego de un breve momento de caos y pánico, entre los tres logran reducir al terrorista, salvarle la vida al hombre herido y convertirse en héroes. Eso es todo, esa es la historia. El caso real puede parecer muy cinematográfico, pero lo cierto es que el conflicto dura unos pocos minutos. No hay toma de rehenes, no hay tiroteos y todo empieza y termina entre la frontera con Bélgica y la ciudad francesa de Arras, a unos 60 kilómetros. Es un momento, pero es crucial en la vida de Spencer Stone, Alex Skarlatos y Anthony Sadler, estos pibes de 22 y 23 años. Es el momento en el que saben para siempre quiénes son, el que estuvieron esperando desde que eran chicos y jugaban a la guerra en el patio de sus casas. Eastwood toma dos decisiones estéticas muy audaces y sorprendentes en un tipo de 87 años que se caracteriza por hacer cine clásico. Por un lado, interrumpe el breve ataque terrorista con flashbacks en los que narra la vida de nuestros héroes hasta ese momento. Esto es un recurso usual, pero lo extraño acá es la brevedad del tiempo presente. 15:17 Tren a París no está contada en dos tiempos, como por ejemplo la reciénte Apuesta maestra. Casi toda la película, en realidad, transcurre en el pasado y contando esa historia de unos chicos un poco chambones, sin demasiadas luces ni talento, pero valientes y simpáticos, va tomando impulso hasta llegar al punto culminante, al instante que, igual que el del sargento Cruz, dura unos pocos segundos. Unos segundos, eso sí, que están resueltos con un nervio y una destreza en los que sí, podemos ver al veterano de 87 años y mil películas. La otra decisión audaz es la más polémica: Stone, Skarlatos y Sadler están interpretados por ellos mismos. Sí, como si Clint Eastwood hubiera dirigido una película iraní o una de Lisandro Alonso. Me gustaría saber cómo llegó a tomar esta decisión delirante para Hollywood. Lo que si sé, es que el efecto que logra es singular: son personas, no personajes. Forzosamente tienen un estilo de actuación “poco intenso” que va con la idea de que son tipos comunes, sin ningún rasgo distintivo más que el deseo (que supongo tenemos casi todos) de lograr algo especial. Y la película cuenta eso y nada más. Si uno googlea el caso, verá que hubo algunas cuestiones más, como una polémica acerca de si los empleados de la compañía ferroviaria se encerraron en el primer vagón, o si la policía francesa actuó correctamente cuando el tren se detuvo en la ciudad de Arras. Pero Clint Eastwood deja todo eso afuera, va al hueso y se despacha con una película extraña, clásica y moderna, que cuenta la historia de tres chicos comunes que, llegado el momento, pudieron convertirse en héroes.
La banalidad del bien En el último tercio de Sully (2016), el piloto interpretado por Tom Hanks tenía que soportar cómo otros pilotos demostraban mediante simuladores de vuelo que podría haber aterrizado su avión en un aeropuerto sin necesidad de amerizar en el Hudson. Una magnífica conclusión reivindicaba que una historia tiene siempre una forma correcta de relatarse, un tempo, un ritmo, y que éste no puede ser simulado. Sin embargo, al pasar del avión al tren (el Thalys de Amsterdam a París en el que se frustró el atentado de Ayoub El Kahzzani), Eastwood decide algo aparentemente paradójico, pues su película, más que una recreación, es de hecho una especie de simulación. Eso es lo primero que sorprende en esta película, compleja, apasionante, y desde luego mucho más interesante que lo que afirman todos los que la desdeñan por razones ideológicas (cuando es sobre todo en ese terreno en el que se nos ofrece algo único): la diferencia entre “actuar” y “hacer como sí”, que es lo que hacen estos tres americanos interpretándose a sí mismos. Resulta de ello una especie de película-carcasa, un género a mitad de camino entre el cine, la televisión (en el sentido de plató televisivo, donde la gente finge sorprenderse o emocionarse, cosa muy diferente de actuar –y esto debería servir para acabar con el lugar común del “último cineasta clásico”) y la pose, en el mejor sentido de la palabra. Uno de los tres personajes principales, de hecho, parece totalmente obsesionado por su selfie stick, y esa es la única y misma exigencia que les hace Clint Eastwood: la de posar para su cámara. Pero es sobre todo en Francotirador (American Sniper, 2014) que pensamos al ver esta nueva película de Clint Eastwood, sobre todo por la construcción del relato, las constantes idas y venidas entre el pasado de los personajes y el momento decisivo del tren. Unos saltos y unas elipsis que terminan generando en la película una distancia y un desapego que hace que todo ataque ideológico resulte, como poco, precipitado. Por dos razones. La primera, porque al regresar a los distintos episodios de la infancia de los tres protagonistas, Eastwood deja caer con una imparcialidad asombrosa ciertos detalles reveladores sobre los mismos y la vida que llevan: abandonados por la rigurosidad de la escuela católica en la que estudian (o fracasan en el intento, ¡y en la que les proponen tomar medicación!) y criados por unas madres ultra creyentes, empieza a germinar en los niños un interés por las armas y el mundo militar que, independientemente de que Eastwood lo admire o no, nos es mostrado con todo su realismo y su aspecto terrorífico. Una prueba muy simple de la imparcialidad de esta “génesis”: si a mitad de la película los jóvenes protagonistas, en lugar de salvar un tren, acribillasen a tiros a toda su escuela, nada habría cambiado. Pocos cineastas son capaces de mancharse las manos hasta tal punto, de mostrar de forma tan clara una sociedad al borde de la esquizofrenia (como ya hizo Leo McCarey en otra película de injusta mala reputación la anticomunista My Son John, 1952), en la que la materia de la que se construyen los héroes no es otra cosa que el puro caos. Segunda razón: porque ese relato fragmentado, que avanza a golpe de empujones (Eastwood, en estas tres películas, elimina hasta tal punto todo lo superfluo que casi parece que sus películas se sostienen en el aire), contamina el propio devenir de los personajes, convirtiéndose su destino heroico no tanto en algo catártico o milagroso, sino, más bien, inquietante. Hay que ver todas esas secuencias en la que los personajes no viven absolutamente nada especial (Spencer Stone fracasando en su intento por ser militar porque, justamente, su vista carece de profundidad, Alek Skarlatos llegando a Afganistán, donde lo único relevante que le sucede es que pierde una mochila, Anthony Sadler intentando conseguir fotos de cada lugar turístico Europeo). Dos momentos muy importantes tienen lugar en Alemania: Skarlatos va a una taberna donde su padre brindó tras el final de la segunda guerra mundial, pero no sólo no está seguro de la importancia de esa herencia, sino que tampoco parece convencido de que realmente pueda imaginar a qué podría parecerse aquello ; y Sadler y Stone visitando el bunker de Hitler, donde descubren que su suicidio no tuvo lugar en La boca del lobo perseguido por los americanos, sino aquí mismo y perseguido por los rusos (y el guía turístico les canta irónico Springtime for Hitler, de Los Productores de Mel Brooks): un mito (el de los Estados Unidos como nación heroica mundial) que se hunde ante ellos y que tampoco parece preocuparles más de lo necesario. Que todo eso tenga lugar en Alemania puede hacer pensar en Tres Camaradas, película de Frank Borzage (1938) en la que tres jóvenes veían sus vidas unidas para siempre por la Primera Guerra Mundial. Aquí, estos tres fracasados, estas tres carcasas a la deriva, están más bien unidos en la inconsciente e irracional espera de algo abstracto que pueda sucederles un día. No es tanto el destino heroico lo que les une sino el hecho de no sentirse en control de sus vidas, del mismo modo que Clint Eastwood parece dejar hacer que sus películas se construyan solas. Y cuando al fin llega ese momento heroico, éste no produce una descarga de placer vengativo o de “justicieros anónimos”, sino que más bien concretiza esa angustia vital y social latente. Si los tres hacen el bien, y un bien más que considerable (lógicamente, para Eastwood, Daesh está del lado del mal, y que lo asuma tan abiertamente es también, parece ser, razón para crítica), lo hacen de forma absolutamente banal. Y, aunque parezca contradictorio, al contemplarlos podemos sentir algo parecido a lo que Hanna Harendt sintió en Jerusalén en presencia de Adolf Eichmann.
Clint Eastwood vuelve a la pantalla grande para dirigir un film basado en hechos reales, donde el 21 de agosto de 2015 tres amigos norteamericanos (Anthony Sadler, Alek Skarlatos y Spencer Stone) que viajaban de Ámsterdam a París salvaron a los pasajeros del tren de un presunto atentado. No es la primera vez que el aclamado director lleva al cine un acontecimiento real. Podemos mencionar tanto “El Francotirador” (2014) como “Sully” (2017), en este trío de películas sobre personajes anónimos convertidos en héroes, con resultados algo dispares, pero lo que no se discute es que Eastwood sabe plasmar la realidad de una manera atrapante. Es por eso que se le podría pedir mucho más a su nueva obra que cae un poco en el aburrimiento. “15:17 Tren a París” se centra básicamente en la vida de los jóvenes héroes desde que son pequeños y comienzan su amistad en la escuela hasta que deciden emprender un viaje por Europa y, casualmente, están en el lugar indicado en el momento correcto para impedir un mal mayor. Sin embargo, lo más interesante del asunto, que es el intento de atentado terrorista en sí y la situación alrededor del tren, no se explota profundamente. Está bien que éste solo duró unos pocos minutos, pero ya vimos a Eastwood retratar un acontecimiento corto en el tiempo con una gran facilidad, generando un buen clima y manteniendo la atención del público. Acá recién en los últimos minutos del film nos centramos en lo que ocurrirá allí, sin conocer a ninguno de los pasajeros, excepto a los tres amigos. No podemos empatizar personalmente con el resto de los personajes (únicamente por una transferencia humana y el peligro al que se exponen), pero no conocemos sus vidas ni lo que se pone en juego. A lo largo de la cinta sólo veremos algunos flashes de lo que vendrá, pero queda algo forzado, teniendo en cuenta que la historia está contada en forma cronológica y no tenemos un estable vaivén entre el hecho y la vida de los amigos. Por otro lado, se observa una clara tendencia pro-norteamericana y pro-bélica, dando a entender que sólo por haber sido soldados pudieron frenar el ataque y saber cómo comportarse durante el acontecimiento, algo que puede llegar a ser verdad, pero durante la película se le da mucho énfasis a la fascinación por la guerra por parte de los chicos durante su infancia y juventud. Algo a favor se encuentra en la elección del elenco. Luego de no dar con los actores indicados durante el casting, Eastwood insistió en que los propios protagonistas del atentado realizarán sus papeles en la ficción. Nadie mejor que ellos para saber qué es lo que sentían y pensaban en ese instante y para construir su amistad. Se nota la química entre ellos y a pesar de no ser profesionales se los ve muy naturales. Los aspectos técnicos durante las escenas del tren, que son las más complicadas de realizar, se encuentran muy correctas y logradas. En síntesis, la nueva película de Clint Eastwood no cumple con las expectativas. No deja de ser entretenida en sus últimos minutos pero tarda en cobrar vuelo, ya que lo que uno va a ver, que es cómo unos jóvenes frenaron un atentado terrorista, sólo ocurre al final del film y durante su primera hora se dedica a retratar la vida de los protagonistas (que hasta ese entonces tampoco era sobresaliente ni muy interesante). Además, se hace mucho hincapié en la guerra y el rol del ejército como algo positivo y nacionalista. Sin dudas, una de las más flojas cintas del realizador.
Clint Eastwood estrena su nueva película, 15:17 tren a París, donde narra la historia real de unos jóvenes norteamericanos que impiden un atentado en un tren que va rumbo a París. Como mayor singularidad, estos tres personajes principales están interpretados por los propios protagonistas del hecho. Spencer, Alek y Anthony son tres jóvenes californianos que, después de hacerse adultos y haber intentado convertirse en aquello que cada uno quería, deciden irse de viaje por Europa. Allí quedan en medio de un intento de ataque terrorista que terminan impidiendo. Pero la historia de la película (que está basada en el libro que ellos mismos escribieron) comienza mucho antes. Así, 15:17 tren a París parece en un principio ser varias películas en una. Durante la primera parte, los conocemos como niños. Los tres se caracterizan por tener problemas en la escuela, son marginados, sienten que no encajan, excepto entre ellos. Ya durante la adolescencia, aunque algunas circunstancias los alejen, se siguen manteniendo en contacto. Y el foco principal estará en Spencer, quien decide unirse a la Fuerza Aérea para convertirse en rescatista, aunque nadie lo crea capaz de lograrlo. Y todo parece indicar que no estaban tan equivocados. Spencer pone todo de sí y sin embargo un problema físico le impide postularse para el puesto que desea. Así, después se ve en un lugar que no lo termina de convencer pero esto no le impide seguir dando su mayor esfuerzo, aunque siga pareciendo que nunca va a dar sus frutos, pues nada le sale del modo que esperaba. A esta altura el contacto entre los tres amigos se da principalmente vía skype, donde se ponen al día, se alientan y deciden que durante aquellas vacaciones van a irse de mochileros a Europa. Tres norteamericanos en Europa, conociendo gente, bebiendo cerveza, sacándose incontable cantidad de selfies, visitando los lugares más típicos y elegidos de estos destinos. La vida es dura, difícil pero ahora ellos están disfrutando del reencuentro y de un viaje soñado. Y entre tantos destinos de Europa no terminan de decidirse si vale o no la pena visitar París. La última parte de la película es la que se enfoca en el hecho principal, el que los hizo célebres, y es ahí donde reviven el momento en que todo lo que antes había parecido en vano para Spencer de repente cobra sentido. Si bien durante todo el relato hay pequeños atisbos de imágenes de lo que sucede en el tren aquel día, es recién acá donde el film consigue la tensión necesaria, si bien uno ya conoce de antemano la resolución. Si bien no son actores profesionales, hay que decir que los tres protagonistas están muy bien en sus respectivos papeles. Claro, se interpretan a ellos mismos, pero es imposible no pensar en que no debe haber sido fácil revivir ciertos momentos y lo cierto es que se desenvuelven en cada uno de estos bastante bien. Después están las actrices Judy Greer y Jenna Fischer como madres que, ante todo, quieren lo mejor para sus hijos. Por otro lado, con excepción de algunas partes del viaje a Europa, no se percibe un aire a documental o una mera recreación de hechos. Al mismo tiempo, a nivel cinematográfico se la siente poco inspirada. Y eso se nota sobre todo cerca del final, cuando no puede evitar subrayar ideas claras desde un principio. Después está el detalle de que hay un cuarto condecorado pero parecería que ni interesara. Un francés que aparece en la escena pero nunca tiene una pizca de protagonismo, porque lo que importa es la historia de los tres norteamericanos. Tampoco el terrorista tiene un atisbo de construcción como personaje. Todo resulta más bien plano.
Hace tiempo que se nota un problema en mucho cine estadounidense: pasada la mitad, después de un comienzo bueno, incluso excelente, las películas se enredan, no saben resolver situaciones narrativas, caen en subrayados, arruinan todo lo que habían construido. Un misterio del que desconocen las causas. Resulta que en 15:17 Tren a París pasa lo contrario: la película tiene un comienzo pobre que hace esperar lo peor, pero a medida que avanza cobra un espesor impensado. La premisa es curiosa: un director de ochenta y siete años, presuntamente conservador en lo formal y en lo político, filma una película basada en una situación real actuada por los protagonistas de los hechos que por momentos no parece un producto de Hollywood en busca de la tradicional eficacia narrativa, sino un experimento proveniente de otras zonas del cine. Como si Eastwood, al que se llama con frecuencia el último director clásico, quisiera despistar a sus seguidores y probara suerte con una estética contemporánea. La infancia de los protagonistas no podría estar contada con menos pericia: conflictos gruesos, diálogos torpes, actuaciones flojas (salvo por Paul-Mikél Williams, que tiene un swing impresionante y parece un actor veterano). Algo de toda esa factura tosca, sin embargo, parece tener una función dramática: podría pensarse que Eastwood quiere mostrar las distintas formas de precariedad (escolar, familiar, cultural) que marcaron la niñez de los personajes, y que trata de hacerlo no solo dentro de los límites del relato, sino trasladando al espectador el aire viciado de un pueblito y de una escuela católica donde no quedan muchos resquicios para madres solteras con hijos inquietos. La narración adquiere entonces los rasgos del entorno estrecho y asfixiante que retrata. Lo que sigue es extraordinario. Después de contar cómo Spencer Stone se hace un lugar en una institución militar, la película los sigue a él y a Anthony Sadler durante un viaje por Europa. La secuencia se extiende mucho más de lo que uno esperaría y por momentos pierde su carácter narrativo: nada de los recorridos por Roma, Venecia o Amsterdam aporta información nueva sobre los personajes ni prepara el terreno para lo que vendrá después, solo se los ve recorrer la ciudad, conocer gente, visitar sitios históricos. Como si, nuevamente, Eastwood pusiera entre paréntesis el relato para dedicarse a observar sin apuro lugares, monumentos y bares tratando de llevar a la experiencia del visionado la placidez del viaje. Finalmente, el trío se sube al tren en el que desarman a un terrorista. Hay algo profundamente cinematográfico en la secuencia: los protagonistas le ponen el cuerpo una vez más a la misma situación de peligro y el efecto de realismo que surge de las imágenes es increíble. La confrontación dura muy poco, todo ocurre demasiado rápido y bien lejos de las convenciones fílmicas del cine de acción: la pelea entre los tres personajes y el terrorista es brutal, azarosa, todos reaccionan con una torpeza y una impulsividad que el cine en general no concibe. No hay atisbos de heroísmo o de estrategia, solo reflejos, músculos que parecen moverse a una velocidad propia, como cuando Spencer se lanza contra el agresor como si recordara instintivamente algún entrenamiento olvidado. Los tres sujetan, golpean y lastiman al atacante como pueden: el salvajismo y la desesperación general hacen acordar a la escena de La cortina rasgada en la que Paul Newman y una campesina a la que recién conoce tratan de matar sin éxito a un espía durante unos cinco minutos insoportables. El enfrentamiento dura poco, entonces. Podría estirarse agregándole diálogos, intercambios entre los personajes, amenazas del terrorista, pero Eastwood confía ciegamente en el material que tiene entre manos: cree (y tiene razón) que puede filmar una escena de acción y tensión altísimas si economiza recursos y se concentra en cada pequeño momento de la situación. Pareciera que con 15:17 Tren a París el director hubiera querido hacer la película opuesta a Sully, que gira insistentemente en torno a la catástrofe aérea y a la figura imponente de Tom Hanks. No repetir una fórmula exitosa, probar otra cosa, incluso el camino contrario: relegar el hecho principal a un lugar secundario y breve y tratar de construir toda una película alrededor de tres chicos de pueblo sin demasiadas luces que se interpretan a sí mismos, y hacer de ellos personajes más o menos cautivantes, capaz de sostener el interés del público durante una hora y media.
La película deja un saldo negativo. No por la historia, sino por cómo el director quiere que sea contada. Una de las pocas cosas que si están muy bien logradas, es el desenlace, no por lo que pasa en sí, sino por como lo transmite. El 21 de agosto de 2015, un marroquí llamado Ayoub el-Khazzani abordó en la capital de Bélgica, un tren cuyo destino final era la capital francesa, París. En su mochila y bolso de mano, él cargaba un fusil automático AK47 y varias armas que activó a bordo con la intención de cometer un atentado terrorista dentro del tren de alta velocidad que se encontraba colmado de gente y mayormente de turistas. Este atentado, logró ser impedido por tres jóvenes estadounidenses que subieron en Ámsterdam con la idea de continuar en París sus vacaciones europeas. Con el riesgo de perder sus vidas, lograron detener al terrorista hasta que la policía francesa lo arrestó en una de las estaciones que se encontraba a mitad de camino. Este hecho inspiró al director norteamericano para transmitir esta gran muestra de valentía y heroísmo a todo el mundo y es por eso que este año llega 15:17 Tren a París (The 15:17 to Paris). Clint Eastwood, quién ya tiene experiencia a la hora de relatar sucesos que ocurrieron en la vida real con Sully (2014), presenta este docu-drama donde se relatan todos los acontecimientos de ese casi fatídico día y lleva más allá contando la historia de dónde surgió la amistad de los tres héroes protagonistas. Dichos héroes, serán interpretados por sí mismos en esta que será su propia historia. Spencer Stone, Anthony Sadley y Alek Skarlatos pondrán en cuerpo y la mente para recrear los acontecimientos que los llevaron al reconocimiento en Francia y en los Estados Unidos. Esta peli, que intenta contagiar el patriotismo que siente Eastwood por su país, tiene fallas por todas partes, algunas son entendibles y otras, no hacen nada más que llamar la atención, ya que Clint es uno de los directores más queridos del país del norte. Empezando con la descripción, el relato está cargadísimo de elementos subjetivos del director hasta tal punto que cansa y mucho. La frecuencia con la que la cámara toma banderas estadounidenses es a simple viste notoria y queda terriblemente repetitiva. Exactamente lo mismo sucede con la religión, personajes que recurren una y otra vez a la consulta con “El Señor”, y todos sus sinónimos, provocan mucha incomodidad ya que se ve demasiado forzado. También, posee todo tipo de estereotipos y lugares comunes en todos los escenarios donde el director y su cámara nos transportan. El director, en su afán de contar paso por paso y detalle por detalle la historia de cómo se conocieron los protagonistas, se toma un tiempo llamativamente más largo de lo que cualquier otra película lo hace. El primer acto es larguísimo. Con saltos temporales de espacio una y otra vez, es muy difícil determinar en qué época se encuentran o si están en contacto. Todo esto se ve interrumpido con algunas imágenes de lo que nos espera en el tren, siendo esto uno de los aciertos a la hora del relato. Prepara bien el momento de la acción, pero parece que éste nunca va a llegar, ya que tarda demasiado en todo lo demás en una película relativamente corta con duración de 95 minutos. Un punto clave es el de las actuaciones. Al querer homenajear a estos valientes jóvenes, Eastwood prefiere resaltar y enfocarse en el aspecto emotivo y dramático más que en el de la calidad con la que puede llevarse a cabo la historia. Pero ellos al no ser actores, hay muchas cosas que no logran ser transmitidas con la intención inicial. No viene mal mencionar, que dos de ellos, Spencer Stone y Alek Skarlatos, han dedicado varios años de su vida a la protección de Estados Unidos desde distintos lugares de su ejército hasta el 2015, donde ocurrió todo. El elenco también cuenta con dos actricez de primer nivel como Jenna Fischer (Pam en The Oficce) y Judy Greer (Jurassic World, 2015), pero ellas se ven presas de un guión que no ayudan en nada al film. Una de las pocas cosas que si están muy bien logradas, es el desenlace, no por lo que pasa en sí, sino por como lo transmite. Finalmente se pueden sentir angustia, emoción y desesperación que los protagonistas realmente deben haber sentido. Con un juego de cámaras totalmente frenético y vertiginoso, Eastwood realiza un plano secuencia tremendo que hace creer al espectador que es él quien lleva la cámara.
Fiel a dos banderas Que más se puede decir de Clint Eastwood que no se haya dicho, o él mismo no haya aclarado. Se declara libertario, apoyo a Trump, pero está a favor del control de armas. Nació y vive en California, es director de cine y desde ahí se puede llegar a entender las razones de la realización de éste filme. Por un lado los homenajeados son oriundos de la ciudad de Sacramento, capital del estado de California, ahí le surge inevitablemente el “patrioterismo”. Pero estamos hablando también de un gran director de cine, y en esta variable es que el dos veces ganador del premio de la academia, se posiciona como un clásico narrador que no deja de correr riesgos al innovar. Basada en hechos reales, no es la primera película que Clint recurre a este origen, narra los acontecimientos dentro del tren mencionado que resultaron ser en el que tres jóvenes americanos desbaratan un atentando por parte de un fanático musulmán. La anécdota en si misma casi no ocupa espacio temporal dentro de los 94 minutos que dura la proyección. Se dedica a la construcción de la historia de vida de los tres personajes principales hasta llegar al momento de la acción propiamente dicha. Nada dice de la vida del terrorista, ahí parece caer en su propia “trampa”, aunque nada justifique el terrorismo. Narrada con elipsis y saltos temporales, actuada por los mismos protagonistas de los hechos reales, nos van contando como estos tres amigos llegan a estar presentes en ese tren de Ámsterdam a Paris. Por un lado vemos como crecen esos tres chicos en una escuela cristiana, del que son, por distintas razones, victimas de sus compañeros y asiduos concurrentes a la dirección del mismo. Jugando a ser soldados desde muy pequeños, y llegados a serlo dos de ellos en la vida adulta, pero sin lograr sus objetivos primordiales. Hasta que el pasado y el presente se fundan en ese viaje por Europa, que emprenden los tres amigos, primero por separado para luego continuar juntos. En ese devenir da la apariencia de estar frente a un filme turísticos, los héroes transitan como tales por Venecia, Roma, Berlin, pero no es insubstancial, nunca dejamos de tener presente que dos de ellos son militares, pero son mostrados como seres comunes y corrientes. Para luego ser puestos en situación extraordinaria, estando ellos mismos preparado para hacerlo. Tal situación, dicho de otro modo, juega en el doblez de los protagonistas, en el momento en que se arriesgan y logran detener el atentado, son mostrados como turistas comunes, pero sabemos que no lo son. Otros puntos altos en la producción en general son, la construcción del relato en si mismo, haciendo uso del montaje, empleando imágenes de archivo sin que lo parezcan, de manera tal que oculta a los mismos elementos narrativos del que se apoya para hacerlo, y en segundo termino la utilización de los verdaderos protagonistas de la historia, Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler se interpretan a si mismos, no son actores y salen airosos, eso depende únicamente e indefectiblemente del pulso del director. Se respira todo el tiempo de proyección la idea que Clint tiene sobre el devenir de estos tiempos, terrorismo incluido, pero lo hace haciendo cine. (*) Realizada por Arthur Dreifuss, en 1959.
Propaganda by Clint Eastwood El realizador de "Los Imperdonables” y "Francotirador" hace de una anécdota un largometraje acartonado y sin alma En agosto de 2015, un tren con 554 pasajeros a bordo, que recorre el trayecto Ámsterdam-París, es el objetivo de un terrorista islámico que planea un mortal atentado. El accionar de tres jóvenes norteamericanos impide una tragedia de proporciones. Al igual que en Sully: Milagro en el Hudson, el veterano Clint Eastwood toma un hecho de la historia reciente para armar una película, pero en este caso y a diferencia de aquella protagonizada por Tom Hanks, resulta poco atractiva, con un guión sin matices, que pese a lo acotado del metraje (94 minutos) se hace extenso. Play Nadie duda que el viejo Clint es un gran narrador, pero aquí no hace gala ni honor a su increíble filmografía, por el contrario este parece una película hecha por encargo y a desgano. Un cortometraje estirado al máximo montado a base de escenas inconexas y sin sentido. Para llegar al clímax de la historia, el ataque en la formación, el realizador nos lleva a la infancia del trío protagonista, a escenas escolares muy simples que lucen similares a las de un telefilme de bajo presupuesto. Para colmo, luego remata la faena con eternas secuencias de las vacaciones por Europa de los tres héroes, escenas sin sentido que funcionan como un catálogo turístico de ciudades como Roma, Venecia o Ámsterdam. Eso sí, la apuesta más arriesgada de este largometraje y en donde Eastwood sale bien parado, se da en la utilización de los protagonistas reales de la historia. El director desistió de llamar a actores profesionales para los papeles principales, y utilizó a los verdaderos protagonistas del hecho encarnándose a sí mismos. El resultado no solo es creíble, sino que además, genera una sensación documental que ayuda a la verosimilitud de las secuencias, sobre todo aquellas que se dan durante la confrontación con el extremista. Los noveles intérpretes se ven naturales, y más allá de sus cualidades actorales, hacen lucir a Estwood como un gran director de actores. Al igual que en Francotirador (película muy superior a este trabajo) aquí se exalta el espíritu americano en un argumento por momentos maniqueo (de hecho no hay ningún dato que permita humanizar al "villano") y con ciertos tonos de exacerbado patriotismo. Un filme menor de un director enorme.
YVAN EHT NIOJ A Clint Eastwood se le terminó soltando la cadena republicana. Clint Eastwood nunca escondió su corazoncito patriótico y republicano. “Francotirador” (American Sniper, 2014) es una prueba irrefutable de ello, pero con “15:17 Tren a Paris” (The 15:17 to Paris, 2018) decide exaltar la figura de otro tipo de héroe, “fortuito”, aunque el objetivo propagandístico sigue siendo el mismo: el del norteamericano (barón, blanco, católico) dispuesto a dar la vida por otros porque, de alguna manera, se preparó toda la vida para eso. El realizador toma como punto de partida un hecho real, un frustrado ataque terrorista durante el trayecto del Thalys #9364, un tren con destino a París desde la ciudad de Ámsterdam el 21 de agosto de 2015, cuando tres jóvenes turistas de Estados Unidos evitaron que un hombre fuertemente armado abriera fuego contra los pasajeros. Estas son las circunstancias sobre las cuales se desarrolla de la película, pero en los ojos de Eastwood, son más bien el resultado (¿el destino?) de estos tres muchachitos. Cuando uno piensa en este tipo de acontecimientos dramáticos, que celebran el heroísmo del individuo común y corriente en circunstancias llenas de peligro y tensión, en seguida se le viene a la cabeza “Vuelo 93” (United 93, 2006) de Paul Greengrass: seres anónimos y con caras no reconocibles con los que terminamos empatizando porque su historia nos resulta muy palpable y real. En “15:17 Tren a Paris” Eastwood refuerza esta idea prescindiendo de intérpretes profesionales y utilizando a los verdaderos protagonistas: Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler, tres pibes sin ninguna experiencia actoral que, a pesar de lo que vivieron, no logran trasmitir el dramatismo del momento. Bah, no logran transmitir absolutamente nada, pero no podemos echarles la culpa. El director se decide por esta suerte de docudrama que recrea gran parte de su vida y su paseo por Europa, culminando en este atentado que los convirtió en héroes, de una manera muy desapasionada y abúlica. Arrancamos en el año 2005, en la ciudad de Sacramento, donde los jovencitos Stone y Skarlatos se preparan para terminar la primaria con varias dificultades de aprendizaje y temitas de conducta. Hijos de madres solteras más afectas a los rezos que a la disciplina, bastante problemáticos y antisociales, los chicos pasan su tiempo fascinados con las armas de juguete y el ejército, fantaseando con unirse a sus filas cuando les llegue la hora. Tras cambiar de escuela conocen a Sadler, un nene afroamericano y extrovertido que conecta con ellos a pesar de las diferencias. Los tres amigos van tomando caminos diferentes, pero nunca pierden el contacto. No sabemos mucho de Anthony porque Clint no se molesta en mostrarnos sus intereses o su familia, en cambio se concentra en Spencer, quien hace hasta lo imposible por unirse al cuerpo de rescatistas de la Fuerza Aérea, pero no cesa de fracasar en sus exámenes, sin importar cuanto lo intente. Mientras tanto, su amigo Alek logró llegar hasta Afganistán, pero la poca acción del “campo de batalla”, ya no lo emociona como aquellos juegos de chicos. Aprovechando algunos días libres de licencia, los tres amigos deciden encontrarse en Europa y pasear por sus ciudades como cualquier turista. Así los retrata el director, entre selfies, museos y paisajes conocidos, sin sumar gran cosa al relato, más allá de esta idea que se repite Stone a cada momento de que él “está predestinado para hacer algo importante”, como si supiera lo que el destino le tiene preparado a la vuelta de la esquina. Todo es muy azaroso ya que el trío no está convencido de pasar por Francia, pero cuando llega el momento de actuar, es Spencer el que toma la iniciativa. Nadie les quita lo heroico a estos pibes, un momento casi desapercibido en la pantalla. Una “anécdota” del tercer acto donde consiguen entre todos reducir al terrorista, pero que no logra convertirse (a los ojos del espectador) en esa culminación que nos vienen anticipando. No hay emoción, ni tensión, solo engaño, y tarde nos damos cuenta que estamos ante una vil propaganda del “make America great again”, donde todos esos jovencitos con poca educación y sin rumbo pueden encontrar satisfacción empuñando un arma por su país… y una buena causa. Ese es, en definitiva, el mensaje de “15:17 Tren a Paris”. Madres que no pueden controlar a sus hijos y prefieren rezarle a dios antes de que escuchar los consejos de los maestros. Sin otro lugar a dónde recurrir (y en oposición a los muchachitos de Columbine), estos adolescentes hacen catarsis empuñando un arma por su país y aprendiendo a luchar a mano a mano, aunque la excusa sea la de ayudar y rescatar sin necesidad de violencia. Eastwood filma como un amateur, metiendo en su historia una sucesión de hechos cotidianos que no nos causan ninguna emoción o reacción. Incluso su paso por Medio Oriente no tiene mucho sentido, aunque él crea que de esta forma nos está señalando el carácter (más bien, la torpeza constante) de los protagonistas. Estos pibes son corpulentos, blanquitos, rubios y atléticos, pero la cabeza no les da para mucho más. Igual, se convierten en salvadores porque el heroísmo no discrimina. A diferencia del realizador, que se olvida completamente de Sadler, reducido al personaje canchero y menos involucrado en la hazaña. “15:17 Tren a Paris” es la respuesta republicana a todas esas grandes películas que vimos durante el 2017 que celebran la diversidad y el heroísmo desde diferentes lugares. Un retroceso, un volver al status quo que intenta representar una realidad (social) y resaltar el naturalismo con sus personajes reales y cotidianeidad, pero que termina creando un híbrido demasiado extraño e indiferente. LO MEJOR: - Los paisajes europeos. - El atisbo de tensión del tercer acto. LO PEOR: - La propaganda es más importante que los héroes. - Eastwood se pierde en su propia ideología. - Personajes femeninos reales, ¿qué es eso?
Hay muchas rarezas en esta película de Clint Eastwood que quizás se lea equivocadamente como una defensa del intervencionismo estadounidense, de las FF.AA. de ese país, etcétera. Sería una mirada demasiado superficial. El film narra la historia de los tres soldados que evitaron una masacre a bordo de un tren entre Amsterdam y París, en agosto de 2015, a manos de un probable terrorista (el curioso puede buscar datos en Wikipedia respecto del ataque). La primera rareza consiste en que los tres amigos -dos de ellos, militares- de vacaciones en Europa que se topan con el acontecimiento y evitan la ordalía no están interpretados por actores, sino por ellos mismos. Eso, dirigir a quienes no saben actuar, ya es una hazaña. La segunda, que Eastwood deja clara la relación entre posibilidades, seguridades y azares en un acontecimiento heroico. Tercero, que la película es sobre cómo estas tres personas forjan valores a lo largo de sus vidas y cómo eso se relaciona con un acontecimiento en el fondo breve. Lo que hace Eastwood, en lugar de crar una glorificación automática, es tomar distancia y mirar, dejar vivir a sus protagonistas, opinar pero sin imponer sus propias ideas. Y -última rareza- logra filmar en un espacio pequeño una serie de acciones caóticas con una claridad absoluta y bella. Eastwood sigue siendo un sabio y se anima a mostrar lo suyo sin importar el riesgo. Es un verdadero placer ver a un realizador que hacer el cine que quiere: no quedan muchos.
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La chaqueta norteamericana* Por Denise Pieniazek 15:17 Tren a París( The 15:17 to Paris, 2018) es el último largometraje del gran Clint Eastwood, uno de los últimos herederos de las normas clasicistas de narración cinematográfica. En esta ocasión al igual que en otras ocasiones decide basarse en hechos de la vida real, pero lo peculiar en esta circunstancia es que sus protagonistas no son actores, sino los actantes reales de dicho acontecimiento. El hecho se refiere a un ataque terrorista que evitaron tres jóvenes norteamericanos en un tren que se dirigía hacia París en el 2015. El punto de vista del relato está puesto principalmente desde Spencer Stone uno de estos tres jóvenes. 15:17 Tren a París presenta un relato anacrónico con vaivenes temporales en donde mediante breves “flashes” del ataque terrorista en el cual se previene al espectador que algo terrible ocurrirá, generando así intriga al respecto, a través de la dinámica dosificación de la información. Por otro lado, tenemos el raconto de la vida de estos tres jóvenes, Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler, quienes son amigos desde la pre-adolescencia y se han formado en un colegio cristiano y dos de ellos admiran la guerra desde temprana edad, ansiando reclutarse en el ejército norteamericano. En ese sentido el relato a pesar de su sentido patriotismo norteamericano, también realiza varias críticas a este sistema, en especial al sistema educativo y a la institución cristiana, pero reivindicando la institución militar. El filme propone además otros modelos de familia no canónicos, puesto que ellos son hijos de "madres solteras". En un plano más espiritual, constantemente el relato advierte que un futuro grande, un propósito, les espera a Alek y Spencer. Incluso los lugares que visitan están marcados por las batallas, el Coliseo romano y partes históricas de la Alemania Nazi. En Alemania hay una inteligente crítica al imperialismo norteamericano, al marcar un guía turístico alemán el lugar de muerte de Hitler, explica que no eran los norteamericanos los que estaban más cerca sino los rusos, mostrándoles a estos tres jóvenes que la historia oficial que ellos conocen no siempre es la certera, ni que todas las victorias son norteamericanas. Sin embargo, contradictoriamente el director enaltece el heroísmo norteamericano de estos tres jóvenes constantemente, mediante ese plano de destino divino predeterminado que se mencionó anteriormente y debido a su previa preparación militar. Aunque Eastwood originalmente presente en su película, al estilo “pasoliniano”, actores de la vida cotidiana, es decir, personas reales sin formación actoral alguna, la película carece de clímax y no está a la altura de los excelentes relatos a los que el actor y director nos tiene acostumbrados. Una vez más un relato acerca al arte a la vida cotidiana, un rasgo cada vez más notable de la posmodernidad, y debido a este recurso es que el vínculo entre estos tres amigos es real. Por último, no es inocente que se haya seleccionado este acontecimiento como centro del filme, constantemente los filmes de Eastwood hablan de las diferencias entre naciones, y también de las diferencias culturales. En 15:17 Tren a París secentra el foco justamente en Europa la cual ha sufrido constantes ataques terroristas en los últimos años atribuidos a ISIS, por ende, el relato expone un conflicto actual entre occidente y oriente, el cual es mucho más profundo que este acontecimiento en sí mismo. *El título de esta review hace referencia a la película Full Metal Jacket (1987) de Stanley Kubrick, cuyo afiche aparece en la habitación de Spencer Stone en el filme.
15:17 Tren a París es la última película del director y actor estadounidense Clint Eastwood, para ser exactos la número 36 en su carrera como cineasta, y a quien sus 87 años parecen no pesarle, llegando incluso a realizar casi un film por año, siendo Sully del 2016 su última producción. En lo referido al guión, la encargada es Dorothy Bliskal, quien tomó como referencia el libro justamente escrito por los tres protagonistas reales del incidente, y que Eastwood llamó para que hagan de si mismos en el film. El nombre de está cinta refiere al atentando ocurrido el 21 de agosto de 2015, en un tren que viajaba de Amsterdam a París, en donde se encontraban los tres jóvenes norteamericanos, que lograron filtrar a un terrorista dispuesto a realizar una matanza, y así evitar que las circunstancias lleven a una situación de mayor gravedad, reduciendo a 0 el número de muertos. El foco de la historia de 15:17 Tren a París está puesto en la amistad de estos tres jóvenes, que obstruyeron el intento de dicho terrorista. De adolescencias conflictivas, unos diez años antes Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler se harán amigos en un colegio católico del barrio, y en el duro contexto que puede ser a veces la escuela secundaria, con sus respectivas dosis de discriminación y bullying. Los mismos conflictos, y sus debidas repercusiones, serán los encargados de distanciarlos, siendo Anthony el primero en alejarse. No obstante, ni el paso del tiempo, ni la distancia, quebrantará esa unión. En la narración de sucesos pasados, el enfoque más rotundo será sobre Spencer, que optará por alistarse en el ejército, eligiendo cambiar determinados malos hábitos, y enfocarse en una meta clara, que parece ser el camino que más lo reconforta. Esto no será fácil, en absoluto, pero quizás sea el intentarlo y esforzarse, lo que a la larga le otorgaría los elementos para poder involucrarse en una instancia de tal magnitud, brindándole incluso las herramientas y el corage para actuar como corresponde en el peor de los momentos. Si bien su comienzo parece prometedor, la historia en si no resulta convincente; el hecho de estar basado en un suceso que ciertamente ocurrió, no significa que mágicamente uno crea lo que ve. Quizás tampoco sea una decisión acertada el haber elegido a los tres protagonistas reales del hecho a narrar. Por momentos forzado, en otros tantos insípido, la película en si no aporta nada a la causa, siendo un film de una intrascendencia abrumadora. Los pasajes de la cinta donde muestran parte del viaje previo de los jóvenes, seguramente incluidos con la idea de hacer foco en la amistad, resultan totalmente carentes de gracia alguna, tornándose aburridos. Como complemento negativo, el patriotismo de por si presente en la mayoría de las producciones norteamericanas, aquí danza en exceso, resultando chocante. Si bien Clint Eastwood es un director respetado, ha logrado realizar un film inocuo, carente tanto de fuerza, como de credibilidad, donde poco hay por rescatar.