Sobre el repliegue individualista. Una de las grandes obsesiones del cine europeo siempre fue construir pequeñas denuncias alrededor de la hipocresía, el conformismo y la afectación de la burguesía, por lo general definida como una clase social especializada en el doble discurso y ese clásico “sálvese quien pueda” cuando las papas queman. Las perspectivas de abordaje han sido de lo más variadas y sin duda fueron experimentando cambios a lo largo del tiempo; así podemos citar ejemplos paradigmáticos como la frialdad de Gran Bretaña y Francia, el grotesco tragicómico de los españoles e italianos y el sadismo tan característico de Alemania y los países escandinavos. Durante los últimos años el cine rumano aportó una nueva modalidad, el naturalismo lacónico, el cual reconstituye una serie de detalles y recursos formales de los representantes anteriores aunque adaptándolos a la sensibilidad algo apagada de los locales. La propuesta en cuestión, El Vecino (Un Etaj Mai Jos, 2015), pasa a engrosar una lista más que generosa de films que vienen ensalzando las tomas secuencia, los planos fijos, una puesta en escena minimalista, el humor negro, diálogos un tanto disruptivos y el cúmulo de contradicciones de la sociedad rumana de la actualidad, con la transición del comunismo al libre mercado como leitmotiv principal de los relatos. En esencia el realizador Radu Muntean, conocido por su película previa, la discreta Aquel Martes después de Navidad (Marti, dupa Craciun, 2010), hoy toma prestado un catalizador de raigambre hitchcockiana/ depalmiana/ polanskiana para exprimirlo de a poco desde una cosmovisión que trabaja el sigilo y la contemplación de manera fundamentalista: como el título lo indica, la historia gira en torno al voyeurismo entrecruzado de dos residentes de un edificio de departamentos. Un día luego de pasear a su perro, Sandu Patrascu (Teodor Corban), un gestor automotor de buen pasar, escucha una pelea puertas adentro en la escalera camino a su hogar: Laura (Maria Popistasu) discute con quien parece ser su amante, Vali (Iulian Postelnicu), un hombre casado que también vive en el mismo complejo habitacional. Al salir del departamento, Vali se cruza con Patrascu por unos segundos, encuentro que derivará en desconfianza mutua a partir del momento en que la policía -más tarde, durante esa jornada- descubra muerta a Laura. Si bien Patrascu se obsesiona con observar a su vecino a la distancia, éste en cambio no es sutil en su vigilancia y decide inmiscuirse cada vez más en la familia del primero, conformada por su esposa Olga (Oxana Moravec) y su hijo Matei (Ionut Bora). En plena investigación policial, Sandu guarda silencio sobre lo que escuchó. Como tantas otras obras similares, la realización examina los resquicios de la conciencia y juega con los límites de la responsabilidad social, oponiéndolos a un instinto individualista de autoconservación en el que el concepto de “protección” suele estar empardado con los prejuicios, la cobardía y un repliegue progresivo hacia el círculo de afinidades habituales. Muntean, al igual que sus colegas Corneliu Porumboiu y Cristian Mungiu, aprovecha con inteligencia las paradojas detrás de sus personajes pero en ocasiones abusa de los tiempos muertos narrativos y el ritmo aletargado, sobre todo considerando que gran parte de los productos destinados al mercado de los festivales internacionales utilizan estos mismos recursos. Un punto a favor del guión de Alexandru Baciu, Razvan Radulescu y el propio director es que mantiene alta la tensión y no ofrece respuestas explícitas a la coyuntura…
El cine rumano casi nunca decepciona. El regreso después de varios años de Radu Muntean confirma que él es uno de los rumanos buenos. El trío de genios se compone de Puiu, Porumboiu y Muntean. Hay otros, y algunos son nombres que Cannes amontona como si fueran todos de un mismo partido estético. Es cierto que todos dominan el espacio cinematógrafo y consiguen filmar todo con un control absoluto de los medios del cine. Pero el dominio formal no garantiza una gran película. thumb-7 One Floor Below A diferencia de Aquel martes antes de Navidad, aquí no es el adulterio lo que se desea explorar sino el compromiso con la verdad. La trama es tan sencilla como una sentencia publicitaria: un hombre que vive con su hijo y su mujer oye la pelea de una pareja de vecinos desde la escalera. Jamás los ve pelearse, pero sí alcanza a oír los temas que precipitan la contienda doméstica. Inesperadamente, el joven que estaba a los gritos sale del departamento y se topa con su vecino. Patrascu disimula un poco, pues venía de sacar a su perro, pero el joven llega a comprender que su vecino estuvo espiando. Un poco después, Patrascu recibirá un llamado de su esposa: la joven vecina ha muerto. ¿Tuvo un accidente o la han asesinado? La puesta en escena de One Floor Below es formidable: el fuera de campo es la elección permanente para que los personajes vayan apareciendo lentamente en el cuadro. La película arranca con la respiración agitada del perro de Patrascu. Primero se ve el perro en su paseo matinal y de a poco la figura de Patrascu comienza a ocupar el centro del cuadro. Patrascu funciona como un centro de gravedad en el que convergen todos los signos de la película. Es como si cada personaje que se suma empezara a girar en torno a él. En este sentido, la esposa, el hijo sonámbulo, la madre de Patrascu, el presunto asesino, el agente de policía se van escalonando para aparecer y estimular dramáticamente la experiencia interior de Patrascu, la cual se dirime entre el compromiso con la verdad y la distancia no participativa. El peso de la deliberación moral del personaje se acrecienta por cada instancia de interacción, de lo que se predica un crecimiento de malestar que llevará a una explosión emocional y una conducta violenta. En algún momento habrá una pelea cuerpo a cuerpo; es un momento fabuloso en el que se consigue divisar el móvil que lleva a que un hombre sienta y concentre en su puño toda su bronca, una furia incontenible que no ha encontrado una forma de expresión. Es una escena magnífica porque el choque de dos cuerpos es siempre una resignación de la razón, una instancia momentánea que el animal a secas vence al animal político. ¿Cómo filmarlo? Lo distintivo de One Floor Below estriba en el uso magistral del fuera de campo. Todo se expresa primero sin que el otro o los otros estén visibles. El trabajo sobre el sonido ambiente, la ecualización de la musicalidad concreta de una casa constituyen una orquestación de signos que prepara todas las escenas. El sonido determina lo visto. Que se trabaje sobre el sonido no implica ningún descuido frente a los encuadres, no menos notables. Véase cada escena que tiene lugar en la cocina de la casa de Patrusca, o la forma de presentar la escalera del edificio en el que tiene lugar el accidente o el asesinato: la distancia del registro indica siempre una percepción del espacio. Existen cineastas a los que todavía les preocupa filmar los movimientos de la conciencia y el impacto sobre las conductas. La conciencia es el fuera de campo de los actos. Se puede filmar un asesinato, amantes en una noche de sexo, el silencio de un testigo, el cariño de un hombre por su mascota, y tratar entonces de inferir cómo el cerebro manda un impulso para que un hombre sienta amor, deseo, desprecio, benevolencia, insensatez y sosiego. Muntean es uno de ellos. A Garrel no hacía falta nombrarlo.
Un asesino en mi cabeza En El vecino (Un etaj mai jos, 2015), el realizador rumano Radu Muntean indaga en el cimbronazo que produce en la vida de un hombre de clase media la posibilidad de vivir cerca de un asesino. Muchos años han pasado desde los estrenos de La noche del señor Lazarescu (Moartea domnului Lazarescu, 2005) y 4 meses, 3 semanas y 2 días (4 luni, 3 saptamani si, 2 zile, 2007), películas que formaron parte de la “piedra fundacional” de una generación de realizadores rumanos que no tardó en consolidarse como una de las gemas del circuito de “cine arte” o “cine de autor”. Esos realizadores ya van por su tercera o cuarta película, lo cual sirvió para demostrar que “la nueva escuela rumana” fue algo más que una moda pasajera. Con El vecino, Radu Muntean (director de Aquel martes, después de Navidad) se mete de lleno en la vida de Patrascu, un hombre que se enfrente a la posibilidad de vivir a escasos metros de un asesino. Drama de conciencia envestido de thriller psicológico (denominación no desacertada, pero más amparada en criterios publicitarios que artísticos), en El vecino hay dos elementos de fuerte irradiación dramática. El primero es aquel que configura la anécdota: un hombre de clase media, Patrascu, llega de pasear a su perro y escucha una discusión entre sus vecinos del piso de abajo. La puerta se abre y ve salir a un hombre, quien nota su presencia y –en cierta medida- su intromisión. Al poco tiempo, la mujer aparece muerta: ¿accidente o asesinato? El segundo elemento refiere a lo que produce ese hecho en la vida de Patrascu, tan potente que le genera una tensión interna capaz de incidir en todo su vínculo con el afuera: con el propio vecino, con su trabajo y –sobre todo- con su familia, por más que intente disimularlo. Si de algo se valió esa generación de realizadores que apuntamos al comienzo fue de la concisión en términos de puesta en escena, concisión que no significa “simpleza” en lo más mínimo: “tiempos muertos”, planos secuencia, diálogos extensísimos capaces de revelar todo un mundo. Una serie de procedimientos que en buena medida coincidieron en un apunte político; una mirada cruda sobre la vida en sociedad en los tiempos post-Ceausescu, en donde convergen las tensiones con el capitalismo moderno y los mecanismos de constricción dictatoriales que persisten en la post-dictadura. Si Corneliu Porumboiu había ido un poco más allá con El tesoro (Comoara, 2015), adosando a ese marco la candidez propia de un relato de aventuras, en El vecino Munteaun se nutre del arco dramático de Alfred Hitchcock y tiñe a su relato de noir, aunque esta sea una de las películas más luminosas (en términos de fotografía) que el cine de su país haya entregado. De forma un tanto forzada, Patrascu se relacionará cada vez más con el presunto asesino, a partir de un pedido de tipo laboral. Ese supuesto asesino se le revelará como un catalizador de todos sus temores. Más aún cuando genere cierta empatía con su mujer y su hijo… sonámbulo. Cada paso del vecino dentro de su mundo cotidiano es, a la vez, la certidumbre de la omnipresencia de lo siniestro, la sensación de inestabilidad y temor que lo acompaña en todo el metraje, y que encuentra en el fuera de campo la concreción formal para transmitirle al espectador toda su angustia. ¿Angustia por no saber, por el temor ante la presencia de un asesino, por reconocer que no siempre se puede tener el control? Imaginará usted que la riqueza de la película no reduce el resultado a alguna respuesta, sino más bien lo contrario: la instalación de una duda que se revela como una incomodidad bien contemporánea.
SOSPECHAS Y DILEMAS MORALES Dirigida por el rumano Radu Muntean, esta es una película sorprendente. La historia de un hombre que descubre que su vecino de abajo, tiene una amante a la que maltrata en el mismo edificio. Y cuando esa mujer aparece muerta, él sospecha que ese vecino, el mismo que arregla las computadoras de su hijo puede ser el asesino. Sin embargo frente a la policía no dice nada. Ese es el dilema que muestra el film y le deja al espectador sacar sus conclusiones. En manos de Hollywood la película poseería tantas e intrigantes vueltas de tuerca a la medida de los lugares comunes del género que se instalaron en nuestras cabezas. Aquí eso no existe pero el suspenso crece y se multiplican los interrogantes, aun cuando llega el estallido y los reproches, las provocaciones entre esos dos vecinos. Una indagación de la naturaleza humana y sus enigmas, que tienen que ver con la idiosincrasia rumana pero también con los valores universales.
En El vecino, tras ser el único y desafortunado testigo de una pelea doméstica que termina en un asesinato, Sandu Patrascu deberá convivir en la misma comunidad con quien él cree es el asesino. Un muy interesante thriller rumano, en el que el director Radu Muntean apela a encuadres claustrofóbicos y planos cortos para generar climas asfixiantes. Hay una buena utilización de los planos secuencia (un clásico del cine rumano actual) y una estética minimalista casi documental que aporta un toque de realidad inquietante. Con algo del primer cine de Polanski, la película explora varios géneros, pero nunca de manera explícita, dejando al espectador la libertad de sacar sus propias conclusiones. Alejada del ritmo y la estética del cine industrial, es esta una obra de autor que se nutre de silencios para contar lo que es imposible con palabras.Cine de calidad para espectadores exigentes.
Crítica emitida por radio.
Otra mirada por la ventana indiscreta. Aunque hubo quien se apresuró a definirla como “un thriller psicológico”, nada hay de ese género en la película de Muntean, que presenta a un hombre ordinario en circunstancias extraordinarias y hace gala de un destacado trabajo de encuadres. “¿Te gusta escuchar detrás de las puertas, no?”, le echa en cara el vecino del 2º piso a Sandu Patrascu, así como en La ventana indiscreta el hombre de enfrente le preguntaba a “Jeff” Jeffries qué quería de él. Ni Sandu ni Jeff tienen respuesta para dar. El héroe de Hitchcock, porque no es del todo consciente de aquello que lo mueve. El de Radu Muntean, no se sabe bien, porque sus razones permanecen en ese fuera de campo que es el detrás de la máscara. Sin duda que el dilema moral y hasta el propio nudo argumental de El vecino, opus 5 del realizador de Aquel martes de Navidad, son muy semejantes a los de la hiper obra maestra de Hitchcock (en algunos casos da la sensación de que con obra maestra no alcanza). A lo que hay que salirle al cruce es al slogan de que El vecino “es un thriller psicológico al estilo de Hitchcock”, que algún atolondrado se apresuró a chambonear y a la publicidad local se le ocurrió reproducir. El vecino no tiene nada de thriller, como no tiene nada de cine de género el cine rumano en su conjunto, y saldrá totalmente defraudado quien vaya en busca de eso. Lo que le interesa a Muntean no es tener al espectador en vilo sino, como en Boogie (2008) y Aquel martes de Navidad (2010), plantearle una situación que lo ponga en problemas. También como en Hitchcock, Patrascu es un hombre ordinario en circunstancias extraordinarias. Pero, otra vez el juego de espejos entre ambos: de la ecuación, Hitchcock elegía narrar lo extraordinario; Muntean, lo ordinario. Como todo el cine rumano. Sandu vive con su esposa e hijo adolescente en un edificio post–Ceausescu, y lleva adelante con la esposa lo que con alguna exageración llama “sociedad comercial”, consistente en la gestión de todo tipo de trámites vinculados con el registro automotor. Un día como cualquier otro, cuando pasa por el segundo piso oye, desde uno de los departamentos, una pelea a gritos de una pareja, que incluye amenazas y violencia. Se para a escuchar, da la impresión de dudar si intervenir, en ese momento se asoma Vali, vecino del tercero, y Sandu se va. Unas horas más tarde la chica del segundo piso aparece muerta, un policía viene a interrogar a Sandu y éste niega haber oído nada. ¿Por qué lo hace? El mecanismo básico del film se ha puesto en funcionamiento. De aquí en más, a Patrascu se lo verá actuar, pero no sabremos qué lo mueve. Sólo puede conjeturarse. Al mismo tiempo, un elemento colabora con la paranoia y es eso lo que llevó a algunos a empujar las cosas para el lado del thriller: Vali comienza a rondar a su vecino del piso de arriba. Ahora la situación remeda la de otro film de Hitchcock: Pacto siniestro, donde el patológico Bruno Antony no dejaba de acosar a su doble débil Guy Haines, una vez producidos los crímenes cruzados. Como Bruno, como una especie de Droopy preocupante, Vali empieza a aparecerse en todas partes. Sandu se asoma por la ventana y ahí está él. Llega a su casa y lo encuentra, después de haber arreglado la X–Box del hijo y haberse autoinvitado a almorzar. Más tarde quiere hacer la transferencia del auto, y el gestor tiene que ser Sandu sí o sí. Sandu descubre varias facturas impagas y el peso de la culpa lo lleva a pagarlas. La cosa se pone cada vez más espesa y, como suele suceder con lo reprimido, terminará por explotar como un vómito. Muntean no filma lo reprimido sino la represión. Por eso sus encuadres son precisos, límpidos, calculados, como lo eran en Aquel martes de Navidad, otra historia de superficies ordenadas y caos subyacente. Como allí y como es prototípico del llamado Nuevo Cine Rumano en general, Muntean coloca la cámara siempre en la posición que le permite el mejor aprovechamiento de la escena, con la menor cantidad de cortes y sólo los movimientos imprescindibles. Esa elección hace que en cada escena el espectador se vea enfrentado a toda la situación, ignorando sin embargo todo aquello que no sea visible. Qué pasó con la chica, si la mataron o no. Si Vali es o no su asesino. Por qué calla Sandu. Lo que el espectador no puede ignorar, si está dispuesto a aceptar el reto, es qué haría él en esa situación. De eso tal vez trate en verdad El vecino. Así como la pregunta de Lars Thorwald en La ventana indiscreta quizás estuviera tan dirigida a “Jeff” Jeffries como, por elevación, a ese otro ser atrapado, después de haber pagado su entrada, en una silla llamada butaca.
VIBRACIÓN INTERIOR Sandu Patrascu se mantiene fiel a su rutina: saca a pasear a Jerry al parque, se va a trabajar, regresa a la casa, cena y vuelve a salir con Jerry, como si en la densa y automatizada cotidianidad no hubiera ningún resquicio para la sorpresa o lo impredecible. ¿Qué sucedería si, de repente, aquel esquema se viera afectado por un hecho externo como la extraña muerte de Laura, la vecina del piso inferior? ¿Cómo debería reaccionar Sandu cuando, un poco por accidente y otro poco por curiosidad, escucha una pelea entre ella y Vali (otro vecino) antes de su fallecimiento? ¿Qué se espera que haga cuando un agente de policía lo interroga sobre el hecho? El lazo entre pensamiento y acción es lento, dilatado puesto que el director rumano Radu Muntean no privilegia la articulación o el cuestionamiento entre ambos, sino que destaca el trabajo interno de cada personaje. De esta forma, se los percibe ensimismados, un tanto pasivos, enmarcados por la ambigüedad y sujetos al despliegue de cada instante de la vida diaria. Por el contario, la tensión sólo se exterioriza en breves momentos y de forma incompleta: cuando Sandu es descubierto por Vali espiando, es el primer encuentro entre ambos post muerte de Laura. El acercamiento cada vez más frecuente entre Vali y la familia de Sandu, la reunión entre Sandu y sus amigos mientras miran un partido de fútbol o la escena dentro del auto de Vali; todas escenas que, si bien se conciben como espacios de catarsis o de toma de consciencia de lo sucedido, en realidad, funcionan como meros exabruptos o circunstancias límite que subrayan la ambigüedad de los personajes. Si se compara El vecino con La soga de Alfred Hitchcock se puede establecer cierto paralelismo en la lógica compositiva psicológica de los personajes, sobre todo, a partir de la duda, la tensión, el silencio, la culpa o el conocimiento/incertidumbre, sin embargo, difieren de manera notable en la puesta en escena: en la película rumana, la inserción de lo cotidiano suspende el reconocimiento del hecho hasta volverlo casi una anécdota, donde la única certeza es la cinta sobre la puerta del departamento o las fotos del facebook de Laura; mientras que Hitchcock busca desenmascarar lo sucedido y jugar con esa posibilidad ya sea desde la exhibición del baúl como trofeo/evidencia, la circulación en el espacio cerrado y la reconfiguración de los elementos del delito. La tensión, entonces, explota y se dilata, la ambigüedad se adentra cada vez más en escena y los personajes comparten su introspección con los propios espectadores, los cuales terminan insertados en esa lógica o rebelándose en nombre de Sandu. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Policial más curioso que logrado Más que un policial, este film rumano es un drama sobre los motivos ocultos que puede tener la gente común para hacer o no hacer cosas. El título original de lo que acá se llama "El vecino" se puede traducir perfectamente como "Un piso más abajo", y el tema es el de un vecino que podría haber denunciado a otro por una actividad sospechosa justo antes del asesinato de otra vecina, pero que por algún motivo prefiere callar esa información cuando es interrogado por la Policía. El director Radu Muntean juega toda la historia desde un ángulo minimalista, observando cada detalle de las actividades de la familia del vecino-testigo, mostrando cierta burocracia rumana dado que su trabajo tiene que ver con el registro de propiedad de automóviles, pero sobre todo en asuntos cotidianos, como los largos paseos con su mimado perro labrador, al que incluso lleva con su hijo adolescente a una exposición canina. Justamente en esta escena aflora un poco del suspenso que se espera de un policial, pero que está apenas latente. Es que sin que el espectador pueda conocer las motivaciones del protagonista para no haberle contado a la Policía la disputa entre el vecino de abajo y la mujer que luego apareció asesinada, la información que se reservó actúa como fuente de paranoia y nerviosismo. Mucho más cuando el vecino de abajo aparece en su casa actuando muy simpáticamente con su mujer e hijo, al que aconseja sobre su computadora y sus videojuegos. Bien filmada, actuada y fotografiada, el estilo ascético de "El vecino" no siempre convence del todo. La historia es interesante y la narración es bastante fluida, pero no llega a generar la intriga que el planteo propone, por lo que el resultado podría definirse más como una curiosidad que otra cosa.
Radu Muntean’s One Floor Below is a slow burner leading to a dramatic outburst POINTS: 7 Sandu Patrascu (Teodor Corban) is a middle-aged, middle-class ordinary man. Together with his caring wife, Olga (Oxana Moravec), they have a car-registration business and a teenage son, Matei (Ionut Bora) who is into video games and spends a lot of time online. And they also have a pet: a golden retriever named Jerry. One day, on his way home, Patrascu overhears a fierce argument between young Laura (Maria Popistasu) and her next-door neighbour, Vali (Julian Postelnicu) who, like Laura, lives one floor below him. Judging from what they say, it’s easy to guess they are lovers. Precisely when Vali leaves Laura’s apartment, he sees Patrascu standing on the stairwell. They just greet each other, while Vali’s expression shows he knows his neighbour is more than aware of both the argument and the affair. Later that day, Laura is found dead. While there’s no evidence of her being murdered, it’s highly likely that that’s what happened. So the police come to the building and start interrogating all neighbours. Perhaps out of fear or indifference, Patrascu never tells the police about what he’d heard and seen. But will his conscience bear such a decision in the long run? What if Vali proves to be dangerous to him and his family as well? One Floor Below, the new film by Romanian auteur Radu Muntean (Boogie, Tuesday, after Christmas) is built upon some of the usual traits of a good deal of New Romanian Wave of cinema: a minimalist narrative with a thin storyline, a set of aesthetics anchored in extreme naturalism, a no-nonsense depiction of everyday life, an austere mise-en-scene, a very leisured pace, an observational approach to the characters’ actions and thoughts, and understated dialogue. Sometimes, as is the case here, in the very end you have a dramatic outburst bringing the slow-burner to a climax. Thematically speaking, Mun-tean’s opus is a reflection on a sense of moral and responsibility that arises from Patroscu’s dilemma: to tell or not to tell. Instead of going for a predictable psychological approach — which would have clarified much of the conflict — the focus is on the behaviour of the protagonist whose soul is far from easy to decipher. That’s why Corban’s finely calibrated performance, which takes advantage of a well-developed character, is never that revealing about what he thinks. By working with the bare essentials, the filmmaker manages to address the essence of things. In its metaphorical resonance of how a society at large responds — or doesn’t respond — to the harm done to others it will ring a universal bell. However, the level of tension is rather uneven and so the dramatic progression doesn’t always fuel the story with the necessary energy. As you watch One Floor Below, you may feel that, halfway through the second act, the formula becomes repetitive, and so you may lose some interest. In terms of the story, at times it feels there’s something missing or too much of the same thing. It’s only fair, however, to point out that the ending is quite wise, as it resignifies a central idea of the film. It’s just that perhaps it takes longer than necessary to get there and the road can occasionally be uneventful. Production notes One Floor Below (Romania, 2015). Directed by Radu Muntean. Written by Alexandru Baciu, Radu Muntean, Razvan Radulescu. With Teodor Corban, Iulian Postelnicu, Oxana Moravec, Ionut Bora, Adrian Vancica, Maria Popistasu. Cinematograpy by Tudor Lucaciu. Music by Electric Brother. Editing by Alexandru Radu. Running time: 93 minutes. @pablsuarez
El cine rumano sigue haciendo de las suyas y esta película es otra carta fuerte de uno de sus autores menos conocidos, del que todos admiramos su excelente AQUEL MARTES DESPUES DE NAVIDAD, pero que no ha tenido aún el reconocimiento de compatriotas suyos como Corneliu Porumboiu, Cristi Puiu o Cristian Mungiu. Tal vez esta película no cambie las cosas –se trata de un filme oscuro y complicado, más frío y esquivo que el anterior– pero sin duda lo consolida como uno de los mejores cineastas de su país y, a la vez, uno que busca sumarle nuevos condimientos a las ya conocidas “fórmulas” del cine rumano. En cierto modo, el filme de Muntean tiene unos puntos en común con el de Woody Allen IRRATIONAL MAN, ya que ambos tienen como eje una decisión ética que toma su protagonista, decisión que él considera justa y adecuada pero que luego le complica la vida. Aquí el personaje principal es un hombre que trabaja lidiando con la burocracia rumana que existe para los registros de automotores. Está casado y tiene un hijo adolescente que vive pegado a la computadora, entre Facebook y los juegos más violentos. Se trata de un cincuentón en apariencia amable y bonachón que un día, subiendo a su casa, escucha una pelea entre un hombre y una mujer –amantes o pareja, en ese entonces no se sabe– en el piso de abajo al que hace mención el título de la película. Mientras está parado escuchando en la puerta, el hombre sale enojado del cuarto y lo mira mal, dándose cuenta que estaba espíando por más que intente disimularlo. ONEFLOORBELOWPoco tiempo después, la chica aparece muerta, habiéndose tirado del balcón. No queda claro si es suicidio o asesinato pero cuando viene la policía el protagonista decide no contar nada de lo que vio, tal vez temiendo posibles represalias del hombre, vecino del departamento también. Esa decisión lo lleva a meterse en problemas que conviene no adelantar pero que van cercando a los protagonistas entre sí en una especie de duelo silencioso de “yo sé que tu sabes que yo sé”, que se va expandiendo cuando el supuesto asesino empieza a relacionarse con el hijo de su vecino y a ayudarlo con su computadora. Esto es apenas el principio de un filme que, a diferencia del de Allen, no expone sobre la mesa ni subraya sus temas. Al contrario, los personajes se tornan inexpugnables, sus decisiones confunden y la trama se va corriendo del lugar más esperado para ir abriendo otras aristas temáticas interesantes, entre ellas la dependencia y la relación con internet (Facebook juega un rol fundamental aquí). En una sociedad como la rumana que viene de décadas de control y de espionaje interno, las informaciones que circulan en ese edificio y online se vuelven “papas calientes” para los protagonistas, obligándolos a actuar de maneras insospechadas. Si a eso se le suma una mirada crítica al machismo instalado en esa sociedad, la película consigue convertirse en otra demostración de que se puede integrar elementos de género a un drama realista social y cotidiano sin que eso rompa la plausibilidad y la lógica del relato. Ese es el secreto del cine rumano: crean tensión, hacer inteligentes lecturas políticas y pintar la sociedad actual en ese país con una puesta en escena sutil y una lógica interna inapelable.
Pequeño gran film rumano Aunque algo opacado en la consideración cinéfila internacional por sus compatriotas Corneliu Porumboiu, Cristian Mungiu y Cristi Puiu, Radu Muntean es, sin dudas, uno de los directores más interesantes del nuevo cine rumano. Tanto Boogie (2008) como Aquel martes después de Navidad (2010) ya lo ubicaban como un brillante guionista, narrador y director de actores. Con El vecino no hace más que ratificar y potenciar todas esas condiciones y atributos. El antihéroe del film es Sandu Patrascu (Teodor Corban), padre de un adolescente absolutamente alienado por las nuevas tecnologías (de Facebook a los videojuegos de lucha), que maneja con su esposa Olga (Oxana Moravec) un negocio de gestoría dedicado a registrar en oficinas públicas a los nuevos dueños de automóviles. El protagonista -que parece prestarle más atención a su perro que a sus familiares- escucha unos ruidos violentos en el departamento de una joven vecina, pero cuando ella aparece muerta y tiene la oportunidad de denunciar al casi seguro asesino opta por callar. Esa cobardía le sale cara, ya que el sospechoso empieza a aparecer cada vez más seguido entre su círculo íntimo con una conducta en principio amistosa, pero que esconde un sesgo amenazante. ¿Cuándo y cómo explotará esa tensión contenida? Ése es el enigma que maneja con brillantes recursos y herramientas Muntean, aunque en el cine rumano suelen ser más importantes las formas, los climas, los universos personales y los detalles que la eficacia y el impacto de las resoluciones (es el reino de los finales abiertos). Thriller psicológico con reminiscencias hitchcockianas, El vecino fluye con elegancia, convicción e inteligencia entre la presión interior, la cotidianeidad de personajes con múltiples facetas y el enigma propio de un asesinato con posterior investigación policial. Otro pequeño gran film de Muntean y del (por suerte) inagotable cine rumano.
Yo sé que tú sabes que yo sé Sorprendente thriller del ascendente cine rumano, con conflictos morales y fuerte carga dramática. Conflictos morales de personajes comunes y corrientes: ése es el sendero por el que el cine rumano viene recorriendo desde hace un tiempo su exitoso camino para mostrarse como una cinematografía novedosa y potente. Sin el aliento social que suele tener lo que filma y firma Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días), El vecino es en su médula un thriller. Un thriller rumano, cabría acotar, ya que no hay un arma, no se escucha un disparo y sí hay una mujer muerta, un sospechoso y un hombre que cree saber quién la asesinó. Sandu Patrascu (Teodor Corban) vuelve de correr con su perro y al subir por las escaleras de su edificio escucha que detrás de la puerta de un departamento discuten un hombre y una mujer. Se detiene. El hombre sale, y Patrascu lo reconoce. Es un vecino, sí, pero que vive con su esposa en otro piso. La vecina del segundo piso luego aparece muerta. Radu Muntean (Aquel martes después de Navidad) toma el punto de vista de Patrascu. No lo abandona jamás. El protagonista sabe, o mejor dicho cree saber, que el vecino tuvo participación directa en la muerte. Lo cree el asesino, pero -siempre que hay un pero, se abre una puerta a la controversia- no lo dice. Ni a su esposa, ni a sus amigos con quienes ve un partido de la Champions League, menos a la policía que lo interroga en su departamento. Si El vecino fuera una película de Hollywood, o proviniera de un país sin pasado totalitario, otra podría ser la lectura. Pero quienes pasamos por una dictadura, como también sucedió en Rumania, podemos ver, no entender o compartir, el no te metás de Patrascu. El director, que sigue con la cámara sin primeros planos a Patrascu, descubre junto con el espectador, de golpe, que “Vali” Dima (Iulian Postelnicu) ingresa a su casa, se hace amigo de su hijo adolescente, su mujer le da de comer. Vali le había encargado un trámite burocrático con su automóvil, un trabajo con el que Patrascu (sobre)vive. De pronto, el protagonista se siente acosado. Por el vecino, y por su conciencia. El vecino es un thriller al estilo de los que podría pensar Hitchcock, no Richard Donner. Las implicancias son más personales, y Patrascu en algún momento debería estallar. Pero si lo hace, ¿se sincerará ante todos? El vecino es la segunda película rumana en estrenarse aquí este año, tras El tesoro, de Corneliu Porumboiu, y con los dos títulos exhibidos en competencia en Cannes por la Palma de Oro (y otro en Una cierta mirada, en el mismo festival), Muntean es otro puntal de un cine que atrae desde su trama y sus personajes más que por su narración. El vecino es thriller, pero también, un drama. No conviene dejarlo pasar de lado.
Este es un thriller psicológico que durante algunos minutos contiene: diálogos interesantes e intrigantes con un toque al estilo Alfred Hitchcock. Aporta buenos planos secuencia, buena fotografía, mantiene la tensión e incorpora interesantes interpretaciones, pero abusa de los tiempos muertos y el ritmo es soñoliento. El título original de película “Un etaj mai jos” o “Una planta por debajo”, su traducción no resulta del todo apropiada.
Crimen y castigo Volviendo de un paseo con su perro por el parque, Patrascu sube la escalera de su edificio mientras escucha a una vecina discutir acaloradamente con un hombre, que luego sale al rellano y lo saluda. Es su vecino de abajo. Al día siguiente, la joven es encontrada muerta. El protagonista no comenta el incidente con su familia ni se lo informa al inspector de policía. La muerte, como la pelea de los amantes, ocurre fuera de campo. El sonido determina las acciones de un modo extraordinario. Con una notable economía de medios y un sistema formal riguroso, El vecino hace de Patrascu la figura central de todos los planos, estoico sobre un decorado fuera de foco, tensionado entre callar o comprometerse con la verdad. La sutileza de la película descansa en Teodor Corban, que imprime íntimos matices a su encarnación de un personaje y de un mundo. Patrascu sigue su rutina de trabajo, concentrado en crípticas conversaciones telefónicas o resolviendo las complejas formalidades administrativas para la matriculación de vehículos. Pero el incidente afecta su conciencia como cómplice involuntario. Radu Muntean logra mostrar este golpe sutil sobre la conducta del protagonista con pequeños detalles en el lenguaje corporal que evidencian el dilema moral que está afectando físicamente su vida cotidiana. La película se construye a imagen y semejanza del trabajo repetitivo y meticuloso del protagonista. El comportamiento ambiguo se mantiene incluso cuando Vali, el presunto asesino, comienza a insinuarse en la vida de Patrascu, pidiéndole actualizar su registro o yendo a instalar internet a su casa. Como una mala conciencia, aquella silueta difusa en la escalera regresa y termina en su mesa familiar. El protagonista vuelve a la escena, como Raskolnikov luego de su crimen. Pero el castigo es periférico: es la culpa del testigo. De a poco, el malestar de Patrascu se contagia de una tensión perturbadora, penetrante y creciente. En un momento, la furia será incontenible, habrá un enfrentamiento físico asombroso y el realismo se irá desbordando de un modo imperceptible hacia una pesadilla latente donde los niños devienen sonámbulos para inquietar nuestra conciencia.
Un recorrido introspectivo por un dilema moral. El vecino (Un etaj mai jos) es un thriller psicológico que se adentra en la mente de Sandu Patrascu (Teodor Corban) que se cruza con gritos mientras volvía a su casa en la escalera de su edificio, entre Vali (Iulian Postelnicu) y Laura, su vecina del piso de abajo. Antes de volver a su casa, Vali sale y Sandu hace como si no hubiera escuchado nada, pero la mirada entre ambos es evidente. Un tiempo más tarde, Sandu se entera que Laura fue hallada muerta, casualmente en la misma franja horaria que ocurrió la discusión. Cuando el policía se acerca a preguntarle en relación a su vecina y qué sabía sobre su vida, el protagonista elige ocultar la información, no develar la discusión ni la pelea con su pareja. Además de tocar un tema más que presente en nuestra agenda pública, como la violencia de genero, El vecino es un relato más sobre el individualismo extremo de nuestra sociedad pero también un viaje sobre la culpa y la responsabilidad ciudadana. Porque a pesar que Sandu quiere escapar de la situación, no meterse y evitar problemas, también el supuesto asesino se mete cada vez más en su vida y su familia. Ese coqueteo incrementa la tensión y, a pesar que en muchos momentos parece no suceder demasiado, la actuación de Corban nos hace sufrir su dilema, que claramente no compartimos, pero su posición queda más que expuesta y comprendida. Los planos fijos y las largas tomas secuencias nos muestran que la acción está por un lado pero la cabeza, lo importante, está en otro. Al mismo tiempo, Iulian Postelnicu expresa muy bien el cinismo de su personaje y también nos demuestra como busca a Sandu, como en cierta parte también lo aborda la culpa por lo ocurrido. La tensión crece y crece hasta explotar, y a pesar que el final parece cantado, en realidad no lo es. En diálogo con uno de los guionistas, Alexandru Baciu, nos comenta que cada escena y cada hecho fue planeado y discutido democráticamente entre los tres guionistas, entre los cuales está el director Radu Muntean. Ahí se entiende que dentro de las posibilidades pensadas, también está el hecho que posiblemente no haya sido un asesinato, la apertura da lugar a que pueda no serlo porque lo jugoso de este thriller psicologico justamente no está en juzgar el crimen o no. Para Baciu, este film trabaja de dos formas para él, en un sentido realistico por un lado por el hecho de ser testigo de un posible asesinato, pero lo más jugoso está en la conciencia de los protagonistas, como las personas lidian con sus propios actos. Según su visión, la conciencia no es un juez que te juzga, sino que aparece de repente, es como un combate de boxeo con uno mismo, y que se evidencia en el protagonista pero que también ocurre con el asesino que en algún lugar de su mente hubiese querido que Sandu vaya y le cuente todo lo ocurrido a la policía porque no tiene el valor de entregarse él mismo. El vecino pone muchos dilemas éticos, por eso se entiende ese trabajo para desarrollar la introspección de los dos protagonistas. Construye esa tensión con éxito y también el testimonio de Baciu nos ayuda a pensar el final en relación al compromiso con la importancia de las denuncias y la actitud de Sandu: “Nos gusta pensar que las historias tengan un final feliz y que el mundo es un lugar muy lindo, que el karma existe porque si haces cosas malas algo muy terrible te va a pasar. Pero para mí son pensamientos mágicos, el mundo no funciona de esa manera”.
Ya dejó de ser una moda impuesta por la crítica y propiciada por la multitud de premios y reconocimientos en festivales de cine de altísimo prestigio. El cine que se hace en Rumania, o por lo menos el que se difunde fuera de su territorio, es el más sólido, exigente y extraordinario de la actualidad. Por supuesto que no todos los films alcanzan la categoría de La noche del Sr. Lazarescu, Aurora, Budapest: 12.08, la reciente El tesoro o Policía, adjetivo. Pero las secuelas de la dictadura de años de Nicolae Ceausescu, expresadas en forma directa o indirecta en muchos títulos, ha mutado a un discurso universal, cercano al realismo cotidiano, en donde las ´ínfulas del capitalismo salvaje se corroboran en vidas grises, automatizadas por una idea sobre el mundo que hace eco en otras latitudes. Es lo que ocurre con El vecino de Radu Muntean, también director de Boggie y Aquel martes, después de Navidad, la nueva gema del cine rumano mientras se espera que algún distribuidor local se anime a estrenar por acá algún título de los se presentaron en el reciente Festival de Cannes. La mínima historia de El vecino disecciona a un mundo construido desde una supuesta felicidad que se ve trastocado por un hecho anómalo: la sospecha de un buen padre de familia con un trabajo particular, quien de un día para otro presume que un hombre asesinó a una mujer. Los ecos del thriller resuenan en primera instancia, pero Muntean decide narrar la historia desde el personaje central, ese hombre bonachón (Matei Patrascu) sumergido en dilemas éticos y morales en relación a su propio comportamiento. El paso siguiente será el menos previsto por el manual del thriller convencional: la ambigua cercanía entre el sospechoso y el buen vecino, que no solo se traducirá en diálogos incómodos y miradas poco complacientes, sino también desde la invasión a la privacidad (¿autorizada?) del supuesto criminal en el día a día del personaje central. Sin estallidos emocionales o catárticos que subrayen el conflicto, El vecino articula su discurso desde un distanciamiento que jamás omite la sospecha, el qué dirá el otro, el temor por perder la seguridad conseguida a través de un buen trabajo, una esposa ejemplar y un hijo fanático de la computación. El vecino ausculta el terror desde el fuera de campo, sin reparar en escenas convencionales, descansando en esa letanía familiar que en un momento sumará a un inesperado integrante. Desde la psiquis de Patrascu puede descifrarse la incomodidad de una sociedad, muy establecida en detalles que caracterizan a la sociedad rumana, pero no tan lejana a otras geografías más cercanas con idénticas problemáticas. El vecino, claro está, en una película extraordinaria sobre un tema universal.
Un incómodo secreto compartido Para Sandu Patrascu el día comenzó como todos los días. Salió temprano por la mañana a pasear a su perro, Jerry, siguiendo su rutina de ejercicio físico y dieta que asumió para bajar unos kilos de más que le están molestando. Sandu tiene alrededor de 50 años, vive con su esposa Olga y con su hijo adolescente, Matei, en un apartamento en Bucarest. Al regresar a su casa, luego del paseo matinal, se topa con una situación algo incómoda. Sandu y su familia viven en el tercer piso de un edificio que no tiene ascensor. Subiendo las escaleras, al pasar por el segundo piso, el protagonista escucha una discusión que proviene de un departamento. Son un hombre y una mujer que levantan la voz en una rencilla doméstica. Pero algo lo detiene a Sandu, no se sabe si es preocupación o simplemente curiosidad. El caso es que de la puerta desde donde se oyen los gritos, de pronto sale un hombre joven y se cruza con él. Incómodos los dos, cada uno va para su lado. Después, el día sigue normal. Sandu se va a su trabajo, en una gestoría de trámites del automotor, una actividad que lleva adelante junto con su esposa, quien trabaja desde su casa. En medio de su jornada laboral, al tomar contacto telefónico con Olga por motivos de trabajo, se entera de algo que lo deja helado. En el piso de abajo, encontraron muerta a la joven, llamada Laura, que vivía en el piso de abajo, con un fuerte golpe en la cabeza. Se trata del departamento 21, donde Sandu escuchó la discusión. Al volver a su casa, Sandu se encuentra con el lugar sellado por fajas de seguridad. La policía ya ha tomado cartas en el asunto y hay un proceso de investigación. Todos los vecinos están consternados. Resulta que el joven que salió de ese mismo departamento cuando Sandu volvía de pasear a su perro también vive en el segundo piso, pero en el departamento 23 y con su esposa. El joven se llama Vali. Pero aparentemente, nadie lo ha asociado con el deceso de la muchacha. Sin embargo, Vali sabe que Sandu lo vio salir de ahí horas antes de que la chica aparezca muerta, y Sandu sabe que es muy posible que Vali sea un asesino. Ambos se cruzarán una y otra vez, como antes, en las escaleras del edificio o en la calle, y la tensión se siente en el aire. Ambos se miran con desconfianza. Hasta que Vali decide involucrarse pidiéndole a Sandu que le haga un trámite para transferir la propiedad de su automóvil. A partir de ese momento, el muchacho no deja de merodear al hombre y también a su familia, en una actitud que molesta a Sandu. La tensión va a estallar cuando Vali directamente le pregunte por qué no lo denunció a la policía. Vali insiste y provoca a Sandu hasta que éste pierde los estribos y toma una actitud de querer escarmentar al sospechoso, como si se tratara de algo personal entre ellos. El relato de Radu Muntean tiene las características que definen al nuevo cine rumano y es que partiendo de historias simples y de circunstancias cotidianas, los personajes se sumergen de improviso en una situación nueva, extraordinaria, que rompe la monotonía de la vida y que plantea una serie de inquietudes que implican a la conciencia moral, pero también cuestiones de seguridad y otros asuntos más pragmáticos. Ese hecho fortuito, que sacude la vida interna del condominio, lo pone a Sandu frente al desafío de resolver un dilema. Evidentemente, el personaje no confía en las instituciones y aun sabiendo que su vecino es peligroso, decide tomar él en sus propias manos el problema, y pretende hacerle entender a Vali que allí es él quien manda. Si tiene éxito o no en su acción, es algo que en el film no queda firme, pues el final es abierto. Pero el rostro de Sandu, luego de marcarle los límites al joven impertinente, muestra cierta satisfacción y una especie de alivio. Hasta ahí, todo indica que el turbio asunto quedará como un secreto incómodo entre dos personajes que se tendrán que vigilar uno a otro indefinidamente, pero quién sabe... “El vecino” es un film inteligente. Muestra una situación y su desenlace, pero no ofrece explicaciones. Los personajes actúan movidos por sus propios deseos y tienen motivaciones que no son explícitas, la interpretación de sus actos queda al criterio de los espectadores, quienes podrán hacer conjeturas pero a quienes la película no ofrecerá ninguna respuesta definitiva.
El cine rumano nos sorprende. En cada estreno descubrimos una cinematografía pródiga en jóvenes autores capaces de hablar de muchas cosas grandes a través de cosas chicas, historias simples, cotidianas casi. Después de El Tesoro, llega El Vecino, con varios puntos en común, pero ésta dirigida por Radu Muntean, el mismo de "Martes, después de Navidad". Aquí, la simpleza de una anécdota de consorcio se pone hitchckokiana: el protagonista tiene un encuentro casual con unos vecinos que parecen tener problemas de pareja. Al día siguiente, la mujer es asesinada. La película se encarga de observar cómo reaccionan los personajes después de esa irrupción de la violencia en unas vidas que parecen normales, sin grandes asuntos, pero satisfactorias. Cómo sigue la vida en el micromundo vecinal, cómo las reacciones individuales influyen en las familias, en la vida cotidiana. El mejor no saber, dice la película, es también una elección que dice mucho sobre una sociedad, una historia, un país.
“El vecino” (Rumania/ Francia/ Suecia/ Alemania, 2015) de Radu Muntean es un filme que permite muchas lecturas a partir de la poca información que a lo largo del metraje se va presentando. Manejando la intriga sobre el personaje que se menciona en el título local, la narración se va tornando cada vez más densa y sombría hacia el finalizar el metraje. En la película un personaje, siniestro, misterioso, será el disparador de las obsesiones y elucubraciones de Patrascu (Teodor Corban) un hombre que trabaja como gestor automotor, y reparte las horas de su día con rutinas que incluyen correr por el parque, pasear a su perro y dialogar con su mujer e hijo. En el aparentemente tranquilo edificio en el que vive, cada vecino, aislado del resto hace sus cosas sin tener que explicarle nada a los demás. De hecho son muy pocos los que interactúan con los demás. Cuando un día, volviendo justamente de sus rutinas, escucha gritos en uno de los apartamentos, hipnotizado y sorprendido, comienza a subir las escaleras y es seguido de cerca por una persona que sale de allí (Iulian Postelnicu). Cuando a los días, se entera de la muerte de la inquilina de ese departamento, el miedo lo apodera, pero en vez de amedrentarse o quedarse con una impresión personal sobre la situación, decide ir más allá y omitir este dato a la policía que realiza la investigación. El vecino, además, comenzará una relación cercana con su mujer e hijo por temas laborales (repara computadoras), por lo que ahí sí, la paranoia se volverá el lugar común de sus días sin poder alejar de su mente por un momento aquello que escuchó detrás de las puertas. Con una lograda tensión in crescendo, sin que la información se presente en la pantalla, el director Muntean logra un filme hipnótico donde la fuerza de aquello que Patrascu imagina, o piensa, o cree es más importante que todo lo que la puesta en escena transmite. La lograda interpretación y el verosímil con el que se trabaja constantemente en la película, son también otros de los aciertos con los que la cinta puede atrapar el interés, sin siquiera acudir a golpes efectistas o a resoluciones que complejicen aún más la Hitchcockniana trama. Y todo esto en medio de un filme realista, que omite exagerar situaciones, como tampoco intenta atrapar la atención desde un lugar preconfigurado, sino, todo lo contrario. “El vecino” se destaca por su habilidad narrativa, llena de planos detalles que no hacen más que potenciar la sospecha y la culpa, de mostrar la ciudad como un espacio de conquista personal, mientras que el edificio se erige como el lugar de encierro y reclusión, y aunque parezca un trabalenguas, es así, de haber hecho y de no hacer, aquello que uno imagina que se tendría que haber hecho en el lugar del protagonista.
Sandu Patrascu (Teodor Corban) es el prototipo del hombre común. Juguetón con su perro Jerry, intenta ser un padre ejemplar y con su mujer, Olga (Oxana Moravec), trabaja como agente de licencias de manejo. Bien intencionado tanto en su rol de padre como de ciudadano, un día, subiendo las escaleras hacia su departamento, escucha en el primer piso una violenta discusión entre la vecina del primero y el vecino del segundo. Al día siguiente se entera de que la chica está muerta y un policía lo visita para interrogarlo. Sandu se hace el tonto, prefiere no mencionar el incidente con Vali (Iulian Postelnicu), su vecino del segundo, para no generarle un conflicto a su familia. Pero la conciencia de Sandu tiene un rol invisible, lo perturba por las noches y lo subleva cada vez que Vali, misteriosa o perversamente, trata de interferir en su vida familiar. El cine rumano se especializa en esta clase de thriller, sin efectos dramáticos ni la parquedad del cine de autor, con un efecto similar al que consiguió Ana Katz con Mi amiga del parque. Incómoda e irresoluta de principio a fin, El vecino es una de las muestras más refinadas de esta tensión de la cotidianeidad.
Mentiras impiadosas Tras la reciente El tesoro, llega a la cartelera argentina otro exponente del siempre sorprendente y provocador nuevo cine rumano. El cine rumano parece una fuente inagotable de frutos delicioso y maduros, muestras de la realidad de la vida cotidiana en una sociedad en constante evolución. Siempre con un pie en la vida de hombres y mujeres no demasido excepcionales, sus directores nos conmueven con historias veraces y profundas, de un humanismo que lo acercan a una realidad universal (personalmente, debo también al cine de ese país el acercamiento a amigos entrañables y la posibilidad de haber disfrutado del Festival de Transilvania.) Con obras que acaban de ser premiadas en el Festival de Cannes, ahora celebramos el segundo estreno del año en Argentina: antes fue El tesoro, de Corneliu Porumboiu, ahora es el turno de El vecino, de Radu Muntean. El vecino enfoca en el quehacer de Matei Patrascu, un hombre común, buen padre de familia, quien sale cada mañana a caminar con su perro, y a transpirar, ya que no puede dejar la cerveza o atenerse a una dieta. Al regresar de uno de esos paseos, es testigo de una pelea doméstica entre un hombre y una mujer en el segundo piso de su edificio. Su curiosidad lo vence: se queda a escuchar tras a puerta. Cuando el hombre sale, se saludan: ambos saben que el otro sabe. Más tarde, la mujer aparece muerta, posiblemente asesinada, y entonces sabremos que no se trataba de una pareja oficial, sino que el hombre vive un piso más abajo (tal el título original) con su esposa. Durante la investigación policial, Patrascu no dice palabra sobre esa discusión que quizás pudo originar el crimen. La cámara nunca abandona al protagonista (Teodor Corban, actor frecuente en el nuevo cine rumano), que continúa sin alterar su vida normal. Ergo, el film está narrado desde su punto de vista, aunque sin que en ningún momento se produzca una exteriorización de su pensamiento. Pero un día el vecino (Iulian Postelnicu) se introduce en su casa, ayuda a su esposa e hijo con la computadora, se come su comida, lo contrata para un trámite burocrático para su coche, y lo mira cínico y desafiante, en una absoluta invasión a su organizada privacidad. La incomodidad de Patrascu va en aumento, y el habitual no te metas -que conocemos sobre todo quienes hemos vivido un régimen totalitario- se revierte: ¿Es acaso su propia conciencia la que lo persigue, en la forma del posible asesino? El director opera una peculiarísima versión del thriller, que en nada se parece a las realizaciones del cine clásico que Hollywood nos tiene acostumbrados. Sin casi utilizar primeros planos, la cámara conserva una distancia con los personajes y la acción, en sucesivos planos secuencia, y hay cierta sequía en el tratamiento. Nunca una explicación, nunca un fluir de la conciencia de ninguno des sus personajes, nunca una explicitación de los motivos que se ponen en juego tras las acciones, nunca una concesión a la corrección política. Sólo percibimos la expresión de Patrascu y sus cambios de conducta. Todo lo cual saca al espectador de su cómodo, conocido lugar, sacude su propia conciencia, produce un batido de posibles planteos morales. Valores como responsabilidad, solidaridad, deber o culpa no están en cuestión (¿o sí, sutilmente?), y descubrir al asesino es un detalle irrelevante. Muy significativa resulta una charla entre amigos, donde los conceptos machistas y prejuicios contra las mujeres plantean una actualidad que testimonia que el "Ni una menos" refiere hoy a un flagelo que excede las fronteras. Muntean ha realizado remarcables films previos: The Paper Will Be Blue, Boogie y la excelente Aquel martes, después de Navidad. En todos ellos presenta conflictos morales, situaciones límites, cuestionamientos de la gente común, sin una bajada de línea, sin una moraleja. El vecino trasunta la angustia de una clase media individualista, que ve su comodidad amenazada. Vale destacar el trabajo de Patrascu: es un burócrata, gestor de automotores, organiza papeleos, sabe tratar con los funcionarios y empleados gubernamentales, controla y ordena gestiones. Ese es el orden que pretende conservar.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Siguiendo la tendencia de cine rumano que está llamando la atención en los festivales del mundo, llega a nuestras pantallas El Vecino (Un etaj mai jos) de Radu Muntean, un acercamiento a la perspectiva de un hombre común que podría ayudar a resolver un crimen pero elige no hacerlo. Un gris burócrata Sandu Patrascu se gana la vida haciendo trámites en el registro automotor, facilitando la tarea de todo aquel que no quiera o sepa hacerlo por sus propios medios. Conviviendo en un modesto departamento con su esposa e hijo lleva una vida tranquila de clase media trabajadora en la que sus mayores preocupaciones son mejorar su estado físico y entrenar a su perro en el parque, hasta que regresando de uno de esos paseos escucha una fuerte discusión a través de la puerta de una de sus vecinas. Aunque avergonzado de su propia curiosidad, se queda escuchando demasiado tiempo y no logra abandonar el pasillo antes de que el posesivo novio abandone el departamento dejándose en mutua evidencia. Sandu no se ve cómodo con la clara situación de violencia pero intenta continuar con su vida normal incluso cuando días después descubren a su vecina muerta en el departamento y nadie más que él parece tener alguna pista que lleve hacia el culpable porque ni la hermana de la víctima ni sus otros vecinos parecen estar al tanto de la relación clandestina que mantenía con otro vecino del mismo edificio. Sin emabrgo Sandu oculta esta información incluso al investigador de la policía que lo interroga en busca de indicios, algo que comienza a replantearse recién cuando entiende que el silencio no alcanzó para mantenerse fuera de la mira del sospechoso, a quien no logra impedirle que se acerque amistosamente a su familia sin develar su mentira. #NiUna(historia)Menos Aunque los indicios que recolecta Sandu a los pocos minutos de comenzar la historia apuntan claramente a un femicidio cometido por uno de sus vecinos, el misterio no es nunca el eje de la película sino el debate de conciencia en alguien que no pudo hacer mucho para prevenir un crimen pero que cuando tiene la oportunidad de colaborar para que no quede impune, prefiere quedarse en la comodidad de su rutina. Radu Muntean aborda el problema de la violencia de género desde una perspectiva diferente en la que importa poco cómo fue el crimen o si la policía develará el misterio, porque el protagonista no es el héroe sino que tanto él como sus vecinos representan a otro factor fundamental como son los cómplices silenciosos que aunque aparenten horrorizarse, por diversos motivos toleran los actos de violencia hasta que la situación los afecta directamente. Lo que en principio suena original e interesante, no se sostiene a lo largo de la película y pronto las buenas intenciones se resquebrajan. El protagonista pasa mucho tiempo solo con sus pensamientos y al no expresar las ideas deja apenas indicios de sus motivaciones sin nunca alcanzar la solidez como para justificar un comportamiento errático que alterna entre intentar ignorar por completo el conflicto con el vecino sospechoso a diálogos de manual donde discute con otras personas que justifican el crimen aludiendo a la vida privada de la víctima. El personaje no es tan increible como su antagonista y podría incluso ser interesante si el director no estuviera tan interesado en que el público haga todo el trabajo de interpretar los distintos hilos que se muestran de la vida del protagonista sin recibir aunque sea una historia a cambio, perono genera empatía ni interés suficiente como para que nos importa mucho cómo resolverá la historia, lo que en un punto es algo a favor porque como en nuestros exponentes de “Nuevo Cine”, nunca lo hace. Conclusión El Vecino tiene una premisa interesante y toma una perspectiva original frente a un crimen que más que preocuparse por el misterio critica a los cómplices silenciosos de la violencia. Es en el desarrollo donde se pierde todo ese atractivo prometido con demasiada introspección que deja tanto a la interpretación del público que se olvida de contar una historia, un rasgo que parece internacional a la hora de etiquetar como “Nuevo Cine <inserte gentilicio>”.
Publicada en la edición #284.