Vigilante de segunda mano Si bien no es el mega desastre que prometía ser, tampoco podemos decir que Deseo de Matar (Death Wish, 2018) sea una película interesante o que mínimamente satisfaga las expectativas del género de turno o -mucho menos- las que despierta la obra a la que remite, a lo que se suman diez años de “cocina hollywoodense”/ preproducción de este proyecto: hablamos de una remake de El Vengador Anónimo (Death Wish, 1974), de Michael Winner, todo un clásico del film noir sucio de derecha en el que el mítico Charles Bronson interpretaba a un arquitecto que se transformaba en un justiciero de las calles de New York luego del asesinato de su esposa y la violación de su hija. La propuesta derivó en una primera secuela muy digna en 1982 que respetaba el tono serio de la original, una tercera parte de 1985 símil delirio afable de superacción y dos obras más de cadencia exploitation. El trabajo que nos ocupa ya venía maldecido desde lejos debido a una serie de desacuerdos creativos entre los productores que tienen los derechos de la saga y la colección de nombres que desfilaron para hacerse cargo de la dirección y el papel protagónico, tareas que al final cayeron en Eli Roth y Bruce Willis respectivamente. Aquí el realizador y el actor continúan en la misma racha de experiencias flojísimas de los últimos años: Roth sigue por debajo de Hostel (2005) y su primera continuación de 2007 y en esencia entrega un opus anodino y superficial en línea con las lamentables The Green Inferno (2013) y Knock Knock (2015); y Willis -por su parte- mejora en cierta medida su desempeño con respecto a su catálogo reciente pero se nota que actúa por el cheque y sin la motivación ni el ímpetu de los films de las décadas del 80, 90 y 00 (el mainstream aniñado y lelo actual lo condenó a la clase B). La historia reproduce el esquema de siempre y -oh, sorpresa- acelera los tiempos narrativos para que el ahora cirujano Paul Kersey (Willis) comience a matar lo más rápido posible a posteriori del deceso de su esposa Lucy (Elisabeth Shue) y la “no violación” de su hija Jordan (Camila Morrone), quien queda en coma gracias a tres delincuentes que entran en su hogar burgués de Chicago cuando él no estaba. Como era de esperar viniendo de un director como Roth que en realidad nunca tuvo nada importante para decir y que se toma al cine como un juego pueril, justo como su amigo y colega Quentin Tarantino, la trama se centra en la conversión casi automática de Kersey de ciudadano modelo a cazador nocturno de forajidos y en la catarata de fusilamientos de todos los latinos, negros y blanquitos cool que va encontrando en su camino, circunstancia que lo eleva a la categoría de “celebridad”. Deseo de Matar combina corrección política decadente y fuera de lugar (tenemos etnias diversas para que nadie se sienta ofendido y tampoco falta la representante femenina “para quedar bien”, hoy una de las detectives del caso), un elenco fofo en el que sólo se destaca Vincent D'Onofrio (prácticamente el único que pone en serio el corazón en el asunto, aquí componiendo a Frank, el hermano de Paul) y un desarrollo pobretón aunado a un sustrato ideológico bastante difuso, entre lo inofensivo y lo ridículo (el relato intercala intentos de severidad formal con muertes y coincidencias caricaturescas, sin decir nada relevante sobre la facilidad con que se venden armas en los Estados Unidos o el hobby de salir a reventar ladrones de poca monta mientras los verdaderos criminales copan los gobiernos y las corporaciones). La película ni siquiera se transforma en una apología fascista de este vigilante de segunda mano porque todo cae en el terreno de lo olvidable y lo rutinario, sin aportar ni una sola idea que se salga del cliché reproducido en el pasado hasta el hartazgo… y mejor ni hablar del mamarrachesco desenlace -extremadamente desinspirado, elemental y redundante- ya que hasta ahí el producto caminaba más o menos tranquilo dentro del enclave del cine castrado de nuestros días, no obstante ese final tira por la borda los pocos puntos a favor acumulados en función de un verosímil cercano al júbilo homicida y la falta de piedad, ítems que deberían primar en un policial hardcore de revancha como el presente.
En 1974, Michael Winner dirigió el film “El Vengador Anónimo” (“Death Wish”), una adaptación del libro “Yo soy la justicia” de Brian Garfield. El mismo se centra en Paul Kersey, un ciudadano común que, luego de que su mujer y su hija sufrieran una brutal agresión por parte de tres delincuentes, decide tomar la justicia en sus propias manos y enfrentarse a todos los malhechores con quienes se cruce. En su momento, la película causó un impacto en la audiencia, debido a que presentaba una temática original y polémica (sobre todo con la fuerte escena de la violación y el uso de las armas). Sin embargo, hoy en día, un argumento semejante ya fue utilizado unas cuantas veces en distintas cintas de acción. En este contexto, se estrena la remake de “Death Wish”, dirigida por Eli Roth (realizador de la película de terror de culto “Hostel”) y protagonizada por Bruce Willis. Si bien toma la base del film de Charles Bronson y nos encontramos con algunos guiños o escenas similares, la historia cambia un poco. La trama se centra en Kersey, un médico muy reconocido, cuya mujer e hija son violentadas durante un robo, provocando la muerte de la primera y la internación de la segunda. Es así como el protagonista buscará vengarse no solo de aquellos que cometieron el hecho, sino de cualquier delincuente, al mismo tiempo que está abierta la investigación del fatídico caso. Es interesante que hayan modificado la profesión de Kersey, convirtiéndolo en una persona cuyo objetivo primordial es salvar a los heridos. Porque a medida que avanza el relato, será difícil de equilibrar las punciones entre el deseo de la vida y de la muerte. Por otro lado, y a diferencia de la cinta original, se le dio mayor hincapié a la temática de la justicia por mano propia y a la utilización de armas. Se observa una crítica a la facilidad de conseguir estos instrumentos, pero a la vez se fomenta la portación y la defensa personal. “La policía no sirve porque siempre llega tarde a todos los casos”. Bajo ese lema, “Death Wish” no es un film que se pueda analizar fuera del contexto estadounidense y los diversos y variados acontecimientos de tiroteos en lugares públicos. No deja un mensaje positivo en la sociedad, sino que se alienta a la violencia. Bruce Willis compone al protagonista de una manera bastante correcta, aunque a veces algunas escenas o actitudes son poco creíbles por su contextura física y la filmografía que conlleva en sus hombros el actor. Es difícil posicionarlo como una persona calma y que no genere pánico o inhibición en quien lo enfrente. El resto del elenco acompaña bien al principal, quien permite que la trama avance continuamente, pero no nos encontramos con ninguno que se destaque. En el apartado técnico, la película funciona muy bien, con una fotografía y ambientación oscura acorde al Chicago peligroso que se presenta en el relato, al igual que la banda sonora. Las escenas de acción están bien realizadas, con un ritmo intenso y por momentos también frenético. Se nota la mano del director, que si bien tiene experiencia principalmente en cintas de terror, logra mantener una tensión en la narración de forma constante. En síntesis, “Deseo de Matar” es una película que cumple con su objetivo de entretener al espectador, pero es una historia que vimos una y otra vez (y no porque se trate de una remake), impidiendo agregarle algo novedoso o poco cliché al género. Si bien su elenco está bien conformado y es un film técnicamente correcto, se realzan ciertas cuestiones que en la actualidad es mejor no fomentar.
El tiro por la culata Existen remakes buenas, mediocres, malas y también remakes innecesarias, y este es el caso de Deseo de matar (Death Wish, 2018), una remake de El vengador anónimo (Death Wish, 1974) la primer entrega de una saga de cinco películas protagonizadas por Charles Bronson y que a su vez son una adaptación de la novela de mismo nombre escrita por Brian Garfield. En esta versión moderna el protagonista no es otro que el ya alquilado para cualquier película de acción Bruce Willis, quien interpreta al Dr. Paul Kersey, un cirujano (en las películas originales era arquitecto) que vive junto a su esposa Lucy (Elisabeth Shue) y su adolescente hija Jordan (la argentina Camila Morrone). La familia vivía una tranquila y típica vida al estilo americano hasta que una noche mientras Kersey se encontraba trabajando, su casa es asaltada por tres delincuentes que terminan asesinado a su esposa y dejando en coma a su hija. Destruido internamente, Kersey al ver la ineficiencia policíaca, decide armarse y salir a buscar a los culpables mientras también toma justicia por mano propia en diversos delitos con los que se va encontrando en su camino, todo esto mientras utiliza una sudadera con capucha y es comenzado a ser reconocido como el Ángel de la Muerte. Sí, Bruce Willis vuelve a ser un justiciero que utiliza una capucha al igual que lo hizo en la película de M. Night Shyamalan El protegido (Unbreakable, 2000), solo que en esta ocasión no tiene poderes sino que armas, y muchas. La película por momentos parece ser una oda a las armas, las cuales ponen como un objeto fundamental para poder sobrevivir en los Estados Unidos, todo muy explícito, sobre todo en un montaje en el que vemos a Bruce Willis practicando con su arma al ritmo de Back in Black de AC/DC. Así como cada vez vemos más películas que reflejan la época en la que vivimos, con temas sociales, de luchas de clases y géneros, con Deseo de matar el director Eli Roth también hizo una película que refleja esta época, pero desde el otro lado de la vereda. Además del fomento al uso de armas y al incentivo de hacer justicia por mano propia ante la ineficacia de la policía, es curioso ver cómo pone a los latinos y negros en la posición de delincuentes. Se podría decir que es una película a pedir de Donald Trump. Más allá de las correcciones políticas (correctas o incorrectas según quien lo vea) creemos que esta película es totalmente innecesaria. Durante los 70s y principio de los 80s cuando se estrenaron las primeras entregas de la saga original, las películas de acción recién comenzaban a ver la luz y seguramente eran toda una innovación para la época. Pero hoy, cuatro décadas más tardes, abundan a cantidad este tipo de películas de las cuales cada vez su nivel es más bajo. El cast también está compuesto por Vincent D’Onofrio quien interpreta a Frank, el hermano buscavida de Paul, y por Dean Norris (Hank de Breaking Bad) como el detective Raines. Ambos por momentos son los encargados de aportar el pequeño (demasiado pequeño) toque de humor. Si bien la película no llega a ser un desastre como podría pensarse debido a su historia simple y ya repetitiva, bastante predecible y con muchísimos cliché, lo único que la salva son las escenas de acción por lo cual quienes disfrutan de este género pueden llegar a entretenerse durante gran parte del film.
Innecesaria puesta al día del clásico de los años setenta “El vengador Anónimo”. En esta oportunidad es Bruce Willis el encargado de hacer justicia por mano propia luego de ser víctima de la inseguridad en carne propia. Eli Roth se regodea con el slasher con escenas virulentas de ajusticiamientos, pero se olvida de darle entidad a la historia, de narrar y entretener, mientras se baja línea sobre tópicos complicados de la vida actual en Estados Unidos. Mención aparte una aparición post mortem de Gerardo Sofovich y “La noche del domingo” en un televisor.
Deseo de remake Es desafortunado que una película que glorifique la libre venta de armas en los Estados Unidos se estrene en una época en la que ya van más de treinta tiroteos en lo que va del año y el presidente prefiere armar a los docentes que moderar el comercio de rifles semiautomáticos. Para muchos Deseo de matar (Death Wish, 2018) enseña la peor lección en el peor momento, aunque en verdad lo único que la película demuestra es que la estrella de Duro de matar (Die Hard, 1988), Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994) y La ciudad del pecado (Sin City, 2005) todavía sabe sostener una pistola y recitar one-liners para el entretenimiento de todos nosotros. El film es un remake de El vengador anónimo (Death Wish, 1974), en la que Charles Bronson sale a hacer justicia por mano propia tras el asesinato de su esposa y la violación de su hija. Bruce Willis es más creíble como doctor que Bronson como arquitecto, pero la transformación de Paul Kersey de un ciudadano obediente a un vigilante justiciero es mucho más creíble en manos de Bronson, cuya estrategia era ofrecerse como carnada a criminales y no lanzarse como si fuera un superhéroe invencible. Dirigida por Eli Roth, en principio la remake se toma las cosas más o menos en serio. La invasión del hogar se filma como si se tratara de una película de terror pero hay una curiosa falta de morbo de parte del director de Hostel (2005), y la reacción acongojada de Willis es de lo más verosímil que ha interpretado el actor en años. Pero pronto el Dr. Kersey va de compras a una tienda de armas, es asesorado por una rubia tetona sobre sus derechos constitucionales (“Nadie reprueba el examen,” le dice guiñándole el ojo) y sale a cazar ladrones al compás de “Back in Black” de AC/DC. De ahí sólo se pone más ridículo, en el mejor de los sentidos. La contribución moderna es sumar el factor de las redes sociales en lo que es esencialmente la misma historia. El intento de filosofar sobre la existencia del “Ángel de la Muerte” (el apodo que internet le da al misterioso vigilante) queda en manos de personalidades de Youtube que no hacen más que correr en círculos sobre si está bien o está mal. Estos segmentos solamente existen para crear una ilusión de profundidad que la película no necesita realmente. Pasado el trauma inicial las cosas son quizás demasiado fáciles para Kersey, que aparentemente aprende todo lo que sabe sobre armas luego de un par de noches de tirarle al mismo cartel y con eso basta. Ocasionalmente es ayudado por un video instructivo de Youtube, o una bola de boliche convenientemente balanceada sobre la cabeza de un maleante. Hay un par de policías tras la pista del “Ángel de la Muerte” (Dean Norris y Kimberly Elise) cuya función es más cómica que otra cosa. Es más de lo que el guión le da para hacer a Vincent D'Onofrio como el hermano de Paul, que parece estar reservándose algún giro importante y al final no hace nada. Deseo de matar es una fantasía tan tonta que resulta imposible dejarse ofender o tomársela muy en serio, sobre todo al margen de los elementos cómicos que la película va introduciendo y la saña con la que Roth filma los momentos más dolorosos. El director que se inició con “tortura porno” ahora pasó a “venganza porno”. Algo es algo.
Lo nuevo de Eli Roth (escrita por Joe Carnahan) no es una de terror, como toda su filmografía anterior, sino una de acción, en este caso la remake de una película que se convirtió en saga después de los 70s, en este caso con Bruce Willis, uno de los actores más icónicos de este género, como protagonista principal. En esta nueva versión, Nueva York se cambia por Chicago, una Chicago que parece de otra década, mucho más violenta que lo que indica los índices actuales. Allí, Willis interpreta a un médico cirujano que se encarga de salvar vidas en una ciudad donde los tiroteos y los asaltos a mano armadas son cosa de todos los días. En la primera escena, el doctor no logra salvar a la víctima y sin embargo sigue con el paciente que le toca: el que terminó matando a la primera. “¿Ahora va a ir y salvarle la vida a su asesino?”, “Si puedo”, contesta él. Es su oficio, su trabajo, y ése consiste en salvar vidas. El film se encarga de mostrar además que es un hombre de familia, parte de una sociedad muy bien acomodada. Junto a su mujer (Elizabeth Shue) y su hija (Camila Morrone en su debut cinematográfico, la modelo hija de Lucila Polak) tiene un hogar ejemplar. La vida parece sonreírle. Pero en el día de su cumpleaños debe ir a cubrir una guardia de emergencia y esa noche que las deja sola, sufren un violento asalto. Sin que la policía le brinde algo de información, mucho menos algo parecido a la justicia, sin poder descubrir quiénes fueron los responsables, es que a partir de ahora, el médico encargado de salvar vidas, se convierte en algo que se debate entre el héroe y un asesino a sangre fría según el público y los medios que cubren videos que se viralizan y lo muestran encapuchado, sin lograr identificar su identidad. Porque si bien el film y el retrato de la ciudad tiene mucho de décadas pasadas, la tecnología está bien presente todo el tiempo para recordarnos que en realidad está situada en la más latente actualidad. En "Deseo de matar" se muestra lo fácil que es acceder a las armas en Norteamérica, e incluso aprender a través de internet a sacarle el mejor provecho. Todo esto que sabemos que es real y es un actual problema, acá está narrado con un tono paródico que le resta seriedad –notarlo principalmente en las escenas en las que él asiste a una casa de armas para averiguar cómo puede hacer, nada más parecido al capítulo de Los Simpsons en el que Homero quiere comprar un arma para proteger a su familia-). ¿De qué lado está Eli Roth? Por lo visto del lado de los que creen que todo hogar necesita un arma para protegerse. En cuanto a los personajes, hay una construcción apenas correcta del protagonista y sus dos mujeres a las que falla en proteger (porque qué haríamos sin los hombres las mujeres y mejor ni analicemos la película desde ese lado), sin embargo, la construcción de los villanos, los delincuentes, es nula. Lástima que Willis se encuentra en el momento más álgido de su inexpresividad, ya que su personaje al menos transita diferentes estadíos. Por ahí ronda también Vincent D'Onofrio como el hermano que siempre aparece para pedir dinero; su personaje es la sorpresa más agradable y fresca dentro del anodino reparto. El director acá se aleja del cine de terror sólo lo que le es posible, porque aprovecha las escenas de muerte para meter mano y jugar con el gore y muertes que se suceden de maneras más inesperadas y originales que a mano de una simple bala. Es verdad que por algunos momentos "Deseo de matar" podría parecer tan mala que es buena, pero la mayor parte no. Predecible, ridícula, poco inspirada y con un mensaje más que cuestionable, es un punto bajo de un director que aunque nunca haya logrado destacarse al menos ha sabido regalarnos algunos lindos momentos para los fanáticos del cine de terror. Acá no hay mucho para rescatar, quizás que al menos resulta divertida.
Deseo de Matar ( Death Wish Movie, 2018) es la remake de la película "El Vengador Anónimo" de 1974 de Michael Winner protagonizada por Charles Bronson donde su protagonista, arquitecto, era víctima de tres delincuentes que irrumpían en su casa con el peor final, la muerte de su esposa y la violación de su hija. En éste caso, el protagonista es cirujano, se llama Paul Kersey, está felizmente casado con Lucy (Elisabeth Shue) y tiene una hija adolescente, Jordan (la argentina Camila Morrone). Una noche que Paul está de guardia tres ladrones irrumpen en el hogar con el objetivo de robar pero todo sale mal y Lucy acaba muerta y Jordan en coma (en éste caso no es violada). El mundo de Paul se derrumba, de ser un hombre que salva vidas se transforma en un justiciero sediento de venganza. El primer caso de "justicia por mano propia" es casual pero luego una cosa va llevando a la otra y Paul busca llegar a los culpables de su drama familiar. La gente en Chicago empieza a idolatrarlo llamándolo "el ángel de la muerte”. Sediento de venganza no puede parar en su afán por cobrarse el daño del que fue víctima, y así sigue la cacería que hace que lo veamos como un ídolo, y la policía se muestre siempre un paso atrás. Al menos así la muestra su director, Eli Roth. La película es pochoclera, entretenida y Bruce Willis brinda lo que mejor sabe hacer, entretener. Siempre dentro de su estilo. Acción, algo de suspenso y muchos tiros. Nuestra opinión: Buena. Puntaje: 7
Pasaron más de cuarenta años desde el estreno de la primera película de la saga El vengador anónimo, pero la problemática de la justicia por mano propia mantiene su vigencia. Por eso, a priori podría decirse que esta remake con el protagónico de Bruce Willis en lugar de Charles Bronson tenía cierto sentido. Pero es una oportunidad desperdiciada: la versión 2018 no le agrega nada a la historia del exitoso profesional cuya familia es destruida en un robo a su casa y descubre que la mejor forma de hacer el duelo es convertirse en un justiciero. A los 63 años (diez más que los que tenía Bronson cuando arrancó la saga), Willis ostenta un bien ganado lugar en el club de héroes de acción sexagenarios. Lo que perdió en simpatía lo ganó en dignidad: a diferencia de Liam Neeson, no se trenza en imposibles peleas cuerpo a cuerpo con jóvenes musculosos. Mata a distancia o con otros métodos: es un cirujano devenido asesino autodidacta, que se convierte en un tirador letal gracias a los tutoriales de YouTube. Y se equipa merced a la flexibilidad de las leyes estadounidenses para comprar armas de fuego. Así, a diferencia de lo que ocurría en la película de 1974, va en busca de los atacantes de su esposa e hija (la argentina Camila Morrone, hija de Lucila Polak). Claro que la palabra “asesino” aquí jamás es empleada. Si bien se plantea un debate mediático en torno a sus crímenes, y algunos personajes le reprochan (tibiamente) su comportamiento, queda claro -aunque con más matices que en la original- que Paul Kersey es un héroe. Debe actuar porque la policía es inútil y/o está sobrepasada, y gracias a él, caen los índices criminales de Chicago. Cruza entre el ingeniero Santos y Chocobar, Kersey odia a los limpiavidrios de los semáforos, mete bala a negros y latinos (y a algunos blancos también), y se redime luego de haber fallado en “lo más importante que debe hacer un hombre: proteger a su familia”. A Baby Etchecopar le va a encantar.
Esta es la remake de la película de los 70s con Charles Bronson, quien era “El vengador anónimo” su personaje Paul Kersey le dio origen a toda una saga. Quien dirige en esta oportunidad es Eli Roth: actor, escritor, productor y director se destaca en películas del género del terror y la violencia explícita, por ejemplo dirigió “Hotel 1 y 2”, como actor trabajo en: “Piraña 3D”y “Bastardos sin gloria”, entre otras. Parece que los años para Bruce Willis no pasan, a los 62 años, vuelve a ser un superhombre, es un exitoso cirujano el Doctor Paul Kersey, una noche mientras él se encuentra salvando vidas, ingresan a su casa unos ladrones, todo termina mal, su esposa Lucy Kersey (Elisabeth Shue, “La batalla de los sexos”) muere y su hija adolescente Jordan Kersey (Camila Morrone) termina en estado de coma. Como es lógico en este tipo de historias y con este protagonista, el doctor Paul sigue ejerciendo su profesión, pero cuando se enfrenta con el delito hace justicia por mano propia y salva a quienes son víctimas o rehenes. Todo es un misterio para la policía ningún tipo de cámara capta su rostro, no deja huellas digitales a pesar de no usar guantes y nadie sabe nada de este sujeto. La cinta además cuenta con otras actuaciones como las de: Vincent D´Onofrio y Dean Norris, entre otros. Los espectadores que son seguidores de este género, saben lo que va a pasar y hasta como termina, pero gracias al carisma de su protagonista y toda la acción que nos ofrece, uno se queda pegado en la butaca. Pero ojo, su relato también tiene un mensaje que está relacionado con las armas como se adquieren y uno puede llegar a tenerlas en su hogar.
Desde que dejó la saga Hostel, Eli Roth parece estar perdido. Sus últimas dos películas fueron un intento de cine político (The Green Inferno) que le salió algo canchero e ingenuo, y un intento de feminismo (Knock Knock) que le salió como un chiste tonto. Pero lo realmente inesperado es que un realizador tan reivindicador de los maestros politizados del terror de la generación del 70 haya hecho, tal vez por dinero, tal vez por diversión, una película lisa y llanamente facha. Conociendo algunos de sus discursos de grandilocuencia, hasta podríamos decir que tal vez para Roth exista algo muy interesante (y muy secreto…) en su experimento de narrar una fantasía de derecha norteamericana en la que el film se vuelve el medio en el que toman forma los deseos de asesinar criminales en las calles de Chicago. Hay algo muy entendible en la voluntad de narrar héroes incorrectos, lo vimos hecho a la perfección por directores como Eastwood o en la extraordinaria adaptación del personaje de Lee Child, Jack Reacher, por Christopher McQuarrie. Pero en Roth se siente lo ajeno, la imposibilidad de trascender lo superficial. Deseo de Matar es una película en la que su director no cree y que tal vez solo apele a un recuerdo nostálgico de las películas de vengadores anónimos de los 70 y los 80, como la original que lo precede. Roth es demasiado progresista como para contar una historia así, entonces la termina narrando mal, tratando de ser justo con su personaje, pero con una justicia demasiado mecánica como para entender la dimensión pulsional de los hechos. En la saga Hostel la cuestión era distinta. Es indudable que Roth tiene una devoción por la destrucción del cuerpo, y entendible (y necesario) que intente poner eso en crisis. En Deseo de Matar quiere poner en crisis una pulsión por matar que le es ajena, tanto en términos culturales como en términos de clase. Puede llegar a ser muy interesante la forma de mostrar los procedimientos de la adquisición de armas de fuego, los videos en internet, las publicidades, hasta incluso se vuelve muy acertado el momento en el que la vendedora de armas va “seduciendo” a su cliente. Todos esos elementos son los que pertenecen al Roth demócrata y que pretende ser históricamente riguroso. Pero cuando quiere entrar en la mentalidad de su personaje no puede parar de dejar huecos en momentos clave, de los que huye rápidamente tratando de salir impune. Un ejemplo: cuando el criminal del tatuaje llega a la guardia, Paul (Bruce Willis) lo identifica y hasta reconoce su reloj robado. La pregunta consiste en saber si construyendo una simetría con la escena inicial, se nos dará un momento de duda: ¿es para Paul digno de ser curado este hombre? La narración lo resuelve por él y por nosotros, y el criminal muere sin que Paul llegue a pensarlo, sin que nadie tenga que enfrentar esa pregunta. Roth no es un estúpido narrando, la saga Hostel lo demuestra, pero en medio de toda esta confusión ideológica termina optando por algo híbrido. Deseo de Matar es incapaz de construir un héroe, es una película que intenta narrar la historia de uno sin creer en él, tratando de ser justo de una forma casi técnica. Sin embargo, por honor al relato, la película está de su lado, acompañando a un personaje que carece de heroísmo y resolviendo la trama copiando la resolución de una publicidad.
Si tenés ganas de un gran elogio de la violencia y la justicia por mano (dura) propia, esta película es lo tuyo. La excusa argumental ya la viste mil veces: el asesinato de la esposa y ataque a la familia transforma al padre en un vengador letal. Celebrado mediáticamente por actuar allí donde la policía no, y capaz de una crueldad y un sadismo alucinantes, tan del gusto del director de Hostel. Es Bruce Willis, que deja su bata de médico para abrazar la ametralladora y manejar los cuchillos como un matarife. Camila Morrone, hija de Lucila Polak y actual novia de Di Caprio, es la bella hija.
Un síntoma de estos -malos- tiempos Las películas son un reflejo de la realidad y de las preocupaciones sociales, morales y políticas de los tiempos en las que se desarrollan. No es sorpresa que en la época Trump, muy abocada al sector más conservador de la sociedad estadounidense, con problemas raciales, violencia policial y la promoción de la tenencia de armas llegue a las salas Deseo de matar (2018) de Eli Roth (El lado peligroso del deseo) con Bruce Willis como protagonista principal de la remake de El Vengador Anónimo (1974). En Deseo de matar, Paul Kersey (Bruce Willis) es un cirujano que busca venganza luego de que su familia fuera atacada por unos asaltantes en su casa. Debido a la inacción de la policía para resolver el caso y dar con los maleantes, Kersey decide hacer justicia por mano propia transformándose en un vigilante que no parará hasta dar con los delincuentes mientras enfrenta a otros criminales y problemas que acechan las calles de Nueva York. Deseo de matar es una película que busca su justificación moral y ética desde el dolor, la venganza y la tragedia, -como vimos en grandes películas como John Wick– aunque su dirección está mal enfocada. Ni en su guión ni en la narrativa se logra desarrollar en consistencia esta tendencia, dejando sobre la mesa la defensa de los valores más característicos de la sociedad conservadora norteamericana. En épocas de conflicto y debate sobre gatillo fácil y la problemática por la justicia por mano propia, Deseo de matar se atribuye como faro para defender esta temática en una película irrisoria, ofensiva y hasta delirante, dejando en claro la toma de posición en poner la duda de si es el protagonista es un asesino o un “ángel guardián”. Esto resultó una ideología funcional tal vez al momento en que se estrenó la película original en 1974 con Charles Bronson, con un contexto distinto en cuanto a debates sociales y la defensa de los derechos humanos. Deseo de matar cumple con sus escenas de acción, suspenso y el manejo del clima por parte de su director en momentos claves de la película, sin embargo esto no llega a conformar ya que hay ciertos momentos cliché en especial hacia el desenlace. Bruce Willis continúa sin poder dar con un papel que lo revindique como actor, luego de películas de baja calidad como Secuestro en Venice (2017) y El gran golpe (2016). Deseo de matar funciona como un melodrama de un héroe que busca la justificación para darle valor a lo que hace, una adulación a Willis que sobrepasa los límites aceptables y es menos tolerante en una película con tan bajo sostén argumentativo.
Deseo de matar es la remake oficial del clásico con Charles Bronson, El vengador anónimo, que en 1974 generó una gran polémica en los medios de comunicación por la glorificación que expresaba sobre la justicia por mano propia. Desde entonces se hicieron numerosas producciones que clonaron, en algunos casos sin escrúpulos, la misma historia. La mejor remake hasta la fecha la brindó en el 2007 el director James Wan (El conjuro) con Kevin Bacon en Sentencia de muerte, cuya historia estaba basada en la novela original de Brian Garfield. Una producción más dramática e intensa que estaba en sintonía con el mensaje original que intentó expresar el autor y fue distorsionado por el cineasta Michael Winner en el film original del ´74. La remake de Eli Roth presenta una de las peores versiones de El vengador anónimo que vi hasta la fecha y fracasa por completo a la hora de adaptar este relato en un contexto moderno. Ningún cinéfilo pensante podría esperar ver una propuesta interesante dirigida por Roth, ya que sus trabajos tienen la madurez emocional de un chico de 11 años. Desgarrarse las vestiduras porque hace filmes violentos enfocados en el gore es una perdida de tiempo, debido a que el cineasta hasta ahora demostró una incapacidad absoluta para presentar algo diferente. En consecuencia, era de esperarse que El vengador anónimo en sus manos resultara una estupidez. Sin embargo, los problemas de esta remake pasan por otro lado. Deseo de matar es una producción afectada por una enorme crisis de identidad entre la película que quería filmar el director y la historia que concibió el guionista Joe Carnahan (Narc). Eli Roth decidió filmar una remake de El vengador anónimo 3, mientras que Carnahan intentó adaptar la historia original de 1974 en la actualidad y eso son dos enfoques incompatibles. Paso a explicarlo. En 1985 Charles Bronson protagonizó la tercera entrega de la saga, que quedó en el recuerdo por ser una de las películas de acción más zarpadas de aquella década . El actor que por entonces tenía 64 años ya no estaba para correr a los delincuentes, entonces les disparaba directamente con una bazuca o la ametralladora de un tanque. Era un film extremadamente exagerado y violento que además incluía situaciones humorísticas. Hay una recordada escena donde Bronson comparte una cena con un matrimonio de jubilados. En un momento se disculpa para salir a la calle, ejecuta a un par de pandilleros y vuelve al departamento de sus amigos como si nada para retomar la cena. Por entonces El vengador anónimo se había convertido en un chiste y eso es lo que hace justamente Eli Roth con el tratamiento de la acción. Todas las secuencias violentas son exageradas y tienen el estilo de la película del ´85. De hecho, el film en más de una ocasión está al límite de la parodia. El inconveniente es que al mismo tiempo el guión de Carnahan pretende hacer un comentario social de la justicia por mano propia, con escenas donde periodistas y conductores de radio discuten las ejecuciones de Kersey. El tema es que nada de lo que se ve en este film se puede tomar en serio y los momentos dramáticos parecen pertenecer a una película diferente. La otra desgracia de este estreno pasa por el lamentable casting de Bruce Willis que vuelve a ofrecer otra actuación aburrida en piloto automático, donde se lo ve desganado y apático. Un tema que el actor acarrea en los últimos años y acá se hace más evidente porque alguna vez fue una de las grandes figuras del cine de acción y hoy su carisma desapareció por completo. Willis hace que el film sea más aburrido de lo que ya es el cine de Eli Roth. Si a esto le sumamos que el justiciero Paul Kersey ahora es gracioso y parece un psicópata salido de los filmes de la saga Hostel, la verdad que no hay mucho para recomendar en este estreno. Igual seguramente tendrá sus defensores entre los seguidores del director, pero en mi caso creo que no vale la pena el costo de una entrada al cine.
Es difícil entender el estreno de una película como Deseo de matar revisando con seriedad lo que ocurre desde hace años en los Estados Unidos con la posesión de armas. Una estadística reciente informaba que en el país que gobierna Donald Trump hay más armas que habitantes: hay cerca de 320 millones de personas y, sí, más de 320 millones de pistolas, escopetas y ametralladoras. Sin embargo, Eli Roth, un cineasta mediocre especializado en el terror y la violencia explícita (dirigió Hostel, Caníbales e incluso uno de los episodios de Bastardos sin gloria de Quentin Tarantino) se animó. Tomó con base El vengador anónimo, un intenso thriller de 1974 dirigido por Michael Winner y protagonizado por Charles Bronson en Nueva York, trasladó la acción a Chicago y llamó a Bruce Willis -cuándo no- para que interprete a un cirujano común y corriente transformado en una máquina de matar luego del ataque de cuatro criminales que asesinan a su esposa y dejan a su hija en coma. La película revela sin culpa cierto deleite con la extendida paranoia urbana que suele empujar a la inhumana solución de la justicia por mano propia. Paul Kersey (el personaje que encarna Willis con el ceño siempre fruncido) es presentado como un héroe anónimo que debe resolver aquello que no resuelven unas fuerzas policiales sobrepasadas y poco eficientes. Roth filma las escenas de accion con más pirotecnia que inventiva (lejos de la solvencia de aquel film de Winner, de hecho) y no evita la truculencia. Todos parecen estar todo el tiempo nerviosos o asustados en esta película que la Asociación Nacional del Rifle seguramente verá con buenos ojos.
El que mata tiene que morir En 1972, el autor Brian Garfield publicaba la novela Death Wish y pasaría a la posteridad por dar el puntapié inicial para uno de los personajes más icónicos de los años ’70. Sí, probablemente se recuerde más a la primera adaptación cinematográfica de 1974 que a la propia novela. De hecho, ni siquiera comparten nombre y características de los personajes. Pero el espíritu principal ya estaba ahí, el aval a vengar la sangre. Charles Bronson habrá hecho varios westerns antes, pero su nombre se asocia a un personaje: Paul Kersey, mejor conocido en Latinoamérica por el nombre de la película El vengador anónimo. Cuatro secuelas que se extendieron hasta 1994, varias películas que la imitaron, y hasta alguna con el mismo Bronson repitiendo “el mismo papel” con otro nombre. El vengador anónimo es un emblema. A 46 años de la novela y 44 de la primera película, Paul Kersey volvió a la pantalla grande. Por supuesto ya Bronson está enterrado, literalmente, y quien lo remplaza es otro astro que está gastando sus cartuchos de sobra: Bruce Willis. Deseo de matar intenta ser una adaptación de la novela, tomando muchas cosas de la película del ’74, pero también aportado otras nuevas ¿Cómo se adaptan sus ideas reaccionarias al 2018? Tiempo de matar Quizás sí, quizás no, casi cincuenta años desde la historia original de Deseo de matar pueden convertir sus apostolados en anacrónicos ¿Cómo toma hoy la sociedad la idea de un hombre que sufre una desgracia familiar y sale a vengarse de modo más cruel? Más si la historia lo toma claramente como un justiciero. Algunas noticias recientes pueden mostrar que la sociedad cambió menos de lo que creemos. Pero el guionista Joe Carnahan, especialista en policiales con un alto grado de entretenimiento, probablemente haya pensado que sí, que ya hoy en día las ideas que en los ’70 se naturalizaba como correctas serían más cuestionable. El camino que adopta para Deseo de matar es el de bajar el tono de la discusión. Paul Kersey (Willis) es un cirujano que ama a su esposa Lucy (Elizabeth Shue, inoxidable) y a su hija Jordan (Camila Morrone). El guion se encarga de demostrarnos que es un hombre de bien, pacífico, de buenas ideas, y encima con el propósito fundamental de salvar vidas como cirujano ante todo. Es casi un ciudadano ejemplar (bueno, está eso de que le molesta que un trapito le limpie el parabrisa, pero es un detalle menor). Pero la radio informa una y otra, y otra vez. La calle está cada vez más dura, el crimen no da respiro, las tasas delictivas y -para peor- de homicidio, aumentan descontroladamente. Esto es una lotería y un día te toca. Cuando el día de su cumpleaños Paul debe atender una urgencia en el quirófano, a su casa entran una banda de criminales que terminan asesinando a Lucy y dejando en coma a Jordan. Al principio Paul está abatido, no sabe qué hacer, intenta continuar con su vida pero ya no encuentra sentido. Para colmo de males, la pareja de policías que debe encontrar a los culpables es bastante inepta y no puede dar con una pista certera. Poco a poco Paul se va transformando, tanto penetra lo que ve y escucha que termina decidiendo tomar cartas en el asunto. Él mismo vengará a su familia y de paso va a limpiar las calles de otros criminales iguales o peores a los que lo destruyeron. El argumento suena a bajada de línea directa y lo es, pero Carnahan y el director especialista en terror Eli Roth se encargan de llevar el asunto a otro terreno. Sólo una agresión El guion de Deseo de matar incurre en todo tipo de errores, machaca su idea de un modo burdo, hace exponer en palabras lo que puede entenderse por gestos, llena las situaciones de casualidades y hasta presenta personajes unidimensionales y con una pátina xenófoba bastante fuerte. Pero de todo este escollo sale airoso con un detalle: la autoconsciencia. Kersey más que ser presentado como el ciudadano tradicional y justiciero por la tragedia que vivió, es casi llevado al plano de un superhéroe al estilo The Punisher o Judge Dredd. La sociedad pide por él, hasta lo imita, y se convierte en una suerte de celebridad oculta. Con las escenas de acción y muerte ocurre algo similar; poseen un grado de violencia fuerte pero son presentadas con un porcentaje de gracia y hasta alguna crea un plan de hechos que nos recordará a la saga Destino final. Willis parece haber comprendido el rumbo al que viraría el asunto y a él también se lo ve más relajado y divertido que en sus últimas películas directo al mercado de video. Así, Deseo de matar se convierte en una película torpe aunque eficaz en lo que se propone: entretener. Conclusión Con ideas rancias y anacrónicas, varios agujeros argumentales indisimulables, y una pericia técnica que demuestra ser una producción más bien económica, Eli Roth y Joe Carnahan recurren en Deseo de matar a las viejas ideas que hicieron del estilo clase B algo popular: entretener a pesar de todo, poner la diversión como la mejor de las cartas, sabiendo que el espectador sabe lo que fue a buscar.
DESEARÍA ESTAR…MUERTO En el momento de su estreno, El vengador anónimo (1974) supo interpelar al público de su época y permaneció durante las décadas siguientes como un film de culto un tanto culposo, características que acrecentó con sus entregas posteriores, en las que Charles Bronson explotó su personaje de vigilante justiciero casi hasta lo paródico. En un punto, esto no deja de ser lógico: el germen fascista de la justicia por mano propia atraviesa a todas las capas sociales, lo cual incluye a los votantes de Trump o Macri (¡aguante Chocobar!), pero también a las bellas almas que reivindican nociones garantistas mientras justifican a Patota Moreno. Eso es lo que también explica el éxito de sagas que avalan el accionar policial por izquierda, como la de Harry el Sucio, o la popularidad de personajes del cómic como Batman o Punisher. Todos tenemos nuestro pequeño enano facho adentro, y eso ocurre desde tiempos inmemoriales, fruto en buena medida de la desconfianza creciente hacia la capacidad de las instituciones estatales para hacer cumplir la ley y mantener el orden. Eso es lo que también entendió Brian Garfield, autor de la novela Death wish, en que se basó el film de Michael Winner. Aunque claro, su perspectiva no era precisamente celebratoria o justificativa de la justicia por mano propia y el accionar vigilante, sino todo lo contrario: el relato literario dejaba en claro que para cada acción había una reacción y que la espiral de violencia funcionaba a partir de una constante retroalimentación. Por eso escribió una secuela, Death sentence, que servía como respuesta a la saga de Charles Bronson y profundizaba la mirada del primer libro, y que fue retomada en la adaptación del 2007 Sentencia de muerte, de James Wan, film bastante oscuro y terrible que se sostenía esencialmente como drama personal. Esta nueva versión de El vengador anónimo, titulada en la Argentina como Deseo de matar, es mucho más fiel al espíritu del film con Bronson que a la novela, y desde ahí arrancan sus principales problemas. Esto se da porque la película pareciera pretender que no pasaron más de cuatro décadas entre las distintas encarnaciones y pretende utilizar un discurso que ya ha sido referenciado y reelaborado una multitud de veces, sin decir nada realmente nuevo. Las únicas diferencias pasan por aportes un tanto superficiales del director Eli Roth, quien presenta secuencias donde la violencia ingresa al territorio de lo gore –especialmente una que tiene lugar en un taller mecánico- hasta dar la impresión de que estamos ante una secuela de Hostel; y escenas que introducen a los medios de Internet, los memes y la viralización como factor de expansión del discurso de mano dura y el debate social sobre las acciones individuales. No hay mucho más que eso y el film no encuentra mucho más para afirmar. El otro problema relevante pasa por los personajes, especialmente por el protagonista, Paul Kersey (Bruce Willis), un cirujano con una vida feliz y tranquila hasta que, luego de un asalto a su casa, su esposa es asesinada y su hija adolescente (y a punto de partir hacia la universidad) queda en estado de coma, lo cual lo lleva a incurrir en sucesivos actos de justicia por mano propia y eventualmente chocar con los hombres que arruinaron su vida. El desarrollo de los conflictos es cuando menos apresurado y la transición de Kersey del tipo pacífico al vigilante desatado es totalmente abrupta (es llamativo cómo en cuestión de minutos pasa de ser un tipo que se asusta con los disparos a alguien que no vacila en asesinar a sangre fría), como si Roth quisiera llegar lo antes posible al festival de sangre y vísceras que el pueblo reclama. Eso se potencia por la actuación de Willis, quien aborda el rol en piloto automático, convirtiéndolo en un John McClane de los suburbios, pero no por un proceso de relectura o actualización, sino por pura pereza. Deseo de matar es un film banal en su abordaje de la violencia y la justicia por mano propia, que desperdicia el potencial de Chicago como espacio urbano, toma todas las decisiones dramáticas facilistas y hasta muestra cierta culpa de su ideología fascista, por más que el plano final anule todas las contradicciones antes exhibidas. Es, de hecho, casi como otra innecesaria secuela de El vengador anónimo, solo que con Willis tomando la posta de Bronson. Por eso hace recordar al chiste del capítulo A star is Burns, de Los Simpson, donde el crítico Jay Sherman mencionaba el estreno de la inexistente Deseo mortal 9, y se veía a Bronson diciendo “desearía estar…muerto”. Y sí, uno también desearía estar muerto.
Eli Roth (Hostel, Knock Knock) asiduo a sus temáticas de violencia estrena Deseo de matar, la remake de Death Wish o El vengador anónimo protagonizado por Charles Bronson, ahora con Bruce Willis. Paul Kersey es un médico cirujano que tiene una esposa e hija. Una noche que está trabajando, un grupo de hombres entran en su casa y asesinan a su mujer. En vistas a la lentitud en esclarecer el caso por la policía, Kersey toma la justicia por mano propia. El personaje de Paul Kersey fue interpretado por Bronson en cinco películas y, salvo por estar asociado a la figura del actor, el antihéroe quedo más relacionado al cine de clase B y de bajo presupuesto. James Wan (El juego del miedo, El conjuro) realizó una remake en el 2007 con mayor crueldad pero con otro personaje Nick Hume, interpretado por Kevin Bacon, y mayor producción. Roth vuelve a la base del protagonista pero en vez de comprender las limitaciones del cine clase B, ostenta una película de género con mayor presupuesto que mezcla un exagerado dramatismo por parte de Bruce Willis y un incoherente guión. Las escenas del film están unidas sin ningún tipo de transición, los personajes desaparecen de un lugar y aparecen en otro. El tono de la cinta por momentos maneja la sátira social al presentar una policía inoperante, la obscenidad de una casa de armas y la facilidad de conseguirlas, combinados en un thriller de acción. Según su director en vez de apoyar el uso de armas por civiles (un tema tan presente hoy en día en Estados Unidos) su objetivo era poner el tema en la mesa para generar un debate. Pero en ningún momento hace una reflexión sobre el asunto y se limita a ubicar a la mujer como objeto y a la violencia como otra herramienta para conseguir lo que los personajes quieren.
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