Un antropófago del más allá. Lamentablemente la cartelera argentina de los últimos años tiene el dudoso privilegio de acumular expectativas sobre realizaciones que a priori prometen una interrupción momentánea de ese fetiche centrado en estrenar los productos más anodinos del mercado internacional, circunstancia que de manera continua -luego de chequear el film en cuestión- nos reenvía al atolladero de siempre, el de las esperanzas hechas pedazos. Tomemos por ejemplo el caso de Juegos Demoníacos (Ghoul, 2015), una obra que auguraba cierto “exotismo” en función de su procedencia y el tópico a tratar: esta coproducción entre la República Checa y Ucrania pretende explotar un tema muy sensible para muchas regiones de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el canibalismo, pero cae en las mismas trivialidades que azotan a casi todo el terror sustentado en los engranajes del found footage. Como suele ocurrir cuando se nos propone un escenario que no es Estados Unidos, una leyenda al inicio del metraje justifica el contexto vía el recuerdo del Holodomor, aquel genocidio por hambruna que padeció el pueblo ucraniano durante la década del 30 a manos de Iósif Stalin, como represalia a la resistencia que allí experimentó la colectivización desmedida de los recursos agrícolas. Pronto la interesante referencia queda en el olvido porque nos encontramos con otro grupito de documentalistas -que calcan a sus homólogos de la infinitamente superior El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999)- en plena “cacería” de testimonios sobre antropofagia en la zona, lo que deriva en la invocación accidental del espíritu de Andrei Chikatilo, el más famoso asesino en serie de la URSS y otrora protagonista de Ciudadano X (Citizen X, 1995) y Crímenes Ocultos (Child 44, 2015). A diferencia de aquellas pequeñas maravillas, Juegos Demoníacos no demuestra el más mínimo interés en combinar el retrato de época (aunque sea en forma indirecta, a través de nuestro presente) y la dinámica del thriller (con la sequedad y la inflexión de los policiales hardcore). Desde ya que este viraje no constituiría un problema por sí mismo si no fuera por el detalle de que la propuesta tampoco cumple en lo que respecta a los dispositivos del horror de entorno cerrado, subgénero que la trama abraza explícitamente. La catarata de estereotipos, una vez que comienzan las posesiones entre los personajes, abarca sonidos extraños, comportamientos violentos, miembros del equipo que desaparecen, un poco de asedio nocturno, lugareños misteriosos, acciones que se borran de la mente y hasta un gato negro que va y viene a gusto, por supuesto asustando a los muchachos de manera metódica. El segundo opus como realizador del checo Petr Jákl, un actor reconvertido en director, no aporta ni un gramo de originalidad a los mockumentary de terror, un cóctel estilístico que curiosamente había sido “rescatado” hace poco por M. Night Shyamalan en la corrosiva Los Huéspedes (The Visit, 2015). Considerando la pobreza de Juegos Demoníacos y de la andanada de exponentes similares del mainstream y/ o los márgenes independientes, nos vemos en la triste obligación de afirmar que la comedia del hindú fue una anomalía y que de hecho la industria cinematográfica contemporánea no sabe cómo usufructuar el catálogo de potencialidades que abre el horror en tanto lectura nihilista y lúdica del mundo. Los únicos instantes potables del film se acumulan en el segundo acto, cuando se construye un mínimo suspenso y los actores pueden hacer “algo” más allá de reírse o gritar de pánico…
Caníbales sin hambre Parece increíble que casi estemos en 2016 y todavía haya películas que apelan al falso documental “inspirado en hechos reales” para generar historias que en el fondo no tienen sustancia ni fundamento. Al parecer a los productores creyeron que este recurso les permitiría generar interés en una historia que, como ha pasado con las recientes películas de género, termina perdiendo oportunidades de crear algo mucho más sólido y solvente para aquello que planteó originalmente. Juegos demoníacos (Ghoul, 2015) de Petr Jákl, trae el mito de Chikatilo, un caníbal que cometió más de 50 asesinatos y mutilaciones de niños en el siglo pasado, en la línea de asesinos sangrientos de la ex Unión Soviética. La terrible hambruna que Stalin determinó para Ucrania durante su mandato, produjo que las personas llegaran a superar la prohibición social del canibalismo con el objetivo de poder sobrevivir. En una primera etapa Juegos demoníacos menciona el asunto con un grupo de jóvenes que se acerca al país para conocer en detalle qué fue lo que pasó realmente luego de esa “hambruna”. Cámaras en mano, un pequeño equipo de producción para realizar entrevistas que aportan o no, la información necesaria para darle veracidad a aquella tesis. Pero cuando llegan al lugar, y más allá de algunos testimonios, no hacen otra cosa que padecerse de ellos mismos, cuando ven que el dinero que necesitan para avanzar en su investigación va escaseando. Hasta que conocen por medio de un guía local a un tal Boris, alguien que les promete por mil dólares información precisa sobre el canibalismo y sobre una persona que puede ayudarlos a terminar su trabajo. Se acercan a la cabaña en la que vive, lo esperan toda una noche, y entre copas y risas terminan presos en el lugar luego de jugar a la ouija. A partir de ese momento otra película se dispara, una efectista, grotesca, básica, que olvida su inicio cuasi documental de archivo, para acercarse a aquellas películas que intentan seguir asustando con algo tan básico como corridas con cámara en mano y gatos que aparecen y desaparecen. Claramente esto ya no alcanza, y pese a los esfuerzos que realizan los protagonistas, aun sabiendo los baches del guión y hasta de realización (cámaras subjetivas que terminan cambiando el punto de vista cuando fallece quién la utiliza), nada puede remontar a estos juegos que más que demoníacos pasan a ser irrisorios.
Otra película que debe su existencia al estilo inaugurado por “El Proyecto Blair Witch”, simulación de videos caseros, iluminación con pequeños focos, y elementos sobrenaturales. En este caso, la investigación de una tradición de canibalismo en Ucrania, desde las grandes hambrunas de l932, y el espíritu vivo de un devorador serial. Lo vimos tantas veces.
En Juego demoníacos encontramos la contracara de Los hijos del Diablo, el otro estreno de terror que llega a los cines esta semana. Se trata de una producción de la Republica Checa que sin ningún tipo de creatividad refrita las películas de terror hollywoodenses sobre documentales falsos y cintas encontradas. En este caso la trama está relacionada con el caso real del asesino serial Andrei Chikatilo cuyo espíritu vuelve para matar más gente en Ucrania. Una estupidez de proporciones épicas que toma un hecho policial terrible para crear un film aburrido e incompetente que se limita a copiar numerosas películas malas que vimos en el últimos tiempo. Una vez más refritaron la fórmula de El proyecto Blair Witch para fusionarla con el subgénero de historias de caníbales en un film que no consigue generar situaciones de tensión y mucho menos de terror. El típico caso donde un par de vivos se tiran a la pileta para ver si la pegan con una película que pueda hacer plata por el simple hecho que están de moda este tipo de formatos. No importa el contenido ni la intención de hacer algo creativo. Se copian otras películas de manera burda porque dan por sentado que la gente va a pagar la entrada al cine. Juegos demoníacos no vale la pena y esa entrada en la que vas a gastar dinero la podés invertir en un espectáculo más gratificante.
Actividad Paranormal: Ucrania Edition Un grupo de amigos llega a Kiev con la intención de comenzar la filmación de un documental sobre caníbales en el Siglo XX. Sucede que bajo el régimen de la Unión Soviética, Ucrania, especialmente la zona de Rostov, sufrió una de las peores hambrunas de la historia, en la que murieron millones de personas a lo largo de varias décadas. En ese panorama se crió Andrei Chikatilo, prolífico asesino serial (53 víctimas) acusado de canibalismo, entre tantas otras cosas truculentas. Durante una de las entrevistas, los cineastas son convencidos de que fuerzas sobrenaturales tuvieron una relación directa con los actos perpetrados por Chikatilo, y que la mejor forma de obtener respuestas será con una sesión de espiritismo. De esta forma los jóvenes no solo tendrán las respuestas que buscaban, ahora también tendrán que correr, y muy rápido, ya que sin desearlo convocaron al espíritu de “El Carnicero de Rostov” y uno por uno se irán convirtiendo en sus nuevas víctimas. La pandemia de terror found footage no conoce límites. Aunque claro, si tenemos en cuenta la relación costo beneficio que existe con este tipo de producciones es un fenómeno completamente entendible. Juegos Demoníacos nos llega directamente de República Checa, país sin una gran tradición de cine de terror, dato que quizás nos ayude a comprender como fue que este esperpento de película se convirtió allí en un éxito sorpresivo, superando a grandes producciones como Ant-Man o Misión Imposible: Nación Secreta. Con la presencia del director Rob Cohen (Rápido y Furioso, Triple X) en su fila de productores, la cinta fue rodada en Ucrania y está hablada, en su mayoría, en ingles, algo que termina indicando que esta es una realización for export, que se filmó con la intención de ser vendida a todo el mundo. De esta forma llega a Argentina, país por el que todos los años pasan una inusual cantidad de películas de terror de dudosa calidad, y donde Juegos Demoníacos se destaca por ser uno de los exponentes más flojos dentro de un sub-género totalmente agotado. Realmente hay poco y nada para destacar de esta película que pareciera ser un híbrido entre la saga Actividad Paranormal y la fallida Terror en Chernobyl, y que tranquilamente podría haberse originado por el simple hecho de haber pegado una cabaña en el medio de Ucrania y tener algo de ganas de filmar “una peli de terror”. No presenta ni una idea novedosa, y las pocas buenas que tiene se le escapan como arena entre sus dedos. La excusa del canibalismo es un costado que nunca se termina (o empieza) por explotar, en su lugar tenemos otra película de espíritus juguetones que harán de la vida de los protagonistas (y los propios espectadores) un verdadero infierno. Nuevamente seguimos a un grupo de jóvenes desechables que no nos generan ningún tipo de sentimiento y nos da exactamente lo mismo el destino de cada uno de ellos. La mayoría de los sustos están construidos a base de golpes de efectos y llegan tan rápido como se van, no hay construcción de atmósfera alguna y el suspenso es verdaderamente inexistente. Conclusión Un nuevo clavo en el ataúd del terror found footage. Un film para el olvido que ni siquiera puedo recomendar a los más fanáticos del género. Aburrida, previsible y frustrante, Juegos Demoníacos es el tipo de película que le hace mala fama al cine de terror.
Los buenos sustos finales no redimen las zonceras previas El estilo "Proyecto de la Bruja de Blair" se muda a Ucrania para este flojo film de terror que por lo menos tiene algunos detalles pintorescos, en general en su intento de apelar a la historia para darle cierta verosimilitud al delirio que intenta narrar. Entre estos detalles pintorescos sobresale la serie de documentales que están produciendo unos cineastas estadounidenses en Ucrania. El título, "Caníbales del siglo XX", lo dice todo. La idea del supuesto documental gira en torno a un célebre asesino serial ucraniano, Andrei Chickatilo, buscando también los antecedentes de canibalismo ucraniano en los oscuros tiempos en los que Stalin sometió al pueblo de Ucrania en una terrible hambruna que pudo haber provocados hechos de canibalismo. Como suele suceder en estos casos, la acción avanza lentamente mientras los protagonistas buscan sobrevivientes de la hambruna y se topan con referencias a que los eventos relacionados con el canibalismo podrían haber tenido que ver con la intervención de fuerzas sobrenaturales. Sintetizando, la trama lleva a parte del equipo de documentalistas a visitar un horrible lugar donde pulula el espíritu de Chikatilo. Las imágenes se vuelven extremadamente fuertes hacia los 20 minutos finales, quizá demasiado tarde sobre todo teniendo en cuenta lo previsible y obvio del argumento que no deja mucho margen a la sorpresa, el desenlace por más contundente que pueda parecer no logra redimir los absurdos vericuetos previos. Dentro del estilo de falso documental, no es de lo peor que se ha visto, y salvo algunas imágenes realmente siniestras no hay mucho que recomendarle ni siquiera a los menos exigentes fans del género.
Ghoul entra a la cancha con todas las de perder. Es una película de terror, de esas que se estrenan de a puñados en la cartelera local, y está filmada en formato cámara en mano. Ya puedo escuchar el resoplido del lector, aburrido y cansado de lo mismo una y otra vez. Yo también resoplé al empezar a verla, pero de inmediato los primeros minutos me atraparon. Estamos en Ucrania, siguiendo al típico trío de documentalistas americanos, pero su foco es interesante. Filmando lo que va a ser un piloto sobre canibalismo, su primera historia será la de hambruna de 1932, y cómo se traslada a la miseria que sufrió su pueblo al tener que recurrir a comerse los unos a los otros. Esos primeros testimonios de ancianas que vieron u oyeron rumores sobre esta situación son el momento más sólido de la propuesta del actor devenido en director y guionista Petr Jákl. Luego, todo es cuesta abajo. Los jóvenes, junto a un guía local y una joven traductora, contactan a un supuesto caníbal que eludió la ley, al cual entrevistarán. El lugar de la entrevista es nada mas y nada menos que una cabaña en un lejano bosque, donde dicen las malas lenguas que este caníbal mató y fagocitó a un colega. Por si fuera poco, la situación se empeora cuando el grupo despierta al espíritu del tristemente célebre asesino y caníbal Andrei Chikatilo, cuya sed de sangre y carne humana no la frenó ni la tumba. El plato está servido para una odisea de terror... O no. Lo que parecía un escenario horrible del género se va tropezando una y otra vez con las ramas de un subgénero agotado. Sustos de cartón, ruidos a todo volumen que pretenden generar un salto en la butaca, gritos, posesiones, rasguños, gatos desmembrados, muchas sesiones espiritistas. Todos los elementos clásicos están presentes, pero no hay nada nuevo bajo el sol. El grupo tiene actuaciones que uno llega a esperar de este tipo de películas, alguno en mejor registro que otro, pero no sobresalen, y nunca llegarán a ese icónico nivel de histeria que Heather Donahue consolidó para la posteridad en el acto final de The Blair Witch Project. Eventualmente, el guión decide avanzar toda la acción en minutos, los protagonistas se van despidiendo de la pantalla de manera rápida y casi estéril -no hay demasiada violencia en pantalla, cosa rara- y la escena final es un vómito de información que no sirve de mucho, que confunde y aplasta ese interesante inicio sobre canibalismo que una vez supo ser la película. Ghoul es otra triste manera de mancillar el nombre del terror que sólo puede gustar a aquellos que buscan dormirse en una sala de cine sin mucha gente, o los que van a darse arrumacos con una persona que están conociendo. Un fanático del horror, a menos que sea muy completista -como yo- no tiene muchas chances de pagar una entrada para ver este esperpento. Ah, y agradezcan que no la ven en 3D, como sí lo hicieron en su país natal, donde fue un éxito de taquillas. Cosas extrañas ocurren por el norte, ¿no?
Un falso documental Tres documentalistas norteamericanos viajan a Ucrania para investigar acerca del canibalismo que se extendió en ese país durante la hambruna de 1932. Allí comienzan a conocer la vida de Andrei Chicatilo que, nacido en 1936, se había convertido en el peor asesino en serie del que se tenga registro en la Unión Soviética, ya que entre 1978 y 1990 confesó un total de 56 asesinatos y fue juzgado por 53 de ellos y condenado y sentenciado por 52 muertes, y ejecutado en 1992. Los documentalistas, entre ellos una joven dispuesta a conocer todo sobre Chicatilo, se internan en un profundo y frondoso bosque para entrevistar al último sobreviviente conocido de la epidemia de canibalismo, y no tardarán en tener una serie de encuentros sobrenaturales inexplicables llegando a enfrentarse con el malvado espíritu del asesino. Petr Jákl, sin apartarse de las conocidas recetas del género de terror, va puntuando con una cámara en permanente movimiento los temores y los deseos de escapar de los documentalistas, con un suspenso bien dosificado, acompañado por un clima cada vez más tétrico. El coproductor Rob Cohen, director de la exitosa Rápido y furioso, supo entrelazar una historia verídica con pinceladas sangrientas y mucho suspenso, aunque por momentos se reiteren situaciones que pueden llamar a la confusión. Los rubros técnicos se plegaron con calidad a este film que, si bien no escapa de los muy utilizados elementos de este tipo de relatos, convence por su particular forma de narrar una trama que, en su momento, conmocionó a todo un país.
Entre caníbales ucranianos Repite todos los clichés del género “filmación encontrada”sin aportes novedosos ni una trama elaborada. Después de ver Juegos demoníacos, la gran pregunta es ¿cuándo pararán de hacerse estos clones del Proyecto Blair Witch? Ni siquiera el original tenía muchas más cualidades que una novedosa forma narrativa. Pero hete aquí que 16 años después estamos ante otra película de found footage (filmación encontrada) que repite la fórmula sin ningún aporte más que una exótica ubicación geográfica: Ucrania (es una coproducción checo-ucraniana hablada en ucraniano y en inglés; el director, Petr Jákl, es un actor checo que hace su segunda experiencia detrás de cámaras). Un equipo de cineastas estadounidenses viaja hasta ese país europeo para realizar un documental sobre el canibalismo. Un pretexto confuso y que no se sostiene: al principio se habla sobre la hambruna que los ucranianos sufrieron por culpa de Stalin en la década del ’30, pero después todo gira en torno a un supuesto caníbal al que los investigadores van a entrevistar, y de algún modo termina involucrado en la trama Andréi Chikatilo, el peor asesino serial de la historia soviética. En realidad, todo esto es una excusa para que los documentalistas terminen encerrados con un espíritu maligno en una cabaña en el medio de un bosque. ¿Les suena? Después, el menú de costumbre: sobresaltos por falsas alarmas, corridas de acá para allá por el bosque, cámara en movimiento descontrolado, sesiones del juego de la copa para comunicarse con fantasmas, una mentalista misteriosa… Todo un déjà vu gigantesco, sin siquiera la excusa de una trama coherente para sostener la sarta de lugares comunes. Y con actuaciones flojísimas, al punto de provocar risas no buscadas en varios tramos. En síntesis: una inversión de poco presupuesto y escaso riesgo en busca de grandes ganancias. Pero ya se agotaron todas las vetas de la mina de oro de las filmaciones encontradas. ¿O no?
Otra más. Estamos frente a otra más de estas producciones en las cuales se juega al falso documental con lo cual el espectador podrá acomodarse en la butaca y esperar mucha cámara en mano, cero estética, casi nada de encuadre (al menos no cinematográfico), y en este caso en particular una idea que suena bien para el género del terror. Suena bien “Juegos demoníacos”… Nada más. Fundido a negro. Imágenes de archivo. Desde la pantalla se lee que en 1932 el pueblo ucraniano sufrió la decisión de Stalin de no darles comida para provocar hambruna. Miles murieron de hambre y otros miles se volcaron al canibalismo. Por si este horror no le quedó claro al espectador, Jenny (Jennifer Armour), una de los tres estudiantes recién llegados al lugar, volverá a repetirlo ante una de las cámaras que llevaron para registrar el testimonio de Boris Glaskov (Yuriy Zabrodskyj) en una serie llamada “Caníbales del siglo XX”. Si, son estudiantes de cine, antropología o historia de la gastronomía mundial, no se revela y para cuando se dan indicios más claros a nadie le importa. Trasladada la acción al país de origen, Jenny, su novio Ryan (Paul S. Tracey) y Ethan (Jeremy Isabella) se juntan con Valeri (Vladimir Nevedrov), una especie de guía más vivo para el “mangaso” que el Negro Olmedo y Katarina (Alina Golovlyova) la traductora. A ellos se suma Inna (Inna Belikova), una suerte bruja con quien deben ir porque si no nadie querrá hablarles. Todos van en busca de la entrevista. Es más, se encuentran con él y éste les da la llave de su casa para que se vayan instalando. Así nomás. Lo cierto es que en la casa de este tal Boris hay gato encerrado (literalemente) y como algunas páginas del guión se perdieron, la resolución aparece por medio de una tabla Ouija que está convenientemente tallada en la mesa. Podrá imaginar el espectador lo que se viene (cortes de luz, cosas que se mueven, sonidos raros, etc), porque lo cierto es que sea en ucraniano o en inglés, el juego de la copa es el mismo. Para el director Petr Jákl, la acción se dividirá entre cuán estúpidas e inverosímiles son las decisiones de los protagonistas, y cuan sofisticadas serán las formas de manifestación de los ectoplasmas, más allá de que se vea poco, o que los encuadres sean deliberadamente caseros para justificar el registro supuestamente “real”. Si algo se puede ponderar es la intención de los guionistas de mantenerse fieles al texto con el cual comienzan y traigan a la memoria al verdadero inspirador de la historia. El verdadero asesino de más de 50 mujeres y niños que eventualmente se erige como el gran demonio de esta historia. Se puede apreciar que no siempre se recurra a los “violinazos” de la banda de sonido para asustar, y también la media tensión que genera la necesidad de una traductora para poder asimilar la información. Es raro decirlo; pero hubo un par de buenos estrenos este año como “El payaso del mal” (2014) o la reciente “Krampus” (2015), ambos miran a los ‘80 como punto de referencia para la búsqueda de la estética y la narrativa. No pasa lo mismo en esta producción tataranieta de “El proyecto Blairwitch” (1999). Con una fórmula completamente agotada, una forma que ya no surte efecto alguno, y un contenido que niega lo más interesante de la idea para centrarse en lo obvio, “Juegos demoníacos” se convierte en otro de los productos que engrosará la larga lista a ser considerada por un público argentino, a veces demasiado generoso con un género, que entrega cada vez menos.
Espíritu caníbal Es posible que el grado de aprobación de Juegos demoníacos sea inversamente proporcional a las cantidad de falsos documentales de terror que uno haya visto desde el estreno El proyecto de la bruja Blair hace 15 años. Sin ideas ni recursos narrativos originales, la única virtud de la película de Petr Jákl es la fidelidad a sus austeras premisas visuales y sonoras (el abuso de la cámara manual en este tipo de cine parece ser una herencia maldita del Dogma 95). Un documental es precisamente lo que se proponen hacer tres jóvenes periodistas norteamericanos independientes que viajan a Ucrania en busca de caníbales contemporáneos. La base histórica es la terrible hambruna -llamada "Holodomor"- que se produjo en ese país en 1932 y 1933, durante la dictadura soviética de Stalin. El saldo fueron millones de muertos y -se conjetura- diversos episodios de canibalismo. Ninguno de los tres protagonistas (el director, la presentadora y el camarógrafo) resulta demasiado interesante comparado con los personajes con los que se cruzan en Ucrania y que componen el elemento más dinámico de la trama: una bella traductora, un contacto charlatán y ávido de dólares y una vidente, más el caníbal psicótico, que sólo aparece al principio y al final. Tal vez la superposición no del todo verosímil de folklore espiritista, fuerzas sobrenaturales y locura atávica, combinada con la decisión de generar suspenso sin golpes bajos, hacen que Juegos demoníacos merezca el esfuerzo de borrar de la memoria mucho de los que se ha visto en los últimos años y tratar de apreciarla con una mirada piadosa.
Dice que se basa en hechos reales, filmación con cámara en mano y algunas escenas filmada en blanco y negro. Las actuaciones no se destacan demasiado, con momentos de locura, siniestros, su guión resulta algo flojo, con toques gore, escatológica, de canibalismo y una iluminación adecuada para causar tensión. Nada nuevo.
Adolescentes asesinables en Ucrania Este año no podía terminar sin regalarnos otro exponente del subgénero “falso documental de terror, cuyo título en Argentina incluye la palabra demonio o Diablo”. Crecen espontáneamente como yuyos, deberían aplicársele retenciones. Así como en nuestros tiempos (y particularmente en nuestro país) proliferan los documentales autorreferenciales y de búsqueda de una ontología personal, es decir, gente viajando por Europa llenando huecos en su árbol genealógico. El cine de terror norteamericano, ahora sale de gira en busca de los terrores incomunicables del pasado soviético de Europa del Este, llevando consigo la cámara casera, temblorosa e infame, que poco a poco va haciendo que los que éramos fanáticos del género nos volvamos seres apáticos con nostalgia de Carpenter. Juegos demoníacos transcurre en el interior campesino de Ucrania que, como nos informa un texto inicial, sufrió durante principio de los 30 una hambruna genocida provocada por el gobierno de Stalin. Los protagonistas buscan hacer un documental sobre canibalismo, por lo que se van a una cabaña aislada en un bosque tenebroso, a hablar con personas cuyo idioma desconocen, esperando obtener el testimonio de un posible antropófago. No contento con la actitud suicida de los personajes principales, el director Petr Jákl añade una bruja y una tabla Ouija con caracteres rusos lo cual deriva en convocar a la reunión a un demonio poco recomendable. Señalamos la acumulación de lugares comunes, no como un reclamo de originalidad, que es algo que en el cine de este tipo es ingenuo y ocioso reclamar. Lo señalamos porque marca, desde el comienzo, lo perezosa que es la realización de esta película, que resulta en un tedio implacable incluso a pesar de su corta duración. Porque Juegos demoníacos contiene todos los vicios de las malas películas de formatos cámara en mano, particularmente esto de no saber qué hacer con el fuera de campo, lo cual los directores medio pelo como Jákl resuelven sacudiendo la cámara un poco, rompiendo el suspenso y provocando confusión. Sin ir más lejos, el menospreciado Shyamalan hizo Los huéspedes, una película de este estilo que, sin ser una maravilla absoluta, demuestra que se pueden filmar climas y buenos sustos mas allá de la formas, si uno tiene pulso para el suspense claro. En fin, lejos están de la capacidad de Shyamalan los responsables de Juegos demoníacos, que tampoco se molestan en escaparle a los personajes estereotipados: los tres norteamericanos que aparecen se reducen a un imbécil egoísta y su acompañante sin carácter, y una chica un poco histérica. En cuanto a los ucranianos hay un viejo mercenario, una médium incomprensible, una joven promiscua y un muchacho medio trastornado y claramente antropófago, todos ignorantes o supersticiosos. Esta película de Petr Jákl se olvida rápido por parecerse demasiado a otras, o si no la olvidaremos gracias a la próxima invasión de la hegemonía Star Wars, o en última instancia, por decreto del flamante Mauricio que para eso está.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.