El arte durante el genocidio. Nunca está de más aclarar que el principal interés de los europeos pasa por los propios europeos y su idiosincrasia colonizadora, capaz de incorporar culturas y explotarlas a gusto. Una prueba indiscutible de este ombliguismo de pulso maquiavélico es el coleccionismo artístico, el cual desde tiempos inmemorables constituyó una de las características más importantes de los regímenes del Viejo Continente: por supuesto que en esencia hablamos de la “dialéctica del museo”, léase la tendencia a rapiñar obras de civilizaciones ancladas en territorios muy lejanos para inventariarlas y eventualmente sumarlas como ingredientes exóticos a una antología suntuaria de un rubro en particular. Ahora bien, el hurto del patrimonio cultural tiene su contracara “positiva” ya que -como aducen sus campeones- efectivamente muchas veces los países productores no cuentan con este respeto fetichista. La cumbre de la lógica museística sin duda es el Louvre, un ejemplo inabarcable tanto en materia de las colecciones que ofrece al público como en lo que atañe al palacio en el que están situadas. En Francofonia (2015) Alexander Sokurov combina el análisis del estatuto social del museo con la revisión del rol del arte en general durante períodos en los que priman la hambruna y el genocidio, y para ello apela -una vez más, como buen intelectual de corazoncito europeo- a la Segunda Guerra Mundial, esa suerte de “significante vacío” al que algunos nativos de la región aun hoy suelen recurrir para victimizarse a través de su árbol genealógico y de paso olvidar todos los conflictos posteriores que los tuvieron como victimarios. Así las cosas, el director se ubica en un espectro cualitativo intermedio entre la desastrosa Fausto (Faust, 2011) y su obra maestra El Arca Rusa (Russkiy Kovcheg, 2002). De hecho, la película que nos ocupa debe ser leída como un corolario conceptual de aquella epopeya -de una sola toma secuencia- filmada en el Palacio de Invierno del Museo del Hermitage de San Petersburgo: si bien aquí Sokurov deja de lado el formalismo y se concentra nuevamente en una mixtura inconexa entre ficción y documental, el enfoque sigue siendo el mismo y apunta a unificar diferentes elementos del cine de Andréi Tarkovski, Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni. El mayor problema de Francofonia es que divaga mucho alrededor de una retórica autoindulgente que debería ser empleada para sacarle provecho al tópico en cuestión, un rasgo recurrente de buena parte del trabajo del realizador hasta la fecha (basta recordar los dislates en loop de toda su “tetralogía del poder”). Una poesía de poco vuelo y algo redundante ocupa el lugar de los datos fácticos. No obstante, y como suele suceder con las propuestas del ruso, la profusión de técnicas involucradas en el apartado visual compensa en gran medida los clichés que se esconden detrás de la dimensión del contenido. A decir verdad Sokurov por momentos consigue atrapar al espectador con sus especulaciones en torno a lo que podría haber sido el encuentro entre las autoridades alemanas y francesas en aquellos primeros días luego de la invasión nazi a París; a lo que se suma una serie de comentarios hilarantes vía la aparición de Napoleón Bonaparte, artífice de muchas campañas militares que poblaron las salas del Louvre. Francofonia, al igual que otros opus del director, se presenta como una creación rupturista para con el conservadurismo del séptimo arte, pero en realidad funciona como una continuación apenas decente de la vanguardia iconoclasta de las décadas del 60 y 70…
Otra noche en el museo “¿Que sería de Francia sin el Louvre? ¿Y de Rusia sin el Hermitage?”, pregunta la persistente voz en off de Alexander Sokurov mientras nos guía por su nueva y laberíntica película, Francofonía, presentada en la sección oficial del Festival de Venecia 2015. Trece años después de rodar El arca rusa en el Hermitage de San Petersburgo, el cineasta ruso vuelve a mostrar las entrañas de un museo, concretamente el corazón del Louvre. En esta ocasión, el ganador del León de Oro por Fausto define este mausoleo del arte como un símbolo de la identidad francesa: su oda al país galo es ante todo una obra sobre la historia y el nacionalismo galo. Para ser más exactos, Francofonía deviene un ensayo sobre la relación entre el arte y el poder filmado a través de la alternancia entre dos de las mejores facetas de su director: la revisión (crítica) de un episodio histórico y sus fábulas de ensoñación. Se trata de una deslumbrante obra híbrida, que constantemente varía su lenguaje cinematográfico, saltando del género del documental sobre arte a una composición próxima al poema visual. Por otro lado, Sokurov no concentra su mirada en las colecciones exhibidas en el Louvre, como si ocurría en National Gallery. A diferencia del documental de Frederick Wiseman –autor que también presentó su nueva obra de no-ficción, In Jackson Heights, en Venecia–, Sokurov retrata este templo de la cultura sin distraerse demasiado en la filmación de pinturas o esculturas.
Historias de arte Alexander Sokurov nos invita a viajar por la historia de Francia a través del arte del museo del Louvre en un film sin igual, polisémico y complejo pero a la vez fascinante. Si con El arca rusa (2002) planteaba el valor del arte para una cultura, con Francofonia (Francofonia, le Louvre sous l’Occupation, 2015) doblega la apuesta en una experiencia audiovisual superadora. Estamos en tiempos de la ocupación nazi en París. El destino del Louvre es incierto. Entre el oficial responsable de la gestión cultural en el Tercer Reich, Franziskus Wolff-Meeternich (Benjamin Utzerath), y Jacques Jaujard (Louis-Do de Lencquesaing), director del museo en 1940 realizan un pacto de conservación del patrimonio cultural ahí ubicado. Situación transformada en una excusa para que Sokurov nos dé, una vez más, su visión de la tensión existente entre arte y poder. Vemos al propio director en su oficina dialogar por teléfono con autoridades del Louvre, luego se comunica vía Skype con un marinero en plena odisea marítima transportando conteiner repleto de obras. La premisa queda planteada: ¿cuánto vale el arte para una sociedad? ¿Qué sería de la humanidad sin el arte? ¿Por qué el empeño del poder de turno por conservar o destruir con igual vehemencia las mayores reliquias de una cultura? Punto de partida para desandar la historia del museo, desde sus inicios hasta su momento más crítico. Aunque en este caso, la historia no se encuentra sólo en los documentos archivados sino también, colgada de las paredes. Sokurov mezcla documental –con imágenes de archivo de Hitler recorriendo París por ejemplo- con ficción, en donde un particular Napoleón (Vincent Nemeth) circula por los pasillos del mítico museo junto a la mujer del cuadro de Eugene Delacroix, símbolo del fin de la monarquía. Ambos se reconocen con orgullo en las pinturas y opinan acerca de ellas, irónica paradoja tomada por Sokurov para establecer el doble lugar que ocupa el poder en el arte. La voz narradora del director le otorga al relato el carácter de ensayo fílmico, mientras recuerda el destino sufrido por el resto de los museos del mundo sin la suerte del Louvre en períodos de guerra, perdiendo parte de su patrimonio. Un dato interesante debido a los capitales franceses de la producción. Entre los mencionados está el Hermitage de Rusia. Aquel por el cual el director recorre sus pasillos en El arca rusa contando la historia del país en un virtuoso plano secuencia. Sokurov no olvida la hipótesis planteada en aquella película, sin refutarla incluso reforzando la mirada desigual que se tiene hacia los distintos países de Europa. El arte no puede comprenderse sin su contexto histórico ni el contexto sin el arte que surge de él, parece decirnos el director con su ensoñadora puesta en escena. Francofonia incorpora música y danza, en un registro fantasmagórico de las pinturas que trasciende la mera anécdota de la ocupación. Va más allá: analiza vínculos, contextos y paradojas, para crear una sinfonía audiovisual sin igual. Las historias construyen LA historia, con la misma coherencia que el formato documental se mezcla con la ficción, o las demás artes confluyen en la película. Ese arte cinematográfico que Sokurov maneja a la perfección.
EL ARTE Y EL PODER Del creador de “El Arca rusa” Alexander Sokurov un film para no perderse. En este caso el director decidió saltar de un género al otro y concentrarse en un episodio especial de la historia europea y en el museo del Louvre (coproductor de la película). Del documental a la ficción, con sus propias reflexiones mientras intenta comunicarse con el capitán de un barco en el medio de un mar embravecido, va a la ocupación nazi en Paris y a la relación entre el director del museo Jacques Jaujard y el conde Franz Wolff-Metternich delegado de Hitler para ocuparse del museo. Y del dialogo entre esas dos personas educadas y distintas, de la búsqueda de las pinturas trasladadas para evitar su destrucción, se sirve el director para sus reflexiones sobre el arte, el poder, sin olvidar jamás que mientras ellos juegan su partida de ajedrez en las tácticas, en el frente y en los campos de exterminio sigue reinando la muerte. Un Napoleón fantasmal observa todo, el que contribuyó con sus saqueos a la gloria del museo, junto a una Marianne (la que representa los valores de la republica francesa; libertad, igualdad, fraternidad) .Un film fascinante, interesante. No se la pierda.
Mirada al arte como rehén y víctima. En este film-ensayo sobre el Museo del Louvre (y sobre París y Francia, además de los imperialismos europeos), el uso indistinto de recursos documentales y de ficción es el punto de partida para una reflexión sobre la relación entre el Arte y la Historia. “Por supuesto que, hace mucho tiempo, aquí no había nada. En el siglo XII construyeron un fuerte con un castillo. Y así comenzó. Trabajarían la tierra, construirían sobre ella, reconstruirían y se la entregarían unos a otros sin ceder”, afirma la voz de Aleksandr Sokurov al promediar Francofonía, su primer largometraje en cuatro años, que parece complementar (o completar o comentar) el anterior, El arca rusa. Ese “aquí” refiere al kilómetro cuadrado ocupado desde hace siglos por lo que hoy es el Museo del Louvre y sus alrededores. En este film-ensayo en un sentido estricto, el uso indistinto de recursos documentales y de ficción es el punto de partida para una nueva reflexión sobre la relación entre el Arte y la Historia. O, si se quiere, sobre las historias que atraviesan las creaciones artísticas, su conservación o destrucción, y los vaivenes de la humanidad a través de los tiempos, en particular durante el siglo XX. Francofonía es una película sobre el Louvre, sobre Francia y la ciudad de París, pero también es, esencialmente, una película sobre Europa, acerca de los diversos imperialismos que la recorrieron, sus vencedores y vencidos. Y sobre la permanencia del arte en los museos, testigos mudos de los cambios y de las ideas y venidas de los hombres y mujeres. Si El arca rusa, filmada en el Museo Hermitage de San Petersburgo, estaba marcada por el prodigio técnico y artístico de su único plano-secuencia de 90 minutos, el andamiaje formal de Francofonía está sustentado sobre el concepto de la fragmentación. Por el corte de montaje, pero también la sobreimpresión, la división del cuadro en múltiples imágenes, el retoque digital, la acumulación de idiomas. Sin embargo, como en aquel film, aquí también las voces conversan entre sí, aunque estén separadas por décadas. O siglos. Napoléon es uno de los fantasmas que recorren el Louvre, repitiendo constantemente “Soy yo” a quien pueda y quiera oírlo; también Marianne, condenada a llevar el gorro frigio y a reiterar el lema de la República. El centro de este film con forma de espiral de varios brazos es la ocupación nazi en Francia, durante la Segunda Guerra Mundial, y la relación que se establece entre Franz Wolff-Metternich –militar alemán de origen aristocrático, dueño de un gran amor por el arte, enviado por el Tercer Reich para ocuparse del plan de conservación de obras del Louvre– y Jacques Jaujard, funcionario público, ferviente republicano y director de la institución durante aquellos años. La propia reconstrucción ficcional de esa historia, que ocupa menos de un tercio de metraje, pero a la cual se vuelve una y otra vez, es puesta en evidencia por recursos oportunamente obvios: la claqueta que da inicio a la acción, el empleo de herramientas digitales para “avejentar” la imagen, la pista de sonido monofónica a la izquierda del cuadro, anacronismo que, sin embargo, guarda relación con el período representado. Otras imágenes, muy reales, registran la visita de Hitler a París, la vida cotidiana en la “ciudad abierta”, el desfile de militares alemanes por diversas rues y avenues. Y las muertes y entierros colectivos durante el sitio de Leningrado, que Sokurov utiliza como contrapunto para una de sus teorías: los alemanes protegieron la cultura occidental de sus vecinos, los franceses, pero no podía importarles menos la de sus enemigos rusos. En el inicio de Francofonía, el realizador se comunica con el capitán de un barco en altamar, cuyo lomo transporta obras de arte que corren el riesgo de ser devoradas por una tormenta. La situación se repite en varias ocasiones a lo largo del film y, sobre el final, algunos planos de containers flotando a la deriva confirman el estatus de metáfora de ese leitmotiv. Porque, visto de esa manera, el arte no es otra cosa que un rehén de los seres humanos, una mercadería transportada a lo largo y ancho del planeta y a través de las centurias. Una víctima del mundo que les dio origen. La película reproduce algunas obras pictóricas –algunas muy famosas, otras desconocidas, excepto para el especialista–, pero la cámara se detiene aún más en esculturas de tiempos remotos. O en una momia egipcia, que la cámara recorre de manera casi táctil, como si se tratara de un baile ultraterreno, necrófilo. Tan lejos del institucional como del documental nacido, por su temática, con pedigrí artístico, Francofonía se impone como una lúcida cavilación sobre el devenir de los hombres, sus traiciones y miserias, sus locuras y cobardías, pero también sus pequeños y secretos actos de heroísmo.
Lingua franca Francofonia comienza donde terminaba El arca rusa: con la imagen de un barco transportando simbólicamente la memoria de una civilización. Del Hermitage al Louvre, la evocación errante, las fronteras de la historia y del tiempo que se desdibujan. En lugar de aquel monumental plano secuencia, la nueva película de Sokurov asume abiertamente sus rupturas, pasando de escenas documentales a recreaciones de ficción o momentos didácticos, que siguen el flujo del pensamiento del autor a través de asociaciones libres. Con este trabajo poético y artesanal, Sokurov ilumina y pone en relieve lo que conecta a los hombres, países, épocas y sensibilidades: el arte como lenguaje común de la cultura occidental. El tema central es el destino del Louvre y sus colecciones en el comienzo de la década del 40, o cómo Jacques Jaujard, director del gran museo francés, y el conde Franz Wolff-Metternich, jefe de la misión alemana para la conservación de obras de arte, llegaron a un acuerdo tácito. La audacia de Sokurov está en la fantasía de su evocación, que incluyen momentos de humor desconocidos en el autor hasta el momento, como cuando se pone a Hitler abiertamente mal sincronizado en las imágenes de archivo. El cineasta manipula el material sin pudor, inventando, por ejemplo, bombarderos nazis sobre el museo. La película yuxtapone documentos de diferentes orígenes y contenido, mezcla material de archivo y escenas de ficción, alterna colores y texturas. La disparidad de elementos es su gran valor estético. El paseo por las galerías del Louvre y los pasillos del tiempo se ve perturbado por las escenas bajo la ocupación y por la presencia de los fantasmas habituales en el cine de Sokurov. Un Napoleón narcisista aporta una mirada crítica sobre el legado revolucionario, mientras Marianne repite todo el tiempo «Liberté, égalité, Fraternité», como una suerte de mantra vacío de sentido. La cámara intenta desentrañar el misterio de los rostros en las pinturas, cada cuadro se conecta con otro de un modo íntimo, el autor está en el verdadero corazón de la película. La forma ha perdido amplitud, seguridad y contundencia en favor de una película más libre, misteriosa y personal.
Francofonia es una profunda reflexión sobre el arte Trece años después de El arca rusa, aquella extraordinaria película que contaba la historia del museo Hermitage de San Petersburgo, se estrena en la Argentina Francofonia, nuevo film del prestigioso director ruso Alexander Sokurov que tuvo su première en el festival de Venecia y también fue exhibido en la última edición del Bafici. Igual que El arca rusa -filmada con steadycam en un solo largo plano secuencia y en formato de alta definición sin comprimir, otra novedad-, Francofonia apuesta a la pericia formal, pero de otro modo. Es una película con una estructura que propone varios niveles de desarrollo, en la que conviven la ficción y, de una manera oblicua, el documental. Cargada de digresiones y ocurrencias, es realmente muy ambiciosa en sus objetivos: Sokurov reflexiona sobre la cultura europea, el papel de los museos en la conservación del arte y la influencia determinante de la política en esos asuntos. Con su película sobre el Hermitage ya había plantado una semilla que dio otros frutos: en 2014, Frederick Wiseman rodó un film sobre la National Gallery de Londres y Johannes Holzhausen otra sobre el Kunsthistorisches de Viena. En Francofonia usa el pretexto de la historia de las dificultades del Louvre durante la ocupación alemana de la Segunda Guerra Mundial como plataforma para contar otra más abarcadora y que tiene dos facetas: la ficticia, protagonizada por un navegante cuyo buque cargado de obras de arte corre el riesgo de hundirse en el mar en medio de una tormenta -Sokurov parece sugerir que los museos terminan siendo eso: enormes barcos contenedores llenos de mercancías vulnerables-, y la que está inspirada en hechos reales, animada por dos particulares enemigos, el atildado funcionario francés a cargo de la dirección del museo y un militar nazi de perfil aristocrático que debe aliarse con él para proteger el patrimonio de ese imponente edificio ubicado en el corazón de París, una ciudad que al Führer le interesaba especialmente preservar. Sokurov va contando los pormenores de esa incómoda relación mientras suma y superpone otros relatos: sintéticas historias de algunas obras, consideraciones sobre el arte, pura simbología (Marianne, el personaje de Johanna Korthals Altes, que representa los valores de la República Francesa), imágenes de archivo y tomas aéreas de París que lucen filmadas por un dron. Lo hace con un tono que también alterna diferentes matices: hay espacio para las cavilaciones humanistas y también para la ironía refinada. ¿Qué sería de Rusia sin el Hermitage y de Francia sin el Louvre?, se pregunta el experimentado cineasta, siempre preocupado por resguardar la belleza frente a las atrocidades que nos rodean. Hay otros interrogantes y algunas conclusiones en este sólido film-ensayo que se revela con autoridad como una meditación profunda sobre el arte, la historia y la idea misma de humanidad. Brillante.
Sokurov, en las entrañas de un Louvre en peligro Se estrena la nueva película del singular artista siberiano Aleksandr Sokurov, y quienes lo conocen ya están ansiosos de verla. Digamos, quienes ya vieron, no su decepcionante "Fausto", sino, por ejemplo, su acongojante "Madre e hijo", la trilogía "Moloch", "Taurus" y "El sol", respectivos (y muy críticos y creativos) retratos de Hitler, Lenin e Hirohito, alguna de sus "Elegías" o "Una vida humilde", suave, respetuoso acercamiento a una viejita japonesa. Pero, sobre todo, quienes vieron esa joya deslumbrante llamada "El arca rusa", que en un único plano secuencia transitaba por todo el Museo Hermitage de San Petersburgo contando su historia, y la historia de su país, hasta culminar en un imponente baile de gala de aproximadamente mil actores, extras y músicos. Ése fue uno de los primeros grandes éxitos del llamado cine digital de autor. Y ahora, en "Francofonia", la acción se desarrolla en el Museo del Louvre. Por eso el público ya se está regodeando. Pero atención: esto es otra cosa. La película recorre salas y pasillos de ese enorme palacio renacentista, evoca al arquitecto Pierre Lescot, descubre los tesoros asirios que allí parecen mantenerse a salvo de cualquier barbarie contemporánea, etc., pero no es una visita guiada, ni termina con baile y gran despliegue. Inclusive cabe una advertencia: tarda en empezar. Primero el propio director habla como nueve minutos por skype con el capitán de un carguero lleno de obras de arte en medio del mar picado. Luego amaga con entrar en la historia, da otras vueltas, engarza material de archivo con pixeles, ironiza sobre dos figuras representativas de la "grandeur" francesa (Napoleón en su provechosa egolatría y la cargosa Marianne chillando su eterno "Liberté, etc,) y de pronto uno advierte que ya está en tema, y que ese tema es muy importante. Se representa con el problema del carguero: ¿qué habría que salvar en caso de naufragio? ¿Los hombres o las obras más hermosas de los hombres? ¿Qué es el arte y por qué nos importa tanto? Porque muchos barcos se hundieron camino al Louvre. Y, a través de un hecho real, destaca un valor humano: la unión de los contrarios, representada por el trabajo conjunto que en plena guerra llevaron a cabo Jacques Jaujard, director de los Museos de Francia, y el conde Wolff Metternich, representante de la Kunstschutz (protección del arte) del III Reich. En tiempos de enemistad, ambos se soportaron en defensa de un bien universal. Sus respectivos connacionales no apreciaron ese gesto, pero ya sabemos cómo es la gente. Otro detalle: el cuadro que aparece con más peso en esta recorrida no es "La Gioconda", sino "La balsa de la Medusa", de Théodore Géricault, tétrica y enorme pintura de unos náufragos clamando ante el paso indiferente de una fragata. El lienzo alude a un hecho real, ocurrido en 1816, pero el cuadro, quién lo duda, tiene evidente actualidad. Igual que la película, aunque no lo parezca.
Una noche en el museo. El museo del Louvre encierra siglos de historia del arte, obras de todos los continentes, de casi todas las culturas. Muchas de ellas son la muestra de cómo Europa se ha apoderado de todo, se ha llevado tesoros de varias civilizaciones para exponerlos allí, en un palacio puertas adentro, donde años después los turistas se agolparán para sacarles fotos. Tanto arte que atravesó guerras y siglos se merecía una película como esta, donde tanta belleza no podía estar retratada de forma más hermosa gracias a la dirección de Alexandre Sokurov, quien al estilo de "El Arca Rusa" recorre el museo entre penumbras, mostrando las obras y los extraños personajes que esconde. El filme hace hincapié en un periodo particular del museo durante la ocupación nazi. A pesar de los estragos de la segunda guerra, los nazis decidieron proteger la colección del museo y así su director se encuentra al cuidado las valiosas piezas, pero al mismo tiempo trabaja para el enemigo. Esta complicada disyuntiva es lo más interesante del relato, pero esto recién se plantea a la media hora de comenzado, y no siempre gira en torno a esta situación. Si bien el filme tiene el esteticismo de "El Arca Rusa", también tiene el estilo onírico de "Fausto", por ejemplo, donde largos textos e idas y vueltas en el tiempo se mezclan con infinidad de imágenes, documentales, documentales ficcionados, situaciones surrealistas y siempre imágenes del museo. "Francofonía" es básicamente un filme hermoso por su estética pero, como sucede en otras obras de su director, a veces nos marea, nos lleva y nos trae, nos pierde, y nos deja con ganas de centrarnos más en la situación de Jacques Jaujard (Louis-Do de Lencquesaing) y el conde Franz Wolff-Metternich (Benjamin Utzerath), los hombres que en plena guerra protegieron el museo, su relación con el arte, la política y el poder. Lento, complejo y detallado es esta película que pasea entre lo real y lo irreal, reflexiona sobre el arte desde un lugar poco accesible y tiene una estética maravillosa.
El cineasta Sokurov ya a esta altura no tiene nada que demostrar, sigue mostrando una vez mas todo su talento, metiendo al espectador a recorrer algo de historia y momentos para reflexionar y análisis que marcaron distintas etapas. Posee un buen manejo de cámara y resulta muy interesante como entrelaza las imágenes reales con un toque de ficción. Resta decir que este tipo de filmación es para aquellos espectadores que saben valorar el arte.
ALTISIMA CULTURA OCCIDENTAL Francia es un país con una gran reputación: su capital es la mejor, su cocina es la mejor, su filosofía es la más relevante, ni qué hablar de sus vinos y sus quesos. Por si fuera poco, también tienen al Louvre, tierra santa de la cultura occidental, y desde allí Alexandr Sokurov (famoso principalmente por el Arca Rusa y su tetralogía sobre el poder -Moloch, Taurus, El sol, Fausto-) comienza su reflexión poético-cinematográfica acerca de la cultura mundial, su conservación e importancia. Insistimos, junto con la Grecia antigua, Babilonia, Egipto y Alemania (antes de cometer el Holocausto), Francia es una especie de nación modelo, un lugar al que el resto del mundo observa con asombro y aspira a parecerse. Desde esa pasmosidad casi irreflexiva parece partir Sokurov, quien esboza una lineal historia del Louvre que también expresa amor verdadero por la tierra de Jean Paul Sartre y Franck Ribéry. Francofonía es un documental absolutamente convencional en términos de recursos de la imagen, es un montaje de material de archivo, ficcionalizaciones, largas secuencias del Louvre y de París, y mucho texto pomposo leído por una voz en off que, en general, es la del mismo director. Su tema principal es lo que hicieron los alemanes con el museo durante la ocupación en la Segunda Guerra Mundial, aunque esto es una mera excusa para reflexionar libremente sobre el Arte, en general con mayúsculas. Y detengámonos un poco aquí, ya que el principal problema de la película no es solamente su inagotable capacidad de aburrir, sino sobre qué y cómo reflexiona acerca de la relevancia del arte. Sokurov acumula una serie de aforismo o sentencias al respecto, arroja algunos lugares comunes acerca de los prejuicios nazis y sus ideas obre la cultura que importa y la que no, e incluso hasta hay una representación de Napoleón como un megalómano insoportable, algo tan obvio que asusta. No hace falta ser un cínico pero tampoco un genio, queda claro en Francofonía lo que piensa Sokurov acerca de la cultura occidental y cómo el pensamiento de la ilustración se expresa en este devenir del Siglo XX, que es capaz de considerar al Louvre como tesoro mundial al mismo tiempo que se comete el Holocausto. Lo cuestionable es cómo contar ese tipo de conocimiento, o reflexión, o idea; Francofonía termina siendo tres o cuatro datos interesantes sobre la historia del Louvre que se pierden en la confusión a la que nos somete el guión. Podemos pensar en este último film de Sokurov como un intento fallido, una idea que no da buenos resultados. Pero si nos detenemos en el génesis de un proyecto como este, un contenido más bien convencional que no tiene nada que agregar a nuestra ignorancia, y una idea de cine reflexivo que apenas se apoya en el recurso cinematográfico y mucho en las palabras hechas sentencias, podemos llegar a la conclusión de que Francofonía era una mala idea desde antes de existir.
Alexander Sokurov es uno de los realizadores más importantes y originales del cine contemporáneo. Esta declaración puede significar nada, por cierto, pero debería alcanzar para invitar al espectador a probar sus películas, especialmente cuando cada vez es menos frecuente verlas en nuestros cines. Más de una década después de la increíble El Arca Rusa (ese paseo por el museo del Hermitage ruso realizado en una sola toma), Sokurov, sin dejar de experimentar con la imagen y las texturas, narra el encuentro entre un oficial nazi encargado de la cultura y un funcionario francés que tiene como objetivo cuidar las obras del Louvre. La idea base, o al menos la primera que surge, es que el arte trasciende la política y las mezquindades entre los hombres. Pero Sokurov filma las obras y las miradas de tal manera que toma una posición clara: mientras el francés tiene un dilema moral -acordar con un gobierno que odia y con el enemigo de su país por un bien mayor- el alemán es realmente hipócrita. El realizador captura el ojo y también el espíritu.
Un viaje al Louvre para hablar del poder, el arte y la historia A través del tenso vínculo entre el funcionario francés Jacques Jaujard y el conde alemán Franz Wolff-metternich, en el París ocupado de 1940, Sokurov explora la relación entre el arte y el poder. Y elige al Louvre como ejemplo y testigo de esa lucha. Más allá de sus profundas diferencias, estos dos hombres protegieron los tesoros del museo mientras la Guerra iba a arrasando con todo. Sofisticada, divagante, inclasificable, este ensayo de Zokurov no está a la altura de su imponente “El arca rusa”, pero en alguna medida apela a los museos (aquella, al Hermitage y ahora al Louvre) para decirnos que el arte casi siempre ha sobrevivido a la fuerza aniquiladora de una humanidad que en la violencia parecen haber encontrado inspiración y desahogo. El film nos muestra que en esos museos la belleza se topa con la muerte. Una escena repetida (un barco que transporta obras de arte esta a punto de naufragar por una furiosa tormenta en alta mar) sirve como una variación más sobre el tema central: ¿A quién salvar? ¿A los hombre o a las obras de arte? Esas creaciones han cruzado por sobre la historia siendo testigos y divulgadores de la fuerza destructora del hombre. Han sobrevivido y hasta son capaces de lograr que un alemán de las fuerzas de la ocupación y un funcionario francés pueden coincidir a la hora de querer ponerlas lejos del alcance de las bombas. Documento, ficción, reconstrucción, todo va saltando de un lado al otro. Está Napoleón, Hitler, la vida parisina durante la ocupación, la matanza en el frente ruso. Y está la muerte mordiéndole los talones al incansable espíritu creativo del hombre. El Louvre es aquí el símbolo absoluto de ese arte imperecedero. Y desde allí, recorriendo sus pasillos y mostrando algunos fantasmas, la película invita la reflexión. “Los objetivos del arte y del poder pocas veces coinciden” dice el relator. Y la cámara de Zokurov se sirve del Louvre, de su majestuosa presencia a través de la historia para dialogar con la historia, el arte y la muerte. Un film difícil, tocante y disperso.
El arte de los vencedores Transcurridos 13 años de la exquisita El arca Rusa, ese prodigio de técnica y poesía visual en el museo Hermitage de San Petesburgo, el realizador Alexander Sokurov emplea el recurso de la fragmentación para desarrollar su film ensayo Francofonia, donde entre otras cosas teje relaciones entre el Arte y la Historia, el Arte y el Tiempo, el Arte y el Poder, con el pretexto de un recorrido muy acotado en las instalaciones del museo del Louvre. Si tal vez la idea del cineasta ruso se concentrara en una reflexión profunda sobre Europa durante y post Segunda Guerra en relación a la perdurabilidad del patrimonio artístico parisino, queda a medio camino al utilizar la dialéctica de contrastes con la trágica suerte que corriera el derrotado pueblo ruso y la destrucción total de su patrimonio artístico cultural por un ejército Nazi que no preservó absolutamente nada cuando la realidad en Francia fue exactamente todo lo contrario. La metáfora que Sokurov expone no es otra que la de un buque carguero con destino a la preservación de obras artísticas del Louvre en un mar embravecido que no respeta ni siquiera la historia. ¿Signo de los tiempos modernos? ¿Derrota total de la idea del Arte como el salvador de la humanidad? Parece que la historia siempre la escriben aquellos que vencen y entonces reflota otra idea concentrada en el Arte desde su faz exhibicionista o fetichista como botín de guerra; como expresión del colonialismo europeo que surge desde otra capa narrativa en este ensayo a partir de la incorporación de la figura fantasmática de Napoleón Bonaparte, personaje -no casual- que acompaña a Sokurov en su tour por los pasillos del Louvre donde se hace foco no sólo en cuadros sino en esculturas. Los cuerpos esculpidos sobreviven al paso del tiempo y de las guerras y la cámara se aproxima con tal precisión que parece tocarlos en ese letargo eterno que evoca al proceso en que fueron concebidos. También la evocación es otro elemento que se conecta con este collage desde la ficcionalización de dos personajes históricos claves en la historia del museo del Louvre, el aristocrático militar enviado por el fuhrer, Franz Wolff-Metterniche, encargado de preservar el museo y su antagonista el burócrata francés Jaques Jaujard en aquel momento director del museo. Ambos, en bandos opuestos, con un objetivo común: que la luz de la Ciudad Luz no se extinga a pesar de la penumbra y el oscurantismo de los conquistadores. Francofonia no es una obra maestra y tampoco representa dentro de la extensa carrera del director Alexander Sokurov un cambio de rumbo, sino la continuidad de algo que comenzara con El Arca Rusa y que tomara al Arte como el reflejo de la historia, con la férrea convicción de que allí se concentra lo mejor de la humanidad a pesar de la humanidad.
Alexander Sokurov’s opus sees the Louvre as a complex, broad metaphor for European civilization POINTS: 9 “What is France without the Louvre?” wonders Alexander Sokurov at a certain moment in Francofonia. And then says: “Who would we be without museums?” Both queries make more than perfect sense, precisely when he utters them. For his enthralling new opus comes across as a most perceptive historical account and a profound elegiac meditation to the Louvre during World War II, under Nazi occupation. However, Sokurov also ponders that the Eiffel Tower may represent more than just Paris, Paris may represent more than just France, and ultimately the Louvre is in a way more than the museum that pulls in more visitors than any other museum in the world. Francofonia examines the Louvre as a complex, broad metaphor for European civilization, which in turn gives way to a masterful reflection upon the timelessness of art at large. And yes, it’s all glued together seamlessly with a continuous intertwining of layers and images that eschew the frontier between fact and fiction. Just like the Russian master did in Russian Ark, which explored the hallways of St. Petersburg’s Hermitage Museum in one long take and thus covered almost 300 years of Russian history, in Francofonia — which is spoken in Russian, French, German, and English - he wanders freely inside the Louvre as his camera falls for the many striking art works, ranging from deathbed portraits of Tolstoy and Chekov to the Mona Lisa and the Winged Victory. Interspersed, there are images of the Louvre’s construction; archive footage of Parisians’ daily life under the Nazi occupation, aerial shots, encompassing pans of the Paris skyline, and newsreels showing Hitler checking out the Eiffel Tower and the Champs Elysees — among many, many other things. Even if Francofonia is more a brilliant film essay than a straight documentary, you could say that its structural narrative is anchored on the fictionalized reenactment of the relationship between Jacques Jaujard (Louis-do de Lencquesaing), the Louvre’s director and a forgotten hero whom Sokurov admires, and Count Franziskus Wolff-Metternich (Benjamin Utzerath), the highly cultured aristocratic Nazi officer and art historian designated by Hitler to supervise France’s art collection for the Nazis. Unlike many of his fellow countrymen, Jaujard never embraced retreat and didn’t leave his post. He wanted to protect the Louvre’s treasures, so by the time the Nazis came into Paris in 1940, he’d already sent a great number of the works to safe castles in France. Likewise, Metternich defied his commanders and helped Jaujard take the remaining works to other secure places across the country to save them from possible bombings, looting and deportation. So it was the fervour for art and bravery that Jaujard and Metternich shared what made a huge difference in preserving many of the Louvre’s most cherished riches. This fictionalized reenactment of the relationship between Jaujard and Metternich is elegantly filmed with a finish of old, fading film stock that adds a curious feeling of overlapping times, as you experience these scenes as if they were happening now — just like your voyage within the museum’s halls — but unlike the past imprint still photography always has. Sokurov’s voice over, which often seems to come out of a faraway place, establishes several levels of enunciation in its melancholy, self-reflecting musicality. And then there are two other rather inventive traits that come as unexpected surprises. On the one hand, you have the presence of the ghosts — so to speak — of the egotistical Napoleon Bonaparte, who keeps repeating how he invaded countries to steal their art, and Marianne, the icon of France, who represents freedom, equality, and brotherhood. On the other hand, there’s a Skype conversation that Sokurov himself has with a ship skipper who’s trying to keep afloat his ship with a cargo of precious artworks amidst a perfectly furious storm. I’m not sure both narrative devices work as well as intended. I find the figures of French nationalism being a bit overly symbolical and perhaps sort of distracting, whereas the metaphorical stance of the fate of the ship in the open sea seems either too muddy or too obvious for its own good. But it’s up to you to decide, considering how open for interpretation Francofonia is. As you’d expect coming from Sokurov, film form is top-notch in every single regard. Particularly the cinematography from Bruno Delbonnel which with much sophistication recreates the ambiance of occupied France while it scans the Louvre under the best possible light, angles, and camera movements. Because, after all, what Sokurov wants viewers to have is one singular trip down memory lane that’s ridden with pain and sadness. But it’s also a humanistic celebration of the nature of art and its power to survive, amidst the worst circumstances, thanks to the will of men working together, heart to heart. Among other things, that’s what makes it nostalgic: it’s nearly impossible to think of a united Europe nowadays, with all the ongoing wars and immigration problems. That’s perhaps the most visible political angle of Francofonia. production notes Francofonia (France-Germany-Netherlands). Directed, written by Alexander Sokurov. With Louis-Do de Lencquesaing, Benjamin Utzerath, Vincent Nemeth, Johanna Korthals Altes, Andrey Chelpanov, Jean-Claude Caer. Voices: Alexander Sokurov, Francois Smesny, Peter Lontzek. Cinematography: Bruno Delbonnel. Editing: Alexei Jankowski, Hansjorg Weissbrich. Music: Murat Kabardokov. Costume designer: Colombe Lauriot Prevost. Sound: Andre Rigault, Jac Vleeshouwer, Ansgar Frerich, Emil Klotzsch. Produced by Pierre-Olivier Bardet, Thomas Kufus, Els Vandevorst. Co-producers, Olivier Pere, Remi Burah. Running time: 88 minutes.
Mi vida sin mí Éste es uno de esos filmes que se necesita ver más de una vez, no porque no sea inteligible en una primera oportunidad, sino que al culminar la proyección el éxtasis provocado por el mismo motiva al deseo de volver a verlo. Algo así como un viaje a lo desconocido ya visto y que se desea volver a hacer una vez que se está de regreso en su hogar. Este nuevo acercamiento del director ruso al ámbito del arte vivo de los museos, es una forma de expresar, de mostrar, de indagar, en la historia reciente de la humanidad haciendo eje en la Segunda Guerra Mundial, una herida que para el realizador no se ha cicatrizado. Con la imposibilidad de ser catalogada, definida, enclaustrada, en género alguno, ya que esta película no está dentro del llamado documental, pues no cumple a rajatabla con los parámetros que la definirían como tal. Pero sí es una lección de cine. La historia de la historia sin contar historia alguna, como dijo un viejo, pero viejo en serio, crítico al salir de la proyección de prensa, centrada en el museo del Louvre, enclavado en el centro de Paris, Francia es presentada desde ese símbolo como uno de los baluartes culturales de la civilización occidental. Aunque el origen sea griego. En la Francia ocupada de la II Guerra Mundial, las autoridades nazis decidieron proteger, pese a las circunstancias, la mayor y más valiosa colección de pintura del mundo: el Museo del Louvre. A través de la historia del director del museo, Jacques Jaujard, considerado como el salvador del Louvre, y un curador alemán, el conde Franz Wolff-Metternich, en el París de 1940. El texto aspira a reconstruir esa relación, al tiempo que intenta explorar la relación entre el arte y el poder, siendo el Louvre el principal lugar de la civilización viva. Ambos personajes reales protegieron los tesoros de dicho museo, en tanto que los gobiernos con sus ejércitos arrasaban el corazón de la civilización dejando millones de vidas truncas Pero Sokurov no se queda en la simple actitud del planteo filosófico sobre arte y poder, o ética y moral, casi tomado como ejemplo el texto de Hannah Arendt “Hombres en tiempos de oscuridad” (editorial Gedisa, 2da edición 2009). Ni siquiera, siendo un maestro en la forma de filmar, en la utilización de los movimientos de cámara, para introducirse en las diferentes obras pictóricas, la selección de los planos, la elección de la luz, los personajes que revivirán para ser por momentos nuestros “guías turísticos” dentro del museo. Todo para demostrarnos que hay algo más que la estricta cualidad voyeurista y/o intelectiva. Es a partir de esto que el tema cobra importancia extrema, ese que se desprende subyacentemente al texto, no es sólo su amor por los museos, o al arte en general, es casi una declaración de principios por parte del director, anteponiendo como antagonistas a la creación artística humana como imperecedera frente a la finitud de su propio hacedor. Como nota adicional, existe el filme documental francés “El hombre que Salvó El Louvre” (2015), dirigido por Jean-Pierre Devillers, quien utilizando la entrevista como motor, e incluyendo escenas de animación, cuenta la historia de Jacques Jaujard
Estrategias de supervivencia Aleksandr Sokurov vuelve a sorprender, conmover y provocar con "Francofonia". Después de "Madre e hijo" y "El arca rusa", ahora hace foco en un tramo urticante de la historia: el de la ocupación alemana de Francia durante la Segunda Mundial y por qué París, y especialmente el Louvre, se salvaron de las bombas nazis. El filme reconstruye esa historia de manera magistral y con dos líneas narrativas. La del propio director y una metáfora sobre los museos, y la que reconstruye el encuentro, en 1940, entre Jean Jaujard, el director de los Museos Franceses, y Von Metternich, el enviado del Reich para asegurar la protección del patrimonio cultural de la ciudad. Con tramos de ficción e imágenes de archivo, como Hitler recorriendo su nueva posesión, o de Petain reunido con su gabinete, la cámara de Sokurov se transforma en cada tramo de película con recursos técnicos originales. El director hace participar de su relato a Marianne (protagonista de "La libertad guiando al pueblo") y a Napoleón como el iniciador de la colección. Sokurov, a través de ellos, se interroga sobre las ambiguas relaciones entre guerra, poder, política, arte, vida y muerte, y sobre las ideas de coraje, dignidad, traición y pragmatismo. "Francia, qué suerte tuviste de que tu hermana Alemania reconoció tu derecho a la vida", dice en un momento, aunque no olvida que la masacre continuaba en la otra mitad del mundo.
DESPLEGANDO EL TIEMPO. En octubre de 1988, Alan Pauls consideraba en la revista Humor que El sacrificio (Andrei Tarkovski), Desde ahora y para siempre (John Huston) y Las alas del deseo (Win Wenders), estrenadas en esos días, eran “nubes de otro cielo, que atraviesan la atmósfera cinematográfica con la grandeza solitaria de los grandes fantasmas, espectros errantes y únicos que contemplan la escena en la que transitan sin ninguna familiaridad”, y se preguntaba: “¿Qué hace que esas obras merezcan la contemplación perpleja, a veces un poco sarcástica, que merece un OVNI lujoso y excesivo, procedente de alguna región olvidada o encaminado hacia ella? La época. O, mejor dicho, la relación asincrónica que mantienen con ella. Ni la tragicidad, ni la experiencia religiosa, ni la seriedad con que esas imágenes se piensan a sí mismas son valores que la Bolsa de la contemporaneidad cotice generosamente.” Tarkovski y Huston nos dejaron (ya habían fallecido cuando estas películas se conocieron en Argentina), en tanto Wenders continuó su filmografía de manera algo despareja. Pero, afortunadamente, fueron surgiendo después otros realizadores, de esos que van tallando un estilo propio mientras discurren sobre los temas que han desvelado a artistas de todas las épocas. Esta semana, la casi milagrosa reunión en la cartelera rosarina de los largometrajes más recientes del ruso Alexsandr Sokurov (en una de las salas digitalizadas de Cines del Centro) y del chino Jia Zhang-Ke (en el cine El Cairo, tras un raudo paso por Cines del Centro) lleva a pensar que, aunque aquellos augurios de Pauls no eran desatinados, ese modo de entender el cine aún sobrevive. En tanto el lenguaje audiovisual muta hacia formatos breves, recortados, livianos y efectistas –fenómeno de implicancias por ahora imprevisibles y, por otra parte, inevitable–, el hecho de que entre las opciones posibles asomen películas como Francofonía y Lejos de ella, resulta alentador. Estamos hablando de obras que le permiten al espectador enfrentarse a ideas sobre temas no asignados por la agenda periodística (el valor del arte, las agitaciones de la Historia, el devenir del destino de personas públicas o anónimas), atravesar una variada escala de emociones, internarse en adormecidas zonas de la comprensión y el conocimiento. Apreciándolas en una buena sala, la fuerza atronadora de un avión o la imponencia de un paisaje se perciben próximas y enigmáticas. Aunque hay diferencias entre ellas, ambas comparten la misma visión del cine como medio para descubrir otras vidas y comprender la nuestra, valiéndose de la experimentación con los géneros y las texturas, convenientemente lejos del acartonado qualité. Francofonía es un ensayo semidocumental que va y viene por la historia del museo del Louvre, de algunos personajes responsables de su patrimonio, de Francia y del arte en general. La fascinación por la cultura francesa y por lo museístico es su mayor riesgo (en Madre e hijo, Padre e hijo y otras, Sokurov desplegaba abismos de belleza plástica sin escudarse en nombres de grandes pintores); también cierta tendencia de la voz en off a suavizar o diluir procesos históricos. Pero es abundante su riqueza, con reveladoras imágenes de archivo, recreación de seres de fuerte carga simbólica recorriendo el museo como fantasmas o desafiando presagios, un navegante que traslada contenedores con obras de arte en medio de un mar tan embravecido como la propia Historia, e incluso pormenores del rodaje. Cuando Francofonía se detiene, en un momento, en unas monumentales esculturas egipcias, uno se pregunta cuántos films actuales nos conducen a reflexionar sobre antiguas civilizaciones y sobre la humanidad, en definitiva, con esta seriedad y falta de solemnidad. Zhang-Ke, por su parte, ofrece un melodrama sin adornos que sigue a una mujer y dos hombres, demorándose en distintos momentos de sus historias personales. Dividido en tres partes, que transcurren sucesivamente en 1999, 2014 y 2025 (la última de convicción desigual, aunque con excelentes actuaciones y algunas frases que pegan fuerte), en Lejos de ella hay amores no correspondidos, padres y madres que aman como pueden, gozos, pérdidas, enojos, soledades, y problemas económicos y ecológicos que no son mero telón de fondo. El mundo del trabajo está presente, condicionando la salud, las alegrías y tristezas de estas personas marcadas por sus sentimientos, sus decisiones y la ineludible fatalidad. Mientras el astuto guión va vinculando elementos de una época con otra, la vida pasa, y con ella hábitos y afectos que se mantienen. Todos sabemos que una canción trivial puede acompañarnos –concientemente o no– a lo largo de los años, o que una tarjeta olvidada puede remitirnos a momentos felices, pero Lejos de ella nos recuerda la emoción que deparan esos encuentros fugaces. A menudo, ligeras premoniciones y recuerdos sorprenden a los personajes, como nos ocurre a diario a los espectadores. “Vamos en tren porque así tengo más tiempo para estar con vos”, le dice en un momento una madre a su hijo, y de la misma manera transcurre el film, atravesado de benéficas elipsis, simple y complejo a la vez. Puzzle a desmenuzar el primero, relato clásico de admirable sencillez el segundo, los dos son representantes de ese cine –estimulante, provechoso, generoso– que todavía resiste.
PASTICHE IRREVERENTE _ ¡Libertad, igualdad, fraternidad! _ ¡Soy yo!, ¡soy yo! Sin mí esto no estaría acá. Las frases, tan diferenciadas por el período histórico al que corresponden y por los personajes que las pronuncian, parecen hallar, sin embargo, un punto común; una suerte de retroalimentación entre su volatilidad y fortaleza, entre los resabios del pasado y la dispersión de los visitantes del Louvre, sus pasillos y salones o, incluso, el interior de algunas obras. Se trata de la escena donde Marianne, como símbolo de los ideales de la Revolución Francesa, y Napoleón Bonaparte se reúnen frente a la Mona Lisa y condensan en sus espectros y en la repetición de los parlamentos, como sus razones distintivas de ser, las tres patas fundamentales de Francofonía retratadas: la historia de Francia, la historia de la cultura occidental y la fundación del museo. Allí radica la genialidad de Aleksandr Sokurov: por un lado, en el despliegue de una variedad de recursos, formatos y técnicas que acentúan los aspectos más sobresalientes y universales; por otro, en la construcción de un relato fluido y armónico por recortes. De esta forma, el director realiza un trabajo complejo, exhaustivo y de una clara lectura personal en capas conectadas a través del material de archivo (fotografías y videos), la puesta en escena de fragmentos de los orígenes franceses del Louvre y de las obras, una recreación de un caso particular para dar cuenta de la Segunda Guerra Mundial (la relación entre el director del museo Jacques Jaujard y el oficial nazi Franz Wolff-Metternich), el contraste con las políticas proteccionistas del arte entre el Louvre y el Hermitage en Rusia y la charla vía skype con pésima señal entre el director y un amigo en alta mar; un entramado que combina documental, ficción y ensayo. “¿Es posible que este museo valga más que toda Francia? –ironiza Sokurov–. ¿Qué sería de Francia sin él?”. Y casi de inmediato aparece un video de la Torre Eiffel con Adolf Hitler o un collage de un avión nazi en uno de los salones del Louvre. De hecho, uno de los aspectos que más subraya el director es la mostración del artificio desde la manipulación de las imágenes hasta, por ejemplo, exhibir la claqueta cada vez que se filma alguna escena sobre la Segunda Guerra, una cierta provocación de su voz en off para comentarles tanto a Jaujard como a Wolff-Metternich su futuro o indicarle al francés que, por falta de información sobre su vida privada, se toma algunas libertades para representarlo. El pastiche, entonces, se vuelve armónico pero imprevisible por sus cambios de ritmo y climas, por la cadencia entre un zoom in para apreciar una pincelada o los salones vacíos del Hermitage, entre la conversación interrumpida por la tormenta en alta mar y los planos del origen del museo; en definitiva el gesto de los fantasmas frente al cuadro: la necesidad de experiencia y apropiación. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Los museos parecen indiferentes a lo que pasa a su alrededor, mientras se los deje en paz, dice el director Alexandr Sokurov en esta subyugante, nueva invitación a viajar a través de la historia, y de la historia del arte, recorriendo los rincones del Palacio Louvre de París, como antes fue -y en una extraordinaria única toma-, el Hermitage de San Petersburgo, en el arca rusa. Sokurov entrega una verdadera lección de historia, tan apasionante como la que alumbra el tiempo de la ocupación nazi y el lugar que ocupó el tesoro del Louvre en ella. Es la relacion de los grandes museos, como instituciones, con el ansia humana de la guerra y la lucha por el poder. Sin el virtuoso recurso del plano secuencia interminable, el director juega ahora, con imaginación y libertad, con los recursos del documental, de la reconstrucción de época, de la poesía, entrando y saliendo de los tipos de relato con una soltura que sólo suma posibilidades. El resultado, otra vez,es fascinante.
Sinfonía en el museo Francofonía es una compleja y fascinante película sobre el Louvre bajo la ocupación nazi, mezcla de documental y ensayo cinematográfico. La historia es fascinante y verdaderamente ocurrió. Durante la ocupación nazi de París, el Conde Franz Wolff-Metternich fue nombrado por Hitler para ocuparse de los tesoros del Louvre. Jacques Jaujard era el director del emblemático museo, y los dos hombres, en cierto punto rivales, se vieron obligados a convivir y trabajar juntos. El amor por el arte pudo más, y pronto Wolff-Metternich fue desplazado de su cargo. En esa fábula de nacionalismo y pasiones resuenan temas universales como el arte, la guerra y la Historia, y en manos de cualquier director más o menos competente habría sido el origen de una película histórica atractiva al estilo Taking Sides (István Szabó, 2001), pero en manos del ruso Aleksandr Sokurov se transforma en una ambiciosa mezcla de ensayo cinematográfico, documental y reflexión filosófica acerca de la relación entre arte y Estado, entre el poder y la pasión. Hay varias líneas narrativas en Francofonia y el todo es más que la suma de las partes. Como en una sinfonía en la que si dejamos sólo el oboe se oye una melodía medio tonta pero que junto con el cello y la trompeta arman una música perfecta, Sokurov construyó un entramado complejo de imágenes y textos, voces en off, reconstrucciones y fotos de archivo para contar esa historia fascinante pero sin quedarse en lo anecdótico. Por momentos resulta inasible, por otros no escapa al tedio (pero eso va en gustos), pero siempre es inteligente, ambiciosa y consecuente con el plan del ruso. Es imposible no recordar la extraordinaria El arca rusa (2002), en la que Sokurov da un paseo por otro museo nacional, el Hermitage ruso, en un plano secuencia memorable. Francofonia es una película más difícil: carece del encanto algo artificial, del prodigio técnico de El arca rusa, y mezcla metáforas con reflexiones explícitas. Están ahí los fantasmas de Napoleón y de la República, las dos caras del espíritu francés que Sokurov de alguna manera considera universales, como una manera de sintetizar la lucha de dos concepciones del mundo. Francofonia es más que una película, o no es sólo una película, y no digo esto como un elogio o no necesariamente. Podría haber sido un ensayo, una ponencia, pero la herramienta de Sokurov es el cine y por eso fue una película. Es distinguidamente cinematográfica, pero el cine no es el fin sino el medio. Y aunque es verdad que, como toda película, se la puede analizar desde el punto de vista estético, en este caso nos estaríamos perdiendo de casi todo su sentido. Quizás los que amamos el cine y creemos que en un plano o en un corte se esconde la misma belleza que en La balsa de Medusa veamos en Francofonia un objeto ajeno, respetable pero lejano. Pero es igual de cierto que la película de Sokurov es fundamental para pensar la relación del arte y el Estado y también que es otro capítulo insoslayable en la obra coherente, profunda y consistente del ruso.
En una zona gris entre el filme de ensayo, el documental y una película narrativa (un drama) sobre la historia del Louvre, en especial durante la Segunda Guerra Mundial, FRANCOFONIA es el intento del cineasta ruso Aleksandr Sokurov de aproximarse a uno de esos míticos museos europeos como lo hizo con el Hermitage de San Petersburgo en EL ARCA RUSA, pero también es una suerte de reflexión sobre la relación entre el arte y los conflictos bélicos, esos que son parte central de películas suyas históricas como MOLOCH o EL SOL. Comisionado por el propio Museo del Louvre, el filme combina varios recursos para contar su historia: dramatizaciones, narración histórica y una suerte de detrás de escena de lo que parece ser la propia producción de la película. A través de ellas el cineasta ruso arma una suerte de rompecabezas histórico, político, arquitectónico y artístico que pone en el centro la relación entre las obras de arte y las luchas por el poder a lo largo de la historia. francofonia94Uno de los ejes centrales –el dramatizado, con actores– es la relación entre el oficial nazi encargado del Louvre durante la ocupación a Francia durante la guerra y el entonces director del museo. A partir de esta compleja relación –en la que, además, figura de manera un tanto subrayada una mujer que representa a Marianne, símbolo de ese país, que circula repitiendo “libertad, igualdad y fraternidad”, además de Napoleon Bonaparte–, Sokurov va ampliando su mirada para contar la historia del museo y su lugar como conservador de las grandes obras de arte puestas en riesgo a lo largo de la historia y, especialmente, durante la ocupación nazi. La omnipresente voz del realizador apoya las imágenes del filme, en las que vemos la construcción del imponente edificio, algunas de sus obras de arte, rostros de figuras clave (siendo ruso es inevitable que nos lleve a Tolstoi, Chejov y de regreso al Hermitage, al que los nazis no trataron tan bien como al Louvre). El Conde Metternich, el alemán a cargo del museo, es una figura culta que trata de preservar lo que hay allí si bien Jacques Jaujard, el director del museo, se ha ocupado de trasladar las piezas principales a otro lugar para preservarlas. La relación entre ellos es menos la de enemigos que la de dos personas amantes del arte a quienes las circunstancias han puesto en lugares opuestos. francofoniaPara armar este rompecabezas, además de material de archivo fílmico y fotográfico, Sokurov reconstruye la Paris de los años ’40 desaturando los colores pero, por momentos, dejando ver “la trampa” y evidenciando el tiempo presente de la filmación (se ve la claqueta, la marca de la banda sonora), como enmarcando sus reconstrucciones en un juego de cajas chinas. Lo mismo pasa en esos supuestos segmentos de detrás de escena en los que Sokurov se comunica con el capitán de un barco que transporta obras de arte en medio de una tormenta y la comunicación via Skype se corta todo el tiempo. Ese barco con grandes pinturas en peligro de naufragio es, acaso, la metáfora más evidente de lo que el director de FAUSTO quiere decir en FRANCOFONIA: la lucha del arte por sobrevivir a toda costa a los vaivenes políticos y bélicos de Europa, y al tumultuoso océano de la historia.
El maestro ruso vuelve a un museo, prescinde de la ampulosidad de un plano secuencia de 94 minutos e interroga a fondo sobre el lugar del arte en la Historia Son muy pocos los cineastas que establecen una relación entre el cine y la contingente marcha de la civilización. El cine de Manoel de Oliveira tenía esa particular virtud de hablar siempre del incesante esfuerzo humano por sobreponerse a través de símbolos y obras a la rudimentaria existencia animal. El prodigioso cineasta ruso Aleksandr Sokurov es otro de los pocos que persisten en esa tradición ya minoritaria. ¿De que se trata? De filmar la lucha contra lo brutal, o la indecorosa simplificación del destino de los hombres a su mera naturaleza arcaica. En Francofonia, un retrato polifacético sobre el Museo del Louvre de París, hay dos fuerzas salvajes que identificar y vencer: el nazismo, un régimen soez cuya valoración del arte no detenta sensibilidad alguna excepto la del imperativo de la apropiación, y la propia furia de la naturaleza, que siempre puede desbancar todas las obras humanas. En el inicio, el propio Sokurov, en plena realización de la película, intenta comunicarse por internet con el capitán de un navío que lleva contenedores con obras de arte y está amenazado por una tormenta en altamar. Línea narrativa (y autorreflexiva) secundaria del film, pero filosóficamente central, pues si el mar doblega al barco será mucho más que un fatídico accidente. Ese motivo del film será un contrapunto con el relato preponderante que está circunscripto a la revisión de la ocupación nazi de París en 1940 en general, el destino de todas las colecciones en el Louvre en particular y el protagonismo respecto de esto último del director del museo en aquel entonces, Jacques Jaujard, y del conde Franz von Wolff-Metternich, el encargado alemán del Kunstschutz, esto es, de la protección del patrimonio cultural francés durante la guerra. A esos dos ejes narrativos, Sokurov les suma algunos paseos por el presente del museo y sus obras, meditando así sobre la importancia del retrato en la pintura occidental, las distintas valoraciones del arte y la herencia cultural, y la relación intrínseca entre los saqueos imperialistas y la historia del museo. A su vez, el fantasma de Napoleón visita esporádicamente el museo en sus horas libres mientras presume toda su banalidad y posa frente a algún cuadro que lo representa, acompañado de una mujer que encarna a la República de Francia y repite como un mantra desangelado su propio mito conceptual: libertad, igualdad y fraternidad. Antes de concluir, hay que enfatizar cuán grandioso es Sokurov como cineasta. Puede filmar varias pinturas consagradas y suscitar en la quietud de las mismas un ligero movimiento que surge de un pase mágico de la cámara. Sokurov pliega el lienzo de una pintura con un imperceptible meneo de su cámara aprovechando el cono de luz: el cuadro en sí adquiere entonces vivacidad. Aquí no elige el sonido para dar vida a los cuadros, como lo hacía en otros notables films suyos relacionados con la pintura (Elegía de un viaje, Hubert: una vida afortunada), lo que no significa que en Francofonia el sonido no esté elaborado magistralmente como en todas sus películas. Al inicio, los sonidos de una sirena remiten a bombardeos propios de la Primera y Segunda Guerra Mundial, se entrometen en el campo visual y el presente del museo es de inmediato invadido por el pasado. El sonido es aquí la forma por la que se siente el tiempo, o la posibilidad no visual de que se destituya la imagen de su propia posición fijada en el presente. Estos son los heterogéneos materiales con los que trabaja Sokurov y con los que llega a entrever las contradicciones de toda empresa civilizatoria: el arte puede redimir parcialmente la trivialidad y ferocidad de los hombres, pero la voluntad de poder va a la par de la voluntad por trascender. Más allá de esta clarividencia sociológica, Sokurov no dejará de lado las vidas de los hombres ordinarios que en cierto momento de su historia, sin saberlo, realizan acciones cuyo fin está ligado a un sentido de grandeza. Los últimos 10 minutos, en donde Metternich y Jaujard son interpelados desde y en la ficción por el propio Sokurov, Francofonia alcanza una dimensión espiritual inesperada. Algo devastador sucede, algo que expone con una vehemencia amorosa la endeble finitud de los hombres. Ni estos ni sus obras menos provisionales pueden eludir el paso del tiempo. Todo desaparece.
Tras los pasos de su célebre El Arca Rusa, Aksandr Sokurov retorna a su formato documental que ya a esta altura podríamos catalogar de "cine-museo", pero en lugar de centrar su particular mirada en el Hermitage de San Petersburgo ahora lo hace en el Louvre de París. Ya sin un eterno plano secuencias, Sokurov se pone al servicio de su obra apareciendo entre los relatos que conforman su ensayo, preguntándose si vale, en algún punto, más una obra de arte que una vida humana y su contexto histórico-político. Para ello fragmenta el documental en distintas partes, que comprenden temporalmente momentos como la ocupación alemana nazi en la Segunda Guerra Mundial (y el destino que le otorgaron al imponente museo en cuestión), y otros un tanto más ambiguos que depositan su protagonismo en el mismísimo Napoleón Bonaparte, que aporta también su visión de la historia. Como si esto fuese poco, una desorientada Libertad que por momentos ya no parece estar guiando al Pueblo asoma su nariz, repitiendo apenas su gastado liberte egalite fraternite, que a menudo, ante la repitición (pero no por casualidad) hasta parece perder su sentido. Sokurov reflexiona acerca del paso del tiempo, el arte (fundamentalmente, pictórico), los retratos, la pasión del artista y, por supuesto, la historia europea de los últimos tres siglos. En toda esta historia, en todo este continente, conviven así Hitler y Napoleón, Marianne (figura de la Libertad), soldados, generales y artistas. Porque la cultura abarca todo eso y también más, y al final lo que la termina uniendo o fragmentando es, sí, el arte.
El arte en el medio de la tormenta Cuidar la obra de arte es necesario, es preocupante. Asegurar un destino trascendente. El cineasta ruso despliega en su película sus temores, mientras recrea la ocupación nazi en Francia durante la Segunda Guerra y el destino del museo Louvre. La obra de arte es fáctica, cierta, ocupa lugar en el espacio, se percude con el tiempo, ¿cómo y dónde guardarla? El riesgo es permanente, ni qué decir con el caso cinematográfico argentino, sin cinemateca, con sus películas a la deriva, la gran parte ya perdidas, condenadas a recuerdos u olvidos; a la par de copias pixeladas, sin textura de cine, que sobreviven -como refugio falaz- en YouTube. El inicio de Francofonia es, precisamente, éste. En alta mar, un navegante enfrenta la tormenta mientras se comunica de a ratos y desesperado con el mismísimo Alexander Sokurov. El peligro de que las obras que transporta se pierdan pareciera ser motivo para el despliegue interior de este cineasta que también se pierde en esa otra mar sin orillas que es el pensamiento. Si pensar implica organizar ideas dispersas, la película de Sokurov hará este mismo esfuerzo: varios registros y recursos que permitan una relación sígnica, posible a través del montaje. El montaje es operación intelectual, el cine es montaje. ¿Cuál es el destino de las obras de arte? El nudo es éste, que Francofonia decida detenerse en el Louvre, durante la Segunda Guerra Mundial, es su consecuencia. No habría necesidad de pensar este hecho si no existiera la necesidad de aquella pregunta. Desde luego, el momento histórico elegido es crítico, quiebra al medio el siglo pasado al tocar uno de sus momentos más espantosos. Durante la ocupación alemana, el museo del Louvre necesitó de la colaboración entre su director Jacques Jaujard y el oficial nazi Franz Wolff-Metternich (interpretados respectivamente por Louis-Do de Lencquesaing y Benjamin Utzerath). El vínculo entre estos hombres habilita a Sokurov a una descomposición fílmica pero articulada. En este sentido, la época estará evocada a partir de los registros de archivo y desde la recreación ficcional. Lo que provoca de manera extraña, ya que las paredes del museo ofician tanto de testigo de un caso como también del otro. Así, los pasos que los actores dan dentro del Louvre resuenan como lo deben haber hecho setenta años atrás, y antes también, junto a los fantasmas de Marianne y de Napoleón (compuestos por Johanna Korthals Altes y Vincent Nemeth). Hay varias tomas aéreas de París que hacen del Louvre un corazón que late historia; al retratarlo de este modo, Sokurov permite el recuerdo de esa otra arteria vital que es la Biblioteca Nacional de París (y de cualquier otro lugar), que Alain Resnais recorriera como laberinto en Toute le mémoire du monde (1956). Como si el cine se asumiera a sí mismo de manera responsable, también urgente: lo que existe está, siempre, a un paso de desaparecer; una tarea que pelea contra el tiempo, que se sabe fatalmente inútil, pero que sin embargo persiste. También Orson Welles comentaba sobre el estrago del tiempo, a través del hechizo del arte y versos de Kipling, en F for Fake (1973). (Otro ejemplo suficiente lo permite la coyuntura, ya que el Louvre debió por estos días evacuar sus obras, ante el peligro de inundación que supone la crecida del Sena). Por otra parte, hay un lazo que comunica Francofonia con las películas anteriores del director ruso. Por un lado, indudablemente, con El arca rusa (2002), cuya acción de plano secuencia se desarrollaba dentro del Museo Hermitage, de San Petersburgo. Por otro lado, a través del detenimiento en personajes de pulsión histórica decisiva. La aparición en Francofonia de Hitler -cuya voz es interpretada sobre las imágenes de archivo, como otra manera de recrear, tan válida como lo puede suponer la tarea íntegra de un actor- es consecuente con la de otras personalidades de índole similar, que Sokurov ya abordara: Lenin y Stalin en Taurus (2001), el emperador Hirohito en El sol (2005). Hitler, de hecho, también había sido uno de los personajes de Moloch (1999), con la atención puesta en Eva Braun. En todas estas películas, lo que sobresale es la detención en momentos íntimos, en situaciones sin embargo intensas, en donde hay lugar para el silencio, como reparos pequeños dentro del maremoto histórico que estas personas impulsan. Lo mismo puede decirse respecto de la relación entre Jaujard y Wolff-Metternich, personajes dramáticos e históricos, de adhesiones ideológicas dispares y, sin embargo, preocupados por el destino de estas obras. El arte, tal vez, aparece en Sokurov como una instancia de superación, como la posibilidad de pensar un después que transgreda, ni más ni menos, que a designios funestos, totalitarios. El ardid que el cine supone implica otra cuestión, que da razón al ejemplo del Louvre durante la ocupación; es decir, y desde la suposición contrafáctica, ¿qué hubiese sucedido si Jaujard y Metternich no se ponían de acuerdo, o si hubiesen sido personas distintas? Desde una acepción cinematográfica tan particular, como la supone el cine de Sokurov, puede decirse también que su película, en tanto llamado de atención sobre un problema que es instancia de reflexión y reunión colectiva, responde a otras de cometido similar; es el caso de El tren (1964) de John Frankenheimer, y Operación Monumento (2014) de George Clooney. Que se trate de cinematografías y estéticas tan diferentes, no elude la preocupación análoga. Pero con Francofonia hay algo dilemático, ya que es una elegía a Francia. Libertad, igualdad y fraternidad, dice Marianne. Palabras que son abstracciones, que promueven acciones. ¿Cuáles son hoy sus sentidos? ¿Por qué la reiteración? ¿Qué es lo que esconden sus colores de bandera, ya pensados de manera magistral por Kieslowski en Bleu, Blanc, Rouge, así como por Aristarain en Lugares comunes? Antes que dar una respuesta, mejor promover la pregunta. Allí se arroja Sokurov: dentro suyo; y, gracias al cine, en el adentro mismo de todo espectador.
El director de “El arca rusa”, Alexander Sokurov, se centra ahora en la Francia de la Segunda Guerra Mundial, más específicamente en el 14 de junio de 1949, cuando Hitler entra a París. De acá parte para reflexionar sobre el Louvre, su historia y la relación entre el director de museos de Francia, Jacques Jaujard, y el Conde Franz Wolf-Metternich, militar encargado de asegurar que todo el arte atesorado en Francia pasara a mano de los nazis. “Francofonia” es un ensayo personal –habla en primera persona, se incluye en el relato como el director que es; recuerda hechos, no se limita a contarlos de manera académica- poético y reflexivo que explora no sólo el pasado, sino también el presente. Un documental con ciertas inclusiones de ficción, como los diálogos entre los dos protagonistas mencionados anteriormente. A nivel histórico aporta una mirada interesante, más específica, sobre aquel momento. Pero más allá de que el centro del film es sin dudas el Museo del Louvre, el director enfoca más en su importancia, en el lugar que ocupa, que en el museo en sí, o en sus obras, que apenas aparecen. A nivel visual, entre imágenes de archivo y otras recreadas, el film es donde encuentra su punto álgido. Un film interesante y poético pero que depende demasiado de un espectador avezado, como por ejemplo cuando hace guiños a otras películas, incluyendo las suyas, haciendo que parte se quede afuera. Es un film complejo, bello, a veces demasiado metafórico, pero además de una pretensión que lo terminan tornando frío, distante, difícil de conectar emocionalmente con él. No obstante se aprecia esta reflexión sobre el arte, su utilidad y que muestre los esfuerzos que a veces se han llevado a cabo para poder conservarlo. Una propuesta sin dudas arriesgada y valiente. “Todo el universo define una obra. Y sólo la guerra decidirá en qué lugar termina”.
En el último tiempo, el cine documental, o aquel que al menos linda con la documentación sobre museos y su relación con la historia, ha generado un sinfín de productos que forjaron el interés de los espectadores por conocer más detalles sobre la erudición que estos espacios generan en ellos. Qué es un museo. Cómo definir el espacio y el lugar que los mismos pueden cumplir y atravesar, en sí mismos, sobre la historia y los cuerpos de aquellos que los recorren, son tan sólo algunos de los disparadores que este tipo de películas han abierto. Si “El Arca Rusa”, de Alexander Sokurov, nos trasladaba directamente al Museo del Hermitage de Rusia en San Petersburgo, y “Museum Hours” de Jem Cohen, buscaba el acercamiento a un instante en la vida de un cuidador del Museo de la Historia del Arte de Viena, en donde la realidad y la ficción se mezclaban. En esta oportunidad “Francofonía” (Francia, Alemania, Holanda, 2015), nuevamente el realizador ruso Sokurov aprovecha las experiencias anteriores para canalizarlas en una película que busca, a partir del archivo, las imágenes ficcionadas, y la contemplación de detalles, la historia del museo Louvre y la injerencia que el nazismo ha dejado en él. La narración con voz en off y una ficción apenas esbozada, el director busca alguna explicación sobre el lugar que los nazis decidieron tener durante la ocupación que llevaron adelante durante la Segunda Guerra Mundial, a partir del relato de Jacques Jaujard y el conde Franz Wolff-Metternich, y cómo ellos determinaron una línea clara sobre la relación del arte con el poder, dictamen que aún sigue vigente. Es curioso cómo Sokurov juega con el material, y cómo también nos propone el juego a nosotros, quienes como espectadores sólo podemos apreciar aquello que presenta y poco a poco configurar cómo el arte puede ser contenido dentro de un complejo entramado político y social en el que, más allá de entender que la cultura siempre separó y dividió, en este punto también se la imaginó como lugar de refugio y rebeldía. Sokurov siente al Louvre como el centro de la cultura, y a París como la ciudad en la que la circulación de las obras posibilita que su discurso de resistencia avance a fuerza de hechos concretos y otros imaginados a partir de la ilustración académica más clásica. El juego principal de “Francofonía”, una hermana menor no declarada de “El Arca Rusa”, es generar un paralelismo entre la ocupación de París y el sitio de Leningrado, entre el dejarse enredar de unos y la resistencia otros. La principal idea que se expone en este filme es la de cómo la cultura puede pensarse desde un lugar en el que más allá de los intentos por borrar o hacerla desaparecer, la complicidad entre partes, ha posibilitado que, en definitiva, se continúe pensando al arte, en cualquiera de sus expresiones, como uno de los complementos esenciales del hombre.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
El cineasta Aleksandr Sokurov, director de la genial El Arca Rusa nos trae su última cinta: Francofonia, una especie de amalgama entre documental, drama y cinta belica en la que daremos un paseo por el museo parisino de Louvre. Liberté, égalité, fraternité Durante Francofonia, Sokurov echa mano de varios recursos para hacer un breve repaso de la rica historia del Louvre. Esta vez la cinta no es un plano secuencia en su totalidad –aunque si los hay en determinados paseos por el museo–, pero aun así logra atrapar gracias a la conjunción de fotografías de época, su relato en off, la cámara en primera persona y pequeñas dramatizaciones. El punto fuerte de esta propuesta es el hecho de que el director ruso decide contar la historia del Louvre de forma no lineal, y es así que durante la cinta, la trama salta de determinados momentos a otro sin perder el enfoque principal: la ocupación nazi de Paris y los esfuerzos mancomunados entre Jacques Jaujard y el conde nazi Franz Wolff-Metternich para preservar las obras de arte del Louvre. Si bien el metraje ni siquiera llega a la hora y media de duración, ya en las postrimerías de la cinta se siente que le sobran bastantes minutos y el visionado se torna bastante pesado. El hecho de que sea un relato bastante original y que las dramatizaciones tengan pequeños tintes cómicos, no quitan que el ritmo de la cinta sea totalmente monótono y esto le pasa factura sobre el final. Durante Fracofonia conoceremos la historia del Louvre, la importancia que tuvo durante la ocupación de las tropas de Hitler, y como los nazis buscaban echar mano de toda obra de arte que haya en el museo más como un trofeo de guerra que por apreciar en sí misma la belleza de las distintas obras de arte. No deja de resultar curioso, puesto que un ingente de las obras que descansan acobijadas bajo el techo del Louvre fueron tomadas por Napoleón durante sus distintas victorias a lo largo de su carrera militar. Es así que se traza el paralelismo entre los nazis y las obras de arte que yacen en el Louvre: ¿qué es más importante: la sociedad y sus personas o el arte que deja a su paso? Una obra del Greco por aquí, la Victoria Alada de Samotracia por allá, La Balsa de la Medusa bien escondida de los nazis, todas obtenidas como trofeos de guerra y así es como se constituyen piezas claves de un museo, pero como reza el dicho «ladrón que roba a ladrón…». Conclusión Sokurov comulga con varios recursos para hacer de Francofonia una propuesta algo diferente, sin dejar de ser un documental usa planos secuencias, fotografías de época, dramatizaciones metafóricas, recreaciones con pequeños matices cómicos –sin caer fuera de lugar– y es el mismo cineasta quien pone la voz en off para narrar los sucesos que acontecen. Aunque la duración termina resultando algo excesiva, no es algo que opaque todas las virtudes de este documental. Obviamente no es para todos los públicos, y quien no comulgue con este tipo de historias terminará en los brazos de Morfeo.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030