Una película de acción netamente pochoclera para disfrutar sin indagar o profundizar mucho en su contenido. Si lo único que buscás es parafernalia visual y mucho ruido la entrada al cine realmente vale su costo, pero si en cambio...
Patriotismo a prueba de balas. Los episodios y personajes más clásicos de Los Simpsons sirven desde hace más de 25 años para poner en evidencia claves para comprender cómo funcionan ciertas cuestiones idiosincráticas de la cultura estadounidense, tanto en lo referente a la política como a la religión y por supuesto el cine. Uno de los secundarios más prolíficos es un tal McBain, un personaje de películas de acción en clave Schwarzenegger que exuda violencia y un excesivo patriotismo en partes iguales. Un reflejo del cine de súper acción ochentero reaganiano que siempre presentaba al “tipo duro” solo contra todos. Si viajamos unos 25 años hasta nuestro presente, podremos darnos cuenta que Londres bajo Fuego (London Has Fallen, 2016) tiene un aroma muy similar a todo esto que mencionamos. La secuela del inesperado éxito Ataque a la Casa Blanca (Olympus Has Fallen, 2013) -una suerte de Duro de Matar en la Casa Blanca- vuelve a repetir el elenco estelar de la primer entrega, compuesto por Gerard Butler, Aaron Eckhart, Morgan Freeman, Robert Forster, Angela Bassett y Radha Mitchell. En esta ocasión el hombre de mayor confianza de la Oficina de Estado, Mike Banning (Butler), escolta al Presidente de los Estados Unidos Benjamin Asher (Eckhart) en un viaje de último momento a Londres para rendir tributo al fallecido Primer Ministro Británico. Minutos después de pisar suelo inglés, son sorprendidos por un elaborado plan terrorista que busca eliminar a los máximos líderes mundiales reunidos en la ciudad, todo para vengarse de un ataque aéreo de los aliados durante su prolongada guerra contra el terrorismo. El director de la primera entrega, Antoine Fuqua, en esta ocasión decidió renunciar ya que el guión no le parecía bueno, posiblemente un mal augurio. Durante 99 minutos asistimos a una montaña rusa ultra violenta y xenófoba, que pone de relieve lo peor de la ideología bélica del país del norte. El primer trailer internacional del film, el cual corrió su fecha de lanzamiento en múltiples ocasiones, fue lanzado en la misma semana en la cual se conmemoraba el décimo aniversario de los atentados terroristas en Londres, lo que le valió muchas críticas y al mismo tiempo era un buen anticipo del tono excesivamente patriótico de la película. Durante el transcurso del relato veremos al bueno de Banning, en plan “last man standing”, intentando proteger al Presidente disparando, golpeando, acuchillando y haciendo volar por los aires a cualquier sujeto con rasgos de Oriente Medio que tenga el tupé de aparecer en pantalla. Como dice el manual de las secuelas, si la primera fue un éxito inesperado contenido en un solo espacio, como la Casa Blanca, la continuación deberá expandirse y -en este caso- hacer que la acción abarque toda una ciudad. Porque así lo dicta una de las frases más yanquis posibles: “the bigger, the better” (“cuanto más grande, mejor”). Desde lo estrictamente práctico, la ciudad de Sofía, en Bulgaria, hizo las veces de esta Londres engullida por la actividad terrorista; cuestión que obligó a la producción a recurrir más de lo necesario al CGI y no con los mejores resultados. En una de las escenas más tristemente célebres de la película, Mike Banning tortura a un terrorista mientras le dice “go back to Fuckeheadistan!” (que podríamos traducir finamente como “¡volvete a Andaacaganistán!”), dejando en claro, por enésima vez en el film, la mirada más xenófoba y retrógrada de ciertos sectores conservadores norteamericanos plasmada en el celuloide, para quienes Medio Oriente es un hormiguero de locos de la guerra cuyo único anhelo es ver al gran país del norte en llamas. Volviendo a la analogía con la década reaganiana de los 80, Cannon Films fue una productora que se caracterizaba por hacer, entre otras maravillas bizarras, películas de acción clase B del más alto calibre exploitation. Una de sus luminarias era el mítico Chuck Norris, cuya película Invasión U.S.A. (1985) lo ponía solito frente a un grupo de invasores que atacaban territorio yanqui: Londres bajo Fuego no tiene nada que envidiarle, excepto por el hecho de que su ideología atrasa 30 años y al menos Chuck Norris podía hacer alarde de su barba masculina. Estamos ante entretenimiento sin sentido y con una ideología peligrosa.
¿Película o videojuego?. Londres ha caído y nadie sabe cómo. Bueno, una razón tan simple como esta película que nos ocupa es la de que si la capital inglesa acaba en ruinas es porque en ella habitan más terroristas que ciudadanos de a pie.
Marche una secuela Ataque a la Casa Blanca (Olympus Has Fallen, 2013) imitaba a la seminal película de acción Duro de matar (Die Hard, 1988) al poner a un héroe circunstancial en el epicentro de un ataque terrorista a puertas cerradas. Gerard Butler hacía de un agente del servicio secreto caído en desgracia que se redimía rescatando al presidente de los EEUU (Aaron Eckhart) de un ataque norcoreano con la ayuda de su cuchillo, su pistola y el busto de Abraham Lincoln. Ahora estamos en el año 2016. Los presidentes del mundo han asistido a un funeral de estado en Londres, y “todos” (los cinco que aparecen en el montaje) han sido asesinados en otro ataque terrorista masivo… ¿todos? ¡No! El presidente de los EEUU está custodiado por un irreductible irlandés y resisten todavía y siempre al invasor. Londres bajo fuego (London Has Fallen, 2016) es básicamente Ronda 2 de la misma sangrienta contienda de terroristas vs. Gerard Butler, quien ha demostrado ser un buen héroe de acción – carismático, chistoso, vulnerable – pero cuyo personaje ya no posee ni siquiera un intento de recorrido o maduración. Lo mismo podría decirse de la película que protagoniza. Si bien Ataque a la Casa Blanca podría ser descartada a simple vista como una tontería patriótica, el nivel de jingoísmo era tan caricaturesco que resultaba divertido, como si estuviera parodiándose a sí misma (cf. la escena del busto de Lincoln). Y nada le quitaba sus méritos como thriller de acción, excepto quizás la propia Duro de matar. Al concentrar la acción en un espacio y tiempo reducidos, la historia adquiere más unidad dramática; al limitar los movimientos y las posibilidades del héroe, el conflicto se intensifica. Si el héroe puede estar en cualquier lado en cualquier momento y hacer cualquier cosa, ¿dónde queda la tensión? Irónicamente Londres bajo fuego sufre la misma suerte que las secuelas de Duro de matar al dejar detrás la premisa y la estructura (en la primera el objetivo es llegar al búnker presidencial, en la segunda no hay un objetivo concreto salvo sobrevivir escena a escena) y potenciar titánicamente la competencia del héroe a la de un ejército unipersonal. Por otra parte la película arrastra a varios personajes secundones de la primera y no les da nada para hacer – excelentes actores como Morgan Freeman, Melissa Leo y Robert Forster hacen acto de presencia y se quedan en la banca, donde se les une Jackie Earle Haley, también desperdiciado. Hay dos buenas escenas de acción en la película: el ataque sorpresa inicial, que logra ser aún más ridículo y estrambótico que en la original, y un plano secuencial (obviamente truqueado) en el que la cámara imita la de un videojuego mientras Butler asalta el cuartel general de los malos. Pero la realidad es que la película deja la sensación de un derivado barato, una secuela que se deshace de las pocas cosas que funcionaron en la anterior y aplica la ley de “más es mejor” sin sumar ni dejar nada.
Patriotismo de manual En Estados Unidos la guerra contra el terrorismo nunca acaba, ni siquiera en el cine. Pero independientemente de sus causas meramente políticas, Hollywood siempre tiene preparada una historia que realce el intachable patriotismo norteamericano en su rol como policía del mundo. Algo que no sorprende porque lamentablemente ya estamos acostumbrados. Repitiendo gran parte del elenco principal, “Londres bajo fuego” (London Has Fallen, 2016) vendría a ser la secuela directa de “Ataque a la casa blanca” (Olympus Has Fallen, 2013) – representación del temor norteamericano por una invasión de Corea del Norte – pero en este caso ampliando de la misma vorágine bélica y heroica sin escalas hasta Europa. Gerard Butler vuelve a ser Mike Banning, agente del servicio secreto y amigo personal del presidente de los Estados Unidos, Benjamin Asher (Aaron Eckhart). Una suerte de soldado modelo hecho a base de “whisky y malas decisiones”. Pero justo cuando Banning planeaba enviar su carta de renuncia para poder dedicarse a su familia, ambos (guardaespaldas y presidente) deberán viajar a Londres para presenciar el funeral del recientemente fallecido primer ministro británico. Aunque no pasará mucho tiempo hasta que se descubra que todo en realidad es una trampa perpetuada por un grupo terrorista paquistaní para matar a los principales líderes del mundo. Es así que teniendo todas las de perder y a los extremistas infiltrados en la Scotland Yard, Banning tendrá que hacerse paso entre el fuego cruzado y escapar con el presidente sin morir en el intento. London-Has-Fallen-Butler-Eckhart Está claro que este tipo de argumentos no predispone a esperar mucho más que acción sin sentido y poco más que bonitas explosiones, y es que en realidad no estaría mal admitirlo. Londres bajo fuego es una película de acción basada en otras películas de acción. Sus diálogos son casi en su totalidad one-liners para rematar el chiste que significa cada muerte, la violencia es totalmente fortuita y la sangre se encuentra de a montones. Ni siquiera Morgan Freeman interpretando al vicepresidente norteamericano puede evitar que todo se resuma a un simple tiroteo de poco más de hora y media. Pero dejando el exceso de adrenalina de lado, es curiosamente irónico que su director Babak Najafi sea iraní de nacimiento, y al mismo tiempo pueda ser capaz de dirigir un film tan racista y xenófobo que catalogue a cualquier persona con acento árabe como inminente amenaza para el mundo occidental. Y si esto no fuera suficiente, tenemos que ver una infinidad de estereotipos culturales representados burdamente en los máximos mandatarios de cada país. Dando pie a escenas superfluas en donde parece totalmente necesario para la trama retratar al presidente italiano como un mujeriego empedernido, o al primer ministro japonés furioso con la impuntualidad de su chofer mientras se derrumban edificios a su alrededor. En este mundo dominado por héroes de acción que todo lo pueden, los árabes siempre serán terroristas, los italianos seductores y los japoneses obsesivos con el horario. En definitiva, todo depende de lo que se quiera ver en producciones como esta. Porque detrás de esta adaptación moderna de los mismos clichés repetidos desde los ’80, se encuentra una película de acción genérica para pasar el rato sin mayores pretensiones. Y a veces eso es lo que uno tiene ganas de ver, aunque la discriminación racial sea imposible evitar.
Llega a los cines “Londres Bajo Fuego”, la secuela de “Ataque a la Casa Blanca”. Si no la vieron no importa mucho, pueden ir a ver esta película y entender perfectamente lo que pasa, más que nada porque no tiene una trama muy complicada. La película está dirigida por Babak Najafi y logra algunas cosas interesantes, como por ejemplo el plano secuencia (que no es plano secuencia pero parece plano secuencia), está muy bien logrado y la verdad es que está bueno ver algo así en una película de acción. Este film es uno de eso que uno suele ver un domingo a las cuatro de la tarde cuando no hay nada para hacer y cumple con la función de entretener. Pero no le pidan nada más. “Londres Bajo Fuego” chorrea patriotismo extremo. Por momentos parece que se están riendo de ellos mismos y espero que sea algo así, porque la verdad es que cuando llegue el momento de hacer un análisis político del film van a tener algunos problemas. Igual parece un chiste, una exageración extrema de la manera de ser de los yankis.
Ante películas como Londres bajo fuego, uno puede elegir dos caminos. Tomárselas en serio y abstenerse a las consecuencias de hacerse malasangre; o aceptar la divinidad de la comedia, aunque sea involuntaria y esperar pasar un buen rato a pesar de todo. Secuela del film de 2013, Ataque a la Casa Blanca; cambio de director mediante, sale el experto en acción Antoine Fuqua, en su lugar se ubica el más desconocido - aunque no con escasa trayectoria - Babak Najafi (Sebbe, Easy Money II); aunque esto, a la hora de los resultados poco cambie. Ambos dotaron al producto del mismo vértigo, el mismo montaje veloz, y la misma pericia para hacer que el film se vea más grande de lo que es. Cambio de ambiente, ya no estamos en Washington y en las cerradas paredes de la Casa Blanca. La acción se desarrolla por las calles de Londres, tal cual indica el título. El guardaespaldas del presidente de los EE.UU. Mike Banning (Gerard Butler) tiene planeado su retiro ante la inminente noticia de que será padre. Antes de anunciarlo, le es asignada una nueva guardia, debe escoltar a su protegido en un viaje a la capital inglesa por el funeral del Primer Ministro de aquel país, en hechos no muy claros. Al encuentro, asistirán los líderes de los principales países del mundo; y el operativo de seguridad es enorme… pero puede fallar. A los pies de la ceremonia, una serie de atentados comienzan a sucederse y los blancos son cada uno de los mandatarios. Hay traiciones de falsos policías, dobles agentes, y encubiertos de toda clase. Todo es un caos; por suerte lo tenemos a Mike Banning. Si la primera entrega imitaba descaradamente a la primer Duro de Matar con su clima opresivo y con la idea del héroe que debía redimirse salvando a su país de los terroristas. Esta es más similar a sus secuelas, sobre todo a partir de Duro de matar 3, más abiertas, con un mayor grado de carisma o empatía buscada, y en plan buddy movie forzada. Si allá por el ’96 les había parecido ridículo ver al presidente Bill Pullman pilotear un avión de guerra para combatir aliens en Día de la Independencia; prepárense ahora para ver al Presidente Benjamin Asher (Aaron Eckhart, quien alguna vez perfiló como actor de fuste) formar equipo con su guardaespaldas y patear unos cuantos traseros árabes. Porque sí, si en la entrega anterior los terroristas fueron norcoreanos, ahora son árabes; o algo así, son extranjeros y eso es lo que importa. Todo es así en Londres Bajo Fuego, una película realmente muy ofensiva para aquel que no sea caucásico, estadounidense, heterosexual, y con una familia constituida. Las líneas de diálogo habría que releerlas para creer que es cierto lo que vimos. El grado de insulto es absolutamente mayor al de Ataque a la Casa Blanca (y ya es mucho decir en una película que utilizaba un busto de Lincoln como arma). Pero a diferencia de aquella, pareciera que el guionista, que sigue siendo el mismo, Creighton Rothenberger, aprendió una extraña lección. Si gran parte del mundo (aun yanquis pero que no cumplan con algún punto del estereotipo ideal planteado) va a odiar el mensaje que les estás enrostrando, haceles un guiño de que todo es en joda. Ataque… era demasiado solemne, se creía todo lo que planteaba, y sí, nos daban ganas de patear la pantalla. Por el contrario, Londres abre el juego, es tan ridícula, tan estúpida, que no podemos más que reírnos; y si realmente los responsables del film creen en lo que están diciendo, deberíamos tenerles algo de piedad por semejante acto de credulidad. Butler y Eckhart tienen química, y al primero se lo ve menos atado en la necesidad de dotar a su personaje de emociones, puede limitarse a pelar músculos, empuñar armas y dibujar una sonrisa pétrea como si estuviese en un acto escolar. Al presidente es a quien más diálogos vergonzosos le escucharemos decir, y sí, nos resulta hasta simpático. El elenco que acompaña es interesante, a los repitentes Morgan Freeman, Radha Mitchell y Angela Basset (con una escena que hay que ver para NO creer), se les unen Melissa Leo, Robert Foster, y Jackie Earle Haley. Pero no estamos ante un film que prevalezcan los personajes ni las actuaciones. Todo es tiros, explosiones, situaciones increíbles, y una ciudad sitiada. Depende como uno entre a la sala. Se supone que estas propuestas no engañan a nadie y cuando pagamos la entrada ya sabemos qué vamos a ver. Londres bajo fuego es odiosa, desagradable e insultante; también es una pavada, quizás como tal deberíamos aceptarla.
En “Londres Bajo Fuego” (USA, 2016), esta secuela de la política e ideológicamente complicada “Ataque a la Casa Blanca”(USA, 2013), se toma como punto de partida nuevamente un suceso exacerbado de violencia para construir, desde las leyes más tradicionales del género de cine de acción, una película que sólo busca entretener, y, que lo logra. En el arranque Mike (Gerard Butler) es representado a partir de la idea del empleado ideal, que siempre ha respondido con creces y con una clara noción de servicio sin cuestionar nada sobre aquello que se le pedía, con otras metas para su vida. Esperando con su mujer un hijo, cree que lo mejor que puede hacer para acompañarla en el proceso, y sabiendo que siempre está exponiendo su integridad en cada misión que le asignan, es renunciar a su cargo. Butler es mostrado como tosco, apático, claros rasgos del superhéroe de acción que luego encaminará el destino de una nación y del mundo hacia un lugar de iluminación y salvación, pero que en esta oportunidad intentará reflejar otros puntos de su personalidad para, así, representar el momento en el que el personaje se encuentra. El guión lo muestra una y otra vez frente a la pantalla de una computadora, redactando un mail en el que explica los motivos de su renuncia. El cursor va y viene en el procesador de texto, y el cuerpo del correo va tomando algunos puntos a desarrollar que, en apariencia, terminarán por desaparecer cuando un llamado lo alerte de la imperiosa necesidad que vuelva a tomar parte en el ejercicio de proteger, salvar, ayudar para poder así impedir la inestabilidad mundial. El director Babak Najafi, con una prolífica carrera en Suecia, no es Antoine Fuqua (“Ataque a la Casa Blanca”), quien en la primera entrega de la saga de Mike dotaba al filme de una atomósfera pro patria que terminaba por ensuciar la dinámica historia que habían imaginado Creighton Rothenberger y Katrin Benedikt, Sus raíces Iraníes le permiten configurar un halo realista detrás de la propuesta, reforzando el guión de los mismos Rothenberger y Benedikt, a los que se suman Chad St. John y Christian Gudegast, para imaginar una historia que parte de una idea simple y sencilla. La misma responde a la pregunta ¿qué pasaría si los principales líderes del mundo son ejecutados? Así “Londres Bajo Fuego” traslada su acción a la ciudad británica, en la que Mike deberá, junto a la agente Lynne (Angela Basset), de un momento para otro, y en medio de su reflexión sobre abandonar el servicio de inteligencia para ser padre, proteger al presidente de Estados Unidos (Aaron Eckhart), quien se verá involucrado en los sucesos que tienen en vilo a la comunidad mundial. La idea de destabilizar los gobiernos, para así promover la venta ilegal a nivel mundial de armas, es una problemática tan real como presente en la agenda mediática de mucho de los medios de comunicación alrededor del mundo, razón por la cual “Londres Bajo Fuego”, además de presentar una historia llena de acción, en la que el superhombre de carne y hueso debe defender a todos y todas con su inteligencia, fuerza, y, principalmente, su capacidad para huir de aquellos lugares complicados, será tan solo la excusa para poder, en el fondo, contextualizar y potenciar su propuesta. ¿Hay lugares comunes?, sí, muchos, ¿hay un exceso de la idealización de los valores? pro Norteamérica, también, ¿entonces qué es lo que hace atractiva a esta historia que ya se ha visto miles de veces?, básicamente su capacidad de entretener y de originar el siempre buscado placer de género, en donde cada estamento y capa que el guión presenta es una posibilidad para avanzar en una historia que adolece de muchas cuestiones, pero que, en el fondo, cumple con sus premisas.
El director iraní Babak Najafi, especialista en el cine de acción, trae a la pantalla un relato plagado de situaciones inverosímiles pero les imprime tensión, ritmo y gran despliegue en las secuencias de los atentados. El actor Gerard Butler está en su salsa. La secuela de Ataque a la Casa Blanca, trae a los mismos protagonistas de la anterior y los ubica en otro escenario para instalar nuevamente la acción sin límites, siguiendo el estilo de las películas ochentosas que protagonizaron Willis, Stallone y Schwarzenegger. En Londres bajo fuego, el agente Mike Benning -Gerard Butler, el mismo de 300 y la reciente Dioses de Egipto- está de regreso como el agente del Servicio Secreto especialista en la seguridad del Presidente de los Estados Unidos -Aaron Eckhart-. Después de la extraña muerte del Primer Ministro Británico, los líderes mundiales se reúnen para su funeral en Londres y lo que parece el evento más vigilado del planeta resulta ser la oportunidad para eliminar a los mandatarios y sembrar el caos en todo el mundo. Con esta premisa, el director iraní Babak Najafi, especialista en el cine de acción, trae a la pantalla un relato plagado de situaciones inverosímiles pero imprime tensión, ritmo y gran despliegue en las secuencias de los atentados. Como una suerte de héroe solitario, Benning correrá junto al Presidente, por las vacías calles londinenses -recuerda por momentos a Exterminio- y será perseguido por un ejército de villanos dispuesto a eliminarlos. En ese sentido, la película funciona como film de entretenimiento ocupando el lugar que otros títulos del género dejaron vacante. Mas allá del "hombre que todo lo puede para salvar la vida de su jefe y el honor de su familia" y su discurso patriótico y xenófobo, el producto tiene la adrenalina necesaria para impactar en el espectador. La secuencia del helicóptero, pasando por las luchas cuerpo a cuerpo , los escondites y los tiroteos salvajes, la película llega al mercado mundial -postergada en Argentina quizas por la reciente visita de Obama- en un momento en el que desgraciadamente los ataques terroristas son verdaderos y están a la orden del día. Mas allá del exagerado y forzado desenlace, suman las interpretaciones de Morgan Freeman, como el Vicepresidente de los Estados Unidos y Angela Bassett, como la compañera inseparable del protagonista, y aunque todo resulte demasiado inverosimil los fanáticos del género saldrán satisfechos.
A Trump le va agustar. La secuela de "Ataque a la Casa Blanca" vuelve a traer al personaje de Mike Banning (Gerard Butler) como el agente secreto todo terreno, capaz de cuidarle las espaldas al presidente Benjamin Asher (Aaron Eckhart) en cualquier circunstancia. Todo comienza cuando muere el primer ministro inglés, y todos los líderes mundiales deben concurrir a su funeral apenas 24 horas despues del suceso, lo que no le da al servicio secreto el tiempo suficiente para planear un buen dispositivo de seguridad, y sucede lo esperable. Un ataque por agua, tierra y aire, donde cada policía es en realidad un terrorista encubierto -que por supuesto lleva un turbante en la cabeza- y la ciudad de Londres se convierte en una trampa mortal para el presidente y sus guardaespaldas, quienes deben recurrir a todo su ingenio, fuerza y astucia para lograr salir con vida de allí. La acción comienza en el minuto uno y no para nunca, los enemigos salen hasta de abajo de las piedras, y las persecuciones son monumentales, por lo que el filme resulta entretenido a pesar de lo irreal de algunas situaciones, lo que no molesta, porque ese es el tono del relato. Lo que sí resulta gracioso es el americanismo extremo, y el blanqueado mensaje que dan entre piñas, donde dicen a los gritos que todos los odian y los envidian porque son ciudadanos del mejor país del mundo, y que nadie podrá con ellos. Ya sin la dirección de Antoine Fuqua -que probablemente no haya encontrado el guión lo suficientemente interesante- la franquicia continua en manos de Babak Najafi, un director de origen iraní, qué paradoja. Técnicamente el filme es correcto, las escenas de acción están bien filmadas, el entretenimiento es consistente, y el CGI un tanto excesivo. Butler y Eckhart, cumplen con las escenas de acción, y sostienen con bastante dignidad sus diálogos correctos y patrióticos. El resto del elenco cumple con lo suyo, y Morgan Freeman siempre se destaca, hasta en el más rídiculo de los filmes. Aprovechando el éxito de la película anterior, y con la misma fórmula, han construido un filme con mucha acción, algo de humor -no del mejor- y mucho entretenimiento. Si dejamos de lado el mensaje republicano digno de Reagan y Trump, la propuesta resulta en un efectivo entretenimiento comercial. Hay que apagar el cerebro, eso sí.
ACCIÓN EN DOSIS EXCESIVA Es la secuela de “Ataque a la casa blanca” con distinto director, aquí en iraní Babak Njafi, pero los mismos guionistas y los mismos actores, otra vez el irrompible Gerard Butler, Aaron Echhart y Morgan Freeman. La excusa para llegar a la ciudad del título es la muerte misteriosa del primer ministro y que todos los líderes mundiales van al velorio, en la ciudad más custodiada y en la lógica de la franquicia, la más atacada. Para quienes gustaron de la primera, ya saben que la secuela promete al menos la misma acción, llevada a lo inverosímil. Aquí reinan los efectos especiales, la destrucción, tiros hasta ensordecer y rescates increíbles. No hay respiro para los que aman ritmos enloquecidos de ataques y derrumbes. Lo demás es apenas una excusa.
Espectacularidad e islamofobia Estrenada hace apenas una semana, Volando alto era una amabilísima fábula deportiva motivacional, de esas que en su momento Hollywood filmaba de forma serializada, que se hacía cargo de su carácter anacrónico apelotonando lugares comunes del subgénero con un grado de seguridad que por momentos dificultaba dilucidar sus auténticas intenciones: ¿se trataba todo una gran parodia o de un “homenaje” a un tipo de cine que ya no existe? Londres bajo fuego invita a hacerse la misma pregunta para obtener una respuesta que, al igual que en el caso del film de Dexter Fletcher, está lejos de ser terminante. Al fin y al cabo, es difícil saber si esta secuela más ruidosa, más ridículamente delirante e igualmente patriotera de Ataque a la Casa Blanca es una gran gastada a los tópicos más tipificados del cine de acción, o no. Si el concepto de la primera remitía a Duro de matar, con un héroe involuntario sometido a un ataque circunscripto a un espacio cerrado como el de la Casa Blanca, el de la segunda remite a una de Schwarzenegger de los ‘80, con Comando como máximo emblema. Su forma e ideología, también. Islamofóbica como pocas, con una aire a berretada evidente y una apilación de cadáveres como no se veía desde los tiempos de gloria de Mr. Olympia, Londres bajo fuego es una de esas historias que ya casi no se cuentan: la del policía/agente/militar/ guardaespaldas embarcado en una cruzada contra una enemigo superior e infinitamente más numeroso, al que él solito terminará vapuleando aun cuando éste sea, tal como ocurre aquí, una organización terrorista tamaño ISIS al cuadrado con la capacidad para cargarse a unos cuantos presidentes en un par de segundos. Con el iraní Babak Najafi reemplazando a Antoine Fuqua como realizador, el film vuelve a poner al presidente de los Estados Unidos (Aaron Eckhart) y a su fiel ladero Mike Banning (Gerard Butler) en medio de un apocalipsis político. El puntapié se da cuando, luego de la muerte del Primer Ministro británico en dudosas circunstancias, la capital inglesa sea sede de un funeral al que asisten varios de los mandatarios más importantes del mundo. En ese contexto, y gracias a una sincronicidad admirable, un grupo terrorista inicia una faena brutal que culmina con varios de los mandatarios pasando a mejor vida. La incompetencia generalizada de los todos los servicios secretos –¿no es un poco mucho que ninguno haya presupuesto semejante golpe?– es directamente opuesta a la de la dupla protagónica, que a partir de ahí inicia un escape por la ciudad rumbo a un helicóptero salvador. En el ínterin, habrá lo que aquéllos dispuestos a pagar su entrada esperan: un sinfín de balaceras filmadas con la eficiencia habitual de Hollywood y un Gerard Butler cada película más desaforado a la hora de manejar armas y dispensar trompadas, patadas y puntazos. Por ahí también andan Morgan Freeman y Angela Bassett como dos funcionarios norteamericanos que monitorean el recorrido desde un comodísimo bunker, ambos con rostros de sorpresa e incredulidad ante las imágenes que devuelven las pantallas. Cualquier similitud con el de los espectadores no es casualidad.
Milagros y malvados caricaturescos Hace tres años se estrenó en todo el mundo Ataque a la Casa Blanca, película sobre una invasión norcoreana a la residencia del presidente estadounidense, en Washington. No se trataba de una película notable, pero al menos tenía al frente a un director con oficio como Antoine Fuqua. El buen resultado comercial de aquel film obligó a una secuela que tiene un nuevo realizador (el iraní Babak Najafi), nueva ciudad (Londres) y nuevos enemigos (fanáticos islamistas y traficantes de armas de origen paquistaní). Cuesta creer que todavía se filmen películas con malvados tan caricaturescos como los de Londres bajo fuego (los hay también africanos), pero aún más que la narración sea tan torpe e inverosímil. Todo arranca con el funeral del primer ministro británico, al que asisten decenas de mandatarios. Pero resulta que casi todos los policías encargados de custodiar el evento son... ¡terroristas! Y el evento se convierte en una carnicería humana. El presidente de Estados Unidos, Benjamin Asher (Aaron Eckhart), y su leal agente del servicio secreto, Mike Banning (Gerard Butler), escapan milagrosamente (a los tiros) y deberán correr por una ciudad dominada por los extremistas. Contarán apenas con la ayuda de algunos agentes del MI-5 y, desde casa, del vicepresidente (Morgan Freeman) y otros altos funcionarios (Melissa Leo, Robert Forster y Jackie Earle Haley, entre ellos). Las escenas de acción son -en el mejor de los casos- profesionales, pero en este remedo de Duro de matar -que parece una máquina propagandística destinada a estereotipar y estigmatizar- se extrañan la tensión, el humor y la capacidad de sorpresa. Una película (un producto) sin personalidad ni riesgo.
Rompo todo Su cuota de cinismo y autoparodia la redime, con su acción violenta, sin tregua e inverosímil. Las películas de acción, cuando vienen con un presupuesto exagerado, se convierten en tanques. Y se sabe que a los tanques es difícil pararlos. Londres bajo fuego es la esperada secuela de Ataque a la Casa Blanca. Esperada porque Ataque... fue un éxito sí inesperado, y entonces qué mejor que seguir con el presidente de los Estados Unidos (Aaron Eckhart) a punto de ser masacrado por terroristas. ¿Que eso fue en la primera? OK, y si funcionó en la taquilla, ¿por qué no le puede pasar en la secuela? Como había que reconstruir la Casa Blanca, la acción -trepidante, sin tregua, inverosímil- se traslada a la Londres del título, adonde Benjamin Asher llega para el funeral del Primer ministro británico, y lo mismo hacen decenas de líderes del mundo. ¿Qué mejor lugar para realizar un atentado? En Londres bajo fuego la importancia de los diálogos es mínima, porque cuando hablan impiden sentir las explosiones, el traqueteo de las metrallas, los balazos y las piñas. Todo es desmedido. La sorpresa es que Londres es prácticamente dinamitada por una enorme cantidad de terroristas que cuentan con una igualmente enorme cantidad de armas y despliegue. Quizá no importe quién desea acabar con Asher, ni tampoco que anuncien su ajusticiamiento en streaming por Internet. No, porque es Mike Banning (Gerard Butler) quien, como su agente del servicio secreto, tiene que salvar su vida. Butler nos tiene acostumbrados a enfrentar lo imposible. Desde 300 a la fecha, cuando elige roles de acción su parámetro es que debe eliminar a, sino 300 enemigos, una cifra de tres dígitos. Y no falla. El nivel de violencia se acerca al gore, por lo que los productores no se preocuparon por hacer una película para consumo adolescente, sino adulto. Hay muertes espantosas, hectolitros de sangre, alguna secuencia de tiroteo realmente bien lograda y filmada, un montaje no a lo loco, pero rasante. Y un elenco que no escatima nombres. A los ya mencionados hay que sumar a Morgan Freeman, Radha Mitchell, Angela Bassett, Melissa Leo y Robert Foster, entre tantos que pasan, dicen tres palabras y vuelven las explosiones. Pochoclera al extremo que permite mirar cuánto queda en el balde y desviar la atención de la pantalla unos segundos, Londres bajo fuego tiene su cuota de cinismo, de autoparodia que la redime, aunque el grado de patrioterismo pudo haber sido evitado o disminuido.
Londres bajo fuego es una continuación completamente superior al film que brindó el director Antoine Fuqua en el 2013. A veces creo que la estupidez en algunos críticos de cine es un estigma crónico que se transmite con las distintas generaciones. Se sientan a ver una propuesta de acción como esta y pretenden analizarla como si se tratara de un drama existencialista de Terrence Malick. Esta es una película que no tuvo más pretensiones que brindar una historia entretenida de acción, donde el foco de la historia no pasa precisamente por desarrollar un thriller político que permita su debate en las universidades. Recuerdo que cuando se estrenó Ataque a la Casa Blanca le di una calificación muy baja porque era un desastre la manera en que se habían arruinado las secuencias de acción con efectos digitales decadentes. La continuación mejoró muchísimo en esos aspectos y el director iraní Babak Najafi trabajó la acción con el estilo de la vieja escuela. Las secuencias de peleas son claras y se entiende bien lo que sucede frente a la pantalla, mientras que las persecuciones automovilísticas y los tiroteos estuvieron muy bien elaborados. Hacia el final el director Najafi presenta un muy buen tiroteo filmado en un plano secuencia, es decir en una sola toma, que probablemente se destaca como el mejor momento de Londres bajo fuego. En términos generales el trabajo del realizador iraní sobresale más cuando la acción es trabajada en menor escala (como las peleas y los tiroteos) que en las escenas más ambiciosas. Cuando la película se propone ser más épica se notan más la falencia de los efectos digitales, como la escena donde los villanos derriban unos helicópteros que no quedó muy bien. No obstante, el motivo por el que vale la pena ver esta película es la interpretación de Gerard Butler, quien tiene momentos desopilantes en el rol del guardaespaldas Mike Banning. Banning es esa clase de héroes conservadores ochentosos a los que no les importa nada en la vida con tal de cumplir su objetivo. Personajes que hoy se convirtieron en figuras políticamente incorrectas dentro de este género. Mike Banning tortura gente y mata villanos a sangre fría sin inmutarse. En este film Butler por momentos trae al recuerdo al desquiciado soldado Gunny Burns, interpretado por Fred Dryer en el clásico de 1987, La muerte antes que la deshonra, que tenía un perfil similar. Una particularidad de Londres bajo fuego es que es una película que no se toma en serio a sí misma y presenta situaciones más graciosas que la entrega previa. Si dejás pasar el ridículo concepto que el presidente de los Estados Unidos y su guardaespaldas corren solos por las calles de Londres mientra un grupo de terroristas tratan de matarlos, la película brinda un pasatiempo entretenido dentro de este género.
El descaro y la brutalidad En el año 2013 se estrenaron dos películas de temática similar: un ataque terrorista a la Casa Blanca. Una fue El ataque (White House Down) dirigida por Roland Emmerich; la segunda dirigida por Antoine Fuqua era Ataque a la Casa Blanca (Olympus Has Fallen). Esta fue un éxito en taquilla en todo el mundo y por alguna extraña razón se decidió que sería bueno que tenga una secuela y naciera Londres bajo fuego. Mike Banning (Gerard Butler) salvó al presidente Benjamin Asher (Aaron Eckhart) del terrible ataque que sufrió la Casa Blanca algunos años atrás. Ahora se ha convertido en su guardaespaldas personal y mantienen una gran amistad. La inesperada muerte del primer ministro inglés hará que tenga que viajar al funeral en Londres, además todos los líderes más importantes del mundo estarán ahí. Al llegar, Mike tiene sus sospechas sobre la seguridad y de repente descubre que algo anda mal. Además los otros mandatarios están siendo asesinados en plena ciudad y a la luz del día. Su deber será proteger otra vez al presidente e impedir que se capturado y ejecutado en vivo transmitido por internet al mundo entero. En esta segunda parte el lugar de Fuqua es ocupado por el debutante Babak Najafi quien dirige el guión de los escritores de la primera parte Creighton Rothenberger y Katrin Benedikt, a los que también se le sumaron Christian Gudegast y Chad St. John. Su punto a favor es que hay bastante química entre los protagonistas, algo de humor que si bien es un poco tonto, también es efectivo y por supuesto la violencia para los que disfrutan del cine de acción que en este caso viene acompañada de grandes explosiones por todo Londres. La película recae en los mismos problemas que la primera: patriotismo al extremo, escenas sin sentido y personajes que son los clásicos estereotipos donde los buenos siempre buenos y los malos los más malos del planeta. Pese a esto no busca ser solemne y se toma a sí misma como lo que es, una película de acción para pasar el rato.
La cuota de acción a base de explosiones y persecuciones llega esta semana con la secuela de Ataque en la Casa Blanca (Olympus Has Fallen), película que tuvo a Harvey Dent como Presidente y a Leónidas como guardaespaldas. ¿Harvey Dent y Leónidas? ¿De qué estoy hablando? Quizás muchos recuerden el 2013 como el año en el que hicieron mierda la Casa Blanca un par de veces. Dos películas con casi la misma historia: por un lado teníamos a Channing Tatum como el hombre que protegió al Presidente interpretado por Jamie Foxx -muy parecido a Barack Obama-, mientras que por otro universo la historia giraba en torno al Presidente Aaron Eckhart -Harvey Dent/Two Faces en la trilogía The Dark Knight– y su guardaespaldas Gerard Butler -Leónidas en 300– en lo que sería un atentado sin precedentes en la residencia oficial del Presidente de los Estados Unidos. La película dirigida por Antoine Fuqua logró tener su secuela, ahora dirigida por el iraní Babak Najafi en una divertida historia lejos del país de América. Londres Bajo Fuego no se olvida de sus “orígenes” y vuelve a la carga con más explosiones, efectos especiales y mucha acción al estilo de los 80´, en donde una sola persona (Gerard Butler) puede cargar contra todo un ejercito de terroristas. A diferencia del ataque a la casa blanca, aquí la historia se desarrolla en la siempre utilizada ciudad de Londres -también se hace pelota en Rápidos y Furiosos 6– en donde se lleva a cabo el evento más protegido de la Tierra. Los representantes más importantes del mundo se reúnen en la capital británica para despedir a su primer ministro quien fue asesinado por razones misteriosas. Esta importante reunión es la excusa perfecta para un grupo de terroristas que tiene como objetivo masacrar a todas las personas más influyentes del mundo y además bombardear diferentes sectores emblemáticos de Londres como por ejemplo, el Palacio de Buckingham. La caída uno por uno de los presidentes de las diferentes naciones, que a diferencia de otras películas, aquí el representante francés habla en su idioma, el ruso habla ruso y así sucesivamente, hacen que el líder de Estados Unidos sea el principal objetivo de este grupo terrorista, ¿raro, no? ¿terroristas y Estados Unidos? Extremadamente cliché. Más allá del buen punto a favor de la película en respetar los diferentes idiomas de las autoridades que participan en la cinta, a la hora de la acción, las escenas de pelea cuerpo a cuerpo no son las mejores o no mantienen el nivel que demostraron en su primera entrega y los efectos especiales son muy pobres. Respecto al guión de la película, si bien es una de esas producciones que su objetivo es entretener y nada más que entretener, es tan malo y débil para la historia que desea contar que desaprovecha la calidad actoral con la que cuenta: sus protagonistas principales Butler y Eckhart, como así también Morgan Freeman y el poco conocido Alon Abutbul, para intentar interpretar a un terrorista que debería meter miedo. ¿Tiene cosas positivas Londres Bajo Fuego? Claro que sí, siempre y cuando disfruten de ver películas sin sentido en donde todo explota y no hay un minuto para descansar. Los terroristas al principio son los malos de la película pero luego de encontrarse con quien posiblemente sea el mejor guardaespaldas de todo el mundo, Mike Banning que mata como los mejores utilizando un modo silencioso de atacar por sorpresa al mejor estilo Batman o simplemente vuela cabezas al estilo Punisher, el plot twist de la película transforma a los Estados Unidos encabezados por el propio Banning y el Presidente Benjamin Asher en los cazadores con un plan de estrategia para matar a todos los terroristas y regresar a su tan querido país. Si disfrutan del cine o series de superhéroes encontrarán muchas caras conocidas del ambiente, a los mencionados protagonistas y a sus participaciones en The Dark Knight y 300, también verán a Jackie Earle Haley –Rorschach en Watchmen (2009)- o a Colin Salmon –Punisher: War Zone (2008)- y también protagonista en las primeras temporadas de Arrow. Como película de acción, esta secuela de Olympus Has Fallen queda muy lejos de estar aprobada y de ser una gran película del género. Algunas secuencias del film pueden ganarse una entrada de cine para disfrutar de la pantalla grande y de un buen momento con amigos, pero la película tranquilamente podría ir directo al formato hogareño y lograr su verdadero objetivo: salvarte de una tarde aburrida de domingo.
Festín para amantes de la superacción Este desparramo memorable está destinado a convertirse en uno de los grandes placeres culposos del cine moderno: durante toda la primera mitad de la película, la mezcla de ultraviolencia y política-ficción a niveles épicos simplemente no tiene desperdicio. Es que esta secuela del mediocre film "Ataque a la Casa Blanca" mezcla auténticos líderes mundiales, como por ejemplo Angela Merkel, en medio de un ataque terrorista masivo a Londres. La continuación es muy superior al film original partiendo de su ingeniosa premisa: la muerte del primer ministro inglés implica que sin aviso previo ni las medidas de seguridad habituales, tanto el presidente de Estados Unidos como docenas de mandatorios de todo el planeta tengan que estar presentes en el funeral, lo que permite un ataque en masa para cambiar definitivamene el orden mundial. Por supuesto, el presidente estadounidense y su principal guardaespaldas, es decir, respectivamente Aaron Eckhart y Gerard Butler, sobrevivientes del ataque terrorista de 2013 en "Olympus has falen" de Antoine Fuqua, son los protagonistas en medio del largo y espectacular ataque en el que casi todos los líderes mundiales van siendo liquidados uno a uno, menos el ruso (que por mala onda directamente no fue al entierro) y un par de suertudos que se salvan de pura chiripa. Pero claro, el Presidente norteamericano es el jackpot para estos desalmados musulmanes y todos los terroristas están tras el, por lo que salvarlo es una verdadera misión imposible. Las impactantes escenas de los principales bombardeos, tiroteos, persecuciones de autos y hasta aéreas en los lugares más populares de Londres justifican plenamente el precio de la entrada. No sólo por la imaginación y la furia gore con los que los concibió el director iraní residente en Suecia Babak Najafi, sino por el nivel épico, digno del mejor cine catástrofe con el que están filmados. Por otro lado, el nivel de incorrección política de los diálogos también ofrece gemas irreproducibles que el público aplaude riéndose a carcajadas. Claro que mantener el impresionante nivel de la primera mitad del film sería muy difícil, y el guión termina limitando el desenlace a una serie de escapes por túneles y casas seguras, donde si bien la superacción no cede, el asunto se vuelve mucho menos atractivo visualmente. Además, para esa altura, ya quedan pocos personajes a quienes matar salvo, por supuesto, los villanos de turno.
Olympus has Fallen dirigida por Antoine Fuqua, lanzada en 2013, fue una película que tuvo un excelente elenco, no era nada especial, pero divertía. Ahora, siguiendo la máxima de Hollywood de que las continuaciones tienen que ser más grandes, con más peligros, más explosiones, más de todo, llega la secuela, London Has Fallen, dirigida por Babak Najafi, con tantas explosiones y patriotismo que haría que Michael Bay tenga varios orgasmos. De eso se trata básicamente esto, mucho ruido y poco contenido. La película anterior tenía el foco de acción en la Casa Blanca, ahora en la continuación tenemos a toda Londres como palco de la acción, donde los terroristas aprovechan el velorio del primer ministro inglés, para atacar a los líderes mundiales de las principales potencias del mundo. A partir de ahí vemos como estos terroristas destruyen medio Londres, y como el Presidente de EUA Benjamin Asher (Aaron Eckhart) con el agente Mike Banning (Gerard Butler) hacen de todo para escapar. A pesar de su excelente elenco, no hay mucho para que ellos puedan demostrar su talento, Morgan Freeman, hace su paso competente como siempre, pero sin mucho brillo. Básicamente ahí tenemos la historia de la película, mostrando un montón de incongruencias y clichés del género. Pero, a diferencia de la primera película, donde las locuras de que alguien invada la Casa Blanca y la destruya, mirándola con muchas ganas, se podría dejar pasar, acá, básicamente los terroristas consiguen deshabilitar un gobierno entero y dejando una ciudad de la importancia de Londres totalmente indefensa, y casi totalmente destruida y sin ninguna fuerza de seguridad activa, sumado a eso un espectáculo de destrucción y escenas de efectos sin fin. El guión, además de todo lo dicho arriba, suma un montón de frases chichés, y de patriotismo barato, tanto del lado de EUA como de los terroristas. Algunos efectos son bien pobres, pero en la parte de acción hasta divierte. Gerard Butler se trasforma en un nuevo Rambo, mata y destruye a todos en su camino. London Has Fallen termina siendo una continuación más, sin necesidad de serlo, que no presenta nada nuevo, sólo sumando más explosiones y escenas sin sentido.
Año a año, hay curiosas batallas entre películas y casas productoras que llaman la atención. En 2012, por ejemplo, estuvo el choque entre las Blancanieves, con la ligera Mirror, Mirror y la reimaginación oscura Snow White and the Huntsman. En 2013 hubo un enfrentamiento similar pero con invasiones a la Casa Blanca, uno de los monumentos más importantes e icónicos del mundo moderno. En marzo de ese año llegó Olympus Has Fallen, de Antoine Fuqua, y en junio White House Down de Roland Emmerich. Misma temática, diferente resultado. La que nos importa en este momento es la entretenida -y nada más- entrega de Fuqua, un thriller de acción con un elenco muy sólido que ayudaba mucho a la premisa ridícula que tenía entre manos. Debido al éxito en taquilla se dio paso a la secuela, una tristísima London Has Fallen, que hace aguas ahí donde su predecesora lograba al menos entretener. No hay manera alguna de salvar el relato del matrimonio guionista Creighton Rothenberger y Katrin Benedikt (The Expendables 3), si la película comienza con una escena para establecer a los villanos de turno tan estúpida que da lástima. Hay dos escritores más que intentan balancear la historia de los otros, pero mientras mas manos haya en el estofado, más confusas serán las cosas. El mentado atentado a la ciudad británica ocurre, y también deja entrever que no hay mucha historia de por medio, sino una excusa tras otra para poner en terreno cenagoso al flamante presidente de los Estados Unidos y a su guardaespaldas personal. La dupla de Gerard Butler y Aaron Eckhart es estupenda, y ellos solos levantan el vuelo sinsentido de este nuevo ataque terrorista. El resto del elenco está básicamente pintado al óleo, con una escena que da vergüenza en donde el personaje de Morgan Freeman y el de Butler tienen una conversación en la Casa Blanca, y se nota a la legua que no estaban los dos actores disponibles y utilizan un doble de Freeman salido de una parodia de los hermanos Wayans. A ese detalle tonto pero notable se le agrega que el presupuesto bajó un par de millones, con lo que la película tiene efectos generados por computadora de clase C evidentes y pésimos. Lo peor de todo no es el combo de producción, porque han habido peores películas pero que saben lo que son, sino que esta se toma demasiado en serio su historia de terrorismo de buenos versus malos que ni siquiera se beneficia de un posible costado autorreferencial sobre la naturaleza de la secuela. No es por desmerecer el trabajo de Babak Najafi pero el iraní no es claramente Fuqua, y si bien hay alguna que otra escena de acción bien conducida -un travelling a un ataque a un edificio abandonado sigue a Butler por detrás y genera un poco de emoción- en líneas generales la película hace aguas por todos lados. En esta ocasión, la segunda fue la vencida para London Has Fallen. En taquilla, la película desde su estreno ya logró duplicar su presupuesto a nivel mundial, así que no descarten una tercera parte, en donde terroristas secuestran al satélite natural de la Tierra en Moon Has Fallen. Si tenemos en cuenta la ridiculez de la trama, bien podría suceder en un futuro.
Una película que se vale de la paranoia urbana terrorista que acecha a las grandes capitales del mundo hoy para pegarte una piña de patrioterismo y explotar tu cabeza de pochoclos. [Escuchá la crítica completa]
Londres bajo fuego es la secuela de Ataque a la Casa Blanca y traslada la acción a la capital Inglesa. Al funeral del primer ministro del Reino Unido asisten los líderes mundiales más importantes. Un ataque terrorista convierte la ceremonia en una masacre de la que el presidente de los Estados Unidos deberá escapar con la ayuda de su jefe de seguridad, el guardaespaldas que ya lo ha salvado en varias oportunidades. Con un argumento un tanto anacrónico, cercano a los filmes de acción de los ochenta, en plena guerra fría, la cinta funciona como un producto de propaganda contra los nuevos villanos del mundo: los extremistas islámicos. Más allá del dudoso gusto de la premisa, funciona como una película de acción pura y dura. Con un montaje de cortes rasantes, secuencias cargadas de adrenalina y un héroe de acción, Gerard Butler, que se ha aprendido todos los clichés y se mueve a sus anchas en las secuencias más extremas. El guión, los diálogos elementales, en realidad son lo de menos para esta producción que apuesta fuerte a los efectos, las explosiones y las secuencias de alto impacto. En ese sentido, el filme cumple con lo que promete: entretenimiento pochoclero para espectadores sin pretensiones artísticas ni intelectuales.
Una vez más se encuentran en peligro las autoridades de la nación, los terroristas ponen a todos en un riesgo total, llena de efectos especiales, varios edificios que no quedan en pie, luchas, bombas, mucha acción, tensión, humor, todo estalla y sorpresas. El presidente de Estados Unidos es Benjamin Asher (Aaron Eckhart), su agente secreto, Mike Banning (Gerard Butler), entre otros personajes.
Hay un complot para matar a todos los líderes mundiales y secuestrar al presidente estadounidense. Para evitar el desastre, están los agentes del servicio secreto Mike Banning -Gerald Butler-. Un estrepitoso policial, acumulador de balas, explosiones, planos y con un discurso fuertemente maniqueo. Sí, ya la viste. Y es la secuela de Ataque a la Casa Blanca, con los mismos actores.
Londres bajo tedio Ataque en la casa blanca fue una película de acción desprejuiciada y sin pretensiones de convertirse en otra cosa, que recordó, por momentos, a esa Duro de matar emblemática -luego de la cual el cine de acción jamás sería el mismo- que propone al héroe ubicado en un tiempo y espacio en el que se constituye como la única salvación posible a un ataque criminal de proporciones épicas. Allí Gerard Butler no era Bruce Willis, pero con Morgan Freeman en el elenco hasta el inocuo Aaron Eckhart personificando al presidente más anodino de la historia del cine ocupaba el espacio sin molestar. Completando el cuadro de situación con tiroteos, explosiones y la destrucción de la Casa Blanca casi en su totalidad -algo tampoco tan novedoso-, la película resultó un producto entretenido y -en apariencia- merecedor de una secuela. Entonces este año llega Londres bajo fuego que reanuda la historia del agente del servicio secreto Mike Banning (Butler), custodio e íntimo amigo del presidente Benjamin Asher (Eckhart) al que no se anima a tutear ni mientras hacen ejercicio y termina sobrando por su estado físico. Banning espera el primer hijo de su esposa, a quien no aparta de su obsesiva preocupación por la seguridad -manifiesta a través de ocho cámaras en la habitación, entre otras cosas-, al tiempo que evalúa su retiro y propone a su colega (Angela Bassett) el madrinazgo de la criatura, anticipando, con ese solo dato y a puro cliché, que algo terrible atentará con la buena resolución de tales proyectos. Todo eso en medio del plan de viaje de escolta presidencial a los funerales del primer ministro británico que acaba de fallecer en una confusa situación en pleno Londres. Como resulta imaginable, lo que les espera en ese destino lejos está de ser una ceremonia protocolar sin sobresaltos. Si bien toda la intro en el primer acto -que se toma casi media hora, algo excesivo en una película de acción de poco más de noventa minutos- es bastante vergonzosa en cuanto a los lugares comunes en los que cae, el problema más grande llega luego de las primeras secuencias de acción, cuando entre balas y explosiones los diálogos se hacen cada vez más planos y hasta con mensajes cuestionables -como el que deja entrever la tortura casi por gusto por parte de Banning a un terrorista- y las situaciones de supervivencia se suceden careciendo de un sostén argumental, de un guiño que las justifique aunque sea para sacar una sonrisa cómplice en el espectador. Las “salvadas por un pelo” al estilo Indiana Jones y la calavera de cristal volando dentro de una heladera para huir de una explosión nuclear, aquí son sólo fruto de la buena fortuna de los protagonistas. Y ni siquiera de todos, sino de los necesarios para que no se termine todo a los 40 minutos. Es curioso que el director iraní Babak Najafi debute en Hollywood luego de dirigir algunos episodios de Banshee -curiosamente una serie exquisitamente balanceada en sus dosis de drama y acción- aquí falle en todos los flancos, salvo, quizás, en el dejar bien en claro el discurso imperialista del film que pinta a los “héroes americanos” como auténticos exterminadores de sus contrincantes sin que puedan exhibir ánimos de buscar grises o de repensar tácticas menos letales a la hora de desmantelar un complot de gran envergadura. Podría decirse que -sin ser casual la nacionalidad del director- todo forma parte de una comunión que pretende ironizar o auto parodiar al sistema de gobierno americano cuando es sometido a la presión terrorista, pero lamentablemente Najafi no es ni Paul Verhoeven ni Jonathan Demme como para lograr el nivel requerido de ironía. Entonces esta respuesta brutal del héroe encarnado por Butler, no es más que eso y rodea a “los buenos” de un manto de tosquedad y apatía difícil de reconciliar con el espectador. Y eso mismo es lo que le sobra al film, personajes toscos con líneas de diálogo ridículas y acciones exacerbadas que van más allá de lo temerario. Un presidente que parece desactivar su capacidad para liderar cuando está en peligro y no tiene ni una sola objeción o reproche para hacerle a su custodio, que no deja de mostrarse como un cavernícola con buena puntería, y un campo de batalla enmarcado por cientos de terroristas armados y entrenados que no pueden con un solo hombre sin que haya un mínimo intento por justificar esa disparidad. No es que se juzgue el verosímil, sino la falta de recursos para simularlo. En Comando Mark Lester tenía a Schwarzenegger como el héroe que se cargaba a un ejército completo y jugaba a esto perfectamente porque se burlaba de ese virtuosismo para la masacre del personaje central, pero aquí el director pretende tomárselo en serio sin tener en cuenta que para eso hace falta apostar al realismo minucioso y detallista y una vez más, vuelve a fallar. Al igual que lo hiciera su colega Anthony Hopkins, Morgan Freeman en reportaje promocional de esta misma película volvió a confesar que su única motivación para aceptar estos papeles es el dinero y que la construcción de su personaje se suscribe casi con exclusividad a lo que esté escrito en el guión. Y así y todo, con las pocas ganas de sostener la mitología que predica que un actor de semejante prestigio busca un desafío tras otro, Freeman gana sólo con su sinceridad. Pero puede darse el lujo de hacerlo porque cumple con su tarea dignamente, cubre ese mínimo para que el producto sea creíble porque sabe de qué se trata y juega su rol sin mayores pretensiones. Lamentablemente ni el director ni los productores de Londres bajo fuego llegaron a cubrir ese mínimo, necesario para que una secuela de acción que hubiese sido bien recibida termine transformada en un panfleto fascistoide sin gracia.
El fantasma noventero. En 2013 el estreno de Ataque en la Casa Blanca logró un éxito sorpresivo en los Estados Unidos. Tiros, explosiones y persecuciones por parte de Gerard Butler, junto a Aaron Eckhart, lograron hacer una gran dupla. No es este el caso
La película del iraní Babak Najafi sigue la fórmula de acción violenta y mecánica para mostrar otro episodio de la guerra interminable entre las democracias occidentales y el terrorismo. El Primer Ministro británico ha muerto. Se imponen exequias a tono con el rango y la red de aliados en el mundo. A partir de ese hecho, la película del iraní Babak Najafi, Londres bajo fuego, inicia otro episodio de la guerra interminable entre las democracias occidentales y el terrorista, fabricante de armas, en la ficción un tal Barkawi, con cuartel general en Yemen. La película de acción permite el lucimiento de Gerard Butler como el custodio del presidente de los Estados Unidos más entrenado en táctica y lucha militar. El show de Butler va acompañado de estallidos apocalípticos en los lugares icónicos de Londres, un festival de efectos especiales seguido por las cámaras de la Casa Blanca, el M16 y por los mismos agresores que cumplen un plan de venganza sanguinaria. "Profunda y absoluta", califica Barkawi la acción armada. La tecnología ha borrado las fronteras y el terrorista maneja como nadie el factor sorpresa. La primera parte de la película se desenvuelve como una telecomedia que muestra la estrecha relación entre el presidente (Aaron Eckhart) y el inoxidable agente Mike Banning (Gerard Butler). El buen humor, tan cool, persiste en los peores momentos que el dúo debe enfrentar. También hay ironías en el guion al describir la llegada de cada presidente con su estilo a los funerales del británico. Luego de la introducción, la película es un solo estallido. La música melodramática y ensordecedora suena casi como un elemento de parodia. El presidente y su custodio son imbatibles contra un ejército de terroristas enceguecidos. Eckhart y Butler funcionan como la dupla que puede seguir unida en una saga tan interminable como la guerra del tercer milenio. No falta el contexto familiar de Banning, a punto de ser padre primerizo, la relación con su amiga Lynne (Angela Bassett), detalles que rozan el golpe bajo, como la niñita con una flor en la puerta de la catedral, dominados por el doble discurso por el cual hay muertes como pérdidas irreparables, y muertes necesarias. Tampoco falta Morgan Freeman, en el rol del vicepresidente. Llama la atención que el iraní Babak Najafi no aporte algún matiz a la tipología de los terroristas y se comprometa con una película que sigue la fórmula de la acción violenta y mecánica, con primeros planos de Banning destripando al enemigo. "Dentro de mil años vamos a seguir aquí", dice Banning, como si repitiera el salmo de una nueva religión, al lugarteniente de Barkawi. Con semejante promesa, no faltarán guiones para cumplirla.
Iba caminando por Corrientes y Uruguay hacia el Obelisco. Sumido en mis pensamientos, llegué hasta el emblema de Buenos Aires sin darme cuenta que casi por inercia mi mano aceptó un montón de folletos a los cuales, por supuesto, no presté atención hasta que empezaron a joderme la paciencia al intentar pasar el pulgar por la pantalla táctil del celular. Sólo entonces los empecé a leer. Uno, de un abogado laboral que te soluciona todo, otro, de McDonald’s asegurando buena comida por 35 mangos, otro, de Burger King presagiando más o menos lo mismo, uno, de 1000 fotocopias por no se cuántos pesos, otro, para ir a ver cinco tipos que hacen Stand Up, en fin, mucho folleto. El peor de todos lo recibí esa misma mañana: Se llama “Londres bajo fuego”. ¿Sabrá Hollywood? Mejor (dicho) preguntado, ¿terminará de aceptar Hollywood que Rambo hay uno sólo? Es más, ¿de verdad sienten que el espíritu patriótico se demuestra chantándole al mundo la bandera en la cara a través de una película? Lo reconozco. Cada generación ha tenido su John Wayne, pero esto se terminó en los ’90, cuando las ideologías políticas no tuvieron otra opción que mutar o desaparecer. No me imagino un pibe de hoy yendo a ver éste estreno y salir conmovido por lo que acaba de ver. Ya no garpa el discurso por imposición. Ese que con tanta liviandad establece quién es bueno o malo, según la bandera que tiene colgando en la ventana de su casa. En la primera escena, una serie de flash nos indica que en Irán hay un tipo recontra impúdico que vende armas. Un individuo bastante buscado por el FBI y otras agencias amigas de la democracia. Los yanquis le bombardean el rancho decorado para un casamiento y el tipo, claro, se enoja bastante. Corte. Dos años después, Mike Banning (Gerard Butler) es el custodio del presidente (Aaron Eckhart) con todo lo que eso significa, fíjese que hasta salen a correr juntos. También está a punto de ser papá, así que habiendo cumplido con su deber de buen Boy Scout empieza a escribir su carta de renuncia. No va que se muere alguien importante en Inglaterra y el protocolo invita a los mandatarios más importantes al funeral. “Son nuestros aliados más fieles, tenemos que ir” dicen en la Casa Blanca. Mike dice, “bueh… hay poco tiempo para organizar la seguridad pero dale, vamos”. Es decir, en ocho minutos se rompe el verosímil en forma abrupta y sin anestesia. Después de tanta película y noticiero contando y mostrando toda la seguridad que gira en torno a un viaje como éste, que nos hagan creer que van igual ya parece joda. Sigue adelante “Londres bajo fuego”. No le importa nada de la inteligencia del espectador. Van todos a Londres ¿eh? El presidente de Francia, de Alemania, de Japón y hasta una parodia de Berlusconi tenemos en una terraza londinense abrazado a una modelo a quien le exclama “per la madonna qui sucheso”, pronunciado así de mal por el actor que nunca vuelve a aparecer en escena. Este Berlusconi es más vivo que el hambre debido a que al resto lo revientan a balazos porque, adivine quién sobrevivió a un corchazo del tamaño de la provincia de Misiones. Exacto. Aamin (Alon Aboutboul), el tipo de la fiesta que quiere venganza. ¿Cómo lo logra? Infiltrando a media fuerza policíaca y militar de Londres cuyos dirigentes nunca repararon, en dos años, la cantidad de musulmanes que se enlistaron en la fuerza. Créalo o retírese de la sala. Matan a todos. Menos al presidente de los Estados Unidos de América que tiene a Mike para que lo cuide. De ahí en más empieza un plagio de “Duro de matar” (1988), y otras varias del estilo, que al menos tenían el decoro de respetar el código del planteo narrativo. Se supone que a esta altura, los que quedan sentados en la butaca deben creer que cierran la ciudad y sólo quedan soldados que no hacen otra cosa que escupir balas a mansalva. El custodio, por supuesto, necesita sólo dos por cabeza para bajar muñecos mientras pone cara de “creo que olvidé comprar profilácticos”. Y ahí va él, arrastrando al presidente como si fuese una hamburguesa para salvarlo de la venganza, en uno de los peores catálogos de situaciones estúpidas que el cine recuerde. Eso sí, balas hay como diez toneladas, sonido envolvente también, musiquita emotiva-épica también. Los guionistas de éste folleto (porque éste libreto, con más palabras de las que caben en un volante entregado en mano no tiene), ponen a consideración de la platea un discurso espetado por el protagonista que dice más o menos así. “Ustedes no entienden ¿no? (agarrando del cuello al villano iraní), no se trata de un chabón o de una bandera. Pasarán mil años y nosotros (los yanquis) seguiremos aquí”. Por lo menos Hitler juntaba los Reich anteriores y se sumaba él en vez de proyectar (tanto) para adelante, pero que suenan parecidos, suenan parecidos. Un asquito que mete miedo. Tal vez me extendí demasiado para semejante engendro, pero este momento político internacional lo amerita porque esta película ES por el discurso que tiene. A Donald Trump le va a encantar. ¡Basta! ¡Me voy! Cantaba Luca Prodan. Si lo hubiese recordado a los quince minutos de empezada la proyección…
Bueno, ¿se acuerdan de Ataque a la Casa Blanca (no, esa no, la otra que era igual, sí, esa)? Mejor: acá están los mismos tipos, los mismos personajes pero en lugar de que los malos se carguen Washington, esta vez van a por Londres, con todos los líderes mundiales ahí presentes. ¿Vieron Duro de Matar? ¿Vieron Avión Presidencial? ¿Vieron la otra del ataque a la Casa Blanca (la que era más divertida, esa)? Bueno, un cacho de cada una. Trabaja Morgan Freeman, que parece reírse de todo. Revientan el Big Ben. Eso nomás.
Segunda parte para una película que quizás no suma demasiado a todo lo que vimos en cine de acción, pero que entretiene y creo que de eso se trata si sacamos un ticket. Gerard Butler y elenco sufren y sufren durante toda la película y uno piensa... ¿Cuánto más le puede pasar al personaje que interpreta Gerard? Y sí, de todo y más. El guión no es la luz, sobre todo por las situaciones planteadas, que pasan a ser un poco inverosímiles, pero si lo que querías ver eran explosiones, persecuciones, tiros, alguna que otra vuelta de guión (no validada para nada, más que nada forzada) y muuucho efecto especial, "Londres Bajo Fuego" tranquilamente puede ser tu opción para este fin de semana... Pero yo te avisé... Media media.
Mucha acción, poco cerebro A partir de los años '80, a través de personajes como John Rambo, su tocayo McClane (respectivamente los protagonistas de las recordadas “Rambo” y “Duro de matar”) y algunos más (Chuck Norris en “Desaparecido en acción”, Arnold Schwarzenegger en “Comando”, Steven Seagal en “Por encima de la ley”) se encumbró la figura del héroe solitario, todopoderoso y con escasos escrúpulos a la hora de defender a los “buenos” y destruir a los “malos”, categorías excluyentes entre las que se dividía su estrecho mundo. Muchos músculos, armas potentes y habilidades para pelear, pero casi nulo uso de la mente. Con matices, “Londres bajo fuego” emula la simplicidad y convencionalismos de las películas protagonizadas por estos “supermachos”: el argumento es apenas la débil excusa para encadenar las secuencia de tiroteo y persecuciones automovilísticas con las de explosiones, y éstas con las de golpes de puño. Este tipo de productos (cuya única justificación es incrementar las ventas de pochoclo) está atrasado un cuarto de siglo respecto de la evolución que conoció el género. Si John McTiernan lo redefinió en “Duro de matar” gracias a una lograda combinación entre el sentido del humor de Bruce Willis, la buena idea de situar la acción en el interior de un rascacielos y la incorporación de un villano antológico, el director de “Londres bajo fuego”, Babak Najafi, hace todo lo contrario: su trabajo es anticlimático, tosco, previsible y caricaturesco. Las cuatro o cinco vistas aéreas de la ciudad de Londres desierta tras el toque de queda que sigue a una serie de violentos ataques es lo más interesante de un film que (bajo su grandilocuente corteza exterior) provoca la sensación de que la misma historia ha sido contada muchas veces antes. Y de un modo mucho mejor. Fórmulas fallidas Retomar a los personajes de una película mediocre, pero al menos entretenida, como “Ataque a la Casa Blanca” (2013) parecía, de entrada, un despropósito. Pero los realizadores de “Londres bajo fuego”, probablemente alentados por el éxito de taquilla, eligieron reiterar actores y fórmulas conocidas. Ahora, al agente del Servicio Secreto Mike Banning (émulo menor y efímero de Jack Ryan y Jason Bourne) le toca todo un desafío: proteger al presidente de los Estados Unidos de un ataque terrorista de inéditas proporciones dirigido al corazón de la capital británica, en el momento en que los líderes de todo mundo han confluido allí para el velorio del primer ministro. Y de paso —si le sobran energías luego de liquidar a un centenar de terroristas, correr por todas partes y socorrer a su jefe-, salvar al planeta y llegar a tiempo para acompañar a su esposa, que está a punto de dar a luz. Muy competente en otros de sus papeles protagónicos (“Acorralados”, “RocknRolla”), Gerard Butler no posee el carisma que requiere el tipo de personajes que le corresponde en “Londres bajo fuego”. Y el guión, plano y plagado de frases frívolas y patrioteras, no colabora en absoluto. La presencia, como secundarios, de intérpretes de la jerarquía de Angela Bassett, Aaron Eckhart, Radha Mitchell, Melissa Leo y Robert Forster es injustificada. No valía la pena incluir a actores de tanta capacidad para desarrollar roles tan planos. Ni siquiera el oscarizado Morgan Freeman logra generar algo de consistencia para un producto que tambalea todo el tiempo. Por si no bastasen sus deméritos estrictamente cinematográficos, su posición política es incómoda: en un contexto en el cual el terrorismo es un drama complejo que preocupa al mundo, aquí se ensayan respuestas fáciles y tranquilizadoras que nada tienen que ver con la realidad. “Londres bajo fuego” apenas es capaz de garantizar la cuota de entretenimiento que promete en sus adelantos. Por lo demás, es pueril.
Es la secuela de “Ataque a la Casa Blanca” (2013). Los personajes principales son los mismos de su predecesora: Benjamin Asher, el presidente de EE.UU., Trumbull el vice, Lynne Jacobs, la jefa del Servicio Secreto presidencial y Mike Banning, el agente principal del grupo. Mike y su esposa Leah están esperando un hijo por lo cual él se debate entre seguir en su empleo actual o renunciar al mismo. Todo comienza con un acto terrorista en Filipinas cuyo responsable parece ser un tal Aamir Barkawi, un traficante de armas muy peligroso que podría encontrarse en Pakistán, pero el intento de acabar con él tendrá consecuencias nefastas para las grandes potencias de Occidente. La noticia del fallecimiento repentino del Primer Ministro Británico obliga al presidente Asher a viajar a Londres para el funeral junto a Mike y a Lynne, dejando a Trumbull en su lugar. Se supone que el evento sería el más protegido del mundo, con el jefe de Scotland Yard al mando creyendo tener todo bajo control, pero cuando Asher y otros mandatarios están llegando a la Catedral donde se llevará a cabo el sepelio algo terrible sucede: varias bombas son detonadas y se producen tiroteos en diferentes puntos importantes de la ciudad, incluyendo afuera de la Iglesia donde esta Asher y su grupo. Cinco lideres de otros países son asesinados al igual que muchos ciudadanos inocentes en medio de todo el caos. Los terroristas han infiltrado la policía y todas las fuerzas de seguridad con excepción del servicio secreto estadounidense. Mike, Lynne y el presidente Asher intentarán llegar al aeropuerto donde se encuentra el Fuerza Aérea Uno para regresar a EE.UU., pero de camino algo sucede y deberán huir para hallar un lugar seguro donde esconderse hasta que alguien pueda venir a rescatarlos si es que los terroristas no los encuentran primero. Mientras tanto en Washington Trumbull recibe una llamada alarmante por parte del responsable del atentado amenazando con destruir otras capitales mundiales si no le entregan al presidente Asher para poder asesinarlo frente a las cámaras de Tv y que el mundo sea testigo de la caída de su líder. Muy al estilo Jack Bauer (“24”) o John McClane (“Duro de Matar”), Mike Banning hará lo imposible para mantener a su jefe con vida y para acabar con los malos aún arriesgando su propia vida si es necesario. Se trata de un film de género, un buen thriller, ágil, con buen ritmo y mucha acción de la vieja escuela, y con un gran despliegue de efectos visuales, dando como resultado un producto entretenido y aunque podría resultar predecible de todos modos cumple con lo que se espera del mismo. El director es Babak Najafi, de origen iraní y esta es su tercera película. El guión fue escrito por Creighton Rothenberger, Katrin Benedikt, Christian Gudegast y Chad St. John, sobre una historia de Creighton Rothenberger y Katrin Benedikt, ambos guionistas del film anterior. Está protagonizada por Gerard Butler, Aaron Eckhart y Morgan Freeman, acompañados por Angela Bassett, Radha Mitchell, Colin Salmon, Melissa Leo, Jackie Earle Haley, Charlotte Riley, Alon Aboutboul, Waleed Zuaiter y Michael Wildman.
Duro de Matar 328 La secuela del filme de 2013 Ataque a la Casa Blanca llega con los mismos protagonistas y una nueva amenaza terrorista. Como 24 pero en hora y media Ya a esta altura de la historia, cada vez que se estrena un filme en el que un agente británico o estadounidense se enfrenta solo (o con aliados ocasionales) a cientos de terroristas que sólo quieren destruir el (primer) mundo, hay una única manera verlo: despojarse de toda ideología. Ocurre que, a pesar de ser parte de un género que ya está sobreexplotado, siempre surgen nuevos directores capaces de encontrarle una vuelta y captar la atención del espectador con tiroteos plagados de balas y explosiones y cámaras ubicadas en medio de la acción. Y siempre hay público para este tipo de películas como hay votantes para Trump, claro está. Y nunca mejor utilizado el título para ejemplificar el filme que esta semana captó nuestra atención el hecho de que sigue al pie de la letra los preceptos creados por Duro de Matar, esa genial película que casi casi creó el género del "ejército de un solo hombre" junto con Rambo y otros filmes de Stallone y Schwarzenegger en los ´80. En este caso nos enfrentamos a la secuela de Ataque a la Casa Blanca (Olympus Has Fallen, 2013), una película de Antoine Fuqua –quizá uno de las peores de su gran carrera- que salió casi pegado a uno idéntico de Roland Emmerich llamado El Ataque (White House Down, 2013), lo que ocasionó que ambos pasen sin pena ni gloria por las salas locales. Sin embargo, la taquilla mundial no le dio la espalda a esta película que terminó convirtiéndose en la más exitosa de la distribuidora Film District con sólo 160 millones recaudados, y lo demás llegó con el correr del tiempo. Lo cierto es que el agente Mike Banning (otra vez Gerard Butler) se verá envuelto en un ataque a gran escala en la capital británica en el cual no sólo será una víctima su protegido, el presidente de los EE.UU. Benjamin Asher (Aaron Eckhart) sino también los líderes del llamado primer mundo. Lo original es que en esta ocasión, y a pesar de que usan los mismos métodos del ISIS, los malos no son terroristas de alguna nación del medio oriente sino traficantes de armas que buscan vengar un bombardeo que sufrieron en una fiesta familiar en el que, al parecer, sólo murió una de los integrantes del clan. Sin embargo, estos tipos organizan lenta y premeditadamente una masacre que tiñe de sangre la ciudad y por eso Banning deberá llevarse lo más lejos posible a Asher con tal de que no se salgan con la suya al cien por cien. Lo que en un principio puede resultar en un "¡uh! ¡otra vez sopa (de terroristas)!" se puede traducir en un filme entretenido en el que los malos son malísimos y los "buenos" no responden a preguntas incómodas y liquidan a todos cuantos se interponen entre ellos y la puerta de salida de Londres sin justificarse en lo más mínimo. Eso sí, la cámara del director sueco-iraní Babak Najafi (hasta en esto se cubrieron los productores, "la dirige un iraní") se mueve impecablemente y en ocasiones da la impresión de que esta secuela es superior a la original aunque la originalidad esté en rojo fiscal. Entre tiroteos varios, hay momentos en los que parece que Najafi se pudiera colgar de las paredes como el Hombre Araña para sacar unas escenas cargadísimas de adrenalina y suspenso. Por eso, y a riesgo de repetición, Londres Bajo Fuego se puede ver quitándose de la mente el tema de Estados Unidos y el terrorismo, retrotrayéndose a las viejas películas como Fuerza Delta de Chuck Norris aunque con los efectos y el presupuesto de la actualidad.
Otra típica patriada yanqui por el mundo Secuela de "Ataque a la Casa Blanca", "Londres bajo fuego" traslada al héroe imbatible a una misión similar. Un parafraseo al popular "más tonto que alemán de película" se podría acuñar con cada nueva producción de hiperacción estadounidense, ajustando el gentilicio según el enemigo y/o escenario del mundo a visitar por los siempre infalibles muchachos del norte. Para el caso de Londres fajo fuego, habría que utilizar el adjetivo "inglés", no porque sea éste el adversario de turno, sino porque tratándose de una de las grandes potencias del mundo, Gran Bretaña parece incapaz de reaccionar en esta historia a un ataque masivo que termina con cinco primeros mandatarios y varios de los edificios emblemáticos de su capital en pocos minutos. Eso sí, cuando el presidente de los Estados Unidos (Aaron Eckhart) acude al mismo escenario para el funeral del Primer Ministro británico y su integridad y buen nombre peligran, la revancha --de iraníes y paquistaníes, aunque no importa demasiado-- está asegurada. Porque allí estarán el guardaespaldas más valiente de la Tierra (Gerard Butler) en comunicación a distancia con el vicepresidente más perspicaz y parecido al mismísimo Dios (Morgan Freeman), actuando en la tierra del MI6 como en el living de casa. Londres bajo fuego es continuación de Ataque a la Casa Blanca (2013) y no varía demasiado en la temática ni parece buscarlo. Así, el único resultado posible y comprobable, es brindar una hora y media de pseudo-entretenimiento en base a explosiones y corridas demenciales. La verosimilitud de la historia ni se plantea. Tampoco el hartazgo que produce otra típica patriada yankee por el mundo, porque "a aquellos que amenacen la libertad, los Estados Unidos le responderán", valga la pancarta.
Luego del inesperado éxito de la primer parte, Ataque a la Casa Blanca (Olympus Has Fallen), esta continuación tiene como nueva locación a Inglaterra y recibe el título de Londres Bajo Fuego (London Has Fallen). Otra vez con Gerard Butler, Morgan Freeman, Aaron Eckhart, Angela Bassett, con las nuevas adiciones de Charlotte Riley, Jackie Earle Haley y Colin Salmon. Londres Bajo Fuego tuvo un comienzo de producción difícil, ya que el director original, Antoine Fuqua, se retiró del proyecto. Luego el realizador Fredrik Bond lo reemplazó, pero a último momento también se dio de baja, y a sólo seis semanas de empezar a filmar. El último de la fila fue Babak Najafi, que tuvo que comenzar a grabar sin Butler, ya que estaba en rodaje en otro proyecto. Londres Bajo Fuego, en resumen, se filmó en poco tiempo, con menos presupuesto que su antecesora, un director ignoto y múltiples problemas de producción. Y se nota. Estamos ante una secuela visualmente inferior a la original, lo cual resulta extraño teniendo en cuenta que la locación es una de las capitales más reconocidas del mundo y esto hubiese permitido, cuando menos, ampliar el concepto. El largometraje tiene menos secuencias visualmente espectaculares (exceptuando un ataque nocturno hecho en un plano secuencia muy interesante) que su antecesor y utiliza un estilo fotográfico poco distintivo que dificulta el visionado de la película. Por otro lado, el uso extremo de violencia y de la falta de corrección política hacen de Londres Bajo Fuego un film distintivo en el panorama actual de películas de acción cuasi infantiles y plagadas de superhéroes. Otra cualidad a destacar es la reducida duración, unos meros 99 minutos, lo cual es extremadamente inusual en el cine de hoy en día. Londres Bajo Fuego es un producto mediocre (más de lo usual para el género), en parte debido a un guión rutinario y el flaco favor por parte del estudio al no darle un presupuesto más abultado, para así convertir a un modesto film de acción en uno con una apariencia más propia de un blockbuster. A su favor, como mencionamos anteriormente, la película resulta ser un entretenimiento violento, con un tono casi ofensivo para los que rinden culto a la corrección política, y con una duración escueta, lo cual hace recordar a los trabajos de acción de los '80s y '90s.