La manipulación machista A lo largo de la historia del cine podemos encontrar numerosos opus que juegan con la amnesia para generar suspenso y colocar en primer plano la vulnerabilidad psicológica de los protagonistas en boga, todo un rubro que nació con la recordada Cuéntame tu Vida (Spellbound, 1945), de Alfred Hitchcock, y continuó con mojones en la línea de Alguien Detrás de la Puerta (Quelqu'un Derrière la Porte, 1971) y Memento (2000), extendiendo su influencia hasta nuestros días gracias a films como Antes de Despertar (Before I Go to Sleep, 2014) y Perdida (Gone Girl, 2014), sin duda la gran obra maestra del enclave de los últimos años. La película que nos ocupa, La Chica del Tren (The Girl on the Train, 2016), vuelca el asunto hacia el melodrama lacrimógeno y lamentablemente el resultado en ningún momento sobrepasa una medianía que se debate entre la corrección, los clichés y el hastío. La trama reproduce casi al pie de la letra el eje de la novela homónima de Paula Hawkins, una suerte de thriller sobre la manipulación machista con base en los abusos domésticos y las adicciones. Todo gira en torno a tres mujeres y dos hombres: Rachel (Emily Blunt), una fémina consumida por el alcoholismo, toma diariamente el tren hacia New York para ver por la ventana su antigua casa, la que compartía con Tom (Justin Theroux) hasta que el affaire de éste con Anna (Rebecca Ferguson) -con quien ahora vive allí y tiene un hijo- destruyera la relación; al mismo tiempo Rachel está obsesionada con una pareja vecina y aparentemente perfecta, la de Megan (Haley Bennett) y Scott (Luke Evans), algo que por supuesto dista mucho de ser real. Cuando Rachel descubre que Megan le está siendo infiel a Scott, decide vociferarlo pero todo deriva en heridas en su cabeza y un proceso de amnesia. A partir de la desaparición y el eventual hallazgo del cadáver de Megan, a lo que se suma el accionar de la policía con la Detective Riley (Allison Janney) como la encargada primordial de la investigación, el guión de Erin Cressida Wilson -una norteamericana conocida en esencia por sus colaboraciones con Steven Shainberg- trata infructuosamente de hilvanar un croquis de los afectos y desengaños entre los personajes, pero lo único que consigue es caer en redundancias narrativas, lugares comunes del suspenso y una resolución del misterio que se ve venir kilómetros a la distancia. El problema principal son los arquetipos dramáticos, los cuales no agregan ni un gramo de originalidad a lo ya trabajado en el pasado: Rachel vive en una espiral de autoindulgencia, Anna es la típica mujer segura de sí misma, Megan es un clon de Rachel en “formato promiscuidad” y los hombres son parásitos emocionales. El realizador de turno, Tate Taylor, el de las interesantes Historias Cruzadas (The Help, 2011) y Get on Up (2014), en ocasiones pareciera que quiere copiar la estructura de Perdida, no obstante lo cierto es que no dispone de cimientos que estén a la altura de las circunstancias y hasta se podría decir que aquí está fuera de su zona de confort, lo que se traduce en muy pocas escenas en las que domine verdaderamente un verosímil sustentado en la angustia y el nerviosismo. Desde ya que resulta de lo más loable la intención de retratar el círculo vicioso de la violencia y la corrupción sexistas, el dilema radica en que los personajes son demasiado unidimensionales y -de esta manera- el elenco no cuenta con el margen suficiente para terminar de rescatar a la propuesta de una serenidad deslucida que conspira al momento de generar empatía hacia un desarrollo seco y un tanto “de manual”…
El film presenta ecos del cine de Hitchcock pero muestra el horror cotidiano desde una óptica en la que el suspenso se desvanece. Una mujer divorciada y alcohólica -Emily Blunt- espía desde la ventana del tren la vida de una pareja aparentemente "perfecta". Este thriller psicológico, una adaptación de la exitosa novela de Paula Hawkins, presenta varias aristas que, por momentos, confunden al espectador para poder crear una atmósfera de intriga y suspenso. La chica del tren gira en torno a Rachel -Emily Blunt, sin dudas lo mejor del film-, una mujer devastada por su divorcio que viaja diariamente en tren hasta Manhattan y observa desde la ventana a una pareja aparentemente feliz que vive en una casa. Involuntariamente, se convertirá en testigo de un hecho que la llevará a investigar lo que allí ocurre. Si bien la trama presenta ecos del cine de Alfred Hitchcock, decide mostrar el horror cotidiano a partir de las vidas de tres mujeres: Rachel, Anna -Rebecca Ferguson-, que tiene un bebé con el ex marido de la anterior y la más joven, Megan -Haley Bennet-, sobrevivientes de vidas complejas atravesadas por maridos, encarnados aquí por Justin Theroux y Luke Evans. La película de Tate Taylor -el mismo de Historias cruzadas- pone el foco en el misterio y presenta un buen comienzo con la mujer alterada y alcohólica que espía la vida de los demás, pero con el correr de los minutos, la tensión se escapa y detiene su marcha -las escenas en el túnel-, contrariamente a lo que hace el tren desde el inicio del relato. Un cóctel narrativo presentado de manera no lineal que suele desviar la atención del espectador y que abarca infidelidad, engaño, violencia familiar y crimen, con una mujer confundida que no sólo transmite ese estado a la policía que investiga un asesinato, sino también al público. Quizás los fanáticos del best seller decidan quedarse con la lectura antes que con la visión de un film que prometía más y resulta previsible, pero que se sostiene gracias a la actuación impecable de Blunt, eje de todo el andamiaje que encamina a los personajes hacia un espiral de violencia.
El director de Historias cruzadas rodó la esperada transposición de la popular novela publicada el año pasado por Paula Hawkins. La acción ya no transcurre en Londres sino en Nueva York, pero es una actriz inglesa (Emily Blunt) la encargada de interpretar a la joven alcohólica que, en pleno deterioro físico y emocional, se obsesiona por una pareja aparentemente perfecta y queda inmersa en un caso de asesinato. El resultado es tan poco convincente que queda muy cerca del ridículo. Varios prestigiosos críticos estadounidenses se habían manifestado muy entusiasmados con esta transposición de la popular novela de Paula Hawkins, y algunas colegas que respeto hicieron incluso a partir del film algunos manifiestos sobre el nuevo feminismo en Hollywood. Viendo el resultado de esta película del director de Historias cruzadas (The Help) no solo disiento con ell@s sino que además espero que no sea este el ejemplo del cine que se viene en estos tiempos de #NiUnaMenos. Es que aquí todo está trabajado de manera tan torpe -por momentos bordeando el ridículo- que el resultado puede ser opuesto al buscado. Emily Blunt también fue objeto de innumerables elogios por su interpretación de Rachel, una mujer alcohólica que ha perdido su trabajo en relaciones públicas, su matrimonio con Tom (Justin Theroux) y la autoestima, y se obsesiona con una pareja aparentemente perfecta (Haley Bennett y Luke Evans) a la que observa todos los días desde el vagón del tren que la lleva hacia o desde Nueva York (la actriz es inglesa pero la acción ya no transcurre en las cercanías de Londres). No es que ella esté mal (es el tipo de actuaciones sobre degradaciones físicas y emocionales que tanto gustan a la Academia de Hollywood), pero el material de folletín es tan berreta que nadie se puede lucir en serio porque estamos ante un melodrama risible, de humor involuntario, que en la comparación deja a Atracción fatal como una obra genial. Esta verdadera alma en pena, que ha fracasado en su deseo de ser madre y se destruye con litros de vodka, parece ser una acosadora no sólo de la citada pareja sino también de su ex marido y su nueva esposa Anna (Rebecca Ferguson), que acaban de tener un bebé. Pero las cosas, claro, no serán como parecen. Habrá un asesinato y varios posibles culpables (incluido un psiquiatra a cargo del venezolano Edgar Ramírez) que la investigación liderada por la detective que encarna Allison Janney deberá desentrañar. Entre los múltiples despropósitos de la película está la forma en que desaprovecha (o, peor, maltrata) a varios intérpretes que se lucieron en otros films o en series: Theroux (notable en The Leftovers) es aquí un cúmulo de estereotipos, mientras que Lisa Kudrow (Friends) no es más que una figura casi decorativa, al igual que Laura Prepon (Orange is the New Black). Allí donde, por ejemplo, Perdida funcionaba gracias a un tándem de talento como David Fincher y Rosamund Pike, aquí la acción no avanza con fluidez, los constantes saltos temporales hacia adelante y hacia atrás, los cambios de puntos de vista o los bruscos vuelcos psicológicos de los personajes resultan siempre forzados y arbitrarios. Otro de los grandes problemas de La chica del tren son sus constantes modificaciones en el tono. Por momentos solemne y lacrimógena, la película termina apostando al más puro trash. Así, el espectador -luego de un derrotero moroso, torturado e irritante- se ve tentado a reírse con el desenlace. Pero, claro, esa liberación llega ya demasiado tarde como para salvar a la película.
Después de su éxito literario, llega al cine la adaptación de La Chica del tren, protagonizada por Emily Blunt. Rachel Watson (Emily Blunt) es una mujer recién divorciada, y con ciertos problemas con la bebida. Cada día, ella toma el tren para ir trabajar a Nueva York, y cada día el tren pasa por su antigua casa. En esa casa ahora vive su marido con su nueva esposa y su hijo. Para no ahogarse en sus propias penas, Rachel decide concentrarse en mirar a una pareja, Megan (Haley Bennett) y Scott Hipwell (Luke Evans), que viven unas casas más abajo de la que era la suya. Comienza entonces a crear en su cabeza una maravillosa vida de ensueño sobre esta familia aparentemente perfecta. Es sabido que el paso de la literatura al cine es un tema cuestionable y debatible, algunas veces funciona y en otras no. Los best sellers, suelen tener mucho auge de ventas, pensemos en El Codigo Da Vinci o Cincuenta Sombras de Grey; pero muchas veces sus adaptaciones quedan vacías o las mismas herramientas que se usaban en el texto no funcionan en su traspaso. La chica del tren fue uno de esos furores literarios y hoy llega al cine con una intriga muy fuerte, pero nuevamente los recursos le juegan en contra. Desde un primer momento la historia, al igual que la novela, comienzan a desentrañarse con segmentos mezclados en el tiempo y en la perspectiva de sus protagonistas. El problema es que el hilo argumental se pierde y en vez de generar la intriga de la interrogante que desarrolla el film, parece dar más pistas de las que debería; dando suficientes recursos al espectador para encontrar el desenlace tan esperado. Ciertas vueltas de tuerca, son interesantes, pero en ningún momento quedan marcadas como grandes choques argumentales, como si pasa en Perdida de David Fincher. Y hablando de este film, si mantiene un tópico esencial y lo construye en todas sus aristas posibles, que es el abuso. Tanto del hombre a la mujer o viceversa, ya sea físico o emocional. Con respecto a sus actuaciones, Emily Blunt lleva un protagónico diferente al común, es difícil considerar si el público sentirá empatía por su desgracia; pero es verdad que todos los personajes son cuestionables, y todos tienen un papel doble de víctima y victimario; incluso el terapeuta, perdiendo su rol como profesional.
Cautivante cóctel de celos y obsesión. El efecto del trago será desnudar una realidad. “La chica del tren” es el título de este film basado en la novela del mismo nombre de Paula Hawkins. Muy bien dirigida por Tate Taylor. Me da la sensación, sin haber leído el libro, que respeto hasta el punto y coma. Rachel Watson (sensacional trabajo de Emily Blunt) viaja a diario en tren hacia Manhattan. En esas imágenes, en su confusa cabeza, atormentada por el alcohol, observa/espía desde la ventana (en los pocos segundos que le da la locomoción) a su ex Tom Watson (Justin Theroux) y a su actual pareja Anna (Rebecca Ferguson) y su reciente bebé. Felices. En esa casa que hasta hace poco tiempo había sido su propia casa, su esposo, y el sueño de aquel hijo que no pudo ser. El ahogo es profundo. Una locura diaria, masoquista, donde se mezclan la obsesión, la fantasía, la angustia. Observa también una casa vecina, donde vive una pareja apasionada, desbordada de amor, bellos los dos, Megan y Scott (Haley Bennet y Luke Evans) lugar donde deposita e idealiza el amor. Un día ve algo que la descoloca, que le remite a su propia historia. Y decide abruptamente bajar del tren para involucrarse. En una estación que no era la suya. Cargado de sensibilidad, un maravilloso elenco y una original forma de narrar, “La chica del tren” te va seduciendo en su desazón. Un film que por los ingredientes que tiene será más valorado por la mirada femenina. Porque cuando se caen las caretas queda una sola verdad.
Un vagón de buenas intenciones Con cada libro que se lleva a la pantalla grande (más aún, cuando se trata de un best seller enaltecido por la mayoría de la crítica y alabado por el público), surge nuevamente el debate eterno sobre si la película logrará igualar al menos la calidad establecida por lo escrito, y en algunos efímeros casos, superarla. En esta ocasión el libro en cuestión, La Chica del Tren, de la autora Paula Hawkins, tuvo una excelente recepción, tanto en reseñas como en ventas internacionales, con lo cual la expectativa ante su adaptación al cine, se intensificaba cada vez más. La tarea recayó en el director Tale Taylor, quien en Historias Cruzadas (The Help, 2011) ya había tomado contacto con el mundo femenino en demasía; un mundo donde las mujeres llevaban el relato y las cualidades personificadas, y donde los hombres eran tan solo un adorno en el guión. Algo de esto pasa también con la historia sobre esta chica del tren. Emily Blunt da vida a Rachel, una mujer alcohólica, divorciada, sin rumbo establecido, quien todas las mañanas toma el tren hacia Manhattan. Dicho trayecto incluye en su recorrido pasar por delante de su ex casa, donde viven ahora su ex marido con su nueva mujer y su hija. Contigua a esta casa, una pareja, en apariencias perfecta, se deja ver a través de sus ventanas, y es con ellos con quien Rachel también terminará obsesionándose. En uno de los tantos viajes, será testigo de una situación que cambiará todo, dándole un objetivo a esa vida tan vacía que lleva. Aquí es donde comienza un pseudothriller de suspenso, pseudo ya que en ningún momento se logra llegar a una instancia de suspenso per se, todo el argumento parece fluir lentamente hacia un desenlace esperado, dejando de lado el factor sorpresa. Mucho de esto tienen que ver la construcción de los personajes, que se presentan demasiado planos para un argumento que proponía un enfoque más profundo desde el inicio. Tanto el matrimonio con el que se obsesiona la protagonista como su ex marido y actual mujer, son parte de una propuesta demasiado lineal. Otro de los puntos donde la película no encuentra base certera es el ida y vuelta en el tiempo que propone: demasiados flashbacks alternando con el tiempo actual, llegan en un punto a confundir al espectador y no terminan de aportar claridad a una historia que se apoya demasiado en los problemas de memoria de su protagonista para justificar el desenlace final. No obstante, La Chica del Tren logra su propósito inicial, que implica mantener el interés en aquello que se relata, haciendo foco en temas como el abuso psicológico dentro de una pareja, la los celos, la desconfianza, la violencia puertas para adentro y los límites que pueden quebrarse, a través una obsesión. El trabajo de Emily Blunt es sumamente efectivo, ampliando el espectro de versatilidad a los cuales ya nos tiene acostumbrados. Posiblemente esta contienda encuentre victorioso el libro por sobre la película. De cualquier manera, la opción cinematográfica no descarrila, y logra salir airosa en el resultado final.
Basada en el Best Seller de Paula Hawkins, La chica del Tren, es uno de esos suspensos que intentan atrapar al espectador por su intrincado juego narrativo. Con un poco de Gone Girl, se trata de un suspenso lleno de misterios con ilusiones narrativas, principalmente con un público que exije cada vez más historias con vueltas de tuercas, pero a diferencia de la otra adaptación, que fue muy bien sucedida, en el caso de La chica del Tren no estaría tan a la altura, ya que se termina salvando como película más por su elenco femenino que es impecable, que por la forma en que fue construida. Tenemos a Rachel Watson (Emily Blunt), que es una protagonista que de a poco vamos aprendiendo a odiar. Alcohólica, separada de su marido Tom (Justin Theroux) con quien no pudo tener un hijo, con la vida hecha pedazos, y que al mismo tiempo nos da pena, conforme vemos al nivel al que llegó. Completando en sus ápices de alcoholismo, se pasa sus días hostilizando y persiguiendo a su ex y haciendo un infierno la vida de su nueva esposa Anna (Rebecca Ferguson) con quién tuvo un bebé. Rachel pasa sus días en un Tren viendo la vida de los que pasan, en eso ve en Megan que también es niñera de la hija Anna, la historia de amor perfecta, ya que cada día ve a Megan con su marido en situaciones que ella deseraría estar viviendo. Un día ella ve algo que termina generando un punto de quiebre, y con la desaparición de Megan entramos en un intrincado conjunto de relaciones y revelaciones. Con eso La chica del Tren es una película que depende mucho de su construcción narrativa, con un montaje con cambios de tiempo y de personajes, donde vamos viendo el punto de vista de cada mujer, y con el personaje de Rachel como la narradora principal, acá lamentablemente es donde la mano del director Tate Taylor se muestra floja. Este tipo de suspenso exige un trabajo mas elaborado, principalmente en los tiempos de narrativos con la dilatación temporal, algo que David Fincher hizo de forma magistral en Gone Girl. Los cambios temporales y de personajes, principalmente en la parte final de la película, son usados de forma inconsistente sacando un poco la fluidez de las escenas y dudando en mostrar algunos traumas del pasado en el momento exacto. Como comenté en el primer párrafo, lo que termina salvando la película es la actuación de las actrices, principalmente en el caso de Emily Blunt, que consigue mostrar de forma correcta la dificultad y los traumas que el alcoholismo puede traer en la vida de una persona, y con su entrega física que revela a traves de sus gestos una fragilidad constante, que con el pasar de la película va cambiando con las revelaciones que van surgiendo en la trama. Como suspenso nos quedamos medio lejos del objetivo, tiene muchos problemas principalmente por su dirección irregular, no siendo el film tenso que el público quizá espera, pero al final tenemos un producto que consigue poner en el centro tres mentes femeninas, con personajes complejos y actuaciones dignas de la responsabilidad de lo que vemos en la pantalla.
La chica flashback Tal vez por el consumo excesivo de alcohol, por la profunda depresión en la que se encuentra o por el desprecio de sus seres queridos, es que Rachel (Emily Blunt), el personaje protagónico de La chica del tren (The girl on the train, 2016), funciona como bisagra entre los hechos desencadenados una fría tarde de viernes y sus acontecimientos previos. Rachel es una mujer que ve como el sueño americano se le escapa de sus manos al ser abandonada por su marido, perder su trabajo y encontrar sólo algo de reparo en las botellas de bebidas blancas que compra e intenta camuflar en una botella de plástico. El realizador Tate Taylor aprovecha la libertad del guión, o mejor dicho, la oportunidad que le dieron para armar y bucear en un personaje, que el best seller de Paula Hawkins imaginó en otro escenario y con otras características. Sus días pasan abordo de un tren que la lleva y trae de Nueva York, sin otro objetivo que pasar el tiempo durante las tardes. En esas idas y venidas se obsesiona con una pareja, a la que ve con envidia porque representan todo aquello que perdió tras el abandono de su marido. Un día Megan (Haley Bennett), la mujer de la relación desaparece de manera misteriosa. Rachel deberá no solo lidiar con sus propios miedos y expectativas, sino que acosará a Anna (Rebecca Ferguson), actual pareja del hombre. Tate Taylor toma la arriesgada decisión de jugar con el pasado y, a manera de raccontos, va conformando la estructura del film. Si el libro Hawkins utilizaba la técnica de novela río para ir compenetrándose de a poco con los protagonistas, principalmente las tres mujeres, en el film eso se transforma privilegiando la continuidad cronológica para construir la tensión necesaria hasta revelar, como buen thriller, qué pasó con Megan y qué tuvo que ver Rachel en la desaparición. El director de Historias cruzadas (The Help, 2009) no logra trasponer correctamente el relato a imágenes, pero gracias a las logradas interpretaciones del trío femenino protagonista, cualquier olvido entre el papel y el fotograma es superado porque el suspenso gana espacio ante la inevitable pérdida de verosímil de la adaptación. La chica del tren es un film modesto, cuenta con un potente elenco protagónico pero también secundario (atentos a las participaciones de Lisa Kudrow y Allison Janney) inspirado en una historia que funciona mucho mejor en el libro que en la película, aunque igualmente permita un momento de entretenimiento para aquellos que desconocían el best seller y se acerquen “vírgenes” a las salas.
Suspenso endeble y tramposo Basado en un best seller, este thriller del director Tate Taylor (The Help - Historias cruzadas) muestra sus debilidades desde el inicio, abrumadoramente explicativo, en el que se nos cuenta cómo es cada personaje, qué le pasó antes y por qué está como está, como si nos estuvieran preparando para un gran misterio. Una mujer alcohólica abandonada por su marido está obsesionada por la vida de su ex con su nueva mujer; otra tiene un pasado tortuoso que la vuelve una insatisfecha constante. Hay una desaparición, y un psiquiatra y una mujer policía, y conexiones entre ellos. Se nos ofrecen diversos puntos de vista, saltos temporales constantes -quizá para disfrazar la incapacidad para construir climas de suspenso-, inconsistencias múltiples y el posible descubrimiento de la resolución por la mitad (si uno no leyó el libro pero vio unos cuantos policiales). La violencia de género se plantea con un maniqueísmo y un didactismo casi risibles. La información que se brinda es visualmente tramposa y la resolución se despliega con métodos mentales por lo menos discutibles. Un cine que mira de lejos referencias como De Palma y Hitchcock, desde muy lejos y sin observar bien, como desde la ventanilla de un tren. Las actrices protagonistas tienen carisma, fotogenia y dignidad gestual, sobre todo Haley Bennett (Emily Blunt carga con un maquillaje que subraya sin matices su estado de ánimo), y los actores están condenados, tal vez por el trazado de sus personajes, a una pétrea unidimensionalidad.
Los borrachos dicen la verdad Adaptación del thriller psicológico convertido en best seller, tiene a una Emily Blunt afeada y preocupada. Los borrachos dicen la verdad, afirma el saber popular, y La chica del tren lo ratifica. Basada en el best seller de Paula Hawkins -un thriller psicológico que los más corajudos han querido emparentar con Hitchcock y/o Patricia Highsmith-, la chica del título es Rachel, que viene bastante baqueteada apenas abre la película. Es alcohólica, sí, pero no se sabe si toma para olvidar o si quisiera enamorarse para no tomar. Lo cierto es que en la adaptación algunas cosas han variado. Las tres mujeres principales de la trama (Rachel; Anna, la nueva esposa de Tom, el ex de Rachel; y Megan, vecina de la casa de Tom y Anna, y niñera de la bebita que tienen) como que contaban en la novela y se seguía el hilo conductor a partir de ellas. La película de Tate Taylor (la candidata al Oscar Historias cruzadas) amaga con hacerlo, para luego decidirse a seguir a Rachel. Y si usted leyó la novela, notará otro cambio, algo con lo que se innova en el desenlace, y que está en cada uno decidir si distorsiona o diversifica el “mensaje”. No diremos más. Rachel, desde que se separó de Tom, vive en una habitación de una amiga y viaja todos los días en tren (en el original era hacia Londres; aquí, Nueva York) y no puede evitar fijar su atención en la casa de su ex, n tampoco en la de Megan. Fantasea con que Megan tiene una vida plena de amor y paz. Lo dicho: fantasea. Megan un día desaparece, y es la misma noche en la que Rachel desciende del tren, porque cree haber visto algo. Ahí arrancan el thriller y las preguntas. ¿Ella es responsable de la desaparición de Megan? ¿Qué vio, que no recuerda entre tantas lagunas en su cabeza? ¿Por qué dice que tiene miedo de sí misma? La autora Paula Hawkins sostiene que muchas mujeres han sido educadas para pensar como víctimas. Hawkins era una periodista de Economía, que dejó la prensa y se dedicó a escribir bajo seudónimo novelas románticas, hasta que se lanzó con La chica del tren. Todo se entiende. Como también se infiere por qué, si Rachel en la novela está un tanto descuidada en su aspecto y con sobrepeso, en Hollywood hayan elegido a Emily Blunt, que no tiene un gramo de más y por más que la quieran afear (como a Julia Roberts en la remake de El secreto de sus ojos)… En fin, estándares que deberían levantar quejas. Por momentos Blunt está para que se la piense en candidata a un Oscar. Pero por otros, cuando se acerca el final, esa idea pierde consistencia, como la trama misma. Haley Bennett (la veremos en Rules Don’t Apply, de Warren Beatty) como Megan, la sueca Rebecca Fergusson, teñida de rubia como Anna, y Justin Theroux, esposo de Jennifer Aniston, como Tom, actúan y ponen caras de circunstancias que ayudan a disimular lo que el espectador más o menos avezado descubrirá promediando la proyección. Y ya se sabe: cuando desde la platea se descubre la verdad, no por borrachera, el suspenso se disipa.
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Basada en el best seller del momento, llevado al cine en tiempo veloz, La chica del tren es un thriller femenino que, como la novela -y como ha declarado su autora, Paula Hawkins- explota desde el policial básicamente hitchcockiano, todos los tema que pueden generar empatía y gancho contemporáneo. El voyeurismo de la gente sola, impulsado por las redes sociales y los mensajes de whatsapp, la reivindicación de lo femenino, La protagonista es Rachel (Emily Blunt), una mujer alcohólica que viaja en tren todos los días y desde allí observa a una pareja, la de Megan y Scott (justo pasa siempre cuando están haciendo el amor o casi). Como su marido Tom la dejó por la rubia Anna con la que tiene un hijo después de que ella cayera en el alcoholismo por no poder embarazarse, Rachel idealiza a los desconocidos. Como diario de una mujer borracha, rota, que no puede recordar qué hizo la noche anterior, La chica del tren tenía un potencial interesante, pero la película no lo explora. En cambio, acumula giros folletinescos en los que alterna situaciones de estas tres hermosas mujeres con idas y vueltas en el tiempo arbitrarias y, sobre todo, enemigas de la progresión dramática, del crecimiento del suspenso. Así como los nombres propios de los personajes, que también dividen los capítulos del libro, las escenas, como episodios de una serie, saltan a tres meses antes, uno, o "el viernes anterior", como si tal dato agregara algo. Cuando la rubia Megan desaparece, Rachel tiene todas las fichas para ser una sospechosa. Pero claro, con el rimmel corrido (borracha) o sin ojeras (sobria), deberá resultar una heroína tranquilizadora y su blackout, los huecos en su memoria, darán paso a la epifanía freudiana a la carta: basta con volver al lugar del trauma para que el mundo recobre su sentido. Quedan, por si el espectador distraído no lo vio venir aún, los personajes masculinos. En La chica del tren, los chicos conforman el mundo ideal de cualquier mujer heterosexual: sexys, atentos, enamorados, regalan flores y siempre tienen ganas. El folletín no ahorra truculencias y subrayados burdos en torno a la maternidad, tema que atraviesa a las tres mujeres con la fuerza de todos sus clichés. El resultado tiene un efecto paradojal: cuanto más melodramático e "intenso" se pone el relato, más mueve a la risa. Suerte de continuadora de Perdida, basada en otro best seller de otra mujer, La chica del tren viene a confirmar la voracidad del mercado por el género "thriller con chica desaparecida". Una receta que lleva sexo, drogas o alcohol, sangre y mujeres bonitas. Todo en pequeñas dosis, apto para el consumo rápido, inmediato y volátil. Como un mensaje de WhatsApp.
Tate Taylor ("The help", nada menos), se pone al frente de una película de suspenso clásica, muy bien actuada y que es el vehículo ideal para ver la mejor versión de Emily Blunt a la fecha. Si bien el cast es sólido, ella descolla en su labor de alcóholica en una perfomance que si no llega a la nominación al Oscar, podría hasta ser injusta. La historia aquí, es la de Rachel (Blunt), una mujer golpeada por la vida. Su marido, Tom (Justin Theroux), la dejó, se casó con otra mujer, Anna (Rebecca Ferguson) y encima, tuvo una hija al poco tiempo. Las circustancias que llevaron a esa desintegración parten justamente del intento de la pareja para conseguir un embarazo y el fracaso del único tratamiento in vitro que podían pagar. La cuestión es que la separación, parece ser algo que Rachel no puede aceptar bien. Pasa sus días viajando en tren hacia Manhattan desde las afueras, y observando la vida de la gente rica en sus casas lindantes a las vías. En una de ellas en particular, verá a Negan (Haley Bennett), una joven que parece ser el símbolo de la felicidad. Tiene todo, al parecer un marido ardiente, Scott (Luke Evans), una casa hermosa y... bueno, el amor. Rachel tiene problemas. Bebe y añora una vida que ya no tiene. Y fija su atención en Negan... además de acosar a Anna y a su ex, Tom, por razones que iremos descubriendo a lo largo de la cinta. Como ya deben imaginar, algo malo le pasará a Negan, y cuando la policía comience a tomar contacto con lo que sucede entre Rachel, Anna y dos masculinos fuertes (Tom, Scott y sumamos al grupo a Edgar Ramirez en el rol de psiquatra), la trama se espesará y enturbiará de tal manera que no sabremos quien está detrás del posible crimen. Esta es una trama donde se respira incertidumbre, tensión, no exenta de una gran carga dramática, dado el conflicto que presente. No hay vidas ideales y hoy en día, estar casado y ser feliz parece ser más un anhelo que una realidad dentro del contexto de este encuadre. Blunt hace un trabajo descomunal, poniendo el cuerpo de una manera increíble a un gran personaje. Pero cuidado, el cast no se queda atrás. Las otras dos mujeres aportan mucho (es una revelación Bennett de principio a fin) y los hombres tienen la dosis justa de fuerza y misterio que este tipo de películas necesita. Nota también de aprobación para Allison Janney (gran comediante en otro rol aquí) y Lisa Kudrow que aportan secundarios ajustados, aunque con pocas líneas. En definitiva, "The girl on the train" es una película potente, intensa y que logra compensar sus desniveles (que los tiene, sobre todo promediando el metraje) que se hace fuerte en la química de sus protagonistas. Ofrece un voltaje primario, y sin dudas, satisface al espectador exigente que busca un thriller completo y atractivo. Muy buena.
LA VENTANA INDISCRETA Corrido el rímel y con bolsas en los ojos, fija una mirada vacía por la ventana. De labios resecos, que piden a gritos por un vaso de agua. Rodeada de gente, a la vez se siente sola. La cara de Rachel Watson (Emily Blunt) es la personificación de la tristeza y el desdén. Dicen que lo que está por venir siempre es mejor que lo que se fue. Lástima, esas no son más que palabras sin sentido para La chica del tren. Una ex esposa borracha, la depresión y la resaca muy lejos están de ser una buena combinación. ¿Podríamos llegar a dudar hasta de nosotros mismos nada más que “por amor”? Rachel es una mujer devastada y que, por su reciente divorcio, ha caído tristemente en el alcohol. Cada mañana, de camino al trabajo en el tren, pasa por su antigua casa, donde viven su ex esposo (Justin Theroux) y la nueva mujer. Para distraerse, observa a Megan (Haley Bennett) y Scott Hipwell (Luke Evans), una pareja aparentemente perfecta que vive unas casas más abajo. Una mañana es testigo, desde la ventana, de un impactante suceso y se verá envuelta en el misterio que ella misma revelará: la desaparición de Megan Hipwell. El director Tate Taylor (Historias cruzadas) retrató el calco perfecto de la pena y el desconsuelo que viven en las páginas de la novela de Paula Hawkins. Reproduce maridos violentos que envenenan a toda una sociedad, donde la única salida es el coraje y la voluntad. Rachel Watson es, en ese sentido, de las personas excepcionales que luchan para quebrar con la perturbadora misoginia. Sin embargo, sólo puede divagar en los recuerdos que le quedan hasta dar con la verdad. Tal y como en Sueños, misterios y secretos (2001) o Misteriosa obsesión (2004), es la historia de una mujer presa de sí. Un personaje tan vivo, tan empático, tan real como nunca antes visto. Culpar a los demás es fácil, es no aceptar la responsabilidad que la vida conlleva, es distraerse de ella. Sin embargo, ¿de qué sirve denunciar? ¿de qué sirve gritar?, si a la ex alcohólica reincidente no la van a escuchar. Cuando viajamos pensamos -demasiado-, imaginamos historias en las que a veces somos héroes, en otras no tanto. Como en La chica del tren, la clave es mantenerse en movimiento. Siempre y cuando cambiemos de ventana, cambiemos de vagón, dejar de ser masoquistas y aprender a cambiar de vista. LA CHICA DEL TREN The girl on the train. EE.UU., 2016. Dirección: Tate Taylor. Guión: Erin Cressida Wilson (Novela: Paula Hawkins). Música: Danny Elfman. Fotografía: Charlotte Bruus Christensen. Intérpretes: Emily Blunt, Rebecca Ferguson, Haley Bennett, Luke Evans, Edgar Ramirez y Justin Theroux. Duración: 112 minutos.
Manipulaciones muy difíciles de perdonar. El cine le saca el jugo al negocio editorial, otra vez, adaptando un bestseller. Esta vez le toca a La chica del tren, novela de Paula Hawkins que aún no ha explotado en las librerías locales, aunque es posible imaginar que este estreno será el primer paso de una campaña que la hará trepar por los rankings de más vendidos. No es que la película sea tan buena como para convencer a la gente por su calidad, pero sí lo suficientemente truculenta como para picarle el morbo a más de uno. Por otra parte, su temática, que atraviesa distintas variantes de la violencia de género, no deja de ser oportunista. Macábramente oportunista, se podría decir, si no fuera porque la violencia contra las mujeres es tan vieja como la humanidad y parece no tener visos de estar mejorando. Claro que no estamos ante un alegato feminista ni muchísimo menos; hasta se podría decir que todo lo contrario. Encuadrada en el thriller psicológico, La chica del tren cuenta una historia de mujeres narradas por sus propias protagonistas. Eso no quiere decir que asuma un punto de vista femenino, aunque es fácil empezar creyendo que sí: el film comienza retratando de cerca a Rachel (Emily Blunt), la chica que desde el tren se dedica a observar la vida de algunas casas ubicadas a la vera del recorrido ferroviario que realiza todos los días. La voz en off de la protagonista y el retrato igualmente cercano de Megan (la chica que ella observa por la ventana del tren) y de Ana (nueva esposa del ex marido de Rachel, que viven con la hijita de ambos en una casa vecina a la de Megan), ayudan a acentuar la idea de un punto de vista femenino. Si la cosa se parece enmarañada es porque Tate Taylor, el director, se encargó de que todo se convierta en una madeja de idas y vueltas en el tiempo, para contar la historia de las tres mujeres, al mismo tiempo que tiende puentes secretos que interconectan sus destinos. Mientras se concentra en el drama de Rachel –alcohólica abandonada por su marido, obsesionada con la nueva vida que él lleva con Ana, mientras fantasea con lo que supone es la vida romántica y perfecta de Megan y su marido–, la película consigue mantener la tensión, atenta a las derivaciones psicológicas del relato. Después empiezan a aparecer las vueltas de tuerca, las conductas inesperadas de algunos personajes y algunas decisiones del director que degradan lo que parecía un thriller convincente. Sobre todo cuando Taylor deja de preocuparse por lo que les pase a las tres mujeres para intervenir de manera demasiado visible en el desarrollo de los hechos. O mejor dicho, por la forma en que elige representar cinematográficamente estos hechos. La película se vuelve sádica y explícita sin aviso ni necesidad, y en esa búsqueda del efecto y la conmoción hay, sino una traición, al menos la evidencia de un juego de manipulación que se hace difícil de perdonar.
Rachel tiene varios problemas en su vida. Es mentalmente inestable debido al problema de alcohol que posee y aún no logra superar que su ex marido la dejara por otra y haya formado una nueva familia. Pasa su tiempo deambulando en el tren y fantaseando con una pareja que observa desde el mismo, proyectando en ellos su felicidad. Pero todo se derrumba cuando ve a la chica de su fantasía con otro hombre, y peor aún, cuando tras involucrarse de verdad en esta historia, la joven aparece muerta. Nos llega la adaptación de la aclamada novela escrita por Paula Hawkins, que se perfilaba para ser uno de los films fuertes de estos meses previos a fin de año. Y por eso la decepción de varios, en especial aquellos que no leyeron el libro, es mucho mayor a la hora de ver este film. Para quienes conocen el material original, hay que aclararles que muchos de los aspectos psicológicos que hacía interesante al libro y que volvía mucho más real y cercanas a Rachel, Megan y Anna, en la película se pierden ya que no son llevados a la pantalla, y por ende, la personalidad de las tres queda bastante diluida, y sus comportamientos terminan volviéndose injustificados, y hasta forzados para que funcionen en pos de que la trama avance. Pero si desconocen la obra y van a ver sólo una cinta al cine, se encontrarán con muchas escenas del tipo “porque sí”. Todos los personajes terminan siendo casi risibles en sus actitudes y dando como resultado dos cosas que terminan por tirar abajo cualquier expectativa que se tenía por La Chica del Tren. La primera es que los personajes pasen a importarnos poco y nada; y segundo, que el caso policial en cuestión nos provoque risa en su resolución, y no asombro. De todas formas, no todo es malo en La Chica del Tren. Las tres actrices principales logran sacar a flote una floja película, dándoles carisma a sus personajes pese a lo mal escritos que están. Tanto Rebecca Ferguson (es quien tiene el personaje menos trabajado) como Haley Bennett dan una buena performance; siendo esta última quien queda mejor parada de las dos. Pero quien de verdad se carga el film a sus espaldas, y da pena ver que tenga una carrera tan irregular, es Emily Blunt. En ningún momento vemos a una actriz haciendo de alguien con problemas de alcohol, en todo momento vemos una alcohólica de verdad, y eso sumado al buen trabajo de maquillaje que hicieron con ella, nos da una actuación sólida, quizás hasta demasiado para lo poco que nos ofrece La Chica del Tren. De la trama no revelaremos nada, ya que pese a estar mal llevada al cine, y volverla innecesariamente confusa, y hasta ridícula por momentos, tiene algunos giros que el espectador merece descubrir por sí solo. La Chica del Tren es el claro caso de una novela interesante, mal ideada en su adaptación y que termina convirtiéndose en una pobre película. Es una lástima, porque había buen material original, y aún en sus falencias de guión, los actores están a la altura. Sólo recomendable si se es demasiado fan de Emily Blunt.
Un confuso y aburrido “thriller”. No pocas veces, yendo en cualquier transporte público, miramos la vida que pasa por la ventanilla y nos hacemos, aunque sea por un instante, una historia dentro de nuestra cabeza. La Chica del Tren adopta el lado más oscuro de esta cotidiana premisa, aunque en su afán de ser impredecible saca al espectador de su eje, y no de un modo que le traiga un saldo positivo. Una montaña de piezas que no te da ganas de unir: Rachel, una mujer que está teniendo problemas para superar su divorcio, viaja todos los días en tren a su trabajo. Cada día el tren pasa por la casa donde ella solía vivir con su marido, pero lo que empieza a llamar su atención es la joven que vive en la casa de al lado, quien parece vivir un romance salido de un cuento de hadas. Durante uno de estos viajes, ve a dicha joven en un hecho perturbador, cuyas ramificaciones tienen más conexión con ella de lo que ella piensa. El guión de La Chica en el Tren es uno sumamente confuso. Toma tres líneas argumentales (por cada uno de los protagonistas femeninos), y las reparte por todo el metraje como las piezas desordenadas de un rompecabezas. Resulta obvio que lo deseado era que el espectador armara el mismo dentro de su cabeza. El plan habría salido a pedir de boca, sino fuera porque pasado poco tiempo de metraje te deja de importar lo que le pase a los personajes, y por ende no tenés ganas o disposición alguna de terminar el rompecabezas. La principal diferencia entre la narrativa literaria y la cinematográfica es que la primera te permite meterte en los pensamientos y sentimientos de los personajes, mientras que en la segunda es menester buscar una manera visual de ilustrarlo, siendo esta ultima el desafío más grande a la hora de encarar la adaptación de un medio a otro. Por ende, usar la voz en over, sin considerar en ningún momento otras posibilidades de decir lo mismo de modo visual, es lo que pone en evidencia una clara pereza a la hora de encarar la misma, una falta en la que esta película incurre una y otra vez. No obstante, debe reconocerse que la película hace un intento de hablar sobre el peso emocional que la maternidad (buscada, frustrada o consumada) puede tener para algunas mujeres y sus relaciones. Por desgracia, el confuso entramado de la historia le impide al tema ser apreciado más allá de su reconocimiento. En materia actoral, debo decir que el trabajo de Emily Blunt (Al Filo del Mañana) es una lamentable decepción. Un trabajo interpretativo que sucumbe a cada paso del camino a exageraciones que no ayudan en nada a la credibilidad de su personaje. Haley Bennett (Los 7 Magníficos) y Rebecca Ferguson (Misión: Imposible 5) acompañan con oficio pero no mucho más; el guión las encierra constantemente en un estereotipo de “bomba sexy” del que tratan de salir y la historia no las ayuda. En lo que al apartado técnico refiere no hay mucho que hablar; correcta en cada uno de ellos, sobre todo la fotografía y la dirección de arte. Al montaje no se lo puede atacar gratuitamente ya que no hace más que responder a la ensalada que es el guión. Conclusión: La Chica del Tren es una narración confusa con una protagonista poco creíble y cuyo clima de misterio no es más que una pretensión. Un drama flojo que no supo aprovechar el potencial de su premisa o de sus temas.
Nada es lo que parece. Basada en la popular novela de Paula Hawkins, el filme cuenta la historia de Rachel (Emily Blunt), una mujer alcohólica que queda emocionalmente destruida luego de que su esposo (Justin Theroux) la abandona para casarse con una mujer más joven (Rebecca Ferguson) con la que tiene una bebé y forma una idílica familia. Sin trabajo ni proyectos, Rachel sigue tomando todos los días el tren que la lleva hacia la ciudad solo para pasar cerca de la casa donde vivía con su esposo y espiar a su nueva pareja. A unas pocas casas de su antiguo hogar, Rachel descubre a una mujer rubia en una ventana (Haley Bennet) y se obsesiona con ella, ya que de algún modo representa todo lo que ha perdido: una linda casa, un buen marido y una vida feliz. Cuando la mujer desaparece y unos días después es encontrada muerta en un bosque cercano, Rachel se ve envuelta en una complicada trama de asesinato que la obliga a bucear en su pasado y así descubre varias conexiones entre ella y la víctima. Rachel no solo debe aclarar un asesinato, sino que al hacerlo reconstruye su propia vida, rearmando un pasado que no es como ella lo recordaba. En el libro la historia atrapa desde el comienzo y es realmente compleja e interesante, y a pesar de que son muchos los personajes está narrada con bastante claridad. No sucede lo mismo en el filme donde el director construye un entramado de flashbacks con diferentes puntos de vista y cambios narrativos abruptos pasando del suspenso al melodrama, con un mensaje feminista expresado de forma bastante torpe hacia el final de la historia. De este modo, salvo la protagonista, el resto de los personajes no tienen matices, son violentos u obsesivos, o promiscuos, pero solo un lado de ellos es el que se muestra en el filme, lo que no le permite a los actores construir personajes interesantes a pesar tener condiciones para hacerlo. La única que logra un personaje aceptable es Emily Blunt aunque por momentos su nivel de sufrimiento agota. "La Chica del Tren" es una de esas buenas historias que no logran una efectiva adaptación para la pantalla grande. El filme tiene algunos buenos momentos pero nos quedamos con la sensación de que podría haber sido mejor. Pero ya se sabe que el "podría" no existe.
Ver para creer A un año del lanzamiento del exitoso best seller La Chica del Tren, de la escritora inglesa Paula Hawkins, llega al cine su adaptación cinematográfica a cargo del director Tate Taylor. Si el thriller tiene la misma suerte de esta novela policial, que en tan solo un año vendió 11 millones de ejemplares y hoy es furor en e-Books y Amazon, habrá un antes y un después en su carrera… ¿Lo logrará? El guión, al igual que la novela, gira en torno a la desaparición de una mujer en Nueva York: Megan (Haley Bennett). Se cree que está muerta y, al parecer, la única testigo de su última aparición con vida es una mujer alcohólica, divorciada y sin trabajo, Rachel Watson (Emily Blunt), quien desde hace un año deambula diariamente en un tren y retrata en dibujos -desde su asiento- lo que observa por la ventana del vagón: la aparente felicidad de su amado ex marido Tom (Justin Theroux), que tiene un bebé con Anna (Rebecca Ferguson), su actual mujer con quien reside en la casa que compró junto a Rachel. Los minutos avanzan, y mientras crece la obsesión de Rachel por conocer la vida de Tom y recuperarlo, se revela mediante flashbacks que Megan era vecina y niñera del bebé de su ex. Así, con estos datos y los diálogos presentes en la trama, se genera a cuentagotas el suspenso que atrapa lentamente al espectador. Un buen día, Rachel, atravesada por su permanente estado voyerista producto del alcohol, y desconociendo que Anna la había denunciado por espiar a su pareja y su bebé, le confiesa al FBI que vio a Megan desaparecer en un túnel. Este hecho, sumado a que afirma tener miedo de sí misma porque nunca recuerda con exactitud sus actos la convierten en principal sospechosa. Así avanza unidireccionalmente esta adaptación de Tate Taylor que utiliza la misma ecuación, tanto artística como narrativa, de su película Historias Cruzadas (The Help, 2011): pone la lupa en las relaciones humanas que mantienen sus personajes y cómo estas son afectadas por las emociones que atraviesan. Sobre todo, cuando un hecho lamentable puede tocarnos de cerca. Artísticamente, la película no cumple con los parámetros de la novela: no se filmó en Londres sino en Nueva York (más precisamente, en Manhattan) y, curiosamente, para la filmación de las escenas no se usó un tren verdadero sino un camión de rodaje equipado con cámara verde y fotos ploteadas. Sin embargo, la conjunción de estos elementos, acompañados por una correcta fusión de música, encuadre e iluminación, genera un verdadero clima de suspenso. Otra diferencia con la estética de Hawkins es la imagen de Rachel: no es una mujer obesa sino flaca escuálida y pálida, decisión más que acertada por Taylor para generar la atípica imagen de heroína desbastada por el alcohol. Por último, cabe destacar el elenco y el rol protagónico logrado por la actriz londinense Emily Blunt, que logró enterrar completamente aquel personaje de asistente en El Diablo se Viste a la Moda (The Devil wears Prada, 2006) y encarnar a la perfección a Rachel. Esta metamorfosis es la que le regaló los elogios de la actriz Julie Andrews y le abrió la puerta a protagonizar la nueva versión de Mary Poppins, a rodar en 2017. A grandes rasgos, La Chica del Tren dista mucho de la rítmica que promete en el trailer. Sin embargo, pese a sus confusos vaivenes temporales, en una interesante propuesta y contiene el mismo giro inesperado de la novela, y logra ese impacto final mediante escenas fuertes en materia: sexo, violencia física y verbal detona en una reflexión sobre aquello que pensamos, que vemos y no vemos, lo que pensamos que recordamos y no recordamos… y la delgada línea entre el grado de credibilidad que puede, o no, otorgársele a un orador que padece los efectos del alcohol. ¿Será posible reconstruir el hecho a partir de su testimonio?
Es la adaptación de la popular novela publicada el año pasado de la escritora británica Paula Hawkins, un Best seller, se vendieron cinco millones de ejemplares en seis meses, permaneciendo 20 semanas en la lista de los libros más vendidos del New York Times. En la Argentina ya lleva 11 ediciones y 50 mil ejemplares vendidos. La trama transcurre en Estados Unidos (no en Londres), Rachel (la británica Emily Blunt, estupenda interpretación digna de ser nominada a un Premio Oscar. “El diablo viste a la moda”, “Al filo del mañana”, “Sicario”) es una mujer alcohólica que ha tirado por la borda su vida, está quebrada emocionalmente y físicamente, una fracasada en todo. Todos los días toma el mismo tren y a través de la ventanilla ve a una pareja Jess (Haley Bennett) y Jason (Luke Evans), se imagina cosas pero un día es testigo de una traición. Su ex marido también entra en juego y Jess desaparece. Este es un thriller psicológico que cuenta con la estupenda actuación de Blunt con muchos toques al estilo Alfred Hitchcock, llena de misterio, suspenso e intriga. Hay violencia no solo física sino también psicológica, cuenta con una estupenda fotografía que va ofreciendo buenos climas. Esta muy bien actuada, pero tiene problemas de guión, en un thriller con clichés, algo trillados y resulta previsible.
Aplauso extendido para los genios del departamento de marketing del estudio Universal en los Estados Unidos. La manera en que lograron convencer a los espectadores a través de la campaña promocional con trailers y pósters que este era un estreno interesante es brillante. En el avance de este estreno se vende una historia atrapante y hasta los fiches anunciaban que era la gran propuesta de suspenso del año. Bueno, no es lo que vas a encontrar en el cine. La chica del tren es una adaptación de la novela homoníma de Paula Hawkins que pretende emular de manera obvia la clase de thriller que brindó Perdida, de David Fincher. Tal vez si los productores no hubiera estado tan preocupados en tratar de copia el tono de ese film esta producción hubiera sido un poco más interesante. En un comienzo el trabajo del director Tate Taylor (Historias cruzadas) amaga con brindar un thriller psicológico que pretende evocar los viejos misterios de Alfred Hitchcock. Sin embargo, el poco interés que despierta el personaje interpretado por Emily Blunt luego se desvanece por completo, cuando la película se convierte en un típico episodio de Melrose Place. La diferencia es que este film ni siquiera es divertido de ver y la narración densa de Taylor no ayuda a conectarse con el conflicto. La chica del tren comienza bien hasta que se enfoca en el terreno del melodrama trillado con un conflicto predecible que no termina de convencer. Hubo un momento de esta película que pensé que iban a aparecer en la trama Michael Mancini y Amanda Woodward de Melrose Place, ya que los tres protagonistas de este relato tranquilamente podrían haber sido parte de la clásica serie de televisión de los ´90. El film no llega ser completamente malo por la interpretación decente que brinda Emily Blunt, pero como "thriller pscológico" es un chiste que no se puede tomar en serio y te deja indiferente tras su conclusión.
Tengo la sensación que La chica del tren es una de esas películas en las cuales el término medio si gustó o no es muy escaso. O sea, o te gusta bastante o la odias. A mí me atrapó y la disfruté mucho a pesar de que por momentos se me hizo un tanto larga. Basada en el best seller homónimo de Paula Hawkins, la historia es un conjunto de mentiras y teorías que llevan al espectador por distintos estadíos en referencia a sus personajes y eso es algo muy bueno para destacar. La transformación de Emily Blunt a base de tan solo ojeras y mala postura es genial por lo que vuelve a demostrar el por qué es una de las grandes actrices en actividad de este momento. El resto del elenco es sólido y están todos en la misma sintonía pero debajo de la excelencia de la protagonista y al ver el desarrollo del personaje queda muy claro por qué había tantas actrices interesadas en el papel cuando se anunció el proyecto. Tate Taylor, quien ya se había presentado al mundo con la nominada al Oscar The Help (2011) pero que se carrera no terminó de despegar, es el director y crea una buena atmósfera pero que es inevitable comparar con David Fincher y está claro que el realizador de Gone girl (2015) es muy superior. La fotografía sombría y ciertos planos se ponen en servicio de la historia para causar sorpresas aunque por momentos da la sensación que se estiraron situaciones. No se puede hablar mucho más sin spoilear así que solo voy a decir que si les gustan las películas de suspenso e intriga La chica del tren es una buena candidata y que posee una protagonista brillante.
Crítica emitida por radio.
LA GUERRA DE LOS SEXOS Es admirable como ciertos relatos cobran mayor o menor fuerza, o significación, a partir de los tiempos en los que son contados sólo por la temática que abordan. La Chica del Tren, como libro y película, no es la excepción, no solo por aquello último sino por el enfasis en ciertos comportamientos que, de nuevo, a partir de problemáticas de género contemporáneas se hacen muchisímo mas empáticas en su recibimiento. Con 11 millones de copias vendidas, el libro en el que se basa la pelicula de Tate Taylor relata los pormenores de la vida de Rachel (Emily Blunt) a partir de un divorcio conflictivo con terceras en discordia y planes de vida frustrados. Las introducciones iniciales, de conflicto y de personajes, harán deducir que Rachel no sólo aún no pudo superar la separación con Tom (Justin Theroux), sino también al hecho de que él haya rehecho su vida, y ahora tenga una hija con la que alguna vez fue la amante (Rebecca Ferguson) de su ex-esposo. Así Tate nos presenta un mundo de mujeres fallidas y sometidas, ya sea por addiciones y obsesiones, o por el mero hecho de hacer caso omiso ante determinadas situaciones de pareja (que no contaremos aquí). mv5bytawndvhyzatnzeyos00yjblltg0zgitmgmyztyxmdkwyjg0xkeyxkfqcgdeqxvyndkxmtgyotu-_v1_sx1273_cr001273999_al_ Pero a medida que se suceden los flashbacks, Tate va sacando los velos de sus personajes y, como en todo thriller dramático, nadie es quien aparenta ser. Los giros argumentales y los descubrimientos que haremos acerca de quien es quien se darán en la linea narrativa de lo que Gaspar Noé (Irreversible) llama “contra natura”. O sea, un manera de contar los hechos, heredera estricta del cine moderno, no cronológica. En esta sucesión de revelaciones retroactivas, La Chica del Tren comete su peor torpeza: como el David Fincher mas recalcitrante, el giro argumental se convierte en un fin, tal vez predecible, dejando al resto de la trama y todo ese camino recorrido de sospechas infundadas y guiños no confirmados, en meramente un juego. La Chica del Tren presenta presenta personajes oscuros, multiples sospechosos y una subtrama que intenta decir algo sobre los papeles de la mujer en la sociedad y la violencia de género. Sin embargo, Tate elige lo lúdico sobre la critica social, y es en esa apuesta donde en vez de patear el tablero, La Chica del Tren pierde el juego.
Crítica emitida por radio.
Denso melodrama mal disfrazado de historia policial Vender esta película como un thriller es una flagrante publicidad engañosa. Basada en el best seller de Paula Hawkins, esto es cero suspenso, todo melodramón. Copiando la estructura de la novela original, el director comienza el film con una secuencia de presentación para cada una de las tres mujeres unidas por un extraño nexo. Una es una alcohólica con la vida destruida, que todos los días toma un tren y ve por la ventana una casa donde una pareja parece tener una relación ideal. La principal protagonista, Emily Blunt, se obsesiona con la chica que ve por la ventana al punto de que cuando en una ocasión la ve besándose con otro hombre estalla en ira y se baja del tren con la intención de arengarla para que no arroje su vida por la borda. Pero el asunto es que muy cerca de esa casa está su viejo hogar, donde ahora su exmarido vive con su nueva esposa, la que completa el trío de mujeres. Y un bloqueo mental propio del alcoholismo sumado a la desaparición de la chica que la hizo enojar complica mucho las cosas. Para empezar, la estructura narrativa es complicada de más, no sólo por dividir el relato entre las tres mujeres, sino también por abusar de los flashbacks que atrasan y entorpecen permanentemente la fluidez del relato, que de todas maneras resulta bastante obvio por más que se lo intente complejizar. Recién hacia la última media hora final la trama ofrece un giro interesante, pero como igual sigue resolviendo todo con flashbacks, la tensión brilla por su ausencia (y el insípido score de un poco inspirado Danny Elfman realmente no ayuda). Lo más rescatable de este denso melodrama mal disfrazado de policial es la actuación de Emily Blunt y algunas escenas eróticas con Haley Bennet, que interpreta a la chica desaparecida.
No se debe mirar el amor desde la ventanilla La novela fue un best seller. No la leímos. El film es decepcionante. Por tramposo, desordenado, tan insustancial que roza el ridículo. Algunos lo han querido ver como un nuevo género a la sombra de la violencia de género. Mucho ¿no? El comienzo de este viaje es prometedor: una mujer abandonada por su esposo, alcohólica, obsesiva y medio delirante, toma un tren todos los días, pero no para ir a trabajar, sino para poder ver desde la ventanilla la que fue su casa. Y de paso, como contraste, lo que sucede en una casa vecina, donde vive una pareja aparentemente feliz. Pero las ventanillas mienten. Y esto no es nuevo. Se ve a veces lo que se quiere ver. Y cuando uno baja del tren y camina por tierra firme se da cuenta que la cosa es distinta. Y sobre todo esto se torna más turbulento en la cabeza de esta mujer desquiciada, (después veremos por qué y por quién) que perdió su esposo por no darle un hijo y que se masoquea viendo desde esa ventanilla a su ex, con esposa nueva y bebita. El tema daba tela para poder cortar. Pero en lugar de mostrarnos este cóctel de obsesiones y despecho, de engaños y manipulaciones, en lugar de poder asomarnos a esos amores cruzados por vientos de venganza, envidia y dolor, el film prefiere enfatizar sólo los aspectos más efectistas de una historia sangrienta, con muchos sospechosos y hombres aprovechadores y mujeres sufridas. Y lo hace de una manera enredada, con una estructura narrativa con tantas vueltas atrás, que el espectador debería ir con un almanaque para poder ajustar mejor el cuadro. ¿Alguna conclusión? No hay que mirar el amor desde la ventanilla, porque se nos puede empañar la vida.
Siempre es complicado estar a la altura (del éxito) de un best seller cuando éste se traslada a la pantalla grande. Es el caso de Paula Hawkins y su novela “La Chica del Tren” (The Girl on the Train), que dejó un gran impacto por el camino desde su publicación en 2015. Hollywood no perdió el tiempo y, enseguida, adquirió los derechos para transformar esta historia cargada de misterios en un gran thriller, algo bastante parecido a lo ocurrido con “Perdida” (Gone Girl, 2014) de David Fincher, adaptada de la novela de Gillian Flynn. Lamentablemente, hay un abismo entre ambos films. Tate Taylor (“Historias Cruzadas”) y la guionista Erin Cressida Wilson no saben como crear un verdadero clima de suspenso, como contar un relato desde diferentes puntos de vista, ni como lograr que el espectador empatice con algunos de sus personajes y sus miserias. “La Chica del Tren” (The Girl on the Train, 2016) es todo lo malo que le puede pasar al género: insípida desde lo visual, predecible desde su argumento, y demasiado misógina y retrógrada para los tiempos que corren. La historia se centra en tres mujeres muy diferentes. Rachel (Emily Blunt, lo único rescatable de este lío), divorciada hace dos años y muy afecta a la bebida que, día tras día durante su viaje en tren a Nueva York, atestigua la vida de una pareja súper enamorada a través de la ventanilla. Son todo lo que ella no pudo lograr durante su matrimonio fallido y eso la obsesiona demasiado. A pocos metros de allí, está la vivienda que solía compartir con su ex marido Tom (Justin Theroux), que ahora él ocupa junto a su nueva esposa Anna (Rebecca Ferguson) y su bebé. Anna, ex amante por la cual abandonó a Rachel, es la típica ama de casa que sueña con la casita en los suburbios y la cerca blanca; sumisa, aburrida y temerosa de que Rachel venga a arruinarle su perfecta existencia. Claro que su vida no tiene nada de perfecta. Anna no tiene una carrera y pasa sus días fuera de casa dejando a la beba al cuidado de Megan (Haley Bennett), una joven con un pasado bastante convulsionado, que no tiene ninguna intención de convertirse en madre. Megan es la chica enamorada que Rachel ve todos los días, fantaseando sobre su apasionado matrimonio y lo que pueda ocurrir puertas adentro. Pero nada es perfecto en la vida de Megan, esposa de Scott (Luke Evans), un tipo bastante celoso y controlador. La película arranca contándonos el presente y pasado de estas tres mujeres desde sus propios puntos de vista. La narrativa pronto abandona este recurso (no sabemos por qué) y se estanca en una historia que, poco a poco, va perdiendo el interés en vez de mantener enganchado al espectador. Por un lado, tenemos a estas tres protagonistas y sus problemas cotidianos (el alcohol, algún que otro trauma adolescente). Por el otro, una trama de misterio que se desencadena tras la desaparición de Megan, un hecho casi anecdótico que se desprende de lo policial para caer en el melodrama. Resulta que, en uno de sus tantos viajes, Rachel ve algo que no debe ver. Una traición que saca a relucir su lado más oscuro y obsesivo, una combinación que no se lleva nada bien con sus borracheros y desmayos. Al día siguiente, despierta cubierta de sangre sin poder recordar absolutamente nada. Confusa y vigilada por la policía, está decidida a descubrir la verdad y el paradero de esa chica de la cual ni siquiera conoce su nombre. En los papeles todo esto luce muy bien, pero no es la pantalla. La trama se torna increíblemente inverosímil, tanto desde su desarrollo, como las acciones de los personajes. Así, “La Chica del Tren”, una novela interesante cargada de suspenso y temas complicados como la maternidad, el alcoholismo y las manías, se convierte en un dramón protagonizado por mujeres insulsas, traicioneras y desesperadas, que nada tiene que envidiarle a la peor telenovela mexicana. Teniendo tan buenas actrices y una premisa copada, Taylor no puede hilar una trama coherente, llena de baches y lugares comunes, que pone en el centro de la escena a tres mujeres bastante pavotas en relaciones machistas, abusivas y controladoras en pleno siglo XXI con tanta ligereza. “La Chica del Tren” molesta, no por su infinidad de errores narrativos, sino porque nos trata a los espectadores de idiotas.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030
Con adecuada ambientación para un film de suspenso, La chica del tren tiene una rebuscada trama que no está a la altura de las expectativas ni del potencial de la actriz principal, Emily Blunt. Desempleada, Rachel (Blunt) viaja todas las tardes en el tren que va de Manhattan al norte del estado de Nueva York; siempre desde la ventanilla, en cada viaje observa a Anna (Rebecca Ferguson) junto a su ex marido Tom (Justin Theroux), disfrutando del bebé que ellos no pudieron tener, a veces en brazos de Megan (Haley Bennett), la niñera, que vive con el posesivo Scott (Luke Evans) pero está enganchada con su analista Kamal (Edgar Ramírez). Una tarde, Rachel ve (siempre desde la ventanilla del tren) a Anna besándose con alguien que no es Tom. Rachel desciende a la estación y va en busca de Anna, que justamente sale de la casa y se mete en un túnel. Minutos después, Rachel aparece ensangrentada en su casa y la policía busca a Megan, que está desaparecida. ¿Pero a quién vio Rachel, realmente?, le pregunta la policía, porque Megan y Anna son muy similares… Como un film de Brian De Palma hecho a los apurones, La chica del tren es un thriller con un inesperado giro en el final, pero sin solidez argumental y personajes inverosímiles, apenas elaborados.
El pasado te condena Rachel es una mujer deprimida y alcohólica. Devastada por su reciente divorcio, y despedida de su trabajo, pasa sus días fantaseando con una pareja aparentemente perfecta que ve todas las mañanas desde el tren que la lleva a Nueva York. Al mismo tiempo está obsesionada por la vida de su ex marido con su nueva mujer, y la bebé que tuvieron juntos. Pero un día observa desde el tren un hecho que la moviliza y que la termina involucrando en un caso de asesinato. Basado en el best seller del mismo nombre de Paula Hawkins, "La chica del tren" es un thriller psicológico con demasiadas trampas y vueltas de tuerca. El director Tate Taylor ("Historias cruzadas") construye la historia como una pirámide de flashbacks que intentan mantener la tensión y el suspenso, pero este recurso se va desgastando a medida que transcurre la película. Los puntos de vista de los personajes también cambian caprichosamente y se esconden como en un juego de naipes, pero el efecto buscado sólo se traduce en un melodrama muy básico. Algunos críticos vieron sobre el final del filme una reflexión y una condena hacia la violencia de género. Y eso está. Pero la superficialidad de la película hace que cualquier posibilidad de reflexión quede velada.
Basado en el “best sellers” homónimo, que a esta altura de los acontecimientos sabemos que significan nada, pero que tomando como parámetro la cuestión temporal podría decirse que todo es muy rápido. El libro se publico en 2015, un año después se estrena la película. Libro mejor vendido, los productores esperan lo mismo, supongo. Esa rapidez en busca de dividendos se contrapone al manejo temporal del relato cinematográfico, en tanto presentación del conflicto, desarrollo, y resolución del mismo. El problema es que teóricamente estamos frente a una producción que debería responder al género del suspenso, situación que no se produce, pues la velocidad de producción parece haber restado tiempo en la construcción de los personajes, de tan regular escritura que cada uno que va apareciendo en su introducción ineludiblemente se presenta definido, esto significa previsible. Entonces la recurrencia a los cortes y analepsis constantes parecen querer establecer ese orden de suspenso y sólo transitan sobre la suspensión, no del espectador sino de los realizadores. La idea que se despliega es que intentarían disimular, con el supuesto laberinto expresivo temporal, una trama por demás superflua, sintética, lo que redunda en la artificialidad del resultado. Ello no implica que la fotografía sea de muy buena factura y el diseño de sonido y la banda sonora se establezcan en la misma calificación, la falla está presente a partir de una fábula prosaica y por la pretenciosidad del guión. Lo mismo sucede con los cambios de puntos de vista, o de los narradores, se sienten forzados, falsos, como un juego de espejitos de colores, sin sustento estructural, ni generando intriga alguna, aunque esa debería ser la idea directriz. Rachel (Emily Blunt) es quien nos introduce en su vida actual y simultáneamente en aquella que se le fue de las manos. Todos los días va y viene de su trabajo en tren, a la misma hora, de ida y de vuelta, eso le da la oportunidad de observar a una pareja envidiable, ya sea desayunando en la terraza de su casa, o cenando en el porche de la misma. El amor en esencia puro. En ese mismo vecindario vive su ex marido con su actual mujer y el hijo de ambos. Pero algo ocurre. Rachel es testigo de un suceso, para ella perturbador, desde la ventana del tren, será real o sólo una sensación, pero luego una desaparición misteriosa le agrega importancia a testimonio de nuestra heroína La única que parece poder unir las historias es ella, pero hay un detalle, es una alcohólica, casi rayana en la psicosis etílica, con lagunas mentales, confusión, pérdidas de conciencia, todo un combo en donde se podría haber edificado una buena trama, pero la inclusión de vidas cruzadas le hace perder potencia la historia. Pues desde la violencia de género en la superficie del relato a la mirada misógina subyacente en el filme hay sólo una débil línea que separa. Tres mujeres, varias historias personales, desde Rachel, la mujer abandonada, hasta Megan (Haley Bennet), una joven con una historia trágica detrás, oculta, reprimida, pero determinante, pasando por Anna (Rebecca Ferguson), la actual mujer del ex de Rachel, sabe pero no se quiere enterar de quién es ese con quién comparte el lecho todas las noches. Todos los personajes masculinos son de un maniqueísmo atroz, por momentos un catalogo de clishés. Desde el marido devastado por la perdida, y el comprensivo manipulador de mujeres, hasta un psiquiatra que pelea para que no se note su origen sudamericano. Si algo sostiene el interés son las actuaciones del trío protagónico femenino, principalmente Emily Blunt, casi se la podría pensar como candidata a una nominación para los premios de la academia del 2017, lo mismo debería suceder con la performance de Allison Janney en el rol de la detective Riley, quien lleva delante la investigación. Sólo actuaciones. Eso no alcanza.
Por un lado, está muy bien Emily Blunt, cuya mujer divorciada con problemas serios (más serios de los que podría parecer en principio) nos conduce por este mundo que es al mismo tiempo el de los deseos de una clase media suburbana y la fantasía -el miedo- sobre la violencia familiar. Pero lo que importa -o lo que importaría- es que esos temas se combinen en una trama de suspenso efectiva, que realmente sufriéramos la doble tentación de saber y no querer saber que implica a la protagonista. Hay un misterio, por supuesto (¿qué pasó esa noche y por qué las cosas, al despertar, parecen tan horribles?) pero si bien la película apuesta por momentos interesantes, en cierto punto comienza a ceder a una mecánica previsible hasta en sus sorpresas. El tema se diluye en la construcción de flashbacks y golpes de efecto, que imaginamos que veremos más tarde o más temprano. Así, salvo por la actuación de su protagonista -que es una actriz cabal y cada vez mejor, aunque también cada vez más artificialmente “sufrida”-, no hay mucho más para ver.
DESCARRILANDO BELLEZA Teniendo en cuenta las repercusiones de la novela que le dio origen, La chica del tren era de esas historias que uno suponía que podían utilizarse a manera de proselitismo feminista aunque terminara siendo un producto un tanto lavado para no sesgar el alcance hacia el gran público o que la salida en pareja al cine terminara convirtiéndose en una batalla campal provocando “unos cuántos novios menos” luego de cada proyección. Nada de eso se ve directamente o se deja traslucir en esta adaptación, y lo que se plantea apenas como un thriller interesante de naturaleza enrevesada se convierte en cambio en un drama denso de resolución muy pobre e intrascendente. El film presenta al personaje de Emily Blunt (Rachel) como a una mujer con problemas de alcoholismo, separada de manera traumática de su marido y obsesionada con una pareja a la que supone idílica y que contempla desde el tren en el que viaja diariamente hacia Nueva York. En realidad se trata de dos parejas de residencia vecina: la de su ex Tom (Justin Theroux) que vive con su nueva novia Anna (Rebecca Ferguson) y el bebé de ambos, y la niñera Megan (Haley Bennett) con su novio Scott (Luke Evans) a metros de distancia. No tardará en involucrarse con ellos y en especial con la nueva pareja de su ex marido con quien ha tenido una criatura, algo que no pudo conseguir ella misma por problemas de fertilidad y se convirtió en el motivo principal de su tormento. A partir de la desaparición de Megan, Rachel se involucra y comienza a traer los fantasmas de su pasado, surcado por el odio y la traición y complicando todo con episodios de amnesia. Cuando luego de varios giros dramáticos la verdad sale a la luz en medio de revelaciones bastante obvias y llenas de clichés, todo es mucho más sórdido y cruel de lo que parecía desde un comienzo, aunque demasiado predecible. Los cambios de puntos de vista, el intento de forzar la perspectiva narrada de lo sucedido desde distintos personajes, en lugar de aportar originalidad y frescura brindan una confusión que, lejos de ser valorada como truco de realizador avezado, se parece más al mareo que provoca el girar a una persona con los ojos vendados para complicarle que rompa una piñata. Tampoco el sentido estético ayuda, la fotografía está muy bien cuidada así como la dirección de arte, pero no dejan de lucir artificiales. Le dan un look de telefilm que se preocupa más por la combinación de cortinas y colores de los sweaters de los personajes que por la intensidad dramática a transmitir en cada plano. Hasta las escenas eróticas en la ducha son poco verosímiles por lo excesivamente cuidadas. Y siguiendo con el tema estético lo primero que pensé fue en lo lindo que luce el cast femenino. ¿Para qué nos vamos a engañar?: tener a Blunt, a Ferguson y a Bennet como el trío de femmes fatales para defender la historia es un lujo visual, que también se convierte en un duelo dramático porque todas aportan lo suyo con solidez. Y así como siempre responsabilizo al director por las malas actuaciones, debo reconocer que el trabajo de Tate Taylor (Historias cruzadas, Lazos de sangre) es muy respetable en cuanto a lo que consigue con sus personajes femeninos, no así con el fluir de la historia misma que se pierde en una complejidad que no tiene sentido alguno. Emily Blunt se destaca sobre todo en el primer tramo porque luego su perfomance decae aunque se deba, lamentablemente, a defectos narrativos que la exceden y tiene que ver con la impericia del realizador sobre lo que mencioné anteriormente. Es también un contrasentido lo que se intenta hacer desde el supuesto mensaje feminista que alberga el film. Tres mujeres hermosas pero a su modo atormentadas como para no lucir su plenitud que viven su estado emocional de manera totalmente dependiente del hombre que las acompaña. Los personajes masculinos dejan bastante mal parado al género, es verdad, pero el patetismo en la conducta de las mujeres es tan notorio que no se entiende bien qué es lo que se está denunciando o reivindicando. No hay personajes femeninos “fuertes” en el guión, por el contrario son sumamente imperfectos y sufrientes, víctimas de su dependencia a su complemento masculino. Quizás sea esa la óptica deseada, la de intentar empatizar desde la lástima como contrapunto a todos los blockbusters en los que se nos muestran heroínas todo poderosas y autosuficientes. Si esa fue la estrategia no creo que se haya logrado. No de manera clara, al menos. En definitiva a este tren le faltan varios vagones, el del suspenso que se da de manera sostenida y creciente, el de los climas que van creándose con cada situación, el de la riqueza de los personajes impredecibles que tengan más de un matiz y no se constituyan sólo en víctimas y victimarios, y el de el golpe de gracia, el de la contundencia en el final que aquí descarrila torpemente sin que se nos mueva un pelo por lo que le pase a esa chica aunque tenga la cara de Emily Blunt.
La exitosa novela de Paula Hawkins tardó un año y medio en tener su adaptación cinematográfica. No es para menos ya que su conflicto, uno que recuerda a las películas de Alfred Hitchcock y sobre todo a Strangers on a Train, era idóneo para ser llevado a la pantalla. No obstante la sola premisa no basta, lo más importante radica en cómo se narra. The Girl on the Train nos sumerge en un thriller en el cual lo que sucede es menos importante que los implicados. Porque jamás daremos en la tecla correcta a la hora de imaginarnos a una persona mirada a través de una ventana. El ser humano es ambiguo, es lo que aprenderá la protagonista Rachel Watson una vez que cruce la barrera que separa la mera observación de la acción. Tate Taylor encuentra en el conflicto el modo esencial de mantener al espectador atrapado en la trama: la caracterización de los personajes. Lo que es el punto más álgido para mantener la ambigüedad del nudo argumental es, a la vez, la lógica que arma las relaciones entre los personajes. Unos que tienen un pasado que los describe y los mortifica. La trama se convierte en un armado de relaciones más que una sucesión de acciones. Y dentro de esta red de personajes se encuentra Rachel (Emily Blunt), una mujer torturada por la bebida y la imagen de su ex esposo. Es su condición de alcohólica la que le impide rememorar los acontecimientos del conflicto en el que se vio implicada, la muerte de Megan (Haley Bennet), la mujer que idealizaba cada vez que la miraba desde el tren. Vamos armando junto con la protagonista un rompecabezas caracterizado por sujetos tan turbios como violentos y, no obstante, tampoco podemos estar tan seguros de confiar en sus visiones borrosas. El enigma que revela el homicidio se toma ciertas licencias para facilitar la información que se tiene de los involucrados, así como el guión que se torna por momentos condescendiente con el espectador. A pesar de estos dos factores, la narración es por demás interesante e intensa. Todo radica en la información que se le da y niega al espectador y a la propia Rachel. Sus recuerdos vagos y borrosos, que se encuentran en el inconsciente, tienen un carácter atemporal que se traslada al relato, que se mueve inflexiblemente por distintos momentos de la historia de los personajes, desde meses hasta días atrás, para ir progresivamente deduciendo lo que sucede. A partir de intertítulos, estos saltos están especificados y se ligan con la complacencia que a veces se encuentra hacia el público. Aquí se establecen dos juegos, uno el que juega el espectador que posee mayor información, y el otro, el que juega Rachel en desventaja. Dos juegos con una meta final, averiguar quién asesinó a Megan. Párrafo aparte para una Emily Blunt descollante, más que nada en la primer parte del film, que aún incentivada por resolver el crimen mantiene el tono lastimoso y trágico que caracteriza a su personaje maltratado por el alcohol y por el abuso machista, que también alcanza a los personajes de Megan y Anna (Rebecca Ferguson), y del cual se hace una fuerte crítica. Los primeros planos que saturan la pantalla orquestan un desfile de emociones intensas que sumergen al espectador en el dolor a flor de piel de los personajes femeninos. The Girl on the Train es una lección de construcción de personajes teñida de thriller y una crítica en tiempos de violencia hacia la mujer. Un rompecabezas que se arma con información que puede ser tan falsa como verdadera, aunque todo dependa de si formamos parte del juego o miramos desde la ventana.
Suspenso y paranoia se unen en la adaptación a la pantalla grande del best seller de Paula Hawkins protagonizado por Emily Blunt. Rachel (Emily Blunt) pasa sus días viajando en tren, su mirada traspasa la ventanilla y su imaginación vive otras vidas, las que ve detrás del vidrio. La velocidad no impide que se involucre con una hermosa y joven pareja. A modo de capítulos, cada vez que el tren pasa por el lugar en que vive la dupla enamorada, Rachel ve una imagen de ellos disfrutando gratos y románticos momentos. La protagonista es una mujer angustiada por una separación que no puede superar, de modo casi obsesivo llama todos los días a su ex marido, quien se encuentra nuevamente casado y tiene una pequeña hija. Este estado de depresión va acompañado de un consumo en exceso de bebidas alcohólicas, motivo principal de su divorcio. Cuando Rachel se entrega al alcohol tiene lagunas mentales, durante su estado de embriaguez se olvida de lo sucedido. Este recurso será utilizado por el director Tate Taylor para ir reconstruyendo la historia de la desaparición de aquella joven mujer que tanto admira Rachel y cómo una voyeurista espía por la ventana del tren. Si bien La Chica del Tren nos muestra una serie de relatos intrincados, todos los personajes tienen algo en común y se conectan de algún modo en torno a la historia de Rachel. A medida de que esta vaya recuperando sus recuerdos, la historia irá adquiriendo sentido y es en este momento en que decaerá el film. Todo el suspenso que se venía gestando a través los recuerdos confusos e intermitentes se vuelve un gran cliché. Una resolución forzada con intención de sorprender altera los roles de los personajes. Quien parecía estar al borde de la locura resultará ser el más cuerdo y viceversa. Es así que la historia de La Chica del Tren se tergiversa y el final se torna un tanto inverosímil. Lo único que sale indemne es la excelente actuación de Emily Blunt, quien construye un personaje con una sensibilidad y solidez que atraviesa la pantalla. Sin duda, se trata de un film en el que las buenas intenciones e interpretaciones no bastan.
LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES No alcanza una actriz para salvar una película, menos aun cuando se la dirige desde el estereotipo. Una Emily Blunt excesivamente maquillada y visiblemente afeada, hace lo que puede en la intrascendente La chica del tren. Dirigida por Tate Taylor (The Help: Historias Cruzadas), el argumento nos presenta a Rachel (Emily Blunt), una alcohólica atribulada con la que se hace difícil empatizar, que toma el tren desde los suburbios hasta Manhattan diariamente y que aporta una pista clave en un caso de desaparición. Su trayecto incluye pasar por delante de la casa donde antes vivía y que ahora habitan su ex, Tom (Justin Theroux, insólitamente desaprovechado) junto a Anna (Rebecca Ferguson), su nueva mujer, y su hija bebé. A algunos metros viven Megan (Haley Bennett) y Scott (Luke Evans), quienes a ojos de la protagonista, representan la pareja perfecta. Un día Rachel ve a Megan en el balcón con otro hombre, poco antes de desaparecer. ¿Fuga de amantes? ¿Secuestro? ¿Asesinato? De un momento a otro Rachel se transforma en testigo y también en sospechosa. Sus lagunas mnémicas producto del alcohol le impiden saber cuál fue su papel en la desaparición. Solo recuerda que estuvo en las inmediaciones del lugar donde Rachel fue vista por última vez. Habrá que buscar la respuesta en sus recuerdos. Por la senda de Memento (2000) y Perdida (2014) transita La chica del tren, mezcla de thriller psicológico y melodrama suburbano que se desinfla a medida que pasan los minutos. Las historias de Rachel, Megan y Anna, tres mujeres unidas por el mismo elemento: un bebé (una no puede tenerlo, una lo tuvo y lo perdió, una lo tiene) se entrecruzan bien en el libro, amalgamadas por un suspenso que mantiene atento al lector pero que brilla por su ausencia en la película. Desaparecido el suspenso y por puro descarte, el whodunnit cae cuando todavía queda mucha película por delante. El problema más importante que tiene La chica del tren es que al espectador le ocurre algo similar a Rachel. Así cómo ella no puede dejar de mirar la vida privada de la pobre Megan y el ultramacho Scott, el espectador no puede sustraerse de la violencia gratuita que entrega el guion de Erin Cressida Wilson. Ninguno de los personajes queda muy bien parado: Anna se remite a ser madre, Megan a duras penas parece un ser vivo, Rachel solo ofrece depresión. Tom y Scott tienen mucho de ornamento, y el tercer hombre, el psicólogo Kamal Abdic (Edgar Ramírez) se destaca por su falta de ética profesional. Mujeres víctimas y hombres victimarios. Nada bueno puede salir de ahí, ni en la realidad ni en la ficción.//∆z
Un lamentable film donde la única esperanza podría ser que el libro en que se basa no caiga en tantos lugares comunes Paula Hawkins escribió hace casi dos años “The Girl on the Train” traducida literalmente como “La chica del tren” y ocupando un lugar de privilegio en las principales librerías del país. Ahora llega al cine con idéntico título y en verdad dan ganas de leer el libro para ver si al menos en su versión literaria hay más sustancia. Rachel, interpretada por Emily Blunt (“El diablo viste a la moda”) es una mujer divorciada y frustrada, además de alcohólica que diariamente viaja a Manhattan en el tren del título. Pasa por delante de la casa donde habitaba con su ex marido Tom (Justin Theroux), quien ha formado nueva pareja con la rubia Anna (Rebecca Ferguson) y con quien tiene una hija. Hay aún una tercera joven, Megan (Hayley Bennett, vista recientemente en “Los siete magníficos”), vecina quien hace de baby sitter de la nena del ex de Rachel. Hasta que un día Rachel ve a través de la ventana del tren y en la terraza a Megan, en actitud sospechosa no con su celoso y posesivo marido Scott (Luke Evans) sino con Kamal (Edgar Ramirez, reciente actor en “Manos de piedra”), el psiquiatra de ella. La desaparición de Megan transforma a la historia en un thriller donde hay más de un sospechoso pero al promediar las casi dos horas ya se vislumbra qué ha ocurrido. Es la oportunidad para que aparezca el personaje de la Detective Riley, que protagoniza Allison Janney y a quien se ha visto en un film anterior de Tate Taylor, muy superior al que ahora nos convoca. Nos referimos a “Historias cruzadas”/ “The Help” donde el tema central era el racismo en los Estados Unidos. Habrá varias pistas, a menudo falsas, como las lagunas mentales del personaje central o el problema de su pareja con Tom al no poder quedar embarazada. En el reparto se destacan como uno de los pocos hechos destacables las interpretaciones femeninas, inclusive una breve aparición de Lisa Kudrow como una amiga de la conflictuada Rachel. En cambio son penosas las actuaciones de los tres actores principales. El que peor parado sale es Justin Theroux pero no le van muy en saga los otros dos personajes masculinos. La resolución, que según parece no es idéntica a la del libro, es elemental y en el balance es posible afirmar que el film en nada contribuye a la promoción actoral de ningunos de los intérpretes.
La chica del tren es la quinta película del director Tate Taylor. Un thriller atrapante basado en el best seller de Paula Hawkins. Se centra en la vida de Rachel (Emily Blunt), una mujer separada y desolada, que vive en New York. Todos los días toma el tren para ir a su trabajo, desde allí puede observar por unos instantes las vidas de las personas que viven frente a las vías, uno de ellos, su ex marido con su nueva vida. Obsesionada con ello, fantasea bajo los efectos del alcohol las situaciones que se dan en esa casa y la de los vecinos. Situaciones confusas y cada vez más graves que el espectador tendrá que develar con el correr del relato. Un buen trabajo de Blunt, con expresiones genuinas y sin sobreactuaciones, que acompañada por movimientos de cámara y detalles sonoros terminan de darle clima a las escenas. Con varios puntos de giro logra sostener la tensión durante las casi dos horas de proyección. Una película que entretiene hecha correctamente.
Un thriller que a pesar de sus fallas, se deja ver y entretiene bastante. El cuento está bueno y está hábilmente contado, aunque su reiteración empieza a cansar un poco. Lamentablemente cuando llega el momento del desenlace, y comienza a cambiar...
La chica del tren: Un viaje interminable hacia lo mismo. Después de una larga espera se llevó a cabo el estreno de “The girl on the train” con la bella Emily Blunt como protagonista. El resultado nos deja un mal sabor de boca. Es tétrico que se haya naturalizado las apuestas cinematográficas de Hollywood que actualmente se rigen por tres líneas: remakes, secuelas y adaptaciones que nadie pidió y quiere. Pero siguen convocando gente y, hasta que no deje de funcionar, no se dejará de explotar. “La chica del tren” es otra película más de este montón de estrenos sin sentidos y coherencias que se viene haciendo hace años. La película nunca queda bien parada y se desperdicia todo el talento de Emily Blunt. La historia cuenta como una mujer (Blunt) alcohólica de vida taciturna, post-divorciada que observa algo por la ventanilla del tren mientras viaja sin rumbo alguno y trata de ver cómo la vida de los demás se desenvuelve de forma jubilosa y alegre. Esa visión será una pista clave para descubrir un caso policial en que se verá envuelta esa misma noche y que intentará recordar varias veces ya que los efectos de la bebida la dejarán con nebulosas en la memoria. Una especie de “Ventana indiscreta” (1954) pero con en los ojos femeninos. En la investigación quedarán enredados la pasajera, su ex esposo, la mujer por la que la dejó, un bravucón sediento de venganza y el psicoanalista quien se pierde en el medio de la narración. La trama no solo se vuelve absurda y casi estúpida sino que el director, Tate Taylor, no se cansa de señalarte las huellas y los guiños para que entiendas a la perfección lo que está pasando (el tren, el túnel, la gota de agua, etc). Todo un condescendiente de primera. Donde debería celebrarse el juego de miradas, triunfa el desenfoque y el tedio. El suspenso nos es fútil y efímero, no se logra empatía con los personajes secundarios que son demasiados huecos y banales. No hay lugar para el espectador, para la sorpresa. O peor aún, va a un ritmo lento y despilfarro dejando la tensión afuera de todo el relato. La oscuridad se apodera pero en la simpleza del guión a cargo de Erin Cressida Wilson (“Retrato de una obsesión”,2006), donde la única verdad para los personajes se rige en saber quién tiene la culpa de todo. Y la crítica hacia al machismo no se hace esperar, las piezas masculinas de esta obra son todos “malos” con las mujeres y abusivos tanto de forma oral como física. No hay bondad ni piedad en ellos. Sin embargo, no todo está perdido, la actriz Emily Blunt (“Into the Wood”, 2014) iluminará la poca dignidad que puede tener el relato, con una actuación noble pero desperdiciada en esta obra que será para el olvido. Además, de un sólido Edgar Ramírez (“El libertador”, 2014), como el psicoanalista de la trama,que viene acechando buenas interpretaciones en los últimos años. Durante las casi dos horas de cinta veremos sobreactuación, abusos de flash back, música fuera de contexto, personajes sin carisma y casi (por no decir nula) intriga de lo que está pasando. Doy por sentado que los amantes del libro homónimo estarán decepcionados por su par en la pantalla grande. El film termina siendo un perfecto panfleto del post feminismo que estamos viviendo y que ya nos tiene un tanto harto de tanto parloteo y eco. Mucho ruido, poco cine.