Es difícil hablar de Dry Martina sin referirse a las dos anteriores películas del Che Sandoval, director mimado del festival y que por segunda vez participa en la Competencia Internacional en el [20] BAFICI. Las películas del cineasta y guionista chileno, que ahora componen una trilogía, se caracterizan por la verborragia sexual de sus personajes, con la cámara enfocada en un único protagonista que, guiado por su tendencia a escapar, siempre está en movimiento físico, pero a la vez suspendido en sus emociones. La calle es el lugar favorito, donde el cruce con otros personajes hará a la historia. El sexo es una obsesión, aunque la personalidad impetuosa, soberbia y un tanto desagradable que caracteriza a estas criaturas suele malograr tales objetivos. En Te creís la más linda (pero erís la más puta) (2010) y Soy mucho mejor que voh (2013) esto resulta una constante, pues son films más simples en cuestiones argumentales, que prácticamente se desarrollan en exteriores y transcurren en el mismo día. Dry Martina, por el contrario, incluye más tramas, más espacios y progresión temporal, lo que da lugar a integrar otros personajes que adquieren vida propia fuera de la del rol principal. También conforma un cambio de paradigma respecto de los personajes misóginos característicos del director (aunque lo que odian en realidad sea a ellos mismos): ahora la protagonista es una mujer. Amén del género, los tres comparten el estatus de antihéroes natos. En los títulos de las películas de Sandoval, que sintetizan satíricamente la trama, queda muy clara otra diferencia, como se puede leer a simple vista: en los dos primeros casos está en primera persona y en interpelación contra la mujer, mientras que en Dry Martina describe la situación de la protagonista desde afuera, refiriéndose mediante un juego de palabras a la falta de excitación que padece. Tres fases del recelo, entonces: en la primer película, ella se la cree; en la segunda, ella es más talentosa. Ahora nos hallamos en la tercera instancia, donde será ella la que transite un camino lleno de guantes de box pegándole a su ego. Pareciera como si el director en esta película vengara a sus dos anteriores protagonistas hombres y entre los tres hubiesen puesto el título. Apenas comenzado el relato, Martina (una impecable Antonella Costa) huye en un taxi después de haber cantado solo medio tema en lo que iba a ser su retorno musical, interpretando no ya sus melodías pop-adolescentes que la llevaron a la fama, sino el repertorio de su madre que parece decirle desde la tumba Soy mucho mejor que voh. Así comienza su escape permanente: de su profesión, de la sombra artística de su madre, de su padre en coma, de su gata en celo, de su representante-esclavo, de su vida aburrida tras haber perdido el mojo desde que su novio la abandonó por una simple empleada de oficina. El sexo también es una válvula de salida y es en lo único que parece pensar Martina para recuperarse de la última década, que no la trató tan bien como la anterior. Entre la desesperación sexual y las frustraciones que se irá acumulando, esta comedia hunde progresivamente al personaje en su decadencia como diva. Dry Martina concibe su humor también desde el choque cultural entre el argot argentino y el chileno, (recuerdo ver en BAFICI las películas de Sandoval, sobre todo la primera, y no entender prácticamente nada de los diálogos por el modismo cerrado y veloz, que bien puede quedar como documento lingüístico-histórico del país vecino). Esta vez, con varias ventajas para el espectador tanto en cuestiones formales como narrativas, el film se vuelve for export con un modelo de producción en evidente evolución. Su narración es más concisa, aunque presente baches en la primera parte. Promediando la mitad del metraje, sin embargo, se vuelve más sólida (quizá por las colaboraciones de guion, entre ellas la de Martín Rejtman). Esto se torna notorio cuando se reafirma la interacción de Martina con su presunta hermana, papel muy bien interpretado Dindi Jane, y el padre de ella, un bien elegido Patricio Contreras que oficia de alguna manera como mediador entre ambos países. Acaso dicha segunda mitad confirme la calidad del próximo trabajo del director, que a partir de Dry Martina posiblemente sea muy esperado.
Un Sandoval travestido Martina se secó; en algún momento cuenta que se le pudrió la relación que tuvo con un flaco que amaba mucho y a raíz de ello se le secó la concha para siempre. De ahí el título, que además es un juego de palabras con el famoso cocktail y con lo que significa la palabra seco en el slang chileno. Los planos cerrados de Che Sandoval se centran en Martina (Antonella Costa) con obsesión. La película está apoyada en su actuación y ella lo sabe y se pone, muchas veces, la película al hombro. No es que el guion no tenga vida propia ni ninguna de esas gansadas; y muchas veces dijimos que los actores son muñequitos reemplazables, engranajes de un todo que los sobrepasa. Pero fieles a nuestras contradicciones, también sabemos que muchas veces los actores son casi todo. Es el caso de Dry Martina y no por impericia de Sandoval sino porque él mismo lo busca desde sus planos, desde su apuesta por adoptar la intensa mirada de Martina que lo absorbe todo. Sandoval se traviste, se calza los tacos para alejarse de sus criaturas masculinas (y, según los cancerberos de la moral social, machistas) para crear a la mujer monstruo-antiheroína de la seca Martina, una cantante que se caga en su representante y un poco en su carrera, y decide perseguir un amor chileno (César, interpretado por Pedro Campos) que le devuelve la humedad. César aparece en la vida de Martina porque su novia es fanática de ella (en algún momento de su carrera, Martina fue ídola de ignaros prepubescentes) y dice ser su hermana; un conflicto central que mucho no importa. Y así, sin un conflicto fuerte y con algunos elementos que a priori parecen de telenovela tediosa de prime time argentino, Sandoval, apoyado en sus criaturas, crea una película familiar sin familia; o con una que Martina arma en la película y donde no importan los lazos de sangre ni la construcción de las relaciones a través de largos períodos de tiempo. Con elementos de screwball comedy y a la vez de comedia negra, y moviéndose entre la seriedad y la ridiculez, la buena onda de las feel-good movies y la angustia de un drama sexual y un drama de identidad, Sandoval parece cómodo y seguro con su nuevo punto de vista femenino (que seguramente también tenga elementos machistas, pero a quién le importa). De todos modos, y más allá del buen resultado, a partir del título y de la propuesta podríamos esperar que la humedad de Martina llegue con más fluidos en pantalla. Porque aunque hay bastante sexo, todo es más de pico que fáctico y todo siempre está bastante seco. Sandoval, más allá de sus chascarrillos de niño-hombre, es acá un desfachatado contenido que pretende hacer un trabajo prolijo desde lo que narra, desde los diálogos y desde los aspectos formales (esa absurda relación entre la prolijidad formal y las oportunidades comerciales) y la prolijidad puede ser seca seca como concha decepcionada.
La nueva película del director chileno Che Sandoval expone sin tapujos la agitada vida de Martina -Antonella Costa-, una cantante que fue exitosa y que ahora ha perdido el placer por el canto y la capacidad de excitarse. Dry Martina, nunca más acertado el título, comienza con un recital que ella misma abandona para sumergirse en una vorágine de búsquedas personales. La película coquetea con la comedia y el drama para instalarse en una zona gris que es la misma que atraviesa el personaje central, con un padre en estado de coma; un representante al que no le presta demasiada atención; Francisca, una chica chilena que asegura ser su media hermana y César -Pedro Campos-, el ex-novio de la Francisca, con quien comienza un apasionado romance en Buenos Aires. Seducida, abandonada y arrastrando el peso de su madre fallecida, Martina inicia una travesía que la lleva a Santiago de Chile para reencontrar a César, donde itenta establecer una conexión emocional que ordene su caótico presente. El filme recurre al sexo ocasional como elemento liberador y a las barreras culturales para acentuar los obstáculos que afronta Martina, un personaje interpretado por una sólida y lanzada Antonella Costa, en su rol de mujer insatisfecha y en busca del amor que ordene el caos de su vida. Esta coproducción argentino-chilena aporta el buen papel secundario de un eficaz Patricio Contreras, en medio de una familia que abre el panorama dramático que enmarca al filme.
Cómo hacer un cine más prolijo, de alcance más internacional, menos de gueto y visualmente más sofisticado sin por todo ello resignar la esencia y la potencia de su cine previo. Ese parece haber sido el desafío que asumió el director de Te creís la más linda (pero erís la más puta) y Soy mucho mejor que vos. La respuesta, contundente y positiva, hay que encontrarla en los méritos no menores de Dry Martina. Nadie mejor que Che Sandoval para encabezar una coproducción entre Argentina y Chile rodada a ambos lados de Los Andes porque desde hace muchos años vive a caballo entre Buenos Aires (donde empieza y termina el film) y Santiago (donde está el corazón de la historia). El conoce mejor que nadie las similitudes y diferencias entre el sentir y el decir de chilenos y argentinos. Y también conoce a la protagonista de la historia porque Antonella Costa fue su pareja en la vida real. Así, con algunos pocos elementos de inspiración autobiográfica, y mucho de escritura, de búsqueda y de intuición fluye con una velocidad e intensidad devastadoras esta comedia negra con algo de John Cassavetes, Woody Allen y el primer Almodóvar, en el que los diálogos y las escenas de sexo compiten por ser más explícitas, desafiantes y desprejuicidas. El film comienza con una huida. La Martina Andrade del título (Antonella Costa, pura dinamita y con look de estrella de oro de la época clásica) abandona el escenario en medio de un show, se sube a un taxi, se saca la peluca y se va en medio del acoso de unos fans chilenos que fueron a verla a ese concierto porteño. Pronto sabemos que ella ha tenido mejores épocas como diva pop con un par de hits, pero ahora está en plena crisis personal. Y si decimos personal es porque no es solo artística, sino también afectiva e incluso sexual (algo así como una ex ninfómana ahora frígida). Para colmo de males, su padre está en coma desde hace un año y ella se niega a dejarlo morir, su gata está en celo permanente (y se escapa cuando quiere castrarla) y así con todo... Película de enredos construida con vértigo y potencia furibunda, Dry Martina encontrará rápidamente a nuestra heroína -frustrada pero impulsiva- viajando a Chile en busca de César (Pedro Campos), un aspirante a periodista deportivo que representa la posibilidad de un amor más pasional que racional, y terminará enganchándose también con Francisca (Geraldine Neary), quien podría (o no) ser una hermana de la que no tenía noticias. La identidad, las responsabilidades, los deseos íntimos y cómo todos estas cuestiones muchas veces se potencian o entran en cortocircuito son los ejes de una narración con personajes que pueden darse unos cuantos cachetazos y a la escena siguiente compartir una botella de vino. Más allá de que Dry Martina luce mucho más elegante y cuidada que sus dos trabajos previos, Sandoval no hace ninguna concesión en términos de diálogos zafados y conflictos extremos (uno de los personajes, por ejemplo, tiene tendencias suicidas y todo el tiempo sobrevuela el tema de los hijos abandonados). No todo funciona a la perfección (como el personaje del “chongo”/rapper afroamericano de Francisca), pero la narración siempre fluye con su estilo urgente que dará lugar incluso a ciertos picos emotivos ligados al personaje de Ignacio, un novelista interpretado por Patricio Contreras. Lúdica y desgarradora a la vez, Dry Martina nos presenta a un renovado Sandoval ahora con el punto de vista y la mirada puesta en los deseos y las angustias de la mujer, pero también al mismo director de siempre: audaz, visceral y provocador.
El afecto de otros. Ese alimento emocional que puede adquirir un afán tan grande como para hacernos perder el norte. Ese deseo de conexión es el corazón temático de Dry Martina, una propuesta que se concentra en esta búsqueda a ambos lados del mostrador: el físico y el emocional. Agitada, no revuelta Martina es una cantante con una razonable cantidad de éxitos, pero que no es lo que se dice feliz: vive a la sombra de una madre fallecida más famosa que ella, tiene un padre en estado de coma, y sexualmente hablando vive insatisfecha. En una de sus performances es abarcada por una joven chilena que dice ser su hermana. Inicialmente desestima este reclamo, solo para empezar un tórrido affaire sexual con el ex-novio de esta última. Cuando este vuelve a Chile, Martina decide ir detrás de él, solo que una vez allí encontrará una conexión más importante que la sexual. El sexo está en todas partes en esta película: en el texto, el subtexto, el cuerpo y la acción. Un exceso que parecerá morboso y de un exceso hasta humorístico, pero que es fundamental para apreciar el arco de cambio que experimenta la protagonista. Ella entiende al sexo como única expresión de amor, a tal extremo que ama al órgano genital no tanto a la persona, y encuentra en esta familia chilena no solo la conexión que tanto añora: el amor va más allá de lo físico, por clichado que pueda sonar. Presten atención a la tan graciosa como tierna escena que la protagonista tiene con un portero chileno, cuando le pregunta si necesita algo y ella responde: una pij*. La idea de la película nunca la van a tener más clara que ahí. Meritorio trabajo de Antonella Costa. Una entrega lanzada y desprejuiciada desde la primera escena hasta la última. Este personaje necesitaba de una intérprete que dejara los pudores en la puerta. Hablamos de una enorme valentía que Costa despliega en cada instancia en que la cámara se posa sobre ella. Una valentía que no es la primera vez que le vemos. El resto del reparto (en particular Patricio Contreras) ofrecen dignos acompañamientos y el costado técnico se muestra sobrio, a la altura del desafío en cuanto a fotografía y montaje. No obstante, hay que reconocer que sabe sacarle provecho a la lumínica visión panorámica que se tiene de la ciudad de Santiago de Chile. Conclusión Dry Martina es una historia sobre la búsqueda de los afectos y las conexiones humanas que los hacen posibles. Un guion prolijo, sumando a una labor interpretativa destacable de su protagonista, es lo que hacen a esta película una narración más que disfrutable.
Juana de Arco Si hay un primer elemento a destacar en la filmografía del chileno Che Sandoval es la superación en cada una de sus obras sin traicionar la esencia. Desde sus inicios con Te creís la más linda...(Pero erís la más puta) (2009), pasando por Soy Mucho Mejor Que Vos (2013) hasta llegar a Dry Martina (2018) que su trabajo se fue perfeccionando tanto en lo estético como en lo narrativo para abordar los tópicos que le preocupan desde siempre con un desparpajo y una falta de solemnidad admirable, arriesgando cuando podría ser considerado políticamente incorrecto. Dry Martina, seleccionada para la competencia del Festival de Tribeca, se centra en una cantante argentina que debe luchar con el karma de ser "la hija de". Martina, la del título, gran trabajo de Antonella Costa, no tiene orgasmos desde hace mucho tiempo, sexo sí pero ningún hombre la hace gozar en plenitud. Una noche cae en su departamento una muchacha chilena, fanatizada al extremo con la cantante, que dice ser su hermana. La acompaña el novio por el que Martina vuelve a sentirse humedad. En resumidas cuentas los sigue a Chile, donde la esperan su supuesta hermana, un supuesto padre y el ahora ex novio de la supuesta hermana. Sandoval trabaja en su nueva película el género de la comedia de enredos amorosos con humor negro, bastante ironía y algo de absurdo, donde hay claras referencias a realizadores de la talla de John Cassavetes y el Pedro Almodóvar de los años 80, irreverente, mordaz, algo caótico y provocador pero con un sentido. Porque Sandoval no se anda con sutilezas y lleva a sus personajes al límite tanto en las palabras como en el uso de los cuerpos. Dry Martina es tan zafada como zarpada. Pero no gratuitamente sino con razones. Los díalogos son impecables y el elenco brilla en toda su dimensión. Todos están a la altura de las cincunstancias, sin desbordes y justificando el por qué de cada situación que atraviesan. Filmada entre Chile y Argentina, cabe recordar que Sandoval es chileno pero también residente de Argentina, la trama, más allá de lo superficial que puede parecer, trabaja sobre algunas cuestiones de agenda como el rol de la mujer en la sociedad actual, poniendo en escena una heroína tan desprejuiciada como políticamente incorrecta, que seguramente unos años atrás hubiera sido quemada en la hoguera.
La gata y las pulsiones. Para aquellos que hayan podido tomar contacto con las películas del director chileno Ché Sandoval (ver entrevista), su tercer opus no les traerá ninguna complicación a la hora de entrar en ese universo en que la noche chilena, los diálogos sumamente filosos, cotidianos y a la velocidad de la emoción más que de la razón se acomodan como las etapas de un viaje no necesariamente iniciático, pero que tiene como protagonistas a personajes atravesados por algún conflicto de carácter interno o pseudo existencial. Sin embargo, la vara de Dry Martina, tercera película que fuese presentada meses atrás en la última edición del BAFICI -ventana de lucimiento para películas de Ché Sandoval- muestra por un lado rasgos de madurez importantes al tratarse de un proyecto con mayores aristas y temáticas por desarrollar, y además con un protagonismo muy acentuado de la mujer y particularmente de la actriz argentina Antonella Costa, otrora participante con papeles menores en películas de Sandoval y que en esta ocasión compone un personaje adecuado a su carisma y fotogenia para un retrato íntimo de una mujer avasallante que pasados sus cuarenta se encuentra en un estado donde la fuga y la búsqueda se entrelazan con el apetito sexual y la paulatina pérdida del brillo y el glamour del pasado de cantante. Personaje en fuga con estructura narrativa de road movie para ir a buscar a Chile a un joven que conoció en Argentina, quien volvió a generarle el gusto por el orgasmo (elegida la palabra con intención de remarcar la idea de lo seco en base a la pulsión y a la líbido) aunque eso implique tal vez el riesgo de enamorarse o de terminar en un rechazo por la diferencia de edades. A esa líbido viajera -por así decirlo- se le cruza en el camino de la vida la pulsión tanática en la figura de una fan de Martina, más joven que ella que vino a buscarla a Argentina porque asegura ser su media hermana de acuerdo la interpretación de ciertas informaciones erráticas de su padre, novelista chileno que tuvo un breve contacto con la madre biológica de Martina, personaje fuera de campo que cobra relevancia a partir de las canciones y covers que la propia Martina interpreta en sus shows. A esa historia, muy bien climatizada desde la puesta en escena, la banda sonora, cuyas letras pertenecen al propio director y la cantante que no es otra que el personaje de Martina (más que Antonella Costa cantando como ocurriera con el caso de Pilar Gamboa en Las Vegas) se le debe agregar una pátina de saludable humor negro, diálogos picantes y el estilo directo sin eufemismos ni metáforas, con personajes que hablan mucho pero callan lo importante cuando en el cine de Ché Sandoval los tiempos muertos no existen y sí aquella amalgama entre personajes de carne y hueso que dicen sus verdades, juegan con sus contradicciones y como en el caso de esta gata triste y gris enfrentan la prepotencia del macho alfa y se ríen en época de celo con las garras bien afiladas pero desprotegidas a la vez.
Martina es una protagonista acorde a los tiempos feministas que corren: dueña de su cuerpo y de su sexualidad, se mueve de acuerdo con su deseo y encara a los hombres con una iniciativa que hasta hace no mucho era patrimonio masculino. Y es, también, un personaje que lleva la marca de Che Sandoval: no se preocupa por crear empatía con el espectador. Te creís la más linda (pero erís la más puta) (2009) y Soy mucho mejor que voh (2013), las anteriores películas de Sandoval, eran dos comedias amargas que mostraban las andanzas nocturnas de dos hombres desasosegados, ávidos de sexo, por las calles de Santiago de Chile. Geográficamente, Dry Martina refleja la mudanza del director chileno a Buenos Aires: en esta coproducción, la historia empieza aquí y sigue del otro lado de la cordillera. El espíritu es similar: ésta también es, como él las define, una “walk movie”, con peripecias que van ocurriendo en devaneos callejeros. Como Javier y el Naza, Martina es egoísta, antipática, soberbia, narcisista. Pero tiene algo que ellos no: determinación. “Confío en las reacciones naturales de mi concha: siempre le fui fiel a ella”. Así, a lo Negra Vernaci, habla -y actúa- Martina. Sus años de gloria como cantante le quedaron tan lejos como los días en los que gozaba en la cama. Hasta que aparece un chileno que le devuelve el goce y allá va, tras sus pasos. Quizá desde su debut en Garage Olimpo, hace casi veinte años, que Antonella Costa no tenía semejante oportunidad de lucimiento, y la aprovecha en cuerpo y alma. Quedó dicho: difícil identificarse con Martina, pero el desparpajo del cine de Sandoval salta las barreras que rodean a sus criaturas y nos sumerge de cualquier modo en sus aventuras. Quizás aquí abuse un poco del juego de las diferencias entre Argentina y Chile a nivel idiomático, y también haya momentos en que, a fuerza de repeticiones, el ritmo decaiga un poco. Pero la película respira una vitalidad que la hace imprevisible; un milagro o una maldición pueden estar esperando a Martina a la vuelta de cada esquina.
Todo parece caer en picada en la vida de Martina, la visceral protagonista de la tercera película del chileno Che Sandoval. Igual que en sus dos largometrajes anteriores - Te creís la más linda (pero erís la más puta) y Soy mucho mejor que voh-, la sexualidad ocupa un lugar central en la historia, esta vez como trauma inicial de una cantante hundida en una crisis múltiple (emocional, erótica, familiar, profesional) que encontrará la posibilidad de reinvención en un inesperado viaje a Chile. Antonella Costa asume con decisión la díscola personalidad de esa mujer de armas tomar, resuelta, desprejuiciada, resistente y siempre fiel a sus deseos. Sandoval no duda en armar a su alrededor una trama en la que la funcionalidad es claramente más importante que el verosímil y el humor se apoya sobre todo en la provocación, más de una vez concentrada en el recurso pueril de las confusiones que producen las acepciones de una misma palabra en Chile y la Argentina. El propio director ha confesado que sus films suelen partir de una broma superficial. En ese derrotero, Dry Martina alterna momentos en los que fluye con gracia y naturalidad con otros menos elegantes y artificiales.
Cuerpos, gestos y palabras Uno, dos, tres, muchos más Ches se necesitarían para sacudir el pacato árbol del cine argentino, siempre tan ocupado de sensatez y sentimientos, como si el mundo físico no existiera o fuera cosa de negros, no de la clase media que lo produce y lo consume. Después de haber dejado un concierto por la mitad, la cantante pop Martina sale a la puerta de su casa a atender a una fan. Tienen una pequeña discusión y Martina le da un cachetazo. La chica responde con otro. Martina la agarra de los pelos y empiezan a pelearse. El del jovencísimo Che Sandoval (Santiago de Chile, 1985) es un cine físico, aunque sea más que nada puro diálogo. Los personajes de Sandoval hablan mucho, pero de cosas concretas, primarias incluso. Físicas, las más de las veces. Cómo les va con el otro sexo, si el otro u otra quiere coger, si el otro u otra está cogiendo con el amigo de una o uno, si el otro aceptaría recibir una trompada a cambio de una paga, si el otro no se levantaría el pantalón porque se le ve la raya del culo y queda feo. A los personajes de Sandoval, coger les cuesta más que hablar de coger. A los varones, sobre todo. Uno de los protagonistas de su ópera prima, Te creí la más linda (pero erís la más puta) (2008) sufre de eyaculación precoz. El de su segunda película, Yo soy mucho mejor que voh (2013), de odio por el otro sexo. En Dry Martina –primera película argentina de este chileno que vive un poco acá y otro poco allá–, el de Antonella Costa sufre de sequedad vaginal. De allí el título, genial, porque encima dialoga con el chilenismo “seco”, que quiere decir justamente eso. Genial, o cool, o buenísimo. Uno, dos, tres, muchos más Ches se necesitarían para sacudir el pacato árbol del cine argentino, siempre tan ocupado de sensatez y sentimientos, como si el mundo físico no existiera o fuera cosa de negros, no de la clase media que lo produce y lo consume. En Dry Martina se coge mucho, tal vez como forma de compensar lo poco que se coge en el cine de acogida (con perdón por el juego de palabras) del autor. Se coge y se habla mucho, como dijimos. Sandoval tiene dos cualidades que lo convierten en un dotado para los diálogos. Una es su timing, digno de maestros de la velocidad como Howard Hawks y Preston Sturges. Otra, un oído privilegiado para el habla coloquial, que arma, en las dos películas previas, una suerte de Diccionario Oral de Chilenismos Contemporáneos. Pero no hay en Sandoval una voluntad mimética, como sucede en el costumbrismo, sino que parece guiarse por el puro placer auditivo para con el habla de sus vecinos. “Boludo, no tenés sh”, le dice la argentina Martina al chileno César (Pedro Campos), después de que éste la invita a comer suchi. El de Martina por César, a quien le lleva casi veinte añitos, es deseo a primera vista, y Antonella Costa sabe transmitirlo bien. Cuando lo conoce, César es la pareja de Francisca (Geraldine Neary), aquella admiradora, también chilena, que dice ser su hermana. De Martina. Hijas del mismo padre, que la habría tenido con su mamá. Van a reencontrarse ella y Martina, aunque en ese primer encuentro ésta la echa de su casa. “Andá, andá. Rajá de acá.” La presencia olímpica de Antonella Costa, como de diva de Hollywood de las de antes, contrasta muy bien con la de Francisca, que en esa escena se comporta como fan apichonada. Pero va a tener ocasión de brillar (todas las criaturas sandovalianas la tienen, las chicas sobre todo) cuando se reencuentren en Chile, en la segunda parte de la película, y Francisca la lleve de aquí para allá, a puro porro y junto a su amante circunstancial, un morocho yanqui que habla en chileno. Más que de personajes, el cine de Sandoval es de cuerpos, gestos y palabras. “Soy suicida”, avisa Francisca, de la nada. ¿Hay que tomarla en serio? Como sucede a veces en la vida, no hay manera de saber. Un deseo incontenible, el de Martina por César, le devuelve la humedad a toda orquesta. En cuanto lo conoce ya lo está mirando con ganas, mientras acaricia a su gata como si fuera otra cosa. Como no tiene forma de ubicarlo, a la mañana siguiente está en la embajada chilena, dispuesta a revisar los registros de todos los trasandinos que ingresaron al país en las últimas semanas. “Están todos en el estadio”, le dice un empleado de la embajada, y de inmediato Martina merodea el Monumental, entre espectadores con remeras rojas, buscando al flaco que le hizo acariciar el gato. Con una lucida fotografía de Benjamín Echazarreta, que presenta noches de tonos saturados y días luminosos, y una banda de sonido característicamente atractiva, Dry Martina es una película de look más profesional que las superindies películas previas. También su estructura suena más calculada, menos espontánea: Te creí… y Soy mucho mejor que voh estaban signadas por la deriva callejera de los personajes, aunque en la segunda ya aparecían indicios de cálculo. Aquí importan menos, finalmente, la cuestión de la hermandad, el encuentro con el posible padre (Patricio Contreras) y hasta la construcción de los personajes, que el fluir y la impronta peculiarísima de las criaturas. Fluir, en sentido narrativo y fisiológico, claro.
“Dry Martina”, de Che Sandoval Por Gustavo Castagna Tercera película del chileno Che Sandoval luego de Te creís la más linda (pero erís la más puta) y Soy mucho mejor que vos, cineasta de culto “baficiano” y director trasandino auténtico a ambos lados de la cordillera. En su nuevo opus subyace un fuerte cambio de punto de vista: de la misoginia juvenil y a flor de piel de su opera prima, pasando por el registro de la crisis de un hombre de 40 años en la segunda, en donde se respetan algunos códigos de vida del film anterior, en esta nuevo y exquisito exponente de puesta en escena, la historia recae en Martina Andrade, cantante y diva pop exitosa en un pasado no tan lejano. El personaje es pura energía y decisión aun cuando su frigidez sexual y el recuerdo de un torrentoso amor reaparezcan en una actualidad ciclotímica y divagante. El deseo está ahí, urgente, y en ese punto la historia abre el abanico argumental hacia dos ejes: por un lado, la aparición de Francisca, una fan chilena que dice ser su hermana y, por el otro, el personaje de César –novio de aquella -, que se convertirá en el objeto de deseo de Martina. En todo de comedia construida a base de situaciones hilvanadas desde los afectos, la búsqueda de una familia que no existe, la soledad que trata de disimularse, la cercanía de los cuarenta del personaje central y un padre que agoniza y que la hija visita de vez en cuando, Dry Martina traslada a Chile todos y cada uno de los conflictos, a un paisaje ideal como constraste cultural, en oposición y complemento, entre dos sociedades cercanas pero con diferencias. Dry Martina es una película sexual, desde las imágenes y la verborragia de los personajes, también de la libertad con la que traslucen situaciones dignas de una screwball comedy de tonalidades grises donde el director nunca pierde como centro operativo de la historia a su personaje central. En ese punto, la puesta en escena es Martina, seca, dry, caliente, sudada, feliz, triste, desconcertada, apabullante, melancólica, frontal. Luego de un nuevo encuentro sexual con César, la cámara de Sandoval se ubica en el cuerpo y la voz de ella recordando a su viejo amor y su carencia afectiva provocada por la ruptura. Martina habla, César mira sorprendido. En esa íntima escena verbal, luego de que la pareja cogiera por segunda vez, Dry Martina expresa de manera elegante un monólogo en la cama como lo hacía aquel Cassavetes en blanco y negro de Shadows y Faces fusionado al Woody Allen de Annie Hall y Manhattan. En esta estupenda escena, como en toda película, sobresale la interpretación de Antonella Costa, tan potente en cada uno de los planos que hasta sería imposible imaginar otra Martina con esos gestos, miradas y movimientos junto a ese cuerpo y esa voz. DRY MARTINA Dry Martina. Chile/Argentina, 2018. Dirección y guión: Che Sandoval. Productores: Florencia Larrea, Gregorio González, Hernán Musaluppi, Natacha Cervi. Fotografía: Benjamín Echazarreta. Dirección de arte: Nicolás Oyarce. Montaje: César Custodio. Música: Gabriel Chwojnik. Intérpretes: Antonella Costa, Patricio Contreras, Geraldine Neary, Pedro Campos, Álvaro Espinosa, Yonar Sánchez, Héctor Morales, Humberto Miranda, Joaquín Fernández, Sergio Nicloux. Duración: 96 minutos.
Bienvenidos al universo de Che Sandoval, un mundo en el que los personajes trascienden la pantalla y se corporizan en íconos a través de la manera en la que se mueven, hablan, piensan, respiran. En esta oportunidad, una mujer llamada Martina (Antonella Costa), la primera protagonista femenina de un film suyo, será la encargada de comandar una embarcación riesgosa en la que, algunos giros del guion terminarán por consolidar el personaje como uno de los pocos que el cine local ha construido y que puede vivir libremente su sexualidad, su profesión y decisiones, a pesar de los mandatos sociales. La Martina de “Dry Martina” (Argentina/Chile, 2018) es una heroína. Mientras atraviesa un mal momento en su vida sexual, algunos sucesos personales terminarán por darle la posibilidad de encontrar nuevos vínculos. Si en estos días será frecuente ver mujeres en la pantalla grande renegando de su condición a los GRITOS, Martina resuelve algunas cuestiones particulares que la afectan en su cotidiano de manera simple y sin tantas estridencias. Che Sandoval ofrece un personaje con muchas aristas, MUCHAS, y tal vez en la acidez de sus palabras, en la incorrección de sus decisiones, y, principalmente, en la capacidad de trascender simples hechos como tomarse un avión para gozar con un chileno en su propio país, hay una búsqueda de un cine diferente, maduro, alejado de clichés, que potencian los planteos iniciales de la propuesta. “Dry Martina” comienza con la Martina huyendo, porque también es eso, una fugaz escapista de situaciones, que comenzará a ver su universo desmoronarse cuando un circunstancial compañero le devuelva la posibilidad de gozar como antes. Pero Martina no es una ninfómana, al contrario, es una mujer que necesita del otro para poder afirmarse como sujeto de placer, pero también como ser vivo que a pesar de su talento y su profesión, se encuentra en una meseta que la lleva más a deprimirse que a estar eufórica por todo lo que tiene. Y cuando además del placer, ve o cree que puede tener una vez más una familia, nada será más importante para ella como crearse una fantasía en la que su dolor, su bloqueo, y hasta su cuerpo, dejarán de ser importantes para ella misma. Che Sandoval ofrece la más sólida de sus películas, con una cuidada producción, con grandes momentos, gags y conflictos resueltos a partir de diálogos punzantes y ácidos, la participación de un elenco de actores secundarios que son más que satélites del personaje protagónico, y una interpretación única de Antonella Costa (me atrevo a decir la más sólida y potente de su carrera), quien pone todo su ser para que Martina sea tan vívida, natural y honesta, en medio de una ciudad y un ambiente hostil. En tiempos de empoderamiento femenino, de luchas ganadas y de cuerpos expectantes por una igualdad que se clama a gritos, Martina, sin saberlo, ofrece una mirada diferente del universo femenino, una mirada sobre una mujer que se cree hombre y que en su soledad comenzará un camino de transformación, liberación y amor, que nunca antes había imaginado. (Aquí compartimos la invitación de Antonella Costa a ver #DryMartina en el pasado #BAFICI, gentileza de ludicoymemorioso.blogspot.com )
Lo nuevo de Che Sandoval tiene a Antonella Costa como la gran protagonista. Una mujer que supo ser una cantante famosa como su madre, una ídola de adolescentes, aunque hoy apenas se la recuerda. No obstante, el problema principal que tiene en este momento es que desde una de sus rupturas amorosas no pudo volver a mojarse por ningún otro hombre, perdió todo tipo de excitación y eso se ve reflejado también en su carrera de cantante. En la película que escribe y dirige Che Sandoval, el sexo funciona como motor de su protagonista. Una noche, después de que Martina se escapara de un show antes de terminar, recibe la visita de una joven que dice ser una gran fan suya, Francisca, pero además le dice que la está buscando porque cree que son hermanas. Martina no le cree en absoluto y la termina echando y todo quedaría ahí si no fuese porque entonces aparece su novio que la viene a buscar. Un muchacho joven y atractivo que despierta en ella todo eso que creía haber perdido. Lo que siente Martina, lo que siente ahí en su entrepierna, no es cualquier cosa, no puede dejarlo pasar. Entonces, Martina viaja a Chile a buscarlo y se arma una especie de triángulo amoroso, porque la relación entre César y Francisca va y viene. Cuando se encuentra cara a cara con Francisca, Martina termina, de manera inconsciente, haciéndole creer que viajó para poder hacerse el preciado ADN y comprobar si son o no hermanas. Con mucho ritmo de screwball comedy, Sandoval presenta una comedia verborrágica que sigue a su protagonista y su caótica vida y forma de ser en medio de un viaje que resulta algo más que literal. Con Francisca, esa joven a la que en primera instancia no soporta y con quien luego irá creando una intimidad, y lo que la rodea, el padre interpretado por Patricio Contreras, y un curioso migo extranjero. La protagonista de "Dry Martina" es una mujer desprejuiciada, que utiliza el sexo como liberación y cuya insatisfacción la deja trabada. Su vida se encuentra como en una especie de limbo actualmente. Su madre no está, su padre está en coma; y aparecen Francisca y su novio y le revolucionan todo el interior. Hay en esta película también mucho de choque entre culturas. Así como los protagonistas se mueven entre Argentina y Chile, esto da pie a chistes o comentarios que no funcionan igual en un lugar que en otro. Y acá es donde el título funciona a la perfección. Antonella Costa es el eje y alma de la película. Seductora, manipuladora pero también a veces frágil aunque lo disimule y lo niegue. Por momentos es como una de las adolescentes que fueron sus grandes admiradoras. Y además canta y resulta hipnótica hasta el final de los créditos. Estamos entonces ante una película divertida y entretenida, pero también algo amarga por momentos. Un film que expone la necesidad de armar vínculos, de formar parte de una familia sin que familia implique necesariamente lazos sanguíneos.
"Dry Martina" se centra en los avatares de una cantante en mala racha y de mal genio a quien, para colmo, se le pega una fanática que dice ser su media hermana. Lo bueno, pero sólo para la cantante, es que esa cargosa tiene un novio capaz de eliminarle el "dry" sin mayor cargo de conciencia. Por ahí va uno de los enredos, todos ellos con bastante nervio, mucho diálogo franco de orden sexual (más bien desorden sexual) y mucho movimiento, planos cerrados y "mezclas dialectales", ya que la historia transcurre a ambos lados de la cordillera. Protagonista, Antonella Costa. Autor, José Manuel Sandoval, alias Che Sandoval, muy elogiado en el Bafici.
Un film desafiante y polémico sobre lo que le ocurre a una cantante que perdió su éxito y su deseo y que busca desesperadamente un poco de amor disfrazado de satisfacción. El cine de Che Sandoval, fresco, potente, irreverente y lleno de fuerza, encuentra en la ductilidad, belleza y talento de Antonella Costa a la interprete perfecta. Nadie mejor que ella para darle vida a ese ser que perdió la vocación, que experimenta una frigidez devastadora, y que se aferra a una pasión y a una improbable hermana que la reclama, como motor para huir hacia delante, a Chile. La comedia de enredos avanza entre el deseo reencontrado, una banda homenaje a su fama, que no la reconoce, y un vínculo familiar que no existe pero que crea nuevos lazos. Pero además esa protagonista desafiante utilizara su seducción, como un arma contra la desesperación y para hacer retroceder violentamente al machismo que la circunda. Un film entretenido, hecho desde el punto de vista de la mujer, que retrata toda la dimensión de una soledad tan desesperada como sus hermosas canciones.
Martina -Antonella Costa- es una mujer libre. En la primera escena de Dry Martina canta, en un club, y cantando se escapa, micrófono en mano, hasta meterse en un taxi y huir sin explicaciones. Sabremos que la mujer tuvo un momento de éxito, plasmado y pósters y camisetas de fans, pero ahora transita, con indolencia, entre la cama de hospital donde su padre está en coma, la búsqueda de su gata perdida y un apetito sexual que le despierta un joven chileno, talentoso en la cama. ntre Buenos Aires y Chile, Martina irrumpe en la vida de distintos personajes sin pedir permiso, como impulsada por su deseo sin filtros, y aunque esos personajes incluyan a una posible hermana y a un posible padre biológico. Pura intención de irreverencia, capaz de de meterse con asuntos supuestamente duros con el mismo desparpajo con el se ríe -el personaje- del sexo de mala calidad, Dry Martina es una película curiosa y desprejuiciada. Se la puede acusar de snobismo, pero se anima a ser distinta. Y aunque cueste empatizar, involucrarse a fondo con sus personajes, termina hasta por transmitir una emoción sutil.
Al director chileno Che Sandoval le gustan los extremos. Así lo muestra en "Dry Martina", su tercera película en la que explora temas relacionados con la sexualidad, tal como lo hizo en "Te creís la más linda" y "Soy mucho mejor que voh". En "Dry Martina", que protagoniza la argentina Antonella Costa, se trata de una cantante que fue famosa en los 80. Martina conoció el sexo en la adolescencia y solamente dejó de practicarlo cada vez que tenía una oportunidad durante los tres años en los que estuvo enamorada y se mantuvo fiel a su pareja. El problema fue que cuando quiso retomar su sexualidad después de que la relación terminó. A partir de ese momento su cuerpo se reveló y tuvo una transformación dramática: "Me sequé", define Martina cuando habla de su, hasta ese momento, insólita y desconocida ausencia de deseo. Pero eso se revierte cuando conoce a un chileno al que, después de un encuentro fugaz en Buenos Aires, decide visitar en Santiago. Aunque él volvió a su país con su novia, no le impide volver a tener sexo con Martina, mientras su novia -una fan de Martina que está convencida de que son hermanas- mantiene un romance con un mochilero. Pero luego de cruzar la cordillera no sólo el cuerpo de Martina experimenta una transformación. El viaje resulta transformador también para sus sentimientos, un territorio apenas explorado en su vida. En ese punto la película de Sandoval toma otro rumbo y, sin perder de vista lo que el director llamó en una entrevista "el misterio de la sexualidad", comienza a plantear de qué manera los sentimientos se pueden articular con el deseo sin anularse mutuamente.
El director chileno Che Sandoval (Te creís la más linda, pero erís la más puta y Soy mucho mejor que voh) presenta su nueva película Dry Martina. El relato comienza con Martina, una cantante argentina que ha conseguido un éxito pero que después de un quiebre emocional deja el canto. Una noche toca a su puerta Francisca, una chilena fanática de ella que le dice que es su hermana perdida y que tiene que ir a Chile para conocer a su verdadero padre. La acompaña su pareja César, quien no tardará en encontrar una relación amorosa con Martina y ella en desear estar con él a toda costa. La tercera película del director abandona los puntos de vista masculinos para centrarse en dos protagonistas femeninas: Martina (Antonella Costa) y Francisca (Geraldine Neary o Dindi Jane). Ambas actrices entienden perfectamente sus papeles, no sólo porque funcionan y están bien escritos en el relato, sino porque impregnan de simpatía a sus personajes. La historia atraviesa varios puntos, desde el deseo hasta los conceptos de familia. Habla del sexo como un arma más que como una consecuencia del amor. Profundiza en el vacío emocional de la protagonista que sólo puede ser llenado por diversos hombres que entran en su vida. Esta espiral descendente, pero a su vez cíclica del relato, podría ser contada como un drama pero Sandoval elige el humor negro.
Martina (Antonella Costa) brilla en el escenario. Brilla con su vestido claro, su peinado estilo años veinte, y su maquillaje. Incluso el micrófono brilla y, a través de él, se oye su voz que canta un tema de Juliana, su madre famosa ya fallecida. Sin embargo Martina no puede con la canción,
Esta road-movie va mostrando los conflictos que sufre una mujer que pasó los 30 años y se encuentra atravesando una crisis emocional.El personaje en cuestión es una cantante que huye del escenario en plena función (la actriz ítalo argentina Antonella Costa, “Fermín”), es una diva pop con algunos hit y tiene algunos seguidores. Vive una serie de situaciones incomodas, su padre está en coma hace un año, ella lo visita y le habla y se niega a dejarlo morir, vive en un departamento con una gata en celo, cuando intenta castrarla esta se escapa, ella tiene problemas sexuales, se siente muy sola, vacía, pero su vida tiene un giro cuando aparece una joven chilena que asegura ser su media hermana Francisca y César (Pedro Campos) el ex novio de Francisca, no tarda en enredarse sexualmente con Martina. Martina es aventurera, es frontal y avanza con lo que quiere, a su vez es frágil, el viaje que realiza le da cierta esperanza de encontrar una familia, un mundo nuevo, está sedienta de amor de las personas, porque lo dice desde título de la película, dry es seco y Martina es un trago que estuvo de moda. Se van utilizando buenos planos, sumadosa la muy buena interpretación de Antonella Costa, en un film prolijo, audaz y provocador. Contiene algunas metáforas y resulta ser una comedia negra.
Dry Martina es el tercer largometraje del realizador chileno Che Sandoval. A diferencia de su films anteriores (Te creís la más linda (pero erís la más puta), Soy mucho mejor que voh), la protagonista de esta historia es una mujer. Martina, interpretada por la argentina Antonella Costa, es una cantante de pop argentina que tuvo su momento de fama y, si bien ahora no está pasando su mejor etapa, supo ser lo suficientemente conocida como para que exista una banda que se dedique a realizar covers de sus canciones…en Chile. Ella es sin dudas una mujer sensual, sexual, su imagen está construida desde la atracción y el deseo. Sin embargo, en su vida privada no hay tal fuego, no hay tal pasión. Martina no consigue que nada la caliente, está, como se encarga de referenciar el título, seca. Un día se le aparece en la puerta de la casa una chica chilena, Francisca (Dindi Jane) que la sigue después de uno de sus conciertos para revelarle que es su hermana. Pero Martina no quiere saber nada acerca de una supuesta hermana y se deshace rápidamente de ella, no sin antes echarle el ojo a su novio, César (Pedro Campos), por quien siente toda la atracción sexual que no venía sintiendo hace tiempo. Su conexión con César resulta una especie de revelación milagrosa, él es la solución a su problema. Por este motivo lo persigue y lo encara, van a su casa y tienen una noche maravillosa. Pero, al día siguiente, el muchacho chileno se vuelve a su país a pesar de la determinación e insistencia de Martina para que se quede con ella. Entonces, resuelta a no quedarse sin su santo remedio, decide ir a Chile a buscarlo. Martina dice que en la cama es el único lugar donde se siente libre. La pérdida de esa libertad le dejó un enorme vacío que no sabe cómo llenar y ahora que el único hombre que la calienta no quiere saber nada más con ella, se encuentra desesperada. Se acerca a su supuesta hermana para poder estar cerca de César pero finalmente establece una especie de amistad con ella y con su padre (Patricio Contreras)que no está lejos de parecerse a un vínculo familiar. Dry Martina está atravesada fuertemente por costumbrismos tanto chilenos como argentinos. Muchas escenas están escritas de modo que el tematizar sobre las diferencias de lenguaje, expresiones cotidianas y modos del habla, es lo que hace que los personajes vayan encontrando una forma de comunicarse, de conectar. En muchas escenas es en ese punto donde se introducen las situaciones más cómicas de la película, debido a las confusiones y malentendidos que se generan. Todos los personajes de la película se caracterizan por tener un carácter fuerte y avasallante, especialmente en el caso de las mujeres. Tanto Martina como Francisca van de frente, encaran lo que quieren, buscan satisfacer sus deseos y caprichos como sea. Sin embargo, esta actitud parece responder a una necesidad de evitar algunas duras realidades, sobre todo la soledad.
La tercera película del realizador chileno radicado en la Argentina es una comedia amarga que hace uso de las diferencias culturales entre ambos países para trazar la historia de una cantante que cruza la cordillera (Antonella Costa) siguiendo a un hombre que le gusta y en Santiago se topa con una inesperada serie de sorpresas. La tercera película del realizador chileno radicado en la Argentina utiliza esa temática (el ir y venir de uno al otro lado de la cordillera, las diferencias de lenguaje y personalidad entre los habitantes de ambos países) para trazar el retrato de una mujer, la Martina del título, encarnada por Antonella Costa, en plan diva de la música, en un momento de su vida en el que ya no es tan exitosa como supo ser. Su vida está marcada por algunos problemas –padre en coma, dificultad para vivir plenamente su sexualidad, de ahí el primer significado del “dry” del título– pero gracias a una personalidad avasalladora se las arregla para salir adelante negando los problemas y buscando compañías sexuales ocasionales. Uno de esos encuentros la modifica por partida doble: una chica chilena que es muy fan suya la persigue diciendo que es su medio hermana pero a Martina le interesa más el novio de ella, con quien termina teniendo un sexo más apasionado del que acostumbra. Eso la lleva a perseguirlo a Chile donde termina enredada en una trama familiar más complicada de lo que suponía. DRY MARTINA, con el acostumbrado humor ácido y veloz del realizador de SOY MUCHO MEJOR QUE VOS, es comedia un tanto amarga sobre los afectos inesperados, la soledad que se teme, el sexo como escape, la negación y la necesidad de armar algún tipo de “familia” (real, sustituta o imaginaria) para sobrevivir. Costa brilla en un papel armado para su lucimiento en el que se la ve cantar, manipular a hombres y mujeres por igual y tratar de llevarse el mundo por delante como sea, tapando cualquier cosa que se parezca al dolor. Sandoval también pone en juego esas diferencias culturales entre lo que para él son argentinos más decididos y frontales respecto al sexo y chilenos más conservadores y tradicionales. En ese choque de valores, de terminología y de acentos (otra gran actuación es la de Geraldine Neary como su fan y posible hermanastra) logra otra muy buena comedia de personajes que utiliza la risa y el timing cómico para tirar algunas amargas aunque finalmente esperanzadoras ideas sobre las personas.
NO TODO ES SEXO Dry Martina comienza siendo lo que podríamos llamar (y quizás sea menos un subgénero que un manierismo) una película “cachonda”; esos relatos en donde todo parecería pasar por y a través del sexo; todos los personajes tienen o van a tener sexo con quien se le cruce. Todas las conversaciones están atravesadas por la libido y nada más pareciera importar en la vida. En los Estados unidos esa característica es casi exclusivamente privativa de cierto cine de adolescentes, algunos thrillers como Criaturas salvajes e incluso alguna relectura del policial negro como la genial Zona caliente (The Hot Spot), de Dennis Hopper. Mientras la película transita esa tesitura no es más que una comedia un poco irreverente. Sin embargo sus chistes funcionan muy bien e incluso no depende de ellos para lograr su comicidad, si nos reímos tanto mejor, pero de no hacerlo el relato sigue su curso de manera natural. No es un dato menor el hecho de que Martín Rejtman figure como asesor de guión. En ese aspecto destacan los chistes en torno al lenguaje y el diferente uso de los términos entre argentinos y chilenos. Avanzando el metraje lo que es comedia se vuelve cada vez más dramático, aunque estos dos tonos convivan desde el inicio. Entonces, lo sexual se vuelve más problemático y menos cómico. En este aspecto, es de destacar que los personajes que llevan adelante las pulsiones son las mujeres, ellas portan la libido y los hombres se sienten o abrumados o apenas pueden aguantarles el ritmo. El sexo frente a cámara, a pesar del apelativo con que definí el filme al comienzo, no es para nada gratuito. Cada acto sexual aporta a la trama y hace avanzar la historia, no es sólo mostración. El núcleo dramático no pasa por el periplo sexual de sus protagonistas sino que está todo en el pasado: una mujer que busca a una cantante argentina con la sospecha de que es su hermana. En general, los dramas que tienen su centro en lo pretérito suelen resolverse en largas y tediosas secuencias de diálogos que explican lo no visto o en un flashback no menos vulgar. Dry Martina acierta en poner ese conflicto en segundo plano dejando la acción al frente. Esto no quiere decir que no haya diálogos referentes a ese drama, los hay, pero cortitos y bien diseminados a lo largo del relato, como pequeñas piezas desparramadas de un rompecabezas. Con mucha pericia técnica y unas actuaciones que dan bien en el tono de comedia ácida desembozada y drama, la película de Che Sandoval es una extraña sorpresa dentro de lo que suele verse en este tipo de festivales donde la solemnidad y el manierismo muchas veces esconde flaquezas narrativas o la triste certeza de que hay directores que no tienen nada para contar. Por Martín Miguel Pereira
La conquista, el ir al frente, siempre directo al grano, insistir, presionar, etc., para que la chica lo acepte, culturalmente fue una costumbre del hombre. Pero, en este caso, la situación se invierte, porque es Martina (Antonella Costa) quién lleva la iniciativa ante el varón. Che Sandoval se centra en la vida y obra de la protagonista, que es cantante y compositora que tuvo su época de mayor popularidad en los años ´90, y actualmente continúa haciendo presentaciones en vivo. Martina tiene un buen pasar económico, su padre está internado en estado de coma, hace tiempo que no tiene pareja, no porque no quiera o no tenga oportunidades, todo lo contrario, ella es joven, muy atractiva y destila sensualidad a su paso, pero su problema es que perdió el deseo sexual, ya no se excita como antes y eso la frustra aunque no la deprime. Hasta que aparece en la puerta de su casa una chilena llamada Francisca (Geraldine Neary) que dice ser fan suya, pero no lo hace sola, la acompaña su novio César (Pedro Campos), y Martina queda enloquecida con él. A partir de aquí la cantante toma el impulso para acercársele y consigue lo que desea por partida doble, al chico que le gusta y, sobre todo, volver a excitarse. Antonella Costa compone un papel a su medida para lucirse. Es muy jugado, porque interpreta a una chica decidida, desprejuiciada, que utiliza un lenguaje directo, procaz, sin eufemismos, que no estamos acostumbrados a escucharlo a través de una mujer. Su cuerpo es un arma de seducción, lo exhibe sin pudores porque está segura de sí misma y de lo que necesita. César prioriza su vida y vuelve a Chile, la protagonista no lo duda y lo sigue. No sólo lo encuentra a él, sino también a Francisca que tiene la idea de ser su hermana. El realizador empodera las acciones de la protagonista, la destaca, resaltando sus virtudes como cantante de sus propias canciones, como parte de la banda sonora de la película, mientras que, por otro lado, entabla una relación cuasi familiar con su fan y su padre, Ignacio (Patricio Contreras). En todas las escenas se dice lo justo y preciso, no se excede en contar cosas que no aportan a la historia. Lleva un ritmo alocado, como las actitudes que caracterizan a la protagonista. Porque ella, así como es, se la toma o se la deja, no hay opción. Quienes están a su lado no siempre son capaces de seguirla, pueden terminar asfixiados, de tal modo que resulta contraproducente para establecer un vínculo amoroso estable. Como tantas veces le pasó.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.