CRIMEN Y EXPLICACION
No hace mucho el mainstream nacional descubrió que la literatura policial podía ser un reservorio de historias desde donde alimentar el cine de género criollo, especialmente con novelas que lograron alguna repercusión en el mercado editorial. Claro que el fenómeno estaba asociado, hasta el momento, a las adaptaciones de las novelas de Claudia Piñeiro (Las viudas de los jueves, Betibú) y hacía falta otra pluma que tuviera la capacidad de producir algún tipo de evento similar: sin dudas que Los padecientes, la exitosa novela de Gabriel Rolón, tenía todos los componentes ideales para ser trasladada al cine, empezando por su público cautivo. Pero en un juego de cajas chinas marketineras, la película de Nicolás Tuozzo tenía otro truquito bajo la manga: la pareja de Benjamín Vicuña y Eugenia Suárez, para seguir estirando el éxito del morbo amarillo que ambos alimentan desde El hilo rojo. Hasta el momento no hemos dicho nada de cine, y es que precisamente la película es nada más que -y está pensada como- un objeto puramente de consumo. Un producto flaco, flojísimo, escasamente gratificante, pero puesto en la vidriera para ser devorado por el apetito de moda.
Los padecientes se pretende un film de misterio, pero es poco el suspenso. Es de esas películas en las que las situaciones de tensión están construidas desde voces en off que nos explican cosas que pasaron hace un rato, y los flashbacks ilustran sin mayor gracia. Nada, o muy poco del relato, genera la tensión necesaria. Hay sí, una escena, que más allá de recursos gastados (una nena atormentada mientras juega a las escondidas) permite vislumbrar las posibilidades de la historia si se hubiera aceptado al texto como una base y no como un límite. Tampoco el film logra el verosímil adecuado para hacernos creer la investigación que lleva adelante el protagonista, o siquiera la velocidad y el nivel de obsesión con el que se involucra en un asunto que evidentemente lo supera: la hija de un tipo de guita se presenta ante un psicólogo exitoso (al menos tiene reputación, por lo que se dice) para pedirle que haga las pericias necesarias y declare a su hermano como inimputable en la causa que investiga la muerte del padre. El psicólogo, entonces, se embarca en el asunto seguro de que el acusado no sólo no es inimputable, sino que ni siquiera es el asesino. ¿Qué pasa? ¿Cuál es el entramado familiar? ¿Qué esconden? Esos son los detalles que Pablo Rouviot -el psicólogo en cuestión- investiga, con la claridad de un Robert Langdon de la psicología: es que todo le resulta tan fácil de decodificar que termina dando un poco de pereza.
La sobreexplicación es un mal del cine contemporáneo, no sólo el argentino. Y en Los padecientes así como el suspenso se explica, también se nos explican aquellos detalles del argumento que las imágenes no saben cómo poner en escena, lo que incluye algunas chácharas banales sobre psicología, psiquiatría y demás rubros que Rolón conoce (en ocasiones se adivinan pases de factura del escritor y guionista para sus colegas) y el guión pone en boca de los personajes de modo didáctico y para que se (sobre)entienda. Por ejemplo, toda una larga perorata que el personaje de Pablo Rago tiene acerca de los medicamentos que toma el supuesto victimario sólo se salva por la solvencia del actor para contarnos algo que parece la lectura de un prospecto farmacológico. La torpeza es regla en este thriller, lo que incluye a las actuaciones (exceptuando al mencionado Rago con una suerte de comic relief y a Angela Torres como la niña atormentada) que se la pasan tirando líneas de diálogo que se creen astutas y no pueden más que evidenciar constantemente la herencia de la letra escrita: en serio, ¿alguien tira en una charla cotidiana el término “superchería”? Los padecientes es ese tipo de películas que se mueren en el respeto supremo a la fuente original.
Hay también una creencia acerca de que sólo importan los temas. Y Los padecientes tira temas importantes a ritmo de corredor olímpico: que los entretelones de la psicología y la psiquiatría, que las teorías psicológicas, que los padres abusadores y la violencia doméstica, que los sectores de poder vinculados con la prostitución, que la búsqueda de justicia y verdad, que los hijos marcados por pasados tortuosos…. Y todo esto, que puede ser interesante en letra escrita, no importa si no hay una narración que lo sostenga con virtud. E incluso podemos ver aquí cómo la historia bordea una mirada sobre los sectores de poder y sus perversiones, para quedarse en la orilla y contentarse con los giros y las vueltas de tuerca sobre quién mató a quién. Sólo para el anecdotario, decir que no deja de ser atractivo (si sumamos a la reciente Nieve negra) cómo el mainstream nacional comienza a tener una mirada bastante retorcida sobre la familia, otrora bastión del cine clasemediero. Nada más que eso, un gesto, un aire de su tiempo, que Los padecientes asimila inconscientemente. Por suerte es inconsciente, si no se hubieran puesto a explicarlo hasta el hartazgo.