Pequeñas batallas La librería (The Bookshop, 2017), nueva incursión en inglés de la directora catalana Isabel Coixet, protagonizada por los británicos Emily Mortimer y Bill Nighy, y la norteamericana Patricia Clarkson, es la transposición en imágenes del espíritu literario de la escritora Penelope Fitzgerald. En un pequeño pueblo de la Inglaterra de 1959, una mujer decide, en contra de la educada pero implacable oposición vecinal, abrir la primera librería que haya habido nunca en esa zona. Luego de la inédita en nuestro país Nadie quiere la noche (2015) ambienta La librería en pueblo inglés que, como en la anterior, retrata a una mujer con ideales y un inquebrantable valor ante la adversidad. Florence Green (Emily Blunt), sin salir de un microcosmos aparentemente apacible y civilizado, tiene que enfrentarse a la hipocresía de la intransigencia local y a esa maldita realidad que se impone a los sueños, en este caso el de expandir la cultura, la sensibilidad y las emociones provocadas por las páginas impresas de un libro. En este viacrucis de una mujer en busca de un ideal, la realizadora apela al clasicismo con conversaciones incesantes entre sus personajes, diálogos sutiles y una puesta en escena que incide en el sosiego que describe un tiempo y un espacio que invitan a la paz, pero donde se gestan pequeñas batallas declaradas para que no varíe un ápice el “orden” establecido. Si los libros representan la evolución, la sociedad se encarga de frenar esa fuerza, demasiado poderosa para dejarla crecer. Eso es lo que transmite La librería que, a través de un pequeño acto heroico, retrata un tiempo (finales de los años cincuenta del siglo pasado) de emociones reprimidas, clasismo social y miedo al extraño, donde el chusmerío era un arma de doble filo: algo que, quizás, no esté tan lejano de nuestro presente.
“La Librería” (The Bookshop, 2017) es una película de la directora catalana Isabel Coixet y está protagonizada por la magnífica Emily Mortimer, Bill Nighy y Patricia Clarkson en un rol de villana que le cae como anillo al dedo. Basado en el libro de Penélope Fitzgerald, la historia nos sitúa en un pueblo costero de Inglaterra muy tranquilo, donde la viuda Florence Green (Mortimer) amante de la lectura, tiene la “osada” idea de abrir la primera librería del pueblo, aún con todos los habitantes del lugar en contra, especialmente de los más poderosos e influyentes, sobre todo la ira de la mujer más rica del lugar Violet Gamart (Clarkson) que en la casa de Florence pretende abrir un Centro para las Artes, buscando todo tipo de excusas para que la librería no pueda ser inaugurada. Primero Violet la invita a Florence a una de sus fiestas, pero al contrario de lo que ésta piensa, no es por amistad, sino todo lo contrario, es para sacar información y hacerle pasar uno de los momentos más humillantes al ver que Florence no da marcha atrás en su propósito.Florence parece frágil, pero es fuerte y da pelea, debiendo luchar contra el mpoder, el dinero y los chismes de un pueblo que no tiene nada de tranquilo, al estar habitado por gente como Violet Gamart. La Librería representa una época en donde a las mujeres solas les costaba mucho más que ahora llevar adelante un proyecto por su cuenta, ella tiene un solo amigo, Edmund Brundish (Nighy) ya que los dos son amantes de los libros, y será el único que dará la cara por ella, con los poderosos en contra. Una historia agridulce que nos deja buenas actuaciones y un amor aún más grande por los libros y las buenas historias. ---> https://www.youtube.com/watch?v=WFyhdSDTeEA ACTORES: Emily Mortimer, Patricia Clarkson, Bill Nighy, James Lance. DIRECCION Y GUION: Isabel Coixet. GENERO: Drama . ORIGEN: Reino Unido, España. DURACION: 115 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años DISTRIBUIDORA: CDI Films FORMATO: 2D. Fotografía: Jean-Claude Larrieu ESTRENO: 12 de Abril de 2018 CDI Films
Todos los premios cinematográficos tienen su prototipo de ganadores, y el Goya no es la excepción. En los reconocimientos de la Academia Española suelen triunfar películas de géneros puros, clásicas en sus formas y más bien luminosas en su desarrollo. La librería venció en los rubros de Mejor Película, Dirección y Guión de la última edición, y es un buen ejemplo de ese modelo triunfante. Rodado en inglés con mayoría de actores ídem, el último film de Isabel Coixet (Mi vida sin mí, La vida secreta de las palabras) sigue las desventuras de Florence (Emily Mortimer) durante su intento de abrir una librería en un pequeño pueblo británico a fines de los años ’50. Sucede que para ella, viuda y solitaria, la única compañía son los libros, objetos preciados que intenta poner a disposición de una comunidad que la mira de reojo. Su némesis es Violet (Patricia Clarkson), una mujer acaudalada que aspiraba a convertir la propiedad comprada por Florence en un centro de exposición de arte. Ella intentará poner los mil y un palos en la rueda para evitar que el negocio funcione, al tiempo que el misterioso Brundish (Bill Nighy) tratará ayudarla desde el caserón que eligió para recluirse y leer todo lo que caiga en sus manos. Basada en un libro de Penelope Fitzgerald, La librería es una experiencia discretamente amena, una de esas películas amables aunque calculadas hasta la última coma. Coixet despliega un arsenal de referencias literarias, como si quisiera demostrar la valía de su trabajo adosándole una pátina culturosa. El problema es que esa defensa de los libros la posiciona en un pedestal de superioridad respecto de los personajes que no leen no por deseo sino por imposibilidad. Coixet filma con elegancia, pero sin suntuosidad, este drama acerca de la superación de adversidades. La librería encuentra su principal mérito en el delicado equilibrio entre sus intérpretes y una puesta en escena delicada y precisa. El resultado es un film irregular y algo obvio en su desarrollo, pero que gana algunos puntos cuando abraza el mismo idealismo literario que mueve a su protagonista.
Corren los años 50. Una joven viuda decide cumplir el sueño que tuvieron con su marido, poner una librería. Ella elige un pequeño pueblo inglés costero. ¿Que puede tener de malo ese emprendimiento? Provocar las iras de una mujer poderosa que no puede soportar que algo suceda y se desarrolle fuera de su férreo control social, en lo que considera su propiedad feudal. Porque la novela de Penelope Fitzgerald que uso Isabel Croixet para hacer su película, es, ante todo una mirada sobre la rebeldía, lo implacable del poder establecido, lo rígido de una sociedad resistente al cambio, la maldad desatada por el poder cuando algo sale ligeramente de control. Pero esa guerra desatada se viste de una mirada bucólica, de un romanticismo rotundo y aterciopelado que ahoga el grito pero no la necesidad de libertad, y que valora a los libros como la mejor compañía. Con grandes actores que brillan con sus trabajos: Emily Mortimer, Patricia Clarkson y Billy Nighy, este film alcanza alturas de emoción verdadera, de vestigios de “lo que resta del día”, de la bella pintura de una época donde el entorno social no salía de rígidos moldes. Pero no por eso toda la reflexión del film pierde actualidad. Al contrario, lo que muestra es la implacable maquinaria de un poder que no quiere perder ni un milímetro de su territorio. Bella, con rubros técnicos impecables, premiada por varios premios Goya, es una película que llega a los sentimientos con las mejores armas.
El coraje de un sueño. Contar una historia de coraje y de pasión puede a veces resultar retórico, cuando estos temas han sido tratados a través de los tantos medios culturales que poseemos, como, por ejemplo, el cine y la literatura. Sin embargo La librería (The bookshop) consigue alcanzar una empatía por parte de los espectadores tan intensa que parece que nunca hayamos visto algo similar. Adaptación de una novela homónima de Penelope Fitzgerald, Isabel Coixet se encarga de recrear una ambientación en perfecto estilo British, con una fotografía con filtro azul, paisajes lluviosos y personajes de carácter retenido para contar una historia de voluntad y sueño, una historia de una mujer. La protagonista es Florence Green, interpretada por la actriz británica Emily Mortimer, que decide rehabilitar una vieja casa antigua para montar una librería en el pequeño y frío pueblo inglés de Hardborough en los años 50, en plena postguerra. Recordando un poco la atmosfera de la película Chocolat, donde la protagonista decide revolucionar un sitio con “nuevos sabores”, también en La librería el desafío de una mujer contra todo un pueblo que no acepta su valentía se convertirá en un símbolo de lucha, cambio e himno a la cultura libresca. El libro, de hecho, es casi un fetiche que la protagonista cuida, cura y huele, que siente como una vuelta a sus raíces profundas, a sus deseos de realización personal. Isabel Coixet nos pinta una mujer simple, que no está caracterizada por cualidades que hacen de ella una mujer especialmente heroica, sino que se pone en juego para que su pequeño sueño se realice, para hacer algo bueno para la sociedad a su alrededor. La importancia de la literatura en esta película es marcada por la continua presencia de títulos clásicos, como Fahrenheit 451 oLolita, novelas que se imponen en la narración fílmica como referencias esenciales. De hecho, acontecimientos que se desarrollan a lo largo de la película o personajes que aparecen como significativos, parecen sacados de algunos de estos libros e inundan la realidad fría del ambiente con un sentido de esperanza y de diversidad, como el señor Edmund Brundish o la niña ayudante de la librería. La banda sonora bastante melancólica, la voz en off que acompaña la fotografía fría de paisajes aislados, nórdicos, que se destacan con unas puntas de humor inglés que sube, de vez en cuando, la atmosfera nostálgica. Los fotogramas se mueven lentos, todo es retenido y nada sale de una compostura perfecta que se balancea también en el carácter de la protagonista: dulce, comprensiva, pero también determinada. Ella propone el cambio, el conocimiento, se atreve a lanzar una forma distinta de evasión a través de los libros. Otro punto de fuerza de la película es su atención a los detalles, como cuando Florence gira las páginas de sus novelas, les quita el polvo de encima, devuelve a la lectura el rito que se merece. Esta obra reivindica el amor para la literatura y, sobre todo, por novelas de una cierta fuerza e impacto para los lectores, como las mencionadas arriba y que crearon en su época un cierto desconcierto y escándalo. La librería es una historia de coraje y determinación, pero también de ilusión. Cualquier sueño merece la pena ser contado, aunque no vaya realizándose cómo y cuándo queremos. Las mujeres, en esta historia, parecen ser las que están dispuestas a llevar a cabo el cambio, paso tras paso, desde la profundidad, casi silenciosamente. Se puede expresar en una sola palabra esta pequeña joya de la Coixet: dignidad. Dignidad femenina, cultural, literaria, cinematográfica. Esta película realiza una enorme conexión entre la pantalla y la palabra, entre el cine y la literatura. Los medios artísticos comunican a través de la voz de los personajes en una historia de superación que termina con un final inesperado, fuerte y de impacto, la demostración de que cualquier sueño (repetimos) es digno de ser cumplido cuando aporta una mejora y, sobre todo, pasión. Un filme donde Coixet reconoce que el espacio cinematográfico es el espacio donde traer consciencia y reflexión. Ya que esta historia sobre libros no se aleja mucho de la que vivimos hoy en día, donde las palabras de papel parecen aburrir un mundo plenamente virtual.
Un sueño truncado “La Librería” (The Bookshop, 2017) es una película dramática co-producida entre Gran Bretaña, Alemania y España. Está dirigida y escrita por Isabel Coixet; ella se basó en la novela homónima de Penélope Fitzgerald publicada en 1978. El reparto incluye a Emily Mortimer (Karin en “Lars and the Real Girl”), Bill Nighy (James en “About Time), Patricia Clarkson (Ava Paige en “Maze Runner”), Honor Kneafsey y James Lance. La cinta ganó tres premios Goya (Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guión Adaptado). Ambientada a finales de los años cincuenta, la historia gira en torno a Florence Green (Emily Mortimer), mujer viuda amante de los libros que desea abrir una librería en el pueblo costero de Hardborough, Inglaterra. Florence asiste a una fiesta lujosa donde conoce a Violet Gamart (Patricia Clarkson), la cual le deja claro que no está de acuerdo con su proyecto porque, para ella, allí debería instalarse un centro de arte. No obstante Florence seguirá su sueño y armará la librería en una casa abandonada llamada Old House. Todo parece andar bien hasta que Gamart comienza a utilizar su posición de poder para eliminar del vecindario a la señora Green. En sus primeros minutos, “La Librería” parece que va a tratar sobre cómo una nueva persona cambia la dinámica cotidiana de los habitantes de Hardborough al armar un negocio nunca antes visto en ese lugar. Se nos presenta a una protagonista soñadora, simple y simpática, que se relaciona con los demás y se da cuenta que en ese pueblo la gente no tiene el hábito de la lectura. Ese comienzo luce muy prometedor, sumándole un vestuario colorido y una fotografía exquisita, por lo que resulta una tremenda lástima que a medida que pasan los minutos la película decaiga de la manera en que lo hace. Muchos son los elementos que no terminan de funcionar. Por un lado está la innecesaria voz en off, que en el desenlace nos enteramos de qué personaje proviene; al tener casi dos horas de metraje, lo que más queremos no es que nos relaten lo que sucede sino verlo e interpretarlo por nosotros mismos. Por otra parte, el ritmo extra pausado sólo genera la sensación de que la cinta es interminable ya que no suceden grandes acontecimientos y se producen unos silencios alargados a más no poder. Pero el problema fundamental está en lo estereotipados que lucen los actores en sus roles. Increíble cómo la directora española desaprovechó a intérpretes de gran reconocimiento mundial tales como Patricia Clarkson o Bill Nighy. Así tenemos a la protagonista 100% buena, el viejito misterioso que no sale de su hogar y la mala ricachona que es cruel porque sí. Sólo se salva la pequeña Honor Kneafsey: ella le da vida a Christine, una niña elocuente que trabaja como ayudante de Florence en la librería. Lo que tiene para decir, junto a sus expresiones faciales, hacen que nos caiga bien desde su primera escena. Las referencias repetitivas a Ray Bradbury y mucho más a la novela “Lolita” sólo hacen notar que el filme tiene varios minutos de relleno, tiempo que se desperdicia con frases sobre el coraje y una incipiente relación amorosa que no conduce a nada. El final deja un mal sabor de boca pero no se puede negar que resulta inesperado. “La Librería” cuenta con una bella recreación de época y logra transmitir la especial armonía pueblerina, sin embargo la historia falla, siendo ésta lo primordial a tener en cuenta. Por más que los aspectos técnicos sean correctos, el espectador sale de la sala pensando que si Coixet se hubiera enfocado en la importancia de la literatura, la película hubiera sido otra cosa.
Una tibia taza de té Basada en una novela de la escritora británica Penelope Fitzgerald, La librería confirma la predilección de la realizadora catalana Isabel Coixet (cuyo film más conocido es La vida sin mí, 2003) por filmar en inglés películas de distribución global. Situada en un pueblito pesquero ficcional de la costa británica, a fines de los años 50, La librería plantea el mismo conflicto que El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante: una oposición entre el orden conservador, que reniega de los valores de la ilustración, y la cultura, que presuntamente se le opone. A diferencia del film de Peter Greenaway –una suerte de opereta farsesca, cruel y guignolesca–, La librería elige una clave redondamente realista. No sólo por las precisas indicaciones de tiempo y espacio, sino por la modalidad costumbrista con la que aborda la vida en ese pueblito de Hardborough, cuya inmovilidad política, social y cultural se verá afectada por el arribo de una recién llegada, que sueña con instalar la primera librería del lugar. El tono, amable aun frente a la tragedia, también está, desde ya, a años luz de la intención revulsiva de Greenaway. Tal vez la figura de Emily Mortimer, de aspecto manso y modesto, voz baja y sonrisa agradable, condense el tono del film. Conocida por sus actuaciones en Match Point, La isla siniestra y La invención de Hugo Cabret, Mortimer es Florence, viuda de guerra que tres lustros luego de finalizada aquélla llega (no se sabe bien cómo se le ocurrió elegir ese destino) a Hardborough, un pueblo cuyo nombre hace pensar en un distrito duro. Aunque los vecinos no lo parecen, en verdad. Todos son tan cálidos y acogedores como puede serlo un súbdito británico ante un desconocido, con lo cual ese ser sospechoso que es el espectador contemporáneo rápidamente se pregunta dónde están, cuáles son y cuándo saldrán a la luz los esqueletos en el aparador de Hardborough. La respuesta no es difícil de imaginar, mucho menos viendo que es Patricia Clarkson quien interpreta a la “dueña” virtual del villorrio, la rica y poderosa Violet Gamart. Conocida entre otros papeles por los de Lejos del paraíso y Dogville, además de la villana de la serie Maze Runner, pocas actrices contemporáneas están tan dotadas como esta pelirroja para hacer de turras. O de bitches, que queda más fino. Lady Gamart tiene un plan para el predio donde Florence abrió su librería, y ese plan difiere radicalmente del de ella. La contraparte de esa poderosa figura (aunque dramáticamente bastante diluida) es Mr. Brundish (Bill Nighy, de El exótico hotel Marigold, un gentleman casi más británico que el Big Ben), heredero solitario de un aristocrático caserón, quien odia al resto de los vecinos pero ama la literatura. Ha nacido una pareja, en el más platónico de los sentidos. La librería es como una taza de té, confiable, tibia y siempre a mano. Más allá de algún lejano regusto amargo, si se echa un cubito de azúcar deja un sabor previsiblemente placentero. El gusto de las cosas que se mantienen siempre iguales a sí mismas. Y ese es un placer más conservador que transgresor.
Dedicada a John Berger, ganadora de los principales premios Goya en la última edición, la nueva película de la catalana Isabel Coixet -Mi vida sin mí, La vida secreta de las palabras- toma como base una novela para llevar al cine la historia de Florence Green -Emily Mortimer-, una viuda que abre una librería en un pueblito inglés en los años cincuenta. Semejante idea la pone en el centro de las miradas y las envidias, principalmente de la poderosa aristócrata que quiere hacer de ese viejo local un centro cultural, aunque sólo parece excusa para evitar que Florence se salga con la suya. Amable y deliberadamente chapada a la antigua, con musicalización clásica y una puesta recatada como sus personajes: Florence, la malvada Violet -Patricia Clarkson- y un veterano que sale de su reclusión, en una mansión alejada, gracias a la lectura y para apoyarla. La librería se ve con el placer que provee su tono amable y su objeto agradabe: bellas locaciones, personajes que hablan pausado y toman té mientras comentanla Lolita de Nabokov o celebran a Ray Bradbury. Sin embargo, como reivindicación de la fuerza femenina -el coraje del que se habla en el film- y de amor por lo literario, en forma de libros y de comunicaciones epistolares, La Librería cae en la obviedad, a punto que su Florence parece más un vehículo de defensa de los libros que una librera de carne y hueso.
Una joven viuda intenta abrir una librería en un pueblo costero de la Inglaterra de mediados del siglo XX y choca frontalmente con la oposición ultraconservadora de casi todas las fuerzas vivas de la localidad. Aunque está claro que la línea principal de la película es la defensa de la venerable tradición del libro como herramienta fundamental para cultivar la imaginación y el conocimiento, la furia de los enemigos de esa involuntaria intrusa también podría asumirse como la odiosa aversión que muchos europeos sienten por los inmigrantes, un oblicuo matiz político que le insufla algo de contemporaneidad a la historia. Se lucen Emily Mortimer, sobria y muy solvente en el rol de la obstinada amante de la literatura, y Patricia Clarkson, impecable en su construcción de un personaje especialmente venenoso. Lo que debilita notoriamente a La librería es su riguroso apego al manual de la corrección cinematográfica: está claro que la directora catalana privilegió el cálculo por sobre el riesgo y terminó así construyendo una película tan atildada como previsible en la que más de una escena sufre con los gruesos subrayados de una banda sonora cuyas soluciones convencionales agotan. La estrategia le dio resultado: el film se llevó tres premios Goya, fue muy celebrado por la crítica europea y hará las delicias de los amantes del cine que presume profundidad y refinamiento.
La inglesa Penelope Fitzgerald escribió esta historia más o menos inspirada en su propia experiencia como librera, allá a fines de los '50. Es una historia tan delicada, calma y suavemente conmovedora que sólo podían haberla llevado al cine dos españoles: José Luis Garci, madrileño, adaptándola a su país en esos tiempos, o Isabel Coixet, catalana, ambientándola con la mayor fidelidad posible en Gran Bretaña, y con intérpretes ingleses. Lo hizo ella, y el resultado es casi impecable. En la pantalla se enfrentan elegantemente dos mujeres: la joven viuda que ha decidido instalar una librería en donde nunca la hubo, un pueblito costero, y la aristócrata del lugar, que de puro egoísta le hace la vida imposible. Detrás, o mejor dicho debajo de esa mujer están los obsecuentes y retardatarios que nunca faltan. Acompañando a la joven sólo hay una chiquita despabilada y un hombre grande, de edad y de espíritu. Emily Mortimer (hija de un escritor), Patricia Clarkson, experta en papeles de mala, Honor Kneafsey, la niña, y el impecable Bill Nighy juegan esos papeles de un modo admirable, al mejor gusto inglés. A eso se suman las bellezas del lugar, el poético elogio de los libros y las librerías, y el aporte del músico Alfonso de Villalonga y el director de fotografía Jean-Claude Larrieu. En síntesis, una delicia, tan buena como la novela. Pero con un pequeño detalle, que se agradece: Isabel Coixet le mejoró un poquito el desenlace, para que todo el mundo pueda salir de la sala con una sonrisa más amplia.
El dicho persevera y triunfarás tiene en La librería un giro, tal vez no inesperado, aunque la directora Isabel Coixet le haya cambiado el final a la novela original de Penelope Fitzgerald. Cuando Florence Green (Emily Mortimer), una mujer de mediana edad, enviuda, decide cumplir el sueño que tenía con su esposo: dejar Londres y abrir una librería en un pueblito del interior de Inglaterra. La motiva su anhelo de llevar literatura, un libro a cualquier rincón. Ella es una ávida lectora, pero no se imaginaría que al comprar una propiedad para convertir, construir su sueño en una realidad, iba a tener tantos problemas. Que tantas personas del pueblo iban a ponerle palos en la rueda. Florence tiene mucha imaginación, pero hasta ahí. Que el pueblo se llame Hardborough (separado sería ciudad dura) es algo más que una metáfora, y seguramente Florence debió advertirlo antes de recibir el primer tomo para abrir su librería. La directora catalana cuenta la historia, que transcurre a fines de los años ’50, sin ampulosidad, y con un estilo sobrio, pero romántico. La némesis de Florence es la adinerada Violet (la siempre excelente Patricia Clarkson), quien quería abrir, empecinadamente, un centro cultural en esa casona donde funciona la librería. No es que en Hardborough todos se mueran por el arte, pero la alta burguesía parece que es así. Hay dos personajes más que cobran valor, y que llegado el momento acompañarán a la solitaria y algo cándida Florence. Uno es un hombre mayor (Bill Nighy), un viudo, quien se ha recluido en su hogar, no sale nunca y sí lee todo lo que cae en sus manos. Y el otro es Christne (Honor Kneafsey), una niña que será su ayudante. Sin ser un cuento de hadas, La librería marca con claridad quiénes son los buenos y quiénes no, quienes son confiables y cómo Florence pasa a ser una amenaza externa para la tranquilidad anodina del pueblo. Por eso tal vez la película peque de demasiadas buenas intenciones, pero sin duda emociona en buena ley cuando debe hacerlo.
Una de las realizadoras más particulares del cine mundial regresa con una lograda propuesta que realza, a partir de las interpretaciones y las locaciones, un conflicto simple y trascendental a la vez, la llegada del extraño. “La Librería” (2017), nueva película de Isabel Coixet, marca la transición entre su cine intimista y particular, hacia una temática universal que prefiere desandar algunos lugares comunes, cercanos al melodrama, para potenciar su historia y relato. Con una cercanía notable a “Chocolate” (2000) de Lasse Hallstrom, en esta oportunidad, el objeto de deseo no serán las delicias comestibles, sino los libros, y, particularmente, las ganas por lograr que un pueblo comience a leer y crezca de otra manera, espiritualmente. La viuda Florence (Emily Mortimer) llega a una pequeña y olvidada ciudad portuaria de Londres. Es tiempo de guerra y tras perder a su marido en combate decide reunir todo su dinero para emprender un proyecto. Segura de sí misma, y con la convicción que el ramo escogido será el ideal, su arribo al lugar será con la intención de inaugurar una pequeña librería en la que no sólo los compradores se encuentren con clásicos, sino, principalmente, en la posibilidad de leer nuevos estilos y autores. Tras meses de estar detrás del local, finalmente comienza a recibir los libros que ubicará en los viejos estantes del lugar, y el pueblo comienza a hablar de la nueva librería que albergará en sus estantes la cultura y el conocimiento. Pero días antes de inaugurar, una mujer que domina la ciudad (Patricia Clarkson), la invita a declinar de abrir el espacio, aludiendo que ahí ella gestionará un centro cultural, algo que, entiende, será mejor que cualquier negocio. Florence se resiste, no sólo por la proximidad y liviandad con la que se hace el pedido, sino porque, principalmente, desea vivir de un sueño que tuvo toda su vida, tener un espacio para compartir la pasión por los libros, y, conocer gente nueva que la acompañe en esa travesía. Sin entrar en más detalles de la trama, rápidamente el conflicto se desatará sin posibilidad de acuerdo. Florence verá cómo su vida de un momento a otro pasa de un cálido recibimiento al odio sin razón. Pero no estará sola, se hará de un cliente muy importante para el lugar, alguien que sostendrá que esa librería es mucho más que un negocio, y que en ella se puede viajar a través de la lectura sin siquiera sacar pasaje. Coixet adapta la novela homónima de Penelope Fitzgerald, casi al pie de la letra, pero deja espacio para su toque personal, generando un relato apasionante sobre las ganas de emprender y sostener un proyecto a pesar de todo. La estilizada dirección de cámaras y las sólidas y potentes interpretaciones de Mortimer y Clarkson, acompañadas por el gran Bill Nighy, son el punto más fuerte de una historia que se cuenta con sutilezas y detalles, con silencios y con pasión, transformando a “La librería” en un evento ineludible para los amantes del buen cine.
La librería, de Isabel Coixet Por Mariana Zabaleta Una voz en off nos introduce en la escena, si hay algo que la literatura ha elaborado y el cine complejizado, es la relación de dicha voz con la diegésis de la obra. Ese mundo que la ficción construye, establece una relación confusa y compleja con dicha voz: ¿Dónde se oculta nuestro narrador?, ¿Viene del pasado o del futuro?, ¿Vive en dicho mundo o lo construye desde sus límites para deleitarnos? Toda la riqueza de dicho problema no es trabajado en la propuesta cinematográfica de Coixet. Una película que versa (supuestamente) sobre la literatura presenta un gran despliegue formal, impecable puesta de cámaras sacan gran provecho a cuidadas locaciones destacando un gran trabajo de la dirección de arte, salvadas estas cuestiones La librería se queda corta. Es llamativo como uno de sus personajes mejor logrados destaca los principales problemas de la cinta. El Sr. Brundish sabiamente sentencia: de tratarse de una biografía es preferible que sea sobre personas buenas, de tratarse de una novela son más entretenidas si son de personas malas. La librería es una novela, su protagonista Florence Green es la viuda más anodina y bonachona de la historia del cine. Tamaña paradoja hace insostenible el relato, su “revolucionaria” y “aguerrida” propuesta de poner una librería en un pueblo costero de Inglaterra, durante los años 50´s, nunca termina de definirse como un propósito racional claro. La conexión con un pasado sentimental de casada y su presente “amor” por los libros parecen ser los únicos motores de tamaña empresa. Un capricho encuentra su límite en otro capricho, la villana Violet Gamart resulta de una mal aprovechada participación de Patricia Clarkson, entregando una pseudo Cruella De Vil que apenas tiene espacio y tiempo para desarrollarse como personaje. El Sr. Brundish ya nos había entregado la reflexión más literaria de la puesta, quemar toda foto y nombre humano que señalara la propiedad y autoridad intelectual de una obra era la única manera de establecer un vínculo real y concreto con la literatura. Amar la literatura es entender la obra por fuera de su autor, darle la libertad de ser arrojada al mundo dispuesta de igual manera al éxito y al fracaso. Nunca ser un éxito de ventas sino más bien atravesar al lector entregando un mundo posible, donde la voluntad y el deseo rompen con las limitaciones de los estereotipos, aquellos que ayudar a entender nuestro propio mundo. LA LIBRERÍA The Bookshop. España/Reino Unido/Alemania, 2017. Dirección: Isabel Coixet. Intérpretes: Emily Mortimer, Patricia Clarkson, Bill Nighy, James Lance, Frances Barber, Gary Piquer, Charlotte Vega, Richard Felix y Honor Kneafsey. Guión: Isabel Coixet, sobre una novela de Penelope Fitzgerald. Fotografía: Jean-Claude Larrieu. Música: Alfonso de Vilallonga. Edición: Bernat Aragonés. Distribuidora: CDI Films. Duración: 115 minutos.
La directora Isabel Coixet aseguró que "La librería" fue la película que siempre quiso filmar. Esta realizadora que generalmente elige tramas intensas, en esta ocasión encaró un relato ambientado en la placidez de un pueblo costero en la Inglaterra de posguerra. Como en "La vida secreta de las palabras" o "Nadie quiere la noche", el personaje protagónico es una mujer en un contexto hostil. Florence Green es una viuda que apuesta su escaso capital a abrir la única librería del lugar, una iniciativa que chocará contra los planes de una aristócrata que quiere convertir la casa en un centro de arte. El filme es la adaptación de una novela de Penelope Fitzgerald, y Coixet crea una atmósfera propia para este trabajo que recuerda los climas de algunos clásicos ingleses, con intrigas y diferencias de clase, y los conflictos íntimos y pequeñas tragedias de algunos autores contemporáneos. Para lograr esa complejidad contó con un elenco extraordinario encabezado por Emily Mortimer en el rol de la heroína y Patricia Clarkson como su antagonista. Como mediador entre ellas aparece el personaje interpretado por Bill Nighy, un excéntrico, un aristócrata que vive recluido en su casa con la única compañía de su interés por la lectura. Alrededor de ellos gira un universo en el que todo se dice a media voz y con buenos modales, aunque debajo fluyan el la arrogancia y el egoísmo.
Todo gira en torno a Florence, interpretada por Emily Mortimer, una viuda, amable, inocente y tierna que solo busca poder concretar un sueño instalar una librería en un pequeños pueblo que elige para vivir. Entabla una linda relación con una niña Christine (Honor Kneafsey), quien la ayuda en la librería, con un sueldo para ayudar a su familia, tiene un cliente Brundish (Bill Nighy), un hombre ermitaño, reservado y misterioso. Uno de los obstáculos Violet (Patricia Clarkson), se lo presenta, esta mujer influyente e importante en ese lugar. Una historia que nos habla de las relaciones humanas, donde se puede observar el valor de la amistad, la honestidad, la rivalidad, los celos, la incomprensión y la indiferencia. Todo se encuentra rodeado de una hermosa fotografía, su desarrollo hace sentir el olor y el amor a los libros. Pero su ritmo es pausado, con planos y silencios alargados.
UNA MODERADA REBELDÍA La mayoría descubrimos a Isabel Coixet en 2003 cuando estrenó Mi vida sin mí, aquel interesante drama sobre una mujer que se enfrentaba a una enfermedad terminal rompiendo múltiples esquemas. Y lo mismo hacía la película, alejándose de las convenciones de los melodramas lacrimógenos. Lo curioso fue cómo Coixet construyó posteriormente una carrera en la que terminó abrazándose a todo aquello que parecía escapar, extenso camino recorrido desde entonces que colocó a la catalana en el sitial de los realizadores consagrados e indiscutibles de la industria cinematográfica española. Ese camino es el que nos trae hasta La librería, último y celebrado ejemplo de un cine adocenado y sumamente correcto. Basada en una novela de Penelope Fitzgerald, la película tiene a Emily Mortimer como Florence, una viuda que a fines de los años 50’s decide poner una librería en un pueblito costero de Inglaterra, territorio dominado por una burguesía amable en apariencia pero bastante conservadora y donde Patricia Clarkson representa la máxima autoridad. La “viuda” entonces será como la Juliette Binoche de Chocolate, quien a partir de su emprendimiento chocará ingenuamente contra un orden establecido. En sus primeros minutos, La librería se parece a esas películas de Woody Allen en las que mira con cierta ironía a las clases intelectuales y dominantes, y progresivamente adquiere un tono más dramático, como en aquellos films de época de James Ivory donde todo era sumamente trágico pero a la vez encantador y afable desde lo narrativo. Coixet efectivamente se ha convertido en una directora de un tipo de cine que podríamos definir como universal, hecho con herramientas discursivas rápidamente asimilables por un público mayoritario, apreciado en ámbitos festivaleros, pero que a cambio paga con una impersonalidad manifiesta. Y si bien fluye con la sabiduría de una directora que conoce la herramienta narrativa, La librería fracasa cuando quiere poner en crisis una mirada añeja sobre la cultura, a partir de celebrar la experiencia literaria y la lectura. Dice que la cultura no puede ser controlada ni estandarizada desde el poder, y que el coraje es la actitud suprema para enfrentarse a las estructuras anquilosadas. Y si bien no hay nada malo en las máximas como aforismos que surgen de los personajes, el problema de la película no tiene que ver sólo con su prolijidad exacerbada, sino también con lo limitado de su mirada. Si bien la historia está ambientada en un pueblo, Coixet hace foco en unos pocos personajes: los habitantes del pueblo son una masa uniforme que queda en un segundo plano y que parece fácilmente manipulable. Por lo tanto, la defensa que hace de la literatura es antes que nada un lugar común porque no tenemos referencia alguna de cómo leer hace mejores a los personajes. Ni qué decir, además, de las citas a autores y libros, todas obras reconocibles para el gran público. Con todo esto, Coixet no sólo fracasa a la hora de cuestionar a los sectores que nos ordenan qué es la cultura y qué no, sino que además construye un sistema propio de valores irrefutables que en verdad no choca demasiado con lo consagrado. La solidez narrativa, entonces, aparece como la trampa de una película que busca agradar a toda costa.
Una ávida y solitaria lectora perseguirá su sueño de abrir una librería en un pequeño condado de Inglaterra. Para alcanzar ese viejo anhelo que mantenía con su difunto esposo, deberá enfrentar a la idiosincrasia de aquel pequeño paraje, y afrontar a una competidora audaz y despiadada. Una historia de rebeldía, perseverancia y confrontación ante el establishment y el poder de la alta sociedad. La reconocida directora española de “La vida Secreta de las Palabras” vuelve al ruedo con la adaptación de la novela homónima de Penelope Fitzgerald. Isabel Coixet realizó este sencillo relato intimista, que cuenta la historia de una joven mujer (Emily Mortimer), la cual decide, en contra de la educada pero implacable oposición vecinal, abrir la primera librería que haya habido en un pequeño pueblo de la Inglaterra de 1959. Nos encontramos con un film que presenta buenas intenciones y que en reiterados momentos apela a la emoción y a la empatía del espectador por medio de escenas bien construidas y sumamente cuidadas desde lo narrativo y lo interpretativo. Emily Mortimer, Patricia Clarkson, Bill Nighy y Honor Kneafsey son varias de las razones por las cuales la película funciona. Quizás las principales falencias de la cinta están representadas en el guion, que por momentos transita algunos lugares comunes como el “forastero que viene a romper con la paz local”, sin embargo, entre los paisajes rurales de Inglaterra, y el estilo austero que maneja la directora, podemos ubicar a “La Librería” entre aquellas pequeñas historias que emocionan a través de su franqueza y su falta de pretensiones. “A ella, lo que más le gustaba en el mundo era terminar un libro y tener la historia en la mente como el más vivido de los sueños”. La frase con la que empieza el film incurre en cierta ironía premonitoria, que nos preparará para un final algo anticipable pero necesario. “La Librería” compone un relato austero pero cargado de emoción, que apelará a sus excelentes actores para sacar adelante una historia algo típica pero funcional.
Bello y sutil filme sobre el arte de las palabras “Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”. (Proverbio hindú). “La Librería” es una coproducción entre España, Reino Unido y Alemania, dirigida por Isabel Coixet con un elenco encabezado por la actriz inglesa Emily Mortimer (“Match Point” (2005)”, “Shutter Island” –“La isla siniestra”-2010, “La invención de Hugo”,2011, “The Newsroom” -serie de TV-2012), la nominada al Oscar y Globo de Oro Patricia Clarkson (“Elegy”, 2008, “Aprendiendo a conducir” 2014) y Bill Nighy: (“Love Actually,”2003, “Su mejor historia“, 2016), ganador de un Globo de Oro y dos premios BAFTA. Situada en un patrón de cine transfronterizo, la trayectoria de Isabel Coixet ha ido creciendoy ofreciendo personajes femeninos cada vezmás complejos sobre una gama de heroínas cuya vida es la permanente lucha contra circunstancias adversas. Eso es posible visualizar en producciones tan disímiles como: “Cosas que nunca te dije”(1996), “Mi vida sin mí “ (2003), “La vida secreta de las palabras” (2005), “Mi otro yo” (2013) y “Nadie quiere la noche” (2015). En “La librería”, basado en la novela “The Bookshop” (1978) de Penelope Fitzgerald, narra la historia de una viuda, Florence (Emily Mortimer), de mediana edad, que debe luchar contra una realidad hostil que entorpece su sueño de establecer una librería en la pequeña localidad costera de Hardborough, Suffolk. El emplazamiento que escoge es "Old House", una casa abandonada que según la fantasía popular está poblada de fantasmas. Tras muchos sacrificios, Florence consigue abrir su negocio que crece poco a poco durante un año, hasta que las ventas decrecen. Se le opone la influyente y ambiciosa Violet Gamart (Patricia Clarkson), que pretende abrir un centro de arte en la misma casa. Penelope Fitzgerald empezó a escribir en 1975, a los 58 años, publicando primero una biografía del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones, luego otra de su padre y sus tíos (los hermanos Knox, destacados hombres de letras). Dos años más tarde aparece su primera novela, “The Golden Chile”, una suerte de relato policial humorístico que transcurre en un museo de antigüedades de Inglaterra. Posteriormente apareció “Innocence” (“inocencia” 1986), que transcurre en Florencia y cuenta una historia de amor con Gramsci como personaje secundario, y “The Beginning of Spring” (“El inicio de la primavera,1988) sobre un inglés exiliado en Moscú que retoma, y en cierta manera perfecciona, un complejo argumento de Henry James. “La librería” es un bello homenaje a la literatura, los libros y la lectura, en donde se destacan los numerosos guiños literarios que aparecen a lo largo del film, como las escandalosas y ruidosas novelas que conmocionaron a la sociedad de los ‘50, “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, en que puso de manifiesto el poder de los medios de comunicación y el excesivo conformismo que dominaba a la sociedad, o “Lolita” (1955) de Vladimir Nabokov, una novela que contiene diferentes niveles de lectura, desde el relato romántico y erótico hasta el retrato de una sociedad autocomplaciente, así como temas sobre la moral y la perversión psicopatológica, las cuales serán utilizadas por Florence Green para atraer a lectores a su librería. Esta realización no sólo revelará la existencia del maravilloso escritor Ray Bradbury y sus “Crónicas marcianas” (1950),en las que lleva a cabo una crítica de la sociedad y la cultura actual, amenazadas por un futuro tecnocratizado, sino la de un misántropo (Bill Nighy) que anhelará la publicación de “Las doradas manzanas del sol” (1952, y la ayudará en su laboriosa misión de tratar de convencer a la supuesta dueña del pueblo, para que abandone el proyecto de crear el Centro de Artes. En su empresa será ayudada por una niña imaginativa, Cristine (Honor Kneafsey), inteligente, práctica y soñadora al mismo tiempo, y a la vez mantendrá un enternecedor contacto con este misántropo anciano que lleva 45 años encerrado en su mansión, alguien que recuerda cierta semejanza con el poema de Gil de Biedma: “En un pueblo junto al mar, poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia”. En cierto modo “La librería”, recuerda a “Chocolat” (2000) de Lasse Hallström, que protagonizara Juliette Binoche, Alfred Molina y Jhonny Depp. Acercarse a “La librería” dejará una sensación parecida. Sólo habrá que cambiar a Juliette Binoche por Emily Mortimer, y a Jhonny Depp por Bill Nighy, bombones por libros. El paisaje es semejante, un lejano pueblo donde los desconocidos no son del todo bien recibidos por las autoridades, que harán, lo imposible por conseguir que la intrépida protagonista desista de sus acciones. Esta obrale llevó a Isabel Coixet 10 años de esfuerzo para poder realizarla, a nadie le interesaba el guión porque no había una historia de amor. Pero a pesar ello existe el amor por los libros y en esa relación radica la sensibilidad y ternura del filme. Construyó su producción como su fuera una joya de artesanía fina, con gran armonía entre el paisaje y los personajes, los cuidados diálogos, y silencios casi hipnóticos. Enlazados en una atmósfera misteriosa y mágica, como lo son los libros que cuidadosamente coloca la protagonista en la estantería de su librería. Desde la elección del pueblo, una zona agreste de la costa norirlandesa, magníficamente reflejadas en la bella fotografía de Jean-Claude Larrieu, hasta a un excelente acompañamiento musical creado por Alfonso de Vilallonga, “La librería”no sólo es un delicado trabajo fílmico, sino que es de gran belleza conmovedora donde esa soledad limitada por la naturaleza y la hostilidad, habita en el espacio de una palabra sostenida por un alma distendida que medita y sueña, y por un espíritu que ve y revé los libros, como esos objetos preciosos que perduraran a pesar de la adversidad.
EXIGENCIAS DEL RELATO “Al leer una historia habitamos en ella –comienza la voz en off–. Lo que más le gustaba a Florence era dar paseos para reflexionar sobre las emociones que había sentido”. Es innegable que los primeros minutos de La librería coquetean con ciertas semejanzas entre filme y libro basadas en dos grandes aspectos: por un lado, el tono (onmisciente) de la narradora y los recitados de las cartas del Sr. Brundish a cámara, un constante intercambio entre la volatilidad de la palabra hablada y cierto modo de escritura que interpela al lector en su vínculo con el relato; por otro, un despliegue de escenarios naturales perdidos, casas fantasmagóricas, encuentros pintorescos, un pueblo peculiar y la caracterización cuidada de cada uno de los habitantes de Hardborough en una suerte de pasaje descriptivo de los detalles literarios hacia las imágenes y gestos en la gran pantalla. El universo creado por la española Isabel Coixet y basado en la novela homónima de Penélope Fitzgerald, que aparece como guiño en venta, se enmarca en un ambiente delicado, atractivo, con un halo romántico y personajes singulares que oscilan entre aquellos que parecen agotados en vida o sin incentivo y quienes intentan realizar sus deseos sin importar la dificultad que esto conlleve. Ambas posturas se plantean de forma medida, correcta y con pequeños matices que buscan quebrar los esquemas de previsibilidad. Por otra parte, no hay ningún mensaje estereotipado ni moraleja sobre el amor por la lectura o los beneficios que ésta pueda producir en el individuo. Por el contrario, la protagonista acepta que se trata de un pueblo poco interesado por los libros –con la excepción del recluido Sr. Brundish– y compra Old House para vencer ese desafío y cumplir su sueño. Más allá de esto, la película presenta un gran inconveniente que radica en la construcción contradictoria de Florence. Si bien numerosos personajes remarcan su coraje y pasión por los libros y hasta ella misma le comenta al Sr. Brundish que seguriá en Old House a pesar de las intenciones de Violet Gamart de convertir el espacio en un centro de artes, dicha valentía es inexistente. No sólo la mujer no posee actitudes que demuestren ese rasgo, sino que confía reiteradas veces en gente que sabe que quiere perjudicarla volviéndola exasperadamente ingenua. Para una persona ávida de lectura, con gran inteligencia e ímpetu para llevar a cabo un proyecto sola se torna intolerable semejante liviandad a la hora de constituir su temple y la forma de dejarse tratar por los demás. Esto mismo se subraya estéticamente cuando los diferentes personajes aparecen como enmarcados en pinturas dando cierre a la suerte de complot. El final no hace más que reforzar la manera en que cada uno de ellos habitó su propia historia puesto que no sólo se trata de la disyuntiva entre aquellos que parecen agotados en vida y los que intentan realizar sus deseos sin importar la dificultad que esto conlleve, sino de quienes se alejan de ambas posturas para empezar a conocerse a sí mismos y elegir qué relato experimentar. Por Brenda Caletti @117Brenn
En la carrera de Isabel Coixet destacan historias de drama en las cuales están impresas sus obsesiones estilísticas atravesadas especialmente por el fenómeno de la incomunicación, ya sea en la amistad, el romance, el advenimiento de la muerte o en la cultura asiática (“Cosas que nunca te dije”, “Mi vida sin mí”, “La vida secreta de las palabras”, “Mapa de los sonidos de Tokio”). En esta adaptación de la novela homónima de Penelope Fitzgerald, Coixet recurre una vez más a una exquisita dirección de arte para recrear el fin de los años 50 en el británico pueblo de Harborough, apático y frío, tanto climática como culturalmente. La historia comienza cuando Florence Green (Emily Mortimer), una joven mujer viuda, extremadamente sensible pero bien plantada, decide abrir su propia librería en un terreno conocido como The Old House. Debe encarar a la alta sociedad, encabezada por Violet Gamart (Patricia Clarkson), quien controla las decisiones que se toman en el pueblo, convirtiéndose en su principal adversaria. Milo North (James Lance) es un interesado colaborador de esta familia para, lentamente ir derribando mediante sucias estrategias los logros de la librera. Florence, a primera vista, puede parecer una mujer ingenua, pero es muy consciente de la situación a la que se enfrenta. En todo caso, es un personaje con muchos matices que la convierten en una idealista y tenaz luchadora. Entre sus pocos aliados en esta batalla, Florence cuenta con el Sr. Brundish (Bill Nighy), un hombre viudo y ermitaño desde hace 45 años, de quien se rumorean muchas historias pero ninguna es cierta. Ella entabla una amistad con él, haciéndole conocer nuevos libros (destacando la obra de Ray Bradbury), pidiéndole consejo acerca de si debe atreverse a vender en el pueblo la polémica novela de Nabokov, “Lolita”. Ambos se tienen una admiración y una confianza inquebrantables, pues se reconocen como iguales en su soledad y amor por la literatura. Aquí, por muchos motivos, el romance es puramente platónico, pero no por eso deja de ser entrañable. Christine (Honor Kneafsey), una niña de 12 años proveniente de una humilde familia, comienza a trabajar en la librería y, a pesar de su rebeldía, toma las enseñanzas de Florence tanto a nivel nivel literario como humano. La librera la inspira para vivir su vida con su misma determinación y dedicación, lejos de los prejuicios y del pueblo. Las figuras femeninas de Coixet, sean amables como Florence o mezquinos como Violet, están empoderadas. Son mujeres libres que no dudan en llevar a cabo sus objetivos. Es otro rasgo estilístico de la realizadora, que, como feminista, dota a sus personajes de pasión y compromiso por lo que hacen. La película, ganadora de varios premios Goya, está dedicada a John Berger, a quien la directora admira profundamente y ha sido una gran influencia en sus diferentes trabajos. La librería de Coixet es una obra que retrata de manera crítica y sentimental, una época y una palabra: coraje.