Después de nosotros plantea una situación por la que pasa más de una pareja a las puertas de una separación: ¿qué hacer cuando el hogar es más de uno que de otro? ¿Quién debe irse? Es el caso de María (Bérénice Bejo) y Boris (Cédric Kahn), un matrimonio de quince años que está en el ocaso de su relación. La familia de ella -de buena posición económica- compró la casa donde viven, pero él se encargó de la mano de obra. En los papeles la dueña es Maria, aunque Boris no está en condiciones solventes como para dejar la propiedad.
LO QUE QUEDA CUANDO SE TERMINA EL AMOR Una pareja que dejo de quererse, por distintas razones siguen viviendo juntos y el derrumbe es cada vez peor, se puede discutir hasta por el estante de la heladera, cada alimento que les corresponde hasta el ultimo céntimo de una casa. Puede existir todavía un gesto de amor pero cuando se habla de la economía de ese matrimonio todo será a cara de perro. Una radiografía despiadada de una separación, sin estridencias, sin exageraciones. El director y co-guionista, Joachim Lafosse, con mucho talento nos mete en ese lugar donde las tensiones muchas veces no estallan, con un sabio manejo del tiempo, donde las turbulencias hacen pensar en un estallido que no llega, incomodando al espectador. Grandes trabajos de Berenice Bejo, Cedric Kahn y Marthe Miller. Nadie puede permanecer indiferente a esta danza implacable del desamor.
¿Qué queda después del amor, de un matrimonio que no funcionó? Joachim Lafosse retrata en Después de nosotros la dolorosa agonía de una pareja que ya no mira para el mismo lado. Marie y Boris alguna vez se amaron y vieron un futuro en conjunto. Compraron y construyeron una casa y tuvieron dos hijas gemelas. Hoy, después de vaya uno a saber cuántas y qué cosas pasaron (¿acaso importa cómo se rompió algo que ya está hecho pedazos y no se puede remendar?), se encuentran distanciados, tan lejos como cerca, conviviendo forzosamente bajo un mismo techo. Porque Boris no tiene un sustento económico que le permita irse a vivir solo sin antes dividir en partes iguales el patrimonio de la pareja. Pero la mayor parte del patrimonio le pertenece a ella, que compró la casa. Aunque él fue quien gastó dinero y trabajo para reformarla. Así, gran parte del film gira en torno a la economía de la pareja (a la que alude el título original), porque vivimos en una sociedad y en una época donde sin eso no somos nada. El tema es que en el medio están las niñas, que son testigos de sus discusiones y sufren a veces en silencio y a escondidas, otras escondiéndose detrás de juegos. Lafosse utiliza una única locación (excepto cerca del final, cuando sucede algo importante que no conviene adelantar) y varios planos secuencias para retratar a estos dos personajes que van y vienen y casi nunca se encuentran aunque estén en un mismo cuarto. Si se encuentran, pueden terminar a los gritos, o quizás bailando, o quizás teniendo sexo sin importancia, o quizás volviéndose a gritar. Esa única locación no sólo torna al film algo cercano al drama teatral, sino que también genera cierta asfixia, claustrofobia, pero a la larga es donde siempre terminan volviendo, un personaje más, testigo del derrumbe de este matrimonio. Bérénice Bejo y Cédric Kahn son los encargados de ponerles el alma y el cuerpo a estos dos personajes tan complejos en su individualidad como en pareja. Bejo y su mirada triste, su impotencia ante un hombre al que ahora desconoce y alguna vez amó. Kahn y su aparente fragilidad y creencia en que quizás no todo está perdido, combinado con cierta dosis de aparente egoísmo. Lafosse deja ser a sus personajes y así entrega casi dos horas que a simple vista se perciben lentas, pero porque son duras y dolorosas, y terriblemente realistas. La película duele casi tanto como las ilusiones rotas. Los silencios, las palabras, los gritos, hasta las risas conforman de manera sutil este retrato sobre lo que ya no es. Después de nosotros es un drama áspero sobre qué sucede cuando la pareja ya no es una, sino dos personas que quieren ir por separado pero todavía no saben cómo ni con qué. Lenta como toda agonía, triste como todo desamor, bello como la música de Bach que musicaliza algunas de las escenas más importantes. No recomendable ni para una primera cita, ni para una pareja en crisis; sí para quienes buscan que el cine los haga sentir y de un modo tan cercano que asusta.
Una separación y el dinero Especialista en dramas incómodos y reveladores, desde los pequeños pero profundos desencuentros que hieren la convivencia en la vida cotidiana de una pareja hasta el infanticidio, el belga Joachim Lafosse suele declarar que poco le importa ser fiel a la realidad, entre otros motivos porque prefiere sugerir en sus films que la vida es siempre más bella que el cine. Esta vez apunta al final de una relación amorosa, o más precisamente al derrumbe de un matrimonio, y lo hace señalando su manifestación más mezquina. Ya lo anticipa el título original: la economía de una pareja. En esta separación de un hombre y una mujer que han sido felices por algunos años y han criado a un encantador par de gemelas, de lo que se trata no es de una pasión que se agotó o de sentimientos que han ido desgastándose, sino de dinero. Hace tiempo que han decidido el divorcio, pero la diferencia entre sus respectivas situaciones económicas y la necesidad de resolver esas diferencias (ella es la dueña de casa, ya que fue con el dinero de su madre que pudo pagarla, pero él, arquitecto y decorador, la ha valorizado notablemente), sumadas a la convivencia forzada, hacen que la discusión sea constante. Anticomedia romántica por excelencia, el film de Lafosse es duro, desmenuza golpe a golpe esta áspera contienda que no ahorra brusquedades. Son golpes constantes los que intercambian estos dos que en un tiempo fueron una pareja feliz y por eso son más dolorosos. Una breve, fugaz tregua de baile da el único respiro.
Divorcio más real y doloroso que “La guerra de los Roses” Recordará el lector "La guerra de los Roses". Alguien quiere iniciar un juicio de divorcio y el abogado le cuenta esa fábula tremenda como advertencia frente a cualquier separación de corazones y, sobre todo, de bienes. Pues bien, ésa era una fábula. "Después de nosotros", cuyo título original puede traducirse como "la economía de la pareja", es mucho menos espectacular, pero terriblemente más verdadera. El planteo es simple. No hay una historia previa. Sólo vemos que se acabó el amor y crece el fastidio. Pero él no se va, por dos razones: no tiene plata, y no está conforme con la división de bienes. Ella y su madre compraron la casa pero él la refaccionó, aumentando su valor. ¿Quién tasa correctamente eso? Pero entretanto, ¿quién contiene a las hijitas, cómo se ordenan los espacios, los horarios y los momentos en común? ¿Quién manda en el hogar?¿Cuál de los dos tiene razón?¿De quién son ahora los amigos? Pases de factura, propuestas de entendimiento para curarse las heridas o para poner distancias, rutinas que alguna vez fueron delicias familiares y ahora duelen, en fin, todo eso y algunas otras cosas aparecen aquí, muy bien expuestas por un guión escrito a ocho manos, una cámara atenta, un director especialista en dramas familiares donde alguien insiste en mantener lo que ya está roto, el belga Joachim Lafosse (el de "Propiedad privada", con Isabelle Huppert), y dos artistas excepcionales, la argento-francesa Bérénice Bejo y Cédric Kahn. Amén de las nenas Jade y Margaux Soentiens, y la reaparecida Marthe Keller como la madre que añora los tiempos en que la gente se soportaba más. Duele, pero vale la pena.
No soy yo, somos los dos Bérénice Bejo es la mujer separada que no puede sacarse a su ex de la casa en un drama que termina cansando. La historia de una ruptura en una relación de pareja es algo que, en materia cinematográfica, no sólo no es nuevo sino que con el paso de los años y de los filmes la resolución de las tramas suelen tener dos vías: la reconciliación –la mayoría de las veces: para muchos productores la gente paga una entrada para pasarla bien, identificarse y salir mejor de lo que entró a la sala- o la hostilidad sin fin. Después de nosotros es un filme que podría ser una obra de teatro, así como hay ciclos de TV que parecen programas de radio. Casi todo sucede en el ámbito del hogar de Marie (la francoargentina Bérénice Bejo) y Boris (Cédric Kahn). O habría que decir casa, que no es lo mismo que hogar. La pareja está recientemente distanciada, pero vive bajo un mismo techo por una cuestión económica. Ella es de familia rica, pero con problemas financieros, él es un arquitecto sin trabajo. Cada vez que abren la boca, delante o no de sus dos niñas pequeñas, lo hacen para recriminarse. Que cuándo te vas, que no vengas cuando yo estoy, que la casa la compré yo, sí, pero el que la refaccioné fui yo, y así hasta el infinito, y no más allá. Al director belga Joachim Lafosse (Propiedad privada, con Isabelle Huppert, otra sobre madre divorciada) no le interesa el motivo de la separación, sino ver cómo se mueven los personajes centrales. Y, la verdad, parecen dos trastornados. Cada uno es distinto, así como las relaciones de pareja lo son, pero lo que no logran estos personajes ni esta historia es atrapar pasado el primer acto, los 20 minutos iniciales. Cuando la reiteración es a la enésima potencia y hasta los tics de los actores se repiten, el espectador termina haciendo lo que los protagonistas. Separarse, en su caso, del filme.
Todo era unión y el compartir, ahora hay que acostumbrarse a vivir separados, y uno de los problemas que surgen es el flexibilizar, el ceder, abandonar el hogar que se construyó a través de los años. La historia está llena de reproches, odios, enojos, angustias y los problemas económicos en este caso son del marido. Está bien marcado ese resquebrajamiento, los quiebres y la crisis de un matrimonio, con una iluminación adecuada, se van generando interesantes climas. Y para ello se utiliza los planos cortos y plano secuencia y a la música acompaña bien. Lo que va sucediendo tiene cierta mirada triste e intimista y lo que sobresale son los silencios no tanto los diálogos. La actuación de los cuatro protagonistas, están bien logradas. Le falta ritmo y por momentos se hace morosa.
Una discusión no es un drama. Tras 15 años de matrimonio y dos hijas, María y Borís están a las puertas del divorcio, pero todavía no han decidido quién de ellos se quedará con la casa en la que han vivido todo ese tiempo. Ella la compró, pero él la reformó de arriba abajo. El conflicto surge, naturalmente, en el hecho de que ninguno de ellos está dispuesto a ceder. En materia técnica tenemos una fotografía decente, complementada por una detallada dirección de arte que nos da a creer satisfactoriamente que este es un hogar constituido y con su historia. En materia interpretativa tenemos labores sólidas a cargo de Bérénice Bejo y Cédric Kahn como la pareja en cuestión, con quienes se palpita creíblemente toda la vida que atravesaron juntos hasta este momento. A pesar de estos logrados detalles, lamentablemente debo decir que el guion deja mucho que desear. Es una narrativa que confunde la discusión con el conflicto en todo momento. El segundo acto es básicamente un rejunte de discusiones en donde los personajes descargan su ira entre sí por diversos motivos pero sin llegar a ningún lado. El hecho de que ambos personajes vengan de trasfondos sociales diferentes suma, pero es una discusión cuyo fin llega más por un corte de montaje que por una evolución orgánica de la trama. Aparte, cuando la trama no está ocupada con estas discusiones, está ocupada retratando pedazos de cotidianeidad que tienen cada uno de los protagonistas con sus hijas. Pero más allá de ilustrar el amor que le tienen los personajes y lo difícil que puede ser lidiar con los caprichos de unas nenas, no son dificultades que suman al conflicto como un todo. Si lo que se buscó es retratar la vida misma, sin artificios, se puede decir que el objetivo se consiguió con creces. No obstante, también debe decirse que el saldo final es el de un trozo de vida al que le dejaron todas las partes aburridas. Los 100 minutos de duración son lamentablemente densos. Es una película que tiene un desenlace más por la obligación de tener un final que por ser el punto final lógico de una cadena de eventos. Conclusión: Después de Nosotros se vende como un drama humano y no es mas que una concatenación de discusiones y cotidianeidades sin progresión dramática alguna. Le puede resultar de interés a alguien con inclinaciones académicas. Son personajes cotidianos y terrenales, pero el espectador no va a encontrar en su historia nada diferente que no haya visto, oído o experimentado por su cuenta.
Balance crítico de un matrimonio joven. En un perfecto ejemplo de economía de puesta en escena, la cámara del director belga casi nunca abandona los ambientes de la casa de una familia al borde de su desintregración. Cuando el arte cinematográfico adquirió cierto grado de maduración narrativa y formal, la sacrosanta institución del matrimonio (en cualquiera de sus acepciones legales, formales o simbólicas) comenzó a ser analizada hasta el desmenuzamiento. Autores modernos como Ingmar Bergman o Michelangelo Antonioni –por citar apenas dos grandes nombres– han hecho del retrato de su erosión y desintegración un tema recurrente en una parte importante de sus filmografías. Después de nosotros, por lo tanto, podrá caer en algún que otro pecado, pero nunca en el de la originalidad. El nuevo largometraje del belga Joachim Lafosse, que venía del registro mucho más expansivo, maximalista incluso, de Les chevaliers blancs, regresa al tono intimista, de puertas adentro, de films previos como À perdre la raison (nota: ninguno de estos dos últimos títulos tuvo estreno comercial en la Argentina). Tan puertas adentro que la cámara prácticamente no abandonará los ambientes de la casa y el patio de la familia integrada por Marie Barrault, su esposo Boris Marker y sus dos hijas mellizas. El extenso plano-secuencia que abre L’economie du couple (el título original es mucho más seco, preciso e incisivo) es un perfecto ejemplo de economía de la puesta en escena al servicio de la descripción de los elementos que el film irá desarrollando con el correr de los minutos. Un plano general muestra una parte del living y la cocina justo en el momento en el que Marie (la franco-argentina Bérénice Bejo) regresa a casa junto a sus hijas, de unos nueve o diez años, después de un día de escuela como cualquier otro. Las actividades son cotidianas y cualquiera que tenga hijos podrá sentirse identificado: hay que cocinar algo rápido al tiempo que se baña a las niñas, que no siempre parecen dispuestas a acatar las órdenes en tiempo y forma. Pero algo interrumpe ese flujo de por sí nervioso: la presencia de Boris (el actor y realizador Cédric Kahn), hasta ese momento oculto a los ojos de su esposa y del espectador. En el breve y cortante diálogo que sigue, el film deja en claro que esa pareja se halla en un avanzado estado de separación y que la vida en común bajo un mismo techo todavía existe por cuestiones meramente económicas. “Hoy es miércoles. No te toca. No podés venir antes de que las chicas estén dormidas”. Las discusiones y peleas que atraviesan los cien minutos de proyección describen sucintamente los corolarios del desamor, la extinción de la pasión e incluso del cariño. El desprecio, podría decir Godard. No hay aquí demasiados gritos, mucho menos golpes, pero las palabras hirientes rebotan incansablemente entre los personajes adultos, como así también las discusiones acerca de quién aportó más dinero o trabajo a la hora de edificar eso que suele llamarse hogar. Resulta evidente que Lafosse y sus dos coguionistas le prestaron particular atención al tenor y desarrollo de los diálogos y que el realizador puso un especial ahínco en la construcción de un realismo basado en gestos, señales y movimientos. La tristeza, la desesperación momentánea y la resignación de los personajes –en palabras de Marie, el no poder soportar siquiera la manera de moverse del otro, transformado paradójicamente en un extraño– acompañan la llegada de ese tiro del final de toda pareja a punto de distanciarse, que en el caso del film no es otra cosa que un giro algo melodramático del relato. “Antes había gente que sabía reparar una heladera o un lavarropas. Ahora todo se tira. Lo mismo con los matrimonios”, dice la madre de Marie en un momento de tensión. Pero Después de nosotros no está interesada en adoptar una posición moral u ofrecer una receta que solucione los problemas: sus virtudes y sus limitaciones están marcadas por la idea del cine como construcción realista de una descripción, de una serie de síntomas en busca de un diagnóstico. Como Kramer versus Kramer hace varias décadas, el film de Lafosse vuelve a demostrar que el ser humano es capaz de lastimar profundamente a aquellos a los que más se ha querido y que los que más sufren a largo plazo son precisamente aquellos que parecen ajenos al origen del conflicto, los hijos. Aunque eso, por supuesto, va de suyo.
Los escombros del amor El realizador belga Joachim Lafosse retrata una separación con todas sus derivas, reproches y momentos de profunda angustia en este film en el que se destacan Bérénice Bejo y Cédric Kahn. La ruptura matrimonial y el cine mantienen una sólida comunión. Sobre todo en el cine francés, en donde las variables del amor y su posterior decadencia brillaron en incontables ocasiones. Tal vez haya sido así porque un matrimonio es un contrato y una institución; dos puntos clave para la cultura francesa. En Después de nosotros (L'économie du couple, 2016), el punto más singular es el omnipresente espacio de disputa; una casa que fue en algún momento un proyecto de vida y ahora es el escenario de largas discusiones. Recién hacia el final la cámara saldrá afuera, casi como si necesitara tomar el aire que adentro se consumió. Pero no sólo se trata de los reproches de Marie (Bérénice Bejo) a Boris (Cédric Kahn) y viceversa. También se trata de cómo hacer que las peleas no sean percibidas por las pequeñas hijas de ambos. Desde un comienzo asistimos a un “después de”; la disolución ha sido consumada, ya no hay vuelta atrás. Pero por una serie de motivos sobre explicitados (tal vez, porque son un tanto endebles) el hombre no se va de la casa. No quiere ni puede; sostiene él. A partir de ese núcleo, el realizador construye una puesta que fluye a tono con el in crescendo del drama. Las discusiones no sólo están maravillosamente bien actuadas; están muy bien filmadas. Los planos secuencias amplían el campo de percepción de esa casa, al mismo tiempo que sitúan a los personajes en un laberinto del que les costará escapar. Como una serie de sedimentos que van construyendo un paisaje, la película aporta datos de manera orgánica y evita cargar las tintas para delinear a cada uno de los dos. Hay una cuestión de clase (ella tenía un padre adinerado; él, por lo visto, siempre tuvo más necesidades) que pasa del susurro al estallido. Las disputas por el dinero, por quién debe recibir qué porcentaje luego de la venta del inmueble, demuestran cómo lo material cala hondo en la subjetividad de las personas. Y, al mismo tiempo, cómo sirve para tapar otras carencias más afectivas. Posiblemente, Después de nosotros (que tiene actores famosos, pero no estrellas, y que además apela a un tema ya transitado por el cine) pase sin pena ni gloria por las salas,} en este último segmento del año poco amable para las cifras de taquilla. Para quien quiera animarse, vale la pena acercarse a un cine adulto pero no moralizante, en donde un grito no es una estridencia sino un elemento de contundencia dramática.
Marie y Boris son un matrimonio que se detesta pero aún convive, en una hermosa casa junto a dos nenas mellizas, mientras busca la forma de separarse. La bella -y nacida en Argentina- Berenice Bejo es la atormentada esposa en vías de dejar de serlo. Algo, es evidente, dejó en ella una herida que no tiene vuelta atrás en su relación con Boris, que no está tan convencido de que el amor se haya extinguido. Filmada íntegramente en la casa, jardines e interiores, esta es otra película hablada en francés hermana del teatro, en la que los personajes suben y bajan en la intensidad de sus conflictos. La mala onda que se respira en la casa incomoda, sobre todo cuando las niñas quedan en el medio del griterío de sus padres, lo cual sucede una y otra vez, con menor o mayor gravedad. La tensión cada vez puede disimularse menos entre ellos. Durante 100 minutos, el director Joachim Lafosse machaca una y otra vez con situaciones de malestar: todo provoca peleas entre los personajes. El resultado, en su acumulación, es tan asfixiante como, finalmente, tedioso. El espectador termina con más ganas de que se separen de una vez que la mismísima y malhumorada Marie.
Un drama narrado con inteligencia y sensiblidad Con atmósferas que cortan la respiración, este pequeño filme francés cautiva por su inteligencia emocional y su acertado elenco. Magistrales en sus roles, Bérénice Bejo y Cédric Kahn. Algo inmediatamente abrumador en este drama doméstico es la capacidad de su director, Joachim Lafosse, para desplegar un conflicto de varias capas dentro de un pequeño departamento, sin incursionar por ello en códigos teatrales. Lafosse no les exige a sus actores que chillen para que la tensión crezca ni busca inesperados giros para reacomodar el tablero de relaciones. Todo es estrictamente cinematográfico: los valores de plano, el montaje, las elipsis, la austeridad sonora; cada decisión formal reinterpreta la narrativa, no existe una pretendida objetividad o una exhibición solemne y superadora de la condición humana. Para acercarse al eje del filme, habría que empezar corrigiendo el absurdo título en español: Después de nosotros, cuando en su idioma original es La economía de la pareja (L’économie du couple). Esto ya delinea la potencialidad ensayística del filme, que aborda el divorcio de Marie y Boris, casados hace 15 años y con dos pequeñas hijas. Bajo una premisa tan gastada como una separación, Lafosse trasciende ese subgénero melodramático que podría llamarse “canto a la vida”, narrativas didácticas para el corazón. El director se aparta de cualquier sensiblería para observar las rendijas culturales de las emociones. Aquí ingresa la astucia del filme en conexión con su título original: Marie y Boris utilizan las cláusulas del inminente divorcio como transacciones emocionales, como si la incertidumbre afectiva disminuyera perjudicando a la otra parte. Cada arreglo y porcentaje tiene poco que ver con lo económico, son valores simbólicos para recapitular una historia vencida, y también una forma de descifrar el fracaso amoroso. Dentro de este caos sentimental encriptado como negocio, ingresan las hijas del matrimonio como otro bien en disputa. Pero Marie y Boris, encarnados magistralmente por Bérénice Bejo y Cédric Kahn, no son caricaturas desalmadas, y saben que las nenas no la pasarán bien si la situación se prolonga indefinidamente. Este amor compartido por los hijos colapsa con el revanchismo que ambos ven en el divorcio, y allí estará la médula espinal del conflicto: la angustia de monetizar los vínculos familiares. Lafosse es un ensayista de abrumadora inteligencia emocional, y viene problematizando la institución familiar desde Propiedad privada (2006) hasta Perder la razón (2012). En este filme da un paso más y expone cuán traumático es incorporar los afectos dentro de la lógica del capital.
La historia de un fracaso El argumento es bien terrenal y universal. Una pareja se está separando, pero momentáneamente sigue viviendo bajo el mismo techo, con sus dos hijas, porque él no tiene los medios para pagarse un alquiler. Parece una historia argentina, pero no, llega de Bélgica. Viven en una casa que ella -Marie- pagó y que él -Boris- refaccionó. A partir de esta situación, se desarrolla una película llena de tensión e incomodidad, siempre al borde del descontrol emocional, de la situación límite, pero contenida a tiempo, es decir un filme que nos remite al recuerdo de las películas de Ingmar Bergman, sobre todo a aquella "Escenas de la vida conyugal". Con las muy buenas actuaciones de Berenice Bejo y Cédric Kahn, la pareja enfrenta no sólo el conflicto sobre cómo se repartirán la casa donde aún conviven sino que emerge una historia entre líneas de conflicto de clases, además del amor de 15 años de una pareja convertido en desamor. Obviamente, con estos ingredientes el clima del filme es agobiante. Encima, el relato es puro presente entre las cuatro paredes de la casa, no hay registros del pasado ni explicación alguna del motivo de la separación. Todo se centra en un cara a cara de la (ex) pareja, en un drama cerrado y sin desbordes (tan lejos de por ejemplo "La guerra de los Roses") pero que logra mantener el interés hasta el final. Y, hay que admitirlo, con el hombre –Boris- como la víctima de la circunstancia.
El amor cuesta caro Filmada a partir de una puesta de escena teatral, (casi todo transcurre en un mismo espacio), el director belga Joachim Lafosse, realiza una delicada y cruda disección de una pareja en pleno recorrido del deterioro de lo que fue y nunca más será. Para eso utiliza la cámara a partir del manejo de la misma y de los encuadres, no como elemento de registro, sino como un lápiz que va dibujando los espacios y haciendo uso de los tiempos internos de los personajes tal cual un barril de pólvora. Algo está por estallar, siempre y constantemente en ambos, a veces de manera simultánea. Después de 15 años juntos, María Barrault (Berenice Bejo) y Boris Marker (Cédric Khan), padres de dos niñas, decidieron, no de común acuerdo en principio, separarse. Pero la economía familiar - el título original es “L’Economie du couple”, (La economía de la areja)`-, no permite que esto se concrete de manera fáctica. Ella fue quien compró la casa en la que viven con sus dos hijas, pero fue él quien la remodeló completamente. Ahora se ven obligados a vivir juntos allí, ya que Boris no tiene ingresos propios como para hacer frente a pagar un alquiler, ni a sustentarse la vida. Ella, por su lado, cuenta con medios propios para eso y del respaldo económico de su familia de origen. Es por ello que ni pueden ponerse de acuerdo a discutir sobre qué es de quién y por qué, lo trivial se hace presente para generar discordia, pelea, como si estuviese siempre presente el viejo refrán “donde hubo fuego, cenizas quedan”, pero en éste caso refrendando la imposibilidad de reconstruir algo, lo que sea, desde las cenizas, cuando lo que provoco la incineración fue la decepción del otro. Trabajada desde los silencios, clima seco dado por la casi ausencia de banda musical, sólo un par de momentos de un fragmento de una pieza en piano, diseño de arte y dirección de fotografía en tonos fríos, salvo algunas escenas en que están presentes la niñas. Un elección del cómo, un planteamiento estructural dueño de formalidad tan inquebrantable como adecuada, lo que termina por darle una percepción univoca del desamor, todo puesto en un mismo espacio instalándolo como un campo de guerra, el problema es que por momentos el frente de batalla son las niñas. Pareciera que María estuviese recitando constantemente a Luis de Góngora: “Déjame en paz, Amor tirano, déjame en paz. Diez años desperdicié, los mejores de mi edad, a ser labrador de amor a costa de mi caudal”..... Al mismo tiempo que Boris hace coro de Ligia Piro cuando canta: “Ódiame por piedad yo te lo pido Ódiame sin medida ni clemencia Odio quiero más que indiferencia porque El rencor hiere menos que el olvido”... Ninguno de los dos puede hacer foco en otro lugar, menos percibir lo que entonan sus hijas en soledad: “Lucha de gigantes Convierte El aire en gas natural Un duelo salvaje Advierte Lo cerca que ando de entrar En un mundo descomunal Siento mi fragilidad Vaya pesadilla Corriendo Con una bestia detrás Dime que es mentira todo Un sueño tonto y no más Me da miedo la enormidad Donde nadie oye mi voz.... ..¿.O es que acaso hay alguien más aquí?” El filme tiene como base sólida, donde pararse para erigirse sin flacideces, un guión excelente en tanto desarrollo de los acontecimientos y diálogos, pero como columna vertebral las sublimes actuaciones de la pareja protagónica, lo mismo sucede con la performance de las niñas, donde se hace evidente la mano del director y la presencia de Marthe Keller, siempre sugestiva y subyugante así pasen los años. El final depara sorpresa, por corte de registro espacio temporal, aunque nunca deja de ser distante, frío como la letra de la ley.
Al final todo es cuestión de dinero “Ya ni soporto ver cómo camina”, confiesa Marie (Bérénice Bejo) durante una cena con amigos. Habla de su pareja, Boris (Cédric Kahn). La relación está quebrada, pero Boris se niega a marcharse. Pretende que Marie le pague 200.000 euros, equivalentes a la mitad del valor de la casa. Ella tiene sus argumentos y ofrece menos. Ese tira y afloja es una permanente batalla dialéctica que enmarca la convivencia forzada. En el medio las gemelas Jade y Margaux entienden a medias qué está pasando realmente, mientras son testigos de discusiones subidas de tono y mantienen la ilusión de que sus padres se reconcilien. No se justifica el cambio de título, teniendo en cuenta que el original (“La economía de la pareja”) se ajusta como un guante a esta nueva incursión de Joachim Lafosse por lo más profundo de las relaciones humanas. El realizador belga, autor de las notables “Propiedad privada” y “Perder la razón”, se toma su tiempo y va desgranando postales íntimas de ese hogar disfuncional que mantiene prisioneros a Marie y a Boris. Lafosse alterna planos secuencia -buenísimo el del comienzo, con la cámara pivoteando del recibidor a la cocina al compás de los protagonistas- con viñetas silenciosas del día a día familiar. Prácticamente toda la película transcurre dentro de la casa, convertida en un conjunto de compartimentos estancos en los que Marie, Boris y las nenas respetan sus lugares. Cada pequeña ruptura de esa incómoda rutina provoca, necesariamente, un conflicto. Lafosse cuenta la historia sin apurarse. La amplia gestualidad de Bérénice Bejo y la compacta figura de Cedric Khan son los pilares sobre los que construye su película, narrada con profusión de pausas y una cuidada puesta en escena, teatral desde el manejo y la ocupación de los espacios. Por momentos, Marie y Boris dejan de lado los picotazos y parecen encontrar un margen para salvar la pareja. Una coreografía que comparten con sus hijas provoca un chispazo que termina en la cama. Pero son engaños pasajeros. La relación está terminada y de la peor manera: atada a una pelea por la plata. “Después de nosotros” constituye otra buena apuesta de Cines del Solar por el mercado europeo, en este caso por un drama que abreva en la tradicional cualidad del cine francés para bucear por las emociones.
Mientras el film cerraba, y veía los títulos finales correr en la pantalla negra, pensaba que era difícil a veces proponer o recomendar al público una cinta dramática en la que dos seres dejan de amarse y tienen que lidiar con el destino de sus hijos. Vivimos en una sociedad donde todos tenemos una importante carga de stress y que te propongan vivenciar la historia de una separación… Nunca es algo placentero de ver, por más que la película esté bien lograda e interpretada. Con el estómago apretado por lo que había presenciado en “Después de nosotros”, seguí preguntándome a la salida, porqué me había afectado tanto esta película. Y descubrí, rápidamente y sin demasiado análisis, que mi edad y la trayectoria de vida que tengo ya a mediados de mi cuarta década, me permite un proceso de inmersión en esta problemática, natural y espontáneo. Son situaciones por las que uno ha atravesado y que explicitan un hecho de nuestros tiempos: las parejas se separan jóvenes o pasadas cierta cantidad de años, las familias se disgregan y todo vuelve a comenzar en cada integrante. Luego salimos adelante. Pero el dolor de ese momento de destrucción de la pareja, de muerte efectiva del amor… es algo duro y que conmueve a cualquier individuo. Y muchísimo más, cuando hay hijos en juego. De esto habla el nuevo film de Joachim Lafosse, “L'économie du couple”. Una de las películas más emotivas que ví este año, un retrato crudo sobre la disolución de un matrimonio, en los tiempos que corren. En épocas donde el trabajo es difícil de sostener, separarse y romper alianzas no es un tema fácil, más allá de lo complejo y doloroso para los niños y el ex conyuge. Hay una complicación económica real que juega, y es que el miembro de la pareja que debe irse tiene no sólo que mantenerse, sino además pasar alimentos. Todo un desafío económico para los duros tiempos que corren. Aquí tenemos la historia de María (Bérénice Bejo) y Boris (Cédric Kahn), quienes deciden separarse. Ellos comparten una casa con sus dos hijas, pero el problema es que ella fue quien compró la casa donde viven, pero su marido, que es arquitecto en paro (sin trabajo) ha sido el responsable de las reformas durante todo este tiempo. Ya no hay amor entre ellos, y además, nadie quiere perder lo obtenido, con lo cual ámbos viven en esa casa, y tienen que coordinar horarios y actividades. Lafosse se dedica a generar en sus actores la confianza necesaria para montar el escenario perfecto de un naufragio. Logra mostrar con claridad el amor que ámbos padres sienten por sus hijos y la profunda tristeza que emana de sus actos. El film está plagado de pequeñas escenas donde el corazón se estruja y el pulso late más fuerte. Gritos, dolor, desencuentros… Bejo y Kahn se baten a duelo en un reducido ring (la casa) y nosotros somos testigos de esa lucha sin cuartel. “Después de nosotros” es una película de este postmodernismo que nos lastima, cuando tenemos que desempacar y volver a salir al ruedo. Cuando las relaciones se erosionan y desaparecen y los hijos reclaman unidad y cuidado a ámbos padres. Emotiva y bella, en el sentido fílmico, probablemente esta sea de las mejores cintas del año por su tratamiento dramático. Aunque no sea precisamente una caminata en el parque soleado, su pasaje. Excelente.
Una lleva como título de estreno local Después de nosotros, y su título internacional en inglés es After Love. Pero es la denominación francesa original la que señala el camino: L’économie du couple, es decir “la economía de la pareja”. Desde ese lugar, teniendo en cuenta inversiones en todos los sentidos posibles (sentimientos, hijas, dinero, tiempo, trabajo, incluso en el sentido de cambiar completamente, e invertir roles), parte esta película sobre la separación de una pareja luego de 15 años, con ella en el lugar de fastidio, del deseo de separación, de casi el desprecio (en ese sentido, siempre volveremos al de Camille-Bardot en la película de Godard). Ella es Marie, interpretada por Bérénice Bejo, con una precisión que hasta mete miedo: flaca, tensa, en sus ojos es en donde está terminada la relación. Y en su nariz perfecta y en su grácil armonía física tal vez esté el deseo de su marido de que no se termine este matrimonio, su porfiar con la continuidad. Hay una casa como centro de todo. No solo es el centro de la acción, además es el eje de muchas discusiones: fue comprada con dinero de la familia de ella, pero él (arquitecto) la puso en valor, la puso en belleza. La discusión económica de la separación, acritud y desnudez. La casa, además, es el punto de vista narrativo de la película: todo se cuenta desde ella, no se sale. La película franco-belga del belga Joachim Lafosse es uno de los muy buenos estrenos de la semana.
Toda separación implica necesariamente un duelo, aunque a Boris (Cédric Kahn) y Marie (Bérénice Bejo) no se les hace nada fácil poder llevarlo a cabo. Después de nosotros (L’economie du couple) narra la historia de lo que ocurre entre sus protagonistas mientras buscan el modo de separarse. En medio de ellos están sus hijas, Jade y Margaux (Jade Soentjens y Margaux Soentjens), que oyen los gritos, prestan atención a las incriminaciones continuas, a la vez que intentan procesar esta etapa como pueden. Ya en el comienzo nos encontramos con Marie sobrepasada intentando mantener la rutina y el orden del hogar, a la vez que manda a las niñas a bañarse y comienza a preparar la cena. En ese momento Boris llega, con total naturalidad, aunque no debería estar ahí. Si bien la decisión de separarse ya había sido tomada, en el medio hay una casa que se disputan y que lleva a que ninguno de los dos la abandone. Pero hay reglas, días y horarios pautados, pero el hombre no cumple, por ejemplo: llegar luego de que las pequeñas se duerman los días que le tocan a ella. La cámara sigue obsesivamente a la mujer y, sobre todo, su enojo -acentuado por los negocios sucios y desconocidos que persiguen a Boris hasta donde está su familia.
El desprecio. Sobre Despues de nosotros de Joachim Lafosse El belga Joachim Lafosse viene consolidando, a lo largo de siete largometrajes, una filmografía basada en un tema cinematográficamente curioso: la relación entre la propiedad privada y los lazos afectivos. Ya en su primera película “grande” –y tercera en total–, Propiedad privada (Nue propriété), una madre y sus dos hijos tenían una relación tensa, atravesada por la venta de una casa que le pertenecía a los tres. En dos películas posteriores, Alumno libre (Élève libre, 2008) y Perder la razón (À perdre la raison, 2012), las relaciones humanas también se encontraban atravesadas por el poder: en el primer caso, la dominación se ejercía a través de la admiración y la fascinación (la propiedad privada, en cierto modo, pasaba a ser el protagonista adolescente); en el segundo, a través del capital económico. Después de nosotros –trillado título local para un film que en realidad se llama L’économie du couple o Economía de pareja– tiene un vínculo más cercano con Propiedad privada, aunque aquí la relación clave no es entre una madre y sus hijos, ni entre dos hermanos, sino entre un hombre y una mujer en plena separación. La pareja en cuestión, Maria y Boris, llevan casados varios años y tienen dos hijas en común. Ella tiene un trabajo más estable que él y, gracias a su familia adinerada, pudieron comprar la casa en la que viven. Él es arquitecto y llevó a cabo la tarea de remodelar la casa. Cada uno aportó algo diferente: él la fuerza de trabajo, ella el capital. Tras la separación, les cuesta definir qué porcentaje de la propiedad le corresponde a cada uno. Peor todavía, él no tiene un lugar estable a donde mudarse, lo cual implica que tienen que convivir durante varias noches y varios días. Maria y Boris ya no se toleran, y esta es la base sobre la cual se construyen todos los otros conflictos de la película. La casa, tercer personaje en discordia, es el marco de casi todas las escenas. No hay mirada fulminante, grito o palabra hiriente que se desarrolle fuera de ese hogar que ya no es y que, sin embargo, en cierto modo, tiene que seguir siendo a la fuerza. Hay otro elemento clave que emparenta a Después de nosotros con Propiedad privada y las distancia, a su vez, del resto de la filmografía de Lafosse: ambas son películas “de interiores” con una estructura reiterativa, casi circular. Si ya en Propiedad privada las discusiones constantes construían un clima agobiante, acá la apuesta se redobla: la mayoría de las peleas son trilladas, asfixiantes en su cotidianeidad, y al no haber grandes clímax de tensión el ritmo se termina volviendo cansino. Es una película de una hora cuarenta minutos que parece durar más de dos. Esto, sin embargo, no es un problema –o, al menos, parece una decisión consciente del director–: Después de nosotros logra transmitir el cansancio de las parejas enfrentadas, el agotamiento que genera convivir día a día con un otro intolerable. La violencia nunca es física, aunque sí está cargada de gritos y reproches. Las miradas tienen un lugar central (por ejemplo, en la escena de la cena con amigos, tal vez la más tensa de la película). Lo mismo ocurre con los cuerpos cansados –sobre todo el de Bérénice Bejo–, que cargan con esos años de convivencia convertidos en rechazo. Algunas escenas se distancian de esta dinámica asfixiante: hacia el final, por ejemplo, padres e hijas bailan la canción “Bella” de Maître Gims, momento que funciona como un breve interludio de calma y goce en medio de la tormenta y, a la vez, aporta una nueva mirada sobre la familia en proceso de destrucción. Luego del baile, Maria y Boris se reencuentran en la intimidad, con placer y algo del cariño que en alguna época indudablemente se tuvieron. Pero las cosas no son tan fáciles; como sabe cualquiera que haya estado en pareja, un momento de ternura no soluciona problemas de fondo. Es un logro del equipo de guionistas (el más amplio de la filmografía de Lafosse: él mismo, Fanny Burdino, Thomas van Zuylen y la escritora Mazarine Pingeot) que en esa corrosión, en esos enfrentamientos constantes, no haya una preponderancia moral o intelectual de ninguno de los dos: ella es pura tensión y límites, él parece más relajado y, en consecuencia, capaz de disfrutar algunas situaciones con cierto distanciamiento. En el fondo, los dos están igualmente afectados, y por cada situación en que Boris –el también cineasta Cédric Kahn– golpea con su frialdad emocional, Maria incomoda con gestos o palabras de desprecio que parecen fuera de lugar. El resultado es un juego de suma cero. A los personajes, parece decir Lafosse, no tenemos que juzgarlos por sus sentimientos. El correlato de esta frialdad, estos gritos, esta confusión emocional que atraviesa a Después de nosotros es la casa que habitan los protagonistas. Una casa que es parte de la disputa por partida doble: porque es un bien en juego en la separación y porque es el escenario de todo lo que ocurre dentro del film, y de un pasado –ese nosotros de la traducción argentina– que sospechamos amoroso, aunque se nos presenta como una incógnita. La incógnita del amor entre Maria y Boris también es parte de la película y se construye en los planos que Lafosse le dedica a la casa, tanto cuando está habitada como cuando no lo está. Esas habitaciones vacías no implican grandes interrogantes existenciales sino un misterio más cotidiano: el del uso que se le da a los espacios, la idea de que los lugares se ven afectados por los vínculos humanos que allí se construyen. El hecho de que la casa sea aséptica en su belleza, un poco como las casas de las intrigas burguesas de Claude Chabrol, refuerza el vínculo entre el aspecto emocional del drama de pareja y la adscripción social del conflicto económico que –parcialmente– lo impulsa. Las relaciones de poder y los enfrentamientos atraviesan el cine de Lafosse y, sin embargo, en cierto sentido sus películas parecen ligeras, porque la tensión del relato y de las actuaciones no se refuerzan con una tensión desde la puesta en escena. El cineasta belga sigue la tradición de franceses como Jacques Doillon o Maurice Pialat, quienes construían dramas emocionales –y, cada tanto, escabrosos– sin grandilocuencias estéticas ni grandes crescendos narrativos. La distancia de la puesta tiene que ser justa. Si se trata de dramas “a escala humana”, como diría Hong Sang-soo, el espectador también tiene que ser humanizado, no manipulado por la construcción del relato cinematográfico. Después de nosotros no funciona como una acumulación de discusiones ni se sostiene en actuaciones histéricas. Al apelar a la cotidianeidad en la exposición de los vínculos, la narración por momentos se resiente; el film se vuelve demasiado frágil y, en consecuencia, le cuesta sobreponerse a los altibajos. Esto, sin embargo, no es un problema serio. Su ritmo es el de la dinámica agotadora de las parejas en conflicto; la repetición se vuelve dolorosa y molesta. Llegado cierto punto, uno sólo quiere que Después de nosotros se termine: es un camino poco placentero, un callejón sin salida; es triste y desesperante, como darse la cabeza contra la pared una y otra y otra vez.