Jugando a desasociar… Dependiendo del punto de vista que adoptemos en tanto espectadores, podemos considerar a Il Nome del Figlio (2015) una remake tradicional de El Nombre (Le Prénom, 2012) o una nueva adaptación para la pantalla grande de la puesta teatral de Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte, quienes además estuvieron al frente de la película francesa (ellos mismos firmaron el guión y actuaron como realizadores en su momento). Esta suerte de “versión italiana” de aquella estructura dramática no aporta casi ninguna novedad a lo ya hecho y en esencia cae unos cuantos escalones con respecto al umbral de calidad de la propuesta gala, la cual -si nos sinceramos- tampoco era una maravilla ni poseía una premisa precisamente innovadora: recordemos que hablamos de una típica reunión de amigotes que comienza en tono muy jocoso y va degenerando hacia una explosión de secretos revelados. Como el título lo indica, la primera mitad de la trama gira alrededor del conflicto que se genera en torno a la elección del nombre del futuro hijo de uno de los susodichos, todo a través de los engranajes de la sitcom mainstream. El contexto vuelve a ser una cena con cinco asistentes, dos matrimonios y un soltero: la sede es la casa de Betta (Valeria Golino) y Sandro (Luigi Lo Cascio), éste último un profesor impetuoso, y los invitados son el hermano de Betta, Paolo (Alessandro Gassman), su pareja Simona (Micaela Ramazzotti) y Claudio (Rocco Papaleo), un amigo de la infancia del clan. Cuando Paolo anuncia que le pondrán “Benito” al niño que tendrá Simona, la batalla estalla en el seno del grupo porque Sandro no cree en la excusa de que estamos ante una referencia literaria que nada tiene que ver con el repulsivo Mussolini, lo que repercute negativamente en el juego de los vínculos. Asistido por flashbacks que nos van presentando diferentes momentos del pasado infantil, que por supuesto ilustran los intercambios entre los comensales, el opus de la directora y guionista Francesca Archibugi respeta a rajatabla el film original aunque lamentablemente no consigue invocar la misma convicción narrativa de antaño, perdiéndose en el camino mucha de la energía que emanaban las discusiones entre los protagonistas de una contienda que apela tanto a la argumentación lógica como al sustrato emocional y el peso de los años compartidos. A decir verdad lo anterior corresponde sobre todo a la “primera polémica”, ese asunto del nombre que funciona como catalizador del relato; sin duda la historia repunta -en parte- cuando llegamos al siguiente altercado, el del segundo acto/ round: sin adelantar demasiado, sólo diremos que la “confesión” de Claudio ayuda a dinamizar el eje dramático. De hecho, esa expansión de los desacuerdos hacia la totalidad de los personajes, cada uno sintiéndose vulnerado por el otro, posibilita una escalada final de la tensión como no se había visto durante el resto del metraje (llama la atención que la obra francesa resulte más efusiva en comparación con las respuestas un poco automatizadas del quinteto actual). El elenco está muy bien y los actores hacen lo que pueden con el material de base, el cual además sufre de la pérdida del “factor sorpresa”, los escasos años desde la versión previa y un desenlace que reproduce la ingenuidad de la otra traslación. No importa si antes nos referíamos a Adolphe y hoy a Benito, lo mejor de la película vuelve a ser ese intento -algo difuso y esquemático- por desasociar significantes y significados, reafirmando nuestra voluntad como hablantes pero sin mancillar la memoria del devenir histórico y popular…
El lenguaje como arma mortal. Adaptación italiana de la comedia de situación francesa Le prenom (que a su vez era la traslación al cine de la pieza teatral homónima), que en Argentina se estrenó con el título de El nombre, nos hallamos ante un claro ejemplo de ejercicio de teatro dentro del cine. Una cena, un puñado de amigos y familiares, una anécdota compartida que actúa como detonante y a partir de entonces a sacar todos los viejos trapos sucios y a echarse todas las cosas en cara.
El nombre del hijo bien podría pertenecer a un subgénero dentro de la comedia llamado "cena de amigos". La fórmula es sencilla: un grupo de amigos y/o familiares con sus parejas -en lo posible mayores de 40 y de extracción burguesa- se junta luego de un tiempo de no verse y, tras la amabilidad inicial, la reunión se convertirá en un campo de batalla donde afloran secretos y rencores atragantados. Basada en la obra de teatro francesa Le prénom -que también contó con versión fílmica en su país-, la película de Francesca Archibugi funciona con esa dinámica, a la que se le agrega una bienvenida impronta italiana.
Comedia francesa… a la italiana Lograda remake de Le prénom (El nombre) por parte de Archibugi. La obra de teatro Le prénom (El nombre), de Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière, ha tenido un sonoro éxito. Además de representarse en Francia y en Buenos Aires, ya tiene dos versiones cinematográficas: El nombre (2012), dirigida por los propios autores, y ahora esta remake de Francesca Archibugi que la traslada al contexto italiano. Más allá de parecidos y diferencias, la obra mantiene su interés por plantear una variedad de temas arquetípicos referidos al simbolismo del nombre, la familia y la amistad, sin que pesen demasiado las características o sensibilidades peculiares de cada país, más allá de ciertas referencias locales como al excelente vino Sassicaia, o a la música de Lucio Dalla. Cinco personas se reúnen a cenar en casa de una pareja en crisis, ella (la excelente Valeria Golino) hermana de otro de los comensales (Alessandro Gassman, hijo de Vittorio), que pronto va a ser padre, su esposa y un amigo común. Todos se conocen de casi toda la vida y, mientras comen, conversan y discuten, el pasado vendrá una y otra vez en forma de flashbacks, alternando presente y pasado, madurez y juventud, cinismo y frescura, interior y exterior, con distintos tratamientos cromáticos. Con todo lo cual se atempera el carácter teatral del film, que evita así caer en espacios claustrofóbicos. La conversación pondrá de relieve diversos problemas y prejuicios sobre el valor de los nombres, la relación matrimonial, el menosprecio a la mujer por parte de los pseudo progresistas que se resisten a dejar su machismo, la literatura, la política italiana, la homosexualidad, etc. En este sentido, constituye un logro el personaje de la cuñada (Micaela Ramazzotti), una mujer de otro ámbito, más marginal, social e intelectual, que se revela de un nivel humano superior al de los intelectuales pequeño-burgueses. Si el film francés ponía el acento en la comicidad de diálogos y situaciones, el italiano se apoya en el dramatismo de los mismos. En suma, una lograda remake, aunque siempre queda la pregunta sobre el sentido de las mismas. ¿O es que pesa tanto el nacionalismo?
B de Mussolini Se pelean, se insultan pero se quieren. Cinco son los protagonistas de Il nome del figlio (2015), adaptación de El nombre (Le Prénom, 2012), de los franceses Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte, esta vez a cargo de la italiana Francesca Archibugi. La historia se desarrolla durante una sola noche en un lujozo departamento con terraza de la capital transalpina. A la cena que organiza la pareja que forman Betta (Valeria Golino) y el profesor universitario adicto a Twitter Sandro (Luigi Lo Cascio) se suman el hermano de Betta, Paolo (Alessandro Gassman), con la joven, bella y popular Simona (Micaela Ramazzotti) y un amigo de la infancia llamado Claudio (Rocco Papaleo). Paolo, un trabajador de inmobiliaria, que no tiene pruritos en decir que vota a la centro-derecha, suelta una broma desafiante para la corrección política imperante en el departamento, elegante y lleno de libros: el niño que espera de su mujer se llamará Benito, como Mussolini (en el original francés era Adolf). El chiste pronto derivará en un litigio que resucitará viejos rencores y secretos que saldrán a la luz. Francesca Archibugi encuentra con Il nome del figlio una buena ocasión para hablar de los italianos, del país y de una “grieta” ideológica que lo tiene dividido desde hace veinte años. Contrastes que relatan de la mejor manera posible un sentimiento difuso. Todos actúan de una forma diferente y lo hacen por razones más que justificadas, aunque al único que los autores salvan, con un poco de complacencia retórica, es al personaje de la joven embarazada. Los demás se hunden en el fango. Con diálogos atractivos, bromas a mansalva y refinados planos secuencia que dejan espacio a los actores, Il nome del figlio es un intento sincero pero imposible de reflotar la devastadora dimensión cáustica de la comedia italiana de una época pasada, que en esta ocasión se queda a mitad de camino entre Un Dios Salvaje (Carnage, 2011), de Roman Polanski, y La terraza (La Terrasse, 1980), de Ettore Scola.
SECRETOS DE FAMILIA La conocida director italiana Francesca Archibugi, co-autora del guion, sobre una conocida obra teatral que sigue en cartel en Buenos Aires “Le prenom”. Pero en este caso, el humor tan celebrado en el teatro, se abre hacia la comedia dramática de la historia de una familia, su relación con el fascismo, y pretende hacer una radiografía de la sociedad italiana, con distintos integrantes: el ejecutivo, el intelectual, la autora popular despreciada, el amigo que todos piensan que es gay pero dará sorpresas. Un esquema, que se desarrolla en una casa soñada de Roma, donde los secretos de un grupo humano salen a la superficie. Con buenos actores la directora trata de salir, a veces con éxito, del corset teatral. Esta versión es mejor que la película francesa del 2011.
La especialidad del cine italiano. El drama disfrazado de comedia (o al revés) es una especialidad del cine italiano, tal vez porque la identidad italiana está de alguna manera ligada a ese tipo de desborde en los extremos, que le permite pasar de la risa al llanto en lo que se tarda de ir de la cocina al comedor. En ese sentido Il Nome del figlio, de Francesca Archibugi, es muy italiana, cargada de personajes expansivos, verborrágicos, susceptibles, que todo el tiempo están diciendo lo que sienten casi sin filtro o, por el contrario, escondiéndolo muy bien, para que cuando finalmente se animen a confesarlo la cosa termine en escándalo sin que nada ni nadie lo pueda evitar. Ese es un buen resumen de lo que corre por detrás de esta historia de cuatro amigos de la infancia que rondan los 50 y que una noche veraniega se juntan a cenar. Debe aclararse que se trata de unos 50 juveniles, bien al uso actual, como demanda esta modernidad en la que la adolescencia parece extenderse hasta justo antes de que empiecen a aparecer los primeros síntomas de la demencia senil. Cuatro cincuentones que tratan de seguir viviendo como si la juventud ya no fuera un recuerdo. Uno de ellos, Paolo, casado con una escritora muchos años menor con la que esperan su primer hijo, viene a contarles a los demás que la ecografía confirmó que se trata de un varón y que ya decidieron con qué nombre lo van a bautizar: Benito. Aunque trate de convencerlos que es en honor a Benito Cereno, el libro de Herman Melville, a los otros cuatro se les hace imposible que la figura de Mussolini no se les venga a la memoria con la sola mención del nombre. A partir de ahí una serie de equívocos comienza a hacer que algunas verdades que han estado ocultas por años comiencen a salir a la luz. Il nome del figlio es tal cual como se la intuye: un poco excesiva, un poco costumbrista, un poco sobreactuada y, sobre todo, un poco teatral. Un poco bastante, carácter que sin dudas se debe a la adaptación algo fallida de la obra de teatro Le prènom, de Alexandre de la Patellière y Matthieu Delaporte, en la que el film está inspirado. Fallida menos por la circunscripción escénica casi absoluta a un par de escenarios interiores, que por la falta de habilidad para evitar que los personajes se dediquen a declamar antes que a conversar por las imposiciones de un guión demasiado rígido. Y cuando los diálogos se convierten en una jaula, entonces no alcanzan ni la simpatía de Paolo, encarnado por Alessandro Gassman (hijo de Vittorio), ni la contenida actuación de Rocco Papapleo para sacar a toda la historia de esa sensación de clausura, de espacio cerrado al vacío y de algún modo desconectado de la realidad, que tiene esta historia que transmite la sensación de estar más preocupada por parecer italiana que por, fatalmente, serlo.
Una comedia inteligente Las reuniones de familiares y amigos deberían ser momentos de felicidad y de bellos recuerdos. Claro que, a veces, las cosas no salen como ellos quisieran y el ejemplo está centrado en un grupo comandado por Paul Pontecorvo, hijo de un fallecido integrante de facciones de izquierda que se desempeña exitosamente como agente de bienes raíces y tiene el hábito del ingenio y de la burla. Él y Simona, su esposa y aspirante a escritora, están esperando un hijo y deciden organizar una cena para festejar el acontecimiento, a la que están invitados la hermana y el cuñado de Paul y Claudio, un amigo de años de la pareja. Entre brindis y buenos augurios, el futuro padre comunica a los concurrentes que el nombre elegido para el primogénito será Benito y toda esa familia, compuesta por profesores universitarios, maestros y músicos alineados en la izquierda reaccionan furibundamente frente a ese anuncio que retrotrae a la derecha y a un dramático pasado de su nación. Debates e intercambios de ideas degeneran rápidamente en un cuestionamiento de los valores, las opciones y las personas que no deja de dañar a todos sin excepción. La agilidad y el sostenido ritmo, sumados a los impecables rubros técnicos, se van imponiendo en este vodevil sociológico que, entre sonrisas y alocadas situaciones, se va convirtiendo en un muestrario de intimidades y transforma al film en una comedia inteligente que llegará a un final imprevisto e inesperado.
La broma trágica de Mussolini Vanidades, incorrección política, lugares comunes y metáforas: el filme tiene un humor bien ácido. Comedia dramática en tono posmoderno, Il nome del figlio es un juego de provocaciones verbales durante una cena entre amigos. Los dueños de casa, Betta (Valeria Golino) y Sandro (Luigi Lo Cascio), un profesor intelectualoide de izquierdas adicto a Twitter, invitan a cenar a Paolo (Alessandro Gassman), hermano de Betta, a su pareja Simona (Micaela Ramazzotti), una bella autora de un best seller erótico que además está embarazada, y a un amigo histórico, Claudio (Rocco Papaleo). Entre todos van tejiendo una larga noche de chicanas, revelaciones en la que reina el cinismo, los pases de factura, y un cierto revisionismo histórico político que sitúa a los protagonistas a izquierda y derecha en un juego de roles con diálogos teatrales y el sustento de algunos flashbacks que no agregan mucho. Basada en el éxito del teatro francés Le prenom (El nombre), que también tuvo su versión cinematográfica, la película de Francesca Archibugi es fiel al formato y a los diálogos de su antecesora, salvo que aspira a cierta tradición cómica del cine italiano, y se apuntala en la historia político cultural de su país. El desencadenante es Paolo, un acomodado corredor inmobiliario que se asume de derecha en su afán de provocar. Ni bien llega a la cena cuenta que su hijo tiene una malformación y sume a todos en la pena, aunque no pasa de ser una broma. Luego, en tono serio, va a desatar una tormenta cuando revele el supuesto nombre que le pondrán al niño. Benito, como Mussolini. La decisión provoca un juego de roles mientras la noche avanza por una difícil frontera de hipocresía y realidad. Aparecen rencores y secretos. Y por supuesto, prejuicios. El síndrome de Stendhal y Benito Cereno, la obra de Melville, compiten con la figura deshonrosa de Mussolini, ligado a la triste historia familiar de los Pontecorvo, el núcleo sanguíneo de esta noche de disputas. Vanidades, incorrección política, danzas de lugares comunes inteligentes, plantean ese humor ácido para distinguir autenticidad y ficción. Choca, es cierto, un cierto posicionamiento a favor de Simona, la escritora popular. Y sobresale la mirada cándida de los niños que siguen los sucesos de la noche a través de un dron, en blanco y negro. Como en Melville, gana el juego de metáforas de las jerarquías sociales y corrección política, en una noche que puede sonar familiar.
“Le prenom” con el plus de la carnalidad italiana Llega hasta nosotros una versión muy italiana de la exitosa comedia teatral francesa "Le prenom", de Alexandre de La Patelliere y Matthieu Delaporte. Ya conocemos la versión cinematográfica que ellos mismos hicieron, en todo fieles a sí mismos. Y sigue firme en calle Corrientes la versión teatral argentina, dirigida por Arturo Puig sobre adaptación de Fernando Masllorens y Federico González del Pino. ¿Qué puede aportarnos, entonces, la versión italiana? Pues, precisamente, la italianidad. Y otras cositas. Vale decir, en primer término, un lote de artistas que saben mostrar la sangre en las venas. Todo se hace más vital, más gozoso y más nervioso, según se van sucediendo los distintos avatares de la historia donde amigos y parientes casi llegan a las manos discutiendo el nombre de un futuro bebé, que en este caso se llamará, provocativamente, Benito (por una novela de Herman Melville, se excusa el padre; a fin de cuentas su sobrino se llama Pin por la primera novela de Italo Calvino). Acá los artistas son Alessandro Gassman, canchero, sobrador, ostentoso pero simpático, Luigi Lo Cascio, su alter ego políticamente correcto e íntimamente amargado, Valeria Golino, dulce y resignada (eso ya lo veremos) ama de casa, Micaela Ramazzotti, la hermosa despreciada y envidiada por partes iguales, y Roco Papaleo, el amigo medio raro que oculta un as bajo la manga. Todos brillantes. Hallazgos Luego, la adaptación. Muchas frases y situaciones se mantienen igual, pero la dirección es más dinámica, hay más lugares para recorrer durante los diálogos, unos flashbacks que remiten a la infancia del grupo explicando razones y resentimientos, y, buen hallazgo, ahora los niños de la casa manejan un drone que revolotea por todas partes y permite descubrir la otra cara de los mayores, esa que cada uno esconde o intenta disimular. Otro hallazgo todavía mejor: el uso de una vieja canción de Lucio Dalla con resultados que sensibilizan a cualquiera, una canción que habla de quienes llegaron "a las puertas del universo, cada uno por sus medios y en modo diverso". Y pesan más las cuestiones actuales, los conflictos personales, la oculta insatisfacción del satisfecho. Así la incisiva comedia francesa se ha convertido en una comedia a la italiana, capaz de causar un poco de dolor en medio de la risa. Directora y coadaptadora, la ya veterana Francesca Archibugi, aquella de "Mignon vino a quedarse", "Querer es un sentimiento", "Questione di cuore" y otras películas como ésas, siempre atentas a las cuestiones de la familia, las aflicciones íntimas y los compromisos afectivos. Coguionista, Francesco Piccolo, el de "La prima cosa bella" y "El capital humano". A propósito, la madre hermosa de "La prima cosa bella" es la antedicha Micaela Ramazzotti, que acá actúa embarazada de veras. Y el parto que vemos es el suyo propio, filmado por la directora. Privilegios del cine sobre el teatro.
Il Nome del Figlio (2015) es la remake de la exitosa comedia francesa Le Prénom (2012). El film dirigido por Francesca Archibugi no ofrece demasiadas novedades, pero tiene el sello propio del cine italiano y cuenta con la actuación del carismático Alessandro Gassman. Betta (Valeria Golino) y Sandro (Luigi Lo Cascio) realizan una cena en su casa a la que acuden Claudio (Rocco Papaleo), Paolo (Alessandro Gassman), hermano de Betta, y su mujer Simona (Micalea Ramazzotti). El grupo de amigos disfruta de la reunión hasta que Paolo les comunica el nombre elegido para el bebé que está por llegar. La broma inicial irrumpe la tranquilidad de una noche en la que rememoran momentos de su infancia y salen a la luz secretos. Al igual que su antecesora, Il Nome del Figlio es una pieza teatral llevada al cine. Por esa razón su efectividad radica en el guión: el diálogo entre sus personajes (que atraviesa temas como la política, la homosexualidad y las diferencias de clase) es lo que atrapa. Porque a diferencia de otros films que se apoyan en la escenografía o en imágenes deslumbrantes, la mayor parte de la acción transcurre en un mismo departamento, con excepción de algunos flashbacks. Archibugi logra una excelente versión. Y aunque posiblemente no sorprenda demasiado a los espectadores que vieron Le Prénom, le imprime las características de la cinematografía italiana. Principalmente a través de las interpretaciones. Los actores están muy correctos y consiguen transmitir la química que existe en un grupo de amigos. Il Nome del Figlio es una comedia que entretiene e invita a la reflexión. El hecho de que sea una remake no le quita efectividad, principalmente, gracias a la dirección y a la infalible actuación de Gassman.
La mayoría de los actores no son muy conocidos en nuestro país excepto Alessandro Gassman (Es hijo de Vittorio Gassman y la actriz francesa Juliette Mayniel) de quien llegaron algunas películas donde actuaba como por ejemplo: “Si Dios quiere”, “El transportador 2”. Las mejores actuaciones que sobresalen son las de: Gassmann y Micaela Ramazzotti, en el caso de Di Cascio, Golino y Papeleo están correctos. Es una entretenida comedia con toques dramáticos. En una reunión familiar salen a flote antipatías, secretos y mentiras, una linda dosis teatral.
Inspirada en la exitosa y multipremiada pieza “Le Prenom” (que puede verse inclusive en salas porteñas), y que a su vez ya tuvo su versión cinematográfica en su país de origen, Francia, “Il nome del Figlio” (Italia, 2015) de Francesca Archibugi, es un filme que reflexiona sobre los vínculos entre amigos y las relaciones con una lograda solidez y la posibilidad de escaparse de la generación de copia rápidamente. Acá la directora resuelve, a partir de la famosa reunión de amigos, en la que se irán debatiendo temas relacionados a sus recuerdos, anhelos y expectativas, a partir del debate sobre el nombre del hijo que está por venir de una de las parejas, trabajar con cuestiones que profundizan la problemática de la Italia actual. Si Italia está plagada de multiculturalismo, con una brecha entre ricos y pobres expandida considerablemente, Archibugi reposa allí su mirada para hablar de una realidad diferente y que ameritaba una puesta al día distinta. Si bien la mayoría de los protagonistas de “Il nome del Figlio” pertenecen a una clase acomodada, la pareja huésped de la reunión, Betta e Sandro (Valeria Golino y Luigi Lo Cascio) atraviesa un momento económico complicado y oculta éste al resto de los comensales, por pudor, por miedo, por ignorancia. Cuando los invitados a la reunión comienzan a llegar, cada uno impregnará de su impronta la velada, y aquello que se proponía como una entretenida y relajada cena amistosa, terminará de complicarse al aparecer algunos trapos sucios en la mesa que inevitablemente los harán enfrentar Así, si el matrimonio dueño de casa trata de ocultar a toda costa su desaprensión, incomunicación y poca feliz situación sentimental y sexual, Paolo y Simona (Alessandro Gassman, Micaela Ramazzotti) verán trastabillar aún más su inestable relación, repleta de celos y planteos, a pesar de la llegada de un hijo, y Claudio (Rocco Papaleo), el soltero del grupo, cargará con un secreto que explotará en la reunión en el momento menos inesperado. Archibugi presenta de manera detallada, minuciosa, a cada uno de los personajes del filme, y aprovecha el escenario en el que los ubica, una vieja casa amplia, ubicada en el límite de la civilización, que le posibilita hablar de la transformación que Italia ha atravesado en el último tiempo en materia de migraciones. Ese espacio en el que el relato se sucederá, también es el ideal para que la concentración de la tensión entre los personajes crezca, como si estuvieran en la última cena antes del apocalipsis y lo único que pueden hacer es decirse a la cara aquello que nunca quisieron contarse. A diferencia de la pieza teatral, la incorporación del flashback como construcción del pasado de los personajes, y la incorporación de situaciones ajenas al presente también potencian la propuesta, que supera la anécdota del “Le Prenom” original y que tiene un cierre antológico con la llegada del hijo que disparó toda la historia.
La italiana Francesca Archibug llevó al cine la obra teatral "Le Prénom". Existe en el cine un fantasma llamado “teatro filmado”. Término injurioso que consistiría en películas que responden a la unidad de tiempo y espacio característica del teatro. Las acciones se limitan a la expansión que efectúan los personajes a través del diálogo. No hace falta que el teatro filmado salga de una obra de teatro; Los Ocho más Odiados, de Tarantino, es un ejemplo saludable, inclusive grandes momentos de Tarantino generan una atmósfera teatral, asimismo en la filmografía de Woody Allen. Curiosamente, en ambos cineastas, el teatro filmado no tiene nada de teatral: la cámara rechaza la restricción del proscenio y adopta la consciencia de un lenguaje cinematográfico: imagen en movimiento, montaje, valores de plano. El problema aparece cuando no se conjugan ambos lenguajes. El nombre del hijo da perfecta cuenta de este trauma, película inspirada en la obra francesa Le Prénom, que quizás a más de uno le suene porque estuvo en cartelera este verano en Mar del Plata, protagonizada por Carlos Belloso y Germán Palacios. Todo transcurre durante una cena de amigos de infancia. Cada personaje es un estereotipo lleno de tics para trazar diferencias y hacerse rápidamente reconocible. Hay dos parejas: una compuesta por un twittero y un ama de casa estresada, y otra por una embarazada frívola y un arrogante adinerado; en el medio, un amigo soltero bonachón. Los cinco personajes articulan una dinámica de grupo forzada y caricaturesca, piezas que se mueven según la necesidad de llegar a un clímax, sin importar la verosimilitud. En esta obviedad de enroques, giros y alianzas a lo largo de una velada, los hilos del teatro filmado se hacen presentes, y su directora, Francesca Archibugi, más se enreda mientras más intente alejarse de ellos. Que el montaje sea frenético no hará menos teatral el asunto; que se recurra a flashbacks innecesarios y a una voz en off sobreexplicativa, tampoco. A estas mañas debe agregarse un texto de un cancherismo intelectualoide despreciable, líneas que pondrán a los personajes en riña por el fascismo inconsciente de uno, que quiere llamar Benito a su hijo, aludiendo, desprevenidamente, a Benito Mussolini. También citan a Sthendal, Marx, Pavese y compañía, y la casa en donde transcurre la hora y media de película desborda de libros. Libros que funcionan como decorado, claro está.
EL SENTIDO DE LA VIDA Es curioso lo que pasa con Il nome del figlio, adaptación italiana de la obra de teatro francesa Le prénom que ya había tenido una versión cinematográfica gala dirigida por sus propios autores, Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière. Y es que la versión italiana dirigida por Francesca Archibugi comprende mejor el tema y es más profunda en el conflicto humano de los personajes que la original, más allá de que todo esto -por cierto- no termine por redondear una gran película. O, al menos, una mucho mejor. En Il nome del figlio se da nuevamente el encuentro de un grupo de amigos y parientes, una cena que comienza a desbordarse cuando uno de ellos bromea con la posibilidad de llamar a su próximo hijo con un nombre poco recomendable por la pregnancia cultural que involucra: en el original era Adolf, aquí es Benito. El conflicto es interesante, porque de alguna manera reflexiona desde un espacio muy prosaico sobre las categorías sociales vinculadas a objetos o nombres propios, y que en este caso permiten una mirada política, incluso ideológica sobre cómo nos vinculamos con la historia. Lo que surge aquí es el cruce entre la clásica izquierda italiana representada en Sandro contra ese nueva Italia rica, liberal y embrutecida que representa Paolo. Unas de la virtudes de Le prénom -virtud que arrastra clásicamente el vodevil francés- era la de poder sintetizar y estereotipar conductas, y aún entre los lugares comunes funcionales, problematizar la crisis de los diversos estratos sociales. Si el izquierdista Sandro tiene conciencia de clase, eso no le impide ser un machista y maltratar bastante a su mujer; si el materialista Paolo está orgulloso de eso que representa, eso no le impide sentirse minimizado intelectualmente ante los otros. En la vorágine que construyen ambos personajes (cuñados en la historia que cuenta la ficción), se suman los otros, que de alguna forma representan otros lugares comunes: el artista sensible posiblemente gay, la ama de casa invisibilizada, la frívola que en algún momento demuestra una sensibilidad superior. Pero lo que hace Archibugi para ser un poco más gratificante que su original francés, tiene que ver tal vez con la propia esencia italiana de su propuesta. En primera instancia el acierto es formal, porque incorpora una serie de flashbacks que nos muestran los orígenes de los personajes, dándole aire al relato. La directora no tiene que estar necesariamente orgullosa de palabras que le son ajenas, por lo que se toma otras libertades a la hora de recrear la historia y eso le saca el lastre de lo teatral. Pero, y acá lo fundamental, a partir de esos flashbacks y del peso que tiene en la cultura italiana el tema de la paternidad, Il nome del figlio es más sensible y consciente de la apuesta y de lo que ponen en juego sus criaturas: el peso de la circularidad de la vida, de que lo que importa en definitiva es lo que los trasciende, aquello de lo que en definitiva hablaba un John Lennon, es capturado de alguna forma por la cámara y le permite al jueguito intelectual e ingenioso que propone el original una dosis mayor de melancolía. Más allá de lo grosero de algunos momentos. Si la original era más cerebral en función de cómo los diálogos se iban articulando y en la forma impiadosa en que los personajes se destrozaban ante nuestros ojos, Il nome del figlio es más emocional, más sanguínea. Será así o será que las raíces italianas me tiran más.
Crítica emitida por radio.
La versión italiana de Le Prenom es una lograda puesta en escena de la crisis familiar que se desata a partir del nombre que piensan ponerle a un niño por venir. Ya conocés la historia, que se desarrolla a lo largo de una cena en la que los trapos sucios y los secretos mejor guardados estallan entre copas de vino y reclamos familiares. Con gracia y astucia, la directora Francesca Archibugi suma referencias al pasado de los protagonistas y para ilustrar el presente y aprovecha el aporte de sus actores, Valeria Golino y Alessandro Gassman, hijo de Vittorio.
Rarísimo: aunque ya se vio la puesta teatral vernácula y el film francés basados en el mismo texto, aquí va la versión italiana de Le Prénom. Que no está mal, tiene buenos comediantes haciendo comedia burguesa e incorpora algunos tics y manías a sus criaturas que no están en el original. El “nombre” es otro, y aparecen las tensiones de la izquierda italiana y la corrección política. Es, sí, un poco más veloz que la francesa (el ritmo italiano, digamos) y en ocasiones pone acentos dramáticos donde no son necesarios. Vaudeville burgués a la peninsular.
La amistad en el tapete La amistad y el paso del tiempo no siempre se llevan del todo bien. Hay quienes cambian por obsesiones privadas, otros por ambiciones desmedidas e incluso no faltan los que nunca tuvieron en claro cómo querían ser en la vida. Y también hay quienes, esencialmente, no cambian nunca. “Il nome del figlio”, la remake italiana del filme francés “Le prénom”, plantea esta disyuntiva en el marco del vínculo de Betta, su hermano Paolo, el esposo de Betta (Sandro) y Claudio, un amigo entrañable. Todos se conocen desde pequeños menos Simona, la mujer de Paolo, quien también sabe vicios, virtudes y algunos secretos del grupo. La situación caótica se dispara cuando Paolo, en medio de una cena cálida y distendida como toda reunión de amigos, confirma que Simona está embarazada y que ya han decidido qué nombre llevará el varón. Ambientada en la Roma actual, la buena nueva cambia de eje cuando dice que el nombre es Benito. Sus amigos piensan que es otra broma suya, pero cuando ratifica que ya es el elegido y no hay marcha atrás, explota todo. La primera referencia nefasta es el dictador Benito Mussolini, y a partir de allí se desata un debate ideológico que de a poco arruina el estofado hasta tornarlo en absolutamente indigesto. Lo que nadie imagina es que el nombre de ese bebé será un tema insignificante comparado con las revelaciones que surgirán en el calor de la charla y de las peleas, que por momentos tomarán ribetes violentos. Pero más allá del desenlace de esta historia, por la cual nadie saldrá de esa cena igual que como entró, lo más reconfortante es el tratamiento de los códigos de amistad. La metáfora que sobrevuela es que hay lazos que pueden dañarse o deshilacharse, pero si el vínculo es fuerte, no se rompe nunca.
Esta nueva traslación de la obra de teatro francesa “Le Prenome”, escrita por Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte, los mismos responsables de la versión cinematográfica gala del año 2012, termina produciendo una gran decepción. La esperada transcripción italiana hacía suponer, o planteaba la esperanza, una vuelta de tuerca sobre un texto instalando el conocido humor italiano, pero nada de esto aparece. Todo un simulacro pues no hay de novedoso ni en las acciones de los protagonistas, ni en tanto diálogos con toques de humor, y en este sentido sólo se aparece como una repetición textual de lo ya visto, manteniendo el tono muy francés. Sólo la modificación del nombre de Adolphe (lease Adolf) a Benito, el primero clara referencia a Hitler, el dictador alemán, el segundo, y posiblemente más caro para los italianos, relacionándolo con Mussolini. El guión cinematográfico de Francesca Archibugi y Francesco Piccolo, la primera también en función de directora del filme, apenas si se despega de la original al instalar, a través del recurso de la analepsis, y mediante intercalación de escenas del pasado, para desarrollar el carácter de los personajes, sólo el efecto de construir un verosímil de la relación de los mismos, lo que resulta innecesario pues el desarrollo de la historia no lo pide. En la versión francesa toda la primera parte apunta a la importancia de los nombres propios, con un tono de humor fino, y el verosímil a través del desarrollo de la situación. Esto esta extraviado, y si algo puede sostener en parte esta producción son las actuaciones, lo que es demasiado poco. Todo transcurre en una cena familiar, la del matrimonio formado por Betta (Valeria Golino), una maestra, y Sandro (Luigi Lo Cascio), un profesor universitario con aires de escritor pseudo filosofo, todo un fracaso económico, padres de dos hijos con nombres no demasiado comunes. Los invitados son Paolo (Alessandro Gassman), un acaudalado agente inmobiliario, y Claudio (Rocco Papaleo), un músico amigo de la infancia de la familia, Simona (Micaela Ramazzotti), una escritora que ha publicado su primera novela, exitosa en ventas, pero no acorde a las apetencias artístico-intelectuales del resto del grupo, ella y Paolo, esperan su primer hijo. Todo comienza Cuando Paolo anuncia el nombre del futuro miembro de la familia. Este será el origen de una acalorada discusión centrada en la posición político-filosófica en orden opuesto al de un pensamiento casi socialista de parte de los comensales, siendo en realidad todos miembros de la clase alta. La segunda contradicción se implanta con el símbolo de derecha que instala la imagen misma de Mussolini. La chatura del estilo propuesto por su directora sólo tendrá un punto de pequeño despegue en la segunda parte del filme, cuando habiendo dejado en claro que todo era una broma, el secreto de uno de ellos, al salir a la luz, propugna por el drama, pero el mismo no termina por sostenerse, pues los tiempo de las acciones y reacciones de sus personajes distan mucho de lo que realmente necesitaría el relato en si mismo. Desde lo que atañe al cine como lenguaje, todo está puesto en función para que el relato fluya entre los personajes, clásicos movimientos de cámara, fotografía y diseño de sonido del mismo tono. Poco y nada. Se podría hablar de los nombres de los héroes, digamos el apellido de los hermanos es Pontecorvo, pero voy hacerle caso a mi colega Iván.
Una cena entre amigos que deja paso a peleas, rencores y la revelación de secretos. La mayoría grita o sobreactúa el estereotipo que le tocó en suerte, ya sea el del intelectual en pose que exagera su compromiso político, o el del yuppie exitoso que ostenta su nuevo escalafón social. Por turnos, de manera sincronizada y previsible, el guion pone a cada uno en el lugar incómodo de tener que justificarse, dar explicaciones o aceptar críticas a su forma de ver el mundo. La película prueba suerte con un grotesco discreto que no llega a escandalizar, salvo tal vez en el caso de Simona, la escritora recientemente famosa y corta de ideas que asume sin demasiados complejos su propias limitaciones artísticas y cognitivas en general: no hay ninguna calidez para con ella, ninguna amabilidad. El relato parece armado como un reloj, no porque exhiba alguna especie de precisión, sino por la organización mecánica que deja ver el conjunto, sobre todo en la manera en la que se gestionan las relaciones entre uno y otro (alianzas, traiciones, reconciliaciones) tosca y rutinariamente. La inclusión de los flashbacks familiares son un misterio: no aportan nada y solo parecen cumplir el rol de separadores. Los temas de la cena no son otra cosa que un compendio de lugares comunes bienpensantes y cuestiones de actualidad, como el peso de Musollini y el fascismo en el presente de Italia o la pretendida decadencia de la cultura del país (que valora y premia un libro como el de Simona). En el medio, no faltan menciones políticamente correctas a la homosexualidad o al papel de la mujer en la sociedad contemporánea que la película trata de hacer pasar por polémicas sin demasiada suerte. Todo es pulcro y nítido y se presenta de manera ordenada (no sea cosa que el público no entienda bien a qué tipo social remite cada personaje), pero la directora igual exagera las puteadas, las cargadas y las referencias al sexo, como si con eso pudiera imprimirle algo de carnadura, de vida a sus personajes, hacer que respiren (por contraste, Un dios salvaje, la transposición de la obra de Yasmine Reza a cargo de Polanski, se revela ahora, incluso a pesar de su intrascendencia y grisura, un retrato verdaderamente negro de la clase media). La única del grupo que parece realmente viva es Betta, aunque no se sepa con seguridad si el logro es de la película o de Valeria Golino, que compone con mucha humanidad a una ama de casa que se desvive por atender a su familia relegando su carrera y hasta el ejercicio físico, al que reduce a breves microrutinas que realiza en sus trayectos entre la cocina y el living. Se produce el nacimiento esperado y tanto la familia como el grupo de amigos se muestran unidos y dejando atrás sus diferencias. La película es tan tibia que ni siquiera se atreve a prolongar hasta el final la sátira del comienzo. Lo más parecido a un comentario explícito sobre la miseria de los personajes se nota en los momentos en los que el helicóptero de uno de los hijos de Betta, equipado con una cámara, observa desde el aire y en blanco y negro a los comensales: esos planos construyen una mirada ajena a los pequeños dramas que surgen durante la cena y develan una voluntad de entomólogo algo cruel. No es que haya demasiada sofisticación ahí, pero al menos se trata de momentos fugaces donde la directora se hace cargo de la escena y manifiesta una voz propia; el resto del tiempo, el asunto es menos interesante todavía.
Si la adaptación fílmica de la comedia francesa Le prenom se quedó corta, aquí está la versión italiana, que recrea los mismos escenarios, las mismas situaciones y un par de, digamos, innovaciones. Pero no son muchas, ni relevantes. Por empezar, la tensión del grupo de amigos reunidos en una cena, que arranca con la discusión acerca del nombre que tendrá el bebé de Paolo (Alessandro Gassman), se matiza con imágenes de los mismos en la adolescencia, e incorpora a los hijos de Sandro (Luigi Lo Cascio) y Betta (Valeria Golino), la pareja anfitriona. La adición parece un exceso a la italiana, innecesario, pero el protagonismo del hijo de Vittorio Gassman remite un poco a La familia de Ettore Scola, y las intenciones de alejarse de la versión francesa, demasiado teatral, entregando un producto más fílmico, se agradecen en primera instancia. El problema es la redundancia. En la versión original, el nombre que produce urticaria es Adolfo; en esta, Benito. Para rematar tamaña obviedad, los personajes lucen estereotipados, y se pierde la oportunidad de ver a grandes intérpretes como Lo Cascio o el propio Gassman.
Amigos son los amigos Il nome del figlio es la versión cinematográfica italiana de Le prénom, una obra de teatro de los autores franceses Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière, que además de haberse representado en Francia y en Buenos Aires, fue llevada al cine por primera vez por los mismos autores en su país de origen (“El nombre”, 2012). Apenas tres años después, la directora Francesca Archibugi presenta una remake, cuyo guión comparte con Francesco Piccolo. El tema central de la obra gira en torno a los valores simbólicos sobre los que se estructuran las relaciones parentales y las amistades, y que tienen que ver con la educación recibida, el contexto socio-político-cultural y otros aspectos arquetípicos de la conducta humana, cuya interpretación y análisis fue la materia que alimentó a las teorías psicoanalíticas que impregnaron todo el siglo XX. La obra transcurre en una noche, en la casa de un matrimonio cuarentón, que organiza una cena con amigos que se conocen desde la adolescencia. En ese encuentro, de características rituales, ya que es evidente que lo hacen habitualmente, los amigos comparten un momento de camaradería en el que la comida y la bebida ocupa un lugar importante, pero la motivación principal es el mantener los lazos de amistad, la cohesión del grupo y la sensación de familia. Pero esta cita de amigos será un tanto diferente a las otras, ya que Paolo, el hermano de Betta (la dueña de casa), un exitoso agente inmobiliario, se ha casado recientemente con una mujer más joven y bonita (Simona), pero de un origen social más humilde, y están esperando un hijo. Paolo, muy afecto a las bromas pesadas, incomoda a todos cuando dice que el nombre que le pondrán al bebé será “Benito”. Su asociación inmediata con Mussolini crispa a los comensales, fundamentalmente a Sandro, el esposo de Betta, un escritor de marcada tendencia izquierdista. En el grupo hay otro integrante, Claudio, que es un solitario, artista y sensible, quien muchas veces hace de conciliador y cumple el rol del que aplaca los ánimos cuando las discusiones suben mucho de tono. La versión de Archibugi es bastante fiel al original francés, aunque le agrega algunos matices propios del espíritu extravertido y ruidoso de los italianos, más otros ingredientes como la invasión de la tecnología (celulares, drones y juguetes electrónicos) en casi todos los órdenes de la vida, al punto de ser un intruso molesto en la intimidad hogareña. Pero Archibugi va un poco más allá y le da al guión algunas vueltas de tuerca, con sorpresas y secretos que de golpe salen a la luz y que le otorgan un mayor protagonismo a los personajes de Simona y Claudio, y también a los pequeños hijos de Betta y Sandro. La amistad, el amor, el sexo, la familia, la infidelidad, el trabajo, la realización personal, el éxito, el fracaso, el paso del tiempo, la política y las ideologías, son algunos de los tópicos que toca la obra, en un mundo en constante transformación. El elenco responde con solvencia a los desafíos de la propuesta, destacándose las figuras de Valeria Golino, actriz de probada experiencia, como la diligente y laboriosa Betta, y Alessandro Gassman, en el papel de su explosivo e irreverente hermano.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030