La escala de la corrupción burguesa Por suerte el cine argentino cada vez con más asiduidad se vuelca a las propuestas de género con vistas a ganarse al gran público, aunque lamentablemente la producción local siempre queda presa de la concentración propia del capitalismo (en el mainstream las mismas manos -vinculadas al enclave televisivo- controlan el negocio desde hace décadas) y la caja oficial suele favorecer a los socios políticos de turno, detalle asimismo agravado en contextos de gobiernos neoliberales ajustadores como el actual (la torta presupuestaria a repartir se limita aún más). Como toda industria de un país pobre e injusto como el nuestro, por más talento que tengan los profesionales y buenas intenciones desparrame la obra en sí, es probable que esta coyuntura -muy pero muy cuesta arriba- repercuta de algún modo en la factura de las películas mediante un desnivel entendible bajo este abanico de circunstancias. De hecho, gran parte de los films vernáculos arrastran problemas históricos que giran sobre todo en torno al guión y las actuaciones. Un típico ejemplo de las consecuencias de este panorama es Las Grietas de Jara (2018), el segundo opus de Nicolás Gil Lavedra luego de Verdades Verdaderas: La Vida de Estela (2011): aquí el director y guionista se embarca en la tarea de adaptar una novela de Claudia Piñeiro, una autora de policiales que ya ha tenido en el pasado otras traslaciones a la pantalla grande como Las Viudas de los Jueves (2009) y Betibú (2014). Piñeiro nunca fue una artífice imaginativa ni particularmente eficaz en el campo de los misterios y los ardides y esto sin duda se coló en las realizaciones basadas en sus trabajos, ya que todas ellas comparten cierta propensión fallida a querer retratar la escala de la corrupción social argentina, en especial entre las clases altas de Buenos Aires. No es que el opus de Gil Lavedra esté mal enfocado ideológicamente (hay mucha tela para cortar sobre los cadáveres debajo de la alfombra de los burgueses fascistoides de este país), lo que sucede es que los relatos de Piñeiro son en verdad muy poco ingeniosos y altamente previsibles (juegan con los paradigmas más simples del policial negro y en términos prácticos no aportan nada novedoso ni -por lo menos- se lucen administrando los recursos retóricos de siempre). Al igual que en las traslaciones previas, la historia da muchas vueltas para contar una anécdota sencilla que pasa a complejizarse por un entramado un tanto gratuito de múltiples remembranzas: la aparición de una chica en un estudio de arquitectura porteño preguntando por un tal Jara (Oscar Martínez) desencadena una serie de flashbacks mediante los cuales nos enteramos que todo comenzó años atrás cuando el susodicho se presentó en el lugar reclamando una indemnización por una grieta en la pared de su hogar producida -según su parecer- por una obra cercana encarada por la compañía en cuestión, aquí funcionando también como la constructora propiamente dicha del edificio conflictivo. El guión de Emiliano Torres y el propio realizador se despacha de a poco con una andanada de secuencias más o menos eficaces/ atrapantes en las que van aumentando la paranoia y la angustia -definitivamente por algún secretito sucio- de las tres cabezas del estudio, léase el dueño interpretado por Santiago Segura, la arquitecta principal que compone Soledad Villamil y finalmente el “brazo ejecutor” y verdadero protagonista de la faena, Pablo Simó, en la piel de Joaquín Furriel. El convite de ninguna manera es malo y se deja ver por esta exploración acerca de la mediocridad y el oportunismo homicida que caracteriza a los sectores privilegiados, los cuales suelen ampararse en esbirros, chupamedias o esclavos obedientes que sueñan con algún día llegar al nivel de los oligarcas empleadores, no obstante el film padece de diálogos pobres/ televisivos y un deslucido desempeño actoral por parte de Sara Sálamo, la encargada de componer a la chica inquisitiva. Tan amena como olvidable, Las Grietas de Jara pone en evidencia los inconvenientes narrativos del cine argentino y al mismo tiempo subraya su enorme potencial vía un acabado técnico impecable en cuanto a la fotografía, el diseño artístico y la música incidental en general…
Emprendedores y empresarios El segundo largometraje del realizador argentino Nicolás Gil Lavedra, Las Grietas de Jara (2018), es la adaptación de la novela homónima de la escritora también argentina Claudia Piñeiro. La adaptación a cargo del propio Gil Lavedra (Verdades Verdaderas: La Vida de Estela, 2011) junto a Emiliano Torres (El Invierno, 2016) busca construir un relato policial en el que la atmosfera de suspenso se combina con una abierta crítica social respecto del éxito, el trabajo, el matrimonio, la paternidad, la vocación y las decisiones que marcan la vida. Una joven, Leonor (Sara Sálamo) llega al estudio Borla y asociados para indagar sobre el paradero de Nelson Jara (Oscar Martínez), lo que pone a la defensiva tanto a Mario (Santiago Segura) y a Marta (Soledad Villamil), socios del estudio de arquitectura, como a su empleado, el también arquitecto Pablo Simó (Joaquín Furriel). Sin demasiadas sutilezas el film va construyendo caracteres muy definidos para los personajes en que el destaca el empleado Simó. Pablo vive en un matrimonio infeliz junto a su esposa Laura (Laura Novoa) y su rebelde hija. En su trabajo se conforma con su estatus de empleado desde hace veinte años sin cuestionar su lugar ni pedir nada más de lo que el estudio le da, a pesar de cargar con los secretos de los socios y apoyarlos como si ocupara un rol de más responsabilidad, derechos y ganancias. Mientras tanto su sueño de construir un edificio de diseño en el cual los habitantes puedan disfrutar de una buena construcción, de calidad y con un esquema artístico e innovador se diluye entre las burlas de Marta y la falta de criterio de unas clases dominantes que prefieren vivir en lo que Pablo denomina con una muy acertada ironía palacios de cartón. Como buen empleado Pablo recibe la ingrata tarea de lidiar con Jara, un hombre de mediana edad, vecino de una construcción dirigida por el estudio Borla, que argumenta que errores de procedimiento en el apuntalamiento de los cimientos han causado una grieta en su departamento, por lo que solicita al estudio una gran compensación monetaria. Esto desata una situación insostenible en la que Jara presiona al estudio a través de un intento de convertir a su interlocutor, Simó, en su socio o aliado en una especie de búsqueda de justicia social ante las injusticias que los empresarios tienen para con sus empleados, el medio ambiente y la sociedad, en sus negociados. Así, la película realiza una deconstrucción de las personalidades de estos dos hombres y su relación para dar cuenta del cambio que la misma produce en la personalidad de Simó. El opus de Gil Lavedra falla por momentos a la hora de crear suspenso en una obra con claroscuros que se pierde en historias paralelas con poca transcendencia o con un resultado adverso para la credibilidad o la solidez narrativa de la historia, producto de un excesivo respeto de la obra original de Piñeiro. Las limitaciones de la obra original afectan la obra en su carácter policial pero también la ayudan en la creación de unos personajes que se destacan por su similitud con la vida real predecible y poco interesante. Con muy buenas actuaciones, especialmente de parte de Joaquín Furriel, que se destaca en un papel complejo y demandante de un joven idealista, de ideas progresistas, alejado del ideario empresarial burgués y de su mentalidad hedonista delictiva, que busca la lucro en detrimento del bienestar social a toda costa en lugar de buscar mejorar las condiciones del mundo, el film genera una historia que atrapa en algunas escenas pero deja escapar el suspenso en otras para dejarlo vagar sin sentido. La música dramática de Nicolás Sorín (Boca de Pozo, 2014), una fotografía muy interesante que busca postales e imágenes extraordinarias de la grandeza arquitectónica de Buenos Aires y primeros planos sugestivos o retratos oníricos en medio de la lluvia son algunas de las características que a nivel estético construyen un gran film con una muy buena dirección que tan solo falla en el punto de partida, lo que desgraciadamente a la postre afecta el edificio final.
Una de las primeras películas fuertes del cine argentino en 2018 es Las Grietas de Jara, un thriller basado en el best seller de Claudia Piñeiro con un destacado elenco encabezado por Oscar Martínez y Joaquín Furriel. ¿De qué se trata Las Grietas de Jara? La vida de un grupo de arquitectos se trastorna cuando llega al estudio una misteriosa joven (Sara Sálamo) que pregunta por un tal Néstor Jara (Oscar Martínez). Mario Borla (Santiago Segura), Marta Horvath (Soledad Villamil) y Pablo Simó (Joaquín Furriel) dicen no conocerlo, pero mienten. Pablo Simó fue quien tuvo que lidiar años atrás con Jara, un indignado propietario del edificio lindante a una obra del estudio, damnificado por una grieta en la pared de su living provocada por un error en la construcción. Ahora, su nombre regresa para poner su vida en jaque. Las Grietas de Jara, un thriller urbano Siempre es una buena noticia que se estrene cine de género argentino, esa categoría que a veces parece excepcional o menor. Y si viene de la mano de una autora reconocida, junto a un elenco de talentosos actores, la apuesta promete. Las Grietas de Jara se presenta como un thriller psicológico situado en el mundillo de los desarrollos inmobiliarios. Tenemos un secreto, un hombre misterioso y un protagonista que está descubriendo su propia grieta interna. Joaquín Furriel y Oscar Martínez se lucen, como siempre, aportando veracidad a los personajes de la película. Soledad Villamil y Santiago Segura completan el cuadro dramático con eficiencia. Laura Novoa es la única en quien descansan las pequeñas dosis de comedia que liberan un poco el ambiente. Su personaje, la malhumorada esposa de Furriel, se lleva los mejores momentos, los más cotidianos y creíbles del relato (¡aplausos!). También hay que destacar la labor de la española Sara Sálamo, que hace un perfectísimo acento argentino. Llama la atención lo apagado y opaco de la fotografía, una elección que no resulta visualmente atractiva pero que quizás intentó dar a la imagen un tono acorde con el ambiente que narra, el de vidas grises entre bloques de cemento y hormigón. De grietas y cimientos Vale decir que Las Grietas de Jara no está carente de algunos detalles que hacen ruido. Pero también creo que solemos juzgar con una vara más alta a las películas nacionales. Dicho esto, los diálogos (sí, esos que jamás juzgamos en las películas en inglés) por momentos suenan un poquito forzados, pero sin llegar a molestar del todo. Al margen de este detalle, la película dirigida por Nicolás Gil Lavedra logra mantenerte atrapado, esperando saber qué pasó con Jara. Su cámara refuerza la idea de división y ruptura con numerosos planos partidos al medio por el estratégico encuadre. Un ritmo adecuado pero sin sobresaltos redondea este thriller argentino al que le pueden jugar en contra las altas expectativas. Las Grietas de Jara cumple sin deslumbrar. Puntaje: 6.5/10 Duración: 100 minutos (aprox.) País: Argentina / España Año: 2018
Pablo Simó ( Joaquin Furriel ) es arquitecto y trabaja en el estudio de arquitectura de Borla y Asociados. Construida como un film de suspenso e intriga, un día llega al estudio Leonor ( Sara Sálamo ) , buscando información sobre Nelson Jara. Esto pone nerviosos a los presentes, al dueño del estudio Mario ( Santiago Segura ) , a su socia Marta ( Soledad Villamil ) y a Pablo. Ellos aseguran que no lo conocen. Pero en realidad sabremos que Nelson Jara ( Oscar Martinez ) tiene un antiguo litigio con el estudio de arquitectura, por una grieta que se generó por la construcción de un nuevo edificio que lleva adelante dicho estudio. Leonor se retira, pero olvida su celular, situación que le permitirá reencontrarse con Pablo. En el desarrollo de la historia iremos conociendo a fondo los reclamos de Nelson y su persecución hacia Pablo que se vuelve casi una obsesión. Excelentes actuaciones de Oscar Martinez componiendo un empedernido damnificado por una construcción y Joaquin Furriel al arquitecto con quien debe lidiar en esta contienda. También nos meteremos en la familia de Pablo, donde su esposa ( Laura Novoa ) lo acompaña en las tareas hogareñas y las rencillas familiares. Santiago Segura nos deja un papel serio, cinico y calculador. La fotografía de Sol Lopatin, con matices y muy buenos climas acompañando el desarrollo del film. Una muy buena opción para entretenerse, que nos permite a su vez reflexionar sobre cuestiones relacionadas con la moral y lo cotidiano.
Otra nueva adaptación de los relatos de Claudia Piñeiro llega a la pantalla. Esta vez se trata de Las grietas de Jara, de la mano de Nicolás Gil Lavedra, en una puesta que balancea el thriller con la mirada social aguda. Si bien el cine argentino siempre fue algo “temeroso” en adentrarse al cine de género. El policial, o el thriller de suspenso nunca dejó de ser popular entre nosotros. Prueba de esto son los relatos de la autora Claudia Piñeiro que en los últimos años han sido llevados a la gran pantalla con bastante éxito y efectividad. Comenzando por el más popular "La viuda de los jueves", y de la que ahora, se estrena "Las gritas de Jara" de 2009, oportunamente Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Lo primero que sorprende de Las grietas de Jara son los nombres detrás de cámara. Su director es Nicolás Gil Lavedra, tras su debut con "Verdades Verdaderas" y el corto "Identidad perdida". ¿Cómo puede abordar un director tan comprometido, que logró retratar con tanta sensibilidad la vida de Estela de Carlotto, abordar una película de género puro como "Las grietas de Jara"? Precisamente, con mucha sensibilidad. Quienes hayan leído las novelas de la autora, o visto alguna de las películas basadas en ellas, sabrán que suele retratar con una mirada algo oscura la vida de la clase alta, o media acomodada, vernácula; en las cuales pareciera que los crímenes siempre pueden ser una opción a mano para tapar algún secreto. Con este material en mano, sumado a la colaboración como co-autor de Emiliano Torres, que viene de dirigir la bellísima "El invierno" – película que también guarda una mirada social personal muy profunda y delicada –, Lavedra aporta a "Las grietas de Jara" una pendulación permanente entre el suspenso y una crítica a ciertos postulados de clase. Leonor (Sara Sálamo) llega al estudio de arquitectura Borla & Asoc. Preguntando por un tal Nelson Jara. Tanto el dueño del Estudio, Mario Borla (Santiago Segura), su socia Marta Horvath (Soledad Villamil), y su empleado – también arquitecto – Pablo Simó (Joaquín Furriel), dicen desconocerlo, aunque se palpa el nerviosismo. Un posterior encuentro entre Pablo y Leonor comenzará a correr el velo de la verdad. Nelson Jara (Oscar Martinez) es el dueño de un departamento, que mantuvo una fuerte disputa con el estudio de arquitectura, luego de que en su living aparecieran una grietas, probablemente producto de una construcción lindante que Borla & Asoc. está llevando a cabo. Como buen empleado, Pablo será quien deba tratar con Nelson y, de a poco, las grietas de ese living comenzarán a trasladarse a otras áreas. Los personajes de Las grietas de Jara están fuertemente delineados. Cada uno tiene características muy marcadas que colaboraran con el desarrollo que pretende otorgársele a la historia, algo bastante común en las obras de Piñeiro. Simó es un idealista apagado. Tiene grandes ideas como arquitecto, que se contradicen con los intereses del estudio para el que trabaja, y por lo tanto, termina relegando. Tampoco su vida personal es demasiado feliz, su relación con su amargada esposa (Laura Novoa) no es de las mejores. Tampoco encuentra refugio en la paternidad. Mario y Marta serán las caras de lo que Pablo quiere y no quiere ser, ahí se encontrará el gran litigio del film. Nelson Jara será el detonante. El acierto en la adaptación de Lavedra y Torres será correr parcialmente el eje del suspenso para centrarse en la figura de Pablo y sus contradicciones. También mostrar que ninguna de las partes puede ser totalmente limpia. Si por un lado esta elección de otorgar una focalización social juega en contra al armado del thriller, que por momentos se siente algo esquemático o rutinario; su punto de vista le otorga una firmeza en los planteos sin necesidad de ser declamatoria, o sin temor a serlo. Algo que hace recordar mucho al cine de Marcelo Piñeyro y a la subvalorada Showroom de Fernando Molnar. Apoyada en otra magistral interpretación de Joaquín Furriel, acompañado correctamente por Oscar Martinez, Santiago Segura, Soledad Villamil, Sara Sálamo y una Laura Novoa en quien recae ser el botón de fuga; Las grietas de Jara es un film con mucha fluidez que siempre mantiene nuestra atención pese a que por momentos pareciera dispersarse en diferentes aristas. La elección de una fotografía seca y poco luminosa (aunque nunca oscura), el trabajo en el montaje, sumado a la banda sonora de Nicolás Sorín, completan un cuadro de situación que cala hondo en las sensaciones que pretende dejar el film. Nicolás Gil Lavedra toma "Las grietas de Jara" y se la apropia, le otorga los elementos de un director con mucha responsabilidad y sensibilidad, como lo demostró en sus trabajos anteriores. La correcta elección en los rubros técnicos, un sobresaliente Furriel bien acompañado, y una potencia en el relato que sabe bien dónde enfocarse, completan una película que satisfactoriamente termina siendo mucho más de lo que prometía.
Las grietas de Jara: Si uno vive en la impostura… “Supongo que el único momento en que la mayoría de la gente piensa en la injusticia es cuando le sucede a ellos“. Charles Bukowski Conocemos ya varias de las obras, los que no hemos frecuentado la literatura de Claudia Piñeiro, gracias a las diferentes adaptaciones que se han realizado particularmente en el cine. Las viudas de los jueves (2009), solo bien recibida en estas pampas, Betibú (2014), Tuya (2015) y ahora la realizada por Nicolás Gil Lavedra, Las grietas de Jara, cuya publicación data del 2009. Un común denominador entre ellas puede que sea el reflejo que hace de ciertos aspectos de la clase media citadina, la nacida y criada en una ciudad como Buenos Aires; el interés en inmiscuirse en sus dobleces. No tanto una crítica social, sino más bien una revisión a veces algo amanerada de los vaivenes sociales y económicos de esos estratos sociales, con mucha dosis de thriller y bastante drama, que creemos supo desarrollar mejor que ninguno, Marcelo Piñeyro en su Las Viudas… Es ahora que el ascendente director Nicolás Gil Lavedra busca narrar esos procesos dramáticos en esta puesta que protagonizan Óscar Martínez, Joaquín Furriel, Soledad Villamil y Santiago Segura. Una vez más, personajes que poseen cierta soltura económica, profesionales que ven su cotidianidad interrumpida por un desagradable hecho, algo que los tuerce o provoca, llevándolos a extremos impensados. El drama, con sesgos de thriller, se inicia cuando Leonor, una jovencita, llega a la oficina del estudio de arquitectura Borla y Asociados buscando a Nelson Jara. Cual Pandora, abre así una mal disimulada caja de sombras y desdichas que dará pié a una transformación en los tres profesionales que componen el staff de la empresa, hasta que cada uno y a su manera comience no solo revivir un incidente alrededor del nombrado Jara, sino también a, por fin, dejar salir los fantasmas que hipócritamente ocultan. Con un intenso y bien construido inicio el periplo se desarrolla alrededor de Pablo Simó, personaje que interpreta Joaquín Furriel, un quieto y ensimismado arquitecto que casi ya ni soporta la bucólica cotidianidad de su existencia. Es él quien realmente parece disfrutar lo que sucede, porque es todo el entrevero su válvula de escape. Un hecho que a Simó se le antoja disparador hacia una ansiada recomposición de su realidad. No sucede lo mismo en los otros dos; personajes ejecutados por Soledad Villamil y Santiago Segura, quienes ven peligrar sus logros y posiciones con este telúrico momento. Pero es obvio que la película descansa sobre los hombros de Joaquín Furriel y su personaje, al que ha sabido dar una profundidad que le es negada a los otros. A propósito o por omisión, es en su Pablo Simó en que el espectador podrá ver realmente un progreso, un deshacer para una reconstrucción posterior. Porque en ese segundo acto, algo moroso y poco ajustado, solo lo seguimos a él, olvidando al resto, ya que como espectadores no logramos tener una visión más abarcativa del derrumbe de una mal cimentada charada. ¿Donde está Jara? El cuestionamiento planea sobre la historia, no como espada de Damocles, o sea no juzgando, más bien como motor de un drama que se desarrolla en partes desiguales. Podrá ver, quien hile fino, que hay una historia entre los personajes de Villamil y Furriel, como también cierta ambivalencia en el caracterizado por Segura, uno perdido entre un español y un argentinismo algo forzado y siseante que molesta y que no ayuda realmente a construir un background al protagonista. Como ese ir y venir de Leonor, cuyo simbolismo pudo ser mucho más trabajado pero que queda solo en la testigo muda e ignorante de los cambios que el arquitecto Simó sufre a la vez que anhela. Mientras que, y párrafo aparte merece, aparece el personaje de Oscar Martínez con a una excelente ejecución, una que vale la pena en cada plano que asoma. Barrial y taimado, coloquial y ventajero, el arquetipo de “Argento” buscavida que tan presente tenemos y que el actor interpreta con paciencia y sencillez, logrando una verdadera compatibilidad con el espectador. Si se le cree, es porque hace de su periplo, entre gestos y modos, un misterio que querrá la audiencias desentrañar. Mentiroso, victima y vecino desamparado, hay un rostro para cada una de las facetas y una construcción de su pequeño misterio realizada con esmero. No así con el pobre papel que lleva con honor la actriz Laura Novoa, que cae en el consabido canon de esposa prejuiciosa y distanciada que ni en la cama puede conectarse con su esposo. Claro que dará pié a que él busque esa complicidad en otra parte, pero peca de obvio y con poco vuelo imaginativo, no sabemos si de la autora original o de los guionistas Gil Lavedra y Emiliano Torres (algo extraño ya que este último es el autor del guion original y director de la recomendable El Invierno – 2015). En fin, un drama tocado de manera sutil por un thriller que sabe manejar en la mayor parte de su metraje el misterio que aborda. Indagar en los trapos sucios de ciertos tipos de triunfadores es un ejercicio que a todos nos gusta realizar y los realizadores lo saben. Nadie triunfa sin ensuciarse las manos, y todos los que están arriba nunca tienen asegurado su sitio. Actualidad, que tristemente, los argentinos observamos diariamente en los medios. Es un thriller que intenta, con bastante éxito, indagar en los dramas de quienes se puede pensar lo poseen todo. Con ese final que muestra ser capaz de narrar el conflicto sin caer en la moraleja facilona y, aunque tiene apuntes sobre lo que debería ser el bien o el mal, o como quiera el espectador llamarlo, no subestima a la platea. De hecho, lejos de resolver, solo habla de una vuelta más a un enmarañado y conocido comportamiento que tenemos visto de memoria.
Las grietas de Jara, de Nicolás Gil Lavedra Por Paula Caffaro Nicolás Gil Lavedra pone en escena la adaptación cinematográfica de la novela homónima de la escritora Claudia Piñeiro, una suerte de thriller con rasgos bien localistas. Jara, interpretado por Oscar Martinez, cree que debe luchar por sus derechos cuando siente que éstos están siendo amenazados por causas injustas como lo es, en este caso, la construcción de un edificio moderno en el terreno contiguo a su casa. Al parecer los movimientos de la maquinaria pesada han dado por dibujar en una de sus paredes una gran grieta que no deja de crecer. Así la vida de esta pintoresca rasgadura no sólo es el motivo principal del drama del film, sino la huella de un síntoma mucho más profundo. La grieta representa la injusticia, pero tal vez mucho más que ella. Pablo Asimó (Joaquín Furriel) es uno de los arquitectos de Borla y Asociados, un estudio comandando por el gran Santiago Segura en la piel de un capitalista que lo único que parece importarle es el dinero y los negocios. Lo acompaña Marta Horvart (Soledad Villamil), su mano derecha y un pasado amoroso sospechoso que los condena. Los tres guardan un secreto que saldrá a flote cuando una joven y muy bella fotógrafa irrumpa en sus oficinas preguntado si conocen a Nelson Jara. La pregunta causó horror en cada uno de ellos provocando el inicio de una serie de flasbacks que vendrán a reconstruir quién fue Nelson Jara y cuál fue el vínculo con el estudio. La historia es sencilla y peca de distante cuando los diálogos aparecen forzados en personajes estereotipados. Además, la cámara, más allá de su prolijidad y corrección técnica, no ofrece ningún tipo de innovación ni carácter. Pero no todo es tan negativo en Las grietas de Jara. La película es correcta y por momentos cómplice de una audiencia preferentemente local que pueda disfrutar (y sentirse identificada) con más de un guiño propio de los argentinos. Oscar Martinez es excelente, pero eso ya lo sabe todo el mundo, mientras que Furriel parece flaquear en un rol que parece no sentarle del todo bien. De todas formas, es un film que hay que ir a ver sobre todo para apoyar a la producción nacional y por qué no, a un realizador prolífico que pudo haber tenido un producto no tan bueno sin opacar su intachable trayectoria. LAS GRIETAS DE JARA Las grietas de Jara. Argentina/España, 2018. Dirección: Nicolás Gil Lavedra. Guión: Nicolás Gil Lavedra y Emiliano Torres. Intérpretes: Joaquín Furriel, Oscar Martínez, Soledad Villamil, Sara Sálamo, Laura Novoa, Zoe Hochbaum, Santiago Segura. Producción: María Luisa Gutiérrez, Diego Kolankowsky, Axel Kuschevatzky, Matías Levinson, Carlos Mentasti, Mili Roque Pitt y Cindy Teperman. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 100 minutos.
Fallida adaptación de la novela homónima de Claudia Piñeiro que relata las vicisitudes de los miembros de un estudio arquitectónico ante los planteos casi irrisorios del propietario de un departamento por un arreglo. Aquello que se debería sugerir, se lo resalta, la tensión necesaria para ir develando el misterio tras Jara (Oscar Martínez), no está presente, y si bien la música de Nicolás Sorín genera atmósferas acordes, algunas decisiones que desvían el relato hacia un tono costumbrista y familiar, terminan traicionando el origen policial de la propuesta y su resolución.
Sueños Postergados No se decide a irse, pero Pablo Simó lleva veinte años en un matrimonio donde ya no encuentra motivos para quedarse. No puede ser coincidencia que lo mismo le suceda con su trabajo como empleado en un estudio de arquitectura, dedicándose a levantar torres de departamentos por más que sueña con diseñar otra clase de edificios. Acorralado por la rutina, se mantiene en esa vida como si fuera de alguien más, hasta que la comodidad tambalea cuando una joven, Leonor, aparece preguntando por Nelson Jara, un nombre que aunque los tres arquitectos de la oficina niegan conocer es evidente que los pone intranquilos. Con la excusa de un celular extraviado, Pablo vuelve a encontrarse con Leonor e intenta descubrir cuál es el vínculo que la une con Jara: hombre a quien conoció tres años antes, cuando acudió acusándolo de haber dañado la pared de su departamento durante la excavación en el terreno vecino. El resurgir del conflicto que le quitó el sueño, guía a Pablo por un nuevo análisis de su presente y el rol que ocupa en su propia vida, donde muchas veces es más espectador que protagonista. La historia de Las Grietas de Jara se cuenta con una sucesión continua de flashbacks que van y vuelven sin mucha elegancia para mostrar la relación entre Pablo y Jara, quien pasa de ser un vecino preocupado aunque algo neurótico, a convertirse en un personaje bastante oscuro que empieza a preocupar al protagonista con su asedio, a la vez que le hace cuestionarse sus lealtades. El misterio no es tan encriptado y se ve venir, pero eso no es un gran problema. Saber lo que pasó con Jara no es tan importante como ver la forma en que afectó al protagonista en su momento y cómo lo afecta su regreso tres años después, porque en el fondo es menos una película de misterio que una sobre las crisis de mediana edad, con veinteañera incluida. Es el trabajo de los dos actores lo que logra el efecto buscado: el resto del elenco no aporta mucho para conseguirlo, ni tampoco lo hace la forma bastante televisiva de contar un guión ya de por sí lineal. Queda claro bastante pronto que casi todas las escenas interesantes de la película son aquellas en que se cruzan Oscar Martínez y Furriel, salvo algún acertado momento de comedia entre Pablo y su esposa desnudando la rutina de un matrimonio por costumbre. Los demás acompañan como pueden, pues tampoco el guión tiene grandes matices ni les deja mucho margen. Conclusión Con un guion decente, aunque contado sin mucho brillo, y un estilo visual sin ninguna pretensión, Las Grietas de Jara se apoya en las grandes actuaciones de sus dos protagonistas para entretener sin deslumbrar.
Basada en la novela de Claudia Piñeyro (habitué del éxito en la venta de sus libros y en sus adaptaciones al cine, como en “Las viudas de los jueves” y “Betibú”) la película se inicia con una intriga que luego se desarrolla en base a recuerdos y remite a un hombre que reclama por unas grietas que aparecieron en su departamento por culpa de una construcción aledaña. Ese hombre se enfrenta a los arquitectos responsables del futuro edificio. En ese nudo se desarrolla una trama que va del presente al pasado y luego hacia un futuro sorprendente, donde cada personaje se revela en sus ambigüedades, su defensa de una vida más o menos acomodada, sus miedos, sus caras más feroces, sus secretos mejor escondidos y en un resquebrajamiento que no solo ocurre en las paredes sino en la personalidad de cada uno de los interesados. Con un guión sólido del director Nicolás Gil Lavedra y de Emiliano Torres, la película se muestra precisa, con buen ritmo y con el lucimiento de un elenco que reúne a muy buenos actores: Oscar Martinez siempre inquietante, Joaquín Furriel en una elaborada y muy buena actuación, Soledad Villamil, Laura Novoa, Santiago Segura. Un suspenso continuo, una mirada inteligente para cada uno de esos personajes revelados sin miramientos, casi como un fresco de nuestra clase medianamente acomodada, el placer de ver el film es constante.
Las grietas de Jara estrena esta semana. Una película que genera suspenso, con un buen guión y buenas actuaciones. Un llevadero relato que cuenta la historia de Pablo Simó (Joaquín Furriel), un arquitecto que se verá trabado por un caso en particular. El pasado vuelve a atormentarlo cuando inesperadamente una joven se presenta buscando a Nelson Jara (Oscar Martínez). Desde un inicio la película atrapa. Se debe en parte al guion (adaptación de la novela de Claudia Piñeiro), y por supuesto, en otra a la dirección de Nicolás Gil Lavedra, que fue además uno de los guionistas junto a Emiliano Torres. Este juego del gato y el ratón que protagonizan Martínez y Furriel, crea una tensión y misterio, destacables. Un film sencillo, sin pretensiones que logra su objetivo. Hay suspenso, hay un guion que lo sostiene, con alguna vuelta de tuerca que se agradece, y actuaciones correctas para la ocasión, con una sobresaliente participación de Oscar Martínez.
Mover la estructura Claudia Piñeiro es, quizás, la autora argentina contemporánea más trasladada a la pantalla grande de los últimos tiempos. Sus relatos policiales encuentran fácilmente su lazo con el público cuestión que invita a las múltiples versiones cinematográficas de su obra. Las viudas de los jueves, Betibú, Tuya, y ahora, Las grietas de Jara. Sus novelas no sólo plantean un crimen, producto del género que transitan, sino que, además, constituyen una fuerte crítica a la sociedad que se desprende de la estructura narrativa. Hecho evidente en Las grietas de Jara (2018), dirigida por el hijo de su pareja, Nicolás Gil Lavedra (Verdades verdaderas. La vida de Estela). La historia comienza cuando en un estudio de arquitectos se presenta una joven fotógrafa (Sara Sámalo) preguntando por Jara (Oscar Martínez), un anciano que intentó demandar a la constructora cuando una obra aledaña le ocasionó una grieta en su departamento. Nada se sabia de este hombre hasta que, la pregunta, dispara una serie de dudas sobre su paradero. El más joven de los arquitectos del estudio, Pablo Simó (Joaquín Furriel), empieza una investigación sobre lo ocurrido y busca comprender los motivos que impulsaron a Jara a obsesionarse con el litigio. Esta situación pone en crisis al arquitecto y hace replantear su gris existencia. Las grietas de Jara traza estas dos líneas de argumento, la policial y la existencial, siendo la primera más efectiva que la segunda. La película utiliza dos temporalidades para marcar las diferentes tramas, mediante flashbacks que reconstruyen los sucesos del pasado, trata de detallar lo sucedido con Jara en una intriga policíaca, mientras que en el presente desarrolla la crisis existencial, y con ella familiar, del protagonista. La trama policial fluye mientras que la existencial se siente forzada en varias oportunidades, siendo la crisis familiar lo peor del film que, con diálogos inverosímiles, recurre a un melodrama de telenovela. Lo más interesante del film es la crítica que plantea el texto, aquella que pone en relieve la miserable existencia del arquitecto identificado con la figura de Jara. La mediocridad del comportamiento de una sociedad civil, capaz de cruzar límites legales con tal de justificar sus oscuras acciones. Y aunque las metáforas en la película pecan de ser poco sutiles, no está de más dejar en claro la necesidad de realizar grietas al sistema con tal mover sus cuestionables cimientos.
Un pasado turbio Basada en la novela de Claudia Piñeiro, es inquietante y tiene buenas actuaciones. Con mayor o menor suerte, el cine nacional encontró la inspiración para adaptar varias novelas de la exitosa escritora Claudia Piñeiro. Luego de Las viudas de los jueves, Betibú y Tuya, en donde el crimen y la crítica a las altas clases sociales eran denominadores comunes, llega la nueva película de Nicolás Gil Lavedra (Verdades Verdaderas: La vida de Estela) que se inscribe en el thriller. Las grietas de Jara, un relato tenso que gira en torno al eterno “juego del gato y el ratón”, comienza cuando una misteriosa joven (la española Sara Sálamo) ingresa al estudio de arquitectura Borla y Asociados, preguntando por Nelson Jara (Oscar Martínez), de quien nada se sabe desde hace años. De este modo, la tranquilidad del arquitecto Pablo Simó (Joaquín Furriel), su jefe Mario (Santiago Segura) y su socia Marta (Soledad Villamil) comienza a resquebrajarse en un entramado que esconde secretos y mentiras del pasado. Todo se articula a través de una serie de flashbacks que muestran a un enloquecido Jara como el damnificado por una grieta que se extiende en la pared aledaña de su living y que fuera provocada por un error del estudio de construcción. A la exigente rutina familiar de Simó que lleva adelante junto a su esposa (Laura Novoa, impecable en su rol aportando la cuota de humor necesaria) y los conflictos que atraviesa su hija adolescente, se suma un anhelo profesional que queda plasmado sólo en un plano, mientras el miedo de su compañera Marta aflora cuando todo se sale de control y acude a Simó como único salvador.
Después de la adaptación de Tuya, en 2015, otra novela de la autora Claudia Piñeiro es llevada a la pantalla grande de nuestro país. Ahora el turno es de Las grietas de Jara y, como es corriente en sus trabajos, nos encontramos con un thriller compuesto de crímenes, romance y un misterio que el lector/espectador debe desanudar. El resultado del film de Nicolás Gil Lavedra va a tono con el clima negro; ingenio narrativo, erotismo y poca intriga.
El hombre de al lado La nueva película de Nicolás Gil Lavedra, Las grietas de Jara, se compone a través de una recopilación de flashbacks de parte del protagonista Pablo Simó (Joaquín Furriel). Él intenta recordar un antiguo hecho donde están construyendo un edificio y un inquilino del edificio de al lado (Jara, interpretado por un impecable Oscar Martinez) reclama una remuneración por una grieta que podría causar el derrumbe de su departamento. El film tiene buen ritmo, pero la narraciòn se vuelve muy previsible. Los giros no causan un efecto de sorpresa, ni siquiera de interès. El lado positivo es sin dudas el excelente trabajo de fotografía. Tiene una buena producciòn y un elenco perfecto para la pantalla cinematográfica. Por parte del guion, es muy interesante la forma en que trata las relaciònes de dependencia entre jefe-empleado. Como así también la forma en la que una persona humilde quiere desenmascarar a una gran empresa, con dueños millonarios. Como película está bien, pero me queda un gusto amargo por haber esperado más. Dato de color: el guion está basado en el best seller “Las grietas de Jara”, de Claudia Piñeiro.
De cómo sobrevivir al desasosiego "A nadie le gusta ser el único estúpido", le explica alguien al único estúpido de esta historia, o, digamos, al único que todavía no se avivó. Cuando se avive será de forma singular e inquietante. Otra frase clave que le dicen, más de una vez y desde distintos lados, es, precisamente, "¿De qué lado estás?" Él es un arquitecto puesto a soportar una mujer quejosa, una hija rebelde, y dos empleadores que lo tratan como lo ven, como el empleado de una empresa inmobiliaria donde ellos ganan y él apenas cobra un sueldo y encima debe dar la cara frente a un vecino molesto. Eso pasó hace un tiempo. Un vecino de apellido Jara, que reclamaba indemnización por daños a su propiedad. ¿Y qué pasó con ese sujeto? De a poco lo sabremos, ahora que lo pregunta una linda chica. ¿Pero quién es ella, y por qué pregunta? ¿Será la hija del vecino, o será una hija de su madre que piensa sacar tajada de algo? Ella no es nada estúpida, y además tiene lo suyo. Ella dice "¿vamos a casa?" y suena tan lindo, tan natural y tentador (y tan relacionado con las otras dos frases). Pero la primera tentación viene con Jara, encarnado por Oscar Martínez. Hay una escena en un café, entre Martínez y el protagonista Joaquín Furriel, digna de alquilar balcones. La historia surge de la novela homónima de Claudia Piñeyro, adaptada con buen sentido cinematográfico por Nicolás Gil Lavedra (también director) y Emiliano Torres. En el elenco, Soledad Villamil, Laura Novoa, Sara Sálamo, bonita canaria en ascenso, Zoe Hochbaum y Santiago Segura (también coproductor) jugando al empresario español con vocabulario argentino. Atención a la música de Nicolás Sorin. Y ojo con los vecinos.
La presencia de una hermosa y misteriosa chica preguntando por Nelson Jara, quiebra la paz del estudio de arquitectura Borla. Y es que años atrás, Nelson Jara intentó estafar a la por entonces naciente empresa, con la acusación de un presunto derrumbe debido a la construcción de un edificio. Todos en el Estudio se preguntan por qué después de años, el nombre de Jara vuelve a aparecer; en especial el arquitecto Pablo Simón, quien fue el que más se involucró en dicho evento. Nicolás Gil Lavedra es el encargado de adaptar el libro Las grietas de Jara, escrito porClaudia Piñeiro. Como suelo hacer ante adaptaciones de novelas que no leí, aclaro que la review se va a basar en la película como tal, y no como adaptación, ya que desconozco el material original. Las grietas de Jara es de esos films que se sostienen principalmente por su actor principal, que en este caso es el siempre rendidor Joaquín Furriel; quien interpreta a un arquitecto estancado tanto en su vida profesional como en lo personal. Así es como vamos viendo cómo siendo parte de una empresa de tres personas, trabaja más por pedido que por motivación propia; que en su hogar se encuentra con una esposa bastante insoportable y que está estancada en la rutina. Y quizás ahí está el factor en el que falla la película, y es el de la repetición. Ya con un par de escenas del personaje de Furriel en su casa, entendemos que sólo sigue viviendo ahí porque está su hija. Pero de a poco se van abriendo algunas subtramas que nunca llegan a cerrarse, dejando la sensación que si se sacaban del guión, el arco argumental principal no se veía afectado; dando como resultado que a uno se le venga la palabra “relleno” a la cabeza. También se echa de menos un mejor trabajo por parte de Oscar Martínez (que interpreta a Jara). El experimentado actor viene dándonos papeles excelentes, que le valieron premios y reconocimiento de la gente y la crítica; pero acá se lo siente algo incómodo en su rol. De todas formas, así como el guión abusa de algunas situaciones, en otras logra sacar más de una carcajada, ya que logra mezclar bastante bien el thriller y las dudas que van apareciendo a medida que avanza la película, con algunos momentos muy cómicos. La película termina siendo bastante entretenida y llevadera, pero no pasa de eso; y seguramente muchos que la vean, al cabo de una semana no recordarán los nombres de los personajes o porque pasaba tal o cuál cosa. Es una lástima, porque había potencial para hacer un film bastante más redondo del que terminamos viendo en el cine.
Primer película nacional que veo y la verdad que cumple con las expectativas, un thriller que mantiene el misterio hasta el final con algunas actuaciones buenas. Una película adaptada de un libre de Claudia Piñeiro de nombre homónimo. No tuve la oportunidad de leer el libro, pero la película es atrapante y no cansa en ningún momento. Es interesante la forma en que está filmada, los saltos temporales no tienen un “anuncio” y por más que sean diferencia de tres años, no vemos diferencias físicas en los personajes (peinado, barba, etc) lo cual por momentos hacía difícil darse cuenta en que momento estamos y me pasó que me perdía y me encontraba tratando de descifrar, hasta que aparecían las pistas “obvias” por las situaciones que se estaban viviendo. Las actuaciones están bien, Furriel y Martinez no defraudan y mantienen una buena actuación durante todo el film. No puedo decir lo mismo de Segura, Novoa y Villamil, a ésta última me cuesta creerle en algunos momentos. La actriz Sálamo hace bien su papel hasta el momento del monólogo que tiene con Furriel, allí viene cuesta abajo su papel y se nota una lucha constante con su tonada y dialecto español que hace que pierda credibilidad dicho monólogo. Un momento que me pareció muy interesante y que toca un tema fuerte es cuando a la hija (adolescente, y todo lo que esa etapa conlleva) de Furriel la madre la encuentra besando a una amiga y para ella la hija ya es “torta, lesbiana, gay, tortillera”, seguido de esto Furriel se va a la habitación de la chica donde ella le cuenta que solo la besó porque es su mejor amiga y quería saber que sentía, y cuestionaba si eso ya la definía, o si todos los hombres que había besado antes también la definían. Es muy interesante como está tratado el tema de la sexualidad, él le pregunta si ella sabe que quiere a lo que le responde que no y no sabe cuándo lo sabrá. El padre la acompaña y la apoya, la madre no. Este momento tal vez pasa desapercibido entre tanto misterio y tensión, pero es un tema que se toca y quizás le hubiese faltado un poco más de desarrollo, pero las señoras que estaban adelante mío hicieron algún comentario de gente grande que está en contra de la homosexualidad. La banda sonora acompaña muy bien los momentos, junto con un guion interesante, buen clima a lo largo del film. Como dije antes, mantiene la tensión a lo largo de los 94 minutos. Hay un momento que parece enredarse, cuando el personaje de Sálamo le hace el monólogo pasa todo muy rápido y casi no le da tiempo al espectador para entender lo que cuenta la actriz (quién lucha por mantener la tonada argenta, por un momento pensé que era brasilera), ese momento podría haberse estirado y desarrollado un poco más. Mi recomendación: Buena peli nacional que merece que la vean antes de que la saquen de cartel. Mi puntuación: 6.5/10
Nicolás Gil Lavedra dirige Las grietas de Jara, coguionada con Emiliano Torres, la adaptación de una novela de Claudia Piñeiro que reflexiona sobre el éxito y lo moral en la vida cotidiana. Pablo Simó es un hombre de mediana edad con su vida ya armada. En lo que respecta a lo laboral es un arquitecto que desde hace veinte años trabaja en el mismo estudio para las mismas personas: el arquitecto Mario Borla, que le da nombre al estudio, y su socia, Marta, exitosos constructores de palacios de cartón, como bien define Pablo. En su vida personal estuvo siempre casado con la misma mujer y con ella tiene una hija adolescente que suele poner muy nerviosa a su madre con esas vivencias tan típicas de su edad. En líneas generales Pablo vive su vida de manera tranquila y cómoda sin, aparentemente, grandes aspiraciones. No obstante, él sueña con construir un edificio de once pisos que no se cansa de dibujar y que, si sigue sin moverse, nunca va a levantarse. La vida de Pablo podría haber seguido así como estaba, inmutable, si no fuera por una mañana y la aparición de una chica joven preguntando por un tal Nelson Jara. Pablo, Borla y Marta niegan recordarlo, saber algo de él, pero lo cierto es que a cada uno esa pregunta, mejor dicho ese nombre, les mueve algo dentro de ellos. Nelson Jara es quien, años atrás, amenazó con arruinarles el negocio porque unas grietas aparecieron en su departamento al mismo tiempo que ellos empezaron una construcción vecina. Y quien tuvo que manejarlo, poner la cara, fue Simó. A partir de ese momento, Pablo comienza el difícil trayecto de encontrarse con él mismo. Por un lado por lo que pasó hace tres años y ocultó bajo varias capas y también por lo que esta chica comienza a provocar en él, al mismo tiempo que empieza a replantearse qué hizo, qué está haciendo y qué va a hacer con esa vida que parece vivir en modo automático. Y para eso tiene que decidir ponerse “del lado del que tiene que estar”, en un mundo donde estos bandos tienen límites siempre difusos. Un mundo de grises. Las grietas de Jara es una película que apuesta al thriller y al suspenso, aunque con un tono algo monocorde. Un policial que no necesita de muchos de los elementos típicos de este género para generar un misterio que no radica en el simple quién lo hizo. Porque nada es simple, las aristas son muchas y en cada decisión que uno toma son muchas las cosas que se ponen en juego. A grandes rasgos, la adaptación de la novela es bastante lineal, con apenas algún cambio fuerte y una gran cantidad de diálogos calcados del libro. Diálogos que a veces de tan precisos se perciben algo calculados. Con respecto a lo actoral, la película cuenta con intérpretes de reconocido e indudable talento como Joaquín Furriel, Oscar Martínez, Soledad Villamil, Santiago Segura y Laura Novoa, quienes dan vida a una gama de personajes a veces insoportables y poco empáticos, pero también sorprenden los rostros de Sara Sálamo, como aquella joven que con su aparición le mueve el piso a Pablo, y Zoe Hochbaum, como la hija adolescente que, tras transitar ese momento de cambios, se convierte un poco en el reflejo del Pablo que también comienza a transitar su propia crisis.
Gente común en una trama policial Un elenco sólido se luce en esta coproducción argentino-española basada en la novela homónima de Claudia Piñeiro. “¿Me vas a decir que nunca te mandaste ninguna?”, le dice la chica a Pablo Simó, que parece haber construido su vida entera en base a la corrección. “Todos hacemos alguna, en algún momento. ¿Nunca tuviste una amante, nunca hiciste algo por izquierda en tu trabajo, nunca te quedaste con algo que no era tuyo?” Y Pablo se queda sin saber qué decir. ¿O tal vez esté pensando en lo que se perdió? Basada en la novela homónima de Claudia Piñeiro, Las grietas de Jara es un policial que no transcurre entre profesionales del delito o de la ley, sino uno de esos cuyos protagonistas podrían ser “usted o yo”. Gente que puede considerarse común, y que por una mecánica de los acontecimientos es llevada a una circunstancia criminal. La clase de policial que, por una cuestión de identificación, obliga al espectador a preguntarse qué haría él o ella en una situación semejante. Un policial, en suma, que aunque no le sobre intensidad emocional, es, por esos motivos –¿yo podría ser un asesino? ¿podría ponerme del otro lado de la ley?— inquietante. Estructurada con cuidado por el detalle, la trama de esta coproducción argentina-española presenta al típico cuarentón talentoso pero postergado (el arquitecto Pablo Simó, Joaquín Furriel), trabajando como empleado de un colega más ambicioso, Mario Borla (Santiago Segura, ajustadísimo en infrecuente rol “serio”) y junto a otra arquitecta, Marta (Soledad Villamil). Cuando llega un particular con una queja queda a cargo de Pablo atenderlo. Se trata de Nelson Jara (Oscar Martínez, con colita de caballo), quien viene a pedir una compensación por una grieta que, según dice, habría producido en su departamento la falta de apuntalamiento de los cimientos del edificio que el estudio proyectó para levantar en el solar vecino al suyo. Simó no sabe muy bien qué decirle, Jara no es la clase de tipo que renuncia a su ambición y el conflicto no hará más que escalar. Coescrito por el realizador junto a Emiliano Torres (director de El invierno), el opus 2 de Nicolás Gil Lavedra (Verdades verdaderas: La vida de Estela) trabaja en todas sus dimensiones el personaje de Simó. La familiar es una de ellas, donde puede percibirse el resignado hastío que le produce su esposa (Laura Novoa, impecable), incapaz de comprender a la hija adolescente. Algo que a él, un tipo sensible, le cuesta bastante menos. Que Simó tenga todo lo que define a un buen tipo permite la identificación del espectador, y la identificación es la palanca que mueve la clase de preguntas que a la historia le interesa que el espectador se haga. Sin picos dramáticos (al menos hasta el último plano, parte de una resolución más efectista que trabajada) y con la sobriedad por marca estética, Las grietas de Jara está sostenida por la cuidada –aunque tal vez algo laxa– trama y las actuaciones, todas ellas precisas. La más compleja es, de acuerdo al desarrollo de su personaje, la de Furriel, capaz de pasar de la ternura a la paranoia sin un solo gesto de más.
Este thriller psicológico se encuentra dirigido por Nicolás Gil Lavedra (“Verdades verdaderas”) y basado en la novela homónima de Claudia Piñeiro (“Las viudas de los jueves”, “Betibú”). Entre preguntas, intrigas, secretos y suspenso se va desarrollando esta historia cuando aparece la joven Leonor llena de misterios que llega a inquietar a los espectadores y a sus protagonistas. La joven Leonor llega de la nada a atormentar a estos sujetos y ella ante la negativa sin mediar demasiados palabras se retira del estudio de arquitectura, pero deja como anzuelo su celular, sabe que con alguno de ellos se puede llegar a reencontrar y seguramente con el débil. A medida que corre la historia iremos conociendo a cada uno de ellos, no solo con lo que nos cuentan sino a través del flashback. Todo para Pablo (su interior está en crisis) se vuelve casi una pesadilla, varios recuerdos lo invaden y se le suman los conflictos hogareños con su esposa (Laura Novoa, ofrece buenos toques de comedia y dramatismo) y su hija adolescente Francisca. Cuenta con la excelente actuación de Oscar Martínez (una gran composición del personaje desde su caracterización, su personalidad y lo gestual), acompañan maravillosamente bien: Joaquín Furriel, Santiago Segura y Soledad Villamil, las interpretaciones tienen matices hasta con toques teatrales, se generan buenos climas, también a través de la música y tiene momentos para pensar y reflexionar. ¿Qué haces cuando la moral y los valores están en juego?
Cuando todo se derrumba Basada en la novela homónima de Claudia Piñeiro, la historia sigue los pasos de Pablo Simó (Joaquín Furriel), un arquitecto de mediana edad con innovadoras ideas pero que se limita a diseñar los emprendimientos del estudio para el que trabaja. Lleva 20 años de casado junto a Laura (Laura Novoa) con la que tiene una hija adolescente llamada Francisca. La estructura de su vida rutinaria comienza a desmoronarse con la llegada de una joven (Sara Sálamo) al estudio de arquitectos preguntando por Nelson Jara, nombre que remite a un hecho oscuro de su pasado en el que tanto él como su compañera de trabajo y su jefe están implicados. Dirigida por Nicolás Gil Lavedra (Verdades Verdaderas, 2011), el filme es un thriller con una abierta crítica social que reflexiona sobre los dilemas morales, el estancamiento profesional, la crisis matrimonial y la pérdida de la inocencia. Al igual que otros policiales de Piñeiro también llevados a la pantalla grande como Las Viudas de los Jueves (2009) y Betibú (2014), la película navega sobre los oscuros secretos de las clases medias y altas que se cubren tras una fachada de cotidianidad y profesionalismo. ¿Qué sucede cuándo nos damos cuenta de que los cimientos donde hemos edificado nuestra vida están repletos de grietas? ¿Somos capaces de dejar a un lado la comodidad y empezar de cero? En torno a estas preguntas se abre paso la historia. A modo de flashbacks, conocemos al personaje de Nelson Jara (Oscar Martínez), quien se presenta en el estudio de Borla & asociados para denunciar como la construcción de uno de sus modernos edificios ha provocado una grieta en la pared de su departamento. Jara busca ser damnificado con una importante suma de dinero y para ello intenta erróneamente poner a Simó de su lado a través del concepto de justicia social. Nos encontramos ante un relato simple, predecible y cargado de situaciones que no aportan nada ingenioso a la trama. Peca de ser reiterativa y por momentos se pierde en subtramas intrascendentes que le quitan suspenso. Probablemente, la película se hubiera visto enriquecida sin ese empeño por querer respetar la novela a rajatabla, imprimiéndole una visión más personal por parte del director. En cuanto al reparto, tenemos a un Furriel convincente en su papel de tipo común y alienado que resguarda los intereses de los peces gordos. Por otro lado, Oscar Martínez como el hombre misterioso y a su vez típico ventajista porteño se muestra sólido y perturbador. También es menester destacar a Laura Novoa que en su rol estereotipado de esposa quejosa y madre controladora nos ofrece unos inesperados pasos de comedia y Soledad Villamil, quien juega con la ambigüedad de Marta, compañera de Simó. La mayoría de las interpretaciones cumplen a pesar de los diálogos forzados y el corto vuelo imaginativo. Las Grietas de Jara es una pequeña anécdota sobre la corrupción y la mediocridad de los estratos sociales más privilegiados que resultará disfrutable para todo aquel que vaya con las expectativas bien controladas.
Las grietas de Jara es un buen thriller nacional aunque su título poco ganchero indique lo contrario. Entiendo que no cambien el nombre dado a que se trata de una adaptación de Claudia Piñeiro publicada en 2009. Esta es la cuarta vez que se lleva al cine una obra de la popular escritora. Mis preferidas siguen siendo Las viudas de los jueves (2009) y Betibú (2014), pero este estreno puede llegar a ser más cercano al espectador que los otros títulos citados. Sobretodo si se vive en la Ciudad de Buenos Aires, las locaciones y situaciones se verán muy familiares. Motivo por el cual se crea una pertenencia que ayuda a la empatía con los personajes. Aunque no es su mejor laburo, Joaquín Furriel está muy sólido como el joven arquitecto que sirve como hilo conductor de toda la historia. Por su parte, Oscar Martínez está bien construido como una especie de villano. Sus miradas, diálogos e incluso pausas generan tensión en cada plano en el que aparece. Y tras unos años de ausencia, vuelve al cine Soledad Villamil y se nota que la pantalla grande la extraña. El gran Roger Ebert escribió en la crítica de El secreto de sus ojos (2009): “Es mi tipo de mujer”, y cuanta razón tenía. Su papel aquí legitima toda la historia. Nicolás Gil Lavedra, quien viene de dirigir Verdades Verdaderas, la vida de Estela (2011), cuenta bien en lenguaje de thriller un guión limitado. La fotografía es muy buena, a tal punto que todo lo que se encuentra en torno a los personajes adquiere otra dimensionalidad. Mención especial al climax. En definitiva, Las grietas de Jara es buen entretenimiento para esta época del año. Un producto de calidad.
En la actual coyuntura argentina, una de las palabras a las que alude el título de Las Grietas de Jara, dirigida y coescrita por Nicolás Gil Lavedra y basada en la novela homónima de Claudia Piñeiro, parecería ya predisponer y coaccionar una lectura que, en otros países donde la grieta no es un término con tanta carga socio-política, podría pasar a segundo término. A un subtexto, por decirlo de otra manera. Tratándose, sin embargo, de una coproducción argentina, mientras que el timing de la metáfora de Piñeiro en su momento tuvo una frescura casi sibilina, es imposible no sentir que en esta adaptación hay, en el mejor de los casos, inocencia y en el peor, demagogia. El film, en su armado argumental, presenta los ingredientes de una película de género contemporánea. Es decir, una construcción autoconsciente donde se introducen tropos y elementos que provienen de géneros bien establecidos con una vuelta de rosca. Verbigracia: un policial donde el protagonista no es un detective hard-boiled o un cadete de policía tal vez demasiado idealista, sino un arquitecto, Pablo Simó. O una femme-fatale —interpretada con más pena que gloria por Sara Salamó—, cuya agenda, a pesar de que todo lo indique, no implica la caída del protagonista. McKee, el teórico del cine, promueve la reinterpretación de estos personajes tipo con el objetivo de huirle a los lugares comunes y lograr personajes memorables. El problema surge cuando la búsqueda de estos quiebres en el estereotipo son tan patentes que se tiene la sensación de estar en un show de cocina, viendo una receta cumplirse al pie de la letra. Pero volvamos a la trama. La película arranca con la visita de una chica a un estudio de arquitectura donde es recibida por Pablo Simó, el único arquitecto de Borla y Asociados que no es asociado. La chica pregunta por un tal Jara, al que está buscando. Esta pregunta dispara fuertes sospechas por parte de los dueños del estudio y una serie de flashbacks en Pablo, que recuerda haber conocido a Jara un año atrás, cuando éste llegó a la oficina solicitando reparaciones económicas y arquitectónicas por una grieta que apareció en su casa. Jara culpaba a Borla y Asociados por la grieta, aludiendo a prácticas ilegales por parte del estudio en la construcción de un edificio al lado del suyo. Entonces, la acción avanza alternando dos líneas narrativas: en el presente, siguiendo a Pablo mientras intenta descubrir a qué viene el interés de la misteriosa chica por Jara, y en el pasado, donde los flashbacks van armando el rompecabezas de qué pasó con la grieta de Jara. Esta fisura se vuelve la figura que ata conceptualmente los diferentes conflictos que plantea la película. La grieta que se abre en el apartamento de Jara se produce también en la relación de pareja de Pablo Simó. Es también la distancia que aumenta día con día entre las aspiraciones artísticas de Pablo, que quiere construir un edificio vanguardista para mostrar obras de arte, y su realidad como arquitecto que levanta cajas de apartamentos palermitanos donde a las lavanderías se les llama laundries. Y es muchas cosas más, como la distancia entre los poderosos y los peces chicos, y los subtes, y el maniqueísmo inherente a las decisiones éticas, entre otras. Pero no hay que preocuparse, pues el relato hace un esfuerzo para que ninguna de estas metáforas pase inadvertida. Es decir, ese esfuerzo que muchos espectadores quieren realizar cuando se enfrentan a un film que valora su inteligencia. Lo que trae a colación otro tipo de grieta, la que se encuentra entre las películas ejecutadas con cierta competencia, que manejan de forma adecuada los elementos del lenguaje cinematográfico, que cuentan con una fotografía funcional, actuaciones correctas y una historia entretenida, o sea, cine mainstream como Las Grietas de Jara; y las películas de autor, que se atreven a dar un salto con una visión particular, novedosa e idiosincrática del cine, corriendo el peligro de fracasar rotundamente y caer en las profundidades y oscuridades de la tierra. Al parecer, el riesgo todavía es demasiado alto para que sólo existan de las segundas.
Crítica emitida en Cartelera 1030 por Radio Del Plata, el sábado 20/1/18 de 20-21hs. Segundo largometraje del Director Nicolas Gil Lavedra. Basado en la novela homónima de Claudia Piñeiro, cuyas novelas son llevadas con frecuencia a la pantalla grande (Betibú, Las viudas de los jueves, Tuya). La pelicula inicia con un notable diseño de créditos, poco frecuente en el cine nacional. El relato presenta un Estudio de Arquitectos, cuyo Dueño es el personaje de Santiago Segura y sus empleados son Marta (Soledad Villamil) y Pablo (Joaquín Furriel), dos arquitectos. Sobre el personaje de Furriel ,el protagonista, está puesta la narración del relato, recibimos la historia desde su punto de vista. El misterio vuelve del pasado al presente por un conflicto con un tal Jara (Oscar Martínez) que asegura que tiene una "grieta" en su departamento por culpa de su constructora. LAS GRIETAS DE JARA es un relato anacrónico con vaivenes temporales, en donde accedemos a la información más misteriosa a través de los flashbacks de Pablo. Se hacen en ella planteos éticos, de tipo Quién cruzó los límites de lo moral alguna vez o está dispuesto a hacerlo? O cuántas veces nos vimos en un espacio o situación que debimos dejar? El relato nos mantiene intrigados, pero pasa algo ambivalente, por un lado está la intriga de saber qué pasó con este tal Jara, y por otro lado no termina de cerrar la verosímilitud del relato. Incluso hay algo en los vínculos sentimentales que no termina por ser convincente. Con respecto a las interpretaciones, la actuación que más se destaca es la de Oscar Martínez, como siempre nos tiene acostumbrados a persuadirnos en todos sus trabajos. En cuanto al resto del elenco, están correctos pero no deslumbrantes (Furriel, Villamil, Novoa). Por último, Santiago Segura, el actor español (quien me encanta también como guionista), en este caso su "villano" me resultó poco convincente. Las actrices más jóvenes resultan no del todo convincentes, hay algo impostado en ellas. EL relato finalizara de forma ciclica quizas evidencoando que loo que se cierra para unos, para otros es una apertura. Conclusión: no es una película mala, sino más bien promedio, que no terminar por sorprendernos.
Basada en una novela policial de Claudia Piñeiro de 2010, la historia del estudio de arquitectos jaqueado por un obsesivo vecino que los acusa de provocar, con su obra, una grieta en su casa, tiene ahora su versión cinematográfica. El protagonista es Pablo Simó (Joaquín Furriel), arquitecto empleado, de vida gris, que recibe la visita de una bella fotógrafa (la española Sara Sálamo). Seducido, descubrirá que la chica vive en la casa de Jara (Oscar Martínez), el tipo que los extorsionaba a él y sus patrones (Soledad Villamil y Santiago Segura) para que le pagaran el daño -la grieta- y que desapareció misteriosamente. Las grietas tiene varios problemas (de puesta, de cohesión, de fluidez narrativa, de texto), pero el mayor es que no logra nunca construir el clima de suspenso o misterio necesario. Aunque todo hace referencia a lo que se esconde, de una manera obvia y declamada, con personajes que se miran entre sí para que nos quede claro. Como si bastara con nombrar un asunto para que fuera atractivo, musicalizar cada aparición de Jara para que entendamos que estamos ante un peligro potencial, o someter al impávido Simó a una esposa crónicamente malhumorada, en escenas iguales e intercambiables, para que se sobre entienda su infelicidad. Un traslado fallido, impostado y muy poco convincente de una historia que pedía, al menos, un poco de vuelo.
A Joaquin Furriel le calzan muy bien los personajes de hombre común, trabajador incansable y justiciero eterno. Así lo demostró en “El patrón: radiografía de un crimen”, filme en el que interpretaba a un carnicero harto del abuso de su jefe, por el cual ganó numerosos premios internacionales. Similar es lo que ocurre en el thriller psicológico “Las grietas de Jara”, basado en la novela de Claudia Piñeiro. Allí, Furriel es Pablo Simó, un arquitecto frustrado que debe lidiar con las exigencias de su jefe, sus conflictos matrimoniales y, el tema fundacional de la historia, el acoso de Jara, un psicópata extorsionador que hará lo inimaginable para cobrar un dinero. Mientras una obra en construcción avanza, Furriel irá transitando situaciones que le cambiarán su vida para siempre y que pone en jaque su zona de confort e infelicidad. Con un elenco estelar que incluye a Oscar Martínez, Soledad Villamil, Santiago Segura y Sara Sálamo, este filme despierta intriga a cada minuto, sin embargo, por momentos los diálogos se tornan previsibles, inverosímiles e inconsistentes, lo que hace que el filme decaiga notablemente. De todos modos, lo importante, es la reflexión que deja esta historia acerca de los dilemas morales: “El pez chico siempre defiende al pez grande para tener la ilusión de que va a llegar a ser como él algún día”.
LA CABEZA DEL ARQUITECTO El universo literario de Claudia Piñeiro le ha aportado al cine nacional una plataforma para acercarse a cierta noción de cine de género, de thriller policial, pero sin dejar de lado una mirada política o social; un poco como el policial a la europea. Es decir, son entretenimientos pero tienen la capacidad de decir algo. Y, obviamente, tampoco es menor el hecho de que aportan un público que consumió las novelas y desea verlas transcriptas en la pantalla grande. En las historias de Piñeiro hay crímenes, pero lo que sobresale antes que el juego con la estructura del policial es lo que cada giro, personaje, elemento de la trama aporta a una suerte de reflexión sobre la sociedad argentina, o sobre cierta sociedad argentina representada por sectores de clase media y media alta, y valores bajos o muy bajos. Las grietas de Jara no es una excepción a la regla, pero desde lo cinematográfico el director Nicolás Gil Lavedra encuentra algunos aciertos que hasta el momento no estaban presentes en adaptaciones como Las viudas de los jueves, Betibú o Tuya, aunque esta última tenía algunos momentos de locura bastante divertidos. Uno de los problemas de Piñeiro es que no es una gran constructora de misterios. Y podemos suponer más o menos lo que va a pasar desde un comienzo, porque sus personajes responden a arquetipos sociales lastrados por la corrección política, donde el mal está representado por un poder lineal y sin ambigüedades. En ese sentido, tal vez Las grietas de Jara permite algunas sorpresas, ya que los roles de víctima y victimario están corridos y la mirada sobre el universo que construye, y sobre el que podemos espejarnos, es un poco más incómoda (por ejemplo Nelson Jara es una suerte de revés honesto al vergonzoso “Bombita” de Relatos salvajes). Sin embargo, esto no anula el otro gran problema que han tenido las transcripciones de la autora al cine: al ser los mecanismos policiales o del relato de misterio bastante leves, la fuerza está en lo que se dice o en lo que se deja entrever a partir de algunas metáforas un poco gruesas. Y eso ha convertido a estas películas en thrillers donde las imágenes están demasiado al servicio de la palabra. Pero Gil Lavedra encuentra en el flashback, la mayoría de las veces, una salida elegante a la imposición verborrágica y didáctica. Una desconocida llega a un estudio de arquitectura y pregunta por Nelson Jara. La respuesta es negativa, nadie parece conocerlo, pero sin dudas eso abre una grieta en la cabeza de Pablo Simó (Joaquín Furriel), el arquitecto más joven y al que pareciera que todos usan de conejillo de indias. El asunto es que el tal Jara fue un vecino del estudio que tiempo atrás reclamó insistentemente por roturas en su medianera, producidas según él por una obra que los arquitectos llevaban a cabo en un terreno lindero. A partir de ahí, la película hará un juego constante entre el presente, con los socios del estudio inquietos ante la requisitoria de la desconocida, y el pasado, siempre desde los recuerdos de Simó. La representación de eso es, obviamente, el flashback, y el director demuestra gran inteligencia en la dosificación de la información y en la mixtura de tiempos narrativos, sin subrayar pero también sin confundir. Y, de paso, elude muchas explicaciones confiando en el espectador para la reconstrucción de ese rompecabezas. Por eso que la película funciona mucho mejor hacia el final, cuando se despoja mayormente de las palabras y el montaje va completando los espacios vacíos. A partir del misterio y del flirteo con el suspenso (la película en definitiva es un policial sin tiros), subterráneamente, Las grietas de Jara va construyendo otra historia, que es la del propio Simó y su insatisfacción personal, familiar y profesional, una incomodidad evidente con las grietas de aquel departamento horadando su inconsciente. Y que eso tenga algún tipo de relación con una trama criminal, suma morbo y complejidad a un grupo de personajes con los cuales es difícil empatizar sin que por eso la película se convierta en un festival de la sordidez. Otro detalle interesante de Gil Lavedra es su manejo con los intérpretes, algo que ya había demostrado en Verdades verdaderas: logra buenas actuaciones de Oscar Martínez, Santiago Segura en un rol infrecuente, Soledad Villamil y, especialmente, Joaquín Furriel, quien se muestra virtuoso y maneja con solidez diferentes registros en un rol que le exige intensidad cuando está quebrado emocionalmente y amabilidad cuando comparte momentos de intimidad con su hija. Las grietas de Jara es finalmente la lucha interna de Simó entre ser lo que quiere y lo que el contexto le exige, la película es lo que pasa en su cabeza. Y eso termina siendo a su vez la representación de otra lucha, la que lleva adelante la propia película con el texto y la fidelidad a lo literario. Por suerte, en la mayoría de los pasajes, ganan las imágenes y gana el cine.
DERRUMBE PARANOICO Todo parecía indicar que se trataba de una jornada laboral corriente y sin sobresaltos, en la que los obreros trabajaban en los cimientos de una nueva construcción, mientras que Mario Borla y su socia Marta Hovart charlaban en una de sus oficinas del estudio de arquitectos y Pablo Simó compartía otra sala con una joven desconocida que buscaba al presidente. Frente a la pregunta “¿Dónde está Nelson Jara?” se despertaron numerosos nerviosismos en los presentes, quienes manifestaron desconocer ese nombre. Pero, ¿quién era ella? ¿Qué vínculo tenía con él? ¿Por qué lo buscaba luego de tres años? La nueva película de Nicolás Gil Lavedra basada en la novela homónima de Claudia Piñeiro intenta poner en juego perturbaciones, dudas, cuestionamientos, secretos y paranoias a partir de la descomposición de los recuerdos de Simó (Joaquín Furriel) y la mezcla temporal; el pasado que presenta a Jara (Oscar Martínez) como un denunciante obsesivo de una grieta en su casa debido a una obra en el lote contiguo y el presente que lo mantiene vivo a través de Leonor, incertidumbres y aparentes visiones. De hecho, las dos escenas breves en las que Simó corre en soledad bien podrían aludir a El corredor nocturno (2009) de Gerardo Herrero, filme que también explora tensiones psicológicas, posibles controversias morales, algunas extorsiones y cierto grado de persecución en la dupla Leonardo Sbaraglia- Miguel Ángel Solá. Sin embargo, a diferencia de ésta, Las grietas de Jara no logra su cometido. ¿Por qué? En primer lugar, falla la construcción del protagonista ya que no transmite ningún tipo de sentimiento, inseguridad o tormento ante la aparición de Leonor, ni siquiera durante las presiones de Jara visualizadas en sus recuerdos o en aquellas escenas que denotan puntos límite. Por el contrario, se mantiene plano durante toda la película y mecanizado –más allá de la manipulación del entorno e, incluso, del final– generando comportamientos forzados que diluyen cualquier tipo de incertidumbre o tensión en los espectadores. En segundo lugar, tampoco funciona la conformación de los personajes del entorno íntimo de Simó. Desde el aspecto laboral, tanto Borla como Hovart se limitan a mostrar pequeños esbozos de sus personalidades insuficientes para definirlos u otorgarles fortalezas a las interpretaciones de los actores. Mientras que las escenas familiares resultan totalmente forzadas: de la esposa (Laura Novoa) lo único que se evidencia es su carácter irritable y una visión completamente estereotipada pero se desconoce cuál es la profesión, el motivo de la infelicidad y hasta el nombre, por ejemplo. La hija, por su parte, comparte charlas con el padre que terminan siendo superficiales puesto que no profundizan el lazo entre ellos y tampoco se conectan con aspectos de la trama. Las grietas del título no sólo evocan a aberturas en paredes, sino también a composiciones que impiden un aprovechamiento del suspenso, la paranoia, lo oculto y su posible descubrimiento. Una grieta que se come a la otra y la torna letal, hasta el punto de desmoronar el relato. Por Brenda Caletti @117Brenn
Son más bien pocas las cosas que pueden rescatarse de esta película, pero vale la pena hacer el esfuerzo: en primerísimo lugar, Óscar Martínez. El casi septuagenario actor, que lleva casi medio siglo tanto sobre las tablas como tras las cámaras, es uno de los más grandes del vecino país, y aquí interpreta nada menos que a Jara, un estafador experimentado, dedicado a la extorsión de personas y empresas. Jara es una figura nefasta, una molestia infranqueable, un ser invasivo dispuesto a esperar durante horas la llegada del protagonista a su casa y de perseguirlo durante todo el día, si es que hace falta. De pelo largo y colita, con aires de porteño omnisapiente, se trata de uno de esos personajes que amamos odiar.
Correcto, aunque a veces derivativo, film de suspenso sobre el mundo de la construcción, sobre un secreto y sobre un hombre -Furriel- en una encrucijada moral. Por momentos, la mecánica de la trama se impone por encima de los personajes, y hay quizás demasiadas explicaciones. Los actores logran darle más peso a lo que, apelando a un final que busca la sorpresa, no es más que un ejercicio típico del género, con el normal “todo sale mal” argentino propio del caso.
CULTURA, ARTE Y EVENTOS Por Patricia Chaina Motor Cine: Las grietas de Jara Crímenes sin castigo y ambiciones desmedidas. Las actuaciones y el clima de suspenso sostienen la nueva película de Nicolás Gil Lavedra basada en otro best seller de Claudia Piñeiro. (Por Patricia Chaina (Especial para Motor Económico)) Escribir una novela es lo más parecido a construir un edificio solía decir el mexicano Carlos Monsivais. La comparación hace evidente el arte de la composición donde una buena historia comienza con un planteo de estructura y se corona con un rito final. En ese paradigma Claudia Piñeiro es una experta. Las grietas de Jara (2009) es su cuarta novela llevada al cine (tal como Tuya, Las viudas de los jueves y Betibú). Y aquí utiliza la construcción de un edificio para hablar de lo que puede esconderse en lo trivial, de los secretos y del temor que acecha a la moral resquebrajada de una sociedad indolente, cuando éstos pueden quedar al descubierto. Sin embargo, en la trasposición al cine, y aun cuando durante gran parte del filme la tensión crece y el suspenso se mantiene, las últimas escenas no logran el impacto que el guion le permite y le restan brillo al resultado final. Nicolás Gil Lavedra (Historias verdaderas: La vida de Estela) dirige un elenco sólido y permeable a las afecciones que impone el guion: Joaquín Furriel, Soledad Villamil y el español Santiago Segura serán los arquitectos encargados de diseñar una deformidad que les permita seguir con sus vidas a pesar de las oscuridades por las que trajinan. Pero, siempre alguien puede ir más allá. Y Oscar Martínez, como Nelson Jara, será el responsable de forzar ese límite. En una sociedad sometida a la manipulación y los encubrimientos, la trama no pasa desapercibida. Habla de un crimen sin castigo y del peso del remordimiento. En ese esquema, Furriel se lleva la mejor parte, logra consistencia real para su personaje, el opaco Pablo Simó, atrapado entre la falta de escrúpulos de su entorno profesional y la inercia de un matrimonio con 20 años a cuesta. Laura Novoa como su esposa está entre lo mejor de la película. Y solo la inocencia de una hija adolescente aporta el humor necesario para hacer llevadera su rutina. Así, aunque el buen giro final que aporta la novela no logra aquí el impacto clásico del género, trama y actores se confabulan para ubicar a la película entre los títulos fuertes de la temporada. Aunque, hay que decirlo, además de perderse la fuerza final del thriller, Gil Lavedra desperdicia las dotes de Adonis de un actor como Furriel, ya que tampoco se permite jugar la emoción cuando las escenas piden la apasionada desmesura del sexo, y teniendo a Furriel como protagonista, eso es casi, un desperdicio… las-grietas-de-jara-pelicula-poster.jpg FICHA: Las Grietas de Jara (Argentina/ España, 2018) / Dirección: Nicolás Gil Lavedra / Guión: Nicolás Gil Lavedra y Emiliano Torres/ Elenco: Joaquín Furriel, Oscar Martínez, Soledad Villamil, Sara Sálamo, Laura Novoa, Zoe Hochbaum, Santiago Segura/Duración: 100 minutos
Con poco por saber de antemano acerca de Nicolás Gil Lavedra, director de tan solo una película (Verdades Verdaderas; la Vida de Estela), no hay duda alguna que el peso y atractivo de Las Grietas de Jara, descansa un tanto en su historia, basada en la novela de igual nombre de Claudia Piñeiro (autora de Las Viudas de los Jueves y Betibú), y mayormente en la categoría de su elenco. Con el siempre notable Oscar Martínez como figura máxima, la suma de Joaquín Furriel, Soledad Villamil, Laura Novoa, y un agregado nada despreciable, como lo es Santiago Segura, sin pasar por alto la presencia de Sara Sálamo. La película comienza con la repentina aparición de una joven llamada Leonor (Sálamo) en el estudio del arquitecto Borla y Asociados, preguntando por Nelson Jara, un nombre del cual tanto Borla (Segura), como su socia Marta Hovart (Villamil), y Pablo Simó (Furriel), su arquitecto de mayor antigüedad, dicen desconocer. No obstante, ya desde la expresión en las caras se lee que algo ocultan. Tras la salida de la joven, los tres integrantes del estudio, aún atónitos por lo acontecido, se preguntan sobre como llegó allí aquella muchacha y por qué motivos buscaba a Jara. Mediante un recuerdo de Pablo Simó, Gil Lavedra nos aproximará un poco hacia a una historia pasada hace tres años, cuando Nelson Jara (Martínez) se acerca al estudio mencionado para plantear un problema con una grieta que aparece en su casa, tras el inicio de una construcción lindante, de la cual la empresa en la que trabaja Pablo es la encargada de ejecutar, por lo que Jara los considera responsables de los hechos que lo perjudican, y pide una indemnización correspondiente. Si bien Pablo pese a todo parece conservar cierta estabilidad emocional, Marta se mostrará intranquila con el suceso, dejando en claro que algo siniestro se esconde tras la historia de Jara. A la par de esta línea narrativa, se entrecruzaran sucesos vinculados a la situación actual de Pablo con su pareja, interpretada por Laura Novoa, la cual no parece ser la mejor, quizás porque él la esté descuidando por motivos laborales, aunque si considera bastante y muestra el debido afecto sobre su hija adolescente, de naturaleza conflictiva. Si bien esta historia cruzada presenta un eje elemental en la construcción del film, es algo pobre en cuanto al entramado, pero podemos decir que no perjudica en demasía la estructura total de la película. Los constantes recuerdos de hechos pasados, la aparición misma de Leonor, y el replanteo de lo ocurrido, llevarán a Pablo Simó a un fuerte cuestionamiento, referido a sus propios ideales, los cimientos mismos de su vida, y el destino que para ella eligió. Claramente lo ocurrido con Jara, un personaje un tanto insistente y difícil de sobrellevar, dejará una marca al protagonista, que lo llevará a una inevitable reflexión posterior, y al intentar modificar la situación que atraviesa, y que claramente lo mantiene disconforme. Si bien la película en algunos momentos cae en lugares comunes, más cuando se trata de un film que se enmarca dentro del género thriller, conserva su cuota de originalidad y sostiene prolijamente el suspenso, dosificando con una exactitud precisa la información, de manera que siempre quede algo por descubrir, aunque esto sea de mayor o menor trascendencia. Las actuaciones están más que acordes, y los escenarios escogidos, como la puesta en escena, invita al espectador a formar parte de la historia, que con su debidas licencias, cumplen con los requisitos necesarios.