Amor y Pasión En el medio de la vorágine de las compras navideñas, Therese (Rooney Mara) la empleada de una tienda departamental distingue a lo lejos un rostro que la atrapa, que la hipnotiza. Pero rápidamente ese rostro desaparece. A los minutos Carol Aird (Cate Blanchett) se presenta en su mostrador preguntando por el mejor obsequio para su hija, luego de anunciarle Therese que la muñeca que buscaba estaba agotada. Así arranca "Carol" (USA,UK, 2015) de Todd Haynes, un melodrama enmarcado en los años cincuenta, en una época en la que nada de lo que muestra el director estaba permitido, y mucho menos la creciente pasión que entre Carol y Therese se inicia sin poder evitar las consecuencias y daños colaterales que se desencadenarán. Filmada con un virtuosismo y una precisión estilística única, la historia de "Carol" va a avanzando lentamente para configurar un contexto hostil hacia las mujeres que van poco a poco conociéndose y entregándose a la otra. Mientras Carol se muestra decidida y con el empuje necesario para terminar con su pasado, sabiendo que le puede costar el dejar de ver a su pequeña hija, Therese avanza más lentamente, con miedo, y también con inexperiencia. Haynes se detiene en ellas para terminar de configurar el panorama en el que se encuentran inmersas, envistiendolas de poder a cada una según el momento en el que se encuentren, pero también empoderándolas para que el resto de los personajes interactuen con ellas hasta tanto el guión se los permita. La actuación de Mara, medida, ajustada, simple, supera a la de Blanchett, quien magnetiza la pantalla con su presencia, pero también deja el espacio para que el personaje Therese tome más protagonismo. El resto del elenco acompaña a ambas, destacándose Sarah Paulson, como una amiga de Carol y Kyle Chandler (inmenso) como el marido de Carol que debe afrontar una situación complicada y no quiere ceder ante lo inevitable de la verdad a la que se enfrenta. Si "Carol" no llega a ser una obra perfecta es porque quizás llega un tiempo después a la obra de Haynes, quien ya en "Lejos del Paraíso" pudo producir una de las películas más perfectas sobre la temática. También hay algunos puntos que no terminan de cerrarse en el desarrollo dramático, pero la capacidad para configurar el mapa visual de la historia, con algunas tomas perfectas, icónicas, únicas, que destacan por encima de la media de las producciones cinematográficas que estamos acostumbrados a ver. La música y las imágenes envuelven a las amantes, y el filme avanza a fuerza de detalles, porque justamente algo que destaca a "Carol" es la capacidad de Haynes en posarse en cosas, imagenes, objetos, en Carol, en Therese, para terminar de desarrollar el inevitable y fuerte vínculo entre ambas, y la empatía con los espectadores. PUNTAJE: 7/10
Retórica del colapso. Por supuesto que la objetividad no es uno de los horizontes de la actividad creativa y su apostolado, por lo menos en lo que respecta a esa interpretación científica vinculada a la imparcialidad formal y los procesos tendientes a garantizar un determinado criterio de verdad. Sin embargo, precisamente en este estado de cosas radica el mayor potencial del arte, en su disposición hacia el análisis subjetivo del tópico de turno y la puesta de manifiesto ulterior, léase las inquietudes y el enclave inconsciente del obrar humano. Ese componente caótico resulta fundamental en los llamados “retratos de época”, entre los cuales definitivamente el más valioso es el que hace explícita la peculiaridad de su mirada. Dentro del rubro en cuestión, Carol (2015) de Todd Haynes a priori acumulaba muchas expectativas no sólo porque constituye el regreso del señor a la dirección luego de ocho largos años desde la extraordinaria I’m Not There (2007), sino también debido a que la realización funciona en términos prácticos como una “companion piece” de Lejos del Cielo (Far from Heaven, 2002), aquella obra maestra con Julianne Moore y Dennis Haysbert. La presente alcanza el umbral cualitativo de antaño y se aventura un paso más allá abriéndose camino como el último eslabón de una trilogía, que se completa con la primigenia Safe (1995), acerca del inicio de la crisis del matrimonio tradicional y la familia tipo americana. Así las cosas, del colapso individual de Safe y los prejuicios raciales/ la hipocresía de Lejos del Cielo, llegamos al terreno del tabú lésbico mediante la relación a comienzos de los 50 entre Therese Belivet (Rooney Mara), una empleada de una tienda por departamentos, y Carol Aird (Cate Blanchett), una burguesa de buen pasar a las puertas del divorcio. El relato toma prestado el ardid fitzgeraldiano circa El Gran Gatsby para ofrecer un desarrollo escalonado en el que prima la ponderación de la protagonista del título a través de la óptica fascinada de su partenaire: aquí los ojos extasiados de Therese -es decir, la perspectiva y el sentir del espectador- van filtrando ese encanto sutil que envuelve a la esplendorosa Carol. ¿Podría algún otro realizador haber llevado a la pantalla grande la novela autobiográfica The Price of Salt de Patricia Highsmith? Difícilmente, porque el californiano es uno de los mayores talentos del cine queer de las últimas décadas, a la altura de iconoclastas como John Waters y Pedro Almodóvar. Una vez más los melodramas rosas de Douglas Sirk conforman un modelo estético/ conceptual ligeramente retorcido, en donde la pasión por las historias del corazón y la denuncia social se unifican con las particularidades del período, el preciosismo de la fotografía, la pose decadente de los hombres, las paradojas que plantean los vínculos y esa maravillosa destreza para penetrar en los misterios del acervo femenino. Como corresponde a todo fatalismo romántico, la lógica de la insatisfacción y del saberse atrapado es la que controla el accionar de personajes obnubilados por terceros cuyo entorno comunal desconocen o no comprenden, por más que los sueños de anexión sobrevuelen en algún momento el cielo de la pareja. El destino de pobreza o riqueza no es producto del azar y responde a la configuración por estratos de un país que jerarquiza el comportamiento considerado “aceptable”, en especial a ojos de una minoría dominante. Carol y su retórica del sacrificio social son un oasis de aire fresco, una prueba irrefutable de que todavía es posible filmar desde una dimensión etérea y a la vez aferrada a las pugnas terrenales…
OH CAROL Una mirada a través de un negocio lleno de gente. Una mano descansa en un hombro, un poco más de lo esperado. Una conversación de palabras en código. Eso es todo. En el Estados Unidos de la era McCarthy los hombres y mujeres homosexuales se vieron obligados a seguir las normas sociales, lo cual significaba permanecer atrapados en el closet. Es en este contexto en el que Terese (Rooney Mara) y su nueva clienta Carol (Cate Blanchett) establecen la relación que marcará sus vidas, en la adaptación de la novela de Patricia Highsmith dirigida por Todd Haynes. Mientras Terese y Carol viven su amor todavía a escondidas, su deseo de gritarlo a los cuatro vientos difícilmente podría ser más claro. El film y la novela, reconocen la imposibilidad de un romance lésbico en ese momento -los 50’s- pero deciden evitar el trágico final de costumbre. Haynes hace un trabajo extraordinario, “Carol” es una película sin un rastro de guiño barato, golpe bajo o malicia y que luce -además- como un cuadro en movimiento de Edward Hopper. Han habido muchas películas en los últimos años que han tocado en la experiencia gay, algunas llegaron a un público masivo, y otras no. “Carol” no parece un elemento de influencia social en este sentido, tal vez su público sean fieles ya convertidos. Su sutileza inherente habla volúmenes y es un claro recordatorio de la persecución de la sociedad y las injusticias que todavía abundan en la comunidad. El romance que “Carol” cuenta se va quemando lentamente y cuando explota ilumina y acaricia el intelecto y el corazón.
El amor entre dos mujeres, en los años 50 era algo impensado, y con diferencia de edad, aún más. El amor tenía que ser oculto, reprimido, vivirlo en secreto, y hasta como una desgracia. Una historia simple, un guión sencillo pero poderoso, con muy poco diálogo, pero con muchas miradas intensas, que todo lo dicen. Delicada y pasional historia. Therese Belivet (Rooney Mara) es una joven empleada de una tienda de Manhattan que sueña con una vida mejor, mientra toma hermosas fotografías. Un día conoce a Carol Aird (Cate Blanchett), una mujer elegante y sofisticada que se encuentra atrapada en un matrimonio infeliz. Entre ellas nacerá algo más que una conexión inexplicable, bastó solo una mirada. Con una fotografía exquisita, muy estética, y un vestuario que transporta al público a esa bella época, en donde sin celulares, todo era distinto… Se esperaba una carta, un llamado, se revelaban las fotos y la inmediatez no existía. Ahora la poesía se vive en pantalla grande. Cate es una maravillosa actriz que todo puede hacerlo, y todo lo hace supera ampliamente las expectativas. Y por supuesto también es el mejor papel de Mara. Esto es cine.
Cuando haya terminado la proyección de Carol habrás disfrutado de una excelente e imperdible historia de amor y de memorables actuaciones dignas de los premios Óscar. La química entre Cate Blanchett y Rooney Mara es tan buena que con sólo mirarse la tensión sexual traspasa la pantalla, y el ...
a mejor película vista en competencia hasta el momento es el melodrama lésbico titulado Carol dirigido por Todd Haynes. Película elegante como pocas, en sintonía con el clasicismo tardío de un Terence Davies y un James Gray, tal vez no cuente con la crueldad tan afín a los presidentes del jurado, los hermanos Coen, pero es muy difícil ser ciego a las virtudes ostensibles de esta historia de amor entre mujeres que transcurre durante la década de 1950 en los Estados Unidos. url-6 Carol Basada en Carol, o el precio de la sal, segunda novela de Patricia Highsmith, Carol cuenta el paulatino enamoramiento entre una joven vendedora de una tienda de Nueva York, con aspiraciones de convertirse en fotógrafa, y una mujer más grande con una excelente posición económica, casada y con una hija. Las coordenadas simbólicas de 60 años atrás son inconmensurables respecto de las de nuestro tiempo, de tal modo que el lesbianismo concebido como inmoralidad y enfermedad de la psique nos resulta ridículo, pero eran fundamentos irrefutables y suficientes en aquel entonces para que una madre pudiera perder la custodia de su hija, uno de los tantos problemas que habrá de atravesar Carol. Los trabajos de Cate Blanchett (Carol) y Rooney Mara (Thérese) son sobresalientes, y las actrices tienen la osadía necesaria para entregarse a una escena de sexo en la que el equilibrio entre el erotismo y la ternura luce perfecto, escena que además consigue conjurar cualquier fantasía masculina sobre la sexualidad lésbica. Esta película hermana de Lejos del paraíso, también de Haynes, es una exploración notable de la subjetividad femenina en un contexto histórico específico poco favorable para historias de amor de esta índole. Los encuadres son prodigiosos, el diseño de arte magnífico, y cualquier rubro elegido para evaluar a Carol estará a la altura del resto. Es que Haynes es un cineasta de una delicadeza extrema. Incluso es capaz de, literalmente, dirigir la nieve, que aquí le obedece para ser parte del encantamiento que producen los objetos, los rostros de las actrices y los colores que pueblan el mundo. ¿En qué está pensando Haynes cuando elige el travelling inicial para ingresar a una cena tan significativa para Carol y Thérese? ¿En qué está pensando cuando muestra la primera foto que Thérese saca de Carol a la distancia? Ver cómo se llega a esa escena, seguir la preparación perceptiva de ese momento determinante, es uno de los tantos placeres de Carol. Haynes sí piensa en lo que filma. Y si todo aquí no es perfecto, eso se explica por una única razón: los Estados Unidos de la década de 1950 son aquí fundamentalmente una reconstitución minuciosa de diseño. La época, en cierta medida, está elidida y el deseo solamente conoce su límite ante la moral de una década, cuyo conservadurismo se le concede como lugar común de una cierta forma de mirar el pasado. El film de Haynes adolece un poco, apenas un poco, de cierto solipsismo en el que lo real subyace como un caos, un fondo simbólico que basta materializar como decorado. La historia mayúscula se siente en los cuerpos y en cierta medida en las acciones de los personajes. Pero sucede que esa década en los Estados Unidos es demasiado perturbadora como para que sus marcas se resuelvan en alguna cita al paso. La indumentaria y el mobiliario son operadores débiles de referencia, signos endebles a pesar de su contundencia, de la Historia que contiene todas las historias.
LA NOVELA La obra de Patricia Highsmith (Fort Worth, Texas, 1921-Locarno, Suiza, 1995) no desmiente una estimable irregularidad. Habitualmente conocida por su archifamoso Mr. Ripley, un emergente de la sociedad del bienestar, tiene, sin embargo, obras de una extraña y repelente profundidad. Podrían mencionarse Mar de fondo, El grito de la lechuza, los cuentos reunidos en Los cadáveres exquisitos y, según la biografía escrita por Andrew Wilson, Beautiful Shadow, Extraños en un tren, que fue en verdad la que la lanzó a la fama. Si Extraños en un tren fue casi de inmediato comprada por Alfred Hitchcock, no le ocurrió lo mismo con su segunda novela, la autobiográfica Carol. Fue lanzada al mercado con el título The Price of Salt y en 1952, no sólo las editoriales importantes se negaban a publicarla, sino que la escritora debió optar por el seudónimo de Claire Morgan. Con su habitual acidez, Highsmith cree que el texto tuvo semejante éxito porque en la época las historias que hablaban de amores homosexuales terminaban siempre de manera trágica. Ella decidió que a Carol le correspondía un happy end, algo que no es común en el resto de sus novelas o cuentos. Muy pronto abandonaría Estados Unidos y se instalaría en Europa de manera definitiva. La novela en cuestión llega hoy día como una narración enmascarada en una tercera persona que bien puede pasarse a primera. Tendremos entonces la imagen de una adolescente de diecinueve años, Therese Belivet, y de no pocos de aquellos jóvenes de la época. Porque en el texto literario el punto de vista le pertenece a Therese. Vemos lo que ella cree que es la realidad, asistimos a sus andanzas por el teatro Black Cat y sus deseos de convertirse en escenógrafa. Al revés de lo que piensa Highsmith, Therese no es una ingenua. O en todo caso, posee la ingenuidad petulante de los adolescentes. Se cree superior a su novio, Richard, con el que ha mantenido relaciones sexuales tres veces sin conseguir placer alguno. El capítulo 8 de la versión española de Anagrama, el del barrilete, nos demuestra que no estamos ante personas comunes. Se lee a James Joyce y a Kafka, se mencionan compositores que Therese considera importantes y, por supuesto, también abundan las canciones de la época. Entonces, quién es Carol? Sencillamente la puerta que Therese debe abrir para conocer no sólo su propio cuerpo sino también sus sentimientos y sus ideas. Como le ocurriera a la autora, Therese la descubre en las fiestas de fin de año, mientras está empleada en la sección juguetería de unos grandes almacenes. A partir de aquí y deslumbrada por esa mujer de unos treinta o treinta y dos años, esta muchacha de diecinueve comenzará la persecución. Le enviará una tarjeta de Navidad pero sin su firma. Simplemente coloca su número de vendedora. Therese y Richard, Carol y su marido Harge, una antigua amiga de Carol, Abby, quien la conoce desde los cuatro años, serán quienes nos guíen por un mundo que parece ya muy lejano. En youtube, con motivo de un reportaje humillante a la actriz Francis Farmer, alguien escribió: “Oh, fucking fifties!. Si leemos con cuidado esta novela, nos encontramos tentados a coincidir con esa expresión. No obstante, Carol no resulta un texto que condice con los mejores de esta escritora. Hay demasiado diálogo repetido y situaciones que se vuelven a analizar una y otra vez. No es sutil y lo mejor que puede decirse de él es el hecho de habernos dejado un retrato perfecto de aquellas adolescentes de los años 50. LA PELÍCULA Había en el caso de Todd Haynes dos antecedentes valioso: Far from Heaven y la miniserie televisiva Mildred Pierce, superior a la película homónima. El guión de la primera le pertenecía exclusivamente a él. Tenía, además, el antecedente de aquel melodrama modélico de Douglas Sirk, All that Heaven Allows. En verdad Haynes parecía haber dado vuelta el romance para mostrar un pueblo de Nueva Inglaterra con todas las mezquindades de la época y su hostilidad hacia las minorías tanto étnicas como sexuales. Existía en aquella ama de casa cuyo marido la abandona por otro hombre una cierta comprensión, una humildad que la lleva a crear una relación con el jardinero negro. El centro de Far from Heaven es ese personaje femenino que intenta no vivir alienado en medio de tanta hipocresía. La técnica de Haynes, su manera de entregarnos a las criaturas –también de los años 50- indicaban una sensibilidad que él trasladaba a la cámara. Tal como ocurre con su homenaje a Bob Dylan, I´m Not There. Por lo tanto, estábamos dispuestos a concederle el crédito suficiente. Cuando se necesita vender una película, en este caso una coproducciòn británico-americana, se recurre a cualquier argucia. Es así como puede leerse en The Guardian que desde Hitchcock y su Extraños en un tren, nadie había comprendido tan bien a Patricia Highsmith. No estamos seguros de que tal afirmación sea correcta. Se sabe que la traslación de un texto literario al cine genera otro texto diferente. Para que el procedimiento se justifique, el film debe poseer una certera autonomía y una validez indiscutible. En este caso, la guionista Phyllis Nagy –y suponemos que Haynes también- han elegido una estructura circular que resulta una broma: en la primera escena vemos a Therese y Carol sentadas a la mesa de uno de los tantos bares que frecuentan. Un recién llegado las interrumpe y se comentan banalidades formales. Esta misma escena irá al final para que nos enteremos que se trata del diálogo definitivo entre ambas. Carol, harta del chantaje, de los espías, de la pérdida de su hija Rindy, n o quiere arrastrar a Therese al vacío. Pero en la última escena vemos cómo la joven va en busca de Carol y el final es exactamente el de la novela: Therese avanzó hacia ella”. Este happy end en ambos textos, el literario y el cinematográfico, no tiene el mismo peso en ambos. Es comprensible en la novela, pero en la película el punto de vista está compartido y se producen rupturas que acaban por hacernos caer en el tedio. Cuando se vende una película de esta categoría de aguarda el éxito que tuvo Broken Mountain (Ang Lee-2005). Como la misma Highsmith reconoce, no había demasiadas protagonistas de un romance homosexual que fueran mujeres. El problema es que Carol no nos resulta tan fascinante como la novela propone. Es una mujer vencida de antemano por los prejuicios y la histeria de su marido. Asimismo, se traiciona el punto de vista y esto es más serio. Perdemos de vista a Therese para irnos con Carol a visitar a los abogados que juran venganza eterna empujados por el marido engañado. Si Haynes y Nagy quisieron construir un alegado feminista, al menos podrían haber aclarado, tal como ocurre en la novela, que Therese y su novio Richard tenían relaciones sexuales. En este aspecto, la adolescente es aquí en exceso pasiva y la marcación corre por cuenta del director. Si le quitamos fascinación a Carol y le inventamos una suerte de anomia a Therese no vamos a salir ganando con la película. No importa que las intenciones vocacionales de la muchacha se cambien: pasa de escenografía a la imagen en blanco y negro de una fotógrafa con cierto talento. Pero como si fuera un pecado mortal, los jóvenes de esta película jamás mencionan un arquetipo cultural que pudiera asustar a la audiencia. Se opta por la trasegada música popular de aquella época. Y hay demasiada en la banda sonora. Lo retro es una variable del posmodernismo. Highsmith sabía que estaba escribiendo para lectores y lectoras que tuvieran ciertas inquietudes y no sólo en el área sexual. En 2015 Haynes y Nagy juegan con la ignorancia de una audiencia que aguarda el momento de los desnudos y el placer. Si la novela es irregular, la película se nos escapa debido a la pérdida del punto de vista y a la marcación zombie de las actrices. El exagerado medio tono las aleja y las transforma en fantasmas de una época que se perdió en el tiempo.
Por amor al cine La vida de la joven Therese Belivet (Rooney Mara), empleada de una tienda de juguetes de Manhattan cambia luego de un encuentro casual con Carol Aird (Cate Blanchett) una mujer de la alta sociedad, imponente y elegante. El lazo, la conexión entre ellas cambiará la percepción de sus vidas a medida que su relación va haciéndose más intensa y prohibida. Carol rompe esquemas con una historia cautivadora, cuidada y emocional. Cada mirada de Blanchett provoca y desnuda a los más conservadores, además de romper miradas descalificatorias y discriminatorias ante el acto más puro de los seres humanos: el amor. En este caso, no tan convencional como las historias que Hollywood nos tiene acostumbrados. Esta vez, Therese será la compañera, el otro lado del río donde las dos protagonistas se sumergirán en una historia que trata el prejuicio, la discriminación sexual y clasista que existía en los Estados Unidos de la década de los 50. Tanto Therese como Carol emprenden un viaje revelador hacia el interior de ellas mismas, en el cual, el deseo y el sentimiento cumplen un papel fundamental. Cate Blanchett cambia y brilla en cada ambiente en el que se mueve, desde su vestimenta, su tono de voz y hasta la forma de gesticular, iluminando cada escenario como a las personas que están con ella. Rooney Mara se re descubre desde el empuje y claridad que sostiene Blanchett, con un personaje que desarrolla sus temores y conflictos en sintonía con el film. Desde que la conoce, empieza a darle lugar a la persona que realmente es, posicionando sus pasiones por encima de la crítica social de parte de sus amigos como también de su pareja. Deja de lado las expectativas inculcadas en su seno íntimo –y hasta por sí misma- para embaucarse en un trayecto de liberación tanto profesional como personal. 1d97ef8a-d94a-4b42-a73e-c475ff30e2ac-2060x1236 Carol, desde su esencia, nos traslada a una Nueva York sumergida en el prejuicio, el tabú en cuanto a las relaciones homosexuales y la crítica moral que emergía en la época. Una ambientación perfecta que se puede explicar fácilmente por las nominaciones que cosechó para Mejor Vestuario, Mejor fotografía y Mejor banda Sonora en los premios Oscar de este año. La esencia de Carol reside en contar la historia a través de miradas, paisajes y contrastes. Allí recae el gran trabajo de Todd Haynes en la dirección, tomando cada lugar y escena como única con lo que quiere transmitir. Carol es una obra acerce de la seducción, el arte sensual de la conquista, lo erótico y el amor, sin la necesidad de llegar a un tono grotesco o explícito para alcanzarlo. Superlativo el uso de la fotografía de Edward Lachman en concordancia con la música de Cartel burwell, creando situaciones y momentos difíciles de olvidar para el espectador. Sin duda, el lente de Todd Haynes se vio en cada plano y circunstancia del film, que atrapa desde el abanico de matices y colores que decoran a Carol desde la primera secuencia hasta el final. Phyllis Nagy trasmite cada palabra fielmente de la novela homóloga de Patricia Highsmith brindado una adaptación sólida, tanto que el film también está nominada para Mejor guión adaptado. Carol es un voto de dulzura, compasión y amor al cine, con protagonistas que trascienden la pantalla (inigualable el papel de Blanchett), además de una relación simétrica y perfecta con el guión, la fotografía y el montaje.
Menudo escándalo había provocado Patricia Highsmith. Su novela The price of salt, sobre un amor prohibido entre dos mujeres neoyorquinas, fue censurada 1952 por su temática transgresora (de hecho, la escritora lo firmó con un seudónimo) y se transformó en una especie de libro maldito para la comunidad gay estadounidense. Tuvo que correr mucha agua (y cambio de mentalidad) bajo el puente para que la obra se publique finalmente en 1989, ya con el nombre al pie de Highsmith. Y más de veinticinco años después, Todd Haynes adaptó este drama para su nueva película. Las dos damas son Carol Aird (Cate Blanchett), una elegante mujer de la aristocracia neoyorquina, y Therese Belivet (Rooney Mara), una joven que trabaja en una tienda de regalos. Carol está casada y tiene una hija pero su matrimonio parece haberse marchitado hace tiempo, mientras que Therese tiene un pretendiente que no le otorga demasiada seguridad. Ambas coinciden un día en el local y el flechazo será inevitable. Mujer de clase, toda una vanguardista (recordemos que la acción sucede en la década del 50, cuando la liberación femenina era una quimera), Carol ya había "probado" con alguien del mismo sexo (una amiga que luego será su consejera) e irá de a poco seduciendo a Therese, para quien esta posibilidad se le presentará como un nuevo universo por descubrir. Serán ellas dos contra todos. Con pulso de orfebre, Haynes reconstruye las peripecias de las dos protagonistas (enormes Blanchett y Mara), a las que rodea de una cuidadísima puesta en escena, unos personajes secundarios a la altura y un contexto bien a tono con la época, con sus tabúes y miserias (la escena de la mediación del divorcio de Carol es uno de los tantos grandes momentos). Valiente, conmovedora, sofisticada, verosimil, adjetivos que no le quedan grandes en absoluto a Carol.
“Carol”, la nueva película de Todd Haynes que fue parte del Festival de Cannes del 2015, llega a las salas luego de haber recibido múltiples premios y nominaciones, como las seis por las que compite en los próximos Oscars. En la Nueva York de 1952, dos mujeres se conocen en una tienda de juguetes en vísperas de Navidad. La joven Therese Belivet (Rooney Mara) es una empleada que asiste a la señora Carol Aird (Cate Blanchett) en la compra de un tren de juguete para su hija. Poco después, por un olvido -o tal vez por una fortuna-, el destino las vuelve a juntar bajo otros intereses, ya alejados de la simple transacción comercial inicial.Así comienza este drama romántico dirigido por Todd Haynes, basado en una novela de Patricia Highsmith llamada originalmente The Price of Saltpara evitar sospechas sobre la temática en 1952. Lo que empieza siendo una relación donde, quizás secretamente, ambas mujeres se admiran entre sí, evoluciona en algo más profundo que ciertamente afectará sus vidas.La película tiene mucho de cosas sin decir y de miradas, reflejado un poco en la fotografía amateur que practica el personaje de Rooney Mara. Resulta particularmente intrigante el uso constante de ventanas, vidrios y ventanillas en los que los personajes siempre se encuentran detrás, encerrados o mirando algo a la distancia, como que siempre hay algo en el medio, algún impedimento para llegar o alcanzar el otro lado. Y la historia de “Carol” tiene mucho de eso, en la dificultad que tienen los personajes para mostrarse plenamente como son y de no poder expresar sus deseos como realmente quisieran. Parte del atractivo de esta historia, y que la película comunica excepcionalmente, surge de este quiebre emocional que las mujeres persiguen.Ayuda también que estas dos personas tan interesantes y complejas estén representadas en la pantalla gracias a las excelentes actuaciones deCate Blanchett y particularmente Rooney Mara, quien no parece tener límites en su capacidad actoral luego de hacer un personaje diametralmente opuesto a este en The Girl With The Dragon Tattoo, la versión de David Fincher. Acá aplica sus dotes actorales de manera tal que uno puede percibir lo que le está pasando apenas con la forma que tiene la actriz de expresar una mirada, un gesto, o una posición incómoda. Therese Belivet es alguien con una mente profundamente aventurera que necesita poder escapar de la vida que tiene, y eso es algo que le ofrece el personaje de Cate Blanchett quien le resulta irresistible en varios aspectos.Es una historia de un amor secreto que va de la mano con el ambiente de la época, dándole un romanticismo que muy pocas veces se ve en el cine actual, donde dos personas hacen (y sufren) lo necesario para seguir sus sentimientos llevándose al mundo por delante, aún con las consecuencias que eso conlleve.Es honesta y profunda, pero también tiene sus pequeñas cuotas de humor que caen en los momentos justos. Es una linda sorpresa, un poco de aire fresco en una cartelera donde este tipo de historias no tiene siempre su lugar asegurado. “Carol” es una las mejores películas del año.
Dos contra el mundo El realizador de A salvo, Velvet Goldmine, Lejos del Paraíso, I'm Not There y Mildred Pierce filmó esta exquisita transposición de la controvertida y ya mítica novela autobiográfica de Patricia Highsmith sobre la historia de amor entre dos mujeres de distintas edades y orígenes sociales (notables trabajos de Cate Blanchett y Rooney Mara) en los años '50. Nominado a 6 premios Oscar (pero no a Mejor Película ni Dirección), se trata de uno de los mejores estrenos de los últimos meses. Durante mi cobertura del Festival de Nueva York ya expresé mi entusiasmo por Carol, de Todd Haynes, un film extraordinario en todo sentido. La historia de amor entre Carol (Cate Blanchett), una mujer de clase alta, poderosa pero infelizmente casada, y Therese (Rooney Mara), una muchacha que trabaja en una de las grandes tiendas de Nueva York y que desea ser fotógrafa, da pie a una reflexión sobre la situación de la mujer en el rígido sistema de vida de los Estados Unidos en los años ´50. Verla nuevamente me sugirió otras observaciones. Blanchett y Mara cumplen sendas actuaciones memorables. Mara ganó el premio a mejor actriz en el Festival de Cannes y ambas están nominadas al Oscar. Blanchett (una de las mejores actrices del momento, esta es su séptima nominación, y ganó el Oscar dos veces) tiene una fuerza expresiva arrolladora, sabe manejar su corporalidad que habla por sí misma como signo del deseo y la contención y conoce el efecto que causa en la joven, mientras que el rostro y los gestos de Mara la muestran claramente ansiosa por conocer un mundo nuevo. Mara posee algo de la Audrey Hepburn de La mentira infame (The Children's Hour, 1961), pero en este nuevo film el lesbianismo no está vivido como un problema en sí mismo -como en aquel film-, sino como conflictivo socialmente. Es interesante observar que la autora de la novela algo autobiográfica que dio origen a Carol, Patricia Highsmith (con El precio de la sal, que debió publicar bajo el seudónimo de Claire Morgan) era bisexual, mientras la productora, la talentosa Christine Vachon, colaboradora habitual de Haynes, es lesbiana. Haynes ha demostrado en toda su filmografía tener una especial sensibilidad para plasmar la psicología femenina, y aquí su exquisitez se expande a todos los niveles: el cuadro social, la recreación de época -con un esfuerzo admirable en la dirección y diseño de arte, sobre todo si tenemos en cuenta que el film transcurre en gran parte en exteriores- y lo más notable es la creación de atmósferas. La atracción entre ambas mujeres es inmediata, un coup de foudre; toda la escena del primer encuentro está destinada a la antología. La tensión erótica está sostenida y contenida durante todo el film, y también llega a momentos de expansión. La fotografía de Ed Lachman es muy sofisticada, con un significativo uso del color que evoca el Technicolor de los ‘ 50, planos lejanos tomados tras vidrios o reflejados en espejos, como el mejor melodrama clásico a-lo-Douglas Sirk, o tomas de los rostros que resultan notables retratos. La narración está estructurada con una introducción y un largo flashback, después del cual la escena inicial queda resignificada, en un círculo que sin embargo no llega a cerrar, y deviene espiral. El film muestra el estado de la mujer, encorsetada dentro de un rígido sistema de pautas sociales, pero ellas eligen vivir sus propias elecciones, en una suerte de Thelma y Louise de los '50. Con Carol, Haynes continúa la tarea crítica que ya desarrollara en Lejos del Paraíso (2002) y Safe / A salvo (1995), películas en las que también retrataba el sometimiento de la mujer a normas sociales represivas signadas por el varón, en las que no calza, porque no le son propias. Recientemente, en su serie Mildred Pierce volvió sobre el mismo tema. Carol es una obra del siglo XXI. El cine tiene hoy un tratamiento de la homosexualidad totalmente distinto del que recibió en los ’50, y las resoluciones de la historia hubieran sido impensadas en esa época. Como lo postula Vito Russo en su conocido libro The Celluloid Closet dedicado al tema, el cine de Hollywood castigó con la muerte, el ostracismo y otras penurias a todos los homosexuales, dejando sentado un código de conducta. Por otra parte, era inconcebible ver escenas de sexo entre mujeres en la pantalla hasta hace muy poco. Incluso la diferencia de clases hubiera hecho difícil semejante romance. La sutileza de Haynes evita caer en diálogos obvios; contada desde el punto de vista de Therese, adivinamos su atracción por esa mujer que se le acerca desde una posición de poder, su curiosidad, la imagen que va creando de ella, la mezcla de turbación y determinación ante el cruce del umbral, los conflictos emocionales de ambas gracias a la expresividad de sus cuerpos, de sus gestos y miradas, sin necesidad de palabras. Aunque el film mantiene un cierto distanciamiento, incluso frialdad, aun en los momentos más dramáticos, lo cual es un rasgo de la literatura de Highsmith. Los secundarios a cargo de los excelentes Kyle Chandler y Sarah Paulson son también dignos de mención, pero la fuerza de las dos protagonistas los reserva a un segundo plano. El Oscar siempre le ha sido esquivo a Haynes, ícono del cine gay: ni el director ni su película están nominados, aunque sí lo están el guión adaptado, la fotografía, el vestuario y la música, además de ambas actrices. Todos merecen un premio. Pero yo no tengo devoción ni fe en los Oscar…
La mirada no tiene moral Todd Haynes ya ha demostrado con creces su dominio del melodrama y su disposición a ciertos códigos y maneras de entender las historias. Las referencias a las películas rosas de Douglas Sirk son marca registrada en su cine y vuelven a aparecer aquí en Carol -2015-, pero también la contraposición de las historias de amor en el seno de sociedades hipócritas y en un contexto histórico sumamente hostil para quienes pretendían salir del closet. De la recordada Lejos del Paraíso (Far From Heaven -2002-) a esta adaptación de la novela autobiográfica de la escritora Patricia Highsmith, Carol (en realidad The Price of Salt, que tuvo que firmar con seudónimo Claire Morgan) han pasado varios años pero la fórmula se repite, es decir, la apuesta al esteticismo y a la sensibilidad para acomodar una historia sencilla con profundas raíces melodramáticas, que apela con armas nobles a la liviana denuncia de la doble moral en épocas donde la mirada también se juzgaba desde un banquillo demasiado elevado. Pero la mirada no tiene moral o por lo menos ese es su costado interesante como signo de los tiempos y es lo que en definitiva prevalece en Carol, aunque el defecto de la película del director de Safe -1995- es no mantener el punto de vista en un personaje y diversificarlo. Por eso Carol, como título resulta un tanto engañoso, dado que quien mira, observa es Therese Belivet –Rooney Mara- desde el primer momento que descubre entre la gente que entra a la tienda de Manhattan, donde ella vende juguetes, a la elegante y distinguida Carol Aird –Cate Blanchett-, con quien rápidamente establece una relación que pasa por los estadios de la fascinación, el deslumbramiento y el enamoramiento propiamente dicho. No obstante, Carol, el personaje, no se destaca por su lucha sino por su capacidad de seducción y la franqueza a la hora de encarar su historia de amor con una joven con ínfulas de llevarse todo por delante, tal vez de despertar ante el letargo de la rutina y la inercia en tiempos donde el feminismo ni siquiera se contemplaba. Hasta aquí todo sería normal y convencional si dejáramos de lado el contexto en el que se desarrolla esta historia de amor entre dos mujeres, más allá de la notable diferencia de edad entre una joven de 19 años y una burguesa casada y con una hija. Sin embargo, el contexto no se define en el film desde el lugar más clásico, sino a través del detalle y de la mirada dentro de ese espacio furtivo. Todd Haynes logra construir con pocos elementos un melodrama sólido, familiar y romántico, sin ninguna necesidad del golpe de efecto o subrayar para que su relato transite con fluidez y encuentre el tiempo adecuado sin perder de vista el medio tono elegido. Para ello es sustancial el aporte de la fotografía de Edward Lachman, una banda sonora omnipresente a cargo de Carter Burwell –merecida nominación al Oscar- y la química entre Blanchett y Mara (ambas con nominaciones en sus respectivas categorías). No es antojadizo tampoco que Therese tenga afición por la fotografía, porque nuevamente la mirada sobre Carol dibuja otra historia a partir de la percepción femenina, contrapuesta con el realismo planteado de antemano en un universo machista y que opera como bisagra entre el mundo de ellas, sensual, prohibido (sin duda el que más le gusta retratar a Haynes) y rodeado de tristeza frente al otro mundo de clausura moral.
Cate Blanchett y Rooney Mara protagonizan un drama dirigido por Todd Haynes y basado en la novela El precio de la sal, de Patricia Highsmith. Nueva York, alrededor de 1950. En un día como cualquier otro, la empleada de una tienda departamental y aspirante a fotógrafa, Therese Belivet (Mara), atiende a la adinerada y cautivadora Carol. La conexión es inevitable, y ambas terminan como amigas. Pero a medida que avanza la película, la relación se profundiza: Carol, atrapada en un matrimonio que solo se sostiene por el amor a su pequeña hija, ve en la joven e ingenua Therese un escape y distracción. Todd Haynes (I’m not there) vuelve a la pantalla grande con este drama basado en la novela El precio de la sal (1951), de Patricia Highsmith. Por su temática lésbica, el libro fue casi “insólito” y sorprendente para la época. Hoy que dos mujeres mantengan una relación no es tema de discusión (o no debería serlo), por lo que Haynes, en conjunto con la guionista Phyllis Nagy (nominada al Oscar por Mejor Guion Adaptado), busca poner el foco de atención no tanto en el vínculo entre Therese y Carol, sino en la posición en la que se encuentran: encerradas en la cárcel de las reglas sociales de los 50’. Esa es la historia que Carol intenta relatar. Intenta. Porque si se sacan las escenas más íntimas entre Carol y Therese, en donde reinan las miradas penetrantes que conmueven, la película resulta aburrida. La falta de ritmo y fluidez es enorme, y el resultado son dos horas largas, innecesarias y que no le hacen justicia a la obra original. Aún así, Cate Blanchett y Rooney Mara son brillantes. Ambas están nominadas a los Oscar, la primera a Mejor Actriz y la segunda a Mejor Actriz de Reparto (incomprensible decisión de que Mara esté en la categoría de secundarios y no como protagonista). La química entre las actrices es perfecta, y la película funciona solo gracias a ellas: las interpretaciones de Carol y Therese, respectivamente, rescatan al film y resultan ser lo más memorable.
Depende con qué ojo se mire a Carol uno puede llegar a decir que es excelente o muy aburrida. Yo estoy en algún lugar en el medio entre esas dos posturas.Desde el punto de vista cinematográfico es impecable y tiene muy merecidas sus nominaciones al Oscar por fotografía y vestuario. Tiene unos encuadres y planos preciosos y la vestimenta es fenomenal al igual que toda la recreación de época.El director Todd Haynes vuelve al cine luego de unos cuantos años (su último film fue la genial retrospectiva de Bob Dylan llamada I’m Not There en 2007) con una historia que si se la mira con los ojos de hoy en día puede resultar simple pero si hacemos el ejercicio de trasladarnos a la década del ’50 vamos a entender lo fuerte del relato.El gran atractivo del film y causa principal de elogios es la dupla protagónica: Cate Blanchett y Rooney Mara, ambas nominadas al Oscar en protagónico y reparto.Blanchett vuelve a demostrar una vez más que es una actriz de raza. Le da gran profundidad a su papel y solo con miradas nos puede transmitir todo, y Mara toma mucho de eso en su personaje pero de forma más naif en un principio para luego desarrollar.Esto es lo buena del film y no es poco. ¿Lo malo? Es muy aburrida, sobre todo el primer acto.Desde el principio sabemos cual es el conflicto y se dilata mucho el movimiento de los personajes para llegar al nudo de la historia por más que los diálogos sean muy buenos. El ritmo no acompaña.Si esto a ustedes no les pasa se encontrarán con una joya sin desperdicios tal como lo expuse al principio.Amén de ambas posturas, Carol es un film solemne que aborda un tema tan común como es enamorarse pero que las circunstancias, la época y la discriminación lo complican. Es profunda, te hace pensar y tiene clases magistrales de actuación. Definitivamente es un film para no perdérselo.
Carol, la nueva película de Todd Haynes, una historia de amor prohibida entre dos mujeres basada en la novela de Patricia Highsmith y protagonizada por Cate Blanchett y Rooney Mara. Todd Haynes es uno de los directores más exquisitos que tiene el cine hoy en día, aunque nunca termine de ser reconocido como tal. Sus películas suelen tener un modesto éxito, son alabadas por la crítica, pero a la hora de la temporada de premios apenas logra colarse en algunas categorías. Con Carol parecía que eso iba a cambiar, no obstante su director no fue nominado a los Oscars y la película tampoco logró estar en la categoría principal. Pero eso es un detalle, porque ya sabemos que los Oscars no son criterio de nada. El realizador que supo retratar como nadie a figuras como Karen Carpenter, Bob Dylan y David Bowie, sin necesidad de hacer biopics, sino simplemente retratar sus mundos, decide esta vez adaptar una novela de la escritora Patricia Highsmith. Con esta novela como referencia, vuelve a retratar desde la esencia más pura en este caso una historia de amor. Un amor que no necesita un beso hasta pasada más de la mitad de la película, porque está presente en cada mirada, en cada roce de manos, en cada respiración entrecortada. Si es así como nos sentimos al estar enamorados… Las palabras sobran porque a la larga no todo se puede expresar con palabras. Y Haynes apela a esa sutileza, por eso es un director tan único. Haynes es alguien impecable en su trabajo, capaz no sólo de contar historias de un modo sutil pero totalmente efectivo, plasmando sensaciones sin subrayarlas, sino de construir imágenes que fortalecen cada una de esas historias. Es así que Carol no sólo cuenta con una cinematografía (a cargo de Ed Lachman) y puesta en escena muy cuidados, precisos sin ser sobrecargados, teniendo en cuenta que es una película de época pero que todo el tiempo se siente contemporánea, sino que su guión, escrito por Phyllis Nagy, está lleno de información no dicha en la superficie. En Carol predominan las miradas y los roces, y los diálogos acompañan la construcción de estos personajes. Por un lado tenemos a Carol, una mujer separada y con una hija, de apariencia fuerte y dominante, avasallante, interpretada de manera magistral por la inigualable Cate Blanchett. Y por el otro a Therese, la joven que aún no sabe lo que quiere (trabaja en una casa de muñecas, pero le gusta los trenes y sabe mucho de ellos porque lee al respecto aunque “tal vez no debería”, le gusta sacar fotos pero no cree ser buena y no se atreve a sacarle a las personas porque siente que puede estar invadiendo, está en pareja con un joven prometedor pero cuando aparece la posibilidad de un viaje en auto con Carol no duda en abandonarlo) pero no por eso no deja de intentar, despacio, a su tiempo, ver qué es para ella. “No sé lo que quiero, ¿cómo voy a saber lo que quiero si le digo sí a todo?”, reflexiona en algún momento. Rooney Mara aporta mucha autenticidad a su Therese, la verdadera protagonista (aunque Blanchett esté nominada como Actriz Principal y Mara en la categoría de Reparto), es a través de y con quien vivimos la transformación del personaje. A todas estas incertidumbres que se generan siempre ante una nueva relación, aunque todavía uno no la llame así, se le suman los prejuicios y barreras impuestos por la sociedad en una época que no acepta nada que les parezca fuera de la norma. La resolución, que por supuesto no adelantaré, no es más que lo que termina de posicionar a Todd Haynes como el director que es, capaz de contar historias de la manera más real posible, a sus tiempos. Son dos imágenes que lo dicen todo sin decir nada más. Porque como reza el tagline de su película, “Algunas personas cambian tu vida para siempre”. Y eso sucede cuando realmente nos enamoramos, y de Carol uno se enamora, y es de esas películas que se quedan con uno para siempre. Elegante y sutil por sobre todas las cosas, intimista y tan hermosa como devastadora, Haynes hace de esta historia aparentemente pequeña una gran película y logra reflejar como nadie el deseo entre dos personas. Las actuaciones de Blanchett y Mara le suman delicadeza a uno de los mejores films del año, Carol.
Cuando el amor tiene dos caras de mujer La particular sensibilidad del director de Lejos del paraíso hacia el melodrama alcanza su cumbre con esta extraordinaria adaptación de una de las primeras novelas de Patricia Highsmith, sobre el amor prohibido entre dos mujeres en la Nueva York de los años 50. “La inspiración para este libro me surgió a finales de 1948, cuando vivía en Nueva York. Había acabado de escribir Extraños en un tren, pero no se publicaría hasta fines de 1949. Se acercaban las Navidades y yo estaba un tanto deprimida y bastante escasa de dinero, así que para ganar algo acepté un trabajo de dependienta en unos grandes almacenes de Manhattan, durante lo que se conoce como las aglomeraciones de Navidad, que duran más o menos un mes. Creo que aguanté dos semanas y media.” Este recuerdo pertenece a Patricia Highsmith y a la génesis de su segunda novela, The Price of Salt, publicada en 1951 con seudónimo, y mucho después vuelta a publicar como Carol, ya bajo su propio nombre, cuando había pasado el riesgo de estigmatización por lesbianismo. Y Carol se titula también la extraordinaria adaptación del director estadounidense Todd Haynes, que ya fue recompensada en el último Festival de Cannes y que el próximo 28 de febrero compite por seis premios Oscar, entre ellos a sus dos estupendas actrices, Cate Blanchett y Rooney Mara.Director tan valioso como poco reconocido en Argentina, donde a su obra se la asocia sobre todo con la cultura rock –en primer lugar por su originalísima aproximación biográfica a Bob Dylan en I’m Not There (2008), y también, una década antes, por Velvet Goldmine, su revisión crítica de los años dorados del glam rock– Haynes es un cineasta con una particular sensibilidad hacia el mejor melodrama. Lo probó con creces en esa obra maestra olvidada que fue Lejos del paraíso (2002), donde volvía sobre el universo de Douglas Sirk, pero introduciendo elementos tabú en los mélos de Hollywood de los años 50, como el racismo y la homosexualidad. Lo confirmó luego con su celebrada miniserie Mildred Pierce (2011), adaptación de la novela de James M. Cain que en su momento ya había protagonizado Joan Crawford. Y ahora lo ratifica una vez más con una pieza de una rara elegancia y delicadeza como es Carol, la historia de un amor prohibido entre dos mujeres en la Nueva York de comienzos de los años 50.A diferencia de Far from Heaven, donde Haynes –y su gran fotógrafo de siempre, Ed Lachman– recreaba la estética extrema y de colores rabiosos de los melodramas de la Universal producidos por Ross Hunter, aquí el director es muy fiel al espíritu más bien frío y clínico de la literatura de Highsmith, lo que no le impide llegar paulatinamente a un final conmovedor. Rooney Mara –Red social, La chica del dragón tatuado, Her– es Therese, aquella joven empleada de unos grandes almacenes que fue Highsmith y que dio pie a su novela. Y Cate Blanchett (que para Haynes fue uno de los seis Dylan de I’m Not There) es Carol, la gran dama de Manhattan que con su sola, aristocrática, etérea presencia provoca el inmediato enamoramiento de Therese.No son tiempos fáciles para ninguna de las dos. Carol está atravesando un conflictivo divorcio, que le cuesta la tenencia de su hija, y Therese está desconcertada, todavía no sabe qué pensar de su vida ni de su sexualidad. “Ni siquiera sé lo que quiero para el almuerzo”, reconoce. Lo único que entiende es que no puede apartarse de Carol, quien en un acto de coraje –estamos hablando de 1953– le propone dejar todo atrás y hacer un viaje juntas, subirse a su imponente Packard y partir sin rumbo fijo hacia el Oeste, aunque más no sea para respirar la libertad de la ruta y de su mutua compañía en soledad.Serena, pausada, sin estridencias, esencialmente clásica en su puesta en escena, Carol es esa clase de películas que perdurarán por su madurez narrativa y por la calidad de su adaptación, tan fiel al espíritu original de la novela como libre cuando tiene la necesidad de apartarse de ella. A diferencia de la organización lineal y cronológica del libro, por ejemplo, la versión cinematográfica adopta una estructura un poco más compleja, que comienza con un gran flashback capaz de teñir aun más la historia con esa mezcla de melancolía y angustia tan particular de la literatura de Highsmith.Hay aquí algo de “ese dulce mal” (This Sweet Sickness es el título de otra de las grandes novelas de la autora) que lleva a Therese a no ver con claridad ninguna otra cosa del mundo que no sea Carol. En este sentido, el trabajo de fotografía de Ed Lachman es ejemplar: el rodaje en Super 16mm aporta la textura de la época, con cierto aire noir que refuerza el carácter casi criminal de esa relación, mientras que la multiplicidad de cristales y reflejos que se interponen ante la cámara (salvo cuando Carol y Therese están frente a frente) ponen la realidad exterior en sordina. De esta manera, se refuerza el punto de vista de Therese, esa narración en tercera persona pero contaminada de subjetividad que es característica de la obra de Highsmith en general y de Carol en particular.Por detrás de ambas mujeres, que parecen irradiar su propia luz, se mueve un opaco, resentido mundo de hombres. Si el novio de Therese no entiende, en su necia ingenuidad, por qué ella toma cada vez más distancia de él, Harge (gran trabajo de Kyle Chandler), el marido de Carol, está dispuesto a todo con tal de apartar a su esposa de lo que él y su aristocrática familia entienden es una “desviación”. “Si no puede tenerme a mí, yo no podré ver más a Rindy”, se desayuna Carol cuando los abogados van por la custodia de su hija. Los hombres sienten su virilidad amenazada y se muestran tan vengativos como impotentes: no parece casual que Harge deje la conducción de su auto a un chofer, mientras Carol se empeña en ponerse al volante.Por encima de las virtudes de fotografía, reconstrucción de época y uso dramático del sonido (que refuerza el encierro de Carol y Therese en su propio mundo), el casting es de primer nivel, empezando por sus dos grandes actrices. Rooney Mara aporta esa mezcla de perplejidad y determinación que es propia del personaje de Therese, mientras que Cate Blanchett parece haber nacido para encarnar a Carol, tal como la describe Highsmith en la primera aparición en la novela: “Era alta y rubia, y su esbelta y grácil figura iba envuelta en un amplio abrigo de piel que mantenía abierto con una mano puesta en la cintura. Tenía los ojos grises, incoloros pero dominantes como la luz o el fuego. Atrapada por aquellos ojos, Therese no podía apartar la mirada...”Entre la infinidad de detalles que hacen a la construcción de la película hay uno muy revelador de la sutileza con que plantea su puesta en escena Todd Haynes. En el primer encuentro a solas de ambas en casa de Carol, Therese empieza a juguetear distraídamente con el piano y va desgranando, como un mensaje cifrado, las notas del clásico “Easy Living”, que para esa época cantaba Billie Holiday. Y parecen resonar en la cabeza de todos –personajes y espectadores– sus primeras estrofas: “Living for you is easy living / It’s easy to live when you’re in love / And I’m so in love / There is nothing in life but you”.
Sobre un amor difícil, pero no imposible Como si se tratara de un homenaje a la primera adaptación al cine de una novela de Patricia Highsmith (Extraños en un tren, Alfred Hitchcock, 1951), Carol comienza con el sonido de un tren. Pero esta adaptación de Highsmith no es sobre muertes, sino sobre una historia de amor: no un romance veloz, sino un enamoramiento progresivo y profundo entre dos mujeres en la Nueva York de la década del 50. Una es Carol (Cate Blanchett) y la otra Therese (Rooney Mara), de diferentes edades y diferentes clases sociales. Esta historia es relatada por uno de los directores clave del cine contemporáneo: Todd Haynes, alguien que ha sabido construir una carrera de brillante eclecticismo, pero que ha sabido destacarse especialmente en dos líneas: la rockera (Velvet Goldmine, I'm not There) y el melodrama (Lejos del paraíso, aunque también Safe era a su modo un melodrama austero y moderno). Ahora, con Carol, vuelve a la inspiración sirkiana (por Douglas Sirk) como en Lejos del paraíso, pero, otra vez, agrega su mirada confiada y que confía en el espectador, su mirada que sabe hacer cine contemporáneo porque sabe releer el clásico y no simplemente citarlo. Un ejemplo de este procedimiento: la música de Carter Burwell habitual colaborador de los hermanos Coen es tan tenue como íntima, e inmediatamente reconocible a la segunda vez que aparece el leitmotiv: es una utilización clásica de la banda sonora, cero disruptiva, pero con una instrumentación que no se encuentra en los melodramas de los años 50 de Hollywood. Lo mismo sucede con la fotografía de Edward Lachman, de un esplendor en el color y en el brillo que obtuvo gracias a rodar en fílmico (en súper 16 mm). La luz y el impresionante diseño de producción nos llevan a los años 50, pero a unos 50 texturados desde el presente, adorados desde el amor de Haynes, un sentimiento que en su caso no abandona jamás la reflexión. En esa mezcla pasional e intelectual reside la parte de la sabiduría de Haynes: Haynes sabe, y sabe explotar ese tiempo del enamoramiento, un tiempo de prueba, de resiliencia, porque Therese debe conocer a Carol y también enfrentarse de forma temprana a sus problemas familiares. La primera mitad es un tiempo estratégico de la película, en la que Haynes construye los sentimientos hasta hacerlos emerger cada vez más y con ineludible proximidad en el segundo tramo. Su mano maestra para este manejo se sostiene, además, en el sublime trabajo de sus protagonistas (el de Rooney Mara no es un rol secundario, como creen en el mundo del Oscar), de las que si solamente viéramos sus ojos Haynes sabe también destacar las miradas ya entenderíamos sus pasiones. Carol es una de esas películas de apariencia inicial distante que sin que nos demos cuenta nos involucra en otra época, en otro contexto ese en el cual Patricia Highsmith tuvo que publicar su novela con seudónimo y nos ubica en medio de esta historia de amor que se sabe difícil, pero no imposible. Que se sabe, y con orgullo, esplendorosa, certeramente cinematográfica.
De pasiones desatadas Una historia de amor entre mujeres, con Cate Blanchett y Rooney Mara sacándose chispas. Mucho ha cambiado de 1951 al presente. Patricia Highsmith escribió El precio de la sal bajo un seudónimo: recién en 1989 se imprimió como Carol, y con su nombre. Una historia de amor, de pasión, entre dos mujeres, era tal vez demasiado para la época. Y si además la resolución iba más allá... Pero lo que era casi prohibido por entonces, ahora es visto desde otra perspectiva. Y Todd Haynes, el artista de Velvet Goldmine, y especialmente Lejos del Paraíso, la narra desde hoy, pero ambientándola como la novela original, y hasta rodándola con un aire de clasicismo que subyuga y conmueve. Carol, una mujer casada, de la alta sociedad, conoce a Therese, una vendedora de una tienda. La señora, se adivina, tiene experiencia en pasiones, algo que la jovencita no sabe cómo sobrellevar. Haynes marca la encorsetada tirantez de la sociedad estadounidense de los años ’50 y la timidez de Therese, y cuando el entusiasmo deje lugar al arrebato y estalle con vehemencia, el erotismo será cuidado, pero concreto. Real. Perceptible. Lo que entrega Haynes es algo así como un embrujo. Hechiza al espectador, pero primero a Therese, en su confusión sexual, ya que tiene novio. Carol, la película, no tiene ataduras. Cate Blanchett da una clase de actuación. Enfundada en el vestuario de Sandy Powell, es toda una señora, pero también toda una mujer. Sabe balancear la pasión con el miedo (a perder a su amante, a perder a su hijita) y tiene eso que se llama presencia: cada vez que irrumpe en escena, como Katharine Hepburn, se nota. Rooney Mara está a kilómetros de la Lisbeth de Millenium, y por eso mismo su labor se acrecienta. Modosa y recatada como es Therese, es el personaje que cambia, que crece y que se iguala a su par. Sería otro tema de discusión cómo es que Carol quedó fuera de las nominaciones más importantes del Oscar, como mejor película y director, si será que a la Academia definitivamente no le cae bien Haynes, pero no por ello habría que perderse esta valiosa película. Todo lo contrario.
Publicada en edición impresa.
Crítica emitida por radio.
Cate Blanchett y Rooney Mara están nominadas para ganar un Oscar en la próxima ceremonia por sus papeles en “Carol”. Tienen que meterse en la piel de dos mujeres que se enamoraron en una época en la que no estaba bien visto sentir ese tipo de amor por una persona del mismo sexo. Cate le da vida a Carol, una mujer madura que se quiere divorciar de su marido pero tiene una pequeña hija que ama más que a nada y ese amor la condiciona en futuras decisiones.
Delicada historia de amor con dos actrices intensas En 1951, Patricia Highsmith ya había escrito su primera novela, "Extraños en un tren", pero todavía no podía vivir de la literatura. Así que tomó un puesto de vendedora de juguetes en una gran tienda. Un día se le acercó una clienta muy fina, envuelta en pieles, de mirada penetrante, compró una muñeca para su hija y dejó la dirección para su envío. A la salida, Highsmith anduvo rondando por ese lugar. Respirándolo. Esa misma noche empezó a escribir su segunda novela. Se inspiró en esa mujer, en ella misma (dándose aires de frágil), y también en otra que perdió la tenencia del hijo cuando el exmarido llevó a Tribunales la prueba de sus amores prohibidos. En aquel entonces, ciertas agitaciones del corazón se contaban de otra manera, o tenían otro destino. Publicada con seudónimo como "El precio de la sal", la novela fue un suceso en determinados círculos. Mucho después, a fines de los 80, Highsmith la reeditó con su nombre, bajo el título "Carol". Entonces ya era una conocida escritora de asuntos criminales. ¿Pero había algún crimen en esa historia? Uno de sus aciertos es, precisamente, haber logrado para sus personajes y sus lectoras esa sensación de estar con el alma en un hilo, entre la fascinación, la turbación, el miedo a las consecuencias y la posibilidad de esquivarlas. Otro acierto, la capacidad de potenciar cada detalle y hacer reconocible hasta la menor inquietud del espíritu. Todd Haynes, autor exquisito, y Phillys Nagy, adaptadora, transfieren esas cualidades a la pantalla, y las envuelven en una hermosa melancolía, muy adecuada para esta delicada historia de amor, donde tienen tanto peso las miradas, las inquietudes, los sobreentendidos, y la conciencia de otra época. Hay muy pocos cambios respecto a la novela. La empleadita pasa de diseñadora vocacional a fotógrafa demasiado tímida para retratar personas, y la narración ya no tiene su sola voz. No mucho más que eso. Por lo demás, Rooney Mara y Cate Blanchett, en ese orden, se muestran intensas y maravillosas. Kyle Chandler, el joven Jake Lacy, Sarah Paulson, muy adecuados. Como la música medio tristona, la ambientación, y las imágenes, con mucho uso de espejos y ventanas. Al respecto, Haynes y su habitual director de fotografía Edward Lachman han aclarado muy bien sus fuentes de inspiración emocional y visual. No Douglas Sirk, al que apelaron para "Lejos del paraíso", también ubicada en los 50. Y menos el Wong Kar-wai de "Con ánimo de amar", aunque algo debe haber. Ellos hablan de "chasiretes" como Robert Franck, Saúl Leiter, Ruth Orkin y Vivian Maier, que dejaron instantáneas de tantos rincones y seres anónimos de aquel tiempo, y de una película: "Breve encuentro", de David Lean. Que describe un amor hétero, pero el sentimiento es el mismo. Y el resultado es hermoso. Advertencia final: conviene ver esta película en el cine. Está rodada en Super 16 por un maestro del fílmico, y se nota. Las copias digitales de los manteros, e incluso las copias legales, carecen de esa belleza.
"Carol" es uno de esos estrenos que no hay que pasar por alto. Una verdadera historia de amor entre dos mujeres en la Nueva York de los años 50´s, con una Cate Blanchett y Rooney Mara que te van a hacer creer que realmente están enamoradas una de la otra. El trabajo que realizan es impresionante, desde la primera hasta la última mirada. Cada plano de la peli merece un aplauso a su director, Todd Haynes, que no desperdicia cinta y no se pierde ni un solo gesto de estas dos mujeres que se buscan una a la otra, tanto con el deseo, como con sus cuerpos. La historia se arma en su totalidad bajo la línea de una fineza soberbia de principio a fin, desde el vestuario, la fotografía, la música y las actuaciones, que son para ver y volver a analizar. En síntesis: lo que vas a ver es una gran historia de amor y sobre como el enamoramiento, por sobre todas las cosas, cuando es honesto, es más fuerte que cualquier cosa. Si buscas una peli romántica, esta es tu opción.
Basada en la novela publicada en 1952 –con seudónimo y bajo otro título–, “Carol”, de Todd Haynes, es una película sobre la mirada, acaso la más contundente demostración de su poder cinematográfico en mucho tiempo. La historia de este “romance prohibido” entre dos mujeres durante esos conservadores años en los Estados Unidos está contada con la economía de recursos y la potencia que se produce cuando dos personas se miran con intensidad. Es poco lo que pueden decirse en público y es tan evidente la conexión que existe entre ambas que por momentos la pantalla parece explotar en deseo contenido. Una de las líneas de exploración de la carrera de Haynes ha sido el drama femenino, al que se ha acercado desde distintos ángulos, desde la modernidad extrañada de “Safe” al melodrama clásico de “Lejos del paraíso” pasando por el tono más cercano al film noir de la miniserie “Mildred Pierce”. “Carol” se une a este grupo de películas, pero la elección de tono aquí es más contenida. Es una historia de amor entre mujeres que debe manifestarse formalmente mediante recursos sutiles y esquivos, casi como las miradas que se cruzan. Para los de afuera, pueden pasar desapercibidas. Para ellas, cada parpadeo es un potencial corte a la respiración. Cuando Highsmith, en 1984, reconoció la autoría de la novela (en su momento la publicó con el título de “El precio de la sal” y bajo el seudónimo de Claire Morgan) y la reeditó como “Carol”, contó que la historia se basaba en un encuentro con una mujer que había tenido en 1948 cuando trabajó durante la temporada navideña en la juguetería de la tienda Bloomingdale’s. Ese encuentro –escribió la autora de “Extraños en un tren” en el prólogo de la reedición– hizo que ella se sintiera “extraña y mareada, casi a punto de desmayarme, y al mismo tiempo exaltada, como si hubiera tenido una visión”. Y esa sensación de enamoramiento furtivo, de deseo en estado puro y temor a la vez, es el que Haynes trata de transformar en cine. La protagonista, Therese, alter-ego de la autora e interpretada por Rooney Mara, atraviesa esa misma circunstancia en la novela y en la película que, más allá de algunas modificaciones (ella es aquí fotógrafa y en el libro, diseñadora), sigue la línea argumental de Highsmith. Ella se topa en la tienda con la veterana, elegante, seductora Carol y sus cimientos se sacuden. Con disimulada determinación, Therese empieza a buscarla y de a poco ese encuentro de miradas pasa a transformarse en algo posible, real. Pero hay inconvenientes. No sólo Carol (Cate Blanchett) es casada y con un marido un tanto troglodita y una hija pequeña, sino que ya ha tenido amantes mujeres y eso la pone en un lugar sospechado dentro de su inestable núcleo familiar. De todos modos, no hay nada que puedan hacer para evitarse. El deseo se impone con una fuerza evidente, arrolladora. Encarnada por Blanchett como una suerte de diva de la época, Carol es una mujer más veterana y experimentada que la joven Therese, que en un momento parece una jovencita impresionable pero pronto prueba ser capaz de controlar también los hilos de la relación. En la económica línea narrativa del filme, el trazo que se dibuja con más fuerza es el de la necesidad imperiosa de ambas mujeres de continuar adelante con su prohibida aventura pese a tener a todo y a todos en contra. “Carol” se dedica, un poco a la manera de “Con ánimo de amar”, pero sin la estilización casi manierista que caracteriza la obra de Wong Kar-wai, a describir la sensación del enamoramiento y la fascinación mutua de estas mujeres, al punto que –como en aquel film– es más lo que parece que pasa que lo que realmente pasa, tomando en cuenta la vibración de cada plano cuando las vemos juntas. Filmada en 16mm (con fotografía del gran Ed Lachman), con un look inspirado en la obra de Saul Leiter, Ruth Orkin y otros fotógrafos que retrataron la Nueva York de esa época, y con una melancólica banda sonora de Carter Burwell, la película de Haynes no apuesta por el camino cinéfilo de “Lejos del paraíso” (con su saturado Technicolor y su aroma a Douglas Sirk) sino que busca encontrar un tono más realista para contar su historia, permitiendo que la identificación con los personajes sea más directa y no esté tan mediatizada por la técnica o la referencia a otras películas. Para eso es clave la actuación de Mara, virtual representante del espectador en la pantalla, con su mirada asombrada y curiosa, temerosa y atrevida al mismo tiempo. Blanchett, como Carol, se regodea en su otredad: es una visión consciente de su misteriosa elegancia y siempre que la vemos a través de los ojos (o de la cámara) de Therese parece una criatura envuelta en pieles, alguien interpretando un rol (el de mujer casada y madre de pristina elegancia) del que desea distanciarse. Se sabe mirada, se sabe deseada y –dando un giro más a partir de la ficción– se sabe actriz, dentro y fuera de la pantalla. Con su sutil forma de acercarse a las ambigüedades y las vidas secretas de los personajes (vidrios, espejos y reflejos borrosos son parte clave del lenguaje visual del film), Haynes va involucrando al espectador en la suerte de ambas y de esta aventura logrando, sin utilizar un tono manipulativo –más allá de la persecución de la que son víctimas y que funciona como disparador para ciertos acontecimientos– que la tensión y la pasión crezcan, se sientan. Como en “Breve encuentro”, de David Lean, una película con la que tiene algunas similitudes formales y temáticas, Haynes logra que la emoción, la tristeza y la melancolía se apoderen del espectador y no lo suelten por mucho, mucho tiempo.
Therese & Carol Basada en una novela de Patricia Highsmith y dirigida por el cineasta de culto Todd Haynes, Carol (2015) muestra el suplicio romántico entre Therese (Rooney Mara), una joven empleada de una tienda de Manhattan, y Carol (Cate Blanchett), una mujer mayor atascada en un matrimonio ingrato. Nueva York, 1950. Época de compras navideñas. Blanchett se acerca al mostrador envuelta en pieles y con su típica mirada rutilante, siempre una diosa de la sofisticación. Está buscando una muñeca para su hija. Mara aguarda con una expresión despabilada y bastante cómica, mezcla entre un ciervo encandilado y Zoolander (expresión que la acompaña todo el film). La atracción entre las mujeres es mutua e instantánea. Carol no pierde tiempo. Se las ingenia para forzar a Therese a llamarla, luego a salir a comer, luego a invitarla a casa, luego a invitarse a la suya. Y así. En una de las escenas iniciales, Therese acompaña a unos amigos al cine. Uno de ellos es escritor y porta consigo una libreta donde hace anotaciones. “Busco la correlación entre lo que los personajes dicen y lo que sienten,” explica. Si viera Carol no necesitaría la libreta. Lo que los personajes sienten siempre es más que obvio, y lo que dicen es menos importante que lo que hacen. Esta es una película hecha a base de gestos, miradas, venias, detalles de fácil lectura para el espectador pero sobre los cuales los personajes operan inciertamente, a fuego lento. Highsmith es la creadora de la saga de Tom Ripley, y originalmente publicó “Carol” bajo otro título y otro nombre. Es fácil ver las similitudes con el mito de Ripley: ambas historias tratan sobre intrusos subrepticios en mundos que intentan en vano desecharlos. Ambas también comparten cierta fascinación por esta infracción – y efectivamente, a veces Carol y Therese parecen estar más fascinadas que enamoradas. Al menos Carol y Therese comparten sus cuitas con gusto, mientras que Ripley sufre su éxito en soledad. Lo más parecido a un antagonista es el marido de Carol (Kyle Chandler), a quien no le causa ninguna gracia tener que lidiar con lo que sospecha es un nuevo amorío lésbico de su mujer, sobre todo en medio de un divorcio y la batalla por la custodia de su hija. Pero el conflicto central no yace en la mirada de los otros (conflictos que se presentan como imponentes pero terminan desapareciendo como por arte de magia) sino en que estas mujeres sinceren su amor entre sí mismas. Cuando encaran la ruta y comienzan a hacer noche en moteles sórdidos, la película se parece tonalmente mucho más a Lolita (1962) que a Thelma y Louise (1991). Therese – personaje enervante – es esencialmente una borrega a merced de Carol, la mitad proactiva del dúo. No es hasta el final que elige algo por sí misma en la película que la tiene de protagonista (más allá de lo que diga el título). Si elige bien o mal es un punto a discutir. Todd Haynes está en su salsa cuando dirige melodramas sentimentales ambientados en la opresiva normativa de los ‘50s. En Carol demuestra nuevamente con qué destreza explora temas como los roles de género y la orientación sexual, y la facilidad con la que sumerge al espectador en la historia.
La primera escena de Carol da la impresión de que estamos viendo una película empezada: un hombre se encuentra de casualidad con una conocida en el bar del Ritz a comienzos de los años '50; la joven está sentada con otra mujer, unos años mayor, y adivinamos que las dos estaban en el medio de una conversación trascendental para sus vidas. La película empieza in medias res, y la interrupción del hombre da por terminada esa charla. Se adivina que ahí termina algo intenso. Esa escena enigmática marca el tono del resto de la película. Como en la teoría del iceberg de Hemingway, Todd Haynes empieza contando una historia en la que la clave no está expresada. Pronto adivinamos -al comienzo todo es adivinar- que esa primera escena fue un prólogo y que la siguiente ocurre tiempo antes, en el verdadero comienzo de la historia. Carol Aird (extraordinaria Cate Blanchett) es una mujer lesbiana que tiene una hija pequeña y se está separando de su marido. En una tienda conoce Therese Belivet (Rooney Mara, también extraordinaria), una vendedora unos años más joven. A Carol le gusta Therese y Therese, que tiene un novio, siente curiosidad por esa señora atractiva y que parece encararla con decisión y una libertad sorprendente para la época. Pero nada de esto se “dice”, Haynes nos lo va comunicando con detalles: miradas, roces de una mano que se posa demasiado tiempo sobre otra y diálogos esquivos. Esto es un toque de distinción pero también es central al meollo de la historia: los homosexuales, más aún si eran mujeres, debían ocultarse en los años '50. Y aunque Carol tiene una actitud bastante abierta y decidida -se va a separar del marido y no le oculta que tiene relaciones con mujeres- todo siempre se hace puertas adentro. Las lesbianas que vemos son como fantasmas que recorren los bares, las oficinas y las tiendas, a quienes nadie ve realmente salvo nosotros, los espectadores, gracias a la lente que nos coloca enfrente Haynes. El resultado es elegante y singular. Carol es un melodrama menos exacerbado que la sobresaliente Lejos del paraíso y más contundente que la miniserie Mildred Pierce, pero que tiene muchos puntos de contacto con ellas: protagonistas fuertes que deben sobreponerse a la represión social de la época en que les tocó vivir.
Historia de amor disonante entre mujeres El film de Todd Haynes, sobre un texto de Patricia Highsmith, pone en escena el vínculo entre dos mujeres de distinta clase social con la gran Cate Blanchett en el rol protagónico. En el comienzo, un hombre joven llega a un hotel lujoso y enseguida se dirige al restaurante del lugar en donde cree ver en una mesa a una amiga que está acompañada por otra mujer. Se acerca y comprueba que sí, allí está Therese Belivet (Rooney Mara) que le presenta, notoriamente incómoda a Carol Aird (Cate Blanchett). Ese es el disparador de un largo flashback que va a volver casi dos horas después al punto de partida, a ese encuentro que ahora sí, va a estar cargado de significados, con esas dos mujeres que ya no son anónimas, que muestran en toda su magnitud la tragicidad que podía adivinarse en los primeros minutos. Al igual que en Lejos del paraíso, el director Todd Haynes regresa a la década del '50, nuevamente para contar una historia de amor disonante, esta vez entre dos mujeres de diferente extracción social, una historia (El precio de la sal) firmada en 1952 por Claire Morgan que no era otra que la famosa escritora Patricia Highsmith, que recurrió al seudónimo por obvias razones. Con una elegancia exquisita y una sensibilidad precisa, Haynes va de esa primera impresión de las protagonistas al desarrollo de la relación. Casi se puede sentir la aceleración del pulso de ambas mujeres cuando sus miradas se cruzan y se mAantienen, en la sección de juguetes donde Therese trabaja como empleada y Carol busca un regalo para su hija, se entiende perfectamente el cruce fortuito pero decisivo entre la chica que busca su destino en la gran ciudad y la sofisticada mujer que eligió un rumbo y lo sostiene. Y es Haynes el que decide que el relato esté contado a partir de la mirada de Therese, que no casualmente es una fotógrafa en ciernes. Las diferencias están pero se diluyen, son dos mujeres que están dispuestas a superar la zozobra del futuro, a ignorar la fragilidad de una relación tensionada por el contexto, a postergar la incertidumbre que les provoca las decisiones que toman. Y, entre los muchos elementos extraordinarios de la puesta está la extraordinaria Cate Blanchett, única e irremplazable para el universo imaginado por el director, una enorme presencia sostenida por una abrumadora cantidad de recursos interpretativos que incluyen su voz, inconfundible, profunda, susurrante, que transmite el dolor que acompaña a la fortaleza de Carol, un personaje exquisito, deslumbrante e inagotable para una película inolvidable
El poder de la sutileza. En una gran tienda durante la época navideña, allá por los años cincuenta, Carol -interpretada por una sublime Cate Blanchett- divisa del otro lado de la habitación a Therese (Rooney Mara), una de las tantas empleadas obligadas a usar un gorro rojo y blanco por las fiestas. Todo está servido como para que esta sea otra escena de “amor a primera vista”, y efectivamente lo es. Pero mientras Carol se aleja del mostrador, se da vuelta, y con una sonrisa de lo más pícara le suspira a Therese desde lejos “Me gusta el gorro”. Y así de fácil, Carol enamora no solo a Therese, sino más bien a toda una audiencia. Carol cuenta la historia de una mujer de clase alta pronta a divorciarse de su marido, con quien tiene una hija a quien adora por sobre todas las cosas. Se dedica, pareciera, a ser justamente una mujer de clase alta, con toda la clase y la fineza que eso implica. Therese, por otro lado, es mucho más joven que ella, y se encuentra en una relación que está en pañales pero que aún así es lo suficientemente grande como para asfixiarla. Entre medio de conflictos legales por la tenencia de la hija de Carol y de la insatisfacción que irrita diariamente a Therese, se conocen. Se encuentran en un restaurant. Se gustan. Se fugan hacia la costa oeste, en un intento de dejar todo aquello que no sea la otra atrás. Ahora bien, si esta premisa suena demasiado simple es porque lo es. Este es, de hecho, un gran logro en una película como Carol, ambientada en una época donde la homosexualidad representaba un claro conflicto moral. Pero Carol -tanto la película como el personaje- van más allá de los tabúes de la época. Y es que Haynes logra un equilibro perfecto entre contar una historia donde el ser lesbianas claramente posiciona a estas mujeres en una situación conflictiva, pero aún así no es lo que define ni a ellas ni a su relación. Es refrescante ver que ante una sociedad que lo condena a gritos, Carol le pregunta a Therese si quiere irse de viaje con ella, así sin más, y Therese contesta “Sí, me gustaría”, así sin más. El conflicto está en la mirada retrógrada de los otros y no en la seguridad que tienen ellas sobre quiénes son y qué es lo que quieren, lo cual habilita que la historia de amor entre ellas se presente como tal: como una simple historia de amor entre dos personas que se atraen inmensamente. El otro gran atributo de la película yace en esa inmensidad. Volviendo a la escena mencionada previamente, lo maravilloso del cumplido de Carol sobre un ridículo gorro navideño es la sensualidad que encierra. Ella y Therese se irán de viaje juntas, finalmente se besarán y tendrán sexo y aún así, es posible que un “Me gusta tu gorro” sea más apasionado que todo eso junto. Lo brillante de Carol es, precisamente, la sutileza con la que es llevada a cabo. La tensión entre Carol y Therese se sostiene en aquello que ambas saben pero que no ponen en palabras, en ese juego de seducción que ambas llevan tan bien. En esta etapa tan íntima y primitiva de pura atracción, no podría importar menos que sean dos mujeres y esa es, de por sí, la forma más revolucionaria y atinada de retratar una relación. Carol se sostiene, así, mediante las sutilezas. No es casualidad que Therese vea a Carol fragmentada de a momentos, y que Carol se nos aparezca así en planos detalle de un guante que se desliza por una mano, unos dedos tocando un abrigo, un sombrero sobre su pelo. Nada está hecho a las apuradas, y todo en este relato se nos presenta con la delicadeza que merece. Así, la historia de Carol acaba teniendo tanta clase como su propio personaje.
Se encuentra muy bien narrada y las actuaciones son extraordinarias de las dos actrices protagonistas Cate Blanchett y Rooney Mara (es un deleite verlas en cada gesto, expresión y movimientos en escena). Resulta una gran historia de amor y deseo, en épocas que no está bien visto el amor entre personas del mismo sexo. Tiene muy buen ritmo y todos los elementos técnicos son los apropiados.Nominada a: Mejor actriz, Mejor actriz de reparto, Mejor banda sonora original, Mejor guión adaptado, Mejor fotografía, Mejor diseño de vestuario.
A partir de la novela The Price of Salt, de Patricia Highsmith, en la que dos mujeres de orígenes distantes entablan una profunda relación romántica, Todd Haynes estrena Carol con Cate Blanchett y Rooney Mara en los roles protagónicos. Carol Aird es una mujer madura de clase acomodada, que soporta un matrimonio en crisis para mantenerse cerca de su pequeña hija, su único real interés. Su marido no tiene nada terrible, simplemente no lo ama y es algo que él se niega a aceptar, por lo que continúa haciendo intentos por recuperar una cotidianidad que hace mucho perdieron. Buscando un regalo para su hija pocos días antes de navidad conoce a Therese Belivet, una joven vendedora que intenta desarrollar sus aspiraciones artísticas pero tiene pocas definiciones sobre sí misma y su futuro. Con excusas inocentes se reúnen fuera del trabajo y progresivamente confirman el mutuo interés de compartir tiempo juntas, ya que los diferentes orígenes sociales y los distintos momentos de sus vidas en que se encuentran les resultan intrigantes. Estando ambas acostumbradas a pasar Año Nuevo en soledad, deciden pasar juntas esos días en un improvisado viaje en auto que servirá para aclarar sus idas sobre sí mismas y sobre su compañera. No tan Thelma y Louise La historia es un melodrama bastante clásico, una historia de romance entre dos personas que no se tenían en los planes y con un entorno social que no acepta su relación. Lo que es un poco mas novedoso es el tratamiento que se hace de esa historia, mostrando las visiones que dos personas de diferente edad y experiencia tienen sobre temas como la propia aceptación, los sueños y como los deseos ajenos influyen sobre ellos. Mientras que Therese está en un punto donde recién comienza a preguntarse que clase de vida quiere realmente, Carol parece haberlo hecho hace algún tiempo pero algunas de esas respuestas ya no le son tan válidas como en su momento, como le demuestra el verse presionada a encajar en el rol de mujer que la sociedad para no perder a su hija. Entre ambas se desarrolla un romance reprimido y tímido, pero a la vez con cierta ternura. Dado su edad y su fortuna, Carol no puede evitar ponerse en una posición de liderazgo y Therese se deja llevar por su iniciativa aunque se sienta responsable por los problemas que su presencia le causa a Carol, alguien con mucho más para perder que ella. Los personajes secundarios son correctos y creíbles, no caen en estereotipos forzados sino que hasta cuando se dejan llevar por el egoísmo o el prejuicio no exageran en sus reacciones sino que se mantienen coherentes con su forma de ser. Contrariamente a lo que suele pasar en otras propuestas, la relación entre ambas está mostrada con bastante naturalidad y no tiene una impronta panfletaria. Aunque nunca deja de ser un tema presente, la mayoría de los conflictos que sufre esta pareja son indiferentes al género, dejando a la vista simplemente dos personas que intentan llevar adelante un romance, con la complicación de que una de ellas aún tiene pendiente resolver un matrimonio que su cónyuge se niega a disolver. Conclusión La realización es del nivel que estas producciones tan obligadas a tener, con una fotografía y una reconstrucción de época que sin llamar la atención acompañan perfectamente a lo que realmente tiene puesto el énfasis como son las interpretaciones de sus protagonistas, que tal como anticipaban los numeroso premios y nominaciones son el punto mas alto de esta película. El guión es simple pero preciso y logra que todo se sienta natural, algo que quizás venga del hecho de que la novela que usan de base fue realmente escrita en la época que retrata mas que una visión actual de aquellos tiempos.
una historia de amor intensa, delicada y hermosa Es una obra maestra. Encantadora, elegante, sutil y envolvente. Cuenta una historia de amor con los recursos más nobles del melodrama de los años cincuenta. Tiene dos actrices formidables, una trama bien armada, una mirada diáfana y una puesta en escena intensa y delicada que alcanza a enaltecer con alta dosis de romanticismo este gesto de desafiante rebeldía en los puritanos años 50. La novela (¿autobiográfica?) es de Patricia Highsmith, la talentosa creadora de Tom Ripley, ese personaje que también vive de ocultamientos. Ella firmó “Carol” con seudónimo, acaso para poder mantener en secreto desde el vamos la crónica de un amor tan problemático para aquellos tiempos. Carol y Therese son dos mujeres de distinto mundo. Carol vive un matrimonio infeliz con un millonario. Es lesbiana y lo admite. Therese es más joven, trabaja en una tienda en Manhattan y tiene un novio que la aburre. El destino se encargará de darle espesura emotiva y fatalismo, como buen melodrama, a los vaivenes de un amor que es mucho más que un desafío, una pasión que es más presente que futuro y que no puede dejar de avanzar aunque sepa que camina sobre terreno minado. Todd Haynes, que ya nos había deslumbrado con “Lejos del paraíso”, aquí vuelve a otra crisis matrimonial y vuelve a los años 50. Su mirada, profunda y poética, va más allá de la reconstrucción de época. Todo es verdad. La atmósfera, los miedos, las palabras, el sexo. Todo es bello y también es apasionado y fogoso. La escena inicial, con esa fotografía neblinosa, nos pone en su lugar y en su clima. El film se abre y se cierra con ese encuentro, como si Haynes hubiera querido enfatizar allí el trazo circular de un amor que no tiene otra salida que volver perpetuamente sobre sí mismo. Haynes retrata con mano maestra y enorme sutileza los avatares de una relación que va creciendo desde pequeños detalles (una mano, una melodía en el piano, una mirada) y que debe enfrentar prejuicios, dudas, un divorcio muy traumático y un afuera que ahoga y pide explicaciones a cada paso. Delicadeza, intensidad y buen gusto son atributos de este film bello y sensible y que no ha descuidado nada. Pocas veces el clima de época fue tan real. Pocas veces la banda sonora fue puesta con tanta maestría. Pocas veces dos actrices, sin necesidad de recurrir al histrionismo y sin exagerar nada, construyen desde adentro una pareja rebelde y valiente. La Blanchett es a esta altura una de las mejores actrices del mundo. Su sola presencia le da fuerza y señorío a cada uno de sus personajes. Ella contrasta con la dulzura y las dudas de una Rooney Mara que, con esa media sonrisa que acompaña a sus ojos, marca la fuerza, la sorpresa y el temor de una pasión que no quiere callarse. Film hermoso, sentido, profundo, una inolvidable historia de amor.
Dos que se aman Carol cuenta una historia de amor entre dos mujeres en una época de prohibiciones y persecución. El cine incursionó casi exclusivamente en la obra de suspenso de la escritora Patricia Highsmith: desde la adaptación de Hitchcock de Extraños en un tren hasta las varias versiones de El talentoso sr. Ripley. Ahora, el director Todd Haynes (I’m not there, Velvet Goldmine) eligió llevar a la pantalla grande Carol, novela que Highsmith publicó en 1951 con seudónimo. La historia cuenta la relación amorosa entre dos mujeres, en una Nueva York de la década de 1950 en la que la homosexualidad no sólo era condenada desde la moral, sino desde la ciencia. Recién en 1989 Highsmith reeditó el libro con su verdadero nombre. Esos casi 40 años que tuvieron que pasar bastan para dimensionar cuán estrictos eran los límites a la vida privada que imponía la sociedad de entonces. Ese entorno de moralidad castradora aplicada con tácita represión es uno de los grandes aciertos de Carol. La época no se reconstruye sólo con autos antiguos y la moda de entonces (aunque ambos detalles son extraordinarios aquí), sino que todas las escenas están cubiertas por un delicado velo temporal: los gestos y maneras de hablar de los personajes, la manera en la que fuman, la paleta de colores del ambiente y su iluminación. Therese Belivet (Rooney Mara, de La chica del dragón tatuado) es una joven que aspira a ser fotógrafa y trabaja en una gran tienda de Nueva York. Allí, una tarde de Navidad, atiende a una clienta que busca un juguete, Carol (Cate Blanchett), una sofisticada mujer, de mayor edad y clase acomodada, por la que siente una atracción inmediata. Therese tiene un novio al que le presta poca atención y con quien cumple con ciertos mandatos; Carol está divorciada y tiene una hija pequeña. La relación entre ambas crece en la narración lentamente, sin estridencias, y Haynes elige retratar la intimidad con sus planos más que en los diálogos. Vale decir que la elegancia clásica del director (que se detiene en cómo una mano se posa en la otra, en el roce y textura de los vestidos o en las miradas de los personajes) puede resultar atractiva y delicada para algunos espectadores, pero, atención, también puede ser vaporosa y lenta para otros. Carol es una película de miradas y su poder de expresión está en los cuerpos, que exige atender a esas gestualidades para acompañar a las protagonistas en su experiencia romántica. No hay golpes bajos, ni efectismo y la potencia de las palabras es epistolar. Cate Blanchett y Rooney Mara le entregan su piel a la historia. Las dos están nominadas a los próximos premios Oscar por sus interpretaciones y ambas logran retratos acertados de dos mujeres de distintas generaciones y posición social a las que la sociedad atraviesa de manera diferente. Carol se conoce a sí misma, y su lucha es por defender la fuerza de su deseo ante las normas que impone la maternidad y el rol de ama de casa mantenida. Therese está descubriendo su sexualidad al mismo tiempo que su vocación, lo suyo es un viaje iniciático. Los pocos personajes secundarios que rodean esa intimidad cumplen roles quizás esquemáticos. Las mujeres, como la mejor amiga de Carol, crean una red de contención en las charlas confidentes, único espacio de libertad. El universo masculino, en cambio (exmarido, novio, psiquiatra) está ahí para marcar las reglas de lo permitido, “lo normal”. Sin embargo, estos satélites no hacen de la película un panfleto ni una historia trágica, porque Haynes se concentra en trazar las bellezas y complicaciones del amor. El ambiente hostil disfrazado con colores navideños de ese invierno de 1950 encierra a estas mujeres, pero el director logra que cada vez que ambas están juntas, incluso en un restaurante, parezca que estén solas, envueltas en un halo de melodramático y melancólico.
ESA RUBIA DEBILIDAD Lo que cuenta el sexto largometraje de Todd Haynes (1961, Los Ángeles, EEUU) no es nuevo ni sorprendente, sí lo es la exquisitez de su construcción y lo sensitivo de sus ambientes y su atmósfera. Basado en la segunda novela de Patricia Highsmith, Carol (o El precio de la sal, como se llamó en su primera edición, publicada con seudónimo), el film recorre las alternativas del encuentro amoroso entre Therese, joven empleada de una tienda y fotógrafa aficionada, con Carol, una glamorosa mujer madura, en 1953. Son varios los incidentes que se suceden durante las dos horas del film, ya que Carol debe lidiar con una sociedad que considera inmoral su conducta y pone en riesgo la tenencia de su pequeña hija, y atraviesa oscilaciones la relación entre ambas mujeres, en la que el amor se confunde con la curiosidad por vivir una experiencia diferente y la necesidad de una compañía que salve de la rutina o el acostumbramiento. Alguna forma de persecución permite que asomen datos sobre el control que –al menos en esa época y en ese país– ejercía el Estado en la vida privada de los ciudadanos. La sorpresiva aparición de un arma abre el relato hacia el policial, aunque esa sensación se diluye pronto para volver a sumergirnos en el melodrama encendido. Se advierte la seducción que ejercen en Haynes las figuras femeninas poderosas (aún en su fragilidad) y el universo de la vida cotidiana en las ciudades de los años ’50, cuando todo (casas, restaurantes, muebles, vestidos, juguetes) parecía formar parte de enormes y suntuosas maquetas. El culto por las compras y el festejo de las navidades integran ese mundo sostenido por el dinero y las apariencias. Hay, también, un interés por quebrar ese círculo cerrado de matrimonios prósperos con algo que no viene de afuera, sino que se gesta en el seno mismo de la vida de esos seres humanos: una enfermedad (como era el caso de Safe, tal vez la mejor y menos conocida película de Haynes) o, como aquí o en Lejos del paraíso (2002), una debilidad o una pasión que se lleva por delante los prejuicios. “Vivir contra mi propia naturaleza, eso es degeneración por definición”, reflexiona Carol, sentando posición sobre el tema. La película parece dejarse llevar por su halo de elegancia, sin demasiados sobresaltos. Si fluye de esa manera no es sólo por el rigor de su dirección artística y su vestuario, por la melancolía que obtiene (de la nieve que cae, de los colores de ese universo frío) el fotógrafo Edward Lachman, o por la música de Carter Burwell: la cámara sabe captar la sensualidad y la incertidumbre que envuelven la relación de Carol y Therese. Sobreencuadres y recortes en el plano hacen que los personajes parezcan hundidos en el ambiente, como simples elementos de un cuadro de época. Por otra parte, Haynes sabe cómo generar dramatismo o tensión sexual en determinadas escenas, en las que todo ha sido trabajado en la proporción exacta: el diálogo (de miradas, más que nada) durante la primera comida compartida, el viaje en auto (en el que el roce del tapado y de las manos se expresa con imágenes luminosas y levemente desenfocadas) o la llegada intempestiva del marido, al que Carol comienza a hablarle mientras se pone nerviosamente los zapatos. También es intensa la discusión por la tenencia de la niña, aunque momentos como éste o el de la conversación del marido con una amiga lesbiana de Carol (interpretada por Sarah Paulson) están resueltos de manera algo simplista. Resulta difícil no sentirse cautivado por Cate Blanchett encarnando a Carol: con sus ojos felinos y su voz susurrante, sacándose refinadamente el mechón de pelo rubio que suele caerle sobre la cara, la actriz sabe cómo imponer belleza y temperamento a su criatura. El hecho de que ocasionalmente trate con cierto desdén a su objeto de deseo ayuda a creer en su falta de cobardía. Como Therese, Rooney Mara (una suerte de Valeria Bertucelli con algunos años menos) tiene buenos momentos, como ése en el que estalla en llanto dentro del tren, sintiendo la desazón de ese extraño amor que la desestabiliza. Pero el punto de vista de Therese, a diferencia del texto de Highsmith, se abandona a veces a favor del de Carol, desdibujando la personalidad de esa chica que termina luciendo más asustada que llevada por la pasión. Como corresponde a todo relato melodramático, los roles están bien asignados: las mujeres aman y sufren, y quienes se interponen en el camino del deseo –casi todos los personajes masculinos, en este caso– existen sólo para ser hostiles y agigantar la lucha de las heroínas.
Un enamoramiento Basada en una novela de Patricia Highsmith -bastante autorreferencial y firmada con seudónimo en aquellos “tolerantes” años 50’s-, Carol no sólo representa un nuevo y elegante acercamiento a la obra de esa escritora genial, sino también el regreso de Todd Haynes, tal vez el director contemporáneo que mejor filma lo ambiguo. Precisamente la ambigüedad (moral, sexual) es algo que se observa con obsesión recurrente en las novelas de Highsmith pero también en el melodrama clásico, aquel que Haynes ya desarticuló en la superior Lejos del paraíso y al que ahora regresa con Carol, film que construye múltiples puentes con aquella película. Carol es la historia de dos mujeres de diferentes clases sociales (una de buena posición casada y con hijos, la otra una humilde vendedora de tienda) que se enamoran en un momento de la humanidad donde la homosexualidad no era lo correcto. El film avanza, por medio de la operación genérica habitual del director, hacia un registro sobre el deseo y aquello que se impone a su definitiva consumación. A diferencia de Lejos del paraíso, Carol no evidencia una intención metalingüística fundante. Es decir, no hay aquí un juego con los códigos del cine clásico a los que se subvierta como forma de relectura postmoderna. El film de Haynes adapta una obra de aquel tiempo y el director decide contarla con la respiración de su época representada en el cine: desde la progresión dramática al trabajo de planos, pasando por la textura visual y la presencia iconográfica de su elenco, el film es un modelo vintage a contrapelo del cine del presente. Esa es su mayor subversión: ser clásica. Si en Lejos del paraíso Haynes elegía mostrarse moderno -y se hacía presente en cada decisión formal-, y tal vez por eso aquel film impactó de otro modo en la audiencia que la erigió como objeto relucientemente pop, aquí decide ponerse como realizador detrás del cuento que narra. Algo similar a lo hecho por Steven Spielberg en Puente de espías. La estructura del film es un flashback: en la primera escena Carol (Cate Blanchett) y Therese (Rooney Mara) se encuentran en un restaurante y son interrumpidas por un hombre, ante una tensión que se respira. Lo que sigue es la historia de cómo ambas se conocieron y, progresivamente, se fueron enamorando. En concreto, lo que filma Haynes es un enamoramiento: el primer encuentro en la tienda donde Therese trabaja es ejemplar en ese sentido. La cámara toma el punto de vista de ella, y recorta con altísimo nivel de fascinación a esa mujer rubia que se acerca para hacer las compras navideñas. El diálogo es preciso, los cuerpos se notan crispados pero moderados por la corrección social que aún sobreviene al vínculo. La escena es notable porque determina el deseo de los personajes con módicos recursos, momento que refractará luego en una subyugante secuencia dentro de un túnel donde la música y la luz (notables trabajos de Carter Burwell y Edward Lachman en la creación de leitmotiv sonoros y visuales) pretenden darle, por medio de la extrañeza, fisicidad a eso que surge como la mayor de las abstracciones humanas: el amor. Haynes filma el amor romántico, pasional y exacerbado, pero a la vez su barrera: que es el tiempo donde cuenta su historia y con las herramientas que lo hace, que son las del melodrama. Como en un thriller, Carol funciona mejor cuando el misterio (es decir, aquí, el romance) se sostiene en el territorio de la incertidumbre. Es que la incertidumbre surge en el relato a partir de esas barreras que decíamos: los años 50’s, la forma en que la cultura de aquel tiempo asimilaba la homosexualidad, una construcción social donde lo masculino se imponía fuertemente y definía un modelo familiar. Por eso, entonces, que la incertidumbre acerca del final entre Carol y Therese sea el componente que potencia a la película, porque obliga a las protagonistas -y por defecto al film- a sublimar el deseo con sutilezas. Ahí surge el Haynes de la ambigüedad, el de los cuerpos que se rozan levemente, el de las miradas que se cruzan diciendo lo indecible, los climas sugerentes e intensos. Y la notable dirección de actores, para entero lucimiento de las enormes Blanchett y Mara. Por eso que una vez que el deseo se consuma y el amor se confirma, la película pierde algo de potencia. Haynes utiliza algunos recursos ya usados en Lejos del paraíso, y la explicitud, así como fue uno de los tiros de gracia al melodrama clásico, le quita ese velo recargado y ambiguo que la película poseía y la hacía fascinante. Lo curioso en ese sentido es que el director no profundice demasiado en las cuestiones de clase -que no sólo sexuales- que separan a sus personajes. En Lejos del paraíso el romance entre la atribulada Cathy y el jardinero negro Raymond hacía explotar la suma de referencias sociales y políticas de aquella película, mientras que aquí se evidencia un puritanismo político un tanto contradictorio con el espíritu general de la propuesta. Otro film que abordaba el lesbianismo, como lo era La vida de Adele, era mucho más punzante en ir más allá y centrar su atención no tanto en la sexualidad de sus criaturas como en lo que las distanciaba y en como disponían de su cuerpo. Lo real, en definitiva, es que Haynes a pesar de trabajar esforzadamente a partir del diseño de producción y pertenecer a toda una línea de realizadores que piensan el cine desde el artificio, no es un mero decorador de ambientes. Es un autor y tiene una mirada cinematográfica, piensa el material que tiene entre manos y construye imágenes que son la síntesis perfecta de eso que se nos cuenta. Si Lejos del paraíso era una casa de muñecas, lo era intencionadamente y permitía una reflexión a partir de eso. Carol tal vez no alcance aquellos niveles de complejidad, pero resulta un ejercicio de estilo fascinante. Lo interesante reside en cómo el director tiene la capacidad para definir en un par de planos (especialmente los últimos) aquello que sienten los personajes e imprimirlo en la pantalla. Esa pregnancia de los clásicos, precisamente.
CAROL Y THERESE Carol es ante todo un melodrama clásico; clasificación genérica que hoy en día parece carecer de prestigio en un mundo cada vez más afanado a la producción de excentricidades visuales, despliegues técnicos y relatos quebradizos que suelen perderse en estos laberintos formales. Sin embargo, la última de Haynes (basada en la novela Carol/The Price of Salt, de Patricia Highsmith) demuestra que en el auge del 2015 lo que aún emociona y trasciende es aquella vieja estructura en la que dos personajes luchan ante las adversidades de la época, contexto social, y/o enfermedad para llevar adelante su “amor prohibido”. Desde el minuto cero, el filme comienza con un contundente mensaje: sobre el plano detalle del complejo entramado de una rejilla se sobreimprime el título de la película que no es ni más ni menos que el de la protagonista, una mujer casada que vive atrapada tras los muros de su fortaleza burguesa: una hija producto de un matrimonio en decadencia y un contexto social que oprime no sólo sus labores cotidianas sino también sus sentimientos, esos que la alejan de su zona de confort para llevarla a explorar el peligroso camino de dejarse llevar por lo que dicta el corazón. Carol (la bellísima y talentosa Cate Blanchet) representa el arquetipo femenino de los años cincuenta, una figura que realza su figura de reloj de arena, la falda bajo la rodilla, el cabello corto con profundas ondas sobre la nuca, un pañuelo de seda sobre la cabeza y las infaltables gafas oscuras. Además está casada y goza de los privilegios materiales de su status social y una hermosa hija, pero todas estas riquezas no logran calmar su rugido interno, el cual la lleva a vivir alejada sentimentalmente de su marido para salir a tener aventuras amorosas con otras mujeres. Es aquí donde está planteado el nudo central de este melodrama, porque allá por los ’50 un homosexual era considerado un enfermo que había que curar (o más cruelmente domesticar), un individuo que había que extirpar de la sociedad para que no “contagie” al entorno ni se exhiba en espacios públicos, entre otros pensamientos aberrantes. Entonces, ¿cómo conciliar los sentimientos con el contexto social? Es difícil la tarea de Carol, pero es Haynnes quien ayuda a su propia protagonista a transitar este sendero resbaladizo y sinuoso cuando la ubica dentro de una estructura de guión clásica. Es la seguridad del género la que le brinda a Carol la confianza que, si bien es extradiegética, funciona como ancla en esta historia de pasiones. Y como bien dicta la regla, Carol conocerá a Therese (la versátil Rooney Mara) en una juguetería en las vísperas de navidad. Entre la multitud cruzarán sus miradas y eso bastará para que los personajes se enamoren y el filme se repliegue de forma inteligente continuamente sobre los bellísimos primeros planos de estas dos actrices con letras mayúsculas. Carol está atrapada en un virtual encierro social mientras que Therese trabaja, vive sola y se dedica a la fotografía de modo amateur. Es este juego de oposiciones el que llevará adelante la atrapante trama argumental, que en la segunda mitad del film regala un erótico viaje a través de las rutas estadounidenses, en donde las dos mujeres harán realidad sus deseos más viscerales pero también pondrán en riesgo su corazones cuando descubran que la ilusión no puede durar para siempre. El tratamiento visual de Carol es exquisito, sutil y atractivo. Filmada en 16mm y luego pasada a los nostálgicos 35, la película tiene un “gustito” extra que engalana la trama pero también su escenario. Rodada en Cincinatti, los años cincuenta se reviven a la perfección. La profundidad de campo que el fílmico le otorga a la imagen habilita a Haynes a pensar una puesta en escena donde la composición se genera por capas. Tanto los rostros de las personas como los travellings intimistas que ubican al espectador-vouyer siempre tras la seguridad furtiva de un ventanal, puerta o columna generan algo más que puro placer visual. Es también, la textura de su formato analógico el que completa el filme con hermosos desenfoques y flares sobre los rostros de las actrices haciendo de Carol una joyita imperdible. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Contra viento y marea Hace 60 años, cuando pocos lo hacían, Patricia Highsmith publicó “Carol”, una novela en la que la pareja está formada por dos mujeres. El texto de la misma creadora de Mister Ripley encontró interlocutores calificados para llevar al cine la delicada trama del libro. Ambientada a fines de los 50, el director Todd Haynes se reunió con Cate Blanchett, productora ejecutiva del filme. Blanchett interpreta a Carol, una mujer de clase alta en proceso de divorcio. Como su coprotagonista convocó a Rooney Mara, impecable como Therese, una desorientada aspirante a fotógrafa que conoce a Carol mientras trabaja en una gran tienda. Haynes, secundado por el director de fotografía Edward Lachmann (nominado al Oscar por “Lejos del paraíso”, también de Haynes, y ahora por “Carol”, filme que aspira en total a seis premios de la Academia) y el diseño de producción de Jesse Rosenthal (nominado el año pasado por “Escándalo americano”), reconstruye en detalle no sólo la época, sino el carácter subversivo de un tipo de relación censurada por el contexto de Carol y apenas tolerada por el de Therese. En la actualidad, a diferencia de hace más de medio siglo, una pareja del mismo sexo no es motivo de escándalo, pero “Carol” hace foco en la evolución de la relación antes que en el género de sus integrantes con un trazo fino admirable y cuenta con un equipo a la altura de las expectativas.
Nos gustaría que un film de Todd Haynes fuera mejor. Especialmente si uno recuerda que es el autor de Velvet Goldmine, de Lejos del Paraíso y de la miniserie Mildred Pierce. En las dos últimas, toma el melodrama clásico de los años cincuenta, lleno de color y lágrimas, y analiza el muro de prejuicios de su sociedad y -más sustancial- cómo la forma fílmica se relacionaba con ese contexto. Vuelve a intentarlo en Carol, que narra -basado en una novela de Patricia Highsmith- la relación primero erótica y luego amorosa entre dos mujeres. Pues bien si las imágenes están dispuestas de que cada elemento en el plano tenga un sentido (y son “lindas”), no deja de ser un film superficial. Haynes ha sabido ser sutil (incluso en la furia desatada de Velvet..., donde reescribía El Ciudadano en clave pop), pero aquí ha decidido ir por los caminos más convencionales. Se ve que Carol -el personaje de Cate Blanchett- “actúa” para seducir, y que Therese -el de Rooney Mara- “actúa” una falsa inocencia. Pero más allá de eso todo se abisma en la solución fácil. El verdadero tema (la realidad “real” detrás de la “aparente”) se diluye en el melo sobreactuado. Aún así, una película más fallida que mala.
Amor intensamente sutil La complejidad de la construcción del enamoramiento en una pasión prohibida son los elementos esenciales que fluyen en Carol, el drama romántico dirigido por Todd Haynes, que llega a las pantallas este jueves con Cate Blanchett y Rooney Mara como protagonistas. Una película tan sigilosa como potente. Si en la actualidad “salir del closet” puede ser difícil, más allá del prejuicio externo y sólo por descubrir el “verdadero yo”, en 1950 el tema era mucho más complejo. A toda una vida de enseñanzas de “buena moral” y "tradicionalismos” que demonizaban la homosexualidad, se sumaba la exclusión social que podían sufrir quienes intenten ser “diferentes”. Para algún que otro no muy bien despabilado, los gays existieron siempre. En ese mundo vive Carol (Cate Blanchett), una mujer separada que ama más que a nada en el mundo a su hija y que tiene buen trato con su ex. En un centro comercial de Manhattan conoce a Therese (Rooney Mara), una tímida vendedora de juguetería. La atracción entre ambas es inmediata, y la experimentada Carol decide ayudar a la suerte dejando sus guantes en la tienda para que la empleada la llame. De esa manera comienzan a conocerse, y a quererse rápidamente como si supieran que ese apego debe durar hasta que los demás comiencen a sospechar que su relación se trata de algo más que una amistad. Ese globo termina por estallar cuando el marido, muerto de celos y despechado por el dolor que le causa que su mujer sea lesbiana, requiera la custodia de su hija, lo que derivará en más problemas para el romance que mantienen y para sus vidas en general. Adentrándonos en el mundo tranquilo y los gritos en silencio que debían padecer para aparentar lo que debían ser en aquella época, la película es tan sigilosa como potente. Todo está en calma y a la vez todo es un infierno. Blanchett, nominada como mejor actriz protagónica por su papel, tiene grandes posibilidades de repetir su premio de 2013 (por Blue Jasmine) no sólo por haber realizado buenos roles, sino erigiéndose como una de las grandes artistas de nuestra era.
Carol viene con una inmensa carga de nominaciones, galardones y todo tipo de comentarios extremadamente positivos en esta historia acerca de dos mujeres, muy diferentes entre sí, que caen bajo el hechizo la una de la otra. El problema es que una está casada, y la época en la que transcurre el film -los años '50- no son precisamente un canto a la vida libre. El caso de Carol es que arriba con bombos y platillos, y el resultado final no es para todos. La historia de amor basada en la novela semiautobiográfica de Patricia Highsmith tiene un aire extremadamente clásico, gracias a una tremenda dirección de Todd Haynes y un sutil guión adaptado de Phyllis Nagy. Todo está milimétricamente pensado para el desarrollo pausado y paulatino de la trama, desde ese momento casi onírico en el cual la Carol de Cate Blanchett y la tímida Therese de Rooney Mara cruzan miradas en la tienda comercial. Cate y Rooney son la historia misma, todo comienza y termina en ellas, y Carol se favorece mucho de ello. Ambas son magnéticas y su cortejo comporta los momentos álgidos de la propuesta, con matices homosexuales que siempre le gusta manejar a Haynes. Las notas tibias en las que se maneja Carol pueden resultar eso mismo, tibias. No hay grandes vueltas de tuerca, ni revelaciones apresuradas. La relación íntima e ilícita de Carol y Therese se va construyendo poco a poco, y va evolucionando a pasos pequeños, sin grandes demostraciones de afecto. Es más lo que se insinúa que lo que se dice, y en ese campo tanto Blanchett como Mara se juegan todas sus cartas. Cate es un monumento actoral, y si bien no explota como bien lo hizo en Blue Jasmine, tiene un toque frío y señorial que contrasta perfectamente con la cálida juventud y mirada explorativa de la Therese de Rooney. Ambas son un complemento perfecto y llevan la trama a buen puerto. Mas allá del juego del gato y el ratón que interpreta la pareja protagónica, no hay mucha más trama relevante. Detrás de la pasión no consumada de Carol y Therese hay un marido -Kyle Chandler- que quiere a toda costa volver a formar una familia que desde un comienzo estaba rota, un joven -Jake Lacy- que no entiende la infatuación de su novia por un mujer mayor, y una incondicional amiga -Sarah Paulson- que ayuda en más de una ocasión a su amiga en aprietos. El elenco es sobrio y ayuda a sostener la dupla interpretativa en camino a su relación. Quizás ese falta de emociones fuertes es lo que haga que Carol se sienta tibia, pero no por ello disminuye el placer de ver a dos grandes actrices dándolo todo. Detrás de su magistral nota técnica -fotografía de Ed Lachmann, música de Carter Burwell, vestuario de Sandy Powell, todos trabajando en armonía con el relato- se esconde una adorable historia de amor que al día de hoy no significa mucho, pero trasladada a las vicisitudes de una relación del estilo en los años '50, se antoja trasgresora y necesaria. Si la temática no es de su agrado, al menos mirenla por la clase maestra de actuación que entregan Cate Blanchett y Rooney Mara.
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Injustamente excluida de las nominadas a Mejor película, Carol es uno de los puntos altos de esta temporada de Oscars. Con una Cate Blanchett, para variar, fantástica y una Rooney Mara (The Social Network, Her) que sigue demostrando su versatilidad, la pareja que conforman Carol Aird y Therese Belivet quedará en la historia del cine grande. Ocurre que el amor entre estas dos mujeres se apoya en el amor que les tiene su director Todd Haynes (I’m Not There, Velvet Goldmine), que ha sabido poner en imagen la siempre turbulenta fuerza del deseo sin dejar de lado la frialdad que caracteriza a la literatura de Patricia Highsmith. Lo de Ed Lachman en la fotografía es memorable, sirviéndose del fuera de foco y de los reflejos para representar ese otro mundo al que acceden Carol y Therese cuando se encuentran. Se respira en la atmósfera una suerte de erotismo noir extremadamente particular. El uso dramático del sonido también se destaca y Kyle Chandler, como el marido de Carol, entrega uno de los mejores papeles de su carrera. Salvo la Palma de Oro que ganó Rooney Mara en Cannes, Carol viene siendo una de las perdedoras cuando hablamos de galardones, pues no obtuvo triunfos en los Globos de Oro ni en los BAFTA. No hay excusas, sin embargo, para dejarla pasar. El año recién empieza pero Carol va a estar entre los diez mejores estrenos de 2016, no hay dudas de ello
Objetos del deseo: sobre Carol de Todd Hayness En una escena clave de Carol (sexto largometraje de Todd Haynes, sin contar algunos cortos memorables y la miniserie Mildred Pierce) las protagonistas descubren que un espía, contratado por el marido de una de ellas, capturó los sonidos de su primera noche juntas. Frente al horror de las amantes (saben perfectamente que esa cinta puede ser usada en su contra), el espía argumenta que él es un profesional y que lo que está haciendo no es nada personal. En este personaje secundario frío, que difícilmente genere auténtica repulsión en los espectadores, se condensa la lógica de una sociedad pacata y moralmente rígida, que les paga a profesionales para hacer el trabajo sucio y jamás ahonda en las raíces de sus conflictos sociales, políticos y emocionales. En la última frase que enuncia este personaje también se expresa la ética del capitalismo, fiel aliado del conservadurismo moral de la sociedad que lo enmarca y protege. Comenzar un texto sobre un drama romántico sugiriendo algunos elementos sobre la sociedad en la cual transcurre (es decir, la Estados Unidos de comienzos de los 50s) puede parecer fuera de lugar. Sin embargo, hay al menos dos buenas razones para hacerlo. Una de ellas es la obsesión de Haynes por este período histórico de su país. En parte de su filmografía (tal vez Far from Heaven / Lejos del paraíso (2002) sea el ejemplo más notable, aunque no el único) retrata a los 50s norteamericanos con afán crítico, poniendo en primer plano la tensión entre las necesidades emocionales y relacionales de sus personajes y las férreas trabas sociales que impiden que esas búsquedas emocionales se desarrollen con plenitud. En ambas películas las limitaciones trascienden el mero chismorroteo de barrio: en Lejos del paraíso, el personaje de Dennis Quaid corre un riesgo laboral tanto a partir de sus relaciones sexuales con otros hombres, como de la amistad de su esposa Cathy (Julianne Moore) con un hombre negro; en Carol, el personaje de Cate Blanchett pierde la custodia de su hija de cinco años debido a su relación con Therese (Rooney Mara). Existe, sin embargo, otra buena razón –tal vez mejor– para inaugurar este texto apelando a la frialdad tecnicista de una sociedad enfocada en un desarrollo capitalista supuestamente imparable e inmejorable: ese mundo social es, en el cine de Haynes, una suerte de telón, que oculta relaciones afectivas que se generan en otro plano. El plano de la intimidad es el núcleo de sus dos grandes películas de época. El clasicismo de ambos films, ya destacado en varios textos sobre Carol, tiene sus raíces en cierto cine y cierta literatura creados durante el período que retrata (los melodramas de Douglas Sirk en el caso de Lejos del cielo, y la segunda novela de Patricia Highsmith en el caso de Carol). Tiene, también, un contendiente: legiones de películas de época desabridas y fotocopiadas que apelan a estrategias como mínimo dudosas para ahondar en la emocionalidad del espectador. Durante los últimos años, muchas películas de época vienen llenando las carteleras y, también, las ternas principales de premios como los Oscar. El caso de Tom Hooper (El discurso del rey, Los miserables) y films más recientes como La teoría del todo (James Marsh, 2014) permiten ver una tendencia al retrato de época prolijo y sobrio. En su apariencia clasicista, sin embargo, estas películas esconden un conservadurismo formal del cual la película de Haynes –y el cine de Haynes en general– carecen. En Lejos del paraíso el director se apegaba a una estética calma en sus movimientos de cámara y su montaje pero desaforada en el uso de los colores. La referencia inmediata era, como se dijo, el melodrama en Tecnicolor de los 50s –principalmente aquellos dirigidos por Douglas Sirk. En Carol no parece haber referencias tan evidentes. En el gesto de no apelar a una imitación casi experimental a la hora de construir sus marcos estéticos, Carol juega una de sus cartas más arriesgadas: si se la mira de reojo, puede llegar a aparentar familiaridad con las películas asépticas e impersonales a las que hago referencia más arriba. La originalidad de Carol se encuentra, principalmente, en su acercamiento oblicuo y original a la emotividad de la relación entre Carol y Therese. Haynes propone un encuentro entre dos mundos (Therese es joven, tiene intereses artísticos y es de un estatus socioeconómico entre medio y bajo; Carol se encuentra en una situación económica mucho más favorable, está casada y tiene una hija) que, si bien funciona como el marco social en el cual se desarrolla la película, no construye estereotipos de ninguno de los dos lados. Ni los amigos de Therese son unos pseudoartistas bohemios y pretenciosos, ni el entorno de Carol es sobreactuado en su mirada retrógrada sobre la homosexualidad. La comprensión del clima de época es uno de los mayores logros de Haynes. La sutileza y la emocionalidad contenida de la película son el nexo entre la estética preciosista y la mirada severa con que se retratan los posicionamientos políticos avalados por el grueso de la sociedad. Es sutil, también, la decisión de Haynes de no explotar la película a través de su temática: no es casual que la relación sexual entre las protagonistas haya generado mucho menos revuelo que la de La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013), ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes hace algunos años. Si bien en ambas películas el eje central es una relación amorosa entre dos mujeres, y en ambas películas hay escenas de sexo, pareciera haber en Haynes un interés explícito por no explotar morbosamente el potencial costado amarillista de la temática. En el trabajo de puesta en escena de Haynes hay numerosos indicios de dulzura y auténtica empatía con las protagonistas. Lo mismo ocurre con la música de Carter Burwell, usada en contados momentos, con la finalidad de contribuir a la iluminación cálida y la distancia respetuosa, más que de subrayar momentos clave de la narración. Como han señalado otros críticos, la puesta en escena de Carol se construye desde lo material, desde lo táctil. La narración, sin dejar de perder peso, por momentos queda opacada frente a objetos –seguramente intrascendentes en películas menos detallistas– como el gorro navideño que usa Therese en una de las primeras escenas, las manos delicadas de Carol/Blanchett firmando un cheque (manos que funcionan como un leitmotiv para que podamos comprender subjetivamente el embelesamiento de Therese) o el sombrero amarillo y rojo de la joven, que su amante halaga, también embelesada. La potencia de los objetos en Carol hace recordar, inmediatamente, a la apreciación de Jean-Luc Godard en el penúltimo episodio de sus Histoire(s) du cinéma (1988-1998): allí consideraba que el gran triunfo del cine de Alfred Hitchcock era lograr que ciertos objetos de sus películas (un bolso, un vaso de leche, una hilera de botellas) fueran más memorables que las propias tramas de los films. En palabras de Godard, esto demostraría que Hitchcock era capaz de “tomar el control del universo”. Otra disyuntiva en la cual se posiciona Carol es la que podríamos llamar, a grandes rasgos, “épica versus cotidianeidad”: los grandes hechos y los grandes discursos, los momentos clave subrayados con movimientos de cámara ampulosos y rebosantes de violines, brillan por su ausencia. En contraposición, y a contrapelo de gran parte del cine norteamericano contemporáneo, los personajes de Haynes viven sus dramas personales mientras realizan actividades cotidianas. En muchas escenas, por ejemplo, vemos a los personajes ingiriendo alimentos (café, sánguches, una cena), fumando, o dedicándole tiempo a actividades recreativas (son numerosas las escenas en las que vemos a Therese tocando el piano o sacando fotos). Lejos de cierta noción afín a muchas películas de género, los personajes de Carol no viven pura y exclusivamente para los intereses del guión. En el cine de Haynes se puede respirar junto a los personajes. Carol, entonces, no trata solamente sobre dos mujeres que se aman en una sociedad que no lo permite abiertamente. Trata, también, sobre cómo se miran y se tocan esos personajes; sobre cómo se relacionan con los objetos que los rodean y sobre cómo esos objetos y los espacios físicos cumplen un rol fundamental en la forma en que se relacionan entre sí. Cuando se conocen, Therese le cuenta a Carol que le encantan los trenes de juguete. Carol se compra uno, con la sola finalidad de recordar, a través de él, a esa chica que la sacudió por completo. Haynes no filma al tren como una metáfora ni como un símbolo. Lo filma como lo que es: un tren de juguete. Por tonto que parezca, en gestos como ese reside gran parte de la belleza del film.
Basada en la novela de Patricia Highsmith, El Precio de la Sal de 1952, Carol nos cuenta la historia de dos mujeres provenientes de clases sociales diferentes que, a pesar de las convenciones sociales de la época, se encuentran envueltas un amorío en el Nueva York de 1950. La joven Therese Belivet (Rooney Mara) trabaja en una tienda departamental en Manhattan cuando conoce a Carol (Cate Blanchett), una mujer adinerada atrapada en un matrimonio sin amor. Inmediatamente surge una chispa entre ellas, y luego de varios encuentros, aflora la pasión. Esta película dirigida por Todd Haynes nos habla del clásico dilema del amor prohibido, de una relación homosexual que va en contra de lo considerado “normal” por la sociedad norteamericana de los años 50. Sin embargo, el problema principal de la película es que no se termina de consolidar la conexión emocional entre las dos protagonistas. La historia no logra convencerte para que te preocupes por los personajes o por sus destinos. Las imágenes y escenas son las mismas que hemos visto una y otra vez en las películas de este tipo; se sienten viejas y repetidas. Tal vez esto es porque está basada en un libro de 1952 sobre un romance lésbico. Me imagino que en la época causó mucho revuelo, sin embargo ahora parece una historia más del montón, contada de una forma lenta, apagada y distante. Más que intentar explorar los sentimientos y motivaciones de los personajes, Haynes parece que sólo le interesaba los detalles visuales de esta historia. Blanchett y Mara están bien, no más que eso. Con sendas actrices, los personajes podrían llegar a ser interesantes si no estuvieran atrapados en esta película. Los puntos altos son el diseño de producción, con los vestuarios y escenarios recreando el Estados Unidos de los años 5o’, y una destacable cinematografía. Puntaje: 6 – Hay muchos cosas bonitas en esta película, pero se deshacen en una historia tibia y sin conexiones reales.
Prohibido nuestro amor. Las esporádicas apariciones de Todd Haynes demostraron convertirse en acontecimientos circunstanciales, considerando su distanciamiento de los procedimientos industriales para aprovechar una independencia que privilegie sus inquietudes. Referente emblemático del movimiento New Queer Cinema durante los noventa, Haynes acostumbra a reinventarse con metodologías que distorsionan sus producciones, aunque en Carol decide abandonar las herramientas experimentales para compenetrarse en una aventura homosexual que atraviesa las tradiciones conservadoras de los cincuenta, y soporta la frivolidad del ambiente capitalista norteamericano. La historia de Carol desarrolla un encuentro lésbico apasionante que involucra a la escritora Patricia Highsmith, mientras trabajaba como empleada en una juguetería, y una misteriosa compradora que consigue seducirla. El episodio finalmente se transformaría en una novela (publicada en 1952 como El Precio de la Sal y bajo el seudónimo de Claire Morgan), aunque soportando la indiferencia de los productores para llevarla a la pantalla. La adaptación de Haynes despliega un melodrama con determinadas referencias argumentativas, pertenecientes al realizador David Lean, y concentrado en la autenticidad de este romance entre lesbianas de diferentes generaciones. Therese, el personaje que representa a Highsmith y que es interpretada por una sobresaliente Rooney Mara, se preocupa por sus aspiraciones profesionales, soportando una relación heterosexual que no la satisface. La esplendorosa Cate Blanchett personifica a Carol, una veterana que pertenece a la oligarquía neoyorkina y que se encuentra transitando un matrimonio frustrado, mientras reclama la tenencia de su hija. Estas desigualdades complementan una relación que es interrumpida por las convenciones sociales, mientras el conflicto pertenece a los desarrollos individuales de las protagonistas. Haynes se destaca por reformular diferentes convenciones estilísticas (los despliegues artificiales en Velvet Goldmine o los ambientes que emulaban a Douglas Sirk en Lejos del Paraíso), aunque el concepto que siempre persigue es la identidad, mecanismo que sostiene la integridad de Carol; y considerando los modismos que generalmente desarrollan las propuestas del cineasta (relatos fragmentados sobre personalidades destacadas o argumentos clasicistas interesados en referentes ordinarios), la simplicidad narrativa de Carol complementa un progreso de los personajes sin intervenciones. Como espectadores confiamos en el compromiso novelesco de la película, aunque la potencia se transmite mediante las actuaciones de Blanchett y Mara. El intercambio de miradas entre Therese y Carol representa un lenguaje codificado, para resguardar la sinceridad sentimental durante las instancias represivas de la sociedad. El contraste feminista que sostiene Blanchett, y la inocencia transmitida por Mara, se involucran confrontando el pesimismo de los discursos que imponen las contrapartes masculinas. Estos atributos que identifican a Carol comprueban que Haynes verdaderamente es un enamorado de sus personajes.
El amor como elección y desafío Dos actrices en papeles memorables en una película sobre el amor lésbico que derriba prejuicios, muestra esa elección como liberadora, lejos de los finales moralizantes. Referencias cinéfilas y el recorrido de un director sensible. De Jean Genet al melodrama, con glam rock y decorados de los años '50. Nada de esto revuelto, sino repartido entre tantos títulos como son (y serán) necesarios para la obra de uno de los máximos cineastas contemporáneos. El norteamericano Todd Haynes tiene una sensibilidad distintiva, que recorre sus títulos mientras abre contactos con períodos históricos recientes, de problemáticas que persisten, para decir sobre el tiempo que toca y, sobre todo, para dinamizar ese mundo que el cine es. De esta manera, el panegírico que sobre Bob Dylan significa I'm Not There (2007) se expone desde un repertorio de canciones y de actores que nunca son los mismos, sin rostro ni voz del músico. Como un abanico alucinado que actualiza. Dylan es hoy porque, justamente, se lo mira desde el presente. Por eso, mucho mejor Velvet Goldmine (1998) que cualquier otra aproximación a David Bowie, época y amigos. Con su película más reciente, que toca varias nominaciones para los próximos Oscar pero sin embargo no figura en la lista de las Mejores Películas o Mejor Director, Haynes revisita el mundo de los cincuenta. Lo había hecho con ese melodrama de raigambre declarada hacia Douglas Sirk que es Lejos del paraíso (2002). Allí, el amor entre un ama de casa y su jardinero de color hacía explotar los cimientos de una sociedad que vigila, que denuncia. En el personaje de Julianne Moore, Haynes deposita su mirada mientras habita con ella. Quien resulta finalmente interpelado es el mismo espectador, partícipe de una pasión de secreto obligado. El esquema se reitera en Carol, a partir del amor entre dos mujeres, pero desde una puesta en escena que es otra, que prescinde de la fotografía símil technicolor para adentrarse en una atmósfera vidriada, de frío y nieve. Mucho abrigo, mucho andar cabizbajo para protegerse de las bajas temperaturas, llegar a casa y celebrar Navidad. El esquema citadino propone, en este sentido, un recorrido trazado de antemano. Los personajes circulan por él de manera automática, con alguna alerta a viva voz que funciona como comentario gracioso pero ambiguo, al recordar la existencia del Comité de Actividades Antiestadounidenses de Joseph McCarthy. El escenario persecutorio está planteado, con el comunismo y la homosexualidad como sinónimos. Haynes toma la historia de la novela El precio de la sal, de Patricia Highsmith; su referencia literaria precedente había sido Mildred Pierce, de James M. Cain, en formato de serie televisiva para HBO. En esta, el escenario recreado era el de la Gran Depresión. En ambas ‑también Lejos del paraíso‑ el protagónico incontestable es femenino. Todas, mujeres de armas tomar. Tanto Cain como Highsmith, además, cultores de la literatura negra como una de las bellas artes. Uno y otra dieron vuelta la moral estadounidense a través de tramas criminales. Pero en estas dos novelas, la variación criminal cede en beneficio de otro tipo de personajes, cuyas decisiones alteradas funcionan como fusibles que hacen tambalear el panorama establecido. En el film de Haynes, cuyo guión corresponde a Phyllis Nagy, amiga de Highsmith, Therese (Rooney Mara) descubre la mirada de Carol (Cate Blanchett) mientras atiende el mostrador de un centro comercial. El hechizo se interrumpe con la aparición de una mujer, su hijo, y la pregunta por un baño, entre muñecas, luces blancas y trencitos. Carol viste elegante, con tapado de piel, joyas y andar altanero. Sus guantes serán el móvil para el contacto que sigue, el elemento dramático que haga avanzar la historia. La seducción comienza a surcar de manera tenue el relato, mientras perfila sus personajes y contextos. Carol, la película, es una obra de artesanía fílmica, al adentrar al espectador en un estado de ánimo que se revela íntimo por esencial, mientras dinamita pausadamente el escenario circundante. Sin embargo, el inicio del film es otro, y cita expresamente la película inglesa Breve encuentro (1945), una de las mejores de su realizador, David Lean. El trencito de juguete aludido completa, en este sentido, la referencia. Así como en aquel film, Carol y Therese son descubiertas por un tercero, mientras comparten sus miradas en una mesita de bar. Violentada la intimidad, los hombros de Therese serán depositarios, por un lado, del recuerdo de una caricia; por el otro, de la mano masculina que la interpela. El plano y contraplano acentúan el contrapunto, al mostrar frente y espalda de esta mujer en cada una de las acciones. Hacia cuál dirección elija partir Therese será consecuencia de tal premisa. Luego sucede el racconto, la revisión de lo vivido con Carol. Así como en Breve encuentro, la película de Haynes sabrá volver sobre sí misma en el decurso del argumento. Es una conexión brillante y nada gratuita, ya que vincula las temáticas de las películas en un diálogo afín, que interroga sobre el desenlace de Carol. La novela de Highsmith, hay que destacar, tuvo la virtud de ser de las primeras en evitar el destino trágico al que parecían condenados los personajes homosexuales. Para el caso del cine americano, es menester señalar que el código Hays, su instrumento de censura institucional, obligaba a estas resoluciones. (Al respecto, recomendar el visionado de The Celluloid Closet, donde se repasa la construcción del estereotipo homosexual en Hollywood). Desde su estructura, puede decirse que Haynes logra una película acorde con las del Hollywood clásico, mediante un esquema que persigue un final (mentirosamente) estabilizador. Lo hace desde una mirada autoral, capaz de utilizar los recursos del melodrama para desmentirlo. Carol elige situarse en la rebeldía de sus personajes y al ratificarles, asume un proceder contestatario. No lo hace desde la búsqueda de la aceptación social ni desde la imposibilidad de la consumación afectiva ‑rasgo crítico y metafísico del melodrama‑ sino, en todo caso, a partir de la renuncia a un orden privativo y policial, al que se decide confrontar. En otras palabras, Haynes ha filmado una de las películas más desafiantes del último cine norteamericano.
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La reja dorada El director Todd Haynes se caracteriza por sus retratos íntimos y críticos, donde posa la mirada en historias amorosas no convencionales, que le permiten observar el contexto histórico y social refractario a todo lo que supere su propio modelo prefabricado. El amor entre dos mujeres en los años cincuenta era un escándalo impensable como tema de un libro o una película, lo que explica en su momento la publicación con pseudónimo y otro título (“El precio de la sal”) de la novela de Patricia Highsmith, y que a pesar de su enorme repercusión no fue reeditada hasta cerca de los noventa. La narración de la película —con mucho desplazamiento de cámara y talentosa profundidad de campo- está estructurada con una introducción que presenta a las protagonistas sentadas en la mesa de un bar, en una charla que es interrumpida, seguida de un largo flashback, después del cual esa escena inicial —que se retoma- queda resignificada. Los créditos iniciales de la película aparecen sobre el fondo de una sofisticada reja, tramada como una joya nouveax, donde las palabras animadas permanecen un rato hasta que la cámara sigue subiendo y nos traslada desde un subsuelo al nivel del piso, para arrojarse seguidamente al ajetreo de las calles neoyorkinas en vísperas de Navidad. Ese arranque desde una reja dorada no es una simple decisión estética sino toda una síntesis anticipatoria del contexto de férreas limitaciones camufladas primorosamente y los esfuerzos de las protagonistas por trascenderlas. Carol y Therese “Carol” como título resulta paradójico, dado que el relato está llevado por el punto de vista de Therese (Rooney Mara) desde el primer momento que descubre entre la gente que entra a la supertienda de Manhattan, donde ella vende juguetes, a la sofisticada y elegante Carol (Cate Blanchett), con quien rápidamente establece una relación que pasa por las etapas del deslumbramiento y la idealización. Mara posee algo de la Audrey Hepburn de los sesenta, una mezcla infrecuente de ingenuidad, sensibilidad y audacia. Trabaja a pesar suyo en una cadena de jugueterías pero su vocación es la fotografía artística. No tiene amigas sino un pretendiente insistente que quiere casarse con ella, sin reciprocidad. Carol, por su parte, está rodeada de riqueza pero aprisionada en un matrimonio desdichado. Opuestas, complementarias y coincidentes en la infelicidad presente, ambas se descubren y valoran. Cada detalle de este proceso está trabajado aprovechando cada milímetro del cuerpo para expresar los sentimientos: es una película de gestos, miradas y cuerpos. La tensión erótica está sostenida y contenida durante todo el film, y también llega a momentos de expansión. Tan sensible como elegante, apasionada, pudorosa, romántica y distante, la película transmite sexualidad y romanticismo intenso. Sutileza y verdad La fotografía de Ed Lachman hace un significativo uso del color que evoca el technicolor de los cincuenta y abunda en planos reflejados en espejos y notables retratos heredados del manierismo de Douglas Sirk, un realizador bisagra entre lo puramente clásico y lo rotundamente moderno. El haber sido filmada en súper 16 mm le otorga una textura y dimensión estética muy particular, acentúa el intimismo y permite una experiencia óptica muy profunda. Es un placer sumergirse en deliciosas atmósferas con un patinado de colores cálidos, rojos, rosas y verdes entremezclados con sombras en tomas influenciadas por el pintor de New York, Edward Hopper (1882-1967). Otra influencia presente es la fotografía de Vivian Maier, que fue una importante fuente de inspiración para el vesturario y la ambientacion. Las bellas melodías de Carter Burwell se suman acompañando y elevando la calidad emocional de la historia. El guión que aborda una de las mas líricas, íntimas y diferentes novelas de Highsmith, justifica ampliamente la nominación al Oscar de Phyllis Nagy, quien conduce el libreto con hondo calado y una inteligente sutileza, que no va detrás del sentimentalismo ni la lágrima fácil pero deja un nudo en la garganta. En todo momento busca una intención de verdad y esa búsqueda (esa intención) lo vuelven más profundo.
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Una pasión sin límites Los lectores de ficción romántica conocen los trucos y seducciones de la narración en primera persona y el estilo indirecto libre, que en su estructura concentran amor, lujuria y deseo dentro de una sola conciencia. En la novela “Carol” o “El precio de la sal”, de Patricia Highsmith, publicado en 1951, y presentarlo bajo el seudónimo de Claire Morgan (en 1989 la reimprimió con el título de “Carol” con su verdadero nombre, porque trataba el tema del lesbianismo), se desarrolla una pasión sin límites entre dos mujeres de distintas edades y condicione social. La obra era insólita para la época, porque la relación lésbica no tenía un final desolador, sino que por el contrario al estilo Hollywood terminaba bien, y eso presuponía que no se condenaba moralmente el lesbianismo. La trama en realidad se adentra en la psiquis de una joven que está descubriendo su sexualidad. La sociedad americana como toda la del mundo anglo-sajón tiene la característica de ser reprimida por sus convicciones religiosas, el puritanismo, que los llevó, a pesar de lo avanzado de sus leyes, a mantenerse por años al margen de la libertad individual y sexual por la que tanto pregonan. Todd Haynes, en esta oportunidad para mostrar la represión contenida de una época, otra vez se sumerge en el túnel del tiempo de los años 50 de Eisenhower, para refrescar la moda retro, no sólo en la escenografía, sino también en la de una coloratura más amarilla saturada de la fotografía de Edward Lachman, a diferencia de los rojos de “Lejos del paraíso” (“Far from Heaven”, 2002) realizada por el mismo equipo. El cine americano siempre incursiona sobre lo prohibido, ya sea para exorcizar fantasmas o para demostrar que a pesar de todo existe una cierta libertad. Entre la serie de filmes que trataron el tema del lesbianismo y personajes límites remarcamos por su estructura y excelente factura: “Las horas” (“The hours”, 2002) de Stephen Daldry, se viajaba a través del tiempo y entrelazaba amores condenados por la sociedad. En “Media hora más contigo” (“Desert heats”, 1985) de Donna Deitch, con escenas muy atrevidas de sexo femenino, también se remonta a 1959, una época de transición y puerta de los revoltosos ‘60. Pero Todd Haynes que ya había, en cierto modo, incursionado en el tema de los amores prohibidos con “Lejos del cielo” (“Far from Heaven”, 2002), en “Carol” parece dar una vuelta más de tuerca a la estética de su filme al rendirle homenaje a Douglas Sick (“Interludio de amor”, 1957), “Tiempo de amar, tiempo de morir·” (“A time to love and a time to die”, 1958), basada en Jean Marie Remarque, “Imitación a la vida” (“Imitation of life”, 1959), que fue el gran maestro del melodrama de aquella década. Todd Haynes presenta, junto con su guionista Phyllis Nagy, a “Carol” con ciertos cambios de la novela original. Parte del presente al pasado, como flashback, y transita por los laberintos por los que atraviesa la necesidad de una elección que la llevará al personaje a romper con su familia. La acción comienza antes de navidad en un bazar de juguetes de una gran tienda, y luego se traslada a un bar de Manhattan, para en secuencias más adelante deslizarse por los caminos de un amor clandestino. Pero Todd Haynes y Phyllis Nagy han realizado un cambio mucho más radical, para la autora el deseo es un viaje en una única dirección. Para el director y guionista es una moneda de dos caras. Con escasos diálogos y un melodrama contenido, el filme es una sinfonía de encuadres, ángulos y miradas, de luces y sombras, sobre el estudio del magnetismo humano con la necesidad tanto de un acercamiento físico, como desde la óptica del Eros. Existen dos escenas claves, la del comienzo en el bar y la final. En la primera el encuadre se realiza desde el punto de vistas de las dos mujeres, Carol y Teresa, observadas por un hombre. En ella Teresa, excelente interpretación de Rooney Mara, ejecuta un acompañamiento silencioso de actriz secundaria o co-protagonista. Mientras que la escena final enfocada desde el punto de vista del pretendiente Richard Semco (Jake Lacy), la cámara hace un paneo inverso para mostrar una diferente situación, en la que muestra la corriente de vibración que existe entre ambas mujeres y el lenguaje oculto de sus miradas a través de las tazas de té. El personaje de Carol, es a medida de Cate Blanchett, ya que en cierto modo tiene alguna reminiscencia con el que interpretó en “Blue Jasmine” (2013). Su trabajo de recrear los espacios como esposa de un hombre de la clase alta newyorquina, su relación sexual anterior con Abby (Sarah Paulson), que había contribuido al rompimiento de su matrimonio con Harge (Kyle Chandler), un esposo desconcertado por la actitudes de su mujer. Carol es una mujer complicada con demasiados compromisos y responsabilidades. Teresa es más simple y sus preocupaciones radican en ser fotógrafa del “New York Times”. Carol ilumina el mundo de Teresa con su elegancia, el dominio de sí misma, su encanto misterioso y deslumbrante. Pero Teresa posee también un misterio propio y Carol la compara con un “ser arrojado desde el espacio”, como si fuera una extraterrestre, con sus vestidos de tela escocesa, no coincidentes, y una desprolija boina tejida, que hace un fuerte contraste con los elegantes sombreros de Carol. Teresa por momentos es reservada, infantil, y su actitud pasiva habla de timidez o desvalorización. Existen asimetrías evidentes al descubrir la relación entre una joven bohemia sin dinero y una rica matrona, en plena madurez. Pero Teresa se niega a ser una ingenua a disposición de un capricho. Ella es vulnerable y hambrienta, tímida y feroz, animal depredador y presa. Y la película, con su glamorosa disposición de imágenes granuladas (tomadas por el incomparable Edward Lachman), depende en última instancia de la claridad de la visión de Teresa, en su capacidad de descubrir quién es y elegir un curso de acción que expresara esa identidad. Todd Haynes, es un estudioso de estilos cinematográficos de mediados y finales del siglo 20, de la semiótica, de las actitudes sexuales, conocedor y teórico del tema sobre el sufrimiento femenino, ya dibujados en los primeros cortometrajes como "Superstar" y "Dottie Gets Spanked", y también en “Mildred Pierce” (TV-2011), su atención gravitó a menudo sobre las mujeres peligrosas y en peligro. Por eso Haynes toma estos personajes a modo de contrapunto y los desarrolla en todo su esplendor. En el caso de Cate Blanchett la viste con accesorios de colores brillantes y saturados, abrigos costosísimos y tonalidades sobresalientes en sus uñas, bufanda y sombrero. Carol representa el glamour de la posguerra. Teresa en cambio es viste la modesta ropa de una muchacha de clase media que está deslumbrada por la personalidad avasallante de su amante. La música compuesta por Carter Burwell da el tono preciso al filme y lo acompaña sin estridencias y con una finura inigualable. Es la que le da a la narración un carácter casi mágico. En “Carol” la poesía cruza el espacio entre amante y amada, en un estudio espectacular sobre el magnetismo humano, en la física y la óptica de Eros, con encanto y deslumbrante misterio. “Carol” no sólo es un bello filme, es un filme para replantearse muchas situaciones de la sociedad actual.
La película Carol (2015) narra la historia amorosa entre dos mujeres- Carol y Therese- en los años ’50 en Estados Unidos. Este relato dirigido por Todd Haynes -conocido por Velvet Goldmine (1998), Far from Heaven (2002) y I´m not There (2007)- nos sumerge en un interesante vínculo basado en la novela Carol o The Price of Salt dePatricia Highsmith. La célebre autora de Extraños en un tren (llevada al cine por el mismísimo Alfred Hitchcock en 1951) se inspiró en su propia vida para la novela, la cual debido a su temática y a su contexto de producción fue publicada bajo el seudónimo de Claire Morgan. Recién en 1990 fue publicada como Carol y bajo el nombre de Highsmith. Posiblemente el personaje de Therese tenga más de la propia autora que el personaje de Carol, ya que ésta posee una inclinación artística hacia la fotografía así como Patricia por la literatura. Otra similitud entre la autora y su personaje es que al igual que Therese trabajó en la tienda Bloomingdale´s de New York en 1948. Carol nos sumergirá en el universo de dos mujeres que irán contra los ideales canónicos de la época desplegando simultáneamente ambientaciones y magníficos vestuarios, a cargo de la tres veces ganadora del Oscar Sandy Powell. El director, quien combina los tonos del vestuario con los colores del decorado que rodea a los personajes, nos otorgará un atractivo deleite visual. La película comienza con Carol Aird (Cate Blanchett) y Therese Belivet(Rooney Mara) reunidas en la mesa de un restaurant, cuando las interrumpe un hombre que conoce a Therese. Ya desde este inicio se plantea metafóricamente el flagelo interno que sufre Therese al encontrarse dividida entre relacionarse con hombres o con mujeres. Parte de esta sensación se esboza en la primera escena: un hombre le toca el hombro de un lado –filmado desde la espalda a cámara de Therese- y Carol le acaricia el otro hombro al saludarla, cuyo encuadre es opuestamente desde el frente de Therese para permitirnos ver su expresión en el rostro. Therese angustiada pronunciará en el film “I said yes to everything” (Le digo que sí a todo), ya que así siente que no podrá encontrar su camino y tomar sus propias decisiones. Esta dualidad estará presente también desde los nombres de las protagonistas, los cuales son interpretados por ambas actrices de forma totalmente verosímiles. Therese tal como dice el personaje de Carol “no es igual a Theresa”, desde allí se plantea la ambigüedad de sexualidad con la que carga el nombre. Asimismo, el nombre de Carol tampoco es casual, significa en alemán “mujer fuerte” y absolutamente hermosa e incluso es traducido como “canción de felicidad”. El glamour del personaje de Cate Blanchett que seduce con su sola presencia en pantalla y su seguridad inspirarán a la a la fotógrafa dentro de Therese. Carol es el encuentro entre dos tipos de mujeres de contextos sociales distintos y con diferentes aspiraciones. Por esa razón puede inferirse que el film se llama Carol, pues es ella quien cambiará la vida de Therese y no a la inversa. 1] Lamas, Marta (1994): “Cuerpo: diferencia sexual y género” en Debate feminista Año 5, Vol. 10, septiembre 1994. [2] Laplatine, Francoise: Introducción a la etnopsiquiatría, Gedisa, Barcelona, 1979. Título original: Carol /Año: 2015/País: USA/ Dirección: Todd Haynes./ Reparto: Cate Blanchett, Rooney Mara, Kyle Chandler. /Producción: Tessa Ross, Christine Vachon, Stephen Woolley. /Guión: Phyllis Nagy/Dirección de fotografía: Edward Lachman. /Dirección de Arte: Judy Becker /Edición: Affonso Gonçalves /Música: Carter Burwell / Distribuidora: Alfa /Duración: 1h 58min/Estreno en Argentina 4-02-2016.
Todd Haynes es el director más subestimado por los miembros de la Academia de Hollywood en estas ultimas dos décadas. Una película sofisticada y exuberante como Velvet Goldmine apenas acarició una nominación en el rubro vestuario. Mientras que el elegante melodrama Lejos del paraíso elevó a cuatro el número de candidaturas, incluyendo a Haynes como mejor guionista y a Julianne Moore por su actuación protagónica, y claro, no se llevó ninguno de los premios. Algo más acotado sucedió con I'm not there, demasiado "rarita" para los gerontes del jurado, que solo posicionó a Cate Blanchett como aspirante a llevarse la estatuilla como mejor actriz de reparto. Con Carol, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood vuelve a ratificar su menosprecio hacia el cine de Haynes. Que venía de conquistar entre otros reconocimientos, la nominación a la Palma de Oro en Cannes, festival en el que Rooney Mara se impuso como mejor actriz, y candidaturas a mejor película y dirección en los Globos de Oro. En la última película del realizador americano que ha trazado una filmografía irreprochable, hay cine en estado depurado. Desde su concepto visual, rodado en super 16 milímetros, en lugar del homogéneo digital al que se ha acostumbrado nuestra retina cinéfila en estos últimos años, Todd Haynes entiende que nada mejor para un melodrama ambientado en la New York de comienzos de los '50, que capturar su historia sobre soporte fílmico. La atmósfera lograda por el director de fotografía Edward Lachman, nominado al Oscar por este trabajo, le aporta al relato un halo de déjà vu del cine clásico, con renovadas referencias a los films de Douglas Sirk, a quien el director también había homenajeado en Lejos del paraíso. Esa noción de clasicismo también se extiende a la estelaridad de sus dos figuras principales. Más allá de que la Academia se haya encaprichado en nominar a Cate Blanchett en el rubro actriz protagónica y a Rooney Mara en el de actriz de reparto, está más que claro que ambas son protagonistas centrales de una historia que las une en un sutil recorrido que va desde el deseo al amor. Carol (Blanchett) es una señora de alta sociedad con un matrimonio en plena ruptura. Therese (Mara) es una chica con algunas cosas no muy definidas, que trabaja durante la temporada navideña en una gran tienda. Ambas se conocen y la atracción es inmediata. Con una evolución dramática sostenida, el vínculo entre ellas avanza entre la seducción y el drama. El marido de Carol amenazará con quitarle a la custodia de su hija, mientras que Therese soportará los tironeos de su demandante novio. Hay algo de firme determinación en la evolución del vínculo entre estas mujeres, que va de lo sublimado a lo concreto. Y Tood Haynes acompaña esa progresión tanto desde lo visceral, la esperada escena de sexo de sexo entre las protagonistas irrumpe sin tapujos, como desde lo más íntimo, los miedos y contradicciones que se proyectan desde el entorno hacia la médula de la dupla. Hay ecos de urgencia en esta novela escrita por Patricia Highsmith, la autora de Extraños en un tren y de la saga Ripley, que se vio obligada a publicar esta novela bajo un seudónimo a comienzos de los '50, y que recién pudo lanzarla con su nombre a fines de los '80. Carol postula el amor de mujeres como uno de los vínculos más invencibles y confidentes, y a su vez superpone el tema de la maternidad, en tiempos en los que ni siquiera asomaba la chance de que un niño cuente con dos madres. A pesar del paso de las décadas, la película logra actualizar esa gesta romántica/combativa que emprenden Carol y Therese. Y Todd Haynes sabe comprender a estas chicas, acompañándolas sin estridencias ni sentencias, bordando su historia con un hilo de elegancia y sofisticación que jamás roza los bordes del discurso solemne o pretencioso. El amor entre estas mujeres exhala tanta verdad, como el cine que Haynes, cual exquisito artesano, sabe moldear sobre la pantalla. Carol / Estados Unidos-Reino Unido / 2015 / 118 minutos / Apta mayores de 13 años con reservas / Dirección: Todd Haynes / Con: Cate Blanchett, Rooney Mara, Lyle Chandler, Jake Lacy, Sarah Paulson y John Magaro.
Amor en tiempos de cólera "Carol" es un drama amoroso lésbico de la escritora Patricia Highsmith que fue llevado a la gran pantalla con muchísimo talento y gracia por el director Todd Haynes ("Velvet Goldmine") y la guionista Phyllis Nagy ("Mrs. Harris"). La historia no es compleja. Se trata de un relato romántico en el que las protagonistas son dos mujeres de diferentes edades y estratos sociales en la década del '50. Si lo llevamos al día de hoy, no sería quizás demasiado revelador, pero como la novela se sitúa en una época en la que ser gay y encima mujer era un sacrilegio social, es que este relato toma un vuelo distinto y distinguido. Lo primero que debo resaltar es el trabajo del director. Haynes hace uso de su talento para colocar al espectador en medio de la historia y hacerlo transitar el difícil camino que sus protagonistas deben hacer para encontrar la felicidad. Sus tomas, su progresión para ir desarrollando el affair, lo gestual de sus escenas, son todas herramientas que convierten a "Carol" en algo más que una historia de amor de gay. La producción es fantástica también, desde el vestuario hasta la banda sonora. Uno se siente que está realmente en otra época y logra percibir la tensión que imprimen los mandatos sociales de los años cincuentas. En segundo lugar, pero no menos importante, está el gran trabajo que hacen todos sus actores empezando por la dupla protagonista, Cate Blanchett ("El Señor de los Anillos") y Rooney Mara ("The girl with the dragon tattoo"). Realmente sus roles son muy creíbles y carismáticos. La diferencia entre ambas personalidades y a la vez la complementariedad que demuestran son impresionantes. Por último debo advertir a los espectadores que sean más del palo pochoclero y estruendoso. "Carol" es una historia sutil, que repara en detalles, que se toma su tiempo para ir creando la atmósfera. Les puede llegar a parecer un poco lenta, pero les diría que se abran a disfrutar de la profundidad del relato. Aplausos para Todd Haynes.