La balada pertenece a un género musical que está asociado a la poesía. La balada romántica, en tanto, es aquella basada en un hecho específico, y puede incluir la variante de estar compuesta solo por acordes, sin letra. Desde el surgimiento de bandas de rock ’n’ roll vinculadas a comunidades de surfers o motoqueros (guerreros en el agua o en las rutas), se suele combinar la balada con un acorde particular característico y altisonante que cambia radicalmente su estructura original; este es fácilmente reconocible y muy frecuente en las escenas de motos en el cine. El Motoarrebatador comienza con una escena que incluye una balada, una moto y la imagen de un motoquero (luego sabremos que se llama Miguel; no lo denominaremos motochorro sino arrebatador, ya veremos el motivo). La moto es el caballo de batalla para salir a ganarse el mango y arrebatar. Presentados el vehículo y su conductor, el film continúa mostrándonos al secuaz (personaje que luego tendrá incidencia en una escena clave). Juntos, marcan a una señora que va a un cajero automático durante esas horas muertas y calurosas de la tarde tucumana, locación que por su periferia se asemeja a la de un pueblo fantasmal de western de antaño. Tras el arrebato, la cartera queda aferrada a la señora, hecho que produce un arrastre del cuerpo por varios metros, dejándolo inconsciente y tendido sobre la vereda. A pocos días de esto, el arrebatador, por alguna razón no desarrollada pero que bien podría inferirse sobre la idea de una imagen materna que no está presente en la historia (o vaya uno a saber por qué), regresa al lugar, se dirige a una guardia de hospital y pregunta por la mujer; él sabe su nombre ya que tiene las pertenencias. Mientras que la víctima pasó a un estado inconsciente, el victimario pasará a un estado opuesto. ¿Por qué motoarrebatador en vez de motochorro? Luego del incidente inicial, la temática criminal desaparece, Miguel no vuelve a delinquir salvo en una escena que refleja la situación generalizada de western en el territorio tucumano. Miguel no roba sino que arrebata una identidad que no es la suya, y todo el relato gira alrededor de dicho aspecto; afuera quedan la moto, el robo y todo lo demás. Es el vínculo entre el arrebatador y la mujer lo que toma fuerza en la trama y cambia por completo el destino al que se dirigía el film. Agustín Toscano, el director, ya había codirigido Los dueños, que fue gratamente recibida en Cannes. Su talento es indiscutible y su búsqueda continúa, afianzando conocimiento y experiencia al contar una historia pequeña y minimalista en su Tucumán natal. Miguel y la señora, al igual que en una balada, se funden como el acorde y letra que definimos. Por momentos, sin siquiera darnos cuenta (ilusos nosotros y conscientes ellos todo el tiempo). Ninguno de los dos, en el final, resulta ser quien pensábamos que era.
Buscando una salida El segundo largometraje del realizador argentino Agustín Toscano y el primero en solitario, responsable del opus Los Dueños (2013) junto a su colega Ezequiel Radusky, es una comedia dramática de gran sensibilidad y profundidad sobre las heridas sociales y las vidas atravesadas por las grietas que dividen a los sujetos ensimismados en sus imaginarios sesgados por los enfrentamientos promovidos por aquellos que detentan el poder para desviar la atención de sus políticas de desigualdad social. El Motoarrebatador (2018) comienza con una escena de violencia en la ciudad de San Miguel de Tucumán. Dos hombres en una moto intentan arrebatarle la cartera a una mujer de mediana edad que acaba de salir de un cajero automático. Cuando ella se aferra a sus pertenencias los ladrones la arrastran varios metros por la calle hasta que la mujer queda inconsciente y se dan a la fuga no sin que antes Miguel (Sergio Prina), el conductor, pare la moto atribulado por el acto que acaba de perpetrar en señal de que algo se ha roto en su código ético. Sustraer algo debido a la necesidad de mantener a su hijo, proveer a su familia ante la desocupación es una posibilidad pero lastimar ya es demasiado. El remordimiento de Miguel hará que indague en la identidad de la mujer, Elena (Liliana Juárez), quien se encuentra internada en un hospital público y ha perdido la memoria tras el traumático incidente. Miguel se presenta como un inquilino de Elena y comienzan una relación de amistad cálida y cómica, no exenta de exabruptos, roces cotidianos y reproches. El film está construido alrededor de una trama social de crisis y desintegración de las instituciones, características que siempre encienden el termómetro social argentino después de alguna agitada temporada neoliberal, que esconde un saqueo rapaz por parte de los funcionarios de turno a través de las empresas que representan. En este caso el caos se desata a partir de una huelga policial que deja vía libre a los saqueos de negocios, remitiendo directamente al clima político y social de 1989 y 2001, al que en la actualidad nos acercamos a pasos agigantados y esta vez con plena conciencia del abismo que nos espera, un contexto ideal para exponer a sus personajes a la realidad de una Argentina siempre al borde de la ruptura de los contratos sociales. A partir de un episodio familiar que lo llevó a reflexionar sobre la cuestión de la inseguridad, eje de un problema social producto de la desocupación, la subocupación y la degradación de la noción de trabajo y del entramado social, tejido desgarrado por las políticas monetaristas neoliberales, Toscano analiza con gran emotividad la relación entre un ladrón arrepentido y su víctima desde un humanismo que cuestiona los roles asignados por los prejuicios de victima t victimario y las manipulaciones y reduccionismos a los que nos quieren acostumbrar los medios masivos acerca de la temática en cuestión. Las maravillosas, expresivas y emotivas actuaciones de Sergio Prina y Liliana Juárez, dos intérpretes muy versátiles, crean a dos personajes en una relación de amistad imposible que rompe todas las barreras que la cultura de la división siembra en un relato que además cuestiona el carácter de la propiedad privada, las visiones sesgadas y los andamios de un sistema siempre a punto de colapsar por sus propias paradojas. La música de guitarras afligidas de Maxi Prietto, líder de la banda Los Espíritus, impone un ritmo de balada dura, enfática y ampulosa, del estilo del western clásico, a unos personajes cuya coraza se va desprendiendo hasta que se abren completamente el uno al otro desde la vulnerabilidad más absoluta. En El Motoarrebatador Toscano demuestra con una extraordinaria vitalidad la capacidad del cine de reflexionar sobre la realidad desde las posibilidades de la ficción con escenas expresivas e inquisitivas que buscan retratar las contradicciones y las visiones de los protagonistas sin condenarlos ni exonerarlos para sacarlos de los lugares comunes y encontrar los problemas que les impiden escapar del círculo vicioso que los arrastra.
Eufemismos y contradicciones. Hace menos de una semana circula desde los medios la captura de una cámara de seguridad de un barrio. Una anciana camina por la calle tras haber extraído de un cajero automático lo que se supone son billetes, una moto con dos sujetos con casco se acercan de manera violenta y en plena marcha uno de ellos arrebata la cartera de la señora, y la arrastra, dado que su brazo queda atrapado sin poder soltarse de ella hasta quedar desparramada en el suelo. El motoarrebatador, segundo opus de Agustín Toscano, nos introduce en la misma escena, claro que con un ángulo cinematográfico y un cuidado estético en la forma que dista mucho de la captura de una cámara de seguridad. El fenómeno es el mismo, cambian los eufemismos, para los medios es otro ejemplo de delincuencia perpetrada por moto chorros, para el cine de Agustín Toscano un arrebato perpetrado por un chofer de motocicletas, al mando del manubrio en una situación tensa junto a su acompañante, en un acto de destreza física que lo expone también a la caída, aunque es justo decirlo la víctima que cae arrastrada se convierte rápidamente en el nexo movido por la culpa del protagonista. De inmediato, entonces, la idea de cambiar de ángulo y por ende de punto de vista corre el eje del fenómeno para sumergirnos en un relato que busca la empatía sin agregar apuntes de orden moral o algún que otro valor por encima de lo que se ve. Si bien la sutileza en ese minimalismo que abandona los subrayados o las bajadas de línea encuentra sus mejores herramientas en la traspolación de un western urbano en el contexto de una huelga de policías en la provincia de Tucumán, hecho verídico que dejara por el lapso de unos días liberada la calle para que la turba ensaye la mejor expresión de anarquía, camuflada de necesidades y oportunismo ante un escenario donde reina la impunidad, la película de Agustín Toscano no evade las aristas sociales que raspan la cáscara del vínculo entre víctima y victimario. En ese sentido, la ausencia de maniqueísmos deja que el relato crezca a nivel dramático y fluya sin necesidad de forzar situaciones o introducir subtramas entre vueltas de tuerca para que el círculo cierre y lo lineal no se vea afectado o contaminado de especulaciones en el guión. Así las cosas, con pocos elementos y personajes bien construidos -tridimensionalmente hablando- El motoarrebatador convierte el robo en arrebato y el arrebato en usurpación, la usurpación en las historias sobre segundas oportunidades, en el marco de una realidad donde los eufemismos sobran y las distorsiones entre causas y consecuencias se ocultan en cualquier tipo de discurso hipócrita o ideología, como ya ocurría en la opera prima Los dueños.
La inseguridad en la Argentina no es una sensación, sino una realidad que puede percibirse en las calles. No hace falta aventurar en calles desconocidas para encontrarse con algún tipo de asalto. En “El motoarrebatador” se refleja claramente esta situación cotidiana. Agustín Toscano, director y escritor de la película, nos trae un muy buen producto de tierras tucumanas. Como bien se expresa en el título, se cuenta la historia de un motoarrebatador llamado Miguel Ángel (Sergio Prina) que, en compañía con El Colorado (Daniel Elías), asaltan a Helena (Liliana Suárez) a la salida de un cajero automático. Luego de consumado el robo, la mujer termina internada por múltiples lesiones y Miguel se siente culpable por lo cometido. Por esta razón, intenta redimirse no sólo con ella, sino que busca enderezar su vida, esquivando el camino del delito. La fotografía de este largometraje es sumamente cuidada y acertada para representar una historia triste, teñida por momentos de humor. La dirección de Agustín Toscano puede atrapar por completo al espectador en la película o directamente repelerlo. En ese sentido, el film es una experiencia interesante. Sin embargo, el guion no es convincente. No existen huecos en el mismo, pero las resoluciones de los conflictos en cuanto a motivos en la trama no atraen, ya que se sienten poco realista; en una cinta donde la verosimilitud es vital, aquel aspecto disminuye el resultado logrado. Las actuaciones principales de Sergio Prina y Liliana Suárez son sumamente dignas y para respetar. Ambos logran imprimirle a sus respectivos personajes un carácter que los forma como gente que puede encontrarse en las calles. En otras palabras, sus actuaciones están al nivel de lo cotidiano y, en una película donde la inseguridad y la realidad son las vértebras argumentales, significa mucho. De Tucumán al Festival de Cannes de este año, “El motoarrebatador” se alza como una película que sorprende. Con actores poco conocidos, el film es sumamente respetable y una buena recomendación para aquellas personas que no están familiarizadas con el cine argentino por cualquier motivo existente. Agustín Toscano, en su primera prueba como director solitario de cine (nota: dirigió “Los dueños” con Ezequiel Radusky en 2013), sin dudas, sale airoso de tal aventura.
El Motoarrebatador: Maleante arrepentido. Una de las películas argentinas que nos representó en el Cannes 2018 explora la vida de un motochorro arrepentido que busca un lugar para cuando su hijo se quede con él los fines de semana. Sin ser una comedia, es una película que fácilmente encuentra la risa en sus situaciones. Siendo las risas en los dramas uno de los aspectos más autóctonos de nuestro cine nacional, estamos en condiciones de asegurar que El Motoarrebatador fue un más que apropiado representante argentino en el festival de cine más prestigioso del mundo cuando compitió en la Director’s Fortnight de la edición de Cannes de este 2018. Un ladrón arrepentido logra ubicar el hospital en el que reside su última victima. Afortunadamente para él, la señora perdió la memoria, aunque más propicio es que su casa ahora se encuentre vacía y disponible, para que él un motochorro sin techo, reciba las visitas de su hijo los fines de semana. Un relato crudo y realista que por momentos se ganara alguna sonrisa, pero que se encarga de retratar apropiadamente a una persona que esta atrapada en un submundo criminal a pesar de sus intentos por salir. Su director, Agustín Toscano, esta formado en la escenas tanto de cine como de teatro en Tucumán. Un valor evidente cuando vemos la cualidad natural de los diálogos y escenas de este, su primer esfuerzo como director en solitario tras su co-debut en Los Dueños (2013), que le valió su primer presencia en Cannes. Siempre caminando sobre la linea entre la improvisación y un guion trabajado aunque realista, en la que afortunadamente la mayoría de las secuencias son evidente resultado de una combinación de ambos procesos que termina por entregar un guion tan autentico como cautivante. Mostrando una evolución de un estilo (quizás excesivamente) naturalista y teatral, la cinta muestra más que ocasionalmente detalles técnicos que logran darle un color más cinematográfico. Movimientos de cámara, planos compuestos al detalle e incluso algún plano secuencia condimentan a la perfección una película en la que la prioridad siempre la tienen sus personajes. Podrá tomar un desvío por momentos, pero siempre tiene en claro que se trata de una persona sin las herramientas para cambiar su vida como le gustaría. Aunque la historia definitivamente se centra en el arrepentido motochorro, también es evidente que la película termina rindiéndose ante el dúo protagónico de Sergio Prina y Liliana Juarez casi por igual. La labor del elenco en general resulta más que destacable, pero son ellos quienes terminan de darle el alma a la cinta. Un film que logra juntar todo tipo de sensaciones enmarcadas históricamente en los saqueos que sufrió la provincia de Tucumán en 2013. Lejos de llevarse puesta la trama, el contexto solo sirve como percha para colocar un relato valioso y exhaustivo que se encarga de entretener mientras lleva al espectador por el viaje de una persona cansada que busca desesperadamente un cambio que terminará encontrando de la forma menos pensada
Dos personas montan una moto y observan a la distancia cómo una veterana mujer saca plata de un cajero automático. Cuando sale, uno de ellos trata de quitarle la cartera, pero la señora no la suelta y comienza a ser arrastrada a toda velocidad hasta que queda tirada sobre el asfalto. Los ladrones van hasta un basurero ubicado en las afueras de la ciudad de Tucumán, buscan la billetera y se dividen el botín. Sin embargo, uno se quedará también con el documento de la víctima. Así, con una secuencia poderosa y brutal, comienza El motoarrebatador. El conductor de la moto es Miguel (Sergio Prina), separado (se lleva bastante mal con su ex pareja, aunque de vez en cuando tienen algún encuentro sexual) y padre de un chico de 11 años al que ve a lo sumo un par de días a la semana, que se gana la vida con ese tipo de robos en una ciudad como la de Tucumán que está en estado de caos por una huelga de policías y una seguidilla de saqueos. Es decir, el contexto ideal para todo tipo de robos. Pero a Miguel el arrebato le resultó demasiado violento y -dominado por la culpa- acude al hospital y descubre que Elena (Liliana Juárez) ha quedado con amnesia casi total. Así, sigue visitándola todos los días haciéndose pasar por un familiar (el único que la acompaña hasta que aparece una vecina interpretada por Mirella Pascual). ¿Encontrará en ese engaño, en esa mentira piadosa, una forma de ayudar, de redimirse, de tener una segunda oportunidad? Ese es el planteo moral que está en el corazón de un film que describe la progresiva degradación, un descenso a los infiernos personales de un victimario que es también víctima del estado de las cosas en una Tucumán tensionada y agobiante. Con un registro que por momento remite al cine de los hermanos Dardenne y en otros al de Pedro Almodóvar (por los equívocos propios de la amnesia), y con un impecable elenco de actores tucumanos con los que Toscano viene trabajando desde hace tiempo también en teatro, El motoarrebatador resulta una potente, contradictoria, provocativa, incómoda y al mismo tiempo estimulante combinación entre tragicomedia y thriller psicológico con familias escindidas y crisis afectivas en medio de esos fuertes conflictos sociales. Un acercamiento a la angustia existencial y a la candente problemática de la inseguridad sin estigmas ni prejuicios y con una bienvenida mirada humanista.
Escrita y dirigida por Agustín Toscano, la película participó en la sección Quincena de Realizadores de la 71° edición del Festival de Cannes, y expone temas actuales: la violencia cotidiana, la crisis social y un hecho delictivo que deviene en una relación que se teje entre el victimario y su víctima. El Motoarrebatador se sitúa en la ciudad de San Miguel de Tucumán, cuando dos motochorros esperan a una mujer a la salida de una cajero para robarle la cartera. Como la víctima no la suelta, la arrastran salvajemente y la dejan inconsciente en la calle. Sin embargo, Miguel -Sergio Prina- el conductor de la moto se interesará por Elena -Liliana Juárez-, la víctima que ha perdido la memoria y que está internada en un hospital público. Este es el punto de partida de la segunda película de Toscano que aborda la marginalidad desde un costado humano y expone el destino de los personajes que se debaten entre secretos y contradicciones. Sin una postura moral que los juzgue, la propuesta narra dos vidas opuestas que se unen en una amistad poco probable a través de una historia lograda y bien actuada que alcanza momentos dramáticos -como el salvaje robo del comienzo- y con algunos toques de humor. En el transcurso del filme, Miguel pasa del rol de victimario a ser el "inquilino" de Elena, un hombre desesperado que roba para poder mantener a su hijo de once años, haciéndose pasar por un familiar de Elena, quien necesita cuidados, atención y se abre a una relación en medio de la profunda crisis social que azota Tucumán mientras Miguel intenta con su accionar lavar su culpa.
Curiosamente se estrenan dos películas con una temática similar, en medio de la violencia, el dolor y la desesperación, dos personas asumen un rol diferente al que se imaginaban para sí mismos y se relacionan con sus victimas y victimarios. En “El motoarrebatador” algunas pinceladas de realismo circulan por un guion que habla de la soledad y el miedo a perder una vez más todo, sabiendo que ese “todo” es nada. En “Matar a Jesús” en cambio, la protagonista sufre por una gran pérdida, pero decide tomar cartas en el asunto hasta que ya no puede seguir dando pasos sin tropezarse con sus propios
La culpa y el sentido de pertenencia. Sobre esos dos ejes gira toda El motoarrebatador. Miguel es uno de los dos motochorros que vieron a una mujer mayor sacar dinero de un cajero automático, le arrebataron la cartera, pero se quedó aferrada a ella y la arrastraron varios metros por la calle. Elena queda inconsciente, los ladrones huyen y en un basurero en las afueras de la ciudad de San Miguel de Tucumán se reparten el botín. Pero el sentimiento de culpa de Miguel es mayor que lo que ganó, y se preocupa por saber qué pasó con Elena. Tiene su documento, va a verla al hospital y advierte que la mujer padece una amnesia casi total. Se hace pasar por un allegado. Y va a vivir a su casa. Y como en Los dueños, la película que Agustín Toscano había codirigido con Ezequiel Radusky, hay alguien que cree que puede poseer lo que es de otro. Miguel, que tiene una pésima relación con su ex, y un hijo de 11 años al que ve de vez en cuando, tiene algo en común con Elena. Son dos seres que (sobre)viven como pueden. El entorno el contexto tampoco ayudan. En Tucumán hay una huelga de policías, los saqueos son cosa de todos los días y el robo perpetrado por Miguel es sencillo. Pero a partir de allí, y cuando Elena regrese aún sin memoria a su casa, la película pegará otro giro más. Y lo social pasa a un segundo plano. Lo que interesa en verdad son Miguel y Elena. Esa relación, que pende de un hilo -el de la memoria de ella- y también de cómo se fortalezca, o no, ese vínculo que nace entre estos dos casi perdedores. Toscano no los muestra cómo son, o mejor, sí: tienen cosas ocultas, la cámara los sorprende y ellos dialogan a partir de lo que pueden, más de lo que quieren. Así como Miguel es empujado al delito por la tensión social, también trata de redimirse -en un comienzo- y sabe que lo que hizo no está bien, Elena tendría lo suyo. Relato social, pero primordialmente intimista, El motoarrebatador tiene un aire a los filmes de los hermanos Dardenne. Por los personajes, por las ambigüedades, por querer encontrar un mundo mejor que en el que viven. Sergio Prina y Liliana Juárez están más que bien en sus papeles. Son roles de gente común, pasando circunstancias extraordinarias, sin dejar de ser ellos mismos.
Tucumán, la ciudad más pequeña y superpoblada de la Argentina, es el escenario principal de la segunda película de Agustín Toscano ( Los dueños), que llega a las salas locales luego de su paso por la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes. Una provincia golpeada por la crisis económica, con saqueos a supermercados y una prolongada huelga policial. Ese es el dramático telón de fondo -inspirado en el caos real en el que quedó hundida la provincia en 2013- de esta historia de sinuosa redención protagonizada por un ladrón de poca monta y su víctima, hospitalizada con amnesia después de sufrir un violento robo a la salida de un cajero automático. Movido por la culpa, el motoarrebatador del títulode la película termina estableciendo con esa mujer que lo dobla en años un vínculo que sufre diferentes transformaciones con el paso del tiempo. La película también pone el foco en el entorno familiar del protagonista, que tiene una relación conflictiva con la madre de su pequeño hijo y con su propio padre. Queda claro que es el contexto desfavorable y las circunstancias lo que determina la errática conducta de Miguel (buen trabajo interpretativo de Sergio Prina), también víctima de un sistema en el que la exclusión es moneda corriente y aferrado a una situación ilusoria que le permite evadir, al menos transitoriamente, una realidad difícil de tolerar.
Vínculos entre víctima y victimario En su primer largo en solitario, el codirector de Los dueños se adentra en una asordinada guerra de pobres contra pobres, donde unos y otros sin embargo se necesitan mutuamente. Y al inscribir la historia en un marco de saqueos, le da también un tinte social. Por una de esas casualidades, la cartelera porteña presenta a partir de hoy dos películas que tienen bastante en común. En la colombiana Matar a Jesús, la hija de un hombre asesinado va detrás del sicario que lo mató con la intención de cobrarse venganza, pero en lugar de eso traba una relación menos terminal que la que se había propuesto. En la argentina El motoarrebatador, presentada el mes pasado en la Quincena de Realizadores de Cannes, un motochorro, movido por el arrepentimiento, se vincula con una víctima. El motoarrebatador es la primera película en solitario del realizador tucumano Agustín Toscano, que había codirigido junto a Ezequiel Radutzky Los dueños, con la que ganó un premio en la edición 2013 de Cannes. Matar a Jesús y El motoarrebatador plantean algo semejante: cuando los enemigos dejan de lado su rol pueden dejar de serlo. Al menos hasta el momento en que vuelven a asumir su rol. En una salidera, Miguel (Sergio Prina) arrebata la cartera de una mujer, que sorpresivamente se resiste y no la suelta. Como la moto que maneja el hermano de Miguel sale disparada, la mujer queda colgando, arrastrándose a lo largo de casi media cuadra. Enseguida Miguel inicia una búsqueda, encontrando a la mujer internada en un hospital, con un traumatismo grave y una notoria amnesia. Temporariamente sin lugar fijo para vivir (viene de separarse de su mujer), Miguel intentará aprovechar la circunstancia, haciéndose pasar por un viejo conocido e inquilino de Elena (Liliana Juárez). El tema de la intrusión en un domicilio ajeno constituía el eje de Los dueños, donde un matrimonio de caseros aprovechaba la ausencia de los dueños de casa para ocuparla. Allí aparecía, soterrado, el odio de clase. Aquí se trata más bien de una guerra –también asordinada– entre pobres, con diferencias entre ambos mucho más atenuadas. Como en Un gallo para Esculapio, Toscano recurre a la figura del hermano “malo” para hacer de Miguel, por contraposición, el “bueno”. Miguel se comporta como un buen padre, cumpliendo con la responsabilidad de tener a su hijo dos días por semana, atendiéndolo con cuidado y, sobre todo, con visible cariño. Es muy difícil imaginar a su hermano (León Zelarrayán) conduciéndose de modo semejante. Más bien al contrario: el único momento en que se lo ve junto al sobrino es para amenazar por elevación al padre de éste. Miguel está no sólo arrepentido de haber lastimado a Elena, sino de seguir “laburando” de lo que labura. La tensión crece entre ambos, y es obvio que en algún momento va a explotar. Pero el vínculo central de El motoarrebatador es el que se establece entre víctima y victimario. Se trata de una relación doble, de ambos lados. Miguel se comporta como oportunista y como samaritano, atendiendo a Elena primero en el hospital y después en su casa. Habituado al choreo, no puede dejar de hacerlo, como cuando le da de comer a la paciente un puré de zapallo con pollo, rapiñándole el pollo. Elena empieza sospechando de su presunto viejo amigo, reaccionando en ocasiones con violencia. Pero una vez que toma confianza dará incluso la sensación de que le tira los perros, aunque bien podría tratarse de una necesidad de calidez de su parte. Al inscribir la historia en un marco de saqueos, Toscano la reinscribe en un plano político y social, cuando hace que Miguel, su hermano y sus amigos participen de la vandalización de un súper. Nuevamente pobres contra pobres, pero ahora en plan macro y de acción física. Lejos del caos, el frenesí y la violencia propios de esta clase de episodios, la escena está filmada de modo tal (a distancia y en un ralenti muy ralentizado) que los saqueadores parecen casi inmóviles a las puertas del súper. A la película entera le cuesta transmitir la violencia. La elección de Sergio Prina para el papel de Miguel es clave en esto. Prina está muy bien en lo suyo. El problema es que lo suyo parece más propio de un buen y algo lento muchacho de clase media baja que de un motochorro. Que no puede no ser adrenalínico, porque vive del arrebato. En muchos momentos (en Matar a Jesús pasa algo parecido) da la sensación de que el realizador está más pendiente de inclinar la cámara para transmitir inestabilidad, de un modo obvio y subrayado. O de elegir una paleta de colores saturados para la fotografía. Otra vez: está muy bien, en sentido técnico, la fotografía de El motoarrebatador. La cuestión es que no siempre lo que está técnicamente bien lo está dramáticamente. Y El motoarrebatador es una película que luce muy bien (la música de Maxi Prietto, de Los Espíritus, colabora con ello), pero en términos dramáticos no da la sensación de comunicar, emocional y físicamente, lo que se supone que debería.
Agustín Toscano conoció premios y halagos internacionales con esta película que escribió y dirigió. Que tuvo su origen en un lejano hecho violento que sufrió su madre, que fue arrastrada por un motoarrebatador que intentaron robarle su cartera. Años después, cuando ese tipo de delincuentes se transformaron en la “encarnación del mal” en su Tucumán, y proliferaron los vecinos que ejercen la justicia por mano propia, con igual violencia, decidió realizar su obra, con una visión personal y profunda. El florecer de una relación políticamente incorrecta entre un delincuente arrepentido, padre de un hijo, en situación de calle y una victima del atraco que resultó mal herida y con pérdida de la memoria. Y lo que nace como un aprovechamiento de una situación que le permite al ladrón, a cambio de cuidados para una mujer herida y muy solitaria, instalarse en su casa y gozar de una vida a la que no tiene acceso, tener una relación especial. Una que crece con humor, sentimientos, culpa y un pasado violento que lo acosa y pone en peligro. El director contó con dos grandes actores Sergio Prina y Liliana Juárez, capaces de dar vida, con muchos matices a estos dos desvalidos personajes, perdidos en sus soledades.
Encuentro personal Primera vez que el cine nacional toca un tema tan mencionado en los medios de comunicación: los motochorros. Y lo aborda de manera inteligente, a través del encuentro de dos personas necesitadas, el que roba y el robado. De esta manera la primera película en soledad de Agustín Toscano (antes dirigió Los dueños junto a Ezequiel Radusky) evita cargar de negatividad al ladrón, presentándolo como una persona de carne y hueso. El film parte de un tema de actualidad al presentar la historia de Miguel (Sergio Prina), un joven ladrón que se arrepiente del robo realizado y transita un camino de redención al empezar un vinculo con Elena (Liliana Juárez), la damnificada. Miguel puede hacerlo porque Elena perdió la memoria al caer al suelo tras el arrebato. Se presenta en el hospital como un familiar y empiezan ambos una relación madre e hijo. La historia transcurre en un contexto particular: En diciembre de 2013, la policía de Tucumán está en huelga producto de un conflicto salarial. Hay saqueos en comercios y casas de familia, una crisis social con ausencia de la ley. Toscano dota de humanidad a sus personajes, seres marginados igualados por la crisis y, si bien primero se enfrentan, luego se necesitan mutuamente. Hay un gran trabajo de los actores (oriundos de Tucumán al igual que el director) que hace funcionar la construcción del vínculo. La película está narrada desde el punto de vista de Miguel para indagar en los motivos que lo llevaron a cometer el delito. El espectador accede a su vida, la relación con su hijo y su falta de hogar luego de ser echado por su ex mujer. Las escenas de los saqueos en comercios cubren a los personajes de un manto de piedad, víctimas de una tragedia social que los excede como si se tratara del neorrealismo italiano. La banda sonora elabora con el sonido ambiente un clima de suspenso expectante en todo momento. Con pequeñas piezas sonoras y una música que busca generar atmósferas, nos anticipa siempre el factor tiempo, fundamental para marcar el contrarreloj que vive el protagonista. Mientras el vínculo afectivo se fortalece y cada uno rearma sus vidas, el pasado amenaza con poner fin a las nuevas identidades. El motoarrebatador (2018) es una película muy bien lograda desde la historia mínima que cuenta, a través de la empatía que generan los personajes y un sólido trabajo expresivo desde los rubros técnicos, además de animarse a una problemática social en boga desde una óptica diferente a la que vemos a diario.
Voy a comenzar hablando de la estética: El motoarrebatador es una película inusual, sobre todo por la construcción de la imagen en cada uno de los cuadros. Y eso es bienvenido porque da gusto disfrutar de ese cuidado en la pantalla. En sí mismos parecen una pintura; la luz es utilizada de manera magnífica y ello se debe al desempeño del director de fotografía, Arauco Hernàndez Holz, con quien el director, Agustìn Toscano, repite dupla. La puesta de cámara en cada escena es inmejorable; así se ve a los personajes en el espacio de la manera más correcta que es posible. El guion se siente bien construido y el delineado de los personajes es tanto real como natural, y en ningún momento se nota fuera de registro o sobreactuado el desempeño de los actores. Entre crítica a la propiedad privada y excelente dibujo social, se trata de una muy buena visión sobre lo que somos y lo que, de alguna manera, pretendemos ser, empujados por la necesidad, en ese camino de la existencia que muestra una sociedad que pone de relieve los privilegios de algunos ciudadanos por sobre otros, y, en ocasiones, termina por enorgullecerse a los dos. Me he sentido sorprendido al encontrar un muy buen trabajo de dirección en lo que refiere al elenco, un uso de las herramientas técnicas más que efectivo, un cuidado en la disposición de los personajes en cuadro en las escenas, sumado a diálogos creíbles. Es necesario destacar la gracia natural de Liliana Juàrez y la excelente química que sostiene con Sergio Prina, explicada seguramente en el hecho que han trabajado juntos y bajo las órdenes del director tanto en cine (en Los dueños, de 2013) como en teatro. Con certeza El motoarrebatador es una opción de cine digno de verse, con una historia lograda y atrapante que logra sacar al espectador de su lugar de comodidad, interpelándolo sin moralizar. Es suficiente en una época en que un tono equivocado termina por lograr que un mensaje bien intencionado haga agua. *Crítica de Gastón Dufour
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Después de la muy buena Los Dueños, el cine tucumano vuelve a sorprender con su brío, en este film de Agustín Toscano. La historia es tan simple como compleja: un motoquero roba el bolso a una señora que sale de un cajero, la señora es arrastrada por el suelo y termina en el hospital, con amnesia. Él es Miguel, que movido por la culpa, se hará pasar por su sobrino para ayudarla. Un relato moral, de los que crecen con el correr de los minutos, sobre víctimas que son también victimarios, ni buenos ni malos. Con el lenguaje del cine, y la suma de la música de Maxi Prietto, El motoarrebatador le pone nombres, historias personales, rostros y gestos a la inseguridad nuestra de cada día, en un lugar castigado por la falta de oportunidades.
“El motoarrebatador”, de Agustín Toscano Por Jorge Bernárdez En el comienzo de El motoarrebatador una mujer es arrastrada al resistirse a un robo realizado desde una moto, un hecho común de la crónica policial diaria que lejos de terminar en ese hecho, se complica de manera inimaginable. La mujer al resistirse termina siendo arrastrada por el caco unos metros y de ahí al hospital sin escalas. Los dos ladrones tienen una pelea y el que manejaba la moto al momento de producirse el delito se separa de su cómplice y se preocupa por investigar el destino de la mujer robada. Manuel (Sergio Prina) se acerca al hospital, consigue la dirección de la mujer, se mete en su casa y comienza un proceso poco claro en el que el motoarrebatador usurpa la casa de la mujer, pero a la vez, se hace pasar por sobrino de la accidentada y se mete en su vida. La mujer se despierta sin memoria y la doctora que la atiende deja que ese sobrino que parece no conocer demasiado de la vida de la tía, rellene los huecos de la memoria de la mujer. Alrededor de esa historia hay una ciudad envuelta en una huelga policial que se extiende en le tiempo y que le da a la historia un marco de desintegración social e institucional. La mujer acepta la compañía de el ladrón y este se mete en la vida de su víctima intentando enmendar lo que hizo, es lo que el espectador empieza percibir, aunque no todo es tan lineal en esta película donde llegado el momento, el ladrón no parece manejar todo con tanta solvencia y la mujer no parece ser tan indefensa. La víctima tiene un lado oscuro y el que parece el victimario de repente parece desvalido y estar sometido a la supuesta víctima. Sergio Prina transmite el desconcierto y a la vez la fiereza del ladrón que ve la posibilidad de salir de su vida marginal y de sacar a su pequeño hijo de allí, mientras que Liliana Juarez saca desde adentro de su personaje un costado por momentos siniestro y manipulador. Pequeña pero a la vez gran coproducción entre la provincia de Tucumán y la República Oriental del Uruguay además de varias compañías de gran prestigio, El motoarrebatador ha tenido una muy buena y merecida recepción internacional, empezando por el estreno en la Quincena de Realizadores de Cannes (en donde Agustín Toscano junto a Ezequiel Radusky ya había presentado Los dueños, en 2013), con un relato tenso e inquietante con actuaciones sólidas. Un director al que vale la pena seguir con atención. EL MOTOARREBATADOR El motoarrebatador. Argentina/Uruguay/Francia, 2018. Guión y dirección: Agustín Toscano. Intérpretes: Sergio Prina, Liliana Juarez, León Zelarrayán, Daniel Elías, Camila Plaate, Pilar Benítez Vibart y Mirella Pascual. Fotografía: Arauco Hernández Holz. Música: Maxi Prietto. Edición: Pablo Barbieri. Dirección de arte: Gonzalo Delgado Galiana. Sonido: Catriel Vildosola. Distribuidora: Cinetren. Duración: 93 minutos.
El motoarrebatador es la segunda película de Agustín Toscano, cineasta tucumano, uno de los directores de Los dueños. Con este segundo film se confirma una inquietud: a Toscano le interesa filmar la enajenación y, a juzgar por este nuevo film, le sale muy bien.
Medellín, Colombia. Un hombre va a abrir el garaje cuando es asesinado por un motoquero. Policías y fiscal lo único que hacen es robarse el reloj del muerto. Meses después la hija se cruza con el asesino y empieza una curiosa relación con la idea de conocerlo y ajusticiarlo. Tucumán, Argentina. Una mujer sale del cajero y es agredida por dos motochorros, quedando desmayada en el suelo. Uno de los tránsfugas se apiada de ella, pero aprovecha que perdió la memoria para instalarse en su casa fingiendo ser un viejo conocido de la familia. Así empiezan "Matar a Jesús" y "El motoarrebatador", dos estrenos del día. Ambos de mucha fuerza, pintura realista, buen suspenso y buenos intérpretes, sobre todo el elenco tucumano-uruguayo. Hay otro punto en común: en ambos va surgiendo una curiosa relación, casi diríamos afectiva, entre víctima y victimario, relación mantenida con engaños, que puede llevar a un climax bien fuerte, o a un derivado más piadoso, según la capacidad de odio o de perdón que pudiera tener la víctima. Y la relativa ternura del victimario, en el fondo un inmaduro más o menos querible. La diferencia está en el mejor enredo de la historia local, y en el tono, con momentos de poesía visual y erotismo sugerido en un caso, y momentos de humor y picardía en el otro. Autores, Laura Mora, codirectora de la serie "Escobar, el patrón del mal", y Agustín Toscano, codirector de "Los dueños". Para tener en cuenta: "Matar a Jesús" tiene acabado final en laboratorios argentinos, música de Sebastián Escofet, y parte de un hecho real sufrido por la propia Mora.
Comenzamos viendo como dos individuos esperan a su víctima que está sacando dinero del cajero automático, cuando sale le arrancan su cartera con total brutalidad e impunidad, como no la suelta la arrastran por la calle y la dejan herida y tirada en la vía pública. Todo este hecho se desarrolla en las afueras de la ciudad de Tucumán donde la policía se encuentra de paro y la gente saquea distintos negocios, se llevan cosas con total impunidad, por lo tanto hay libertad para el delito. Esa mañana el conductor de la moto era Miguel (Sergio Prina), quien a pesar de estar separado ve a su ex, y pese a que se llevan bastante mal, porque tienen un hijo llamado León de 11 años, con ella cada tanto tienen algún encuentro sexual. Miguel es adulto pero aun vive con su padre. Este delincuente se siente culpable, lleno de remordimientos y ante el brutal robo, acude a visitar a la mujer herida al hospital, él conoce sus datos porque tiene sus documentos, ella es Elena Suarez (Liliana Juárez) y por el hecho tiene amnesia total. Haciéndose pasar por un familiar comienza a visitarla, a meterse en su casa y su vida, entre ellos comienza a nacer un vínculo especial. Es un film profundo, inquietante que habla de las personas, de los seres marginales, de las segundas oportunidades, de las ambiciones, sin golpes bajos, hay un planteo moral y tiene un sutil toque de humor. El director además logra una buena combinación entre tragicomedia y thriller psicológico. Esta película fue presentada en el festival de Cannes este año.
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La segunda película de Agustín Toscano, "El Motoarrebatador", aborda con una profunda mirada social los caminos de la redención y las nuevas oportunidades. Tras su celebrada ópera prima co-dirigida "Los dueños", Agustín Toscano aborda una nueva película en la que redobla varios de los conceptos ya expuestos en aquella película. "El Motoarrebatador" tranquilamente podría inscribirse dentro de la mentada camada de aquel Nuevo Cine Argentino. Posar la mirada sobre los sectores humildes, exponer su modo de vida, y trazar una posible redención desde la comprensión. Pero allí donde algunas de esas películas mantenían distancia, o se llenaban de prejuicios propios del que habla sin conocer, "El Motoarrebatador" se destaca por su naturalidad y su falta de mirada prejuiciosa pero no benévola para con sus personajes. En los medios de comunicación abundan las noticias delictivas como alerta a una sociedad conservadora. Más de una vez se habló de la modalidad de motochorros, como verdaderas amenazas y flagelo para los transeúntes desprevenidos. ¿Pero qué hay detrás de la noticia? ¿Quiénes son las personas involucradas? La víctima y el que delinque. "El Motoarrebatador" pone en el centro de la escena a Miguel (Sergio Prina), un motochorro, aquel que se encarga de manejar la moto mientras su acompañante arremete contra las pertenencias de los particulares que transitan la calle. El contexto es en la provincia de Tucumán a fines de 2013, los memoriosos recordarán el conflicto que hubo con la policía dejando durante un período a la provincia sin seguridad, desatando una ola de saqueos. Miguel vive una mala situación con su pareja y madre de su hijo. En una de sus andanzas, arremeten contra Elena (Liliana Juárez), una mujer en un cajero automático. En un intento por reparar parte de lo que hizo, Miguel decide regresar la billetera con tarjetas y documentos a Elena, y es ahí que se entera que la mujer está hospitalizada por el golpe sufrido durante el robo, y que ha perdido la memoria. Miguel aprovecha la circunstancia y se hará pasar ante la médica y Elena como un sobrino postizo (hijo de una amiga), y no tardará en mudarse a la casa de la mujer. Así, entre ambos comienza a tejerse un vínculo cuasi maternal. No, esto no es Mientras dormías así que no esperen los enredos románticos, ni las situaciones de confusión propias de la comedia efectista. En "El Motoarrebatador", hay comedia, pero que surge de la propia situación expuesta con naturalidad, y de la personalidad de estas dos personas, con más puntos en común de lo que piensan. Elena no es una mujer adinerada, limpia en casas ajenas, y también tiene su historia. Hasta podríamos pensar que prefiere olvidar. Es una mujer demandante y con un carácter particular, pero Miguel tampoco es un santo, y entre los dos hay tanta rencilla y desconfianza como complicidad. Toscano, quien encara con "El Motoarrebatador " su ópera prima en solitario (Los dueños fue co dirigida por Ezequiel Raduski), no fuerza ninguna de las situaciones, deja que sus personajes sean, y así potencia los vínculos que serán la mayor fortaleza del film. De estructura chica, "El Motoarrebatador" despliega puro cine en cada una de sus tomas, con planos elegidos con inteligencia para captar detalles, y secuencias completas que cuentan una historia en sí misma. El de Toscano pareciera perfilarse como un cine que no necesita de la demagogia, la declamación, los lugares comunes, ni las miradas complacientes, para interpelar al espectador y hacerlo reflexionar sobre muchas de las ideas que nos han instalado. No hay buenos y malos. Queda claro que hay un sistema que arrastra a la subsistencia, y que debemos valernos entre nosotros para salir adelante y hacer que algo pueda cambiar, aunque sea desde lo individual. Sergio Prina y Liliana Juárez componen criaturas maravillosas, parecieran tener personalidades diferentes, pero se complementan hasta igualarse. Toscano logra capturar la esencia de cada uno hasta conseguir la calidez propia, eludiendo cualquier tipo de golpe bajo. También se destaca la pequeña participación de León Zelarayan, como León, el hijo de Miguel con ese brillo propio que solo los chicos pueden transmitir desde la frescura. La siempre efectiva Mirella Pascual aporta ductilidad en sus contadas escenas. "El Motoarrebatador" es un film cálido sobre dos seres cruzados en una situación adversa. Ofrece una mirada social sin necesidad de ser piadosa ni recargar las tintas. Una de esas películas que hay que ver para aprender a mirar.
La pantalla debiera estar siempre poblada de miradas diversas, ni qué decir respecto de la miríada de sensibilidades que el cine argentino implica o debiera. Un film proveniente de Tucumán no tendría que ser noticia, pero así las cosas. Ahora bien, por encima de ello, lo que se impone es el trabajo cinematográfico, la calidad formal de la propuesta. Y El motoarrebatador ofrece un sostén narrativo que obedece a varios aspectos. En primer lugar, la película en solitario de Agustín Toscano señala una confianza que se desprende del anterior film, Los dueños, co‑dirigido con Ezequiel Raduzky. Con una mención especial en Cannes, además de premios nacionales, Los dueños proponía un cruce de límites respecto de la propiedad privada, alterando la semántica misma del título que el film elige. De esta manera, serán los peones, las criadas, quienes habitarán la casona en ausencia del patrón. Así como sucedía con Viridiana, de Luis Buñuel, en Los dueños hay una situación que se extraña de manera progresiva y culmina por poner en duda lo que se creía supuesto. De igual manera, con El motoarrebatador -exhibida también en el último festival de Cannes‑ Toscano continúa en la senda de una mirada social crítica, atenta al entramado cercano y a cómo éste destila en tanto ejemplo micro de algo mucho más complejo. El motoarrebatador del título es Miguel (Sergio Prina), alguien afectado por el maltrato que recibe la víctima del robo que él ayuda a efectuar, una mujer que sale del cajero del banco para resultar violentada y tirada al piso. Esa situación encierra una violencia que es, por un lado, sensación que late, que presagia lo que está por suceder; cuando esto ocurre, el momento más gráfico del asunto es sorprendente, dada su virulencia y el logro técnico que significa su concreción visual. La mirada de Miguel quedará unos segundos suspendida en lo que acaba de suceder, algo de lo que él se sabe responsable. Esta responsabilidad comenzará a conectarse con otras facetas, a través de su relación con el padre, con su hijo y con la madre de éste. No hay demasiada información explícita sobre qué es lo que ha sucedido con estos vínculos familiares, sino matices que permitan su elucidación: los tiempos que el niño pasa con papá y mamá, el trabajo de la madre, la falta de empleo de Miguel, y sus robos secretos en compañía de alguien que será, dada la cuestión, el desliz por el cual Miguel podría terminar por derrapar del todo. Ese contexto sobre el cual el personaje se inscribe, guarda todavía una seña mayor, contenedora, que replica desde los televisores que informan sobre saqueos continuos y una huelga policial que los habilita. El hecho podría fecharse alrededor del año 2013, en Tucumán. Pero si bien el film lo alude, nunca lo señala de manera fehaciente. Podría ser cualquier otro momento. Esta decisión hace de El motoarrebatador una propuesta decididamente actual, ya que ninguna película podría quedar supeditada a un tiempo pretérito sino que, antes bien, apela a éste desde la inmediatez, desde su actualidad. La situación de violencia naturalizada que expone, no sólo puede y debe vincularse con cualquier tiempo y lugar, sino sobre todo con lo que por estos mismos días sucede. Es en medio de este momento crítico, donde el film de Toscano decide hacer pie, y lo logra a partir de detenerse en su personaje, en su sensibilidad. A través de él, la película indaga en las consecuencias de lo hecho y en la salud de Elena (Liliana Juárez), esa mujer de la que poco se sabe y de quien de a poco se sabrá. Hasta dónde la amnesia de Elena es verdadera, cuánto de cierto hay en sus alusiones al "campo", a una vida de la cual no hay rastros veraces. Empleada doméstica, de familiares y amigos ausentes, sólo fotografías -que el espectador no ve‑ son las que contienen algunos rastros. Miguel indagará en esta intimidad, casi como un "ocupa", pero sobre todo desde una preocupación que le valdrá una amistad en ciernes. Esta situación la película la aborda de manera paulatina, hasta que lo que podría ser una situación ideal culmine por revelar el costado que se pretendía disimular. En este equilibrio precario, intervendrán todos los demás personajes, a través de acciones que se reiteran ‑¿cuántas veces una misma mentira logra funcionar?‑ y procuran el desenlace inevitable. En esta decisión formal de la película se inscribe algo que descansa de modo inmanente: evidentemente, la preocupación por una mayor acción policial no es solución alguna. Hay algo más profundo, invisibilizado, que la película decide afrontar. En primer término, esta decisión se logra desde la misma elección del título. "Motoarrebatador" no es sinónimo de "motochorro". La semántica se altera y con ella la visión maniquea del asunto, las más de las veces proliferada por una tendencia discursiva obtusa. Por otra parte, la película de Toscano logra un momento nodal, sobre el cual se erige todo lo demás, puesto que oficia como bisagra que toca al medio el devenir argumental y lo reúne: allí cuando Miguel se sienta y sepa observado por la cámara vigía del supermercado, durante el saqueo. Es un momento que dialoga, desde el contraste, con la función misma de esas cámaras. Al respecto, vale el recuerdo de The Creators of Shopping Worlds, el documental de Harun Farocki donde el realizador alemán recopila imágenes de cámaras de vigilancia y mercadeo dedicadas a los shoppings. A través de ellas, los paseantes son leídos como meros datos, puntos de color que caminan y trazan trayectorias de consumo. A través de ellos la tabulación consecuente, dedicada a predecir comportamientos y adecuarlos a los dictámenes del mercado. Por eso, hay una afrenta perfecta en El motoarrebatador cuando Miguel mira a la cámara que lo mira, porque se humaniza, porque se sabe alguien, y porque logra que el cometido vigía quede nulo. El desenlace, estupendo, hará que El motoarrebatador adquiera un equilibrio de simetría, allí cuando los roles queden invertidos. Situación que, en verdad, no hace más que replicar sobre el planteo de fundamento, dedicado a descansar en Miguel, síntesis de tantos otros personajes caricaturizados por una plétora de imágenes inmorales. El cine, justamente, salva.
Una conflictiva relación victima-victimario planteada con sobriedad narrativa El mundo del hampa tiene varias aristas, todas analizables y criticables. Una de esas modalidades es el robo callejero utilizando la moto como un instrumento indispensable para cometer este tipo de delito, y que, en ciertos casos, se convierte en un arma más. Esta película filmada en Tucumán revisa la modalidad comentada, desde un punto de vista muy particular. El director Agustín Toscano presenta su obra contando la intimidad de un hombre treintañero, Miguel (Sergio Prina), quien junto a su “socio”, el Colorado (Daniel Elías), recorren las calles de la capital tucumana en busca de alguna víctima desprevenida, como le pasó a Elena (Liliana Juárez), que, luego de retirar dinero de un cajero automático, es abordada por ellos, que al arrebatarle la cartera, para escapar, la tiran y la arrastran por la vereda dejándola herida e inconsciente. Mientras al Colorado le resulta indiferente la suerte que corrió la señora, a Miguel le invade la intranquilidad y la preocupación por su salud. Aquí yace la particularidad de la narración, con el punto de vista que afronta el realizador al contar el lado B de estos casos. Cuando quién comete un delito no está totalmente convencido de lo que hace y sobreviene luego el arrepentimiento. El protagonista, que está separado porque su ex mujer lo echó de la casa, y duerme donde puede, tiene un hijo que ve un par de veces por semana, lo acompaña y atiende a su modo. Siente la imperiosa necesidad de refrendar el error cometido y visita a Elena diariamente en el hospital donde está internada. Mientras lentamente se va recuperando físicamente, la perdida de la memoria le juega una mala pasada y la relación entre ellos se vuelve extraña, con diálogos que provocan risas por la grotesca situación que ambos atraviesan. En este caso el victimario, se va convirtiendo poco a poco en víctima. Entre ellos se establece un juego donde cada uno obtiene un beneficio del otro, se necesitan mutuamente y no lo ocultan. Miguel va a todos lados con su moto y a partir de esa referencia el realizador le imprime un ritmo veloz en exteriores, junto a una música incidental potente, en momentos claves, que se emparenta a una marcha. Cuando las escenas suceden en interiores, la lentitud se apodera de ellas, más acordes a un pueblo. Tanto afuera, como adentro, las secuencias son escuetas y precisas. Agustín Toscano no necesita explayarse demasiado porque tiene en claro de que manera quiere contar la historia, no como un policial sino desde los sentimientos de un hombre que se sabe culpable, y asediado por la angustia del cargo de conciencia que arrastra lo lleva a buscar la redención.
Redemption song La nueva película de Agustín Toscano singulariza el relato coral de Los dueños. El director vuelve sobre el tema tabú de la propiedad privada y la inquietante relación de los personajes con los bienes ajenos. Dos de los actores de aquella notable opera prima conforman la genial pareja protagónica. Desde el título, el director apuesta por una geografía, personajes y lenguaje locales. San Miguel de Tucumán, la ciudad más pequeña y densamente poblada de Argentina, es el escenario. Los diferentes espacios representan un verdadero contrapunto dramático: la ciudad media desierta y sus barrios periféricos, marginales, con enormes vertederos de basura, pero también los imponentes cerros con hermosos limoneros. El motoarrebatador pone en cuestión los límites de los prejuicios sociales, evitando al mismo tiempo la estigmatización y la justificación automática, con una insólita combinación entre comedia negra y una mirada humanista. La película comienza con una secuencia brutal: dos personas en moto le roban el bolso a una mujer mayor a la salida de un cajero automático; la víctima se resiste y es arrastrada media cuadra hasta que queda tirada en la vereda. Cuando se reparten el contenido de la billetera, uno de los ladrones se queda también con el documento de la señora. Miguel, el conductor de la moto, se siente afectado y necesita saber si la mujer murió. Luego de esta potente introducción, el director se aparta de los tiempos narrativos convencionales para otorgarle una mayor profundidad al personaje y contextualizar su derrotero. La película adopta entonces el punto de vista de Miguel y lo acompaña en su complejo proceso de redención. La violencia de las relaciones se desarrolla en ambientes íntimos: la sala de un hospital, una casa espaciosa o un modesto departamento. La crisis social y política se filtra en un primer momento desde los televisores que anuncian una huelga policial y luego en la ficción con el saqueo de un supermercado. En este contexto, la posibilidad de usurpar una casa resulta un premio inesperado. Tal vez el mayor logro de la película sea la singular relación que se establece entre la víctima y el perpetrador, luego del violento robo. La convivencia, el vínculo y la extraña intimidad que generan una transformación sorprendente, con el espacio como un tercer personaje.
La primera película “en solitario” de uno de los codirectores de “Los dueños” trata sobre un hombre que se siente culpable luego de dejar al borde de la muerte a una señora tras quitarle la cartera, lo que la lleva a buscarla y a iniciar una extraña relación con ella. Primera película “en solitario” de uno de los directores de LOS DUEÑOS, este filme de pura cepa tucumana (con algún que otro toque uruguayo delante y detrás de cámaras) apuesta por una línea un tanto más seca estéticamente que la de aquel filme pero con igual espacio para la ambigüedad a la hora de trabajar las relaciones humanas entre personajes de distintos universos. En EL MOTOARREBATADOR la trama se dispara cuando Miguel y un colega en esto de robar a desprevenidos desde una moto en movimiento le “hacen” la cartera a una mujer que acaba de salir de un cajero automático con dinero. La señora se resiste más de lo pensado y terminan arrastrándola varios metros por la calle hasta dejarla inconsciente en la calle. Miguel se queda mal con lo que pasó y, sin poder sacarse el asunto de la cabeza, decide averiguar qué sucedió con esta mujer. Miguel, que tiene una vida complicada que incluye una ex mujer con la que se lleva mal, un padre con el que tampoco tiene muy buena relación y un hijo al que ve un par de veces por semana –y excluye cualquier cosa parecida a un trabajo fijo en una ciudad signada por la crisis– encuentra a la mujer internada en un hospital y con una “conveniente” (para él) pérdida de memoria. Es así que el muchacho se hace pasar por un conocido de la señora y ella, que no recuerda ni su propio nombre, termina creyéndole y de algún modo adoptándolo como el único “familiar” que la ayuda en esa circunstancia. Esa relación no correrá necesariamente por los caminos esperables ya que más allá del posible suspenso en relación a que la mujer descubra su verdadera identidad también hay otros asuntos y dudas que complican el panorama. Toscano trata de incluir esta historia en una reflexión un poco más amplia –y quizás un tanto confusa o no bien explorada– sobre la violencia social en Tucumán, con escenas de paros policiales y saqueos a negocios que intentan dejar en claro el clima de tensión social y económica que se vive allí. A Miguel lo presionan para seguir robando, por un lado, y por otro es la clase de tipo que sabe que está haciendo algo que no debería e intenta parar. Pero el problema es que no termina de lograr salir de las trampas en las que él mismo se mete: es la clase de tipo que da un paso para adelante y dos para atrás. La mujer, en tanto, quizás llamada Elena, tiene también lo suyo o eso se deja entrever. Nadie en ese juego es tan inocente como parece. O, al menos, ninguno pone todas las cartas sobre la mesa nunca. EL MOTOARREBATADOR tiene algo, en su estética y formato narrativo, que recuerda al cine social de los Dardenne, que siempre enmarcan sus dramas humanos en relatos de caracter policial, con un suspenso clásico de falsas identidades jugando como motor de una historia que intenta ir más allá de eso. En una Tucumán sin ningún plano turístico ni por asomo –podría ser el Gran Buenos Aires si no fuera por los acentos y por algunas zonas boscosas que la rodean– Toscano termina contando un cuento acerca de las segundas oportunidades en la vida que, como sucede con esos furtivos desvíos que los propios chorros suelen verse obligados a tomar, no siempre van por el camino esperado ni el mejor pavimentado. Ya lo decía un tal Bresson en una escena de PICKPOCKET: “Qué extraños caminos tuve que tomar para llegar hasta tí”.
Entre la Culpa y la Necesidad Como en una historia oída cualquier día en el noticiero o leída en los diarios, dos jóvenes en moto emboscan a una mujer mayor cuando sale del cajero automático para arrebatarle su cartera. Pero, quizás por reflejo, la mujer se resiste a soltarla y es arrastrada unos cuantos metros hasta que queda en la vereda gravemente herida. No hace falta verle la cara al conductor a través del casco para entender cuánto lo impresiona esa visión. Solo reacciona ante la insistencia de su cómplice, que lo impulsa a escapar. Cuando se detienen para repartir el botín conocemos a Miguel, un joven padre que a pesar de ganarse la vida como delincuente da muestras de tener algunos restos de buen corazón; se siente culpable por lo que acaban de hacer. Recuperando de la basura los documentos de la señora, la rastrea para sacarse la duda sobre qué fue de ella, descubriendo que se encuentra internada en el hospital sin recordar ni su propio nombre y sin nadie que se haga cargo de ella: aprovecha el hecho para instalarse en su casa, usando las llaves que estaban en la cartera robada. Mientras Elena se recupera de sus heridas, Miguel se hace pasar por su inquilino para tener dónde dormir al mismo tiempo que acalla su conciencia, ayudándola en todo lo que puede para que se recupere. Entre ambos se va formando una relación cariñosa, aunque Miguel vive esperando ser descubierto en la mentira. Zona de Grises Aunque es fácil a primera vista vincular El Motoarrebatador con la corriente de nuevo cine argentino que hace unos años tomó como tema el contemplar la marginalidad, en este caso hay un factor importante que lo diferencia: hay una historia concreta para contar. El foco no está en mostrar la situación como si fuera una visita al zoológico, sino en el personaje en sí; en exponer sus contradicciones y sus grises mientras trata de hacer lo mejor que puede en un contexto que le es hostil en más de un sentido. Miguel no es ni un santo ni un demonio, como tampoco lo es Elena, quien a veces maltrata o se aprovecha de su benefactor. Su amnesia parece siempre a punto de revertirse y eso pone a Miguel (Sergio Prina) en una situación de riesgo, pero así y todo elige quedarse a su lado. Queda a interpretación cuánto hay de egoísta y cuánto de verdadero sacrificio en su decisión de continuar atendiendo a Elena (Liliana Juarez), porque ni él parece saber la respuesta y la película no intenta convencernos de nada, aunque parece dejar claro que hay un poco de ambas fluctuando a cada momento. Sobre esa solidez de guion que no pretende romantizar la marginalidad pero tampoco condenarla (simplemente retratarla como una realidad), se apoyan los trabajos de sus dos intérpretes protagonistas para darle el extra que toda historia necesita y darnos motivos para que nos importe lo que les sucede a estos personajes. No es fácil empatizar con alguien que claramente está mintiendo y sacando alguna ventaja de esa situación, pero este conflictuado motoarrebatador lo logra sin necesitar de exageraciones ni muchas explicaciones. Pasa muchas de sus escenas en soledad y silencio, expresando solo con gestos sus conflictos internos; sin embargo se convierte en otra persona cuando está con Elena sin por eso generar contradicciones, porque deja lugar a las dudas sobre cuánto hay de real en el cariño que se muestran. Conclusión La trama de El Motoarrebatador podrá ser sencilla y a veces algo previsible, pero no por eso dejar de tener un carisma especial, sostenido principalmente por las interpretaciones de sus protagonistas. Se plantea humanizar sin justificar, tratando de no juzgar con extremos a sus personajes. Lo logra, quedando como un referente de la importancia de desporteñizar el cine argentino.
Rápidamente tras su proyección en Cannes, en la Quinzaine des Réalisateurs, El motoarrebatador, coproducción argentino-uruguaya de Agustín Toscano realizada íntegramente en Tucumán, se estrenó en Buenos Aires. A partir de algo que le ocurrió a su propia madre: haber sido arrastrada unos metros por un motochorro en el forcejeo de su cartera. - Publicidad - No hay mucha espera para que el motoarrebatador del titulo aparezca desde el fuera de campo, colocándose en un leve contrapicado en el primer plano de presentación de los créditos. Los acordes de Maxi Prieto construyen en esos segundos una verdadera estructura sonora: el casco, la campera y los guantes negros son solo atributos que contribuyen al diseño del personaje: ese dominio del campo sonoro, que incluye unos pájaros y los pasos de alguien que se acerca, logra su objetivo: ya estamos atrapados en algo, aunque la verdadera acción ocurra pocos segundos después. Una mujer entra y sale de un cajero automático, unos motoqueros le arrebatan su cartera y queda enganchada de ella de tal manera que es arrastrada unos metros, tal cual la madre de Toscano en la vida real. De allí a repartir el botín debajo de un puente e ir a buscar al hijo al colegio, como si fuera un día de trabajo más. Entre ese primer momento y la irrupción del niño en escena comienza a ofrecer Toscano la pintura de un personaje: un hombre que vive de un trabajo sucio pero no le teme a la culpa, que está separado de su mujer y tiene un hijo al que cuida un par de veces por semana. Miguel, como todos, tiene matices y a esa culpa que lo lleva al hospital para saber qué pasó con la mujer a la que robó, le sigue un rapto de curiosidad para entrar a la casa de esa mujer y husmear sus cosas. Miguel comienza a mentir para ocupar una parte de la vida de Helena, que extrañamente no se reconoce en ese nombre, y junto a eso ocupar la propiedad aprovechando la amnesia tras el shock del robo. No reconocerse en el nombre propio o en las acciones propias ponen en paralelo a Miguel y Helena quienes deberán convivir unos días en una casa que también comienza a ser tema. El conjunto de sensaciones personales está justificado por un contexto social en el que una huelga de la policía reclama mejoras salariales. En 2013, la Argentina sufrió un gravísimo paro que afectó a muchas provincias y en Tucumán eran frecuentes los saqueos de motoqueros a supermercados. No transcurre la historia en esos años ni quiere ser un registro documental de aquella situación social. La participación de Miguel en uno de estos saqueos será un nuevo escalón en un guión preciso y riguroso: una moto roja será para su hijo, un electrodoméstico para Helena, la cámara de seguridad lo toma en primer plano y ya no habrá mucho lugar donde esconderse. Este ladrón romántico, impecablemente actuado por Sergio Prina, deberá saldar sus cuentas y lo hará desde lo humano y desde lo social. Para llegar hasta allí, el recorrido de esta dignísima producción tucumana atraviesa el tema de la marginalidad y la lucha por propiedad privada con una solvencia narrativa no muchas veces vista en el cine nacional.
Luego de su paso por la Quincena de Realizadores en el último Festival de Cannes, llega El motoarrebatador, una muy buena propuesta del cine independiente argentino proveniente de Tucumán. En Tucumán, con telón de fondo de una situación caótica de la policía autoacuartelada en el año 2013, dos delincuentes aguardan a la salida de un cajero automático a una mujer. Para robarle la cartera la arrastran varios metros. La señora queda inconsciente, tirada en la vereda. Luego de repartirse el botín en un basural, uno de ellos, con cierto cargo de conciencia, decide averiguar qué pasó con la víctima. Da con ella en un hospital y se entera de que ha perdido la memoria. Aprovechando esta situación se hace pasar por un conocido y se instala en su casa durante su convalecencia, cuidándola, además, mientras permanece internada. En El motorreabatador lo marginal no significa sordidez extrema. Elena y Miguel, tales los nombres de la pareja protagónica son dos seres que buscan redención. De uno sabemos los motivos: un hombre separado de su mujer, con un hijo pequeño, al que la situación de robar lo deja al borde de ser un asesino y no quiere eso para su vida. La mujer, quizás aproveche su estado de amnesia para cambiar de vida y dejar atrás su pasado que tiene aristas poco claras. Y aquí entra a jugar otro de los temas claves: la desconfianza. Hay una crisis en creer en el otro, en establecer vínculos por conveniencia o por necesidad. La suspicacia de pensar todo el tiempo que el otro nos quiere robar o quiere sacar alguna ventaja. Los personajes principales se mueven en un terreno de ambigüedad en la nueva relación que establecen: parecen ser tía y sobrino, madre e hijo, dueña de casa e inquilino y hasta un peculiar matrimonio. Y si bien esos equívocos dan lugar a que, por momentos, la película se instale en un plano de comedia, son los espacios los que van marcando los géneros, por momentos hay drama y comedia puertas adentro, mientras que en el afuera el asunto se transforma en western. Uno en el que la calle es tierra de nadie, con motos reemplazando a caballos, donde no impera la ley en el momento de caos en el que la policía deja de cumplir su función y la delincuencia arrasa con un supermercado como una banda de forajidos. El director Agustín Toscano realiza su segunda película, esta vez en solitario, luego de codirigir Los dueños con Ezequiel Radusky. Y es para destacar que haya un cine independiente argentino que provenga de un lugar que no sea Buenos Aires, conservando el color local, en este caso Tucumán. Suma la credibilidad de excelentes actores no conocidos, como es el caso de Liliana Suárez y Sergio Prina.
Lo mejor que tiene el género policial -o, más bien, el film criminal- es la posibilidad de mostrar un paisaje social y psicológico a través de una trama. El realizador Agustín Toscano lo comprende, y si bien este es menos un film “de género” que un estudio de personajes con la culpa y la moral como problemas, logra que la fábula prime por encima del subrayado, que sean las peripecias las que nos permitan llegar a las ideas, sin utilizar efectos melodramáticos más allá de lo necesario.
No puedo negar que cuando supe del estreno de la segunda película de Agustín Toscano (codirector del inquietante filme “Los dueños”) lo primero que me incomodó, o más bien dicho me sorprendió fue su título: El motoarrebatador ¿Por qué motoarrebatador? Suena tan lejos del coloquial y desagradable mote cotidiano conocido como “motochorro”, que por uso termina más naturalizado que otras formas. Claramente el nombre del filme del director tucumano no tenía nada de ingenuo, y menos de equivocado en su elección. La palabra “arrebato” va a definirse como una de las formas esenciales en los vínculos de esta historia, presentándola como una modalidad de transacción material y emocional entre los personajes. Estos vínculos están determinados por el arrebato y sus múltiples significaciones. El diccionario define “arrebato” como: “el impulso repentino e inesperado de hacer cierta cosa”, “furor causado por la vehemencia de alguna pasión”, y tal vez la más explícita: “quitar o tomar algo con violencia”. El filme comienza con un arrebato. Un dúo de motoqueros va a la caza y a la pesca de alguien a quien asaltar, atracar, robar de un tirón, quitar algo con violencia, hoy tan común y tan lejano de aquellas épocas del arte del punguista, del carterista de manos entrenadas del cual se han realizado relatos magistrales como “Pickpocket” de Robert Bresson (1959) o “El rata” de Samuel Fuller (1953). De este arrebato la víctima será una mujer que sale de un cajero a la que en un segundo le arrancan la cartera que ella no suelta. Mientras la moto avanza y el ladrón puja por su tesoro, el cuerpo de la mujer es arrastrado hasta quedar inconsciente sobre la vereda. Uno de ellos la mira un instante, ese cuerpo inmóvil resuena a tragedia, pero su compañero no piensa perder más tiempo y poner en peligro su libertad. La moto arranca y se aleja por la vereda desierta. Fin del arrebato. Esta es sin duda casi la escena de un western. Luego de descartar en un basural de desguace el contenido de la cartera los ladrones dividen su recompensa y sus caminos se separan. Miguel, el protagonista, sigue aturdido por la imagen de aquella mujer y las consecuencias del robo, la vida o la muerte y el cuerpo de la víctima abandonado a su suerte. La historia comienza aquí, en San Miguel de Tucumán con la marca violenta de un delito. Miguel no parece un ladrón de sangre fría, más aún porque somos testigos de su inquietud por conocer la identidad de la damnificada, y aunque no sabemos que hará con exactitud, las escenas sugieren que Miguel pretende reparar la brutalidad de lo sucedido de alguna manera. Miguel tiene un pequeño hijo, una problemática relación con su padre y su ex mujer, y ante todo no tiene techo propio. La imagen de él durmiendo en el banco de una plaza junto a su moto es un emblema de quien es, un paria. Otra imagen de género, sin duda del jinete en el desierto sin lugar propio y casi sin nombre. Luego de indagar sobre el paradero de Helena finalmente la encuentra en un hospital y así comienza otro segmento clave de la historia, la que presenta el segundo arrebato en juego: el de la identidad. Miguel se presenta y velozmente es anoticiado de que Helena padece amnesia por el impacto. Su manera de protegerse para no ser descubierto se transforma en otro engaño mayor: se hará pasar por una suerte de sobrino y se instalará en su casa simulando ser su pariente cuando en realidad es un intruso. Pero el director no lo pone en blanco sobre negro, no define a Miguel como arrebatador/intruso y a Helena como la víctima abusada de manera oclusiva, son eso y a su vez son el opuesto. Miguel la cuida con ahínco cuando Helena vuelve a la casona convaleciente. Detalle que no es menor, la casa no podría ser de ella si esa mujer solo limpia por horas, solo está sugerido pero queda resonando en todo el filme. Si conectamos el filme “Los dueños” con esta segunda película de Toscano no podemos dejar de ver sus reiteradas preocupaciones: la propiedad privada o la idea de propiedad, quien es dueño de qué y cómo. La posesión es cuestionada como una definición esencial de quienes somos en este planeta y aquí está presentada con una mirada crítica hacia una sociedad que sostiene este paradigma de “pertenencia” que habita lleno de contradicciones, en especial éticas y morales. La película abre un contrapunto de miradas sobre estos temas todo el tiempo: si la pertenencia es material solamente o no, si lo que cuidamos por ser preservado nos pertenece, si no nos pertenece lo del otro entonces ¿qué es lo de “el otro”? y ¿qué es lo propio? Si la definición de pertenencia no es material como por ejemplo en “la identidad” ¿a donde va a parar la idea de arrebato? ¿El arrebato es el robo de una cosa que no es de nadie o que solamente no es nuestra? Dónde podemos determinar moralmente que empieza lo propio y lo ajeno es la materia del filme y sus diversos cuestionamientos. No hay respuestas definitivas, la paradoja moral/legal sigue en pie. La sociedad funciona como un gran western de Ford. Por eso nadie sale indemne, todos somos arrebatadores. Por Victoria Leven @levenvictoria
Las segundas películas son las que definen a un director, y demuestran si estamos ante un incipiente autor o un mero artesano. Agustín Toscano es un ejemplo de lo primero, ya que en El motoarrebatador, su segundo largometraje, se puede distinguir un universo propio, personajes recurrentes, actores fetiches y una provincia precisa: San Miguel de Tucumán. Los dueños (su opera prima codirigida por Ezequiel Radusky) es la fantasía “cougar” de una porteña que llega a una casona en las afueras de Tucumán. También es una fantasía de clase, donde los dominados se apropian de la casa de sus patrones para vivir como ellos por unas horas. Se podría decir que Toscano es, como se verá también en su segunda película, el cineasta de la intrusión. El motoarrebatador, en cambio, se trata de una fantasía del arrepentimiento y del perdón, en donde lo marginal está visto desde el punto de vista del desplazado, lo que significa un gran acierto de la puesta en escena. Toscano toma posición desde el título: no se llama “El motochorro”, sino El motoarrebatador. En una palabra está la cifra de su moral, y el realizador tucumano sostiene el punto de vista durante toda la historia de Miguel, que con un amigo le arrebatan la cartera a una señora. El episodio no sale bien: la mujer se resiste y los motoarrebatadores forcejean y la arrastran por la vereda hasta dejarla inconsciente. Miguel, encargado de manejar la moto, frena, se da vuelta, duda. La escena se resuelve con una economía de planos increíble. Los días pasan y el personaje interpretado por Sergio Prina, actor de cabecera de Toscano, trata de sobrellevar la culpa como puede. Miguel va a su casa paterna, busca a su hijo de la escuela y lo lleva al departamento de la madre, de quien está separado. Hasta que toma la decisión de ir al hospital a visitar a la señora a la que asaltó, interpretada por Liliana Juárez, otra de las actrices recurrentes del director. Miguel se hace pasar por un familiar, aprovechando que Elena perdió la memoria. Luego decide ir a su casa, quizás para conocerla más y reparar, de algún modo, el grave hecho cometido. Es admirable cómo Toscano maneja los tiempos para construir la psicología de los personajes. Lo malo es que hacia el final toma una decisión inentendible: Miguel cambia súbitamente de registro y todo se torna anticlimático y difícil de creer. Tampoco se entiende el excesivo uso del plano aberrante, que en algunas escenas no cumple su función. Sin embargo, la primera hora es tan sólida que alcanza y sobra para redimir al personaje y a la película.
Crítica emitida por radio.
Un error del destino Una balada triste inaugura El motoarrebatador (2018), primera película en solitario de Agustín Toscano (en 2013 realizó Los dueños junto a Ezequiel Radusky). Una canción (“844”, del cantante y compositor Maxi Prietto, encargado de la banda sonora) que no solo inaugura y acompaña la primera escena del film, sino que a su vez anticipa como leitmotiv el tono antiheróico de una historia que comienza con la ejecución violenta de un atraco. Un robo que efectúan dos motoqueros sobre una mujer que sale desprevenida de un cajero automático. La inesperada resistencia que va a asumir la mujer, aferrada como puede, con todo su cuerpo, a la cartera que le intentan sacar, va a sugerir un origen social y anunciar al mismo tiempo hacia dónde se va a dirigir la atención de Toscano. Casi todos los personajes de la película van a pertenecer a la clase más baja de la sociedad. Los representantes de otros grupos sociales van a permanecer en absoluto fuera de campo. La escena inicial es notable por su precisión y economía formal, porque logra registrar con eficacia la velocidad y la violencia en la que acontece el asalto. Una vez consumado el robo, la sensación de haber cometido un exceso va a perturbar al conductor de la motocicleta, quien se verá ante la necesidad de buscar a esa mujer y averiguar sobre su estado incierto de salud. Su nombre es Miguel (Sergio Prina) y es el desdichado protagonista de la película. Miguel no tiene trabajo, tan solo es propietario de una moto con la que realiza los robos junto a un compañero. Cuida a su hijo después del jardín y lo lleva a la casa de su exmujer, con la que mantiene una relación complicada. Ella se queja de que pierde el tiempo y no hace nada. Miguel no tiene dónde dormir. La desconfianza sobre su persona es permanente y el motivo no es otro que su ubicación en la sociedad. Las miradas que le dirigen reafirman una posición que pareciera inalterable. La forma en que lo observa una joven doctora o una vecina indiscreta no hará sino consolidar el lugar de la sospecha. Sin embargo, el reencuentro con Elena (Liliana Juárez), la mujer a la que había asaltado a la salida del cajero, y a partir de un acontecimiento fortuito que conviene no revelar, le ofrecerá una oportunidad de modificar su situación. Entre ellos construirán paulatinamente un vínculo sostenido por un conocimiento supuesto de sus vidas, por cierta complicidad silenciosa. Toscano va a trabajar muy bien la ambigüedad. Especialmente, el suspenso y la comicidad que la ambigüedad de su relación suscita. En ningún momento el film va a enfatizar dramáticamente lo que le ocurre al personaje principal. Por el contrario, el humor será un componente esencial en muchas escenas. El relato transcurre en un suburbio pobre de San Miguel de Tucumán. Un territorio hundido en el conflicto. La policía está de paro y se producen saqueos masivos en distintos comercios. Su reproducción televisada va a revelar, por un lado, la forma de consolidar mediante un determinado orden de representación una imagen uniforme e interesada de las clases populares. Por otro, la presencia un tanto excesiva de la pantalla en la trama va a evidenciar una voluntad manifiesta, acaso demasiado explícita, de situar la historia en un contexto de violencia social más amplio. Exceso que va a atentar contra una disposición narrativa más bien sustentada por un guion que se afirma en gestos mínimos y diálogos precisos, en silencios y miradas furtivas. Un pequeño problema que la película va a resolver mejor en una escena notable que muestra un saqueo desde adentro, en el interior de un supermercado. Una cámara de seguridad va a capturar abiertamente al protagonista y va a ratificar así una realidad de la que no puede escapar. Casi como un western tucumano, o como un blues maldito, El motoarrebatador presenta la historia de un hombre que busca alterar su fortuna, aun cuando gire en falso, aun cuando la corriente de la desventura lo arrastre. Un hombre que accidentalmente logra vislumbrar un error en el plan de su destino que promueve la posibilidad de entrever otra forma de vivir.