Basado en una historia real, Desbordar es el nombre de una revista creada por un grupo de sicólogos en la década del 80. Resultado de un taller de escritura realizado en un Hospital Neurosiquiátrico. El film posee sin dudas las mejores intenciones de sacar a la luz las condiciones en que son tratados los enfermos mentales, las transgresiones a la ley o a los más elementales derechos de los seres humanos. Un buen comienzo, donde tres psicólogos se unen para llevar a cabo este proyecto en una tensión entre la alegría que genera en los pacientes la escritura, la satisfacción por poder llevar a cabo su tarea, y la actitud de preocupación del enfermero y el jefe del hospital, que son concientes que la salida a la luz pública de la revista, tarde o temprano va a generar conflictos. Violaciones, venta de órganos, sobremedicación, son algunas de las perversiones, que se llevan a cabo. Paralelamente, se muestra la vida de cada uno de ellos y cómo afecta este trabajo en sus relaciones personales. El film da cuenta de cómo muchas veces las fronteras entre lo normal y lo patológico se borran, y cómo el medio es el que alimenta paradójicamente a la enfermedad, le impide la cura y lo somete a una calidad de vida inhumana. Una cosa son las dimensiones psicológicas de la enfermedad y otra las condiciones reales de la misma. La escritura oficia de catarsis obligando al sujeto a sacar los conflictos de la desordenada ley de su corazón y de su mente, para poder a la vez sobrevivir en las contradicciones del “orden del mundo”. El guión tiene algunas fisuras visibles, que se van produciendo a partir de la mitad del film. Las buenas actuaciones de Carlos Echevarría, Julián Doregger y Nacho Ciatti se malogran por un cierre inesperado, cuyas marcas más visibles son una ausencia total en la dirección de arte y maquillaje, donde de pronto aparecen Fernán Mirás y Manuel Callau, reemplazando a dos de estos, casi 20 años después, con una fisonomía absolutamente alterada y reunidos con parte de aquellos pacientes a los cuales, no parece haberles pasado el tiempo. La aparición tanto de Millás como de Callau, que además aparecen como figuras centrales en el afiche, no poseen ninguna relevancia dentro del argumento del film, sólo una conversación final con estos, sumada a otras licencias. Un descuido imperdonable en un director que posee una trayectoria considerable para este tipo de fallas. Otro tema, que no es menor es la aprobación en diciembre del año pasado, de una nueva ley de salud mental. La Ley 26657, que busca redefinir el tema de la locura y su tratamiento en Argentina. Las claves de la nueva ley Desde su primer artículo el nuevo reglamento establece al paciente psiquiátrico como sujeto de derecho y establece que su función es asegurar "el pleno goce de los derechos humanos de aquellas (personas) con padecimiento mental que se encuentran en el territorio nacional". La ley, en concordancia con los lineamientos más modernos, considera a la demencia como un problema multifacético, con aspectos históricos, socioeconómicos, culturales, biológicos y psicológicos. En consecuencia, enfatiza la importancia del trabajo interdisciplinario para su diagnóstico y tratamiento. Este enfoque no solo incluye a psiquiatras y psicólogos, sino también a trabajadores sociales, enfermeros y agentes de terapia ocupacional.
Aquellos años 80 Los primeros minutos de Desbordar (2010) introducen en lo que pareciera ser una película atractiva: Planos de una rigurosa construcción estética sumergen al espectador en las entrañas de un manicomio dan a suponer que vendrá una rica historia. Pero por desgracia se desvanece ante una puesta añeja que pretende más de lo que pude dar. El film nos sumerge a finales de la década del '80, cuando un grupo de profesionales de un neuropsiquiátrico y un grupo de internos crean la revista Desbordar. A partir de ahí, Alex Tossenberger (Gigantes de Valdés, 2007) pone en crisis el sistema manicomial argentino, mostrando cómo algunos intereses económicos son más importantes que la salud mental de los pacientes. El principal problema de Desbordar es la forma en encara la historia. Una puesta en escena que coquetea entre el cine comercial y el de autor, pero que a su vez remite más a las películas de los 80 que al cine de hoy, hacen que lo que se cuenta pierda valor cinematográfico. Resulta extraño, pero no parece una película de hoy. La dirección de actores, la musicalización, la puesta de cámaras y hasta la manera de compaginar dan la sensación de que es una de aquellas películas del viejo cine argentino, hoy demodé. Hay una intencionalidad en la historia, la de denunciar el rol del Estado en lo que se refiere a salud mental y el predominio de ciertos sectores médicos hegemónicos más preocupados por el negocio generado que por una cura. Es un objetivo bastante pretencioso que se muestra con subrayados por momentos innecesarios y reiterativos. Desde lo actoral hay un claro propósito para evitar el estereotipo y el lugar común, aunque algunas veces resulta inevitable. Lo que resulta inentendible es por qué la película se promociona a partir de Fernán Mirás y Manuel Callau cuando sólo aparecen diez minutos en pantalla. Los verdaderos protagonistas resultan ser Carlos Echevarría y Julián Doregger. Es una pena ver cómo Desbordar se desborda por una serie de causas que se podrían haber evitado. Ellas hacen que una historia cargada de buenas intenciones dé como resultado una película fallida, arcaica y algo pretensiosa.
Imágenes cuidadas y un guión elemental para afrontar un tema complejo Como Desbordar , la revista que en los años ochenta nació de un taller de escritura y periodismo desarrollado por jóvenes psicólogos con internos de un hospital neuropsiquiátrico, este film de Alex Tossenberger ( Gigantes de Valdez ) también procura llamar la atención sobre un asunto que gran parte de la sociedad prefiere eludir: la situación en los centros de salud mental. Lo hace, precisamente, procurando recrear aquella experiencia que terminó frustrándose pero dejó valiosas enseñanzas, a través de una historia de ficción que apunta, por un lado, a exponer la penosa realidad en que transcurre la vida de los pacientes en situación de encierro, y por otro, a retratar los obstáculos que encontraron los entusiastas profesionales al proponerse experimentar caminos alternativos que modificaran el tratamiento de los internos y fomentaran su contacto e integración en el mundo exterior. Pero ni las nobles intenciones (el film busca apoyar el llamado proceso de desmanicomialización promovido por la nueva ley de salud mental y subrayar la necesidad del compromiso de toda la comunidad con ese proyecto) ni el esmero que ha sido puesto en la composición de las imágenes son suficientes cuando la estructura narrativa es tan endeble. La historia es elemental: empieza siguiendo linealmente los pasos de los tres muchachos idealistas en una veloz sucesión de escenas en las que todo o casi todo se expresa mediante diálogos escolares; la acción prácticamente no existe y los personajes no son sino portadores de frases de intención didáctica o presunto vuelo poético, y continúa después ilustrando con trazos gruesos (y bastante ingenuos) el abandono, la brutalidad y la violencia a que son sometidos los pacientes en una institución en la que todos los derechos humanos son pisoteados y donde no faltan violaciones, tráfico de órganos ni desapariciones. La ingenuidad y el trazo grueso también se manifiestan cuando se alude a la vida personal de los protagonistas o cuando se apela a ironías para exponer el prejuicio que la sociedad todavía guarda respecto de "los locos". Con personajes que responden a clichés (el joven romántico e idealista que sacrifica su vida por la causa, el siniestro paramédico/carcelero, el temible director del hospital, casi toda la galería de internos), la forzada inclusión de escenas de crudo realismo y el agregado de un epílogo que busca la emotividad pero parece sólo destinado a potenciar el mensaje didáctico, no queda mucho por destacar. Sólo el digno trabajo fotográfico de Mariano Cúneo (contrasta tanta elaboración con la elementalidad y el escaso rigor del libro y los descuidos de la puesta en escena), que se encarga de proporcionar al film un atractivo envoltorio formal.
Una buena idea desperdiciada «La ineficiente organización de los sistemas de salud, los intereses perversos de laboratorios medicinales, la corrupción en los hospitales psiquiátricos y la falta de actualización en la formación de los profesionales» son algunos de los impedimentos a la hora de mejorar las cosas, proclama «Desbordar» en una didascalia final, luego de dar algunos ejemplos con la historia que acá veremos. En ella, dos jóvenes médicos, la novia de uno de ellos, y un estudiante de periodismo, animados por el espíritu de cambio, arman un taller literario en un neuropsiquiátrico, y con los propios internos logran sacar una revista que hasta se vende en kioskos. Nada de esto es del agrado del señor director del establecimiento, ni mucho menos de un sádico enfermero que de puro malo nomás apalea a los internos y se impone a los jóvenes médicos. Años después, los médicos no son tan jóvenes y se las ingenian para burlar el sistema, al menos una vez en la vida, lo cual consiguen, paradójicamente, haciéndose cargo de un muerto. Pero es apenas un triunfo pasajero. Básicamente, ésta es la historia. La idea no es mala. Y agreguemos también, la intención es buena. Pero el guión necesitaba mayor desarrollo, la ambientación da lugar a confusiones, y pocos actores logran lucir su parte. Miguel Dedovich es uno de ellos, en el papel de un interno capaz de imponer ciertas formalidades dentro del grupo de pobres desahuciados. Otros lucen desperdiciados o mal aconsejados. Una lástima, porque el asunto tiene su importancia, y además se inspira en una auténtica experiencia que desarrolló un grupo de médicos a mediados de los 80. Fue por entonces, dicho sea de paso, que Eliseo Subiela hizo «Hombre mirando al sudeste», y Marcelo Céspedes y Carmen Guarini «Hospital Borda: un llamado a la razón», dos obras que hoy todavía estremecen, sobre todo cuando uno advierte qué pocas cosas han cambiado desde aquella época en esas casas de encierro.
Atrapados, con salida Drama de denuncia sobre las condiciones en los manicomios. Desbordar es un filme con las mejores intenciones, lo que no significa con los mejores resultados. Suele ocurrir: el deseo por declamar algo resiente a la obra artística portadora de ese mensaje. En este caso se trata de una denuncia contra la política de los manicomios. Más: sobre el concepto de qué es locura y quiénes están, estamos, locos. El filme, de Alex Tossenberger, se basa en hechos reales: la creación de un taller de escritura, a fines de los ‘80, que les permitió a los internos del Borda dejar de ser cosificados y encontrar su subjetividad. Tres estudiantes de psicología aparecen al frente del proyecto, junto a pacientes muy queribles, trabajados por momentos desde el drama y, por otros, desde un humor casi paródico. Los personajes, en general, son maniqueos. Como Monzón (Daniel Valenzuela), un enfermero siniestro y brutal, o el director del hospital, que impone métodos abusivos y fascistas. El maltrato, el sometimiento, la marginación, las violaciones y hasta el tráfico de órganos aparecerán como temas previsibles. El guión les impone a ciertos actores un tipo de interpretación antigua y solemne, a la que suma una música que realza los momentos sentimentales. Manuel Callau y Fernán Mirás levantan al filme, pero en su tramo final: apenas 25 minutos de 110. Hacen de dos de los estudiantes, 20 años después, sin que la película cuide bien la continuidad de sus personajes.
Entre los Muros Ver esta película en estos tiempos es bastante movilizante. No sólo porque hace pocos meses se aprobó la nueva Ley de Salud Mental, la cual impulsaría un proceso de desmanicomialización, conforme a los derechos de las personas que padecen perturbaciones psiquiátricas, sino también porque en la institución, en la cual se desarrolla el film, viene sufriendo un abandono sistemático de parte de las autoridades responsables. Hace 40 días que el Hospital Borda está sin gas y esta semana hubo incendio en el predio anexo, donde funciona la unidad penintenciaria del mismo, causando hasta ahora, al menos dos muertos. Es decir, desmanicomializar, no es lo mismo que abandonar. Con el apoyo de varios organismos públicos, se estrena este film dirigido por el cineasta y también psicólogo Alex Tossenberger (Gigantes de Valdés), aborda un hecho real, que fue todo lo que rodeó a la gestación, lanzamiento y distribución de la revista Desbordar, que se publicó a finales de los años ochenta, en cuyo contenido central participaban los pacientes internados en el Borda y produjo, en aquella época, toda una revolución en el campo de la salud mental, con lo incómodo que eso implicaba para algunos sectores más conservadores, Iván (Julián Doregger), Darío (Nacho Ciatti) y Marcos (Carlos Echevarria), son tres jóvenes psicólogos que organizan un taller literario con algunos pacientes crónicos del hospital José Tiburcio Borda, que si bien nunca se lo nombra, se da por hecho que esa es la institución, aunque podría ser en cualquier otra que aloje tremenda cantidad de pacientes. El tema es que la posibilidad de hacer oír voces que hasta el momento estaban acalladas, genera resistencia en la comunidad “científica” imperante. Lo más disfrutable del film, es la primera parte, donde se desarrolla todo el proceso de la creación de la revista, a partir del deseo que moviliza a estos seres estigmatizados como locos. Permite observar el trabajo terapeútico que se hace vía la palabra y la escritura y la función curativa de las mismas. La puesta en escena es soberbia, la fotografía también goza de notable calidad. Rodada en el mismo hospital, se recorren los distintos espacios del mismo y deja ver algo de su cotidianeidad. La película decae, cuando intenta desplegar la intimidad de los protagonistas, se intoxica de situaciones trilladas, diálogos clishés, por momentos la dirección de actores no logra ser del todo creíble, y se inunda de muchos personajes estereotipados. Narrativamente, el guión va perdiendo espontaneidad, se convierte en una especie de trhiller donde se denuncian violaciones sexuales, sobremedicación, terapias prohibidas de electroshock, y hasta la mafia de tráfico de órganos que circula dentro del hospital para estos pacientes que no tienen ningún tipo de lazo social en el afuera, y por ende nadie los reclama. Este giro narrativo, en pos de incrementar la tensión, se estanca en escenas nada originales. Pero lo más llamativo es que se la promociona con el protagonismo de Fernán Mirás y Manuel Callau, estos dos actores, sólo aparecen en los últimos quince minutos del metraje. Tampoco se entiende bien su inclusión en la historia, hacen de Marcos e Iván en la actualidad y se produce una distorsión bastante importante con el resto del reparto que permanece casi intacto en sus rasgos físicos. De todos modos, no deja de ser una obra que cuestiona los usos y abusos que se hacen en la mega instituciones que abordan la salud mental, pero también rescata el valor humano de muchos trabajadores y profesionales dentro de esos muros, que a pulmón ponen su cuerpo en pos de aliviar el malestar subjetivo y la exclusión social que sufren las personas con padecimientos mentales. Desbordar como su nombre lo indica, intenta ser una apuesta a la desmanicomialización, aunque no todo lo que pasa allí adentro es reprochable, la revista es un claro ejemplo de ello, y la ya clásica radio La Colifata, también. La película justifica la necesidad imperiosa de aplicar una nueva ley que respete y proteja los derechos humanos de aquellos que sufren trastornos psiquiátricos, pero también sería bueno que se brinden los medios y recursos necesarios para que la implementación de la misma sea posible y no sólo quede en buenas intenciones.
No dan muchas ganas de ponderar intenciones, pero lo voy a hacer porque amo el cine argentino. Seré breve. “Desbordar” es una producción basada en hechos reales que tuvieron lugar a fines de la década del 80. Marcos, Iván y Darío son médicos recién recibidos y muy entusiastas que en un hospital neurosiquiátrico encararon una idea nueva, luego convertida en terapia. Consistía en reunir un grupo de internos determinado e iniciar con ellos un proyecto para que puedan expresarse en forma escrita. El proyecto creció y se convirtió en una revista, que llegó a venderse en los kioscos durante algún tiempo. Parece que la burocracia del hospital mismo se les puso en contra, por lo que tuvieron que luchar para poder seguir adelante hasta que todo quedó cancelado. Evidentemente esta historia fue un disparador para que el guionista y realizador Alex Tosserberger decidiera llevarla al cine. Claro, el tema toca varios puntos interesantes como la burocracia contra las ideas nuevas, la discriminación, la libertad de expresión, la trascendencia del ser más allá de los muros que cada uno se construye alrededor, la ley de salud mental… digamos, hay tela para cortar. El problema del proyecto fílmico “Desbordar” es que el director parece haber confiado demasiado en la riqueza de los hechos, considerando que con sólo filmarlos alcanzaba para trasmitir lo que se proponía originariamente. Pues fíjese que no. No alcanza y se nota. Esta realización tiene algunos momentos logrados (pocos), como la escena en la que los internados están en pleno proceso creativo. Pero son sólo instancias aisladas. El resto de lo que sucede está claramente delineado, pero el contenido se va cayendo merced a la indefinición de ser un documental o una ficción. Para los actores “Desbordar” es un escollo. No tiene que ver con su capacidad interpretativa; sino con un guión que se limita a narrar hechos reales en desmedro de la construcción de los personajes. Esta falta de trabajo se nota más en Carlos Echevarría, Julián Doregger y Nacho Ciatti, quienes interpretan la versión joven de los médicos. No es que sean malos actores, simplemente no cuentan un guión sólido con el que trabajar, por no mencionar diálogos que está más cerca de una novelita de TV que de una obra fílmica. Lo mismo sucede con algunas situaciones. La escena de la violación no solamente es innecesaria (haya sucedido o no); sino que el guión jamás entrega un mínimo antecedente que la justifique. El error garrafal de insertar a Fernán Mirás y Manuel Callau para asumir a Marcos e Iván, repectivamente, 20 años después, más allá de sus buenos trabajos, despoja de continuidad a los personajes. Por si no tiene muy presente a Echevarría y Doregger, es cómo si pusiéramos a Gastón Pauls hacer de X y en la versión 20 años más viejo cubierto por Leonardo Sbaraglia. “Desbordar” tiene otra contra en los rubros técnicos. A la compaginación le sobran fotogramas y por momentos está mal efectuado el corte, como la escena de presentación del grupo al principio de la película. La fotografía en su conjunto es bastante dispar. Hay algo en la iluminación que le quita el criterio visual principal (las reuniones con el director del hospital, por ejemplo). Todo esto produce que en esta producción lo importante del “qué” termine opacado por el “cómo”. Muchas veces la frase “basado en hechos reales” es un arma de doble filo, con la que es fácil lastimarse si se confía sólo en eso. No alcanza para hacer cine.
Alex Tossenberger es el psicólogo y cineasta que dirigió este testimonio de una realidad tan cruel como tantas otras que nos rodean. Pero el loable intento no llega a convertirse en una buena película. La cámara hace foco en un grupo de internos del Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda, de Buenos Aires, que se suman a la propuesta de tres psicólogos que plantean armar un taller literario del que nacerá una revista que se llamó Desbordar y que llegó a venderse en los kioscos porteños en la década del 80. La lucha de los profesionales por incorporar a los pacientes a la vida social argentina a través del periodismo, se convierte en una pelea contra el sistema de salud que margina a los pacientes y los condena a un encierro infrahumano. Con algunas falencias en el guión, la película avanza -con ciertas dificultades en el relato- hasta completar el círculo dibujado por una experiencia de mucho valor, encarada por profesionales y condenada por el statu quo de una sociedad que no deja de desnudar su hipocresía, ni siquiera en la administración de la salud pública. Excepto la última media hora en la que intervienen Manuel Callau y Fernán Mirás, la película carece del nervio necesario para que el problema que plantea quede fijado en las memorias de los espectadores.
La revista de la realidad Se trata de una historia basada en la vida real sobre el problema de la locura. Oscilando entre la ficción y la realidad este es el relato de un taller de escritura, que funcionó en un hospital psiquiátrico y la posterior publicación de una revista hecha por los internos y especialistas, fuera del ámbito hospitalario. "Desbordar" era el titulo de la revista que llegaron a publicar con éxito y que pone en tela de juicio la manicomialización de los enfermos. Dos jóvenes estudiantes de psicología incorporan un taller de escritura en un psiquiátrico, que reúne una cantidad dispar de internos, con todo tipo de problemas. El buen resultado del emprendimiento se contradice con algunas actitudes de desconfianza por parte del director, que mantiene la política de mantener reducidos a los internos y con escaso contacto con el exterior. Los enfermos somos fantasmas desaparecidos, quieren borrarnos. Son palabras de los enfermos. EXCESOS Más allá de las buenas intenciones temáticas, hay desequilibrios en la narración, excesos explicativos en los diálogos y ciertas incongruencias, que perjudican el relato. Es valioso el concepto de aceptación de la diferencia, la intención de tratar de acercar a los enfermos a la libertad y la creación, y la conciencia de alejarlos de excesos en la internación, pero, formalmente, el resultado es discutible. La actuaciones tienen altos y bajos y hay una destacable composición del actor Miguel Dedovich como Martín, un letrado "ceremonioso y querible". En distintos momentos asistimos al abuso de poder, el descuido, la falta de respeto hacia los internos. El final reencuentra a los jóvenes estudiantes (papeles a cargo de Fernán Mirás y Manuel Callau) de medicina y psicología años después, ya alejados de esa singular experiencia, pero dedicados a la actividad profesional. Un extenso epígrafe habla de la ineficiente organización del sistema de salud, de problemas sociales, que impiden que un setenta por ciento de personas internadas con alta acordada no puedan abandonar las instituciones porque no tienen adónde ir y de la muy positiva emisión en 2010 de la Ley Nacional de Salud Mental (26657).
Este film se encuentra dirigido por Alex Tossenberger (Gigantes de Valdés, 2007) con las actuaciones de Fernán Mirás y Manuel Callau, entre otros actores; es un drama inspirado en hechos reales que transcurrieron a fines de la década de 1980. Esta historia comienza en una noche de tormenta fuerte, donde vemos un interno corriendo por el parque del hospital para llegar a un teléfono público, intentando no ser visto por nadie, otro espía, se nota que esta angustiado, asustado y en su rosto notamos un gran terror, luego realiza un llamado enigmático, pero cuando está hablando es descubierto por dos enfermeros, estos lo muelen a palos, y como esta atemorizado no puede hablar, solo tiembla, la persona al otro lado de la línea le pide desesperadamente que le informe que está pasando. A través de este film vamos conociendo el intenso trabajo de un grupo de psicólogos: Iván (Joven: Julián Doregger), Marcos (Joven: Carlos Echevarría), Darío (Nacho Ciatti) y luego una doctora Anna (Marina Artigas); ellos formaron parte de este proyecto y organizaron un taller de escritura en el Borda, todos juntos le dieron un nombre a la revista “Desbordar”; esta publicación, se vendió en los kioscos de diarios, con mucho éxito, el contenido de la misma es elaborados por los propios pacientes, médicos y personalidades de la cultura. Ellos tuvieron que luchar contra el Director del establecimiento, un enfermero Monzón (Daniel Valenzuela) mal intencionado y lucha constante para sacar a flote a enfermos como: José Cadrela (Jorge Noya); Martin Tayal (Miguel Dedovich); Germán Oldaro (César Gustavo Covi); Julián Pasende (Omar Fanucci); Alfredo Criso (Nicolás D´Agostino); entre otros. Todos fueron protagonistas de la creación de ese taller y de una revista muy reconocida y polémica y generó efectos terapéuticos, institucionales y sociales. Surgen muchísimos inconvenientes en las vidas de Darío, Iván y Marcos. Estos dos últimos se reencuentran en el 2009 (pasaron casi veinte años), por la noticia anónima de la muerte de Martín Tayal, miembro del Taller de Periodismo y Escritura del Neuropsiquiátrico; los motiva a averiguar que paso con el cuerpo, develar la verdad y darle la sepultura que merecía. La intención de este film es empujar el interés, reflexión y la conciencia, aborda la problemática de la salud mental, hasta el tráfico de órganos, que la mayor parte de la gente ignora o prefiere no ver y sobre esto debemos tomarlo seriamente. Unos del los problemas de la historia son las actuaciones muy desparejas, le falta ritmo, la narración pierde fuerza en la mitad, hay escenas innecesarias para ser mostradas, se promociona mucho el film por las actuaciones de Fernán Miras como Marcos adulto y Manuel Callau como Iván Adulto, que solo aparecen los últimos diez minutos de la historia.
Sólo buenos propósitos no alcanzan para construir un filme que pretende denunciar y poner en evidencia las falencias del deteriorado sistema neuropsiquiátrico del país. Las participaciones especiales de Manuel Callau y Fernán Mirás en los últimos quince minutos nos permiten vislumbrar lo que hubiera sido el producto final con actores experimentados en roles centrales. Asimismo, la brecha de dos décadas que divide ambos tiempos del relato no consiguió los resultados estéticos adecuados.