Una comedia con delirios, toques melancólicos, observaciones punzantes sobre la sociedad francesa, toques románticos y dramáticos. Los guionistas y directores son Oliver Nakache y Eric Toledano, creadores de la recordada “Amigos intocables”. Ellos señalan como fuente de inspiración desde experiencias personales como meseros en sus comienzos, algunos films de Claude Sautet y el ultimo episodio de “Relatos salvajes” de Damian Szifron. Contaron para este film coral, un protagonista excepcional: Jean Pierre Bacri, que colaboró sin figurar en el guión (recordemos que junto a Agnes Jaoui es el creador de “El gusto de los otros”). El es Max un hombre que durante muchos años se ha dedicado a la organización de fiestas. En este caso el film transcurre en parte de día y toda la noche de una boda en un suntuoso castillo. Las situaciones se complican: el tiene una amante que decidió darle un ultimátum y finge tener un idilio con un mozo. Mientras el trata de ponerse en contacto con su esposa. En el grupo de cocineros y mozos esta toda la variedad, desde los contratados por lástima y sin experiencia, los indocumentados, los que sueñan con otro destino. No falta el fotógrafo mas interesado en la comida que en su trabajo, el cantante que se cree un divo, la segunda en la organización que se deja llevar por su mal temperamento y la máxima del jefe: “tenemos que adaptarnos”. Entre comida descompuesta, mozos enfermos, un viaje a buscar alimentos de reemplazo, un novio demasiado creativo que hasta vuela hasta sobrellevar un corte de luz. Pero por sobre todos estos acontecimientos sobrevuela una mirada crítica hacia los franceses, el método de pasantes, los ilegales, las pequeñas trampas, los prejuicios, el racismo, la hoguera de vanidades, la sensación de fracaso, la soledad y más de una esperanza. Junto a Bacri un grupo de muy buenos actores. Un film con un ritmo que no decae pero que da momentos de reflexión, tristezas varias y hasta un toque de compasión para sus criaturas.
Y todo puede salir mal Divertida comedia que acumula complicaciones de último momento; buenas actuaciones. Preparar una fiesta de gran despliegue tiene su encanto y también sus riesgos y decepciones. Y bien lo sabe Max (Jean-Pierre Bacri, el actor de El gusto de los otros), el dueño de una empresa de catering y planificador de eventos de la clase alta, quien cree tener todo bajo control durante su último trabajo: una boda que se celebra en un lujoso castillo del siglo XVII. Este es el punto de partida de la comedia francesa dirigida por Oliver Nakache y Eric Toledano (responsables de la exitosa Amigos intocables que conoció una versión local), que presenta una galería de personajes que están en crisis por diversos motivos, y todo estalla en medio de un casamiento que también se las trae. Lo más interesante de la propuesta reside en los afilados diálogos y en el personaje central que funciona como hilo conductor de una historia que esconde ribetes dramáticos dentro de la misma comedia, expuestos de manera efectiva por los realizadores a pesar de la extensa duración del filme. La vida personal de Max comienza a mezclarse con su metódica rutina profesional: debe consolidar su postergada simpatía hacia una joven asistente (Suzanne Clément) y realizar cambios de último momento para que todo sea inolvidable mientras lidia con su amigo fotógrafo, el DJ de turno, los arreglos florales y los cocineros. Todo por el mismo precio. La logística del evento parece no estar a la altura de las circunstancias que se van desencadenando de manera imprevista y pesadillesca con los empleados de su empresa en esta trama de tono crepuscular que también pone de manifiesto el complicado mercado laboral de la clase media trabajadora francesa. Las carencias de Max, un hombre que piensa en todo menos en sí mismo, quedan al descubierto cuando durante la jornada salen a relucir pasiones, peleas, caprichos de los novios (Benjamin Lavernhe y Judith Chemla) y hasta un número acrobático en globo para sorprender a los comensales. Estamos todos invitados y… advertidos.
Regresan Oliver Nakache y Eric Toledano, responsables del gran suceso de "Amigos Intocables" (que estos momentos se está re versionando en Hollywood bajo el nombre de "The Upside" con Bryan Cranston y Kevin Hart) con otro producto de su factoría, más relajado y acorde a la meseta creativa donde se encuentran. Porque "C'est la vie" (debemos decirlo) no tiene tanto vuelo como su mayor hit ni tampoco se le acerca a "Samba" (del 2014). Pero si hay que reconocerle que ofrece un paso de comedia previsible, simpático y colorido, dentro de una clase social gala próspera y potente, que se permite cierto margen de extravagancias controladas y permitidas. Aquí la trama ubica al popular Jean-Pierre Bacri como Max, un wedding planner de rodaje que enfrenta un interesante desafío profesional, un cliente se casará prontamente y quiere que la fiesta sea de primer nivel. Y sus aspiraciones son muy personales. El quiere sólo "lo mejor de lo mejor". Para eso, elegirá una locación impactante: nada menos que un castillo del siglo XVII, que deberá ser el escenario de una fiesta de lujo extremo con todas las de la ley. Pero claro, el personal con el que cuenta Max no es de lo más selecto, y esto se verá claramente cuando el equipo comience el armado de la fiesta. El DJ, la asistente, el fotógrafo, y muchos más comenzarán a complicarle la vida desde el mismo momento del lanzamiento de la propuesta. Habrá sí romance, reposicionamientos, errores graves en la coordinación del evento y por sobre todo, mucho nervio en Max (que tiene sus temas amorosos en "stand by" y le pueden estallar en cualquier momento), quien verá como la parejita que se casa también aportará a la confusión, generando situaciones locas y promoviendo diálogos reveladores, para los distintos niveles de vinculación entre la gente. Imaginense una ampliación (en tiempo) de lo que era el último episodio de "Relatos Salvajes", bajen un cambio y tendrán una idea primaria de cómo funciona "La fiesta de la vida". En lo personal, me pareció un producto correcto, con actuaciones un poco subrayadas (Eye Haidara, sin ir más lejos) y un guión sin demasiadas sorpresas. No es "La fiesta inolvidable", pero intenta aportar algo de locura dentro de un envase convencional. Es una comedia donde el punto más alto es el carisma de Bacri, un actor que sigue mostrando su capacidad en todos los géneros que transita. "La fiesta de la vida" aporta un recorte simpático si buscás sonrisas y salir de los estereotipos de comedias americanas.
La planificación de eventos implica un ritmo de vida bastante movido, no hay tiempo para estar quieto mientras un salón tiene que ser armado para recibir a los invitados. Por tanto hay que correr, ir detrás de cada detalle, ver que todo quede impecable, lidiar con los extraños gustos de los clientes, tener el training necesario como para poder dirigir a distintos grupos de trabajo, entre ellos: los cocineros, mozos, fotógrafos, decoradores y músicos. De esto se encarga Max Angély (Jean-Pierre Bacri) desde hace ya más de treinta años pero ahora comienza a llegar a su recta final mientras acepta que lo más apropiado sería jubilarse.
La fiesta de la vida, de Olivier Nakache y Eric Toledano Por Jorge Barnárdez Max (Jean Pierre Bacri) está en crisis, no es una crisis personal aunque su vida en ese aspecto no es fácil y cuando empieza la película da rienda suelta de su mal humor y su capacidad de daño con su lengua filosa ante una pareja que trata de bajar todo lo que se pueda el presupuesto de la fiesta de casamiento que están arreglando. La fiesta de la vida es una comedia sobre el mundo de hoy y centra su historia en la que todo hace pensar que sería la última fiesta que Max organizará, así de grave es la crisis del personaje principal. El servicio que se aprestan a brindar Max y los suyos es una fiesta de casamiento en un castillo, una fiesta temática, llena de complejidades, en la que los camareros deben usar uniformes de época, lo que en este caso incluye unas molestas pelucas. El equipo de Max es profesional pero está atravesado por una serie de conflictos que son presentados en los primeros minutos y que explotarán uno a uno a lo largo de la película. La fiesta de la vida es una comedia sobre el mundo de hoy, un mundo complejo, embarullado, que pone a prueba todo el tiempo la capacidad de sortear situaciones y donde lo que parece estar a prueba es la capacidad de adaptación de los seres humanos ante cada nuevo problema que aparece. hay que decir que la película no elude casi ninguna de las temáticas mas conflictivas, desde la inmigración ilegal hasta la desaparición de algunos trabajos. Mientras el protagonista trata de lidiar con su crisis personal de trabajo a la vez se encarga de liderar a su variopinto equipo de trabajo. Nakache y Toledano dirigen con solvencia un guión generoso con los personajes y ponen en juego cierta pericia incluso en el manejo de la cámara y en la puesta en escena. No importa la ligereza en la forma de encarar los temas y que cierta mirada sobre el tema de la adaptación, Max dice más de lo necesario la frase “nos adaptamos”, pero esa mirada un poco inocentona no empaña el resultado final. Una comedia sobre el mundo de hoy que no se excede ni en lo cómico ni en lo melodramático es una especie de bálsamo para estos días, después de todo no hay nada de malo en entrar al cine para gratificarse con un buen elenco y una reflexión sobre la vida de hoy que no nos induzca al corchazo, métanse en el cine, disfruten de la película y del aire acondicionado de la sala, que para amargarse ya está la vida. LA FIESTA DE LA VIDA Le sens de la fête. Drancia, 2017. Dirección y guión: Olivier Nakache y Eric Toledano. Intérpretes: Jean-Pierre Bacri, Vincent Macaigne, Kévin Azaïs, Eye Haidara, Suzanne Clément, Gilles Lellouche, Judith Chemla, Jean-Paul Rouve, Benjamin LavernheMúsica: Avishai Cohen. Fotografía: David Chizallet. Duración: 115 minutos.
Los co-directores y guionistas Eric Toledano y Olivier Nakache (responsables de “Intouchables”, 2011) sacan otro truco de la galera con esta implacable brisa de humor de ensamble francés. La fiesta de la vida (C’est la vie, 2017; alejándose de su título anodino y excesivamente esperanzador en Latinoamérica) es la historia de un evento de boda en unas circunstancias felizmente cómicas pues nada sale como estaba planeado. La película tuvo un paso importante por el festival de San Sebastián y recibió la nominación a mejor película en los premios Goya y César. Liderando esta comedia está Max Angeli (un notable Jean Pierre Bacri) quien tiene a cargo una compañía de catering especializada en bodas. Visto a distancia Max parece no ser el indicado para este tipo de trabajo y todo confabula para que pierda la cabeza, por citar algo: malos electricistas, un cantante temperamental, un novio ególatra y una comida en mal estado que intoxica a los invitados convirtiendo el evento en un desfile cuasi-caricaturesco. Una vez más Toledano y Nakache demuestran su habilidad para introducir al gran público en una comedia clásica y sofisticada a la vez, con destino multi-generacional y con aires new-age. Además viendo La fiesta de la vida es difícil imaginar un reparto –multicultural como ya es costumbre en la filmografía de los directores- que la haya pasado mal dada la particularidad y heterogeneidad de los actores, tenemos al novio (Benjamin Lavernhe), Guy un histriónico fotógrafo (Jean Paul Rouve), la manager Adele (Eye Haidara) y Julien, un pedante que no puede superar a su ex (el physique-du-rol para la comedia, Vincent Macaigne). El choque de egos tiene la frutilla del postre con James, el cantante que anima la boda reemplazando a último momento al DJ Fab, nada podía salir bien… La fiesta de la vida es fresca, mantiene el listón alto de los directores y hace uno de los mejores usos de Can’t take my eyes off you en el cine, no es un dato menor.
En épocas en las que los realitys de talentos culinarios abundan, desnudando el paso a paso de una torta, por ejemplo, o mostrando el detrás de escena de eventos festivos, una película como La fiesta de la vida (Le Sens de la fête, 2017), de Eric Toledano y Olivier Nakache (Amigos intocables), sirve para tomar lo efímero del fenómeno para bucear y profundizar en la Francia actual. Con un contexto de precariedad laboral y multiculturalismo; sumado a la desvinculación de las personas producto de la proliferación de redes sociales, la película busca empatizar con sus personajes dentro de esta realidad para mostrarlos sin lugares comunes ni estereotipos. La comedia, y el hábil guion que entrecruza personajes (interpretados por lo mejor de la actuación francesa actual) gira alrededor de una figura central: el escéptico, ermitaño y de pocas palabras Max (Jean-Pierre Bacri), el planner de todos los festejos de la clase alta y al que cientos de miles de personas le confían sus eventos a pesar de su rectitud y autoritarismo. Pero cuando su vida personal comienza a entrometerse en la rutina diaria, Max siente la necesidad de cambiar de vida para así enfrentar realmente su relación con una joven asistente (Suzanne Clément) que vive reclamándole tiempo para los dos. Por eso acepta coordinar el último gran festejo: la fiesta de boda de una pareja con muchos caprichos (Benjamin Lavernhe, Judith Chemla) en un castillo del siglo XVIII, sin saber que el desastre estará a la hora del día durante toda la jornada. La excusa del guion con la fiesta, la música, el banquete, los invitados, las fotos, son sólo estamentos sobre los personajes, los que interactúan de manera vívida y verosímil en una lograda descripción de sus motivaciones y pulsiones. El marco del castillo, ideal para una épica sobre la vida, brinda el espacio necesario para que el “ejército” de actores puedan ir y venir afectando y desafectando al resto del equipo, en un intento por recuperar el espíritu del vodevil con enredos y confusiones que sólo potencian aún más el relato. La fiesta de la vida funciona porque encuentra en la clásica estructura de la comedia avanzar con el drama, fusionándolos para generar una entrañable historia de amor y desamor con habilidad, desarrollando todo en un marco imponente y una moraleja final que no traiciona todo su planteo.
“La fiesta de la vida” celebra con calidad la fuerza del cine Atención a esta comedia francesa. Divertida de principio a fin, regocijante en muchas de sus partes, magistral en el uso de sobreentendidos y diálogos risueños, llena de personajes queribles muy bien interpretados, con un fondo de crítica amable, espíritu optimista y un leve dejo de emoción final, todo perfectamente ensamblado. ¿Qué más se puede pedir? ¿Sus autores? Olivier Nakache y Eric Toledano, los mismos de "Amigos inseparables", es decir, dos que realmente saben unir humorismo y humanismo. Esta vez siguen a un organizador de fiestas con ganas de bajar la cortina (Jean-Pierre Bacri), que debe atender hasta el mínimo detalle la boda de un cliente molesto en el chateau de Courances, una joya del siglo XVII, nada menos. Y atender al mismo tiempo los reproches de una amante que le exige separarse de la esposa, las torpezas de su cuñado y las de otro inútil, sus propias torpezas, las peleas del crooner grasa con la asistente negra de carácter fuerte (Gilles Lelouche y Eye Haidara), el fotógrafo de bodas ya casi prescindible (Vincent Macaigne), la posible aparición de un inspector, y así a lo largo de la noche. El pequeño empresario deberá salir del paso con ayuda de sus empleados ceilandeses, un colega más afortunado, y la buena suerte, mientras nosotros vamos de risa en risa con todos los problemas juntos. Para mejor, no sólo nos reímos. Hay aquí un trasfondo digno de tener en cuenta sobre las relaciones humanas, la buena predisposición de los inmigrantes, la tontería de las apariencias, y las ganas de seguir trabajando. Eso, entre otras cosas. Linda música, con participación del flautista Rishab Prasanna. Muy buen título original, "El sentido de la fiesta". Y el que tiene acá, de enseñanza felliniana: "La fiesta de la vida". Lo que estaría mal, y hasta malísimo, sería una remake norteamericana.
Una boda en la campiña francesa Los realizadores de Amigos intocables proponen una comedia que invita a preguntarse si es realmente una comedia. ¿Qué es lo que hace que una comedia sea buena? Que no se note del todo que es una comedia, es una respuesta posible. Que también sea una tragedia, es otra. Que haga preguntarse si lo que uno está viendo es cómico o triste. O cómico y triste. Todo esto se cumple en Le sens de la fête, cuya traducción literal es “el sentido de la fiesta” y que se estrena en Argentina con el pretencioso título de La fiesta de la vida, preferible de todos modos al C’est la vie que le enchufaron en Estados Unidos, el cliché de lo francés por antonomasia. Le sens de la fête es la sexta película escrita y dirigida por Olivier Nakache y Éric Toledano, autores de ese éxito fenomenal en el mundo entero que fue Amigos intocables (2011), comedia de diseño pensada hasta el último detalle para la clase de emociones rápidas que pueden tenerse en un shopping, entra una porción de pizza antes de entrar y un helado al salir. Por suerte y cuando podrían haber insistido en ese rendidor procedimiento de “toque las teclas adecuadas y cobre”, Nakache & Toledano decidieron jugarse por una comedia menos fácil, menos Rasti, de mayor observación de sus personajes. Por sencillo y ajustado, el título ideal hubiera sido La boda, ya que todo transcurre aquí de acuerdo a la más estricta unidad de tiempo y lugar. Un castillo del siglo XVII en medio de la campiña, en el que va a celebrarse un casamiento, vivido desde la mañana hasta el amanecer del día siguiente, siguiendo los preparativos, la celebración de la fiesta, un accidente que derivará en una segunda fiesta improvisada (y esa sí, bastante falsa en su neohippismo bacán), hasta que “el sol nos dice que llegó el final”, como decía Serrat. La boda –éste es un detalle esencial– no está vista desde el lugar de los burgueses que la celebran, sino del dueño de una empresa de servicios para fiestas, Max Angély (el semicalvo Jean-Pierre Bacry, conocido por sus papeles junto a su ex Agnes Jaoui, tanto en Conozco la canción como en El gusto de los otros o Como una imagen) y sus numerosos empleados. La película es lo suficientemente larga (casi dos horas) como para particularizar en particularidades y manías de buena cantidad de personajes. Desde el novio cuya egolatría lo lleva a leer un discurso que lleva en una carpeta hasta el fotógrafo “garronero”, que no le afloja a los canapés, pasando por el cantante melódico que sanatea en italiano o portugués, el camarero enamorado de la novia (el actor es el barbudo genial que hacía del ex marido desquiciado en La batalla de Solferino), o el otro camarero, novato, que no sólo no tiene idea de cómo se trabaja en la cocina sino que no sabe disimularlo. Si todos estos personajes funcionan para dar comicidad, los realizadores tienen la suficiente elegancia para no forzarla, ni tampoco reducirlos a la risa cada vez que aparecen. Hay un personaje sobre el que se posa una mirada distinta y es Angély, protagonista de La fiesta de la vida. Tapando agujeros a diestra y siniestra, sacándose muy ocasionalmente, el calmo y paciente Max tiene, como lo indica su apellido, algo angélico, mientras carga un par de situaciones personales complicadas, una amorosa y la otra laboral, que su profesionalismo lo lleva a disimular. La actuación de Bacri es simplemente extraordinaria. De una sobriedad y economía absolutas, este cincuentón de aspecto tan común no parece actuar su personaje, sino estar metido en él. Hasta el punto de que si uno se distrae puede perfectamente olvidarse de que es un actor, y suponer que lo que está viendo es un documental de un verdadero manager de fiestas, ajetreado como nunca. Pero la película no es un documental, y esto queda claro cuando finalmente las costuras del guion quedan a la vista, en un final que decide repartir happy endings para todo el mundo, como si los realizadores se hubieran asustado de haber hecho hasta allí una comedia que no se notaba del todo que fuera una comedia.
Típica comedia francesa con todos los elementos del género y del origen, los mismos que instalaron al cine francés entre los mejores por su originalidad, al menos. En esta oportunidad, nada de eso se cumple, la sola intención de especularidad, dicho esto en tanto propósito de reflejar la vida misma a partir de un hecho, en un acto cotidiano no da con resultados demasiado favorables. La pareja de directores Eric Toledano y Olivier Nakache se hicieron famosos por su primer filme, una comedia dramática que se convirtió en un éxito sin profundizar demasiado y de manera casi inocua, con roces en temática del orden de la política social y la discriminación racial nuestra de cada día, sin demasiadas complejidades, “Intocables” (2011). En esta oportunidad, si bien por debajo de “Intocables”, se recuperaron un poco, sólo un poco, de los resultados de la menos que regular “Samba” (2014), que se inmiscuía con los mismos temas, más ampulosamente, mucho menos efectiva. Ahora abandonando el perfil socio político, solo un reflejo de un catalogo de personajes comunes en situación particular, cuando no especial, dispensando al espectador momentos de sonrisas y sortilegio, sin la más mínima sátira. Max (Jean-Pierre Bacri) es el dueño de una empresa de fiestas, de la que se hace cargo de todos los detalles y deseos de quienes lo contratan, pero parece estar llegando al límite de su paciencia. Esto queda claro en la primera escena en la que Bacri demuestra, sin demasiado esfuerzo, la razón por la que es catalogado como uno de los mejores actores de su generación. La historia se centra en una fiesta de casamiento, él, como siempre, se halla organizando lo que podría ser su postrimero trabajo. Está esperando la oferta de compra para vender e irse lejos. Nadie lo sabe, ni su esposa, ausente de todo, ni Julien (Vincent Macaigne) su cuñado que, obligados ambos, trabaja en la empresa. La fastuosa fiesta se desarrolla en un castillo del siglo XVII, en su noche final debe lidiar con sus ineptos empleados, pequeñas rebeldías, el chantaje de su amante, reyertas dentro del equipo por celos ancestrales, a las causalidades y casualidades se le suma el novio de la boda, un narcisista de libro, todo un monumento al snobismo, con la inteligencia de una ameba. Por lo tanto el lema de Max se debe potenciar para producir milagros, “nos adaptamos”, intentando que esa forma de tomar el trabajo, que se traslada a su vida, alcance para subsistir a la noche plagada de inconvenientes sin que los invitados perciban el caos. El problema del filme es que el guión en si mismo no está a la altura de la idea planteada, es previsible, sólo esperar el próximo desatino de alguien, con situaciones que rozan lo inverosímil, tampoco hay nada fuera del orden de la estructura narrativa, lineal y progresiva, ni búsquedas estéticas que la diferencien. Si algo sostiene toda la realización son las actuaciones, sumado a los nombrados aparece Gilles Lellouche en el personaje de James, un cantante venido a menos, tratando de ser el animador de la fiesta, sin demasiada experiencia, en tanto que el resto del elenco cumple al por mayor, pero no alcanza para instalar a esta producción como una gran comedia.
Esta es la nueva película de Olivier Nakache y Eric Toledano, autores de “Amigos Intocables” (2011). Su desarrollo resulta agradable, en esta historia coral llena de personajes correctos, otros algo exagerados, varias situaciones de enredos, se mantiene el ritmo, se mezcla muy bien el drama y la comedia, se utiliza muy bien la ironía, contiene varias críticas sociales, toques de sátira, muy buenas actuaciones, vestuario vistoso, tiene momentos divertidos y resulta muy entretenida.
La fiesta de la vida, una comedia francesa, de esas que son sólo un número taquillero y puro olvido al dejar las salas, se estrena en las pantallas argentinas. No podemos juzgar una filmografía nacional apenas por lo poco que llega a nuestros cines pero las últimas comedias francesas universalizadas bajo la óptica de la fórmula yanqui ya nos predisponen mal. Y si le agregamos que la idea de marketing rescata como logro el número de entradas vendidas ya nos posiciona en un producto alejado de cualquier atisbo artístico. El dúo de directores Éric Toledano y Olivier Nakache (Amigos intocables) vuelve a recurrir a los clichés para construir una historia “sensible y divertida”. O lo que ellos suponen que es eso. Una comedia coral con personajes de todo tipo, relaciones y secretos que se desandarán durante una fiesta de casamiento en un castillo de la campiña francesa. Max (Jean-Pierre Bacri) tiene a su cargo una empresa de catering y eventos, y esa noche, mientras espera la que será su última fiesta al frente de la organización, todo lo que puede salir mal saldrá peor. Mentiras, engaños, parejas que se hastían de ser ocultadas, otras que se inician, empleados en negro, fotógrafo termita, cantante mañoso y novio con ínfulas se unen para acercar gags viejos, chistes que no funcionan o apenas consiguen un mohín del espectador, emociones livianas más cercanas a la sensiblería y mucho ruido y pocas nueces. La fiesta de la vida es un aburrimiento -como el que depara el discurso del novio-, fruto de un guion previsible que manipula el drama y la comedia, aportando miradas “profundas” sobre la vida de hoy, con personajes estereotipados (en manos de un reparto actoral que da pelea) y una puesta en escena básica y simplona. Una película anodina, olvidable, repetida.
Resulta imposible no pensar en Amigos Intocables antes de disponerse a ver La Fiesta de la Vida, la nueva película de los directores y guionistas Olivier Nakache y Eric Toledano, que en su momento con aquella memorable cinta lograron hacernos pasar un buen rato y sacarnos más de una sonrisa. Quizás la comparativa no favorezca a la nueva realización de esta dupla de franceses (en el medio hicieron Samba), pero es un poco lo que le viene a uno a la mente ante esta propuesta, naturalmente enmarcada en el género de comedia. En esta ocasión los sucesos están vinculados a la realización de la fiesta de boda de una pareja joven de recién casados, la cual pretende hacer una ceremonia ostentosa, y a lo grande, pero por otra parte busca la reducción de algunos costos. El personaje más singular sin dudas es Max, llevado a cabo categóricamente por Jean-Pierre Bacri, un hombre que hace años se encarga de organizar fiestas y es naturalmente el responsable de lograr que en la celebración mencionada salga todo de manera correcta. Sin embargo, una vez llegado al castillo en donde se ha de realizar, el caos parece emerger. Parte de lo planeado se desmorona irremediablemente y muchos de los encargados de que las cosas vayan por el rumbo indicado, parecen no tener su mejor día, mientras que otros, por diversidad de motivos, no estarán presentes, lo que lleva a la elección de reemplazos en lo inmediato, aumentado el de por si caótico estado en el que están involucrados. Un desfile de personajes, algunos conocidos, otros salidos del improvisto, desbordarán a Max, que como si todo esto fuera poco, tendrá que tolerar al extenuante novio, que desde su llegada irrumpirá con multiplicidad de quejas. A lo largo del film se hace notar un poco el humor que viene siendo característico de la comedia moderna francesa, así como algunos toques de la dupla Nakache-Toledano. Si bien tiene sus momentos de humor bien delineado, situaciones muy ocurrentes, y algún que otro pasaje de tonalidad hilarante, otros chistes recaen más en lugares comunes, ciertos convencionalismos, o no tienen la chispa o fuerza suficiente. Durante la primera mitad, la película impone una rítmica notablemente acelerada, logrando sostener al máximo la concentración del espectador, brindándole progresivamente dosis humorísticas. Pero con el avanzar del metraje, ese ritmo cuasi frenético que impone la cinta desde el minuto cero, tenderá a caer, resultando un poco extendida, haciendo notar que su duración debió ser al menos un poco más corta. Sin poder posicionarse entre las grandes comedias francesas de los últimos tiempos, resultando un poco del montón, La Fiesta de la Vida es una película que vale la pena ver, que tiene sus momentos, y hasta muestra algún tipo de cuestionamiento a determinadas malas costumbres o hábitos, que persisten con el paso del tiempo, así como críticas a formas modernas de vida.