El maridaje del género, la cinefilia y la música Que aparezca una película como Baby: el Aprendiz del Crimen (Baby Driver, 2017) es motivo de celebración. A pesar de ser de género, es de esos productos que no abundan en estos tiempos, lo cual lleva a reflexionar sobre la dirección que ha tomado el cine industrial, menos preocupado por las historias, las estructuras, las referencias cinéfilas y por la inoculación de ligeras variaciones a esos moldes llamados géneros que por reproducir éxitos de otros tiempos o extender el mundo de los superhéroes a un cuasi monopolio. Edgar Wright pertenece a esa clase de directores que se ha formado delante de un televisor y de un reproductor de VHS, alimentándose de las películas de los ‘70 y los ‘80, de los clásicos que irrumpieron en los cánones y mandatos de Hollywood. Baby… es una película que arriesga desde el primer minuto: un asalto a un banco es mostrado en un segundo plano fuera foco mientras que la primera capa visual es un plano corto de Baby (Ansel Ergot), el joven conductor de la banda, quien se presenta con sus auriculares al mango, de los que sale la frenética canción “Bell Bottoms”, de Jon Spencer and The Blues Explosion, perfecta para una persecución. Una idea bien inspirada en las películas sententosas de William Friedkin. Su personaje sufre una condición auditiva que se aminora al escuchar música prácticamente todo el tiempo con auriculares. En este prólogo hay un poder de síntesis insuperable (un rasgo de los géneros que solo pueden aprovechar algunos) porque se presenta al protagonista sin la necesidad de explicar con diálogos; se lo ilustra a partir de la música, usada dramáticamente y además como motor de la historia, y ambas cosas dentro de una secuencia de acción simple, basada en el montaje y el ritmo interno de los tiempos del relato. Los motivos por los que Baby se dedica a los actos criminales no son más que excusas para situar a un hombre ordinario en un mundo que le es ajeno, en el que está obligado a participar y del que quiere escapar. El cerebro es Doc (un Kevin Spacey casi en piloto automático), a quien el protagonista le debe y espera saldar con un par de golpes más. La arista tierna de Baby la despiertan Joe, su padrastro sordomudo y un amor en construcción con una mesera; en ambos casos también hay excusas para el despliegue musical, del que surgen Beck, Carl Thomas, T-Rex, Dave Brubeck, entre otros. Tras el furioso prólogo, hay un redoble de apuesta en lo retórico al pensar los títulos a partir de un plano secuencia, al ritmo de Harlem Shluttle de Bob & Earl. La música utilizada a tal efecto no es nada nuevo para Wright: basta recordar a Scott Pillgrim vs los Ex De La Chica De Mis Sueños (Scott Pillgrim vs The World, 2010), su película más arriesgada, aunque, paradójica, se trató de su debut en Hollywood. Más allá de esta referencia, Wright sabe que la estructura de su film es la de las películas de robos, pero las acciones referidas a los golpes en sí aparecen en un segundo plano (como el mencionado del inicio) o fuera de cuadro. Es así que el director privilegia la subjetiva de su protagonista, ubicándolo siempre en un plano corto, hasta incluso tapando casi en su totalidad lo poco que se puede apreciar de los robos, cada uno –por cierto- bien distinto del otro. El humor, como también se dijo, tiene la marca de su director, por ejemplo en la cita cinéfila cuando un personaje equivoca las máscaras de Michael Myers (el asesino de la saga Halloween de John Carpenter) con las de Mike Myers (el protagonista de la trilogía Austin Powers). Si las obras maestras se miden con la vara de la novedad y de la inventiva (por citar dos características) Baby… no podría ser catalogada como tal, aunque sí rellena el casillero del entretenimiento y la referencia a un cine que, en un tiempo no tan lejano, estaba presente pero que en cambio hoy está al borde de considerarse una rareza dentro del mapa industrial. Es probable que esta nueva película de Wright sea la más cercana a esa filiación con su cinefilia, pero contorneada por un estilo en el que prevalece el humor, la mirada lúdica y la retórica asentada en el uso de la cámara como principal arma narrativa. Todos elementos lejanos al cine de género que prevalece por estos tiempos, más preocupado por responder a la transtextualidad urgente (secuelas, precuelas, remakes, etc.) y a la nostalgia de tiempos no vividos.
Volante melómano a sueldo Si bien es innegable que las mejores películas de Edgar Wright continúan siendo Muertos de Risa (Shaun of the Dead, 2004) y Arma Fatal (Hot Fuzz, 2007), y que las dignas Scott Pilgrim vs. los ex de la Chica de sus Sueños (Scott Pilgrim vs. the World, 2010) y Bienvenidos al Fin del Mundo (The World’s End, 2013) cayeron unos cuantos escalones debajo, hoy la nueva obra del director y guionista británico, Baby: El Aprendiz del Crimen (Baby Driver, 2017), se ubica cómoda en un terreno cualitativo intermedio entre esas dos puntas, ya que por un lado no llega a ser tan refrescante y pareja como las dos primeras y por el otro sí logra superar aquellos esquematismos narrativos -y esa falta de inspiración y verdadero desparpajo- que caracterizaron a las dos segundas y que el señor maquillaba mediante una catarata de artificios visuales destinados a extasiar el ojo mas no el corazón. Desde el vamos conviene aclarar que el film es muy disfrutable dentro del contexto del cine contemporáneo por dos sencillas razones: en primera instancia, debido a que es entretenido, lisa y llanamente, y en segundo término, en función de un combo conformado por una premisa de hierro, escenas de acción old school eficaces y una suerte de disposición narrativa/ musical que no se siente arbitraria en ningún momento gracias al hecho de que la profusión constante de canciones complementa el devenir de los personajes vía una edición bastante certera. El opus de Wright toma asimismo la estructura de las heist movies y focaliza el relato en el ardid del “conductor especializado en huidas”, un puntapié retórico clásico -del subgénero de los asaltos más difíciles- que dio forma a unas cuantas propuestas que van desde The Driver (1978), de Walter Hill, a Drive (2011), de Nicolas Winding Refn. Lejos del retrovideoclipismo noventoso y el montaje esquizofrénico de buena parte del cine mainstream actual, Baby: El Aprendiz del Crimen se concentra en el protagonista del título, interpretado por Ansel Elgort, un joven que padece tinnitus y lo contrarresta escuchando música todo el tiempo con auriculares y leyendo los labios de todos a su alrededor. La primera media hora del metraje nos presenta sus últimos dos “trabajitos” como chófer para Doc (Kevin Spacey), un cabecilla que organiza atracos con diferentes subalternos y le viene cobrando a Baby que le haya robado un auto tiempo atrás (de todas formas, siempre le tira unos billetes después de cada saqueo). Considerando que su deuda con Doc está paga, el muchacho se relaja e inicia una relación con Debora (Lily James), una mesera de un bar que frecuenta, y hasta empieza a trabajar como delivery de pizza siguiendo el consejo de su padre adoptivo sordo, Joseph (C.J. Jones), quien se hizo cargo del joven luego de la trágica muerte de sus padres en un accidente automovilístico. Desde ya que las cosas no serán tan fáciles para Baby porque pronto Doc vuelve a solicitar sus servicios para otra arriesgada faena, ahora amenazándolo sutilmente con asesinar a Debora y Joseph si no conduce el vehículo de entrada y salida que llevará al equipo encargado de asaltar una oficina postal, léase Bats (Jamie Foxx), Buddy (Jon Hamm) y su hermosa esposa Darling (Eiza González). Hay que ser sinceros y afirmar que la película cae en mayor o menor medida en dos de las obsesiones más insoportables de la industria cinematográfica de nuestros días, hablamos de esa típica pose canchera/ cool/ graciosa y la presencia de actores carilindos en todos los benditos papeles, no obstante lo compensa con el sustrato musical de la historia, que va más allá de la berretada que se agota en la cita (pensemos en los últimos films de Quentin Tarantino o James Gunn), ya que resulta realmente funcional al planteo de fondo (Baby necesita en serio de la música, no sólo debido a los acúfenos sino también porque forma parte de su idiosincrasia y su modo de relacionarse con el resto de los mortales). En lo que atañe a las secuencias de acción, son todas muy interesantes pero se sitúan lejos de sus homólogas de las cumbres del género pistero, léase Bullitt (1968), Vanishing Point (1971), Two-Lane Blacktop (1971) y Contacto en Francia (The French Connection, 1971). Quizás los puntos más flojos residen en algunas actuaciones repletas de tics, como por ejemplo las de Foxx y Spacey, y en algunos facilismos del guión del propio Wright, como el encuentro forzado en el bar entre Debora y el equipo de Doc y el recurso del “villano indestructible” al momento de la refriega final, aun así esta fábula en torno a un volante melómano a sueldo resulta satisfactoria a nivel general porque transmite convicción, energía y astucia…
Lo que conocemos de este director son El despertar de los muertos ( Shaun of the dead, 2004 ) y Arma Letal ( Hot Fuzz, 2007 ), parodias de zombies y policías, ambas actuadas por el actor británico Simon Pegg como dos comedias delirantes y muy creativas. En este caso tiene como protagonista a un joven actor Angel Elgort ( nacido en 1994 ) quien interpreta a Baby, un joven poco comunicativo, que se la pasa escuchando su Ipod , y utiliza la música como complemento de su vida y sus diferentes momentos como chofer. Es de destacar el uso intensivo por parte del director, de los diferentes momentos musicales, con un montaje vertiginoso y muy bien coreografiado de las acrobacias espectaculares que se hacen con los autos. Es admirable el manejo de los diferentes vehículos y como están emplazadas las cámaras para registrarlo, es realmente elogiable. Tiene una vieja deuda con el cerebro de una banda de ladrones, el Doc, interpretado por Kevin Spacey, quien va cambiando de secuaces a medida que va diseñando los diferentes atracos. Baby es el chofer de cada uno de esos atracos, y a medida que avanza el film, encontrará el amor, en una jovencita camarera, Debora, interpretado por Lily James, y es junto a ella que vamos descubriendo de a poco el buen corazón que tiene el protagonista. A partir de esta relación es donde comienzan a entrecruzarse las historias de robos, escapadas y naciente amor por parte de Baby. Un comienzo espectacular, una relación peligrosa con una banda de delincuentes, el amor, y los condimentos de una narración impecable hacen un cóctel muy exitoso para el entretenimiento del público. Es una marca registrada la velocidad en la narración de Edgar Wright, y con 21 años de oficio, le permiten jugar eficazmente con el montaje, la acción y por momentos el humor, elementos siempre presentes en sus filmes. En definitiva, muy buena película para pasar el rato.
Baby Driver es la mezcla perfecta de acción, romance, comedia, drama y sobre todo muy buena música. Y si bien la historia de Edgar Wright no es 100% original, logra una refrescada a esas películas sobre ladrones de bancos, lo que lo transforma en uno de los realizadores más sólidos de su generación, y quien se permite deambular por varios géneros cinematográficos saliendo exitoso de todos ellos. En esta ocasión el cineasta logra de forma grandiosa combinar el homenaje a films clásicos con su estilo personal. Comencemos por Baby. Él es un joven chofer profesional que se dedica a ayudar a ladrones a escapar, para también él poder huir de ese estilo de vida y de una cuenta que tiene pendiente. Sufre de tinnitus, una condición donde constantemente tiene zumbido en un oído, por lo que siempre se encuentra escuchando música para poder sofocar dicho sonido y concentrarse. Por el lado de los protagonistas, Ansel Elgort realiza un trabajo actoral descomunal, logrando los matices necesarios para conocer la personalidad de Baby en los momentos en los que se encuentra en su casa, cuando responde a su jefe delictivo Doc (un gran personaje encarado por Kevin Spacey), o cuando se cruza con Debora (Lily James). El conjunto de actores que secundan a Baby es de igual modo fenomenal. Son todos personajes que cuentan con su propio nivel de locura, donde vemos muy buenas interpretaciones de Jon Bernthal, Jon Hamm, Eiza Gonzalez, Sky Ferreira, Lanny Joon, Jamie Foxx, entre otros. Párrafo aparte merece la dupla Elgort-James, quienes muestran en el film una química que no es habitual ver en cine. En Baby Driver logran un buen ejemplo de una pareja que logra traspasar la pantalla. Y un último personaje indiscutido es la banda de sonido de la película. Aprovechando el problema que presenta Baby, se nutre de clásicos que ayudan a la trama, haciendo que la música se “mueva” alrededor de ella. Incluso todo lo que sucede en la película se encuentra de alguna forma sincronizado al ritmo del soundtrack montado por Wright, donde incluye canciones de Queen, Barry White, The Beach Boys, The Commodores, Beck, entre otros. Otro aspecto importante de Baby Driver es la acción, partiendo de la escena de inicio donde Baby espera en su vehículo al grupo de delincuentes a que terminen con el robo, la cual ya marca la identidad por la cual transcurrirán los 113 minutos de película. Luego, cada cinco minutos, el espectador se verá obligado a colocarse su cinturón de seguridad porque el acelere no se detiene. Sobre todo a lo que persecución automovilística se refiere. Baby Driver resultaría perfecta si tal vez Wright no hubiera intentado acomodar tantas fichas en el tercer acto. Es posible que por un momento se sienta un poco largo ante tantos falsos finales, justo cuando ya se siente en puerta el desenlace. Pero solo ese traspié no mancha a un film intenso, cargado de adrenalina, buenas decisiones actorales y musicales. Baby Driver es una grata sorpresa entre tanta falta de originalidad y propuestas decadentes de los últimos tiempos. Es un espectáculo cinematográfico y con el sello de Edgar Wright.
Baby tiene un talento excepcional, y es que maneja como si tuviera el diablo dentro. Es por eso que es utilizado por un criminal local, Doc, como chofer de sus robos, y no solo por sus habilidades tras el volante, sino que Baby tiene una deuda monetaria con él. Pero todo se complica cuando Baby salda su deuda, empieza a conocer su chica, y al grupo de asaltantes se une un peligroso e impredecible miembro. Parece casi mentira que estemos hablando del primer film del director ingles Edgar Wrigth, que es estrenado en Argentina, ya que su famosa “Trilogía del Cornetto” no pasó por los cines locales, ni tampoco su adaptación del comic de Scott Pilgrim vs the World, y todos sabemos de su salida por diferencias creativas cuando estaba dirigiendo Ant-Man. Dicho esto, y para los que seguimos la filmografía de Wright, estamos ante una cinta 100% suya, ya que si en algo destaca este realizador, es en el particular estilo de montaje que realiza; alternando dinamismo tradicional con cortes buscos que acompañan el dialogo. En esta ocasión Wright se anima a más y vamos a ver que casi toda la película está regida por la música. Así es, el personaje de Baby (Ansel Elgort) padece un trauma por el cual escucha un zumbido, es por eso que durante todo el film lo vemos escuchando música con su ipad. Esta música no solo le da personalidad propia a la película, sino que es usada de forma brillante por Edgar Wrigth, quien hace coincidir los múltiples tiroteos que veremos, con los compases de lo que sea que este escuchando Baby en ese momento. Pero la película no solo se limita a un excelente montaje, sino que los actores todos tienen su momento para lucirse, ya sea desde el desaprovechado Jon Bernthal (que es acreditado como secundario y apenas aparece), hasta los intérpretes de mas trayectoria como Kevin Spacey o John Hamm. Y con esto incluimos al joven Ansel Elgort, de quien muchos desconfiaban por sus anteriores trabajos, pero que en esta ocasión esta a la altura del resto del elenco. Pero no todo es magnífico en Baby: El aprendiz de crimen. Si hilamos fino a nivel guion, estamos ante una película de robos más. Para aquellos que busquen una buena trama, con giros o mucha tensión, se van a sentir defraudados, aunque desde los primeros minutos está claro que la intensión del director era otra y no solo un buen film policial. Y aclaramos esto porque estamos seguros que quizás muchos salgan del cine defraudados; en especial el publico casual, que no le preste atención o no le interese ver un montaje original, y solo quieran ver tiros y robos. Baby: El aprendiz de crimen es una entretenida película que propone una edición salvaje, frenética y muy original, pero que a nivel trama se queda corta. Quizás no sea la mejor carta de presentación de Edgar Wrigth con el público argentino que no vio sus otros trabajos, pero aquellos que vienen siguiendo su carrera, se sentirán más que satisfechos.
El cine a otro ritmo El cine siempre ha parecido sentir predilección por una serie de granujas sin escrúpulos pero con códigos internos, criminales inteligentes o pintorescos con grandes planes en mente: los atracadores. Convertida en un subgénero en sí mismo, las películas de atracos han ido renovando sus figuras protagonistas para tratar de seguir conectando al espectador con estas personas de dudosa ética y moralidad. Actualmente este objetivo, el de crear un personaje de bajos fondos atractivo para el público y fresco al mismo tiempo, se antoja cada vez más difícil sin caer en la repetición de lo ya conocido y el acopio de clichés que rodean al guante blanco (o no tan blanco). Ante este reto, Edgar Wright configura y dirige una historia que subordina todas las claves de dicho subgénero a su estilo personal. Y el resultado es un producto sorprendentemente fresco. Baby, el aprendiz del crimen presenta a Baby, un personaje concebido para conseguir el favor del público y la empatía de cada persona sentada frente a la gran pantalla. No quiero entrar en reflexiones sobre la trampa de guión que supone crear un protagonista lleno de luces y sin sombras (es, simplemente, un buen chico envuelto en asuntos que nada tienen que ver con su forma de ser), porque, finalmente, el personaje funciona sin llegar a plantear si hay un lado oscuro de él que no llegamos a ver. Aunque sus acciones impliquen violencia, siempre están arropadas por una justificación moralmente buena. De esta forma se consigue que el espectador sufra con Baby, se alegre cuando gana y desee que consiga sus objetivos. En última instancia, buena parte de la tensión que funciona como motor argumental de una trama sencilla está creada por este deseo de que el protagonista salga indemne de los líos en los que se va hundiendo. Además, se le da un atractivo mayor con una diferenciación especial a través de la música (auténtico hilo conductor del largometraje) y un pasado de sufrimiento que le convierten en una víctima que trata de realizarse en una vida que no le ha sonreído. ¿Trampa de guión? Puede que sí, pero al final de esto es de lo que trata el cine: empatizar con el protagonista, sufrir con y por una persona irreal. Esto es mucho más difícil de lo que parece, y Baby Driver lo consigue de forma impoluta. Al margen de su protagonista, sorprende enormemente la gran presencia de la música en la película (tanto en las canciones que conforman la banda sonora como en una parte fundamental de la trama). Así, Wright establece un código de canciones que acompañan gran parte de la acción, lo cual raya en muchos casos en forma y fondo con el videoclip. Difícil tarea en este caso mantener la atención en un videoclip de casi dos horas, donde, de hecho, los grandes bajones de ritmo se producen cuando se apaga la música. Se compensa positivamente con una planificación original y un humor ácido que proporciona la chispa que aviva los momentos más apagados. Merece además mención especial la forma en la que imagen y música se interrelacionan y complementan, así como los efectos de sonidos que se unen a la banda sonora, convirtiendo un disparo o el claxon de un coche en notas perfectamente armonizadas con los temas elegidos para la película. Más allá de su trama predecible, el film se dirige a los espectadores como una experiencia sensorial, dejando a un lado cuestionamientos de su historia y disfrutar del complicadísimo trabajo de Edgar Wright y los suyos.
En la tradición del cine con conductores especialistas en escapes -El transportador, Drive- se ubica la acción de este nuevo relato del guionista y realizador británico Edgar Wright, el mismo de Muertos de Risa y Arma Letal, entre otras. Al comienzo vemos a Baby -Ansel Elgort, el actor de Bajo la misma estrella y la saga Divergente-, un chico que sufre tinnitus, lee los labios, escucha música con auriculares, y la utiliza como apoyo para conducir y escapar mientras aguarda a sus compìnches a la salida del robo a un banco. Por una deuda del pasado, Baby se ve obligado a trabajar bajo las órdenes del mafioso Doc -Kevin Spacey- y acepta trabajos rápidos mientras él y la banda es perseguido por la policía. Con este esquema que combina acción, toques de humor y velocidad, el realizador muestra cómo Baby alterna sus días entre el ardid delictivo, el amor que siente por una camarera -Lily James, a quien arrastrará a un mundo de peligrosos delincuentes-, y el cuidado de su padre adoptivo sordo, desde que los suyos murieron en un accidente de auto. Este tormento es plasmado a través de "flashbacks" que cada vez muestran un poco más de ese trágico hecho que marcó su infancia para siempre. Baby, el aprendiz del crimen está narrada con vértigo, ritmo frenético y presenta una galería de villanos interesantes, como uno de los integrantes de la banda -Jon Bernthal-, que encontrará su esperado enfrentamiento con el protagonista. Spacey reaparece en un rol que le queda cómodo, con mirada cínica y presencia escalofriante que contrasta con la "ingenuidad" del chico que quiere encauzar su vida después de varios atracos. Claro que como en toda película de acción, las cosas no salen como se esperan, torciendo el rumbo de los acontecimientos y empujando a los personajes hacia un espiral de violencia. Si bien el inicio del film funciona mejor que el desenlace, el relato ofrece todas las aristas para cautivar y lo hace con sólidas actuaciones, al ritmo de la mejor música, entre camiones de caudales y cassettes que registran grabaciones de un pasado editado y también borroso.
Baby – El Aprendiz del Crimen: Música, corazón y adrenalina. Cuando le debes plata a un criminal interpretado por Kevin Spacey va a ser difícil escapar, no importa lo bien que manejes… Edgar Wright es un director inglés reconocido por su debut, la comedia de zombies Shaun of The Dead, y sus posteriores éxitos como Hot Fuzz y Scott Pilgrim vs. The World. Pero esta es la primera de sus películas que logra combinar tanto un carácter internacional como un atractivo para todos: los robos y las persecuciones de autos. Wright es un director particular, muy popular especialmente entre los mismos cineastas, por su estilo tan dinámico y energético. Sus rápidos y precisos movimientos de cámara se combinan con su incansable montaje que elevan cada una de las secuencias, no importa si de una banal conversación se trata. En varias ocasiones parece que la escena se niega a permanecerse quieta. Y si eso queda para las escenas de nuestro protagonista tranquilo en su casa, o enamorándose de una camarera, que decir de las secuencias de acción: este es un film que genera mucha adrenalina y que pide a gritos que llegues a casa con ganas de armarte una lista de reproducción para salir a correr, al gimnasio o a comerte al mundo. Pero uno de los rasgos que se suele destacar menos en el arsenal de Wright es algo que en Baby Driver logra brillar como nunca: su constante juego con la música. Scott Pilgrim ya se había acercado a ser un musical, y ahora Baby Driver alcanza a ser lo más cercano a un musical que se puede aún cuando en ningún momento canta algún personaje. Los cortes con sonidos y con la música son algo usual en toda su filmografía, pero en esta ocasión alcanzan otra dimensión: no hay disparo que no vaya al ritmo de la canción, hay movimientos de los actores y lineas de dialogo que se dicen al ritmo de la banda de sonido. Baby (si, B-a-b-y: Baby, así es el nombre del protagonista) es un joven ladrón de autos y conductor implacable para robo de bancos. De niño perdió a sus padres en un accidente de tránsito que lo dejo con un constante zumbido en los oídos que solo puede apaciguar escuchando música constantemente. Casi no hay secuencia en la que no suene lo que Baby esta escuchando en ese momento, y en las pocas sin música tenemos una probada del zumbido que lo aqueja constantemente. Baby no puede funcionar sin su música, tal y como es imposible que esta película sea separada de su increíble soundtrack. Valdría la pena que pasen por el cine solo para escucharlo un rato. Las deudas que tiene con el personaje de Kevin Spacey (un todopoderoso del crimen) lo atan obligatoriamente a esta vida, y a pesar de planear su escape un grupo particularmente violento de compañeros de trabajo y una camarera (Lily James) complicaran mucho las cosas. Jamie Foxx (Ray) y Jon Hamm (Mad Men) se aseguran de mejorar cada escena que comparten entre asaltos con sus personajes roba bancos, y con Spacey crean un trío magnífico. Si tenes ganas de infectar tu pie con una de las mejores bandas sonoras del año, mientras tu cuerpo se inclina hacia adelante metido en las secuencias de persecución y tu cabeza y ojos no saben para donde continuara la acción uno de los mejores directores jóvenes de los últimos años, ver Baby Driver sin dudas que será una de las mejores decisiones que podes tomar. Y quien sabe, aparte de todo el decorado podes encontrarte con algo de corazón en el guion y esta historia de amor joven.
Baby – El aprendiz del crimen: Bebé a bordo. Edgar Wright nos trae su nueva comedia romántica/musical con persecuciones que pondrían verdes de envidia a los coordinadores de acción de Rápido y Furioso. Y con todo el hype que trae su estreno les contamos por qué vale la pena pasarse a ver el nuevo film de Wright. Baby (Ansel Elgort) es un joven que, tras sufrir un accidente automovilístico que lo dejó huérfano, desarrolló un grave problema de oído y un habito de robar autos, uno de los cuales pertenecía al magnate del inframundo criminal Doc (Kevin Spacey), quien somete a Baby a un trabajo mal pago como conductor de escape en atracos bancarios durante varios años hasta que el joven pague su deuda. Pero esperen, a mi me habían prometido una película divertida a la Edgar Wright, con diálogos astutos, música pegadiza y todo eso… bueno, por suerte para nosotros, así se encuentra nuestra historia al comienzo y de ahí en adelante (si bien no todo son risas y felicidad) tenemos una película bien divertida a la Edgar Wright. Lo que tienen que saber, amigos lectores de 4B, es que el problema auditivo que aqueja a nuestro protagonista, un zumbido constante en sus oídos, viene con una pequeña ventaja; Baby siempre tiene que estar oyendo música para tapar ese zumbido, y para nuestra felicidad (y la de la trama) Baby no es un fanático de metal cristiano o de algún tipo de música ambiente utilizada por instructores de yoga, sino que sus Ipods tienen canciones de Queen, Barry White, Beach Boys, Blur y muchos más que se acoplan perfecto a las maniobras de Baby durante las persecuciones. Todo esto se lo debemos a Wright, quien aparentemente tenía pensados los temas que iba a utilizar previo a escribir el guión, y hasta realizó el storyboard en base a las partes del tema correspondientes a cada plano, y por lo que vemos en el film el director cumplió con creces. Cuando Baby termina de pagar su deuda, intentará alejarse de la vida criminal solo para que tras enamorarse de Debora, una mesera interpretada por Lily James, las amenazas de su ex-empleador lo arrastren de vuelta tras el volante. El film transcurre entre atraco y atraco, siempre perfectamente musicalizado, con una edición fenomenal, gran dirección de arte que a puro neón y vestuarios de colores vivos crean una típica cafetería estadounidense que parece salida de un cuadro de Edward Hopper o Norman Rockwell. El film casi llega a 2 horas que pasan volando, y esto se debe en gran parte a qué Wright filma con un sentido de urgencia que nunca nos mantiene estáticos por mucho tiempo. Por el lado de las interpretaciones, Ansel Elgort(Bajo la Misma Estrella), quien nos tiene acostumbrado a papeles en adaptaciones de novelas para jóvenes adultos, muestra un carisma contagioso en muchas partes del film, y si bien no es ni Simon Pegg ni Michael Cera, funciona muy bien para lo que requiere el personaje de Baby. Kevin Spacey, junto con Jamie Foxx (Bats), Jon Hamm(Buddy) y la sorpresiva revelación Eiza González (Darling) nos hacen estallar de risa con sus personajes de criminales talentosos pero dementes, mientras cada uno tiene su estética cool, las cuales resultan magnéticas para el espectador. En conclusión, podemos definir a “Baby – El Aprendiz del Crimen” como una película pochoclera por todas las buenas razones que una película lo puede ser, entretenida de principio al film, historia simple pero interesante, buenas y grandes interpretaciones, referencias a otras películas, canciones, etc. por todos lados que obligan a verla más de una vez y por si fuera poco un gran director haciendo una película original.
Música de carretera El director de Scott Pilgrim contra el mundo, Edgard Wright, escribe y dirige este thriller de acción protagonizado por Ansel Elgort (Bajo la misma Estrella, serie Divergente) que cuenta, además, con las actuaciones secundarias de Kevin Spacey, Jamie Foxx y Lily James. Lo primero que hay que decir acerca de la película es que el prometedor Ansel Elgort interpreta a un personaje de lo más particular, partiendo de la base de que su nombre es Baby. Si, B-A-B-Y como bebé en inglés, cosa que el muchacho no para de repetir en tono humorístico. Baby vive en un pequeño departamento en la ciudad de Atlanta que comparte con Joe (CJ Jones), un anciano afroamericano, ciego y parapléjico que representa algo así como una figura paterna para Baby, cuya infancia dista mucho de haber sido feliz. Pero la cosa no termina ahí. Resulta que nuestro héroe, un fanático de la música en todos sus formatos y géneros, se dedica a manejar. A manejar el auto de escape que distintos maleantes requieren cuando son contratados para dar algún golpe por Doc (Spacey), un capo mafia moderno que también resulta ser el jefe y mentor del bueno de Baby. Lo que Edgar Wright propone es una pieza clásica de ese tipo de cine más bien moderno que busca fusionar los géneros de la acción criminalística y de la comedia a partir de un personaje protagónico muy simple desde el lugar que ocupa en el escalafón de la familia mafiosa para la que trabaja, cosa que ayuda al público a sumergirse en el universo que lo rodea y que propone la película; pero a su vez muy peculiar y singular desde sus rasgos personales, elemento que trabaja a favor de la identificación con el espectador que, en este caso, Baby produce casi de inmediato. A esto se suma un grupo de personajes complementarios construidos, estos sí, respetando el manual de esa vieja escuela de las películas de gángsters. Está el jefe, intimidante y despiadado pero sabio y generoso con los suyos; lo tenemos al compañero que se opone al protagonista, desafiante, cuestionador e irreverente; está también el colega amigo, diligente, solidario y amigable; no puede faltar la dama de la historia, con problemas propios, difícil de conquistar pero necesitada de salvación; y también dice presente el elemento humano, ese personaje que baja al héroe a la tierra y lo conecta con su lado más humano. Y cuando la construcción de personajes es tan sólida y se presenta tan bien llevada desde los tiempos que requiere, esa paciencia actúa, cual arma de doble filo, como una base solidísima y por demás prometedora para lo que va a venir pero también exigente y desafiante de esa historia que sustenta, la cual debe enfrentar el reto de estar a la altura. Y esta lo está. Porque el relato no se queda con un protagonista cool, que tiene mucha onda y encima es un prodigio del volante. Ni siquiera se conforma con incluirlo en una trama de acción frenética, con persecuciones al volante que terminan con maniobras imposibles. Todo eso está pero no por el sólo hecho de la espectacularidad visual sino para aportar. Intriga en el antes, en los preparativos; dice mucho de los personajes en el durante y los cambia en el después, los hace evolucionar para darle forma a un arco dramático brillantemente trabajado que desemboca en la verdadera tesis de la historia que poco tiene que ver con las proezas detrás del volante o con una ametralladora en la mano. Esa bajada a lo humano es lo que diferencia a esta pieza de todo ese enorme conglomerado de películas de acción que pone el foco en la acción misma. Y la música. Es casi una proeza innecesaria haber parloteado tanto de Baby Driver sin referirse a la música. Porque lo que termina de redondear a un protagonista altamente interesante es una deficiencia auditiva que lo ha acompañado desde que fuera el único sobreviviente de un violento accidente de tránsito y por la que debe convivir con un pequeño zumbido en sus oídos de características casi insoportables. Y la música es su salida para esta condición. Reproductores de mp3, iPods, discmans y hasta vetustos pasacasetes son aliados incondicionales de Baby a lo largo de toda la película mientras el joven, que por esta característica parece casi autista en su interacción con la gente, intenta paliar los traumas que vinieron de su mano. La banda sonora no sólo es excelente desde la selección de canciones que incluye (con clásicos de James Brown, The Beach Boys, Beck, Queen, Blur, R.E.M., Barry White, Simon & Garfunkel, Gwen Stefani y del mismísimo maestro Ennio Morricone) sino desde su uso que va más allá del acompañamiento sonoro. Que Baby esté escuchando música (y, por ende, los espectadores también), que deje de escuchar, que lo obliguen a hacerlo o el contenido de lo que está escuchando son situaciones que dicen algo, que cuentan, que tienen peso dramático. Acción, drama, violencia, sensibilidad, una historia atrapante, grandes actuaciones y muy buena música hacen de Baby: El Aprendiz del Crimen un cóctel explosivo que a nadie puede pasarle desapercibido.
Entretenimiento puro, acción con escapes de auto, guión elemental y banda sonora impresionante. Es lo que se propone el director Edgard Wright en un film donde el sostén del argumento es lo que menos importa. Baby es un joven con tinnitus crónico, un zumbido permanente en su cabeza, por eso siempre escucha música, para apagar esa molestia y para sincronizar su profesión “obligada” ser el conductor de escapes de asaltantes. El está en el bando de los muy buenos, como el hombre sordomudo al que protege y con quien convive y a su conquista amorosa, una chica soñadora que trabaja en una cafetería En el bando de los muy malos grandes actores: Kevin Spacey, Jamie Foxx, John Hamm entre otros. La cuestión esta en la acción y fundamentalmente en los escapes y habilidades únicas del conductor, filmadas como los dioses (en ingles el título es “Baby driver”). Y además una banda sonora que mezcla Queen, Young MC, Martha Reeves y Vandellas, Simon & Garfunkel. Para los que buscan su película pochoclera y aman la acción sin ninguna complicación argumental, esta es u entretenida película.
Sin duda alguna Baby Driver es uno de los mejores estrenos del año. Película que ya estoy esperando tener en bluray para añadirla a mi colección. No hay nada en esta película que esté mal. Cada plano es perfecto. Todo es obra de uno de los mejores directores de su generación: Edgar Wright. Hasta ahora no se había estrenado ninguna película de este maestro en nuestro país, una verdadera lástima. Los cinéfilos lo conocemos por la llamada “trilogía cornetto” integrada por los films Shaun of the Dead (2004), Hot Fuzz (2007) y The World's End (2013), una mejor que la otra. En esos tres films pudimos ver una narrativa extraordinaria y mucha originalidad, pero no mainstream. Y si bien este film es para un público más amplio también es verdad que la distribuidora está haciendo una apuesta porque el producto no es de la media. Pasa que es una película genial y merece si o si ser vista en una pantalla de cine. Ya con su secuencia inicial el espectador se dará cuenta que se encuentra ante algo diferente. La mezcla perfecta de imagen y música. Un montaje magistral. Y así el resto de la cinta, un verdadero festín para los sentidos. Es de esas películas que no querés que terminen nunca y que exhala cine por todos lados. Algo no muy común en estos días aunque suene paradójico. La dirección de arte es otro de los aspectos para aplaudir, enriquece una fotografía soberbia. Hay un ritmo que no te deja respirar, todo es disfrute. El elenco es majestuoso. Ansel Elgort, quienes muchos recordarán por The fault in our stars (2014) hace un laburo brillante componiendo a Baby. Un personaje con grandes matices que solo un actor de muchos recursos puede componer. Sus miradas, gestos, bailes y manera de decir los diálogos, merecen ser reconocidos. Lily James, con una frescura increíble logra que la cámara se congele en ella. Y luego se destacan Jamie Foxx, Jon Hamm y Eiza González, comandados por el gran Kevin Spacey. Cada uno de estos personajes tiene momentos cuasi épicos dentro del mundo que plantea el film. Y es en ese mundo, creado por Wright, donde lo imposible toma otro sentido que escapa tanto a la solemnidad como la sátira. Hay identidad única y propia. Baby: el aprendiz del crimen es de lo mejor que va a pasar por las salas en 2017 y una verdadera rareza en la cartelera local. Cine en estado puro. Para celebrar y aplaudir hasta que duelan las manos.
Remix de acción He aquí la inconfundible obra de un director que ha dominado su estilo con tanta destreza que ahora se divierte explorando las posibilidades del medio. Una película de Edgar Wright tiene el mismo peso autoral que una de Quentin Tarantino. Describir Baby: El Aprendíz del Crimen (Baby Driver, 2017) como una película de robos y autos es como describir Los 8 más odiados (The Hateful Eight, 2015) como una de vaqueros. Estos directores remixan trozos de distintos géneros cinematográficos - la mayoría ignorados o desestimados por la crítica - y los imbuyen con su personalidad para crear un mundo aparte. Así como el héroe de Baby: El Aprendíz del Crimen graba sonidos y remixa canciones para musicalizar su vida a gusto. Un accidente automovilístico que sufrió de chico lo dejó con un zumbido en el oído que ahora tapa con un par de auriculares y música las 24 horas del día. El héroe es “Baby” (Ansel Elgort), un joven de edad indeterminada pero con una cara que merece el apodo. Es conductor y se dedica a manejar el auto de escape de ladrones profesionales. Si es un as al volante es porque sabe musicalizar sus persecuciones con la banda adecuada. Su jefe es Doc (Kevin Spacey), que lo tiene saldando una deuda personal desde hace años. “Un trabajo más y me salgo,” dice Baby. “Un trabajo más y estamos a mano,” corrige Doc. No quiere perder la gallina de los huevos de oro. De lejos Baby parece una caricatura del hipster milenial: todo el tiempo enchufado al iPod, escondido tras gafas de sol y viviendo la vida en chiste, ya esté escapando de la policía o pidiendo café en un símil Starbuck’s. Pero rápidamente descubrimos que tanto Baby como la película no poseen un rastro de ironía o fatiga pop. El romanticismo es genuino. Baby tiene más que ver con los rebeldes sin causa de los 50s, que lo único que quieren hacer es escapar en un Cadillac hacia el ocaso acompañados de la mesera que los enamoró a primera vista (Lily James). El resto del elenco es un poco más colorido que los tórtolos principales, que en definitiva están encarnando arquetipos. Los otros delincuentes incluyen Buddy (Jon Hamm) y Darling (Eiza González), una pareja que trata cada robo como si fuera su luna de miel, y Bats (Jamie Foxx), un sociópata con un alarmante desinterés por las consecuencias de sus acciones. Es interesante la dinámica de Buddy y Bats con Baby, y la forma en que el antagonismo alterna entre personajes. El único desliz es un giro inverosímil que sufre el personaje de Doc hacia el final, el cual contradice todo lo que hemos aprendido sobre él a lo largo de la película. El film está editado al ritmo de la música que escucha Baby - el tipo de ardid que queda justificado en el guión, dado que la metodología del protagonista es coreografiar sus movimientos de acuerdo a la música indicada. Esto aún si le juega en contra: reinicia una canción porque sus compañeros ladrones no están en sincronía, o retrasa una huida porque no encuentra la canción adecuada. Si los actores cantaran junto a la banda sonora el film podría ser descrito como “musical de acción”. Hasta los tiroteos llevan el compás de la música. Pura sinestesia. La acción en sí es práctica, fluida y bien dirigida. Los autos giran y cambian de marcha dentro de un mismo plano, y la puesta en escena está tan bien cuidada que Edgar Wright jamás acude al montaje frenético para disfrazar de intensidad las persecuciones. ¿Cuántas hay? Un par al principio y otro par al final. La acción se hace extrañar en el medio pero no tanto como para demandar a la distribuidora de la película, como aquella mujer de Michigan que lleva cinco años litigando porque Drive (2011) no se parece a Rápido y furioso (The Fast and the Furious, 2001).
Cuando todo está escrito la magia radica en cómo se cuenta la historia. La música siempre acompaña pero en Baby Driver toma, a diferencia de las producciones convencionales, un gran protagonismo. La trama gira en torno a una banda de delincuentes comandados por un líder/jefe/cerebro llamado Doc (Kevin Spacey) que se dedican al robo. El equipo no es siempre el mismo ya que va variando, intuímos, según los “compromisos” de cada uno y a la elección que hace el mafioso de acuerdo a las necesidades del crimen a cometer. El que no cambia es el conductor/chofer del grupo apodado Baby (Ansel Elgort). Hábil, rápido, frío y con alto coraje para salir velozmente del lugar, una vez finalizado el atraco esquivando todos los obstáculos y con la poli detrás siempre pisando los talones. Baby, que sufre problemas auditivos, aparenta ser un joven que poco tiene que ver con ese mundo de rufianes, pero tiene una deuda por saldar y eso es lo que lo obliga a seguir. En cada asalto elige un tema musical de su Ipod. En ese momento cuando se está cometiendo el atraco y sobre todo en la escapada final todo se desenvuelve de una forma coreográfica al compás del tema seleccionado. Ritmo del sonido en sus auriculares, en la sala de cine, en las imágenes. El guión esta bien y hay lugar para el humor, para la historia de amor, para el mas malo que nunca muere, el malo que en realidad es bueno y tal vez con un final que podría traer una secuela. Planos secuencia, la ubicación de la cámara respecto del protagonista, el gran trabajo del montaje, logran ese ritmo apoyado en un notable elenco y todo bajo las órdenes de un gran director. El pibe esta muy bien, el papel le sienta bien. Es bueno y es creíble. Pienso que este protagónico le llega como un respaldo, como darle una gran mano, tal vez forjando a un futuro de actor/estrella en esa fábrica hollywoodense que siempre necesita material joven. Claro está, si es que puede sobrellevar los duros avatares de una carrera mucho más despiadada como la de ser un getaway driver. Hasta la vista baby…
Cómo robar bancos escuchando música. Como Tarantino, Wright no tiene empacho en inscribir sus deudas cinéfilas en la superficie, en forma de citas y diálogos. La crítica estadounidense mayormente se extasió con esta película, que representará el ingreso definitivo a Hollywood del realizador británico Edgar Wright (1974), conocido en Argentina sólo por los cinéfilos de culto. Éstos disfrutaron de su trilogía de género integrada por la comedia de zombies Muertos de risa (Shaun of the Dead, 2004), la comedia de acción Arma fatal (Hot Fuzz, 2007) y la comedia apocalíptica Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End, 2013), todas lanzadas aquí directo a DVD. La misma suerte corrió su primera incursión en el cine estadounidense, con la indie Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. The World, 2010). La primera de su autor que se estrena en cines en Argentina, con Baby: el aprendiz del crimen pasa algo semejante a lo que sucedía con la trilogía británica. Wright empieza manejándose con libertad en relación con el género (aquí un poco de película de robos y otro poco de Rápido y furioso), practicando desvíos, paráfrasis y maniobras cercanas al pastiche, pero gradualmente va cediendo al canon y termina haciendo una más de género. Muy buena en lo suyo, siempre y cuando se entienda como “lo suyo” el género, y no ese pastiche más libre y vital que al comienzo amagó hacer. Como Tarantino, Wright no tiene empacho en inscribir ostensiblemente sus deudas cinéfilas en la superficie de la película, en forma de citas y de diálogos. Baby, por ejemplo (Ansel Engort, en actuación consagratoria) es un chofer al servicio del hampa, tan mudo como Ryan O’Neal en Driver, de Walter Hill (1978) o Ryan Gosling en Drive, del danés Nicolas Winding-Refn (2011). Por si alguien tiene alguna duda, la película también lleva el oficio en el título original: Baby Driver. Baby no habla porque vive en su mundo, y su mundo es uno puramente sonoro. Vive todo el día con los auriculares puestos, “roba” diálogos y sonidos con un pequeño grabador que mantiene oculto, guarda prolijamente su colección de grabaciones y como tanta gente, escucha música en el trabajo. Con la particularidad de que su trabajo consiste en llevar chorros hasta la puerta del banco, esperar que concreten el robo y después a correr, escapando de la policía. Baby sincroniza los movimientos del asalto con los cortes de los temas y vive la música físicamente: en el primer asalto hay toda una coreografía con “Bellbottoms”, de Jon Spencer Blues Explosion, que incluye hasta a los parabrisas haciendo ritmo. Tres datos interesantes: 1) Baby vive con los auriculares puestos porque sufre de tinitus, una enfermedad auditiva que genera un ruido continuo en el oído, del que el chico intenta huir; 2) le dicen Baby porque es huérfano; 3) vive con su padre adoptivo, un hombre negro que es sordo. Uno supone que de alguna manera deberán jugar estos datos, que hablan de un dolor, una fragilidad, una cierta forma de marginación incluso, que se oponen a la aplastante seguridad con la que el héroe dibuja frenadas, curvas y cambios de velocidad a bordo de su deslumbrante Subaru rojo, tan parecidas al swing con que sigue por la calle la versión original del “Harlem Shuffle”. Pero no, no juegan de ninguna manera que no sea también coreográfica: el veloz lenguaje de señas con el que Baby se comunica con su padrastro sordo. Lo que queda, entonces, son las estaciones del canon: los psicopatones con los que les tocará trabajar (Jon Hamm, siempre un toque forzado, y un Jamie Foxx como pez en el agua), el contratista con pinta de boludo que no lo puede ser tanto (Kevin Spacey, comprando cada vez peores peluquines), el último trabajo que no va a ser el último, la linda camarera que aporta el factor romántico, las maratónicas persecuciones y los tiroteos callejeros que dejan ver que Fuego contra fuego fue uno de los referentes aquí. Todo montado con hachazos milimétricamente medidos. Como Tarantino, Wright tiene la suficiente sofisticación musical como para armar una banda de sonido no con temas que sepamos todos, sino con otros (T. Rex, David McCallum, Alexis Korner, Barry White, Focus) con altas posibilidades de culto. La fotografía, a cargo del británico Bill Pope (Matrix, El hombre araña 2 y 3, El libro de la selva), es extraordinaria. Tan refulgente como el Technicolor de los 50, hace que la chapa roja del Subaru de Baby brille como un diamante. Pero también logra darle a los rostros, a la piel, una cualidad latente que representa un nuevo hito para el digital.
Por primera vez se estrena en los cines argentinos una película de este talentoso realizador británico y se trata de una de las mejores comedias de acción del año. Considerado un maestro de la comedia de acción, Edgar Wright era víctima de un extraño maleficio en los cines argentinos: pese al éxito de crítica y público conseguido en casi todo el mundo con Muertos de risa, Arma fatal, Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños y Bienvenidos al fin del mundo, todas sus películas fueron lanzadas aquí directamente para el mercado hogareño. La espera terminó: Baby: El aprendiz del crimen se estrena hoy en pantalla gigante. Nunca es tarde, dice el refrán, y este “debut” del director inglés en las salas locales regala todos los mejores atributos de su cine: delirio, humor absurdo, virtuosismo formal y una infrecuente capacidad para seducir con un ingenio a-lo-Quentin Tarantino y entretener con nobles recursos narrativos. Entre el cine setentista y ochentista (en la línea de The Driver y Calles de fuego, ambas de Walter Hill), el espíritu lúdico de la saga Rápido y furioso y el musical (la banda sonora tiene ¡43! cancionesy las coreografías en plano-secuencia nada tienen que envidiarle a las de La La Land: Una historia de amor), la película tiene como protagonista al Baby del título (Ansel Elgort, la revelación de Bajo la misma estrella), un muchacho que es un auténtico as al volante y trabaja como chofer en golpes comando para pagar una vieja deuda familiar al cerebro de las distintas bandas delictivas (Kevin Spacey). Sus compañeros en los sucesivos robos son todos experimentados (por allí aparecen desde Jon Hamm hasta Jamie Foxx), pero él se calza sus anteojos oscuros y sus auriculares (escucha música todo el tiempo para tapar un molesto zumbido en sus oídos) y espera el momento de escapar de la persecución policial con las maniobras más osadas y brillantes. Los primeros 20 minutos del film (el robo a un banco y la posterior huida por toda la ciudad de Atlanta con el tema Bellbottoms, de Jon Spencer Blues Explosion, sonando de fondo y seguido por un hilarante segmento musical) se ubican entre lo mejor que dará el cine modelo 2017. Era imposible sostener semejante nivel y, aunque luego tiene algunas vueltas de tuerca algo más convencionales, nunca deja de fluir y fascinar. Wright sale indemne incluso del terreno en el que suelen tropezar muchos realizadores como el romance épico entre el protagonista y la moza de una cafetería interpretada por Lily James (La Cenicienta). La puesta en escena, el aporte del talentoso director de fotografía Bill Pope, el magnetismo de los intérpretes y, sobre todo, el trabajo de montaje para construir escenas de acción al ritmo de la música hacen de Baby: El aprendiz del crimen un verdadero disfrute tanto para los jóvenes cinéfilos amantes de los géneros como para los melómanos.
Con la plata y con la chica Un filme al ritmo de la música, tiene un arranque adrenalínico, y guiños al cine de robos y persecuciones. Los primeros seis minutos de la película son más que adrenalínicos, de una tensión y un nerviosismo nada habitual. Así como a veces recomendamos no levantarse de la butaca hasta finalizados los créditos finales, porque pasa algo, al ir a ver Baby: El aprendiz del crimen no se debe llegar tarde. No ya un minuto, sino ni un segundo tarde. Anteojos de sol, auriculares, un par de cicatrices en el rostro, Baby está sentado al volante de un Subaru rojo. Mira su iPod, comienza la canción y comienza la acción. Y así será durante toda la película del inglés Edgar Wright (43), en la que el ritmo de cada uno de los temas de la banda de sonido impregnarán y establecerán el compás, la métrica y la armonía. Baby es un thriller. Tiene acción, tiene robos, tiene persecuciones, tiene traiciones y tiene lealtades. Tiene a un chico bueno y una chica buena, y tiene a ladrones inescrupulosos y matones de gatillo fácil. Tiene policías corruptos y dinero en juego. En síntesis, Baby tiene lo que hay que tener, en su cuota justa para entretener desde ese comienzo hasta el final (pueden levantarse porque en los créditos no pasa nada). El asfalto de las calles de Atlanta queda marcado con cada maniobra o rebaje del protagonista. Baby, que es huérfano y vive con un padre adoptivo sordo e inválido (CJ Jones), le debe dinero a Doc (Kevin Spacey, que trata de sacudirse como puede al Underwood de House of Cards, pero recuerda al Kint de Los sospechosos de siempre). Por eso trabaja para él conduciendo, siempre, a tres delincuentes que se acomodan en el asiento de atrás en la huida de un robo. Baby tiene un problema en un oído, y por eso vive pegado a sus audífonos, escuchando música. Es más que un detalle, y más una necesidad que un tic. Wright ha trabajado el costado sonoro del filme junto a sus editores Paul Machliss y Jonathan Amos, a la par del director de fotografía Bill Pope (Matrix, El Hombre Araña 2). Sólo así se puede lograr una conjunción tan acompasada, tan perfecta. El modelo, la carcasa de la película es la de cientos de filmes en el que el protagonista es más bueno que el pan, hasta que lo cansan. Que se enamora de una chica más buena que Lassie (Debora, que es Lily James -La Cenicienta-, en reemplazo de Emma Stone, que dejó el proyecto para hacer La La Land). Los malos pueden variar, ser o no compañeros de rubro -ladrones- e interpretados por gente como Jon Hamm (Mad Men) o Jamie Foxx. Hay cameos para estar atentos (Paul Williams, Walter Hill). Porque hay mucho de guiño y de cinefilia, de humor, de citas y de haber gastado la videocasetera viendo clásicos de robos y persecuciones de los ’70 y ’80. Porque es un peliculón, bah.
Acción, robos y música manejados artesanalmente por Edgar Wright en Baby: el aprendiz del crimen, su primer estreno comercial en Argentina. Ansel Elgort es Baby, un chico, con auriculares clavados en sus oídos, que utiliza la música para marcar el compás de su vida. Vida que incluye ser único a la hora de escaparse. Y de lo que huye es de robos de bancos. Transporta, a toda velocidad y con total eficacia, a una banda liderada por Doc (Kevin Spacey). Pero Doc no le paga todo lo que debería al joven as del volante, más bien le cobra una parte del error de haberle robado un auto. Pero sabemos que ladrón que roba a un ladrón tiene cien años de perdón. O no tanto… Baby escapa, también, del recuerdo del accidente automovilístico en el que murieron sus padres cuando era pequeño y cuya secuela es un zumbido constante en uno de sus oídos (de ahí que use auriculares todo el tiempo). Cuando considera que la deuda está saldada y que podrá darle una vida mejor al hombre que lo crió y escaparse con la encantadora camarera de la que se enamora, Debora (Lily James), Doc lo obligará, obviamente no de buena manera, a que realice una última tarea que pondrá en riesgo toda la nueva vida que el joven ha planeado. Edgar Wright, realizador de las películas de culto nunca estrenadas en Argentina Shaun of the Dead (2004), Hot Fuzz (2007) y Scott Pilgrim vs. the World (2010), entrega una buena sorpresa que ofrece una refrescante brisa a la cartelera con una vuelta de tuerca al género de las heist movies (categoría que describe el planeamiento, ejecución y consecuencias de un robo). Baby: el aprendiz del crimen es, junto con la nominada al Oscar Sin nada que perder, de esas películas estrenadas este año que nos provocan empatía con los ladrones de bancos. Esos guiones construidos con trampas para que amemos a los delincuentes antes que a las instituciones cargadas con letra chica e intereses abusivos. Baby graba y remixa diálogos, sonidos y ruidos de su propia vida y los atesora en ¡casetes! Es que la película está impregnada de cierto aire retro en lo que se ve y en lo que se escucha. Y a pesar de que la banda sonora sea prolífica y que cada cambio de compás acompaña de manera impecable el montaje, en ningún momento se tiene la impresión de que se asiste a un videoclip de casi dos horas. Por el contrario, cuando se producen los escapes de los robos se tiene la sensación de que se está viendo un musical en el que en lugar de personas, bailan autos. Con coreografías de persecuciones de vehículos llevadas al paroxismo, pero con elegancia y no frenesí. La planificación de cada escena es prodigiosamente milimétrica, al ritmo de The Jon Spencer Blues Explosion, Jonathan Richman & The Modern Lovers, Carla Thomas y Buttom Down Brasss, entre otros. Y además cada canción que suena está debidamente justificada y es tan protagonista como cada uno de los personajes.
EL QUE MAL ANDA, MAL ACABA Edgar Wright llega a las pantallas locales con su estilo tan particular y todo eso que nos encanta Es lamentable que “Baby: El Aprendiz del Crimen” (Baby Driver, 2017) sea la primera película de Edgar Wright que llega a nuestras salas, pero igual no vamos a quejarnos, si no a disfrutar de esta maravilla del realizador inglés hasta que se nos caigan los ojos y los oídos. ¿No será mucho? El creador de la celebrada y nerdísima “Trilogía Cornetto” cambia un poco el registro, aunque no abandona su estilo desenfrenado a la hora de abordar esta historia cargada de súper acción, tiros, persecuciones increíblemente coreografiadas y una banda sonora que complementa la trama a la perfección. Acá no hablamos de canciones que adornan las escenas nada más, si no de verdaderos “números musicales” que no tienen nada que envidiarle a “La La Land” (2016). No se asusten, “Baby: El Aprendiz del Crimen” no es un musical, pero la conjunción que logra entre cada tema (minuciosamente elegido) y la acción, es su motor principal. Wright se despacha con una película de “atracos” hecha y derecha, donde Baby (Ansel Elgort) es el chofer encargado de las huidas de una banda de ladrones ensamblada por el meticuloso Doc (Kevin Spacey). Los asaltantes nunca son los mismos, tres individuos violentos que van rotando según lo requiera el golpe en cuestión, pero Baby siempre está al volante, en parte por su impresionante habilidad para pisar el acelerador y evitar a la policía, y en parte por una deuda pendiente que guarda con el mafioso. Un trabajito más y las cuentas estarán saldadas, o eso es lo que cree nuestro ingenuo protagonista; inteligente y sagaz a la hora de las planeaciones, aunque nunca se desprenda de sus auriculares, el iPod y los lentes oscuros. Hay una razón para ellos que Wright nos va develando de a poco, convirtiendo a Baby en uno de lo mejores personajes del año. El pibe ama la velocidad y el vértigo que ello implica, con la música sonando a todo lo que da en sus orejas, tapando la desconcentración y algunos otros asuntos. Pero no logra comprender el verdadero peligro o la violencia que puede desencadenarse en un abrir y cerrar de ojos. Cuando no está infringiendo la ley, vive con su papá adoptivo; juega mezclando melodías y diálogos, y trata de conquistar el corazón de Debora (Lily James), la nueva mesera de su cafetería favorita. Un trabajo más y listo, al menos esa es su meta, pero el robo en cuestión tiene sus riesgos, incluso mucho más cuando el equipo responsable de llevarlo a cabo está conformado por tres criminales violentos y un tanto inestables (Jon Hamm, Eiza González y Jamie Foxx). Baby no se les parece, pero igual forma parte del conjunto y, para salir bien parado y no poner a sus seres queridos en riesgo, no le va a quedar otra que sumarse a la fiesta y hacer su mejor esfuerzo. Es la primera vez que Wright filma en los Estados Unidos y se adapta sin problemas al ritmo de los clásicos del género sin perder su estilo, su esencia y su humor, aunque acá se contiene bastante, justamente para despegarse de sus películas anteriores en colaboración con Simon Pegg y Nick Frost. Ojo, no es un Edgar que se vendió al sistema, si no un Edgar que evolucionó demostrando, más que nunca, sus habilidades cinematográficas, sin la necesidad de una excesiva avalancha de referencias pop (que las hay) y los chistes más bizarros. En “Baby Driver” todo es orgánico. Sus situaciones y personajes se van desarrollando a medida que el relato avanza. El secretismo inicial (y la desconfianza) va dejando lugar a las verdaderas personalidades de cada uno de estos individuos, a veces para mejor, y otras tantas, como dicen, más vale perderlos que encontrarlos. Todo al ritmo de Queen, The Beach Boys, Beck, T-Rex y tantos otros en perfecta sintonía visual y narrativa, hasta que la historia se pone más heavy y la música da lugar a los tiros y la violencia. Edgar Wright no da concesiones, ni en Hollywood ni en ningún lado. El nerd amante de los géneros no desaparece y nos demuestra que puede ponerse más “serio” cuando la situación lo amerita, y desbordar de acción, cancherismo y un poco de ternura cuando se trata de Baby, Debora y sus sueños a futuro.
Crítica emitida por radio.
Acción, humor y adrenalina en "Baby: el aprendiz del crimen" Esta cinta de Edgar Wright está construida sobre la base de una banda de sonido poderosa que acentúa la experiencia fílmica Baby es un joven conductor, especialista en fugas. Tiene un problema en su oído, un molesto y constante zumbido que combate con auriculares y música estridente. Cansado de trabajar en el mundo del crimen y enamorado de la chica de sus sueños decide hacer un último trabajo antes de retirarse, claro que esta misión final no será nada fácil. La cinta es explosiva desde su inicio, adrenalina pura que se huele antes de los títulos de inicio. Olvídense de Rápidos y Furiosos, las secuencias de persecuciones en autos aquí funcionan como un pistero ballet, coreografiado y montado al ritmo de una gran banda de sonido. Ansel Elgort, el protagonista, tiene mucho carisma, logra empatizar rápidamente, y es desde su mirada que seguimos la "tarantinesca" trama. Hay un homenaje a clásicos de este subgénero como la setentosa Driver o la más cercana Drive, pero a diferencias de estas el clima festivo y de humor descomprime la trama criminal con gran efectividad. Los actores secundarios, muy bien elegidos, acompañan al protagonista y tienen peso propio, enorme Kevin Spacey como Doc el irresistible jefe criminal y sobre todo Jaime Foxx en la piel del matón Bats, un personaje tan peligroso como querible. Es sin dudas una película pochoclera para disfrutar, pero además la obra de un cineasta/autor que no menosprecia el género y que gracias a una vuelta de tuerca y originalidad lo reformula plano tras plano. Precisa y sofisticada, pone quinta a fondo y no frena hasta el último fundido a negro.
La acción en Baby Driver fluye en forma orgánica y natural, gracias a un guión armado con inteligencia. Es el proyecto pasión del británico quien lo concibió en 1994, lo adaptó a un video musical en el 2003 y consiguió ponerlo en marcha una vez que tomó distancia definitiva de Ant-Man. Como tal, es todo suyo, dado que es la primera vez que se lanza a la escritura sin un socio. Y obtiene un resultado demoledor con una idea original que se ejecuta con precisión, con set pieces de primera, con aquellos diálogos cool y punzantes que acostumbra su filmografía y con un elenco envidiable. Elgort comanda un conjunto de nombres importantes como Kevin Spacey, Jon Hamm, Jamie Foxx y Jon Bernthal, todos comprometidos con personajes absorbentes, cada uno con algunas de esas líneas gloriosas que Wright es capaz de entregar. Y dada la estructura de la película, de distintos asaltos con diferentes equipos pero con Baby como constante, todos tienen la oportunidad de lucirse y conseguir escenas tensas y brillantes.
Un intenso policial de acción Uno de los mejores temas del cine policial es el del conductor especializado en huir de los patrulleros después de un golpe. El clásico del género es "Driver" de Walter Hill, director que no por nada aparece aquí haciendo un cameo. Es que Edgar Wright, director de estupendas comedias como "Shaun of the Dead", realiza en esta "Baby Driver" toda una gama de homenajes al cine negro y a muchas otras películas, sin dejar de elaborar un entretenimiento pensado a su medida. Baby, el personaje de Asel Elgort, es un muchacho que tal vez por sufrir un impedimento auditivo parcial no da un paso sin auriculares, y cada uno de sus movimientos, ya sea caminando o al volante, forma parte de una estudiada coreografía de la canción que esté escuchando. Gracias a este detalle, el film tiene una gran banda sonora, además de un alto nivel de locura en terribles tiroteos armados para un montaje sincopado con variados temas musicales, incluyendo "Hocus Pocus" del grupo holandés Focus. Kevin Spacey es el cerebro criminal que obliga a Baby a trabajar en golpes sangrientos, y Jamie Fox uno de los culpables de estos derramamientos de sangre. La película es divertida, intensa y bien filmada.
Melómano al volante La filmografía variopinta de Edgar Wright tiene puntos de conexión con la cultura popular, los videojuegos, los zombies y la acción; todo siempre glaseado con una fina capa de banda sonora. El dinamismo de su estilo pone quinta velocidad independientemente del género, por ende que su nuevo opus tenga en el centro de la escena a un wheelman -un conductor versado en el arte de manejar vehículos de escape- parece una consecuencia lógica. Baby (Ansel Elgort) es un jovencito que bajo la tutela del inescrupuloso Doc (Kevin Spacey) es el hombre detrás del volante en cada golpe orquestado por su jefe, para quien trabaja en pos de saldar una vieja deuda y convertirse finalmente en un hombre libre. Por supuesto, al aproximarse su último trabajo -ese llamado a dejar todas las cuentas saldadas, como así lo indica tan a menudo el verosímil de este subgénero de grandes robos-, todo se altera a razón del amor inesperado de una dulce camarera que trabaja en un café y unos compañeros de equipo algo inestables que amenazan con interferir, poniéndolo todo en peligro. El personaje de Elgort en un melómano, Wright también. La música marca el tiempo de las secuencias y el ritmo del montaje. Cada canción sirve para transmitir de forma específica una sensación, y en algunos casos dos sensaciones contradictorias al unísono, como pasa con el clásico inoxidable de Barry White en un momento que no tiene sentido spoilear más de lo debido. Es la música la que potencia esa precisión del director inglés en cada corte y la que acompaña algunos planos secuencia más que interesantes, la que le da plasticidad a cada escena porque prácticamente no hay momento en el film donde no suene alguna melodía muy bien seleccionada. A Elgort y Spacey los acompaña un reparto de lujo que incluye a Jon Hamm, Jamie Foxx y Jon Bernthal. La trama hace rendir al máximo a sus intérpretes y cada punto de giro les otorga el momento preciso para destacarse. Los vaivenes del relato los convierte a su debido tiempo en el villano de una historia que muta constantemente. A tono con el fanatismo sobre la cultura pop de su director, la película nos regala las hermosas participaciones de Flea -bajista de los Red Hot Chili Peppers- y Paul Williams, el hombre que se volvió una figura de culto gracias a su papel en Un Fantasma del Paraíso (Phantom of the Paradise, 1974), de Brian de Palma. El cine dentro del cine es otra de las marcas del director, quien también se hace un lugarcito para referenciar algunas de sus películas previas como Muertos de Risa (Shaun of the Dead, 2004) y Arma Fatal (Hot Fuzz, 2007). El espíritu nostálgico marca el tono del film, desde la música de glorias pasadas como The Foundations, Carla Thomas y The Commodores -entre muchos otros-, hasta el uso de cassettes de cinta, vinilos e incluso el fetiche de los iPods, dispositivo que en nuestro año 2017 ha cedido su reinado a los smartphones y las listas de música en Spotify, lo que de por sí ya lo convierte en un objeto vintage. Con una segunda mitad que se distancia del sarcasmo y la ironía -marca registrada de Wright- para volverse mucho más sangrienta y violenta conforme nos acercamos al clímax, Baby… funciona correctamente como una heist movie -esas películas de grandes robos planificados-, pero eleva su factura y le agrega un plus gracias a un director que sabe adaptar la acción a su propio estilo sin perder frescura ni originalidad.
Subí que te llevo… Baby es un joven con una tremenda habilidad para el volante, que lo hace el número puesto del hampón Doc para sacar a sus pistoleros sanos y salvos de los atracos que organiza. Lo que separa a Baby de otros chóferes del bajo mundo es su necesidad de estar escuchando música constantemente, debido a un zumbido adquirido de niño en un accidente. Sus habilidades no son tanto un servicio, sino el pago de una deuda que ha incurrido con Doc, la cual está cercana a ser paga y representará el comienzo de una nueva vida con una joven camarera a la que conoció. Lo que no verá venir Baby será al desequilibrado atracante que Doc sumó a ese último trabajo. El guión de Baby: El Aprendiz del Crimen es uno prolijo, con todos los elementos -en apariencia- que necesita un guion sólido para poder fluir; la estructura está bien y el desarrollo de personajes también. Las escenas de acción y los conflictos dramáticos se sostienen con la tensión que uno espera. Sin embargo, lo que tendría que ser toda una virtud, se ve ligeramente manchada por dos desventajas: primero que, a la larga, el desarrollo narrativo no guarda muchas sorpresas; y segundo, el desenlace se estira demasiado para su bien. Música y montaje excepcionales: Por el costado actoral tenemos un muy buen trabajo del protagonista Ansel Elgort, que transmite con eficiencia el carisma, rareza y misterio que distinguen al personaje. Cabe aclarar que mucho de la labor de Elgort puede destacar gracias a las pulseadas que sostiene junto al trabajo de notorios intérpretes secundarios como Kevin Spacey, Jamie Foxx y Jon Hamm. Lily James no pincha ni corta durante una gran parte del metraje; el arquetipo de la damisela en apuros. En el costado técnico, en particular lo que es montaje y música, la película no tiene un solo punto en contra. Es más, no descarto la posibilidad de que lo modesto del guión haya sido algo deliberado, con la idea de proveer una base lo suficientemente sólida para poder entregarse por completo al estilo, sin tener que descuidar la substancia. No pocas veces, los mejores momentos de la película son cuando saltan a la vista la combinación de estas dos herramientas mencionadas. Conclusión: Baby: El Aprendiz del Crimen es un cuidado ejercicio de estilo, con el relato necesario para funcionar y con un carismáticamente funcional plantel de actores. Una narración que cruza las tes y puntea las íes, pero no es más que una justificación para hacer un despliegue de montaje y música que (hay que concedérselo a Edgar Wright) logra en gran medida cumplir las promesas que hizo con el trailer. Disfrutable.
Divertida, inteligente, canchera, estilizada, adrenalínica y técnicamente perfecta. Edgar Wright vuelve a demostrar su genialidad con esta aventura de acción impulsada por la música, sostenida por su excelente historia y bien interpretada por su elenco estelar. Lo mejor que vas a ver en el año. No se está revelando una gran verdad al afirmar que el director británico Edgar Wright es uno de los directores más talentosos y creativos de los últimos tiempos. Este maestro del cine de género creador de grandes gemas como la comedia de zombies Shaun of the Dead (2004), Hot Fuzz (2007) una gran sátira de las buddy cop movies y los films de acción americanos, The World’s End (2013) una comedia de ciencia ficción y la inolvidable Scott Pilgrim vs. The World (2010) demostró ser un autor genial por su tendencia a mezclar géneros, su estilo único, la excelente elección de sus soundtracks y su increíble habilidad técnica con la cámara y el sonido. Ahora, en su primer gran blockbuster de acción, Edgar vuelve a brindar un poco más de lo que al público le gusta de su filmografía pero multiplicado por diez. La película sigue la historia de Baby (Ansel Elgort), un joven y brillante conductor de escape, que pone su habilidad con el volante al servicio de la banda rotativa de delincuentes encabezada por Doc (Kevin Spacey) que se dedica a robos de alto nivel. Baby es la pieza clave, un superdotado del manejo de autos capaz de hacer acrobacias imposibles sobre 4 ruedas y está obligado a trabajar para Doc hasta que logre saldar una antigua deuda. Baby no es un simple conductor. Para concentrarse utiliza música que almacena en varios iPods, que a su vez le ayudan a disminuir esa molesta tinnitus que lo persigue desde chico. La vida de Baby está tan influenciada por la música que suele grabar conversaciones ajenas para después remixarlas y mezclarlas con música en su casa. La vida de Baby cambia cuando conoce a la bella Débora (Lily James), una camarera de su cafetería preferida. Una vez que salda su deuda Baby inicia una relación con la chica de sus sueños e intenta dejar su pasado criminal atrás, pero Doc vuelve a reclutarlo para un último y arriesgado trabajo. Forzado a volver a calzarse sus anteojos negros, sus auriculares y ponerse detrás del volante, Baby trabajará junto a los delincuentes más peligrosos y eficientes que Doc conoce: el violento pandillero Bats (Jamie Foxx) y la pareja de ladrones conformada por Buddy (Jon Hamm) y Darling (Eiza González). Baby: El Aprendiz del Crimen es sin lugar a dudas una película excelente en todo aspecto, un film sin fallas. Para empezar se puede señalar que su característica más notoria son sus increíbles escenas de acción y las vertiginosas persecuciones automovilísticas, el sueño húmedo de cualquier fanático de las stunts. Todo hecho en cámara y sin la intervención de efectos digitales, lo que suma mucha espectacularidad a lo que se ve y permite una mayor inmersión en la acción (aplauso, medalla y beso para todo el equipo de dobles de riesgo y conductores). De verdad vas a sentir la velocidad mientras Baby maniobra por las calles escapando de la policía a volantazo limpio. En segundo orden: el soundtrack. La música tiene una importancia enorme en la trama, funciona como hilo conductor de la historia, agrega peso al trasfondo del protagonista y lo más importante de todo, está perfectamente sincronizada con las acciones que suceden en pantalla. Los tiroteos, los pasos de Baby al caminar, los sonidos de la calle, objetos que los personajes apoyan en la mesa, TODO al ritmo del beat que suena de fondo. Una enorme proeza a la hora del montaje y la edición. Una banda sonora con más de 40 canciones que combina oldies, indies, música electrónica y clásicos de rock, soul y funk de todos los tiempos. La música es el corazón de la película y el ritmo es la sangre que corre por sus venas. Y en tercer lugar: la historia es excelente. El guion está bien escrito, con personajes bien delineados, motivaciones creíbles y un humor muy preciso y afilado que por momentos logra descomprimir de la mejor manera las situaciones serias y violentas. Baby: El Aprendiz del Crimen es la prueba contundente de que a la hora de hacer un buen film de acción no es necesario resignar secuencias emocionantes para contar una historia inteligente. Edgar Wright logra triunfar en donde muchos se equivocan: la historia romántica. No es melosa ni cliché (aunque tal vez un poco acelerada, malditas elipsis) y sirve como una buena contraposición a la violencia y la adrenalina que se encuentra en la vida criminal de Baby. La película no pierde ni un segundo para sumergir en la acción y desde el primer momento se atestigua una de las escenas más entretenidas y vertiginosas que se han visto en el año. Luego, un muy divertido plano secuencia al ritmo de Harlem Shuffle. Baby: El Aprendiz del Crimen logra atrapar desde el inicio y no te suelta ni un segundo. Una película tan buena que invita a verla más de una vez.
Luces, música y acción Alguna vez leí al legendario director chino John Woo decir que para él filmar una escena de acción es similar a filmar una coreografía musical, con movimientos coordinados a un ritmo y tiempo determinados para generar una verdadera estética del movimiento en la pantalla. Esta frase viene como anillo al dedo para definir lo que es Baby: El aprendiz del crimen, la nueva película del británico Edgar Wright, famoso por su llamada trilogía Cornetto, compuesta de las geniales Shaun of the Dead, Hot Fuzz y The World’s End junto a sus amigos comediantes Simon Pegg y Nick Frost. Baby Driver es la segunda experiencia de Wright en los Estados Unidos después de la hiperpsicodélica y ultrageek Scott Pilgrim vs. The World, que fracasó en la taquilla, pero que se ha convertido en objeto de culto para la cinefilia nerd. Es que Wright tiene un estilo Tarantinesco y mete todos sus gustos en una gran licuadora de influencias, y si bien por momentos parece pasarse un poco de canchero con sus montajes milimétricos y sus selecciones musicales específicas, no caben dudas de que se trata de un director talentoso que no teme tirar toda la carne al asador con tal de producir una experiencia visual y sensorialmente estimulante. Como si fuera una mezcla del cine de acción de Walter Hill (con The Driver como principal referente) con el musical al estilo La La Land y con los tiroteos secos de los films de Michael Mann (hay un guiño especial a Fuego contra fuego), Baby Driver cuenta la historia de un joven conductor que trabaja para diferentes ladrones de bancos, y que se enamora de una bonita mesera y tiene que cumplir un último encargo para escaparse a la carretera con ella. Hasta aquí la historia no tiene nada nuevo (algo parecido vimos con Drive, de Nicolas Winding Refn), con una excepción: el joven Baby sufre de un problema auditivo que lo lleva a escuchar un I-Pod constantemente y que le proporciona la excusa perfecta al director para valerse de un soundtrack riquísimo en temas jazzeros y funkys tanto como de editar toda la película en base a la música, por lo que las persecuciones automovilísticas y los tiroteos se llevan adelante al ritmo de las canciones que Baby y nosotros escuchamos. Por momentos, la decisión de volver el film un videoclip constante transforma a Baby: El aprendiz del crimen en un puro ejercicio de estilo algo vacío, ya que tanta parafernalia visual a veces va en detrimento de un mejor desarrollo de los personajes, aunque Jamie Foxx, Jon Hamm y Kevin Spacey hagan su mejor esfuerzo por inyectarle algo de vida a sus estereotipos de gángsters y ladrones. Aun así, es tanta la energía y la explosión de ideas tanto visuales como sonoras que el director arroja a la pantalla que resulta imposible no salir del cine con ganas de moverse a toda velocidad al ritmo de una buena banda sonora, así como, después de un buen musical, solo queremos cantar y bailar.
Tiene una buena interpretación de Ansel Elgort (Fue Tommy Ross en la película de terror “Carrie” y Gus en el drama romántico “Bajo la misma estrella”) como Baby un joven enigmático y eficiente en su trabajo, es un hábil chofer de una banda de expertos ladrones, aquí se destaca la banda sonora de: Simon y Garfunkel, Beach Boys, T. Rex y Jon Spencer, entre otros. Contiene mucha acción en corridas de autos como así también en otros lugares, persecuciones casi coreografiadas, explosiones, pocos diálogos, autos de alta gama, muchos sponsor, escenas desenfrenadas, tiene su momento dramático, divertido, romántico y resulta entretenida. El resto del elenco está compuesto por: Kevin Spacey, Lily James, Jon Bernthal, Eiza González, Jon Hamm y Jamie Foxx. Este es un film del británico Edgar Wright y tiene cierta similitud a: “Driver”, “60 Segundos” y unas pinceladas al estilo Quentin Tarantino.
Baby (Ansel Elgort) no se saca nunca los auriculares de su Ipod. Tiene problemas auditivos y es algo así como adicto a la música. Pero eso no le impide conducir de manera extraordinaria, huyendo con el botín de los robos en los que lo contratan como chofer. La nueva película de Edgar Wright (Scott Pilgrim), es algo así como una cruza entre Rápidos y Furiosos, Tarantino, Cerdos y diamantes y el homenaje puro y duro al género de atracos. Arranca, como un motor chispeante, prometiendo excitación al ritmo de Jon Spencer Blues Explosion. El problema es que lo que sigue es más de lo mismo: una banda sonora reconocible orquestando persecuciones -a pie o sobre ruedas- sobre un argumento que se detiene , entre carrera y carrera, en las paradas del género clásico al que honra: tiene una triste historia detrás, vive con un discapacitado que depende de él, conoce chica, quiere dejar el crimen para huir con la chica. Con un joven protagonista de encanto discutible, y un grupo de delincuentes más estereotipado que gracioso -estrellas como Foxx y Hamm-, Baby Driver es un largo cilp, una película canchera, que guiña el ojo de la posmodernidad pero se queda, inevitablemente, en lo vistoso de la cáscara, vacía.
Poco vimos de Edgar Wright, un gran comediógrafo cuyas películas no se han estrenado en este país. Por lo tanto, es una suerte que podamos ver “Baby…”, una película que narra la vida y las aventuras de un adolescente que conduce para ladrones mientras escucha música. Tiene otros talentos, además, y una historia trágica detrás. Al principio, parece un entretenimiento musical y cool. Pero la propia dinámica de los personajes va virando el cuento de ladrones ultrahábiles a algo similar a la tragedia. Porque intervienen los sentimientos, porque el crimen nunca carece de violencia y porque en esa música constante aparece un modo de escapar similar a las persecuciones virtuosas: salir de la tristeza por medio de la acción. Wright lleva todo al extremo y por eso desarrolla, tramo a tramo, un auténtico film noir aunque aparezca teñido de colores vibrantes. Un film originalísimo.
Corriendo en la dirección correcta Baby (Ansel Elgort) es un joven conductor que forma parte de una banda criminal aunque esto no es de su agrado. Mientras se aisla del mundo exterior -gracias a su banda sonora personal- al que no quiere pertenecer, conoce a la bella Debora (Lily James) quien será el motivo para abandonar el mundo delictivo aunque este no resulte fácil. Edgar Wright ya marcó su estilo en cuanto a dirección y estética con This is the end (2013), Scott Pilgrim (2010) y Shaun of the dead (2004). Baby Driver hace pie en las viejas películas de los ’70 y ’80 sobre persecuciones, atracos y robos de banco, algo que hoy en día perdió cierta popularidad debido a nuevas formas digitales de transacciones de dinero. Teniendo a la música como hilo conductor para desenvolver los pensamientos de Baby y sus acciones, la película entretiene como una comedia llena de guiños, humor absurdo y una estética única y ambiciosa. La primera escena del film representa en su totalidad lo que Wright implementó en el resto del film: una carrera de acción sin escalas, maniobras espectaculares y música. Wright marca un estilo personal identificable y se expone como uno de los nuevos directores a tener en cuenta. Baby Driver es su proyecto más ambicioso tanto desde la dirección como del guión. Baby canaliza sus traumas, emociones y acciones a medida que reproduce su banda sonora, que refleja su estado de ánimo o sentimientos. Más allá de lo que representa la música en sí como un arte a disfrutar, tanto para Baby como para la película significa otra cosa. Para él, es el escape social ante un mundo que prefiere no escuchar; por eso con este recurso logra sentirse lo más ajeno posible. A medida que la trama avanza y se desarrolla, vamos conocimiento los padecimientos, agonías y consecuencias que llevaron a Baby a ser parte de esta banda de criminales. El carisma de Elgort para que su personaje se manifieste a través de la música, frases o gestos deja en claro su personalidad y cómo repercuten internamente en él las contradicciones de los conflictos que enfrenta. Baby Driver cuenta con un gran cast, con personajes secundarios tan caricaturescos como divertidos cumpliendo su rol en la obra. Jamie Foxx, Jon Hamm, Kevin Spacey (House of Cards, Eiza González (Del crepúsculo al amanecer y Jon Bernthal (Daredevil) conforman este escuadrón rutilante y especial, donde en sus diferencias y diálogos sobre el crimen, la música, el amor y el sexo se desenvuelve parte del humor en pantalla. Baby Driver es una comedia de persecuciones, acción, humor pero también una historia romántica. Su narrativa,intensa y vibrante en todo el film, se articula por las motivaciones amorosas de varios de sus protagonistas. El pulso narrativo de Wright logra mantener cautivo al espectador aunque cuando todo pareciera dicho. En el final del segundo acto cuando todo pareciera resolverse, los hechos cambian de rumbo y el final parece lejos aunque se acorte la distancia con la meta. Baby Driver (2017) de Edgar Wright expone sus ingeniosas ideas desde el primer momento y las lleva a toda velocidad para el disfrute del espectador, utilizando la música y el carisma de sus personajes para darle otro matiz a una historia con un estilo propio. Para finalizar, les compartimos la banda sonora de Baby Driver que integra temas desde The Beach Boys (‘Let’s Go Away For Awhile’), Queen (Brighton Rock) hasta The Button Down Brass (Tequila).
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
Rápido y sonoro La película de los asaltantes de bancos es un pasaje a una montaña rusa: pura adrenalina, tensión y entretenimiento, con la mejor con la mejor música. Prepárese para un paseo en la montaña rusa, si es que una montaña rusa pudiera tener música funcional. Así es como se siente la experiencia de ver Baby: el aprendiz del crimen (Baby Driver) en la pantalla grande: un paseo frenético y entretenido sobre un grupo de asaltabancos que se escapan en un auto manejado por una bestia, una joven bestia. Esa es la premisa fundamental de la primera película del británico Edgar Wright que se estrena en nuestra ciudad, quien si bien es debutante en la sala grande local, no lo es para los cinéfilos que han seguido su trilogía Zombies Party (Shaun of the Dead, 2004), Arma fatal (Hot Fuzz, 2007), y Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End, 2013), hechas con su colaboradores de siempre, Simon Peg y Nick Frost. En este experimento, Wrigt se pone al frente de un elenco de primera, con Kevin Spacey como un capo mafia de corte intelectual, que organiza atracos a bancos con planes de precisión quirúrgica. Su as bajo la manga es, claro está, el conductor designado para salir del lugar con éxito, única pieza que se repite en cada golpe comando. Estamos hablando de un pibe muy especial llamado Baby, muy bien interpretado por Ansel Elgort, que escucha música en sus auriculares todo el tiempo y que maneja un auto como la prueba viviente de que Sébastien Loeb y Letty de Rápido y furioso tuvieron un hijo alguna vez. Baby no solo escucha música, también graba las voces y crea sus propias melodías. ¿Es tonto? No, pero lo parece. Igual, no se le pasa nada. Eso sí, su personalidad exaspera a los maleantes que trabajan con Spacey: un Jon Bernthal que abre el juego pero que después es desperdiciado en su participación, un Jon Hamm que de tipo amistoso y franelero pasará a mostrar un costado más oscuro, y un Jamie Foxx que encarniza al matón prepotente sin nada que perder. Por qué un chico joven está asociado a un criminal de alto vuelo y por qué se comporta raro, es lo que la narración se encargará de descifrar con el paso de los minutos. Hay una historia detrás de la historia que justifica las decisiones de Baby, aunque quienes busquen una trama policial más compleja tal vez encuentren el guion un poco perezoso, una historia romántica que coquetea con el cliché y soluciones muy convenientes para destrabar los conflictos. Lo que fascina aquí son las escenas de persecución en automóvil: electrificantes pero al mismo tiempo elegantes, delicadamente diseñadas, con exquisito montaje y musicalización. Es que sí, la música merece un capítulo aparte ya que se constituye como un personaje más. Cada compás está pensado con precisión y sentido, a tal punto que los tiroteos se compaginan con los acordes. Por todo ello, y sin dejar de lado que se trata de una película de género, Baby Driver es el ejemplo de que en el cine no todo auto que corre, es necesariamente rápido y furioso.
Cuando el cine se encuentra con la música el espectáculo se potencia. Cuando la inteligencia se ubica no sólo en la habilidad narrativa de un guionista, sino que se acompaña con un lazo cercano entre la dirección y las actuaciones, todo marcha sobre ruedas. Lugar común el que se acaba de mencionar, pero es así, es cuando propuestas como “Baby Driver: El aprendiz del crimen” (USA, 2017), nos hacen vivir emociones impensadas o calculadas que configuran la verdadera razón del cine. Edgar Wright viene de dirigir y guionar películas de culto como “Scott Pilgrim” y “Ant-Man”, películas que han dejado una huella particular en los espectadores a partir de la reinvención de los géneros con los que trabajó. En esta oportunidad, las películas de atraco, sirven para reconstruir una historia de amor y pasión en medio del hampa, con el Baby que da título al film, un joven que tiene una deuda pendiente con uno de los líderes de una de las bandas de robo más efectivas de los Estados Unidos y que se desempeña como chofer, obligadamente, en los actos delictivos. A su capacidad para escapar de la policía a gran velocidad, se sumará la particularidad de su oído absoluto para sincronizar los acordes de los temas, que lleva en sus infinitos reproductores, con los pasos y las alarmas de los bancos o lugares robados. Así, en el relato, además de contar cómo éste joven está involucrado en los hechos delictivos, la acción se posiciona casi en una coreografía constante, en donde la música y el propio Baby son los elementos dominantes de la escena, pero también la decisión estilística que refuerza tópicos claves y referencias a películas predecesoras. Acompañado por una joven a quien conoce en una cafetería, el devenir del romance con ella, más los ingenuos intentos por escapar de las redes de su jefe, subrayan la progresión dramática y la tensión. El arco posee su punto más alto cuando la decisión de abandonar pasa de ser un anhelo a ser una cercana realidad, pero como en todo cuento, no le va a ser tan fácil desligarse de años y años de estar cerca de los delincuentes. “Baby Driver” es una película que apoya su recorrido por el guion en la cintura actoral de sus protagonistas, quienes saben, además, que se están entregando a un acto lúdico cinematográfico que además reunirá frente a la pantalla a diferentes generaciones. Razón por la cual si bien el “baby” es el disparador (Ansel Elgort), está Jon Hamm, Kevin Spacey, Jamie Foxx, entre otros, que despliegan a lo largo del metraje todo aquello que el guion y el director les solicitan y aún más en sus arquetipos. Persecuciones, robos, disparos, muchos disparos, pero mucha, mucha música, componen el panorama artificioso de la obra, pero también la esencia sobre la cual Wright arma el pentagrama en el cual las notas, en este caso las escenas, configurarán el espacio ideal para que el despliegue musical, las coreografías y la acción construyan un todo, una experiencia visual y sensorial única para disfrutar en el cine.
El sexto film de Edgar Wright, Baby: El aprendiz del crimen, es por lejos, su proyecto más tradicional, alejado de muchas de las marcas que lo hicieron popular. Edgar Wright y Nick Frost como guionista fueron durante varios años una dupla de culto, famosa primero en Inglaterra, y después en el mundo, por entregar comedias irreverentes que reversionaban los géneros a su manera como Shawn of the Dead, Hot Fuzz, o la mítica serie de TV Spaced. Con el tiempo, ambos tomaron proyectos separados, y Wright encaró películas como Scott Pilgrim o The World’s End, que, aunque de un modo diferente, mantenían un estilo único y distinto de las propuestas de Hollywood. Baby: El aprendiz del crimen, probablemente sea el salto definitivo a las grandes producciones, y como suele suceder en estos casos, en el camino, se relega algo de originalidad. A la mitad de camino de la saga El transportador, Escape Salvaje, y el estilo de Guy Ritchie (aunque sin el abuso de las tomas lentas seguidas del aceleramiento); Baby: El aprendiz del crimen es una película de acción, con matices de comedia, y estilizada de modernismo en una onda similar a Kingsman. Baby (Ansek Egort) casi no habla, lo suyo se limita a conducir y permitirles la fuga a la banda liderada desde las sombras por Doc (Kevin Spacey). No dice ni pregunta, nada. Si le hablan en el trabajo, prefiere responder con monosílabos, entiende que es mejor guardar silencio porque en boca cerrada no entran moscas, o balas. Joven, con un problema de sordera parcial, se calza sus auriculares y se pierde, aislado, en su mundo mientras cumple su trabajo de particular chofer. En la banda no lo quieren, sospechan de esa templanza de hierro, y él único que parece protegerlo es Doc, que intenta mantener las aguas calmas en su equipo para beneficio personal. Baby mantiene una vida, si se quiere paralela, vive con el anciano y ciego Joseph (CJ Jones), que “desconoce” su actividad, y yendo a almorzar conoce a la camarera Debora (Lily james) con la cual queda prendido casi de inmediato. Hay un nuevo trabajo en la banda, Baby quiere abrirse pero acepta para tener el dinero y poder emprender un destino junto a Debora. Por supuesto, es un trabajo riesgoso, algo sale mal, y ahora la banda quiere la cabeza de Baby (que esconde su nombre real). Hay algo de Tarantino, del Robert Rodriguez de El Mariachi, de esas comedias de acción desprejuiciadas y videocliperas que presentan un amor que se enfrente al mundo, desde Natural Born Killers y la remake de The Gateway a, por supuesto, Escape Salvaje. La química entre Egort y James es absoluta, y es uno de los puntos más altos del film. Los personajes secundarios, los miembros de la banda, entre los que podemos encontrar a John Hamm, Eiza Gonzales, y Jon Bernthal, y el propio Spacey, tienen carisma, están bien desarrollados pese a ser algo clichés, y los actores se divierten a la parque divierten a la pantalla. Sin dudas el punto más fuerte es su banda sonora, cada vez que Baby se calce los auriculares, los sumergiremos en clásicos atemporales, perfectamente ensamblados. Desde Ennio Morricone a Kid Koala, Isaac Hayes, Lionel Richie, Beck, Queen, Blur, R.E.M., Barry White, Marvin Young, y por supuesto Simon & Garfunkel, entre muchísimos otros y un largo etcétera de soundtracks clásicos para reforzar la idea de la referencia permanente. La puesta, el montaje, y la fotografía de Bill Pope son acorde al ritmo ágil, correcto, clásico, y moderno de la propuesta, sin desentonar. ¿Entonces por qué Baby: El aprendiz del crimen no llega a ser una gran película? Porque todo el empeño que pone en ser “canchera” y ganchera, en darle libertad a su elenco, y en mostrar un clasicismo formal tanto en la puesta como en el excelente soundtrack, no lo encontramos en un guion que, si bien no tiene grandes errores, básicamente es de manual. Allá dónde esas películas mencionadas se mostraban desprejuiciadas a inicios de los noventa, en pleno auge grunge; pasaron más de veinte años, las historias ya se contaron, y en cierto punto, el nuevo film de Wright pareciera no tener nada demasiado nuevo para aportar (como sí lo hizo Kingsman con el cine de espionaje, o Drive en el de fugas automovilísticas). Sin el gag a punta de lengua ni la irreverencia de los mejores films del director, Baby: El aprendiz del crimen se ve bien, se disfruta, y nos hace mover los piecitos al son de sus clásicos, pero difícilmente esté a la altura de una propuesta perdurable.
Baby, el aprendiz del crimen, representa para Edgar Wright su primera película rodada en los Estados Unidos, pero encuentra su esencia en el videoclip "Blue Song" que el director realizó hace más de veinte años para el grupo musical Mint Royale. Dicho videoclip presentaba a un conductor designado para las fugas de unos ladrones de banco, quien además era todo un amante de la música. Responsable de películas como Scott Pilgrim contra el mundo (2010) y Shaun of the dead (2004), Edgar Wright afianzo su estilo brindando idóneas vueltas de tuerca a los géneros que se propuso abordar o satirizar, demostrando con creces ser uno de los directores más talentosos de su generación. Apelando a un registro siempre irreverente en tradición a su filmografía, Wright consigue con Baby el aprendiz del crimen su película más madura. Presentando impecables personajes que otorgan dinamismo a un arco dramático sin hermetismos y sin dejar de lado la tensión implícita de todo buen thriller que se precie. A pesar de necesitar estar siempre escuchando canciones con sus auriculares para silenciar un zumbido que lo perturba desde un accidente en la infancia, Baby (Ansel Elgort) trabaja con una banda de criminales como un excelente conductor de fugas. Pero cuando conoce a la chica de sus sueños (Lily James), el muchacho buscará poner fin a su actividad delictiva para emprender un camino sin sobresaltos. Claro que no le será tan fácil dejar de trabajar para su jefe (Kevin Spacey), un enigmático cerebro criminal, secundado por una banda integrada por unos intimidantes Jon Bernthal, Jon Hamm y Jamie Foxx. Sin embargo nada termina saliendo como lo planeado... Ahora, la vida de Baby y su futuro con la chica que ama se encuentran en un frenético ritmo de fuga. A diferencia de Rápidos y Furiosos, una opulenta saga de acción de alta cilindrada, Baby, el aprendiz del crimen tiene los avales necesarios para convertirse en una película de culto como Drive (2011) de Nicolas Winding Refn, al tiempo que añade una buena dosis de locura e irreverencia al pintoresco mundo del crimen organizado, evitando encasillarse entre los muchos facsímiles del cine de Tarantino, con la inigualable impronta de un amplio horizonte de locuaces y vistosos criminales. Del mismo modo que en Guardianes de la Galaxia (2014), la música juega un papel importante en Baby el aprendiz del crimen, ya que Edgar Wright dispone de la misma como un elemento funcional de un complejo juego de composición narrativo: de manera diegetica el cierre de puerta o un objeto colocado en la mesa, se integrara con el ritmo de la canción que acontece en el momento en la lista de reproducción del Ipod de Baby, brindando una deslumbrante experiencia. De modo que Baby, el aprendiz del crimen, presenta una banda sonora plena de clásicos del rock y el soul, escogidos milimétricamente para conjugarse con uno de los mejores montajes cinematográficos de los últimos tiempos. Es menester mencionar que además la película presenta un formidable plano secuencia de más de cinco minutos, panacea para todo amante del séptimo arte, ejecutado con portentosa precisión coreográfica y escénica. Lejos de ser un caricaturesco y glamoroso retrato de la vida criminal, pero dotado de excentricidad y diversión, Baby el aprendiz del crimen resulta una de las películas más interesantes y originales del año, rebosante de informalidad y con toda la originalidad de un espectacular musical de acción con secuencias frenéticas que derivan en inimaginables situaciones.
Video review
La nueva película de Edgar Wright (“Shaun of the Dead”) es un notable ejercicio de estilo que no logra convertirse en una gran película por enfocarse más en los detalles formales que en los personajes que la habitan. De todos modos, este filme con Ansel Elgort, Kevin Spacey, Jon Hamm y Jamie Foxx logra ser por momentos atrapante y sus persecuciones automovilísticas son de una perfección apabullante. El británico Edgar Wright (SHAUN OF THE DEAD, HOT FUZZ), como Quentin Tarantino y tantos otros, es un cineasta/cinéfilo in extremis. Enciclopédico o no, no lo sé, pero es claro en todo su cine –que en general consiste en versiones personales de géneros clásicos– que el universo de la cita y la referencia es lo suyo. Y, como QT, los géneros bajos, los filmes desconocidos y canciones viejas y/o no demasiado reconocidas, son el material con el que gusta experimentar. BABY, EL APRENDIZ DEL CRIMEN es su intento por devolver a la vida un subgénero un tanto abandonado: el de las persecuciones automovilísticas. Si bien por lo general esas persecuciones no constituyen de por sí un género (más bien suelen ser secuencias dentro de películas de suspenso o acción), hay varios filmes, especialmente en los años ’70, que hicieron de la persecución callejera un arte mayor, casi autosuficiente, de CONTACTO EN FRANCIA a THE DRIVER, pasando por RETO A MUERTE, BULLITT o TWO-LANE BLACKTOP. En los últimos años, plagados de un cine gigantesco donde los asuntos a resolver pasan por la supervivencia del universo o de la humanidad toda, la única saga que era fiel a este tropo del cine de acción era RAPIDO Y FURIOSO. Pero allí también, con el crecimiento presupuestario y de expectativa comercial, las persecuciones de coches ya se han vuelto ballets de efectos especiales en los que ya es casi imposible descifrar cualquier lógica que incluya a las leyes de la gravedad. Es puro espectáculo –a veces muy bueno–, pero está más cerca del cine de animación que del cine puro y duro de acción y suspenso de los ’70. Wright intenta volver a eso (desde el minimalismo de la trama, su lógica y, claro, su música), pero su estética está más ligada a la del cine de los ’80. Por compararla con dos películas de su admirado Walter Hill: quiere ser más como THE DRIVER pero se termina pareciendo más a CALLES DE FUEGO. ¿Qué genera esta combinación? Un producto extraño y no del todo redondo, que impacta por la perfección de la puesta en escena (ya agregaré más al respecto de esto) pero que prefiere maniatar a su historia “entre comillas” creando personajes que están más cerca del cómic que del realismo al que esas persecuciones intentan acercarse. Un elemento clave en este filme, centrado en Baby (Ansel Elgort), un muy joven y talentoso conductor de autos que se ve forzado, por una deuda que tiene que pagar a un mafioso (Kevin Spacey), a manejar en los asaltos y robos que este hombre encarga a distintos equipos de malandras, es la música. Baby sufre de tinitus –un ruido o zumbido permanente en sus oídos– a causa de un traumático accidente familiar cuando era niño y trata de “taparlo” escuchando permanentemente música a todo volúmen con auriculares. A tal punto está consustanciado con sus canciones y playlists favoritas que sus movimientos físicos, manejando o caminando, parecen funcionar al ritmo de esos temas, que en su mayoria son de los años ’70. Eso genera tres secuencias iniciales impecables: la espera de un robo (musicalizada por Jon Spencer Blues Explosion), una extensa y muy lograda persecución callejera posterior y una caminata en plano secuencia a lo Gene Kelly (al ritmo de la irresistible versión original de “Harlem Shuffle”, de Bob & Earl) en la que Baby va a comprar café luego del éxito de la misión. En lo que finalmente devela ser un ejercicio de estilo de casi dos horas de duración –o, para algunos, una antología de potenciales videoclips–, Wright muestra una original manera de montar sobre la música, no solo cortando sobre los beats –como normalmente se hace– sino aprovechando distintos motivos musicales de las canciones por un lado para editar y, por otro, para organizar dramáticamente determinados acontecimientos. Así, los disparos irán al mismo tiempo que precisos golpes de batería o la aparición de los vientos, una frenada se corresponderá a un sonido determinada de un solo de guitarra y así. Da la impresión que las escenas no solo se cortaron al ritmo de las canciones, sino que se filmaron a partir de ellas, de cada detalle, por lo que no es del todo descabellado considerarlo un musical más que cualquier otra cosa. Este juego es simpático y esta muy bien realizado. Ahora, ¿alcanza para sostener dos horas de película? No tanto. La historia que crea Wright alrededor de estas adrenalínicas carreras musicalizadas más o menos diegéticamente no sólo es muy básica (lo cual no sería un problema ya que estamos hablando de un tipo de película que no es otra cosa que un festival de homenajes a formatos narrativos específicos) sino que utiliza figuras de otra época del género, menos realista y más “pop”, que le resta fuerza a sus personajes. Fuera de Baby y su jefe, el resto de los matones son caricaturas puras y duras, personajes que podrían estar en una historieta de Frank Miller, que pertenecen a una iconografía más ochentosa del género, y que poco tienen que ver con el combo rock de los ’70 + persecuciones “creíbles” que propone la película. Y eso afecta ya no la plausibilidad (nada es realmente plausible ex profeso) sino el verosimil de construcción de la propia película. ¿Para qué tomarse el trabajo de crear persecuciones realistas y creíbles, además de geográfica y lógicamente ajustadas, si se las va a rodear con bidimensionales personajes del más masticado pulp? ¿Tiene lógica que un mafioso hiper-profesional que está en todos los detalles y que tiene un conductor igualmente experto contrate a una manga de explosivos y poco confiables matones para hacer (mal) su trabajo? Cuando la película empieza a volverse un caos de personajes enfrentados entre sí no logra sostener su propia lógica y pierde el rumbo. Al espectador le queda el placer –no del todo desdeñable– de dedicarse a apreciar los detalles de la puesta (más que puesta en escena habría que hablar de “composición audiovisual”) y el trabajo casi de director de orquesta que Wright hace con sus distintos instrumentos e instrumentistas. El problema es que algunos de esos instrumentistas (Jon Bernthal, Jon Hamm, Jamie Foxx) parecen tocar en una orquesta diferente a la que están Elgort, Lily James –que encarna a su “interés romántico”– y un llamativamente contenido Spacey. Wright parece no tener problemas en controlar el, digamos, mobiliario de su filme, de lo físico (coches, armas) a lo técnico (montaje, fotografía), pero lo humano –algo que QT, que utiliza similares mecanismos, usualmente sabe hacer– parece escapársele aquí de las manos. Y es una pena, porque de haberse enfocado un poco más en eso y no tanto en hacer que el disparo de ametralladora suene al mismo tiempo y en la misma nota que una trompeta, BABY DRIVER podía haber sido una mucho mejor película y no un simpático ejercicio de Graduado con Honores en Cinefilia.
Buena música, autos a altas velocidades, disparos y acción. Estas cuatro cosas caracterizan a la nueva película del director Edgar Wrigth. Nos encontramos con una especia de “Transportador” pero en una versión más adolescente, menos inglés y con un fanatismo hacía la música (quizás por obligación) La música es gran protagonista en este film, un personaje principal que tiene varios ipod para usar depende el día y que necesita escuchar música para huir de algunos problemas, esto hace que la música sea de gran relevancia. Una banda sonora quizás acorde a los momentos (debo admitir que me encontré cabeceando o moviendo mis pies al compás de la música en varias oportunidades), pero no es una de esas bandas sonoras que compraría el cd para escuchar una y otra vez. Buenas escenas de persecución, rememorando las primeras “Rápido y Furioso” dónde lo importante era la velocidad y escapar de los perseguidores. Escenas de acción que acompañan esas persecuciones, y que están bien logradas, no desencajan en el todo del film, algunos momentos cómicos que parecen estar en todas las películas hoy en día. Buenas actuaciones, no tanto del actor principal, pero si me parece destacable Jon Hamm en un papel de malo/bueno/malo/no sabemos qué le pasa. Mi recomendación: Interesante film para ver en el cine o en casa, es una película que no parece una pérdida de tiempo y se disfruta.
UN CINE ENERGÉTICO Y FELIZ El cine de Edgar Wright tiene un alto componente de modernidad, especialmente por una velocidad narrativa desquiciada y una voracidad notable para licuar, apilar y resignificar guiños y referencias. Pero -y ahí la diferencia con otros pares generacionales y británicos como Guy Ritchie, por ejemplo- su pose cool no va en detrimento de sus personajes o de las historias que cuenta, sino que aporta un nivel de lectura y un territorio definido que nunca se impone en primer plano. Es decir, lo cool es ligereza y liviandad expositiva que nunca se confunde con canchereada, cinismo o una mirada superada sobre las criaturas que habitan el mundo de cada una de sus películas. Esa ligereza es fundamental, ya que es la comedia el género que agrupa toda la filmografía de Wright, aunque desde el humor pueda reflexionar sobre los códigos del cine de zombies (Muertos de risa), la buddy movie (Arma fatal), la ciencia ficción apocalíptica (Bienvenidos al fin del mundo) o el romance adolescente (Scott Pilgrim). En su nuevo film, Baby, el aprendiz del crimen, todos estos conceptos se vuelven a potenciar para concretar una de las películas más energéticas vistas en mucho tiempo. La velocidad es clave aquí, también la precisión, no de casualidad dos de los componentes fundamentales de la comedia. Y la velocidad y la precisión son claves, como lo son siempre en las películas sobre robos maestros: Baby (en una consagratoria actuación de Ansel Elgort) es chofer y trabaja para un mafioso (Kevin Spacey, demostrando que en la comedia está siempre en estado de gracia) que organiza atracos perfectamente sincronizados y ejecutados. El golpe debe ser milimétrico, y Baby es la pieza principal por su maestría al volante. Los motores, las frenadas, las aceleraciones, las salvadas a último momento son un territorio ideal para que Wright pise el acelerador a fondo y orqueste un festival audiovisual donde el sonido y el montaje son piezas indispensables. Como verán, el director continúa inspeccionando los subgéneros del cine y aquí homenajea a esas películas motorizadas de los setentas, donde los autos y los robos sincronizaban con un espíritu incorrecto y liberador. De hecho, por ahí aparece Walter Hill, director de la emblemática The driver. Y tal vez de manera menos esperable, se filtra otro componente en Baby, el aprendiz del crimen que resulta -también- indispensable: una banda sonora siempre presente, que va de lo previsible a lo imprevisible y agudiza el ritmo frenético de la película. Pero más que una banda sonora que acompañe de fondo, Wrigh opta, a partir de un muy conveniente conflicto del protagonista, por poner esas canciones en primer plano, jugar con la literalidad de sus letras, aprovechar cada inflexión musical para fusionarla con el montaje o, incluso, con los elementos que integran la puesta en escena como en ese formidable plano secuencia del comienzo. Hasta se podría decir que Baby, el aprendiz del crimen es un film musical por la forma en que la música se integra con los personajes, con su experiencia frente a los acontecimientos de la historia, con sus cuerpos y con el movimiento dentro del cuadro. La idea de unir música y autos además está emparentada con un imaginario romántico de la carretera, ese lugar al que piensan dirigirse Baby y Débora, su novia camarera, y que muy icónicamente se imprime en esa imagen en blanco y negro que aparece fugazmente por ahí. Pero el gran hallazgo de Baby, el aprendiz del crimen tal vez sea el de apostar al vértigo con una sabiduría poco habitual en el cine contemporáneo: si el vértigo es la adrenalina que motoriza a los personajes, la película sabe trabajar los niveles con que esa excitación es transmitida al espectador: los que se exaltan son los personajes; el espectador no es sacudido estúpidamente a lo Michael Bay. Wright no monta un espectáculo histérico, sino que adecuadamente construye personajes que nos importan y que crecen ante nuestros ojos, y para eso es fundamental la construcción de tiempos muertos entre secuencias a 100 Km por hora. Ese clasicismo que se fusiona magistralmente con la noción de modernidad que aporta el montaje es lo que permite que el cine de Wright se aleje del cinismo malicioso y se compromete enteramente con el componente humano. Claro que para muchos la historia de amor de Baby y Debora puede sonar naif o demasiado adolescente, pero está claro que la ebullición hormonal de los jóvenes amantes, la ansiedad y el juego con los límites no es más que otra maquinaria puesta en funcionamiento a pura pulsión hiperbólica. La experiencia de Baby, el aprendiz del crimen es física, uno sale del cine con una energía inusitada y contagiosa, estamos ante un cine combustible que estalla ante nuestros ojos. No hay dudas: Edgar Wright filmó la felicidad.
La historia tiene varios tópicos que ya hemos visto ciento de veces en otros films, pero en esta oportunidad están mezclados de tal forma con otros menos vistos, que logra que el producto entero se sienta como algo...
Edgar Wright nos da una 'master class' de montaje, en esta aventura excedida de adrenalina en la que se advierte la forma cinematográfica en su máxima expresión. El iPod señala Bellbottoms, de Jon Spencer Blues Explosion, escuchando esta canción Baby (Ansel Elgort) aguarda en un automóvil (robado) a que un grupo comando termine de atracar un banco para después huir. La fuga es impresionante. Baby: El Aprendiz del Crimen comienza con una escena de persecución que no da respiro, una coreografía de acción perfectamente orquestada. Baby es un eximio conductor, un as del volante, y pese a no querer involucrarse en el mundo del hampa, está obligado a saldar una antigua deuda con Doc (Kevin Spacey), el rey del crimen. Si bien está a punto de cumplir sus últimos trabajos, él pasará a ser el amuleto de la suerte de Doc, quien bajo amenaza no lo dejará desvincularse del cosmos delictivo. El joven de pequeño perdió a su madre en un accidente, quien era una gran cantante, y también padece un trastorno auditivo: oye una especie de zumbido permanente. En parte, por estos motivos escucha constantemente música y no concibe su vida sin esta. A Baby no le queda casi nadie, solo sus mezclas musicales grabadas en casetes, un padrastro con problemas de salud y su amor por Debora (Lily James), con quien anhela un nuevo comienzo. Si bien esta película cuenta con un argumento convencional y algo predecible, gana por su construcción formal y por saber concebir climas. No solo adopta la música como una protagonista más de la trama, también está cargada de referencias cinéfilas, sobre todo a las del cine de acción de los años 70’ y 80´. También posee ciertos rasgos del film noir en cuanto alude a los límites difusos entre el bien y del mal, y al presentar a nuestro protagonista como un antihéroe amenazado por su oscuro pasado. Baby: El Aprendiz del Crimen, comienza como una película cool, la típica del joven genio que es sumamente habilidoso y tiene muy en claro a donde se dirige; pero con el pasar del metraje esto se va diluyendo, Baby es una bomba de tiempo emocional y la historia explota, literalmente hablando. Lo que parecía un robo de guante blanco se torna sangriento, hasta gore, al mejor estilo Natural Born Killer de Quentin Tarantino. Nos encontramos ante una cinta magistralmente editada (y fotografiada), que se mueve entre el cine de acción y el musical (las coreografías en plano secuencia lo reafirman), interpretada por un Ansel Elgort magnético. Indudablemente Wright está atravesando por un gran período de inventiva visual, y como espectadores debemos estar agradecidos. Hay intriga criminal, unas secuencias de acción alucinantes y un repertorio musical que va desde R.E.M hasta Aretha Franklin y Edith Piaf ¿Qué más podemos pedir?
Finalmente podemos disfrutar de una película de Edgar Wright en los cines argentinos. Pese al éxito de los films del realizador británico que supo brindarnos grandes películas como “Scott Pilgrim Vs The World” (2010), “Shaun Of The Dead” (2004) y “Hot Fuzz” (2007), nunca tuvimos la oportunidad de disfrutar de una de sus cintas en la pantalla grande. En nuestro país se convirtieron en fenómenos de culto gracias al boca en boca de los cinéfilos. En esta oportunidad, luego de concluir la llamada “Cornetto Trilogy” con “World’s End” (2013), Edgar nos trae otro de sus combos que mezclan la acción con la comedia como ningún otro director contemporáneo. La película cuenta la historia de Baby (Ansel Elgort), un ávido e intrépido conductor que usa su habilidad para manejar autos en fugas que se dan luego de robos o asaltos a entidades bancarias. Este peculiar sujeto tiene una gran afición a la música, la cual utiliza para aplacar un zumbido que tiene en los oídos producto de un accidente. Así es como Baby elige su “banda sonora” a la hora de escaparse de la policía o fugarse a toda velocidad, con el fin de mantenerse siempre en movimiento y calmar el dolor. Cuando conoce a la chica de sus sueños (Lily James), Baby ve la oportunidad de abandonar su vida criminal y realizar una huida limpia. Pero después de ser forzado a trabajar para un jefe de una banda criminal (Kevin Spacey), deberá dar la cara cuando un golpe malogrado amenaza su vida, su amor y su libertad. Edgar Wright pone toda la carne al asador y nos ofrece su mejor perfil. En esta oportunidad, no solo nos presenta su estilo vertiginoso y enérgico que combinan el montaje con la música, sino que esta vez fue más allá, y nos otorga un cuasi musical de acción. El montaje de este film, que es un rasgo distintivo en la filmografía de este director, es impresionante. Se combinan los movimientos de cámara, muchos planos secuencia, con el sonido directo y la música extradiegética para otorgar una experiencia audiovisual y sensorial totalmente única. El montaje es incansable y hace que cada escena supere a la anterior, aunque estemos ante una simple transición que no aporte mucho a la trama. No hay disparo que no acompañe a la métrica de la canción o línea de diálogo que no se concatene con el resto de los planos sonoros. La banda sonora está compuesta por más de 30 canciones que conforman una lista de reproducción increíble que muchos seguirán escuchando luego de ver la película. Todo el mundo hablaba de la banda sonora de “Guardians Of The Galaxy” (2014), y sinceramente esta la supera ampliamente. Ansel Elgort (“The Fault in Our Stars” -2014- ) deja atrás su paso por “Divergente” (2014), para hacer un gran trabajo al interpretar a este carismático criminal, que es muy bien secundado por Kevin Spacey (“House Of Cards”) y por un grupo variopinto de delincuentes compuesto por Jon Hamm (“Mad Men”), Jamie Foxx (“Ray”), Jon Bernthal (“The Walking Dead”) y Eiza González (“From Dusk Till Dawn”) que se dedican a enaltecer la ingeniosa narrativa del film escena tras escena. “Baby Driver” es un film entretenido y bien narrado. Una muestra de la destreza técnica de los realizadores, y un gran trabajo actoral terminan de cerrar una de las propuestas más divertidas y originales tanto para cinéfilos como para el público en general. Si no viste la última película de Edgar Wright, corre a la sala más cercana para disfrutar de la comedia de acción (y podríamos agregar musical) más original de los últimos tiempos.
Pocos directores son capaces de adaptarse a diferentes estilos y lograr en cada oportunidad un resultado positivo. Afortunadamente Edgar Wright (Three Flavours Cornetto Triology, Scott Pilgrim vs. The World) forma parte de ese reducido grupo de mentes creativas y demuestra con sus creaciones que la originalidad está lejos de acabarse. Así lo demuestra con su última película, la genial Baby Driver. Baby Driver es un film de acción con personajes coloridos que entran y salen del foco de la cámara como si fueran pistas de música. Todo pega y funciona en esta película: tenemos personajes con diferentes motivos para robar un banco, algunos por ego, otros por diversión y adrenalina, pero todos con un objetivo principal, hacerse de dinero fácilmente. Personajes que generan empatía en nosotros aún siendo conscientes que son delincuentes. O sea tenemos una trama efectiva y protagonistas que atraen, pero también hay algo importantísimo y quizás lo mejor de la película, una banda sonora extensa en su variedad de estilos que marca el timing de la narración. Por ejemplo el personaje principal, Baby, interpretado por Ansel Elgort (Bajo la misma estrella, La saga divergente) trabaja para Doc (Kevin Spacey) como conductor designado en golpes (robos). Cada golpe cuenta con un diferente método de acercamiento hacia el objetivo y un diferente equipo de acción; para Baby quien sufre de Tinnitus – un zumbido constante en el oído – y que esta toda la película conectado a su ipod significa: un nuevo trabajo, una nueva playlist para calmar su aflicción. Aunque parezca una trama simple, Wright logra que Baby Driver sea una película grande, atractiva y cautivante. La película presenta diferentes personajes, alguno de ellos aparecen de forma discreta y ayudan a presentar al mundo criminal que rodea a Baby (como es el caso de Jon Bernthal y Flea, sí el Flea de los Red Hot Chili Peppers); otros son víctimas de su propio trabajo (Jon Hamm y la siempre hermosa Eiza González) y después estan los otros… esos que presentan como una amenaza desde el vamos y su único objetivo es causar caos por su camino (Jamie Foxx de luxe). Todos estos personajes son catalizadores de impacto en la vida de Baby , el film de Wright se encarga de que este mundo criminal sufra victorias y derrotas absolutas como si la “ley de Murphy” condujera el último auto, un auto que no frena ni siquiera para cargar nafta. Las escenas de acción evocan al mejor cine de los ochenta (y el delirio de esa época), como si el director usara todas esa influencia y sacara lo mejor de cada una. Y ademas lo novedoso, el uso que hace de la música:Wright experimenta y nos sumerge en un mundo hermoso y pegadizo. En Baby Driver tenemos un panorama musical variado, cada canción pone tono a la escena. Desde Queen a The Champs y pasando por el genial Dave Brubeck, el director fusiona a la perfección varios géneros, del funk al pop y con muchas canciones melosas ochentosas (Porque Baby se enamora de la mesera linda de la ciudad) la película sincroniza musica diegética con el universo de la acción. Baby conduce y siente el sonido de su furioso ipod, se sabe cada canción, cada una de las melodías son parte de su repertorio de vida. Y esto es interesante, uno sale del cine tarareando las canciones que Wright usó en la película. Sin duda alguna Baby Driver es una de las mejores películas del año; tenemos un sólido director, un trabajo de equipo técnico impecable (clásico de los films de Wright), un elenco que cumple y convence en cada segundo y una historia simple, directa y divertida (con un soundtrack memorable) que traspasa la pantalla y se instala en el espectador para recomendar a futuro. Baby Diver es un tanque con todo lo bueno que esto significa. Sin duda ocupará un lugar de privilegio en mi lista de las mejores del año.
Otro tipo de musical El cine de acción centrado en las persecuciones de autos es un subgénero típico y casi exclusivo de Hollywood. De gran éxito en los años setenta, películas como Contacto en Francia, Bullit, The Driver, Vanishing Point, Duel o The Sugarland Express afianzaron un estilo basado en velocidad, choques, explosiones y muchísimos dólares derrochados en carrocería. Desde entonces, las persecuciones automovilísticas pasaron a ser parte de muchos thrillers y películas de acción, aunque generalmente no fueran lo central sino algún agregado de intensidad en momentos específicos. Curiosamente, hoy el subgénero no sólo ha renacido sino que se encuentra en auténtica ebullición, y qué mayor prueba de ello las ocho exitosas entregas de Rápidos y furiosos. Hay quienes señalan que esta nueva camada de películas son publicidad subliminal (y no tanto) financiada por la industria automovilística, en un intento por mantener su status y recuperar algo de su prestigio perdido por el calentamiento global, los precios del petróleo, la saturación urbana y el éxito creciente de los autos eléctricos (que perjudican directamente las ganancias multimillonarias de muchas ramas de la tradicional industria automotriz). La masividad de estas películas calaría sutilmente en la mentalidad de millones de potenciales consumidores, quizá persuadiéndolos de seguir inclinándose por los motores de combustión interna. Asentado este detalle, es de señalar que esta película tiene unas cuantas singularidades que le aportan cierta personalidad y la llevan a sobresalir respecto del cine de acción mainstream. El protagonista sufre de tinitus, por lo que escucha música en sus auriculares para tapar un zumbido constante. Es por eso que la acción que lo circunda, así como sus mismos movimientos, suelen acompasarse al ritmo de esos temas que oye. Por esto la película es un gran tour de force, prácticamente un musical de acción en el cual un chirrido de neumáticos se corresponde con riffs de guitarras eléctricas, los disparos con golpes de batería, y así toda la película puede verse como una gran coreografía donde lo que danza al ritmo de la música no son los personajes, sino la puesta en escena en su totalidad. Así, el director británico Edgar Wright (Shaun of the Dead, Hot Fuzz) despliega con oficio una imparable sucesión de videoclips, de a ratos brillantes. Otro de los puntos altos es el trazado de personajes, y fundamentalmente de un puñado de villanos que no sólo comienzan a aumentar sus recelos entre sí sino hacia el mismo protagonista, generando una tensión paulatinamente creciente. Lo que en cambio no está tan bien son ciertos lugares comunes, como una historia de amor tan incondicional como asexuada, recuerdos pasados innecesarios –es mejor que el protagonista haya nacido huérfano a recurrir a sandeces nostálgicas que alargan innecesariamente la película–, y el tropo del villano que revive varias veces antes de morir definitivamente, auténtica plaga del mainstream desde Terminator.
Bestia Bebé. La película empieza con un robo al banco. En realidad no sabemos qué sucede dentro del banco porque lo que más nos interesa es cómo van a escapar los ladrones. Sucede que nuestro protagonista es el chofer, llamado Baby. Se trata de un chico que la rompe manejando. Entonces, inmediatamente vemos una de las mejores persecuciones de la historia del cine. Un auto rojo trata de escapar de decenas de patrulleros, de las más diversas maneras (digo sólo “rojo” porque no sé absolutamente nada de autos y me es imposible registrar marca y modelo; sólo puedo agregar que iba muy rápido). Baby no deja de colear en cada esquina y cambiar mágicamente de carril y de dirección. Hasta en un momento se hace confundir entre otros 2 autos como en el juego de “dónde está la pelotita”. Mil maneras divertidas tiene Baby de vivir, de escapar. Pero no es la velocidad lo más extraordinario, sino lo es la inteligencia de Baby al conducir y su destreza para encontrar soluciones a escapes imposibles. Sin embargo, por más que sea el mejor chofer del mundo, Baby no le cae bien a nadie. Es bastante retraído y eso parece irritar. Está constantemente enchufado a los auriculares de su reproductor de mp3. Pero existe una explicación. Baby tiene un problema en los oídos. Un accidente le ha dejado un zumbido crónico por lo que trata de apalearlo escuchando música continuamente. Eso es lo que le da vida. La música parece también darle una pulsión de vida constante a la película toda. Por supuesto, hacia el final, la cosa se complica. Baby conoce a una chica con la que planea escapar definitivamente de la ciudad. Pero no puede dejar la delincuencia ya que su jefe no se lo permite. Nunca fue realmente un héroe, sino que es un simple esclavo. Luego tendremos otras y tal vez excesivas escenas de acción, pero ninguna a la altura de la secuencia inicial. La primera escena está cargada de inteligentes y hábiles ideas visuales. Se trata de emociones cinematográficas tan perfectas que nos generan una empatía automática. Deseamos instantáneamente que los ladrones escapen. Por lo menos para seguir disfrutando del cine mismo.
Acción a ritmo de videoclip… Baby driver es una revolución de subgénero; una “heist movie” de narrativa alternativa, que construye su trama a partir de una premisa original y entretenida. Lo mejor: + Excelente cinematografía + Escenas de acción sorpresivas e impactantes + Personajes eximiamente logrados + Muy buena edición musical Por qué no más de 8? Incurre en resoluciones triviales y apresuradas
El Hijo Prodigo Ha Regresado Baby: El aprendiz del crimen, es una película muy esperada por todos los cinéfilos, en especial, los fanáticos del cine de Edgar Wright, quien tiene un gran sequito de seguidores que no dudarán en recomendarte una y otra vez que veas la trilogía del cornetto, y seguramente a partir de esta semana, no pararan de recomendarte que veas esta película. Se podría decir que Wright dió el salto definitivo a la fama cuando adaptó en el 2010 el comic de Scott Pilgrim. Y no es para menos, ya que, el director denota un talento sencillamente envidiable. Su habilidad para narrar visualmente una historia de una manera rítmicamente perfectamente, le garantiza hoy en día un puesto entre los mejores directores actuales. Su último trabajo goza de lo mejor de su cine. Para empezar, la cadencia del metraje se digiere de manera perfecta. No hay un minuto en la película que este de más, no hay UN PLANO que este de más en esta gran colección de secuencias que mezclan el humor y la acción (Junto con un poco de melomanía) de una manera más que cómoda. Uno puede sentarse en la sala de cine seguro de que las casi dos horas de película van a pasar volando, y que ese tiempo además, fue bien empleado. No hay un plano que este de más en esta gran colección de secuencias que mezclan el humor y la acción Los personajes son excelentes, carismáticos, y en algunos casos aterradores al mismo tiempo. Las actuaciones, desde la primera a la última hacen que la película y la historia se sostengan sin problema. La relación de Baby y Deborah, es muy bella, aunque quizás demandaba un poco más de tiempo en pantalla, pero si algo supo hacer Wright es transmitirnos la química entre estos dos personajes en pocas escenas. Las cosas por las que deben pasar ambos nos generan emoción por lo compenetrados que estamos con la relación de los personajes. Otra cosa también muy interesante es como se va jugando todo el tiempo con nuestra expectativa para con los villanos del film. Por momentos pensamos que el clímax de la historia se va a dirigir a un punto específico, pero al mejor estilo de Baby, la historia pega volantazos que no sólo sorprenden sino que le dan un aspecto más tridimensional a la película. Es difícil encerrar a esta película en un género, pero si estuviera obligado a elegir uno me decantaría por la acción/comedia. Las secuencias de acción de la película, las cuales la mayoría son persecuciones, están no sólo pensadas y filmadas con total destreza, sino que también, poseen un nivel de edición casi milimétrica sin caer en algo totalmente mecánico. El ritmo de las escenas es muy vivo, llevándonos desde momentos de adrenalina, hasta la angustia o los nervios muy cómodamente. Y la comedia, es excelente. Quizás no pasen las dos horas de duración de la película descostillándose de risa, pero sólamente porque no es lo que el director está buscando. La película apunta a tener sólo un par de momentos de comedia, pero los mismos, están muy bien aprovechados. La banda sonora es otro gran acierto. Como es de esperarse de una película donde el protagonista es un total melómano, el playlist del metraje va desde el rock clásico hasta el rap moderno. Cada canción tiñe a la escena donde está colocada de una tonalidad (Que puede variar desde lo alegre a lo terrorífico y lo desconcertante) que le suma desde todos los aspectos. Sin mencionar que la cadencia de la que hablaba antes va acompañada todo el tiempo de cada una de estas grandes canciones. Además, Wright demuestra nuevamente lo hábil que es para contar una historia de una manera totalmente visual, sin perder el tiempo en detalles innecesarios. Cada plano pareciera haber sido pensado por años, cada encuadre nos cuenta algo. Y los diálogos sólo son utilizados cuando son necesarios, y sin abusar de una exposición que le quitaría su encanto a la peli. Los errores que le encuentro a esta peli, recaen más en una cuestión de guión. Siendo que la resolución de los acontecimientos se siente un tanto apurada, y quizás algunas cuestiones generan dudas y descontentos. Lo cuál no opaca para nada que la experiencia total del film sea algo memorable. Por último, quiero destacar la habilidad de Edgar Wright para construir una historia propia sin dejar de hacer referencia a otro tipo de películas, otros tipos de cine; generando una especie de mixtape cinematográfico, que no sólo es un buen homenaje, sino, además, una buena película.