Cuento de invierno, cuento de verano En el marco del London Film Festival 2016, pudimos ver Hermia & Helena, nueva película de Matías Piñeiro (Rosalinda, Viola, La Princesa de Francia). Dicha película también se presentará en el 31 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y participará de la Competencia Internacional. En esta nueva shakespereada, la cuarta en la carrera de Matías Piñeiro, primera en ser parcialmente filmada en New York, el realizador nos presenta a Camila (Agustina Muñoz), una joven que vive en Buenos Aires, pero que está próxima a mudarse a la gran manzana. El motivo de dicho viaje es, mediante una beca en un instituto de artes, poder realizar la traducción de Sueño de una noche de Verano de Shakespeare, para luego regresar y montarla en algún teatro porteño. A su vez, Carmen (María Villar, la chica Piñeiro por excelencia), está concluyendo su paso como becaria en New York, y aconseja a Camilia sobre ciertas situaciones que el instituto esperará de ella. A poco tiempo de dejar su cuidad natal, Camila comienza a entablar una relación sentimental con Leo (Julián Larquier Tellarini), por lo que al irse, se plantea un claro objetivo: abocarse sólo a su beca, y finalizar su proyecto antes del año, para así poder regresar a Buenos Aires. Sin embargo, con el pasar del tiempo, los planes de Camila comienzan a postergarse; se reencuentra a un viejo amante en New York, y surge un nuevo amante, además de mantener a distancia y vía skype, la relación con Leo. Por otro lado, más allá de buscar inspiración, nuestra protagonista busca historias, busca conocer sobre su propia historia y este hecho la lleva a las afueras de New York a encontrarse con Horace, su padre biológico a quien nunca conoció. Por otro lado, tal como Piñeiro nos tiene acostumbrados, la historia va y viene entre las dos cuidades, entre la nueva rutina de Camila, y lo que quedó pendiente en Buenos Aires: Leo, Carmen, y los demás amigos/compañeros de proyectos teatrales. Con Hermia & Helena, Piñeiro toma circunstancias presentadas por William Shakespeare y las adapta a la modernidad, y a los nuevos tiempos de las relaciones entre enamorados, y las dudas existenciales que éstas traen consigo. Hermia & Helena, se presenta como una nueva “shakespereada”, que mantiene elementos comunes con las anteriores películas – principalmente el equipo actoral-, se corre un poco del lugar que sus producciones antecesoras marcaron: aquí hay menos soliloquios, la mayor parte de la película transcurre en inglés, y si bien Shakespeare está presente, es de manera más indirecta. El relato ahora es en clave más bien melancólica, y el director permite que mediante eso, podamos conocer con mejor detalle a ciertos personajes, a sus inseguridades, y a sus espectativas. Claramente la nueva locación influye en este cambio, y en los futuros proyectos cinematográficos de Piñeiro…
Hermia & Helena: Autodescubrimiento en Nueva York. Matías Piñeiro estrena este peculiar film en el cual se presentan ciertas experiencias que el director vivió en su paso por Nueva York. Piñeiro nos presenta una nueva película basada brevemente en textos shakesperianos. Camila decide dejar Buenos Aires para hacer uso de una beca en un instituto de Nueva York. En ese lugar debe realizar la traducción de Sueño de una Noche de Verano, pero, al mismo tiempo, esta experiencia hace que se aleje de su novio, se reencuentre con un viejo amor, se relacione con otras personas, conozca a su padre que siempre estuvo ausente, y básicamente, que emprenda una nueva aventura. La película es un viaje de autodescubrimiento, en el cual se embarca la protagonista. Es un film intimista que utiliza situaciones de Shakespeare para reinterpretar una historia de jóvenes enamorados e inconstantes. El cineasta logra, bajo un ritmo irregular, armar una historia que no transcurre ni en una ciudad ni en la otra, sino en el interior mismo de los personajes. Hermia & Helena es una película con buenas intenciones, pero que resulta ser un poco inconsistente. Los aspectos técnicos son impecables y la narración comienza de forma interesante, pero con el correr de los minutos el ritmo decae y el espectador puede llegar a perder interés. El film resulta ser peculiar y en cierta medida eso le juega a favor porque el espectador logra interesarse por el destino de los personajes. Sin embargo, pese a la corta duración por momentos se vuelve demasiado reiterativo. Hermia & Helena es una cinta con altibajos, la protagonista pierde el rumbo en ciertos pasajes del relato al igual que la narrativa del film. Quizás lo más interesante de la película son sus alusiones y reinterpretaciones shakesperianas, lo cual no llega a compensar las falencias del largometraje.
Sensatez y sentimiento El realizador de Todos mienten (2009) y La princesa de Francia (2014) hace su primer paso por el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata con Hermia & Helena (2016) su película más disfrutable. Habitué del BAFICI, Matías Piñeiro ya presentó su largometraje cinco en varios festivales, entre ellos el de Toronto y Nueva York. Hermia & Helena lo enfrenta, ahora, al público marplatense. Un hecho que habla de la diversidad del Festival, que muestra a un realizador con sello propio pero al mismo tiempo con intenciones de explorar otras tonalidades y nuevas geografías. Rodada mayormente en Estados Unidos y minoritariamente en Buenos Aires, la película continúa con la saga de cruces con la obra de William Shakespeare, lo que demuestra una (bienvenida) obsesión de Piñeiro por establecer cruces, líneas de diálogo entre el cine y la literatura. En esta ocasión, el relato comienza con el regreso de Carmen (María Villar) desde Manhattan, en donde hizo una residencia. Su lugar es tomado por Camila (Agustina Muñoz, actriz de matices y fotogenia exquisitos), cuyos nexos amorosos sirven para hilar ambos territorios. Aunque, a decir verdad, su presencia está atravesada por los viajes, los encuentros, los desencuentros, y, claro, la traducción; rasgo distintivo de su labor en Estados Unidos (allí está traduciendo, precisamente) y de la propia película. Al tono lúdico que Piñeiro le impuso a sus anteriores creaciones, aquí se percibe una mayor naturalidad en los diálogos e, incluso, algunas “notas” nuevas que le aportan más sentimientos a un material que ya ostentaba una marcada sensatez (literatura mediante). En varias oportunidades se ha vinculado a la filmografía del joven director con el cine de Eric Rohmer, sobre todo en cuanto a su afinidad por los diálogos extensos y las caminatas de sus personajes en espacios abiertos. Aquí no solamente hay mucho de eso; hay una serie de sobreimpresiones e intertextualidades (con la literatura y también con el cine) que ofician como una nueva apertura. Tal vez, una apertura en torno a cómo el lenguaje artístico opera como mediador entre la subjetividad y el medio social.; los momentos más emocionales y cotidianos del film se relacionan -directa o indirectamente- con un proceso de lectura o traducción. Finalmente, si Hermia & Helena triunfa en todos los frentes (como comedia de situaciones, como reflexión sobre el arte en la vida, y la vida en el arte) lo hace en buena medida gracias al aporte de Fernando Lockett, el director de fotografía, quien retrata a los actores con encanto coreográfico.
“Hermia & Helena” cuenta la historia de Camila, una joven directora de teatro de Buenos Aires que viaja a Nueva York debido a que ganó una beca artística para trabajar en un nuevo proyecto: la traducción al español de “Sueño de una noche de verano” de William Shakespeare. Pero este será el puntapié inicial para transitar otro tipo de viaje. Nos encontramos ante una película intimista y humana que retrata la vida de una persona que está buscando su lugar en el mundo; es una historia de autodescubrimiento, un viaje exterior que sirve como excusa para realizar un viaje interior. Sin embargo, este autodescubrimiento se vuelve bastante monótono durante el desarrollo del film, ya que no existe un conflicto latente que altere las situaciones o que genere una reacción que atrape al espectador. Da la sensación de que la cinta podría durar poco o mucho tiempo, porque finalmente la historia no se dirige hacia ningún rumbo, no es que hay un claro esquema de principio, nudo y desenlace. Tal vez esto tiene que ver un poco con un conflicto interior de la protagonista, esa falta de compromiso con su trabajo, con su novio, con sus amistades, pero llega un punto en el cual el público necesita algún detonante fuerte para ver y estar intrigado. Esta carencia de conflicto e introducción de subtramas hace que la película dure más de lo necesario, haciendo que el ritmo y la atención del espectador pueda caer a medida que transcurra el argumento. Por otro lado, la falta compromiso de Camila para con el resto se puede ver reflejado en la sensación que deja en el público; no es un personaje que genere empatía desde un principio, aunque sí puede llegar a servir de ejemplo de una generación que no tiene en claro sus próximos pasos a seguir. En síntesis, “Hermia & Helena” se destaca por ser una película intimista y que aborda la problemática de una generación que tiene un futuro incierto, con una buena fotografía y distintos escenarios. Sin embargo, la carencia de un conflicto en particular hace que la narración se vuelva algo monótona, perdiendo un poco la atención del espectador.
l propio Matías Piñeiro lo dirá de una manera algo más elegante (no podría ser de otra forma) algunas líneas más abajo asi que me permito iniciar estas notas con una idea robada pero no por ello menos cierta: si en Hermia y Helena se intuye la perfección de un sistema narrativo que se fue construyendo película a película es porque aquí Piñeiro decide jugarse por la variación inestable antes que por la cómoda seguridad de los logros ya conocidos. Ese acto de autoatacarse constantemente lo lleva a descubrir pequeñas minas de oro dentro de algo que parecía haber llegado a un cierto estado de culminación con La princesa de Francia pero que exhibe aquí la certeza de que todo lo que toca Piñeiro se vuelve, felizmente, cine. Todo funciona como una respuesta a lo ya visto, como si su método de trabajo consistiera en revisar todo lo anterior e ir proponiendo, cuál cuaderno borroneado, nuevas formas de presentar las mismas ideas. Es así: si La princesa de Francia arrancaba con un partido de fútbol que se volvía deseo coreografiado, Hermia y Helena también empezará desde una terraza desde la cual se verá un partido de fútbol. La diferencia en este caso será clarísima y supone, acaso, toda una declaración de principios del “toque Matías”: cuando el paneo de la cámara nos deje ver ese partido ya será demasiado tarde porque lo pasaremos de largo, centrándose mejor en lo que vendrá. No será la única vez que Piñeiro establezca este tipo de guiños que funcionan por la diferencia con el resto de su obra. Otro ejemplo: si Pablo Sigal y Romina Paula se peleaban en la película anterior, aquí se los muestra como una pareja a punto de ser padres. Así, la resonancia de las bombitas tienen límites variables, a veces estallan estruendosamente y otras, las más habituales, lo hacen de manera casi imperceptible. Sea como sea, Hermia y Helena cuenta con la virtud de saberse una película que va estallando a medida que la vemos, abriendo posibilidades de caminos en cada uno de sus planos. Ese juego interminable de variaciones y mutaciones encuentra en la duplicidad del relato un aliado ideal. Multiplicadas, las vidas de Carmen y Camila se entrecruzan o se suplantan: una siempre debe estar en el espacio que la otra abandona. Las distancias entre Nueva York y Buenos Aires se vuelven cortas, unidas a través de grandiosos fundidos que empiezan en los gigantes árboles de la avenida Pedro Goyena y terminan en los cables que cruzan el puente de Brooklyn. El tiempo del relato también sufre de la misma esquizofrenia. Entre los preparativos de la partida y las decisiones de la llegada, la presencia de Camila se bifurca y llegará un momento en el que directamente serán dos personas distintas porque entre una ciudad y la otra pasan cosas, se toman decisiones, se conoce gente, uno se puede enamorar o desenamorarse rápidamente y entre todo eso se aprende, se crece y se acierta y se pierde. “La vida es decepcionante” dirá un personaje en la escena final citando a la más famosa de las películas de Ozu. “¿Lo es?”, preguntará otro. La respuesta a esa pregunta se evidencia en la totalidad de Hermia y Helena y su obstinación por siempre ser diferente, moverse, jugar y cambiar. Me gusta pensarla como una película que se va haciendo sobre la marcha, que prueba cosas mientras sus personajes viven sus vidas, casi como si se tratara de una película abierta. Queda claro al leer la entrevista que le hicimos a Matías que esto no es así y que cada una de las decisiones tuvo un motivo muy pensado detrás. Esta bien, a mi me alcanza con tener esa sensación. No es algo menor en una película que empieza con una gracia única y que va, hacía el final, encontrando otro ritmo, algo más pausado, en el que quizás sea el momento más estrictamente dramático jamás filmado por Piñeiro. Incluso la presencia de Shakespeare se nota un tanto más invisible que en resto de sus películas. Si en las anteriores “shakespeareadas” la intervención del texto de forma oral se hacía constante y repetitiva, envolviendo las verdaderas intenciones de los personajes, aquí pasará a ser simplemente un punto de partida para entender qué hace Camila en Nueva York y de qué maneras se apropia de ese texto. Más que nunca, Shakespeare se vuelve una mera excusa para hacer que el relato se mantenga siempre en movimiento. Pero luego del movimiento viene la calma. Y también habrá un llanto, un sueño, un nacimiento y un cielo tormentoso que actúa de fondo ideal para que la temporada de los nuevos cambios se inicie. Tal vez en su más simple forma, Hermia y Helena no busca ser más que eso: una película de movimientos, de gente que va y viene y que se lleva en esas circulaciones constante todos sus deseos y sueños. Lo que consiguen y lo que pierden es acaso la misma razón por la que Piñeiro se empeña en filmar a estos personajes: él también va perdiendo lo que ya no le sirve y ganando, película a película, la experiencia de ir armando su propio cine mientras lo vive. Esta es la segunda vez que nos sentamos a charlar con Matías Piñeiro. La primera entrevista jamás fue publicada porque la tecnología nos jugó una mala pasada. Hermia y Helena se consagró muy tempranamente y con total unanimidad como nuestra película preferida del festival por lo que hablar con Matías se volvió casi una obligación. Esta vez vencimos a los problemas de grabación y aquí pueden leer lo que quedó de esa tarde marplatense entre películas.
En el reemplazo de una joven por otra y un viaje a Nueva York, Matías Piñeiro vuelve a jugar con el cine, Shakespeare, y con la posibilidad de trasladar su obsesión por la traducción al extremo. Un regalo que no termina por concretarse, un viejo amor que aparece en forma de olvido y palabras que van y vienen, son sólo algunas de las guias para comprender la propuesta.
Variaciones y fugas. El estilo de Piñeiro se ha venido afinando de modo que cada película es más refinada que la anterior. Hermia & Helena tiene una sofisticación a la altura del mejor cine actual. Cuarta de las “shakespereadas” de Matías Piñeiro, la bilingüe Hermia & Helena, que transcurre entre Estados Unidos y Buenos Aires (ambas reconocibles, mediante señas de identidad que el realizador brinda con explicitez), es la primera en la que Piñeiro reconoce su condición últimamente binacional. Desde antes del estreno de la previa La princesa de Francia (2014), el realizador de Viola (2012) reside parte del año en Nueva York, la otra parte aquí. Aunque sea en forma temporaria, eso es lo que sucede con las protagonistas de Hermia & Helena. Que no son Hermia y Helena sino Carmen y Camila (nótese la trasposición, de los dos nombres con H de la obra de Shakespeare a los dos nombres con C de la película de Piñeiro). Hermia y Helena son, como se sabe, las chicas que en Sueño de una noche de verano caen bajo el influjo de los traviesos duendes del amor. Como les pasa a Carmen y Camila. Una vez más, como en los casos anteriores no se trata de que Hermia & Helena “esté basada en”, ni siquiera “inspirada en”, sino de algo mucho más moderno y, si se quiere, más jazzístico que eso: el ejercicio de una serie de variaciones, fugas y digresiones a partir de esa melodía original llamada Sueño de una noche de verano. Separada en capítulos, Hermia & Helena está organizada en un presente y tres fugas hacia el pasado (que es el presente en el comienzo del relato, por una cuestión de facto de avance del tiempo). Los capítulos llevan en todos los casos los nombres de las dos personas que en ellos van a encontrarse, con la única excepción del último, en la que como el encuentro es grupal, el título también. Esos títulos están presentados en letra manuscrita, escritos con marcador en una tipografía casi infantil, lo mismo que el título de la película y una dedicatoria inicial a una actriz japonesa, sobre una primera imagen de un cerezo en flor, que bien podría ser la de un film de ese origen. En el cine de Piñeiro nada está librado al azar, todo tiene un marcado aire de deliberación, desde los cruces de personajes hasta la duración de cada plano, pasando por el estilo fotográfico (Fernando Lockett, cada vez más extraordinario), la música elegida (en este caso, Scott Joplin y Beethoven), los diálogos marcadamente escritos y medidos, algunas veces más “recitados” que otras, etc. De tal modo que en Hermia & Helena, todas esas inscripciones (la división en capítulos, que sus nombres correspondan a los nombres de los protagonistas, la letra manuscrita, el plano “japonés”) se imponen inevitablemente como signo de algo. ¿Lo son, en todos los casos, o a veces está ahí simplemente perche mi piace? Y si lo son, ¿contamos con el código para desencriptarlos? Veamos. Carmen (María Villar, una infaltable del cine del autor) y Camila (Agustina Muñoz, otra abonnée) son amigas, o eso se supone. Carmen es cuentista; Camila, dramaturga. La primera viene de una residencia por una beca en Nueva York, y Camila la sucede. En la primera secuencia, Carmen invita a su tutor, Lukas (Keith Poulson, que actuó en Analizando a Philip y Queen of Earth, de Alex Ross Perry) a irse con ella a Buenos Aires. En la segunda, hablando con Camila, no hace referencia a ello y, en cambio, dice ser una mentirosa. En Estados Unidos Camila descubre cierta relación que Carmen había mantenido bajo cuatro llaves, se reencuentra con otra que a su vez ella mantuvo oculta (y que se devela en una de las secuencias en pasado, que no son flashbacks porque no corresponden al recuerdo de nadie), con el padre al que jamás conoció (y de cuya existencia informa otra de las secuencias en pasado) y cambia de amores con un capricho que deja a Mata Hari como una mártir de la monogamia. El estilo de Piñeiro se ha venido afinando de película en película, de modo que cada una es más refinada que la anterior. Hermia & Helena tiene un grado de sofisticación formal que la pone a la altura de lo más alto del cine contemporáneo. Todo es exquisito, desde el modo en que la sucesión de imágenes de verano del comienzo (cerezo en flor-fundido encadenado a flores-fundido encadenado a postales de flores-fundido encadenado a mano que quema esas postales) se ve invertido por las imágenes de invierno hacia la mitad del metraje hasta la elipsis por la cual Carmen entra en el subte de Nueva York al final de la secuencia inicial y sale del subte B al comienzo de la siguiente secuencia. O esa escena, tan nouvelle vague, en que Camila le pregunta a su novio si siguió filmando, y en lugar de respuesta viene un corto entero en blanco y negro. O algunas intromisiones propias del cine experimental en medio de la narración. El problema viene a la hora de desentrañar los signos. Algunos parecerían ser solo aparentes y estar allí por gusto, con lo cual el espectador puede llegar a embarcarse en un trabajo inútil si intenta hallarles más sentido del que tienen. El cerezo “japonés”, por ejemplo (que se suma a un cartel escrito en ideogramas). El par de planos aéreos, bellísimos, en los cuales la distancia no parecería decir demasiado. Las postales que se queman. Dos veces, para más datos. Unas con flores, la otra no. Otros signos son decididamente herméticos y pueden llegar a resultar ligeramente enervantes por el modo desafiante que tienen de serlo. Como la puerta que se cierra y se abre nada menos que seis veces, nada menos que al final de la película, sin que se sepa qué puerta es y que hace allí.
En su nueva película, el director mueve gran parte de su historia y sus personajes principales a Nueva York creando nuevas dinámicas en su universo cinematográfico. La conexión con la obra de Shakespeare continúa, pero de una manera más lateral y sorprendente. Con Agustina Muñoz y María Villar. La nueva película del realizador de VIOLA transcurre en su mayor parte en los Estados Unidos y está hablada en inglés. Y si bien los personajes shakespereanos siguen siendo inspiración (en el título) y parte de la trama (en la profesión de la protagonista, que es traductora) aquí hay menor cantidad de referencias directas e indirectas al “Bardo”. Sin ser radicalmente diferente a su obra previa, Piñeiro ha pegado un cierto giro a su cine, agregando elementos y quitando otros, modificando su esquema y sistema pero no necesariamente su universo. La película arranca con Carmen (María Villar), que se vuelve de Nueva York a la Argentina tras terminar una beca de estudios allí en una manera que parece mágica (ya verán cómo). En su lugar irá Camila (Agustina Muñoz), la traductora shakespearana, quien se instalará en el mismo departamento y tratará de ir combinando cuestiones laborales de traducción con otras más ligadas a su situación personal, y no sólo en el orden romántico (un potencial y un pasado affaire que regresa, además de un ex acá) sino familiar: su padre, quien hace muchos años no ve, vive allí. HERMIA & HELENA tiene una curiosa estructura formal: se divide en cuatro etapas que Camila pasa en los Estados Unidos, separadas todas por un flashback a la misma jornada, la última en la que ella estuvo en Buenos Aires y en la que se despidió de sus amigos aquí (ahí aparece buena parte del resto de la “troupe Piñeiro”). En Manhattan, en tanto, pasan las distintas estaciones, que Camila vivencia de manera muy diferente entre sí: la primera tiene que ver con su llegada y adaptación; otra con un encuentro que tiene con otra chica que viene recorriendo Estados Unidos (Mati Diop), otra bastante más extraña y misteriosa en la que reconecta con un ex (cineasta él), y la última –y para mí, la mejor– en la que se pone en juego el reencuentro con su padre. La música de Scott Joplin y la locación (es otra zona de Manhattan la que muestra, pero igual) le dan por momentos al filme un aire woodyallenesco, pero pronto Piñeiro se despega de esa comparación entrando en una zona de extrañamiento narrativo (con textos impresos en la pantalla y un corto dentro del filme) del que ya no vuelve. Al contrario, en su etapa final la película parece encontrar su corazón emocional y su estética propia, una suerte de mezcla entre lo que era el cine previo del realizador y cierto estilo indie neoyorquino de última generación. Es cierto que cuesta acostumbrarse de entrada a la propuesta. En principio, porque buena parte del deleite de las películas de Piñeiro está relacionado con escuchar sus diálogos en boca de sus actrices y acá, al tener que limitarse al prolijo pero esforzado inglés de ambas, esa fluidez y riqueza de textos se pierden un poco. La diferencia se nota claramente cuando la película vuelve cada tanto a Buenos Aires y esa fluidez reaparece. De todos modos, uno se acostumbra y cuando llega la útima parte del filme (es el más largo de todos los suyos, con más de 90 minutos) esa extrañeza termina siendo una invitación a entrar en otras zonas del universo de Piñeiro. Allí, en algún lugar perdido de las afueras de Nueva York, sin saber muy bien para donde ir, a mitad de camino entre el pasado y el futuro.
Crítica publicada en la edición impresa.
Cuento de invierno Matías Piñeiro amplía los horizontes formales y narrativos sin abandonar la esencia, la precisión y la elegancia de su cine. La mayor parte Hermia & Helena está filmada en Nueva York y hablada en inglés. La película está estructurada en una serie de interludios con deliciosos duetos que se cruzan por los caprichos del amor y del deseo. El título proviene de dos personajes de Sueño de una noche de verano, texto que traduce Camila durante una residencia de trabajo que la lleva de Buenos Aires a Nueva York. La película va y viene a toda velocidad entre los países y las estaciones del año. Las alegrías vertiginosas se convierten en crueles desilusiones: los diálogos etéreos, los movimientos dúctiles, las postales, las flores y los besos. La felicidad consiste en retener cada instante de los amores imposibles declarados entre dos puertas. La extraordinaria ligereza esconde un dolor discreto, una inquietud clandestina, la desesperación de los idilios de contrabando, una tristeza sutil y conmovedora. La personalidad de Camila cambia de un modo inasible. Cada situación exige un funcionamiento específico, un reajuste del gesto y del discurso que se funden con su papel de traductora. En el centro de la película hay un día de invierno, un día de nieve en el que Camila, nacida ella también de un amor discontinuado, conoce a su padre. La insoportable banalidad del arte shakesperiano llega a su cumbre por la incapacidad de ponerse al día con lo que no ha ocurrido. El cineasta pone el acento en una serie de objetos que establecen el estado de ánimo de los personajes. Su estilo singular demuestra que hablar de la vida cotidiana no implica someterse a los códigos de representación clásica. Los episodios de la aventura vital de Camila conforman una exquisita trama rohmeriana que se alterna con sobreimpresiones, el original uso narrativo de la música y los diálogos acelerados que transgreden la transparencia. La película salta de un personaje a otro, cambia de dirección sin perder la armonía del conjunto y crea un diario lúdico y cautivante con una libertad asombrosa.
Desde el prolífico director Matías Piñero que sigue con su ligazón a Shakespeare, como en sus películas anteriores, en el nombre de los personajes, con la traducción que esta haciendo su protagonista de “Sueño de una noche de verano”, pero se trata de un film distinto, abierto, fresco y por momentos muy emotivo. Esa traducción tiene que ver con el idioma, dos ciudades entrelazadas con elegancia y pericia, Nueva York y Buenos Aires, y una búsqueda incansable para encontrar los afectos, el arraigo, el lugar en el mundo y una reconciliación, la parte mas lograda, con un pasado que solo tenía un nombre y se transforma en persona. Y la utilización de textos, texturas, un corto que hizo en el pasado, y el enlace de distintos lugares con subtes, puentes, flores. Un presente y flashbacks del último día en Buenos Aires. Y la búsqueda de la protagonista, que dejó un amor en su país, busca un amante perdido y encuentra otro, tan enredada como la Hermia de Shakespeare. Solo se trata de dejar encendido ese espíritu que no quiere aquietarse y que muestra con talento el director.