Un hombre acorralado por sí mismo El tercer largometraje de Miguel Cohan, después de su incursión en la televisión con La Fragilidad de los Cuerpos (2017), se mantiene en el género policial al igual que su ópera prima Sin Retorno (2010) y la adaptación de la popular novela de Claudia Piñeiro, Betibú (2014), obras que le valieron un reconocimiento como nuevo realizador nacional. La Misma Sangre (2019) narra desde dos puntos de vista distintos la muerte de Adriana (Paulina García), la esposa de Elías (Oscar Martínez) y madre de Carla (Dolores Fonzi). Su fallecimiento aparentemente accidental desata una serie de interrogantes que llevan a la pareja de Carla, Santiago (Diego Velázquez), a preocuparse por la posibilidad de que la coartada de Elías durante el accidente que causó la muerte de la cocinera profesional no sea auténtica. La premisa del guión de Ana y Miguel Cohan se basa en la deconstrucción de la fachada del matrimonio perfecto de más de treinta años de Adriana y Elías, una pareja a punto de separarse con vidas completamente distintas que mantenían una relación distante pero simulaban seguir juntos. A partir de las sospechas de Santiago, Carla comienza a indagar en la vida de su madre a partir de una serie de fotografías que encuentra en la casa paterna, lo que la lleva a descubrir algunas de las cuestiones que sus padres le ocultaban. El film de Cohan se basa en una idea propia concebida junto a Ana Cohan y Walter Rippel y plantea una mirada trágica sobre las miserias familiares pero sin extender la representación particular hacia lo universal. La historia sí realiza un planteo social sobre los empresarios regionales que se endeudan intentando exportar y los organismos estatales burocráticos que los ponen en el camino de la quiebra con sus retrasos en escenas que podrían haber sido más desarrolladas y definitivamente constituyen las más memorables de la película. En este sentido, los contratiempos del ambicioso proyecto económico de Elías y la consolidación del proyecto gastronómico de Adriana son dos caras contrapuestas de una Argentina en la que nada se puede dar por sentado y que quedan como una contextualización de la historia familiar que no resulta tan interesante. El relato va perdiendo fuerza promediando la mitad del film ya que la acción que se repite desde el punto de vista de Elías, tras narrar primero la acción desde la mirada de Santiago, aporta algunas respuestas pero no agrega nuevos interrogantes y podría haber sido más resumida. Las actuaciones de todo el elenco son excelentes, destacándose Oscar Martínez y Paulina García en escenas de gran tensión, al igual que un maravilloso comienzo con Norman Briski y buenas performances de Dolores Fonzi, Diego Velázquez y Luis Gnecco. Con una historia sencilla y una fórmula que funciona, Miguel Cohan construye en La Misma Sangre un policial sin policías ni jueces, y prácticamente alejado de todo el aparato judicial, para narrar un drama familiar desde el suspenso. Por momentos el film carece de credibilidad y pierde el interés que crea en un principio, especialmente por la gran actuación de Paulina García, y que recupera parcialmente en el final y en algunas escenas de Oscar Martínez, aburriendo cuando se centra en el personaje interpretado por Velázquez y consiguiendo en suma mantener un nivel aceptable en una propuesta que logra atraer con un elenco destacado y una historia prometedora que se conforma con ofrecer un cierre muy poco deslumbrante.
Tras un debut de factura propia (Sin retorno, 2010), una adaptación de novela (Betibú, 2014) y una miniserie (La fragilidad de los cuerpos, 2017), Miguel Cohan llega a su tercera película con un perfil ya moldeado como director: un narrador clásico de efectivos thrillers de corte industrial. La misma sangre se inscribe en esa senda, aunque el saldo no tiene la solidez y la precisión con las que contaban -aun sin grandes hallazgos- sus anteriores trabajos.
Un arranque brillante. Contundente. Con la sospecha que algo nos estamos perdiendo, termina por ceder el lugar a una narración más convencional que sólo por el cambio de eje y punto de vista pretende reemplazar fallas de género que la alejan de su idea original convirtiéndola en melodrama pasional carente de solidez.
Lo nuevo del director Miguel Cohan (el mismo de “Sin retorno” y “Betibú”) es también un thriller, esta vez anclado al drama familiar. Carla (Dolores Fonzi) es una diseñadora de joyería contemporánea y vive junto a Santiago (Diego Velázquez), un doctor. Reciben a los padres de ella para una cena, junto a su hermana y su novio. Una reunión familiar. Si bien Santiago percibe algunas cosas extrañas entre sus suegros, la cena se sucede con la mayor normalidad posible acorde a lo que son las reuniones familiares. Pero esa noche, a altas horas de la madrugada, los despierta una llamada: hubo un accidente y su madre (interpretada por la actriz Paulina García) termina falleciendo en circunstancia particular. Toda la primera parte está contada desde el punto de vista de Santiago, quien se dedica a observar mayormente en silencio todo lo que lo rodea. Siento que Elías, el padre de su mujer (Oscar Martínez) tiene actitudes raras que no se corresponden con un duelo, pero al apenas mencionarla a Carla ella siempre las evade. Es entendible, se acaba de morir su madre e incluso sucedió siendo ahorcada por un collar que ella acababa de regalarle, que se enganchó en una de las máquinas que utilizaba para su trabajo. El principal problema de “La misma sangre” radica en esa división de puntos de vista. Después de casi media película, ésta vuelve atrás y sigue a Elías. Lo curioso es que no termina siendo más que una repetición de aquello que vimos o que sospechábamos, no aporta casi nada nuevo. Elías trabaja como productor lechero y carga con dos fantasmas, el de su padre y el de su hermano. También se encuentra a la espera de un importante negocio cuya burocracia le impide su agilidad. Esto lo tiene más nervioso de lo que demuestra. Las apariencias como uno de los temas del film. Sin embargo las cosas no terminarán de retorcerse y ponerse extrañas hasta un último tercio que se siente inverosímil y que no termina de aprovechar las ideas sobre los lazos sanguíneos y el legado que se van plasmando a lo largo del relato. Porque ahí también está el hijo de Carla y Santiago, quien mejor se relaciona con Elías y a quien pretende trasladarle su conocimiento, su herencia, su legado. Además el film se siente monótono, con un aire de misterio acentuado durante todo el relato cuya resolución deja sabor a poco. El guion escrito junto a Ana Cohan resulta reiterativo y poco convincente, funciona mejor a la hora de plantear que de resolver. A nivel actoral estamos ante un elenco de lujo. Oscar Martínez apuesta al registro donde no falla (con ecos de “Relatos salvajes” y no sólo a su personaje) pero con un personaje muy oscuro, Diego Velázquez es antes que todo observador, Dolores Fonzi lamentablemente hasta el final no cuenta con un personaje de mucho peso, y Paulina García brilla aun cuando le toca putear en argentino. Por allí dan vueltas el chileno Luis Gnecco aportando un poco de corazón al film, y Malena Sánchez en un personaje que bien podría no estar. Y como si fuera poco, el prólogo está protagonizado por Norman Brinski. “La misma sangre” se enreda en medio de una trama que podría haberse desarrollado de manera más simple y efectiva. En su afán de sugerir y finalmente provocar con un retrato oscuro de la burguesía, pierde el eje principal cuando pasa de thriller a culebrón.
El director Miguel Cohan -Sin retorno, Betibú- vuelve al género policial en su tercer largometraje, La misma sangre, ambientado en una zona rural e impulsado por una familia judía de clase media sobre la que se ciernen varias dudas. La historia gira en torno a Elías -Oscar Martínez-, un productor de queso al que las cosas no le van demasiado bien pero ve la oportunidad de nuevos negocios con el exterior. Por eso, le pide a su mujer Adriana -la chilena Paulina García-, una cocinera profesional de quien está por separarse, que le preste dinero. Cuando Adriana aparece muerta en su lugar de trabajo -una escena bien resuelta-, Elías se convierte en el principal sospechoso. El relato recurre al flashback para armar el rompecabezas y al comienzo cuesta seguirle los pasos. Hay dos perspectivas narrativas: la primera es la de Santiago -Diego Velázquez-, el esposo de su hija Carla -Dolores Fonzi-, que irá acorralando a su suegro para develar lo que ocurrió; y también la mirada de Elías, que imprime dudas, misterio y deja al descubierto algunas miserias familiares en torno a un campo heredado. El comienzo, ambientado siete años atrás, con la muerte del padre -Norman Briski- de Elías que cae desde lo alto de un molino, suma algunos interrogantes a este relato que se sostiene más por las actuaciones que por la intriga que se desprende de la trama, dejando algunos cabos sueltos. El derrumbe de la familia queda bien plasmado en el oscuro personaje de Elías, interpretado con grandes recursos expresivos por el actor de El ciudadano ilustre, y la relación conflictiva con Carla, quien también comienza a investigar la vida de su madre. La misma sangre tiene una factura técnica de primer nivel pero el resultado está un escalón abajo con respecto a las realizaciones anteriores del director.
La misma sangre es un gran thriller. Es diferente en el cine nacional, es intrincado, y mantiene la tensión todo el tiempo. Miguel Cohan viene de hacer dos buenas películas: Sin retorno (2010), y Betibú (2014), mi adaptación preferida de todas las que se hicieron de Claudia Piñero. En ambas oportunidades había demostrado que sabía manejar muy bien los tiempos y climas para mantener el suspenso. Me gustó mucho la manera en la cual se construyó la estructura del guión. Porque si bien ya lo hemos visto en otras películas, aquí se lo mantiene como “novedoso”. Volver a la misma escena, pero con diferentes puntos de vista, ampliar cosas, y confundir al espectador, es un recurso genial si está bien utilizado. Y aquí se lo aprovechó muy bien. En cuanto al elenco, ya es obvio y redundante alabar a Oscar Martínez y Dolores Fonzi. Ambos tienen timing de dioses, y escenas en las cuales dan cátedra. Sus personajes evolucionan e involucionan. Gran sincronía, y una especie de yin y yang muy astuto. Por momentos son un mismo personaje. Algo que se busca desde el título y el póster. El concepto queda bien claro y de manifiesta con grandeza. Párrafo aparte para Diego Velázquez, quien se está convirtiendo en uno de mis actores argentinos predilectos. Aquí vuelve a demostrar que puede hacer lo que sea. Y él es el catalizador de la historia, y que hace que todo se mueva. El resto del elenco está bien, pero no pude evitar sentir forzada la co-producción con Chile con las apariciones de Luis Gnecco y Paulina García. A nivel técnico está muy bien, hay algunos planos que me gustaron mucho. Simples, pero bien utilizados. Se mantiene la tensión en todo momento, y tiene puntos de giros muy buenos, con un climax a la altura. Pocas cosas se le pueden objetar a esta producción, es una buena película para ver en el cine
El peso de las herencias es el tema elegido por el director de Sin retorno (2010) y Betibú (2013) para regresar a la pantalla grande tras su incursión en la TV con la serie La fragilidad de los cuerpos. Se trata de un policial que pone en jaque a una familia de clase media judía. La muerte de uno de sus integrantes dispara un sinfín de interrogantes y promueve las sospechas de un camino que conduce a un campo que poseen de generación en generación. La película empieza con una suerte de preámbulo que preanuncia la tragedia de sus descendientes: un anciano Norman Briski trabaja con su físico a pleno rayo del sol en un espacio rural cuando la muerte lo sorprende. Nueve años después, Elías (Oscar Martínez) controla el normal funcionamiento de su familia cuando la muerte en misteriosas circunstancias de su mujer Adriana (Paulina García) lo deja a él como blanco de todas las sospechas. Del mismo modo que las otras películas de Miguel Cohan, se trabaja desde un registro policíaco, con la resolución del enigma como premisa, aunque también, será fundamental encontrar las razones de los responsables detrás de los sucesos. Para abarcar ambas aristas, la historia es contada en un primer momento desde su yerno Santiago (Diego Velázquez) como un testigo ocular que recopila pistas de modo detectivesco mientras observa con desconfianza a su oscuro suegro (Martínez). En un evidente cambio de focalización, el mismo hecho es narrado desde uno Elías, uno de los protagonistas en el eventual crimen. La película adquiere de este modo la forma de un drama familiar: muestra los motivos económicos –producto de las malas decisiones pero también de la crisis económica y del Estado por su burocracia institucional- y humaniza al sospechoso. Sobre el final es su hija Carla (Dolores Fonzi) quien toma las riendas al juzgar el destino de su padre con los hechos y el corazón. Estas variaciones en el modo de contar la historia administran con inteligencia la información proporcionada al espectador. Un acierto de producción es el casting, que aprovecha el don de Martínez para componer personajes odiosos y explota el duelo actoral con Fonzi, por segunda vez desde La Patota (2015), componiendo una conflictiva relación padre-hija. El chileno Luis Gnecco interpreta a Lautaro, amante de Adriana, Malena Sánchez a la otra hija y Emilio Vodanovich al inocente nieto y futuro heredero. Como en Sin retorno (Betibú está basada en una novela de Claudia Piñeiro) Cohanescribe el guion original de esta sórdida propuesta sobre el peso de las herencias junto a su hermana Ana Cohan, para un film preciso y contundente que resquebraja a una familia desde su interior.
En la tercer película de Miguel Cohan se muestra un comienzo dramático con la muerte del padre del protagonista (Norman Briski) mientras trabajaba en el campo. Luego de varios años se nos presenta a una familia como tantas, un matrimonio de treinta años conformado por Adriana (Paulina García) y Elías (un oscuro Oscar Martínez) que muestra una armonía que no es tal. Tienen una hija Carla (Dolores Fonzi), felizmente casada con Santiago (Diego Velázquez, ultimamente muy presente en el cine). Después de una reunión familiar el matrimonio mayor comienza a discutir por problemas económicos, (a él no le va bien en los negocios y quiere que Adriana le otorgue un préstamo). Luego de eso, Adriana muere en circunstancias extrañas. Para Santiago, las sospechas recaen en Elías e intenta convencer a su mujer de lo que él dedujo por cosas que no le cierran. A partir de allí, continúa la resolución del caso sumado al drama familiar que aqueja a todos sus miembros e implica la incredulidad de Clara al volverse también “cazadora” de la verdad. El elenco es sólido y demuestra la gran química que sigue existiendo entre Martínez y Fonzi (ya lo habíamos visto en “La Patota”) A ellos se les suma su otra hija, Malena Sánchez y Luis Gnecco. Buena factura técnica y buen guión de Ana y Miguel Cohan. Una película nacional para ver en el cine y de paso apoyar a nuestro industria en su primera semana de exhibición. ---> https://www.youtube.com/watch?v=RbgfKnpxd4g ACTORES: Oscar Martínez, Dolores Fonzi. Paulina García, Diego Velázquez, Luis Gnecco. GENERO: Drama . DIRECCION: Miguel Cohan. ORIGEN: Chile, Argentina. DURACION: 113 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años FECHA DE ESTRENO: 28 de Febrero de 2019 FORMATOS: 2D.
Desde hace unos años a esta parte, el thriller está ejerciendo una atracción sobre los cineastas argentinos, y se realizan tanto películas de producción independiente como de la llamada industrial o comercial. No importa el dinero que se utilice, porque el capital más importante es el de las ideas, el ingenio y el ritmo para sostener el suspenso. La misma sangre, de Miguel Cohan, tiene una escena movilizadora -un hombre (Norman Briski) cae desde lo alto de un molino en un campo- y de a poco se va desandando la trama. A Elías (Oscar Martínez) no le va tan bien como deseara con el manejo del campo que era de su padre. Tiene problemas financieros mientras aguarda un trato comercial con el exterior, que cierta burocracia local le demora. Su esposa Adriana (la chilena Paulina García, vista en La novia del desierto y La cordillera) hace repostería, y por más que él le pide que lo ayude momentáneamente, la mujer, que quiere separarse de él, lo maltrata y está lejos de brindarle ese apoyo económico. Cuando Adriana aparezca muerta en una situación por lo menos confusa, Santiago (Diego Velázquez), la pareja de Carla (Dolores Fonzi, que vuelve a interpretar a una hija de Martínez, como en La patota) comienza a desconfiar de su suegro. Hay indicios, que el director Miguel Cohan va repartiendo por aquí y por allá para sustentar la sospecha de Santiago, hasta que en determinado momento muestra cómo se produce la muerte de Adriana. Es a partir de allí que el andamiaje del suspenso, en vez de mantenerse in crescendo, se recorta. No porque el espectador sepa más que algunos personajes, sino porque la trama ingresa en vericuetos y subtramas con un ritmo que ralentiza la acción. Cohan ya se había movido en las aguas del filme de suspenso, en Betibú. Aquí, el público, a partir del relato que combina el juego del gato y el ratón con las relaciones padre/hija, comienza a elucubrar menos, porque la intriga disminuye. Durante más de la primera mitad, la expectación, la curiosidad se mantiene alta. Hay buen planteo de las situaciones y de los diálogos, aunque Adriana sea un personaje como de un solo perfil; ya verán cuál. Es en la construcción de cómo funcionan ambas parejas (Elías y Adriana; Carla y Santiago) donde Cohan apunta para solidificar su narración, y que no quede solamente como una mera descripción de los hechos. La aparición de un primo de Adriana (el también chileno Luis Gnecco, de Neruda) es la que desestabiliza el orden emocional, pero hacia el final el asunto parece desbordarse. Martínez tiene un personaje oscuro como pocas veces había encarnado, en tanto Velázquez, que tiene mayor poder protagónico que Fonzi, se mueve y habla, se conduce como un verdadero perro de caza por averiguar qué paso esa noche, y es creíble. Fonzi compone un personaje que no quiere ver o saber lo que realmente sucedió, y en ello radica lo mejor de su actuación, más contenida que en otras oportunidades.
El cine argentino tiene una larga tradición en filmes policiales y de suspenso, basta pensar en el Oscar que se llevó por "El Secreto de Sus Ojos", de Juan José Campanella. "La Misma Sangre" se enmarca en ese género cinematográfico con una destacada actuación de Oscar Martínez y el elenco que lo acompaña y del que forman parte Dolores Fonzi, Diego Velazquez ("Relatos Salvajes") y la multipremiada actriz chilena Paulina García ("Gloria", "La Cordillera"). La película de Miguel Cohan es co-producción argentina chilena, mi impresión fue la de estar ante un "Relato Salvaje" no sólo por compartir dos actores sino porque la misma historia se va alimentando de la ira, la desesperación y lo irracional del ser humano hasta llegar a matar o convertirse en víctima. Oscar Martínez representa a un atribulado además de humillado marido, Elías, que queda viudo en cirunstancias dudosas para los testigos circunstanciales de la última noche con vida de Adriana (Paulina García), su esposa, . El planteo de Cohan es ver la muerte de Adriana desde 2 miradas, la del principal sospechoso y la de su yerno, Santiago (Diego Velázquez). A Elías se lo ve distante, preocupado; a Santiago, desconfiado, como un detective que está tras los indicios firmes de un crimen. Quizás las cosas no sean tan así, y para plantar otro vértice está Carla, una de las hijas de Elías y Adriana, que está casada con Santiago y que pone una tercera mirada sobre su padre y su madre. Más aún, descubrirá cosas sobre este matrimonio que la angustiarán. Todos tomarán decisiones o dejarán de tomarlas, el hacer o el dejar de hacer serán vitales para cada uno de los participantes. La película ofrece una adecuada dosis de suspenso pero creo que deja anticipar mucho y esto resta impacto al producto total. Si uno recuerda ciertos crímenes de la historia policial argentina contemporánea, no podrá evitar las conjeturas y las hipótesis sobre lo que pasó en la casa de los García Belsunce o en la de un tal Barreda. Sí es cierto que la peli funciona y es una opción a tener en cuenta dentro de los estrenos de la cartelera de bandera nacional de esta semana.
El coguionista y director de Sin retorno regresa al thriller con una historia que, como en sus films anteriores, comienza con una muerte (dos, en realidad), pero que tiene como objetivo principal abordar las lealtades, los secretos y las mentiras familiares, así como la transmisión del ejercicio de la violencia y de cierto sino trágico de generación en generación. No es spoiler indicar que la película gira en torno de la muerte de Adriana (la chilena Paulina García). La cuestión será entender quién, cómo, por qué y para qué lo hizo. Adriana era desde hace 35 años la esposa de Elías (Oscar Martínez), un hombre de clase media alta, aunque su situación financiera es más bien precaria y la relación con ella estaba en plena descomposición. La película va y viene en el tiempo y el protagonismo se reparte entre aquel matrimonio y el punto de vista de Carla (Dolores Fonzi), hija de Elías, quien se debate entre lo que siente y lo que luego cree que debe hacer. Está casada con Santiago (Diego Velázquez), un médico que ha sido testigo de varias situaciones incómodas y oficia como una suerte de investigador en las sombras. La misma sangre funciona mejor en el terreno del drama familiar (las actuaciones son intensas y convincentes) que en el terreno del policial, pero está claro que a Cohan le interesó ahondar en cuestiones éticas y morales que se plantean con rigor y no poca capacidad de provocación.
Es un policial filmado con preciosismo, con la utilización de flash backs constantes que van dando pistas sobre lo que ocurrió. O que muestran un mismo hecho desde la mirada de distintos personajes, y tiene una intriga inquietante que se cruza con observaciones sobre nuestra realidad económica y nuestra idiosincrasia como clase media. El director Miguel Cohan (“Sin retorno”, “Betibu”, también en televisión “La fragilidad de los cuerpos”) se basa en un libro que coescribió con su hermana Ans Cohan. Uno de los rubros fuertes de este film son las actuaciones. Es especial de un Oscar Martínez que se muestra oscuro como nunca, encarnando a un ser que se hunde irremediablemente en un laberinto que el construyó y se empeña en sostener como una fachada. Por un lado es un hombre atribulado como productor que ve que su negocio familiar se le va de las manos porque el estado entorpece su desarrollo y él, sin límites, se endeuda una y otra vez esperando una solución mágica. Y además se empeña en mostrar que su matrimonio es perfecto y la separación que ya existe, es un hecho que solo ignoran los demás, incluidas sus hijas. En ese contexto de amenaza constante para la estabilidad del protagonista muere su esposa. Su yerno comienza a sospechar. Y ahí es donde el rompecabezas inquietante y ponzoñoso avanza. Con juegos y preciosismos y con variada eficacia en tantos “twist” del argumento que a veces son perfectos y otros diluyen la acción. Aunque siempre mantienen ese toque donde lo siniestro y despiadado se enseñorea sobre la patina de los buenos modos. Muy bien Dolores Fonzi, Diego Velázquez y Paulina García.
Mugre debajo de la alfombra El director de Sin retorno y Betibú vuelve a demostrar que sabe cómo manejar los resortes del género policial y darle a su vez una impronta argentina, poniendo al espectador adulto de clase media-alta frente a un espejo muchas veces cruel y deformante. Un anciano (Norman Briski) trabaja en su campo hasta que un desperfecto en la bomba de agua del molino lo obliga a detenerse. Ese hombre llama a su hijo Elías, quien desde su oficina intenta calmarlo. Pero del otro lado del teléfono le devuelven un nombre que no es el suyo, sino el de su hermano fallecido hace más de 30 años: papá no está muy bien de la cabeza y los recuerdos se entremezclan con el presente. Luego de una elipsis de seis años, será a Elías al que le exploten bombas, y no precisamente de agua. Bombas familiares con la forma de secretos infecciosos. Bombas que intentará desactivar a como dé lugar, cueste lo cueste, caiga quien caiga, como si fuera un Walter White porteño. Al igual que con el (anti)héroe de Breaking Bad, el núcleo de La misma sangre está en el corrimiento constante de los límites éticos y morales, en la búsqueda de ese hombre acorralado por salir lo más ileso posible de la telaraña que él mismo tejió. El realizador Miguel Cohan -habitual asistente de dirección de Marcelo Piñeyro- ya había demostrado que sabe manejar los resortes del policial en Betibú (2014) y sobre todo en Sin retorno (2010). Como en su ópera prima, en La misma sangre hace lo que pocas películas con el género: moldearlo con una impronta argentina poniendo al espectador adulto de clase media-alta frente a un espejo que devuelve una imagen inquietante, con el dinero -o, mejor dicho, su búsqueda- como motor principal de las acciones. Porque Elías (Oscar Martínez) tiene un buen pasar económico pero está muy lejos de tener la vida asegurada. Así y todo, luego de la muerte del padre dejó la comodidad de su oficina para hacerse cargo de aquel campo aun cuando las vacas y la fabricación de lácteos nunca fueron lo suyo. A partir de ese adentramiento en lo ajeno, las circunstancias no harán más que seguir empujándolo a un terreno desconocido en el que todo que puede salir mal, sale peor. Empezando por la relación con su esposa (la chilena Paulina García, de Gloria), con quien convive a pesar de estar separados. Un detalle que solo ella y él conocen, en lo que es el primero de varios secretos incómodos que ninguno de los dos quiere sacar a luz y que la película irá develando a medida que avance. Luego de la escena inicial, a Elías se lo ve en una reunión familiar con sus hijas (Dolores Fonzi y Malena Sánchez) y su yerno Santiago (Diego Velázquez). Éste último escucha una discusión entre sus suegros. Una situación que podría ser cotidiana, salvo porque esa misma noche sucede una tragedia que no conviene revelar. No es casual que Santiago sea furtivo y escurridizo como un gato, así como tampoco que lo interprete Diego Velázquez, un actor de tal economía gestual que es capaz de pasar largos minutos en pantalla dándole carnadura a su personaje únicamente con silencios y miradas (ver sino La larga noche de Francisco Sanctis). Observador tan omnipresente como atento, Santiago huele carne podrida y empieza atar cabos, para desesperación de un suegro que sospecha que el otro sabe. Y si Santiago sabe, muy probablemente también sepa Carla (Fonzi), que al principio desconfía pero también empieza a tirar del ovillo y a descubrir la mugre bajo la alfombra. Alternando principalmente entre el punto de vista de sus dos protagonistas masculinos, lo que implica a su vez varios saltos temporales, La misma sangre tiene un guión que funciona como un reloj, exhibiendo un mecanismo aceitado, tan cuidadoso en sus detalles como en dejar que sea el espectador (y no la película) quien tome una posición respecto a Elías. Y es imposible no tomarla ante un tipo de acciones cuestionables, pero también capaz de despertar piedad ante un escenario que -otra vez como Walter White- supera ampliamente sus capacidades resolutivas. Esa ambigüedad sería imposible sin un Oscar Martínez sencillamente extraordinario. Como Velázquez, dosifica gestos y construye la tensión creciente de su personaje de adentro hacia afuera. Lo suyo es implosión y no explosión, una expresividad controladísima que sin embargo da cuenta de una sensación de desesperaza, agobio y cansancio, como si supiera que el cerco se cierra sobre él. El problema con el guión es la forma con que decide cerrar el cerco, apelando a una lluvia de revelaciones de último minuto y a una idea de circularidad forzada que lanza -literalmente- a Elías a un vacío definitivo.
Una familia de clase media alta, aparentemente como todas. Elías (Oscar Martínez), productor rural de más de sesenta años, y su esposa Adriana, más su hija Carla (Dolores Fonzi), su esposo Santiago y un pequeño hijo. El padre tiene problemas económicos y no hay buenas relaciones con la mujer. La muerte de ésta por un accidente casero rompe la rutina familiar y la posterior sospecha por parte del yerno de un asesinato, enturbia el contexto. A partir de ese momento la historia transita los caminos del policial, en el que el director Miguel Cohan aporta una conocida experiencia ("Betibú", "Sin rumbo"). El punto de vista se centra en un comienzo en Santiago, que intenta compartir la sospecha con su mujer, poco permeable a intervenciones externas ajenas al compacto familiar. La narración no sigue una pauta líneal, cronológica. Se transforma en una suerte de caleidoscopio donde tiempos y espacios se van acomodando a medida que la acción se desarrolla. Si por un lado la narración de Elías habla de lo que sucedió aquella madrugada en la cocina (escena primaria de la muerte de Adriana), paralelamente los descubrimientos de Santiago sobre pequeños detalles que formaron parte de lo que ocurrió difieren de lo anterior y se suman a escenas donde Elías vive y revive lo que verdaderamente sucedió. FANTASMAS FAMILIARES Filme negro que evoca cierta tradición del policial francés de la década del "50 (Clouzot), el luminoso entorno de la casa familiar parece molestar un poco en la representación de lo sombrío de los hechos, sin impedir la impecable factura, en primerísimo plano, de la escena de la muerte de Adriana, la dueña de casa. Hay subtramas que aluden a una historia familiar conflictiva (en el comienzo la presencia del padre de Elías, un estupendo Norman Briski), que incluye referencias a la religión de la familia (la judía), que más allá de las manifestaciones externas, se mantiene en un marco críptico. Quizás el tema de la conservación del patrimonio familiar a pesar de todo, como un mandato al que hay que responder, y la responsabilidad del sobreviviente varón de la familia (Elías es el único hijo vivo) se mantiene como una sombra imposible de cumplir. Cohan sigue demostrando eficacia en el manejo de la tensión y el juego del punto de vista. La elección actoral es acertada. Oscar Martínez nuevamente asume el papel odioso que tan bien encarna, y lo hace con profundidad en un contrapunto de miradas y silencios, junto a una profesional de primera línea como Paulina García y Dolores Fonzi, como esa hija que va mutando frente a su padre, a medida que situaciones límite se destapan. Correcto Diego Velázquez en el papel de Santiago. Expresiones de estilo discutibles pueden ser la lentitud inicial que demora la ansiedad del espectador y el excesivo naturalismo en las escenas de sangre.
Más de una manera de derramar sangre Si bien el policial negro es donde claramente está parada La Misma Sangre, es de destacar su utilización como el punto de partida para adentrarnos en un complejo drama familiar. Con esto queremos decir que el misterio que lleva al espectador a ocupar la butaca será desarrollado (durante gran parte del metraje) y desde luego resuelto, pero lo que sigue a dicha resolución posee exactamente el mismo interés. Como si la película te diera dos misterios al precio de uno. La diferencia está en que uno es más tradicional con la pregunta esperable “¿Lo hizo o lo hizo?”, y lo que le sigue es más introspectivo, “¿Por qué podría haberlo hecho?”. Incluso va más lejos, en cuanto a que la existencia del crimen en sí pone al descubierto la verdadera naturaleza de sus protagonistas, más allá de si se confirma su culpabilidad o no. Lo más relevante de la cuestión es que cada pregunta en cada misterio es abarcado desde un punto de vista diferente y con distintos recursos. En uno predomina la acción física y en otro la palabra. En uno predomina el policial estricto y en otro es casi un melodrama, hasta utilizando no pocas veces al humor (negro, desde luego) como puente entre ambos. Tal caso es el de un suicidio frustrado que deviene en un epíteto por parte de su perpetrador. Lo que es destacable, bordeando incluso la excelencia, es la sección del relato concentrada en el punto de vista del personaje de Diego Velázquez, donde todas las pistas, todos los hallazgos, todos los riesgos, son retratados de forma visual, recayendo muy escasas veces en el dialogo. Esto no le quita lustre a la otra parte del relato, encarada desde el punto de vista del personaje de Oscar Martínez, que se vale más de ese recurso. Pero la sutileza y solidez vista en la primera instancia del metraje es de hacer desear que toda la película fuese así.
La fachada de la familia perfecta. En su tercera película, el director Miguel Cohan continúa en la senda del género policial. En esta oportunidad nos presenta una familia aparentemente sólida y feliz, conformada por Elías (Oscar Martínez), Adriana (Paulina García) y sus dos hijas, Carla (Dolores Fonzi) y el personaje de Malena Sánchez. A partir de la inesperada muerte de Adriana, esa supuesta fortaleza comienza a caerse a pedazos ya que se desata una trama de intrigas y sospechas sin fin. Al mismo tiempo que la casa y el campo familiar están hipotecados, Santiago (Diego Velázquez), el marido de Carla y padre de su pequeño hijo, empieza a sospechar del rol jugado por Elías en el accidente que provocó el deceso de su esposa. Elías es un hombre desalmado, hosco, con el gesto siempre adusto, obstinado y negador de la realidad. Mientras los hechos le van dando señales que anticipan la tragedia, no hace nada para evitarla, quedando atrapado en su propia desgracia. Carla tiene una reacción similar: cuando Santiago le comenta sus sospechas, se enoja con él y llega a abandonar la casa familiar durante algunos días. Santiago se constituye en el personaje disruptivo de la trama porque su actitud implica destapar la Caja de Pandora, es decir, que la fachada de la familia perfecta explote por los aires y salgan a la luz todas sus miserias y mezquindades. Entre los tres personajes principales —Elías, Carla y Santiago- se produce un juego muy atractivo y provocador con varias vueltas de tuerca, lo cual logra mantener el interés en la historia. La muerte de Adriana se presenta desde tres puntos de vista: el de Santiago, el de Elías y el de un narrador omnisciente. Como expresó el propio Oscar Martínez, es una película áspera, espinosa, incómoda, que juega con cartas nobles. El guion, escrito por Cohan y su hermana Ana, va trazando una especie de círculo que termina por envolver al espectador. La narración es fluida de principio a fin y no hay lagunas en la trama. El personaje de Elías le calza como anillo al dedo a Oscar Martínez, en un papel hecho a su medida —ningún otro actor habría sido más apropiado que él para interpretarlo. Hay satisfactorias performances de Dolores Fonzi y Diego Velázquez, un actor proveniente del ámbito teatral que en los últimos años viene ganándose un espacio relevante en el cine argentino. También deben destacarse las actuaciones de los chilenos Paulina García y Luis Gnecco, quien cumple el rol de primo y amante de Adriana. Es muy lograda la escena de la discusión entre Elías y Adriana, que brinda un excelente duelo actoral entre Martínez y García y donde la tensión alcanza su punto máximo. A su vez, merece subrayarse la brillante participación de Norman Briski como el padre de Elías al principio del filme. En definitiva, se trata de un thriller oscuro, con un guion certero y eficaz que, si bien puede decirse que responde a una fórmula, da por resultado una historia compacta y verosímil con un nivel parejo en las actuaciones y una narración que va directo al grano, sin dilaciones.
Elías (un correcto Oscar Martínez) es, en apariencia, un señor apacible, padre de familia, con dos hijas (una de ellas interpretada por Dolores Fonzi), un yerno (Diego Velázquez), un nieto, un lindo chalet y una esposa que es una exitosa cocinera. La larga mesa de la cena no anticipa lo que está por ocurrir en esa casa ni cuáles serán las sospechas que se tejerán alrededor de los vínculos familiares tras la noche en que se desata la tragedia. La historia arranca años antes de la noche fatal, con una escena donde el padre de Elías (Norman Briski), que se luce en su breve pero eficaz intervención) sufre un accidente en el campo y muere al caerse del molino. Ese episodio sirve para mostrarnos que el rostro adusto del hijo tiene que ver con que su padre lo considera un inútil. Elías lleva la carga de ocupar un lugar de segundo, eclipsado por la sombra de su hermano, que murió años antes, y la necesidad de probar que él puede lo marca, como si se tratase del defecto dramático de un personaje shakesperiano, hasta llevarlo a la desesperación de siempre querer demostrar algo. Para colmo, su mujer al frente de una empresa de catering para fiestas, ratifica la sentencia de que es un inservible y alimenta la ira y la frustración de este hombre lleno de deudas al que no está dispuesta a prestarle la plata que lo puede salvar. Miguel Cohan, director y guionista de este drama con suspenso, plantea una primera mitad de la película donde construye la intriga, y donde nos muestra los hechos desde dos puntos de vista: el del yerno (Diego Velázquez) que casi sin quererlo asume el rol de detective casero y encuentra indicios para sospechar lo peor de su suegro; y el del protagonista que devela lo que pasa detrás de cuatro paredes donde no todo es lo que parece. Sin embargo, cuando tiene todos los elementos para un thriller atrapante con giro inesperado, Cohan pone todas las cartas sobre la mesa y “spoilea” su propia película, ya que nos da la clave de la trama mucho antes del final. Con el transcurrir de los minutos la narración pierde foco y se diluye por altibajos del guión que se va por la tangente en algunos tramos y deja varios cabos sueltos, sin lograr mantener la tensión dramática de ese prólogo que prometía.
Hay cuatro muertos, y el lejano recuerdo de otro, en este drama de familia con visos de thriller sin policía. Bueno, sí, la policía aparece en el caso de un accidente dentro del hogar, pero no sospecha nada. Y el único que sospecha no tiene quién le crea. Para que el público saque conclusiones, surgen por ahí unos pocos flashbacks bastante singulares, completando desde otro ángulo una escena, y mostrando lo que en verdad ocurrió. Pero esto solamente lo sabrá el público. Hasta cierto momento. “Cuando baja la marea se sabe quién está desnudo”, dijo Warren Buffet, y el dicho se aplica. No es éste un thriller con un asesino oculto hasta el final. Es, más bien, un drama de familia, donde vamos viendo la evolución de las relaciones, la confianza, y el compromiso entre sus partes. A la puesta en escena les caben reproches menores. Pero el estudio de personajes, en cambio, es muy bueno. Acá hay un hombre de carácter blando aunque firme en sus convicciones, una mujer trabajadora que eligió mal para casarse y tiene un primo, y un bloque de padre, hija y nieto de carácter fuerte, pagados de sí mismos, igual que el más viejo de la familia. Hay cierto gesto de ellos ante quien pide ayuda, que evidencia que tienen la misma sangre, porque reaccionan igual, aunque por distintos motivos y en distinta medida.
Desde los tiempos antes de Cristo, los secretos y traumas familiares suelen ser material fascinante para la ficción. Y cuando se adentran en el terreno del policial, más interesante aún. Tal es el caso de La misma sangre. Elías (Oscar Martínez) parece tener una vida modelo: una esposa (Paulina García), una hija (Dolores Fonzi) que ya formó su familia, una casa elegante, un estatus más que respetable… Sin embargo, la realidad es más desagradable: la relación con la esposa es pésima, el trabajo va mal, acumula deudas y carga con traumas familiares no resueltos. Pero todo empeora cuando la esposa aparece muerta debido a un accidente doméstico. Pero Santiago (Diego Velázquez), el yerno de Elías, comienza a descubrir indicios de que tal vez no haya sido una muerte accidental, que su suegro puede esconder algo muy oscuro. El director y coguionista Miguel Cohan venía de dirigir Sin retorno y Betibú, además de la miniserie La fragilidad de los cuerpos. En ambos casos, un hecho trágico origina una bola de nieve de puro fatalismo, con intrigas, injusticias y crueldades. Los personajes no tienen malas intenciones, pero sus actos los terminan condenando. En La misma sangre ocurre lo mismo. Aquí Cohan se focaliza en un círculo familiar, donde la podredumbre venía acumulándose desde años atrás y explota cuando se produce la extraña muerte. Un concepto que el director plasma en clave de calculado thriller intimista, que se apoya en los puntos de vista de los personajes. Por momentos funciona como un Rashomon, de Kurosawa, ya que muestra un mismo hecho contado desde dos perspectivas distintas. El fuerte de la película reside en los protagonistas. Oscar Martínez vuelve a dar cátedra como un hombre que no puede evitar ser devorado por sus propios tormentos. Dolores Fonzi es Carla, su hija; al principio del film no tiene una participación fuerte, pero el personaje va creciendo a medida que descubre los secretos que la rodean. Diego Velázquez vuelve a componer un rol contenido pero siempre en movimiento, ya que Santiago se convierte en una especie de detective privado. Mención especial para Paulina García y Luis Gnecco, quienes interpretan papeles con una carga de complejidad que al principio parece invisible. El mayor logro de La misma sangre es la confirmación de Miguel Cohan como un director personal, que sabe mezclar temas lúgubres e historias que atrapan, aprovechando al máximo la calidad de sus elencos.
“La misma sangre”, de Miguel Cohan Por Ricardo Ottone Atendiendo a la filmografía de Miguel Cohan, podemos ver desde el principio cuál es el campo en que se mueve. Policiales con forma de thrillers, de factura industrial, actores populares y aspiración de masividad. En algunos casos sus relatos están basados en la novela de autores reconocidos como Claudia Piñeiro en el caso de Betibú (2014) y Sergio Olguín en el caso de la miniserie La fragilidad de los cuerpos (2017). En La misma sangre, su tercer largometraje, vuelve a contar con un guión original como en su primer film, Sin retorno (2010), escrito nuevamente junto a Ana Cohan, hermana y colaboradora frecuente quien lo acompañó en el guión de aquel film y luego en la adaptación del libro de Piñeiro. En todos los casos antes mencionados el detonante del relato es una muerte a investigar y en este se trata de la muerte presuntamente accidental de Adriana (la actriz chilena Paulina García), esposa de Elías (Oscar Martínez) y madre de Carla (Dolores Fonzi). Nadie parece sospechar de las circunstancias de la muerte de Adriana excepto Santiago (Diego Velázquez) quien en las horas previas al supuesto accidente pudo observar en una reunión familiar una tensión entre Elías y su esposa y, luego de producido el fallecimiento, nota actitudes sospechosas por parte de su suegro. Sin ninguna prueba más que su intuición y elementos poco claros, y ante el riesgo de lastimar su relación con Carla, Santiago empieza a observar y a investigar por su cuenta. Lo más interesante viene por el lado del planteo narrativo que le agrega un plus a una historia que de otro modo sería bastante más convencional. El film está dividido en tres partes: una primera contada desde la perspectiva de Santiago, una segunda que vuelve a contar los hechos pero desde la perspectiva de Elías y una tercera que retoma desde el punto en que dejan las otras dos pero para diversificar los puntos de vista e incluir además el de Carla. Este recurso de contar desde diferentes perspectivas los mismos episodios le agrega capas al relato, vela hechos para luego descubrirlos y resignificarlos. En el tercer tramo, de narración coral, algo de ese interés se pierde en pos de una resolución que llega apresurada y forzada. Al igual que los films anteriores de Cohan, La misma sangre es un policial con la Policía y el Sistema Judicial de fondo, donde el protagonismo queda en manos de personas comunes, en este caso en manos de los familiares de la víctima. La investigación entonces no es una pesquisa o la resolución de un enigma de manera detectivesca sino el progresivo descubrimiento de una tragedia y de unos secretos que se asoman y pugnan por salir a la superficie. La pregunta de qué es lo que realmente sucedió con la muerte de Adriana y de cuál es el verdadero papel de algunos de los que la rodeaban implica explorar la dinámica real de esa familia por detrás de su fachada de normalidad, prosperidad y satisfacción y encontrarse con la aparición de los rencores, los engaños y la violencia latente. Más que el resultado de una investigación se trata entonces de una verdad que se insinúa e incomoda hasta un punto en que no puede ser ignorada. El caso policial y la búsqueda de la verdad tiene su función en el marco del género, el quién lo hizo y por qué, pero sobre todo también le permite a Cohan plantear otras preguntas que tienen que ver con el quién es quién y si conocemos realmente al otro, aun si convivimos con él gran parte de nuestras vidas. Pone también en juego el papel de las determinaciones económicas en una clase media con aspiraciones y algo que está de fondo pero es determinante, que es el peso del legado. En el caso de Elías, los mandatos paternos cuya asunción lo pueden llevar a la ruina, en más de un sentido. El film se apoya fuertemente en las actuaciones que funcionan mejor cuando se tensan y los personajes necesitan ocultar y moverse en el terreno de la mentira y la simulación. Se trata de un thriller impecable desde lo formal, más original por el cómo -el mecanismo narrativo por el cual se va rodeando el enigma- que por lo que cuenta, pero que lo cuenta con oficio y precisión. LA MISMA SANGRE La misma sangre. Argentina. Chile, 2019. Dirección: Miguel Cohan. Intérpretes: Oscar Martínez, Dolores Fonzi, Paulina García, Diego Velázquez, Luis Gnecco, Norman Briski. Guión: Ana Cohan / Miguel Cohan, sobre Idea original de Ana Cohan, Miguel Cohan, Walter Rippel. Fotografía: Julián Apezteguía. Música: Luca D’Alberto. Edición: Soledad Salfate. Dirección de Arte: Mariela Rípodas. Distribuye: Buena Vista Internacional. Duración: 113 minutos.
La misma sangre es el tercer largometraje escrito y dirigido por Miguel Cohan, con el que confirma que tiene oficio para el thriller. En este caso contó con un elenco de grandes figuras, como Oscar Martínez, Dolores Fonzi, Diego Velázquez y los chilenos Luis Gnecco y Paulina García, ya que es una coproducción con el país trasandino. La película cuenta la historia de Elías (Oscar Martínez), un hombre que se convierte en sospechoso de haber asesinado a su esposa, fallecida en un dudoso accidente doméstico. Pero en lugar de contar la historia de forma lineal recurre a tres puntos de vista: el del sospechoso, el de su yerno Santiago (Diego Velázquez) y el de su hija Carla (Dolores Fonzi), en el que cada uno irá aportándole datos al espectador para que reconstruya los hechos. Si bien la trama es interesante, la puesta en escena hace que no funcione tan bien, porque el misterio se resuelve demasiado pronto, y en lugar de generar situaciones de suspenso, la trama principal se diluye entre otras subtramas, que hacen que aquella se disperse junto con la atención del espectador. Porque si bien los problemas económicos que agobian a Elías son una buena motivación para convertirlo en posible asesino, se les dedica más tiempo que el necesario. Y el otro problema es la solemnidad excesiva con el que transcurre toda la película, en la que no se le permite aliviar al espectador la sensación de angustia generada, que hubiese podido tomarlo por sorpresa con los giros en la trama. Eso sí, desde el punto de vista técnico vale la pena destacar el muy buen trabajo de fotografía de Julian Apezteguia, quien utiliza tonos fríos para generar el clima de misterio necesario para que se genere una sensación de extrañamiento en esta casa de clase media, algo que también logro muy bien en El gato desaparece, película con la que tiene varios puntos en común. Así como también lo es el trabajo de sonido a cargo de Fabián Oliver, que trabaja muy bien los silencios, en los que se resalta el ruido que hacen algunos elementos que resultan claves en la trama. En conclusión, La misma sangre es un thriller dirigido con oficio por Miguel Cohan, pero que pudo haber sido aprovechado mucho mejor. Porque la idea de narrar los hechos desde varios puntos de vista es muy buena, y le dio mejor resultado en su opera prima Sin retorno, pero acá los misterios se revelan demasiado rápido y como dijimos, la trama principal se diluye entre las subtramas, lo que hace que el suspenso no termine de funcionar.
Aquí hay una historia doble que gira alrededor de la muerte de una mujer, que puede o no ser un asesinato, que puede tener como culpable -o no- al marido, que se vuelve más compleja a medida que se desarrolla la trama. Este tercer largometraje de Miguel Cohan después de “Sin retorno” y “Betibú”, lo confirma como un interesante director de policiales “a la argentina”, donde lo pasional y lo ilegal se dan la mano y la justicia no tiene demasiado que hacer. Es un género propio que excede el “noir” para ir hacia lugares más íntimos aunque no imprevisibles. Aquí hay una historia doble que gira alrededor de la muerte de una mujer, que puede o no ser un asesinato, que puede tener como culpable –o no– al marido, que se vuelve más compleja a medida que se desarrolla la trama. Oscar Martínez vuelve a demostrar que es uno de los intérpretes más precisos que tiene el cine nacional (es decir, de esos que no hacen un gesto de más ni usa un yeite que no tenga su justificación en la trama) y vuelve a funcionar bien al lado de Dolores Fonzi -quienes recuerden sus pocas pero contundentes escenas en La patota, sabrán que realmente parecen padre e hija: aquí lo corroboran. ¿Qué tiene “de malo” el film? Nada en sí mismo: sí quizás que en ocasiones no logra ser realmente “una película de suspenso” y cae en el problema del “policial a la argentina”: concentrarse en ocasiones mucho más en el rostro o el gesto que en las perversiones de la trama. De todas maneras, se trata de un film interesante que fluye sin ripios y presenta un universo totalmente creíble que convence al espectador.
La Misma Sangre: Los secretos serán la perdición. El nuevo film de Miguel Cohan nos lleva más allá de la pantalla que una familia pone frente al mundo. Cada familia es un mundo. Esa es una de las frases más conocidas y una de las cuales no logra expresar la compleja realidad que hay detrás de ella. ¿Quién no se ha encontrado en la posición de juzgar a alguien solo para que se le recuerde que no conoce todo los que ocurre en la vida de dicha persona? En La Misma Sangre, ese es el punto de partida de esta historia familiar. Y son los hijos mismos quienes no tienen idea de lo que ocurre tras puertas cerradas entre sus padres, quienes ante sus ojos llevan 35 años de éxito matrimonial. La base de esta historia es el matrimonio de Elías (Oscar Martinez) y Adriana (Paulina García), el cual es perfecto, visto desde afuera. Pero una noche, luego de una aparentemente pacífica cena familiar, la accidental muerte de Adriana deja a todos conmocionados. El problema es que Santiago (Diego Velázquez), esposo de Carla (Dolores Fonzi), la hija mayor de matrimonio, tiene algunas dudas. Pero se debate consigo mismo ya que, más allá de haber escuchado a los dos pelear y haber encontrado parte del collar de Adriana lejos de donde falleció, no tiene nada concreto. Aún así, la duda es contagiosa y los hechos rara vez son tan simples como uno se los imagina. En este film escrito por Ana y Miguel Cohan, la tensión está a la orden del día. No tanto un thriller, sino más bien un juego de 20 preguntas sin respuestas claras y con más dudas que certezas, la historia logra mantenerte atado a la silla de principio a fin. Las mentiras y las relaciones son el plato fuerte de esta historia. El matrimonio como el centro de las mentiras: ¿qué le contás a tus hijos? ¿A tus nietos? La vergüenza como la raíz de las mentiras genera en esta familia algo más que una incomodidad pasajera. Los lleva al borde y los empuja al otro lado de la locura. Ese momento donde parece que alguien más se apodera de tu cuerpo y las acciones que siguen se sienten como las de alguien más. La trama es compleja pero no confusa. Y Oscar Martínez sabe como traer a la vida a un padre amoroso pero perturbado, quien obviamente siente las presiones de proveer a su familia y quien no consigue aceptar la realidad que lo rodea honestamente. Se repite una y otra vez que una vez que logre el próximo negocio, la próxima entrega, el próximo contrato. Y esa ingenuidad (o quizá negación) es la condena al final. Paulina García, por su parte, nos demuestra el otro lado de un matrimonio fallido: cansancio, frustración, enojo. Ella es la que ya lo aceptó, la que está en pareja, la que quiere avanzar y es una vez más demorada por la negación y las malas decisiones de él. Por último, tenemos Diego Velázquez que, en su rol de yerno, se debate entre contar lo que cree (que a veces duda de cuanta verdad hay en lo que presiente) y preservar su familia, la imagen que ellos tienen de su suegro y el recuerdo de la relación de ellos en los ojos de su hijo. Todo esto mientras Elías le inspira desconfianza, por no decir miedo, sin decir una palabra al respecto. Contrariamente, el personaje de Dolores Fonzi el cual no ve nada de lo que su marido sí y quien, en su pena, se indigna con él por hablar mal de su padre cuando este quiere confirmar si vio lo que cree que vio con ella. Pero quien, a pesar de negar y renegar de las implicaciones de su marido, termina admitiendo a sí misma que hay más detrás de la muerte de su madre de lo que su padre le contó. Al final del día, nadie es quien cree ser. Nadie es quien los demás creen que es. Y las mentiras gestan rencor, desconfianza y errores irreparables que les cuestan a todos mucho más de lo que valen.
Funciona. Si algo sorprende de la nueva película de Miguel Cohan (que ya demostró solvencia en Sin Retorno y Betibú) es que funciona en todos sus niveles: una puesta en escena operativa, actuaciones intachables, un montaje pertinente y especialmente un guión enrevesado y sutil, dos adjetivos difíciles de aunar. La misma sangre activa su misterio sin retraso: Adriana, esposa de Elías (Oscar Martínez) y madre de Carla (Dolores Fonzi) muere en una situación extraña. Será Santiago, el yerno de Elías, quien empiece a sospechar de las causales de la muerte y juegue un rato al detective. Pero no está aquí, en el posible crimen, la energía de la película. De hecho, no existe una intriga maestra que arremeta hacia el final y descomponga todo lo que hasta ese entonces sabíamos. La misma sangre, así como sucedía con Sin retorno y en parte con Betibú, se vale de un suceso policial para escarbar en la moral humana y diseccionar psicologías. Miguel Cohan toma una buena decisión: contar el duelo de la familia desde diversos puntos de vista, especialmente el de Oscar Martínez y Diego Velázquez. El ajedrez entre suegro y yerno es de esos atractivos de ver sin necesidad de tomar partido: tras la movida de uno, observamos entusiastas cómo se las ingenia el otro para mantener su ventaja. Es, no obstante, en el ensayo dostovieskiano (el mal, la culpa, el odio, el crimen, las deudas, la redención) en donde la prolijidad mainstream perjudica al filme. Hay en la historia de Cohen elementos irresistibles y ominosos que hasta sugieren una maldición heredada. Esta potencia psíquica queda encorsetada en la correcta y tímida manufactura, una asepsia formal que nunca libera los demonios del autor, eso que realmente quiso contar y se mantiene como un río subterráneo. Irónicamente, la pulcritud narrativa le otorgará a La misma sangre una dignidad objetiva e incuestionable.
Con bastante experiencia en el género policial con sus películas previas “Sin Retorno” (2010) y “Betibu” (2014), Miguel Cohan vuelve a la pantalla grande para ofrecernos una película intensa que se beneficia por su modo de narrar y la capacidad actoral de su elenco. “La Misma Sangre” cuenta la historia de una familia judía de clase media con Elías a la cabeza, un hombre que ahora se dedica al campo que dejó su padre tiempo atrás, Adriana, una mujer apasionada de la cocina, y sus dos hijas, yernos y nieto. Pero su vida cambiará cuando Adriana aparezca muerta en un aparente accidente doméstico y las sospechas recaigan en su marido. La película comienza de una manera explosiva para dar lugar a un policial intenso donde nada es lo que parece y donde la información se va revelando poco a poco. Para ello, se decidió optar por mostrarnos dos puntos de vistas distintos de esta historia. En primer lugar, nos centramos en la perspectiva de Sebastián (Diego Velázquez), el yerno de Elías, quien comienza a sospechar, por distintas actitudes y situaciones que presenció, que su suegro no está contando toda la verdad. Es así como en esta primera instancia tenemos un tono más policial e intrigante, donde cada movimiento detectivesco se acerca a develar un misterio oculto (o no) y donde la tensión constante acaparará el ambiente. Luego pasamos a conocer la mirada de Elías (Oscar Martínez), donde finalmente las sospechas se terminan disipando para conocer la realidad de los hechos. Se aborda, en este caso, un drama más familiar, que, aunque no diluye el interés, pierde un poco de fuerza en su desarrollo para terminar con una conclusión potente, a través de un mayor protagonismo de Carla (Dolores Fonzi), la hija mayor del matrimonio. Además de este óptimo recurso utilizado y de la creación de un clima tenso y opresivo, otro de los grandes aciertos del film es el elenco. En primer lugar nos encontramos con un Oscar Martínez que sabe componer a la perfección este tipo de papeles de hombres duros, misteriosos y complejos. Pero sobre todo podemos destacar la labor de Diego Velázquez, un actor que viene sonando fuerte en los proyectos nacionales y que logra obnubilar a partir de los silencios y movimientos pausados, consiguiendo ese ambiente intenso que tan bien le sienta al film. Dolores Fonzi también se encuentra muy bien en su rol, sobre todo, como decíamos, hacia el final de la cinta donde cobra un protagonismo mayor. A este trío protagónico se le suman Paulina García como Adriana y Luis Gnecco como Lautaro, dos secundarios provenientes de Chile que aunque con un papel menor son los que desencadenan distintas situaciones relevantes para la trama. La fotografía, la música y los planos (sobre todo aquellos primeros planos durante ciertas confesiones) consiguen mantener el clima del film durante todo momento, ayudando a que se pueda desarrollar la historia. En síntesis, si bien “La Misma Sangre” puede perder un poco de fuerza antes de su conclusión, Miguel Cohan logra brindarnos un buen thriller nacional, donde los distintos puntos de vista de una misma historia, el clima intenso que se mantiene en casi todo momento y las actuaciones del elenco son los puntos más destacados del film.
Todo gira en torno a una pareja: Adriana (Paulina García) y Elías (Oscar Martinez), padres de dos hijas ya grandes (Dolores Fonzi y Malena Sánchez)que llevan más de treinta años de casados, están viviendo una serie de conflictos y simulan que siguen juntos dentro de su entorno familiar. Siendo de madrugada Santiago (Diego Velázquez) y Carla (Dolores Fonzi) reciben un llamado por medio del cual se enteran que por un accidente doméstico Adriana murió. A partir de ese momento y tras una serie de indicios crecen las sospechas de su yerno Santiago (Diego Velázquez), haciéndolo pensar que Elías la mató. No tarda en hacerle pensar a Carla lo mismo, aunque se enoja, pero viendo papeles y una serie de fotografías en la casa paterna, la lleva a descubrir cosas de su familia. Como este es un thriller con toques dramáticos no se le puede adelantar demasiado al espectador, antes de llegar a la sala si vio el tráiler tiene algunos indicios, después el resto se va viendo y otro tanto a través del flashback. La historia critica a ciertos organismos, a su burocracia, como uno se puede endeudar, a las miserias humanas, ocultamientos, secretos, la infidelidad, el amor y las mentiras. El film cuenta con un gran elenco, una buena participación del actor Norman Briski que a sus 81 años luce impecable, se destacan además Oscar Martínez y Paulina García en varias escenas de gran nerviosismo, buenos trabajos de: Dolores Fonzi, Diego Velázquez y Luis Gnecco. Pero la historia tiene un cierre con sabor a poco, no deslumbra y no resulta del todo creíble.
RESISTENCIA HEREDITARIA Una mixtura entre destino fatídico y círculo invariable. La selección de ciertas características de la tragedia griega que se ponen en contacto con una cena familiar, el esfuerzo del trabajo en el campo, emprendimientos laborales exitosos o fallidos y hasta con la burocracia argentina. Esos son los ejes narrativos que utiliza Miguel Cohan para construir retratos domésticos plagados de omisiones, secretos y fatalidades con relecturas tanto del héroe valeroso que conoce sus desventuras y, aún así, continúa el camino como de quienes buscan evitar tales profecías. Porque, en este caso, no hay personajes buenos ni malos, sino mortales silenciosos, solitarios, culposos, desconfiados que viven de forma automatizada y aplacando cualquier sentimiento profundo. Lo más interesante de la película es que no se emiten juicios de valor acerca de los personajes, sino que son los espectadores quienes sacan sus propias conclusiones a partir de las gesticulaciones, los movimientos corporales, los detalles como la marca en una mesa, un fragmento de vidrio o la llave de la caja de seguridad y las sospechas e incertidumbres que teje cada uno, tras la muerte de Adriana (mujer de Elías y madre de Clara) en circunstancias extrañas. Todo esto sostenido primero por el punto de vista de Santiago (esposo de Clara) y, luego, por el suegro, es decir, una doble puesta en escena desde la mirada de cada uno pero también con situaciones y pensamientos singulares de cada uno de los hombres. Por el contrario, el director prioriza tanto los conectores de los lazos sanguíneos y de las provindencias sombrías que se vuelven excesivos, le quitan fluidez al relato y desdibujan los entramados psicológicos, las conjeturas, la perplejidad, la desesperación o la falta de control. Hay tres recursos que subraya con mayor intensidad. El primero tiene que ver con la reincidencia de dos patrones de fallecimiento, uno por torpeza, como si fuera un descuido o un mal movimiento. Al comienzo, Simón, padre de Elías, recibe una descarga de electricidad. Aturdido, llama a su hijo pidiéndole ayuda pero lo confunde con el hermano muerto y corta. En dicho estado sube la escalera del molino y, a mitad de camino, cae espaldas. El otro, basado en luchas individuales de culpa y castigo, como si durante la extinción del aire terminara por fin la batalla entre esos sentimientos y triunfara la condena o cierta idea de justicia poética. El segundo se evidencia en el degradé de colores de la vestimenta de los tres personajes principales en armonía con situaciones decisivas que cada uno afronta. Santiago lleva puesta una camisa azul oscura, una campera gris con costuras, detalles y matices azules y un sobretodo que completa ese pasaje. Clara tiene una remera camel oscura, un sweater con cuello volcados un poco más claro y un tapado un tono menor, mientras que su padre viste una camisa té con leche y un pullover con cierre en la misma gama de color. En los últimos minutos de La misma sangre una aparición de Jonás, hijo de ellos y nieto de Elías, confirma el mantenimiento de los presagios cuando traiga una bufanda y campera grises. Por último, la manera en la que está filmada la ceremonia judía durante el entierro con el ataúd cubierto por la bandera, las manos de la gente sobre éste, los cortes en los interiores de los abrigos y la frases que los familiares deben repetir. El detenimiento de la cámara en Clara o su hermana venida del exterior o que cierto hombre se niegue a levantar el féretro, por ejemplo, señalan el círculo infinito de maldiciones. Un designio inquebrantable hasta que las capas y movimientos maquinales se desarticulen y los silencios den espacio a las palabras y a los sentimientos reprimidos por generaciones. Por Brenda Caletti @117Brenn
De tal padre tal hija “La Misma Sangre” es un thriller nacional dirigido y co-escrito por Miguel Cohan (Sin Retorno, Betibú). El reparto está compuesto por Oscar Martínez, Diego Velázquez (La Reina del Miedo), Dolores Fonzi, Paulina García (La Novia del Desierto), Malena Sánchez, Norman Briski, Luis Gnecco y Emilio Vodanovich. Coproducida entre Argentina y Chile, la cinta cuenta con la asociación de Netflix y DirecTV. Dueño de un campo donde se produce y exporta leche y carne de búfala, Elías (Oscar Martínez) lleva 35 años de casado con Adriana (Paulina García), cocinera profesional. El drama comienza cuando una noche Adriana aparece muerta en la cocina. Ese mismo día Santiago (Diego Velázquez), yerno de Elías, vio a los padres de Carla (Dolores Fonzi) tener una fuerte pelea por lo que las sospechas sobre que en realidad lo que pasó no fue un accidente se acrecientan. Sin poder establecer una conversación amena con Carla, Santiago querrá llegar al quid de la cuestión. El gran problema de “La Misma Sangre” radica en que su misterio es desvelado en su primera media hora, por lo que al ya saber tan rápido lo que pasó la intriga se desvanece en un abrir y cerrar de ojos. Por otra parte, se tomó la mala decisión narrativa de contar la historia desde dos puntos de vista (el de Elías y Santiago); de esta manera las diversas situaciones antes y después de la muerte de Adriana se repiten, logrando que el espectador se canse de los mismos diálogos. Con escenas y personajes que no aportan nada significativo a la trama, la cinta llega a sentirse pesada a pesar de que su duración no pasa la hora y cuarenta minutos. Los actores cumplen con su labor no obstante ninguno llega a destacarse. Aunque Dolores Fonzi aparece en el póster promocional y su personaje tiene relevancia en el desenlace, es Diego Velázquez el que tiene mucho más protagonismo que ella. Por momentos lenta y por otros aburrida, “La Misma Sangre” pierde el ritmo que mantenía en un principio haciendo que, una vez que llegan los créditos, sea muy fácil pasar página y olvidarla. Sin ser una buena opción para dirigirse al cine, el filme puede ser aceptable una vez que Netflix lo suba a su plataforma.
LA FAMILIA, ESE MISTERIO Es curioso el mainstream argentino -o su intento de- y deja en evidencia no sólo la mirada algo retorcida que tiene la sociedad sobre sí misma (o sobre la clase social que estas películas representan, habitualmente clase media o media-alta), sino también qué tipo de público es el que lo consume. En su mayoría las películas diseñadas para un público mayoritario son policiales y están centradas en oscuras historias familiares, con protagonistas adultos como Ricardo Darín, Oscar Martínez o Guillermo Francella. No son films particularmente espectaculares y se trata de un prototipo de película que raramente en otro país se piense como el sostén de la industria. Sin embargo, aquí funcionan y son claves como termómetro del rendimiento comercial del cine argentino en el año. La misma sangre se aplica a esta variable sin problemas, aunque sí con una novedad: el director es Miguel Cohan, alguien con experiencia en el género y cierta solvencia para resolver estos conflictos que suelen ser argumentativos por la vía de lo puramente cinematográfico. Si bien todavía le falta la gran película, se nota que hay conocimiento y artesanía en su mirada: el excelente prólogo es una muestra de su talento. La misma sangre tiene como protagonista a un tipo medio patético (Martínez), un pequeño empresario que se tuvo que hacer cargo del campo de su padre y que mantiene un vínculo incómodo con su esposa mientras quiere ser más de lo que realmente puede ser. El giro que convierte a la película en un policial, o en un film de misterio, es precisamente la muerte de la mujer, calificada como un accidente por la policía pero sobre la que hay algunas sospechas. En la primera parte del relato, hasta que se resuelve el misterio central, la película funciona con gran precisión sobre la base de un interesante juego narrativo: los hechos se narran bajo la óptica de uno de los personajes (el yerno que interpreta notablemente Diego Velázquez), para volver luego sobre sus pasos y retomar las mismas acciones desde otro punto de vista. Lo lúdico que propone Cohan es interesante, porque el personaje de Velázquez opera como el ojo del espectador, que duda y sospecha, y quiere saber más. Y la película acompaña revelando información de manera progresiva y sin apurarse. En la confrontación tácita del yerno con el suegro, un juego de miradas tensas muy bien trabajado por ambos intérpretes, se va cocinando el interesante subtexto que ofrece la película sobre miserias familiares que se van heredando y dejando bajo la alfombra. La misma sangre le exige fe al espectador en un tipo de relato que prescinde de la acción como verbo y construye su misterio al desarrollar la psicología de sus personajes (un tipo de policial, también, propio del cine industrial argentino). Desde qué lugar se construyen las dudas y las certezas, y cuándo se nos permite dudar o aseverar, es parte del interesante trabajo del guión de Miguel y Ana Cohan: es atractivo que las dudas se den entre familiares y las instituciones aparezcan lejos de resolver cualquier situación o directamente en un espacio off. También es cierto que cuando la película suelta aquella estructura, empieza a flaquear, sobre todo porque desaparece del centro el personaje de Velázquez y con él el misterio y la sospecha, combustible fundamental del relato. Luego, los cabos sueltos de La misma sangre se irán atando por la vía de las relaciones familiares, especialmente en la hija que interpreta Dolores Fonzi (hay otra hija, interpretada por Malena Sánchez, pero que queda muy marginada por el relato) con su padre. Y en una secuencia final donde se amontonan demasiadas resoluciones y se las nota un poco a las apuradas. Pero hay un largo epílogo posterior al cierre de la historia central donde La misma sangre crece por el peso simbólico de silencios atroces. Allí, a la par de rituales religiosos y sociales, la familia mantiene el misterio, construyendo una tensión que se acumula en un objeto que aprieta el nieto entre sus dedos. El mal del que habla la película no es un mal supremo, sino ese de los seres mediocres incapaces de escapar a su destino. Continuidades, herencias, círculos viciosos de los que parece imposible huir.
De mal en peor No caben reproches a este tercer opus de Miguel Cohan, otra vez preciso a la hora de moverse por los andariveles del género como ya lo demostrara en su ópera prima Sin retorno (2010) para luego reforzarlo con Betibú (2014). En La misma sangre, coproducida con Chile, además de contar con un reparto aceitado encabezado por Oscar Martínez, con la compañía de Dolores Fonzi, Diego Valenzuela y la actriz chilena Paulina García, se entreteje la trama de los secretos de familia de clase media argentina, que apostó en épocas de vacas gordas a la renta del campo y que a causa de las circunstancias y los vaivenes económicos de la propia realidad nacional hoy son parte de una muestra de decadencia y caída abrupta cuando buscan la desesperada salvación afuera y no adentro. La representación de ese modelo está completamente definida en el personaje de Oscar Martínez, padre de dos hijas (Dolores Fonzi y Malena Sánchez), casado con una esposa que abiertamente ya no lo soporta (Paulina García) y con quien mantiene un pacto de no ventilar trapitos sucios de la pareja para mantener esa falsa postal de familia burguesa feliz ante terceros incluso hijas y cuñado (Diego Velázquez). Claro que todo se precipita al empezar a conocerse una subtrama que se amolda a los tiempos y a la psicología de cada personaje, donde la ambigüedad moral, la ética y la desesperación que lleva a tomar decisiones premeditadas -siempre el dinero marca el horizonte-generan enormes niveles de conflicto y situaciones inesperadas en las que el público puede o no identificarse con los avatares del protagonista, su sutil degradación moral y transformación, o simplemente en la suerte que corre su entorno cuando ejecuta un plan de acción, cercado por una situación límite. La idea de presentar un antagonista o varios en distintos momentos aporta a la trama algo de luz frente a tanta oscuridad. Y esa oscuridad también se refleja en la imagen, en la fotografía de este thriller, prolijo y correcto que tiene como sponsor a la plataforma Netflix y que seguramente se enrole en un tiempo en la oferta de policiales o thrillers de buena calidad que pueden encontrarse en el catálogo acotado como por ejemplo la película argentina Acusada. Si bien en su desarrollo dramático, manejo de los tiempos narrativos, las pausas y los gestos para evitar la grandilocuencia de las palabras funcionan en su mayoría, no ocurre lo mismo con el último tercio y una notable manía de forzar situaciones y resoluciones que si bien no son del todo mágicas, son coherentes aunque predecibles.
El film de Miguel Cohan es interesante y atrapa, pero queda a mitad de camino en algunos aspectos. La familia de Elías (Oscar Martínez) se vislumbra perfecta: mujer, hijas y un nieto encantador. Sin embargo, hay un secreto que intenta ocultar con todas sus fuerzas y que comienza a salir a la luz cuando su esposa muere. La misma sangre (2019) presenta una historia de suspenso bastante bien desarrollada, que sigue un hilo conductor en el que sobresale la importancia de la herencia en la forma de actuar de las personas. Pero su falla -quizás intencional por parte del director- es que le brinda información al espectador que después no decodifica del todo. Sin tener en cuenta eso, la película fluye y genera expectativa. Oscar Martínez, Dolores Fonzi y Santiago Vázquez hacen un gran trabajo actoral que le suma mucho al relato. Como una especie de rompecabezas, La misma sangre consigue la atención del público. Y deja algunos interrogantes.
Tercera película del director Miguel Cohan (Sin retorno, 2010 y Betibú,2014) y tercer thriller en su carrera. En esta ocasión nos presenta a un oscuro Oscar Martínez en el papel de Elías, un productor lechero, que se encuentra con problemas financieros y a quien su yerno Santiago (Diego Velázquez) es esposo de Carla (Dolores Fonzi) acusa de haber asesinado a su esposa (la chilena Paulina García) ya que la noche anterior a la muerte de esta los encontró discutiendo. A partir de allí la película se divide en dos partes: La primera es la visión de Santiago y todo lo que lo hacen sospechar de que su suegro es el asesino. Desde su actitud, manchas de sangre en su ropa y objetos que faltan en la casa. Pero claro, toda esta sospecha también lo harán entrar en conflicto con su esposa. La segunda parte de la película retrocede a los acontecimientos del principio pero esta vez desde la propia visión de Elías. Es aquí donde el espectador, ya intrigado, observa que fue lo que realmente pasó y también como continua esta historia. Pero es a partir de lo que continúa a la resolución del misterio cuando la película comienza a declinar. No solo por que lo que más intrigaba ya pasó, sino por que todo parecería estar de más -incluidas varias escenas de un enfadado Martínez haciendo tramites a lo Darín en Relatos Salvajes solo para sacar alguna carcajada al público- y el final deja un poco que desear. A pesar de sus casi dos horas de duración si hay que admitir que la intriga no te deja ni relojear en ningún momento, ademas de que la actuaciones de Martinez y Fonzi están muy bien. Pero en otros aspectos la película pierde bastantes puntos con diálogos “raros” que mezclan en un mismo personaje el “vos” y el “tu”, todo debido a ser una coproducción con Chile, algunos errores de montaje y continuidad que se dejan en evidencia al repetir las mismas escenas con 2 visiones distintas y sobre todo por una de las muertes más absurdas del cine nacional.
El thriller es uno de los géneros favoritos del cine nacional y de Miguel Cohan. Su nueva película nos mete de lleno en conflictos familiares que pueden terminar en violencia. Miguel Cohan sentó las bases de su carrera como director gracias a una serie de thrillers criminales, plagados de misterio como la adaptación de “Betibú” (2014), “Sin Retorno” (2010) o la miniserie “La Fragilidad de los Cuerpos”. Con “La Misma Sangre” vuelve a este terreno harto conocido, mezclando los dramas familiares con una historia donde la violencia es una mancha bastante difícil de quitar. Elías (Oscar Martínez) heredó los campos de su padre (Norman Briski) y unas cuantas deudas que nunca pudo remontar. Su última iniciativa (y salvavidas) es el queso de búfala, una exportación que necesita concretar, pero para ello requiere algunos permisos que no llegan y dinero que no tiene al alcance de la mano. Todo arranca después de una tensa reunión familiar. Cuando a la madrugada, Carla (Dolores Fonzi) recibe la llamada de su papá Elías y la triste noticia de la muerte de su mamá, Adriana (Paulina García), en un extraño accidente doméstico. Santiago (Diego Velázquez), esposo de Carla, médico que pudo atestiguar la discusión entre los dos cónyuges, tiene sus reservas en cuanto al hecho, sospechas que lo van a poner en la mira de su suegro y en conflicto con su esposa. Lo cierto es que nada es lo que parece en el seno de este matrimonio que llevaba 35 años de casados y muchas miserias acumuladas, secretos que Carla irá descubriendo aunque la verdad le pegue como un balde de agua fría. Cohan y su coguionista, Ana Cohan, nos pasean entre presente y pasado para recorrer y reconstruir los días previos a la tragedia. Al mismo tiempo, Elías intenta seguir adelante y concretar el bendito negocio; mientras que la relación entre Carla y Santiago se empieza a desmoronar cuando él insiste en las irregularidades del hecho. Lo cierto es que ella no logra concebir que el matrimonio de sus padres distara bastante de ser perfecto, y ahora debe asimilar nuevos descubrimientos, y hasta la posibilidad de que su padre sea un asesino. Como espectadores, corremos con un poquito de ventaja y siempre estamos un paso adelante en cuanto a la información que manejan los protagonistas. Igual, los realizadores van desmenuzando su trama poco a poco, dejando que el drama familiar siempre se sobreponga al misterio y el caso “que debe ser resuelto”. La cotidianeidad, los secretos, los miedos y las apariencias marcan el ritmo de un relato que es correcto y atrapa hasta cierto punto, pero no termina de impactar en su totalidad. Ni las actuaciones de Martínez o Fonzi logran sobresalir, más si tenemos en cuenta lo bien que se llevan con el género en películas más celebradas como “El Ciudadano Ilustre” (2016) o “La Cordillera” (2017). Perdón por la comparación. El material, obviamente, no está del todo a su altura, por cierta desprolijidad de la narración, personajes sobreactuados por momento, y un final demasiado apresurado y retorcido para la calmada vida que llevan estos protagonistas. ¿De tal padre, tal hija? Hay algo que siempre nos choca de las películas argentinas y tiene que ver con el realismo y la forma en que se nos presenta el contexto y los personajes. Pocas veces logramos relacionarnos con ellos, justamente, porque parecen cortados con una tijera neutral y un tanto en pose “telenovelesca”, tal vez, resultado de una gran tradición televisiva. Ojo, es conjetura y una postura bastante personal, un detalle menor pero que afecta al conjunto, sobre todo cuando se trata de profundizar en temas que van más allá del simple hilo argumental. “La Misma Sangre” intenta hacerse eco de cierta herencia violenta y comportamientos de los que no podemos escapar. Acá, los protagonistas de la película prefieren buscar salidas más complejas y retorcidas en vez de enfrentar sus miedos o la verdad. Un punto interesante que los realizadores nunca llegan a desarrollar completamente, ya que se pierden en momentos banales como las constantes visitas de Elías a la oficina de permisos para reclamar un papelito que nunca llega, un “paso de comedia” un tanto reiterativo que no suma demasiado a la trama y entorpece el suspenso. La película de Cohan tiene una premisa interesante, temas que se desprenden de ella aún más atrayentes y un gran elenco, pero en el conjunto es una historia más que se va quedando por el camino. A medida que vamos descubriendo la verdad de aquella noche y la de los sucesos de los días anteriores, también vemos las fallas del argumento, los cabos que quedan sueltos y los hilos de una narración que no termina de cerrar completamente.
La misma sangre es la nueva película del director de cine y guionista argentino Miguel Cohan, recordado por la realización de largometrajes como la recomendable Sin retorno (2010), posteriormente Betibú (2014), y la serie televisiva La fragilidad de los cuerpos (2017). En esta ocasión cuenta con un reparto de altura, con nombres como Oscar Martínez, Dolores Fonzi, Paulina García, Diego Velázquez o Norman Briski. La cinta comienza con un hecho ocurrido hace siete años atrás: Un hombre de edad avanzada (Briski) tiene un incidente con la electricidad en el campo. Decide llamar a su hijo Elias (Martínez), pero este le responde que es el equivocado,y que el hijo con el cual quiere hablar murió hace 30 años. Tras esto vuelve a la actividad y cae desde lo alto de un molino. La historia de La misma sangre continúa, ya en la actualidad, con una cena familiar que desencadena en la posterior muerte de Adriana (García), esposa de Elías, ambos padres de Carla (Fonzi). En aquella cena además de ellos tres se encontraba Santiago (Velázquez), el marido de Carla, quien desconfía de su suegro a partir de comportamientos que no cuadran, alguna mirada entremedio, y hechos que presenció esa misma noche previo a irse con su esposa e hijo de la casa de los mismos. Resulta que pese a ciertas comodidades, la situación económica que atraviesa Elías no es del todo buena, y esto acrecienta las sospechas sobre su responsabilidad en el deceso de su esposa. Tras una reconstrucción de los sucesos de ese primer momento, Cohan vuelve a contar los acontecimientos, aclarando un poco el panorama inicial, y dando detalles más exactos de la sucesión de hechos, que llevaron al confuso episodio que finalizó con la muerte de Adriana, cuando Elías se encontraba bajo el mismo techo. Miguel Cohan en La misma sangre navega en aguas que le resultan cómodas, enfocado notoriamente en el género thriller, como en el caso de Sin retorno, su opera prima. La historia funciona, tiene un entramado sumamente interesante, y mantiene un ritmo (a veces más pausado, por momentos más acelerado), pero brindando información en forma progresiva, manteniendo la expectativa a lo largo de las casi dos horas de película, destacándose esto especialmente en la primera hora. Quizás se pueda cuestionar algunos giros de más, cierta sobrecarga de datos, que terminan entorpeciendo la idea central, o un desenlace un tanto abrupto, que quizás se podría haber resuelto de forma menos truculenta, pero el resto de los elementos que componen La misma sangre están en su lugar; actuaciones acertadas, personajes bien trabajados (quizás los más destacables sean Martínez y Fonzi), una buena labor de fotografía, y diálogos con fuerza propia, conformados creíblemente. Recomendada.
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El thriller con drama familiar incluido da buenos resultados en la taquilla. Miguel Cohan, director de "Sin retorno" y "Betibú", ya comprobó que es así, y tal vez por eso en su tercera película, "La misma sangre", regresa con la misma fórmula. Acá la trama parte de una muerte aparentemente accidental en una familia de clase media. Elías (Oscar Martínez) es un productor lechero que está pasando por serias dificultades económicas. Su matrimonio con Adriana está terminado, pero él se niega a separarse, y la pareja mantiene las apariencias delante de sus hijos. Todo cambia trágicamente cuando Adriana aparece muerta por un accidente doméstico, y el esposo de Carla (Dolores Fonzi), una de las hijas, empieza a sospechar que Elías está involucrado en la muerte de su mujer. En principio la tensión se mantiene gracias a un juego del gato y el ratón y una serie de flashbacks que muestran cómo esa familia se resquebraja desde su interior. Pero después el relato va perdiendo fuerza cuando repite situaciones desde distintas miradas, y el director se complica con conflictos paralelos que se desarrollan a medias y sólo entorpecen la narración.
Llega a los cines “La misma sangre”, dirigida por el argentino Miguel Cohan y protagonizada por Oscar Martínez y Dolores Fonzi. La historia se centra en un matrimonio consolidado entre Carla (Dolores Fonzi) y Santiago (Diego Velázquez), el cual entra en un fuerte conflicto tras la muerte de la madre de ella. Santiago sospecha que su suegro, Elías (Oscar Martínez), haya sido el autor del crimen, y por tal motivo decide indagar, abriendo camino a muchas incógnitas y cuestiones que a todos se nos hace tentador averiguar. Si bien en el elenco hay grandes talentos nacionales y la trama es interesante (Quizás no tan novedosa), la manera elegida por Cohan para contar los hechos pareciera no terminar de jugarle muy a favor. No es una película larga (100 minutos) pero por momentos se torna un poco lenta e innecesariamente algo complicada de seguir. Se apostó por el uso de elipsis y saltos en la línea narrativa que, a mi criterio, pueden dificultar la comprensión de un espectador no tan entrenado y hasta resultar difíciles de reconocer al instante generando algo de confusión. A pesar de esto, “La misma sangre”, no deja de ser una propuesta interesante e innovadora para el cine argentino y es incluso considerada un thriller “sin género” por su director y creador. El reparto de renombre es lo que logra sacar la película adelante y la hace de un buen plan para los amantes del género y del cine nacional. Por Florencia Ducatelli
Película argentina dirigida por Miguel Cohan con Oscar Martínez, Dolores Fonzi y Diego Velázquez, llega a los cines argentinos este Jueves 28 de Febrero.
En las muertes más o menos accidentales que se presentan a lo largo del metraje, un personaje desea el castigo, el dolor y hasta la muerte del damnificado en cuestión. Es sorprendente la forma en que en la película se vinculan tales sentimientos con la enseñanza religiosa y una herencia ancestral que, según se sugiere, también se reproduce en las generaciones venideras.
El director y guionista de Sin retorno, Miguel Cohan, estrena La misma sangre, protagonizada por Dolores Fonzi, Oscar Martínez y Diego Velázquez. Este thriller comienza con una muerte y donde para muchos no hay más misterio, para Santiago (Diego Velázquez) algo no está bien. La muerte es la de Adriana (Paulina Garcia), que está casada con Elías (Oscar Martínez). A raíz de ciertas cosas que observa (y siente) Santiago empezará a investigar y, más que nada, suponer cómo y por qué murió Adriana, su suegra. La muerte es lo primero que se devela en la película, por lo cual al decirlo no estamos adelantando nada. El tema que le interesa al director es contar los diferentes puntos de vista de los protagonistas y las relaciones entre éstos para ir develando no sólo los misterios alrededor del fallecimiento, sino también las relaciones dentro de esta familia. La misma sangre tiene un buen comienzo, sembrando dudas y con personajes que no muestran todas sus cartas. Pero a medida que vamos avanzando en la historia y conociendo más, el thriller deviene en drama familiar y lo que estaba bien se empieza a diluir. Los puntos de vista del comienzo, las dudas que logra sembrar el director y los correctos planos para saber qué contar y cuándo. Todo eso acercándonos al final se vuelve más tosco, más obvio, como si en un plano te mostraran un televisor y lo subtitularan con la palabra “televisor”, por si no quedaba claro. Bien Diego Velázquez, así como Dolores Fonzi y Paulina García.
Elías (Oscar Martínez) y Adriana (Paulina García) llevan casados 35 años. Ella es cocinera profesional y las finanzas de él no pasan por un buen momento, al igual que la relación entre ambos. Cuando Adriana aparezca muerta todas las sospechas recaerán en Elías. Será entonces cuando la relación con su hija Carla (Dolores Fonzi) y el marido de esta, Santiago (Diego Velázquez), comience a tensarse cada vez más. Tanto el nivel de los actores, claramente de lo mejor que se puede ofrecer en el cine argentino, como el trabajo de puesta en escena son de calidad. Un film profesional, prolijo, tenso. Parece tonto aclararlo, pero los film argentinos que parecen alcanzar este resultado no llegan ni a ser la mitad de los que se estrenan. El guión va dando vueltas, reconstruyendo de forma prolija y efectiva que fue lo que pasó realmente cuando Adriana murió, y aunque la película no es ninguna obra maestra, no se le puede reclamar falla alguna o detalle de mala calidad. Cine de suspenso y drama muy bien realizado.
Miguel Cohan es un experimentado director que sabe transitar el terreno cinematográfico del suspenso. De su autoría conocimos “Sin Retorno” (2010, junto a Federico Luppi y Leo Sbaraglia), “Betibú” (2014, sobre la novela de Claudia Piñeiro) y “La Fragilidad de los Cuerpos” (2017, serie televisiva de dispar suceso). Aquí, sobra una idea de Ana Cohan adapta un guión de propia autoría que nos llevará por los sórdidos laberintos del pecado, la culpa y su expiación. Balancéandose entre el drama familiar y el formato de thriller policial, Cohan indaga el costado amoral de esta familia de clase media-alta, realizando una puntillosa descripción de caracteres (aún dejando relevantes aristas desprovistas de su resolución), calculados juegos de rol (una pareja escindida y un duelo paterno-filial serán fundamentales disparadores), impiadosos intereses económicos, superfluas apariencias sociales y demás miserias cotidianas que atraviesan estos lazos afectivos marcados por un sino funesto. Provocativo, el realizador trama un verosímil inquietante: nos anima a descifrar el misterio -y las motivaciones- que se esconden bajo el accionar de un sospechoso (¿culpable o inocente?), quien amparará sus actos -¿éticamente cuestionables?- con tal de probar su coartada. Pero, ¿se trata acaso del verdadero culpable de la muerte que se le atribuye? O, en cambio, ¿la misma ha sido producto de una desafortunada tragedia?. La prestancia del enorme Oscar Martínez nos hace temer del ser monstruoso que se oculta bajo un hombre honesto, en apariencia intachable. No obstante, la incisiva lente del realizador nos incita a desconfiar, colocando un manto de dudas sobre el acusado. Sembremos dudas en el desprevenido lector, a fin de no adelantar sorpresas. Valiéndose del infalible recurso de flashback, el punto de vista de cada personaje (su noción o certeza sobre los acontecimientos) vira en relación a la suministración de información que se le brinda al espectador, propiciando un interesante juego enigmático que incentiva el clima incierto que rodea a la propuesta, ganando en intensidad dramática cuando el crimen que propulsa la trama (y su resolución) cobra real dimensión, corriendo el velo de una verdad oculta, pero anticipable. Cohan tensa el hilo hasta el límite de lo soportable, subyugándonos con un tratamiento del suspenso digno de un experto del género. Ahondando en los resquebrajados vínculos afectivos de una familia repleta de apariencias y buen renombre, pero disfuncional y falible en su tejido más íntimo, “La Misma Sangre” desdibuja su laboriosa arquitectura argumental precipitando un desenlace que lejos está de resultar concluyente. Sin embargo, maquilla sus falencias con esmero; al tiempo que nos ofrece, en idénticas proporciones, su bienvenido gusto reflexivo y un vertiginoso ritmo narrativo para una historia que a Claude Chabrol le hubiera encantado filmar.