La fábula del ascenso social El encanto detrás de una película como Madame (2017) no recae en su originalidad o en su destreza particular para destacarse dentro de su enclave, sino más bien en el desempeño de los intérpretes de turno y en el sustrato inoxidable de la obra que le da sentido y -de hecho- constituye su razón de ser, nada menos que La Cenicienta, cuento de hadas antiquísimo cuyas versiones más conocidas son la del francés Charles Perrault y la de los hermanos alemanes Jacob y Wilhelm Grimm. El film utiliza los recursos de la comedia de situaciones y la sátira social para analizar tanto las bondades como las miserias de los seres humanos, en especial la tendencia de las clases alta y media a tratar como esclavos y en general despersonalizar a todos a su alrededor y la propensión de los estratos bajos a acatar órdenes sin una verdadera perspectiva crítica de por medio, conformándose con las migajas que vienen de arriba como si el mundo de las asimetrías del capitalismo fuese el único posible. La historia se centra en un matrimonio norteamericano narcisista y soberbio compuesto por Anne (Toni Collette) y Bob Fredericks (Harvey Keitel), quienes están alquilando un caserón en París y un buen día se les ocurre organizar una cena para agasajar a doce amigos pretenciosos del ámbito internacional. Como de repente se aparece Steven (Tom Hughes), el hijo de Bob, para sumarse a la velada, una supersticiosa Anne decide evitar el número trece e invitar -más bien, obligar- a una de las sirvientas/ empleadas domésticas, María (Rossy de Palma), a que los acompañe en la mesa. A pesar de su oposición a la patraña, a María no le queda otra opción que aceptar interpretar el rol de una “amiga española” de Anne. La pantomima se complica aún más cuando Steven le dice jocosamente a uno de los invitados, el dealer de arte David Morgan (Michael Smiley), que María en realidad es una condesa prima de Juan Carlos I de España, lo que dispara un flirteo inmediato entre ambos. Por supuesto que todo el asunto a su vez deriva en una relación post cena, para angustia y escándalo de una Anne que se siente traicionada por su criada: confusión verbal mediante, María cree que David conoce su trabajo real y que la acepta por lo que es y no por lo que hace, David avanza creyendo que efectivamente está saliendo con una representante de la monarquía y finalmente Bob y Anne por el momento no le dicen nada al hombre porque el primero está en plena tratativa para vender un cuadro de Caravaggio, una antigua posesión familiar que está siendo autenticada por David (Bob necesita desesperadamente el dinero de la pintura ya que tiene encima una ejecución hipotecaria de la que su esposa no sabe nada, encerrada en un estilo de vida de la alta burguesía que en cualquier instante puede caerse a pedazos). Aquí la sutil fábula del ascenso social se mezcla con el romance, los engaños y la frontera difusa entre el sentimiento verdadero y la falsedad/ el ardid por mera conveniencia. La realizadora y guionista Amanda Sthers termina demostrando ser mejor directora de actores que constructora de diálogos, ya que el trabajo del elenco es parejo y muy bueno (todos se mueven en un registro cercano a la farsa sobreactuada pero a la vez sensible y con los pies sobre la tierra) y el guión en general no aporta nada novedoso a un formato tan explotado como el presente (de todas formas, se remarca con inteligencia la hipocresía de los burgueses enfatizando que la relación de Bob y Anne se ubica en un punto muerto y que ambos están detrás de amantes que los saquen de la monotonía, para colmo el caso de Anne es aún peor porque la mujer ni siquiera sabe lo que es el amor y osa opinar acerca de la vida privada de María). Ahora bien, la fuerza matriz de la propuesta es sin duda la prodigiosa De Palma, una ex “chica Almodóvar” que se come la película componiendo a una protagonista sincera que es tironeada desde todos lados y víctima de un sainete que ella no originó, a lo que se suma que Steven, el otro responsable del embuste, es un escritor berreta que sólo reproduce lo que ve a su alrededor y en vez de subsanar o corregir la mentira la termina transformando en una novela. Mención aparte merece el desenlace, toda una sorpresa para el tono de melodrama rosa sarcástico del film, logrando un final anticlimático que resulta una verdadera anomalía dentro del rubro en cuestión porque unifica la realidad con la toma de conciencia por parte de María, evitando de paso el remate edulcorado/ naif de siempre…
Madame (2017) plantea un contraste: cómo enfrenta la edad y el amor una mujer de alta sociedad y cómo lo hace una más humilde. Sin evitar trampas de la villanía dignas de una telenovela mexicana, queda abierta la pregunta de si el humor no es la mejor alternativa para atender estas cuestiones. De manera apresurada, y con el fin de evitar la mala suerte, Anne (Toni Collette) decide incluir a María (Rossy de Palma) en una cena especial, lo cual le traerá inconvenientes con algunos de los invitados. A la par, su esposo Bob (Harvey Keitel) lucha con los problemas económicos de la familia vendiendo una pintura renacentista de autenticidad dudosa. La gran fortaleza de Madame es confiar en Rossy de Palma para buena parte del humor. Su sola presencia en la cena hace muy entretenida la interacción entre todos los participantes. Más que ponernos nerviosos, nos reímos con sus ocurrencias -el extenso chiste sobre los órganos sexuales femeninos y masculinos, por ejemplo. Si bien su acento español, su fisonomía y sus ojos grandes hacen de ella una mujer excéntrica, la actriz sabe brindarle humildad, picardía y franqueza a un personaje que, por lo demás, no reviste mayor atractivo. Su silencio final frente a Anne implica que su importancia como mujer queda muy por debajo del rol de la dueña de casa. Al intentar retratar una lucha de intereses amorosos entre las mujeres de la historia, la película flaquea. El personaje de Toni Collette se termina convirtiendo en una de esas villanas acartonadas que humilla a la servidumbre. Mientras, intenta convencerse de que ella es mucho más hermosa que quien se encarga del mantenimiento de la casa. Esto obliga a Toni a dar una actuación limitada por la mezquindad y la hipocresía. Resulta fascinante la elección de dos actrices con fisonomías tan poco comunes para encarar los parámetros de belleza cuando la edad avanza en la clase alta, pero el guión no ofrece más que elementos convencionales para resolver la situación. Como prueba de esta pobreza tenemos a Steven (Tom Hughes), el hijo de Bob, presentado como un escritor atrasado en sus entregas que aprovecha las circunstancias de la cena como fuente creativa. Es un personaje secundario, pero en él se notan los lugares comunes del hijo vago y taimado, e incluso del escritor que pareciera estar inventando de a ratos la historia que vemos, o al menos impulsándola. En medio de todo esto hay un plano fundamental que casi se pierde en los conflictos de la trama. Una mañana, Anne está sentada en la mesada de la cocina, esperando que María baje de su habitación. En la pared hay una gran ventana que empequeñece la presencia de Anne. Esta sencilla imagen resume lo que pudo haber sido la película: un estudio de cómo las nimiedades entrampan a la dueña de la casa en sus caprichos, mientras que la mujer encargada de la limpieza disfruta alegremente de un amorío. En cambio, el film se limita a ilustrar una lucha de intereses: por liberarse unos, por seguir engañándose otros. Madame forma parte del Festival de Cine Francés que se está proyectando en las salas Cinemark desde el 5 de abril y hasta este miércoles 11. Posteriormente será estrenada en más salas del país.
Una adinerada pareja norteamericana (Toni Collete y Harvey Keitel) que reside en París organiza una cena de 12 personas para establecer lazos con la alta sociedad. Todo se complica cuando aparece el hijo escritor de una relación pasada de Bob (Keitel), por simple superstición y para evitar los 13 platos en la mesa, es llamada la mucama María (Rossy De Palma) para ocupar el lugar n° 14. Madame se presenta como una comedia dramática de enredos que desnuda las falencias humanas y con conciencia de clase. María no es más que una sirvienta, María no puede soñar, María no puede volar. El film coquetea con la idea del desprecio con la misma cadencia que muestra las bellas calles de París. María se enamora -una Rossy de Palma magistralmente teatral- de un mercante inglés que conoce en la cena y surge el conflicto cuando su empleadora no permite el desarrollo de ese amor. Suena a film sencillo, y lo sería de no ser por las justas dosis de humor que se permite. Madame es dirigida por Amanda Sthers, una novelista francesa con varios títulos literarios en su haber, esta película está basada en una historia escrita por ella misma. Es su segunda incursión en el cine y sale bien parada porque si bien no ha tomado grandes riesgos cinematográficos la película es fiel a su prosa. A pesar de ser atacada por su desenlace (que no dejará indiferente a nadie porque Madame es de esos films que puede cambiar tu perspectiva sobre ella con la estocada final), es llevadera y vale la pena verla por la actuación de una notable “chica Almodovar”, por su puesta en escena y porque soñar no cuesta nada, la mayoría de las veces.
Anne y Bob son un matrimonio de americanos que se instalaron en París. Como celebración, decidieron llevar a cabo una cena con miembros de la alta sociedad americana, parisina y londinense. Pero con la aparición del hijo de Bob, y el hecho de tener trece invitados (un número no muy querido por la anfitriona), Anne quiere añadir un cubierto más. Es así como la víctima será María, una de sus empleadas domésticas, quien deberá componer a una española rica. En vez de pasar desapercibida como le ordenaron, un marchante de arte inglés se encariña con ella y Anne buscará todas las maneras posibles por interponerse en su camino. Así comienza “Madame”, una película protagonizada por Rossy de Palma, Toni Collette y Harvey Kittel, cuya primera parte es ingeniosa pero que se va desinflando a medida que pasan los minutos. Si bien nos encontramos con una trama inspirada en “La Cenicienta”, algo bastante visto en el cine, la directora y guionista se la rebuscó para traernos una historia fresca y cómica, donde una criada debe hacerse pasar por una mujer rica y poderosa para ayudar a su madame. Sin dudas que el fuerte del relato recae en la gracia de Rossy de Palma (ex chica Almodóvar, que participó en films como “Mujeres al borde de un ataque de nervios” o “La flor de mi secreto”), quien compone a una María que, a pesar de las órdenes, tiene aspiraciones y deseos que son más fuertes de lo impuesto. Acompañan de una muy buena manera Collette y Kittel, destacándose sobre todo la actriz que logra ofrecer un personaje malvado, envidioso y seco. Es muy atractiva la química que se da en el enfrentamiento entre las dos mujeres como si de un duelo actoral se tratara. Sin embargo, a medida que se desarrolla el argumento, se va diluyendo un poco el interés del público, que no encuentra giros muy pronunciados. Sabemos que la mentira de que María no es una mujer rica, sino una impostora, en algún momento debe explotar, pero cuando lo hace no se le da la importancia que merece ni genera ningún tipo de escándalo. Incluso el final no es lo que el público espera, pero no de una manera positivamente sorpresiva, sino que deja un gusto amargo; es una conclusión un poco sosa, brusca y arcaica. Tal vez sea original, ya que las comedias generalmente no terminan de esa forma, pero no se siente armónico con respecto a lo que se venía viendo. Además del argumento central, existen una serie de subtramas, como las historias de amor paralelas y fueras del matrimonio, la carrera frustrada del hijo de Bob, la aparente crisis económica de la familia), pero no tienen mucho peso por sí mismas. Intentan darle un mayor desarrollo a los personajes, pero no se consigue, sino que todo el eje está puesto en María y su relación con David, como también los intentos de Anne por separar a los recientes tórtolos. En cuanto a los aspectos técnicos, se destaca la fotografía con colores vívidos y una buena ambientación de París. La banda sonora acompaña de una manera amena y divertida. En síntesis, “Madame” nos propone una crítica a las clases altas, a la servidumbre y a la superficialidad, a partir de una historia fresca y divertida. Con su punto alto puesto en la composición de sus actrices, el film va decayendo con el correr del relato, generándonos una sensación de que no consiguieron un final apropiado para la trama. Una idea interesante que se queda a mitad de camino.
El verdadero cuento de cenicienta. La directora francesa Amanda Sthers se pone áspera y cruel en Madame, una descripción lapidaria de la clase europea. El comentario lascivo y detractor se vuelve fabula en la reformulación de la moralina de Charles Perrault “La cenicienta”, pero con una heroína española, Rosy de Palma, quien interpreta a la mucama de la casa de los Fredericks. La familia de USA pero radicada en las aristocracia francesa, le proponen a María (De Palma) la ama de llaves de la casa hacerse pasar por un comensal, todo por evitar el número 13 en la mesa. Anna Frederich (genial Toni Colette) es una ricachona malísima que al principio es una especie de hada madrina, pero con el transcurso del relato se convierte en la bruja malvada. La “señora” de la casa, viste, maquilla y transforma en una princesa a Maria quien espontánea y graciosa – Rosy de Palma es inmensa- logra en la cena capturar la atención de un curador de arte inglés, Michael Smiley (David Morgan). La comedia de enredos deviene en una película romántica en donde el sueño del “príncipe azul”, tal el guiño del cuento tradicional, va tomando forma y se convierte en el principal gancho de la película. Sthers, recorre los barrios elegantes de la ciudad de París, nos pega un viaje por las callesitas de las “rue” usando paneos y travellings eternos. Rosy de Palma se pasea en un Lamborghini con ese caballero inglés y buen mozo que la corteja pensando que ella es una condesa española, no una mucama y esto es interesante porque la directora, que tiene las mejores intenciones, muestra el vacío de la gente de “plata” y los prejuicios para con las clase trabajadora. La comedia romántica, comienza a inquietar e incomodar y a sentirse amarga. Madame despliega todo el potencial de dos actrices magistrales De Palma y Colette quienes se sacan chispas en con sus lenguas viperina. El “Había una vez” contado con energía tiene un final que refuerza del deseo de la directora por salirse de la fantasía de Cenicienta.
No sos vos, somos todos Harvey Keitel, Toni Collette y Rossy de Palma despuntan en Madame (2017), salada y dulce comedia que aborda el tema de la superficialidad con una humorada capaz de hacer reír o llorar con la misma facilidad. La chica Almodóvar lo hizo otra vez, se gana al espectador a través de un cariñoso personaje no convencional. Interpreta a María, la sirvienta de una acaudalada pareja interpretada por Harvey Keitel y Toni Collette. Por puro sentido cabulero y debido a la intromisión de su hijastro, la mujer de la casa decide espantar el numero trece y agregar un cubierto más a la mesa donde se producirá una burgués reunión. Quien ocupa el inesperado lugar catorce es María, de la cual nadie sabrá su verdadera identidad. Al mismo tiempo, caerá como café cortado en el adinerado grupo. El punto disruptivo del guion se nos presenta cuando alguien se enamora de ella. Ahora entonces descubriremos que cada uno en esta triple delantera de lujo protagónica, esconde algo en su vida. Un medico y una traductora francesa son el escondite de la señora y el señor de la mansión. Los inentendibles celos de Anne (Collette) hacia su criada y el desinterés de Bob (Keitel) por su matrimonio, son el combustible de María para continuar adelante con la inesperada relación, que, tanto en el interior del espectador como en el de ella, sabremos que una palabra extra hará tambalear el castillo de naipes creado accidentalmente por la millonaria mujer. En esta película dirigida por Amanda Sthers, todos se tomarán casi como un juego, algo lúdico, el aparentar ser alguien. Lo que le quedará al espectador como subtexto-entrelineas será esa sensación de que lo superfluo no es algo que se pueda manipular, y, aunque pueda tener encanto por un rato (como el momento donde vemos a la criada y su amante cenando en un lujoso restaurant mientras es vigilada por el matrimonio desde un auto y comiendo hamburguesas) al final, termina haciendo daño.
El discreto encanto de la burguesía. Las cenas suelen ser bastante agradables en la vida real. Pero en las películas tienden a no ir muy bien, como lo demuestran las desastrosas reuniones presentadas en las recientes aunque aún inèdites entre nosotros Beatriz at Dinner (Miguel Arteta, 2017) y The Party (Sally Potter, 2017). Por desgracia el nivel de dramatismo acaecido en la velada de lujo representado en la nueva comedia dirigida por Amanda Sthers no es muy estimable, lo que es una lástima ya que la trabajosa Madamme no sube al nivel de sofisticada sátira social a la que aspira. Amanda Sthers, es una novelista, dramaturga, guionista y cineasta francesa que ha alcanzado el reconocimiento internacional gracias a la publicación de diez novelas traducidas en más de catorce países. Entre otros reconocimientos, Sthers recibió el título de "Chevalier des Arts et des Lettres" por parte del gobierno francés. Su primera obra, "Le Vieux Juif blonde", se estudia hoy en la Universidad de Harvard, mientras que su debut en el terreno del largometraje tuvo lugar en 2001 con la película "Je vais te manquer" en la que tuvo como actores a Carole Bouquet, Michael Lonsdale y Mélanie Thierry y en donde también ejerció labores de guionista. Las estrellas de su último trabajo que ahora llega a las carteleras argentinas son Toni Collette y Harvey Keitel, grandes intérpretes de experiencia contrastada que aquí sin embargo palidecen ante dos auténticos robaescenas como son Michael Smiley y particularmente Rossy de Palma. Esta última, fija en muchas de las películas de Pedro Almodóvar. Situada en París (lo que ofrece la oportunidad de mostrar muchos lugares pintorescos), la historia nos presenta a la rica pareja de casados Bob (Keitel) y Ana (Collette), quienes recientemente se mudaron a una hermosa y nueva casa solariega. Desafortunadamente, la pareja no es tan rica como parece y quieren aparentar ante los demás, ya que Bob ha pasado por tiempos difíciles. El plan de Anne de organizar una cena lujosa para sus amigos de lujo se ve alterada por la llegada inesperada del hijo de Bob, Steven (Tom Hughes), un novelista que sufre el temido bloqueo del escritor. Horrorizada ante la idea de que todo irá mal durante la velada debido a la superstición de sentar a 13 personas a cenar, Anne le ordena a su criada Maria (De Palma) que se ponga un vestido prestado y finja ser una noble española. El subterfugio funciona mejor de lo esperado, con María, superando su timidez inicial, convirtiéndose en el alma de la fiesta. Ella impresiona al hombre sentado a su lado, David (Smiley), un comerciante de arte británico que encuentra su calidez natural y su efervescencia embriagadora. Toni observa su coqueteo con creciente horror y se vuelve aún más trastornado cuando David y María se involucran sentimentalmente. Sin embargo, sí la inspira para tratar de condimentar su propio matrimonio sexualmente hambriento vistiéndose con un atuendo sexy de sirvienta e intentando seducir a su marido. Al principio, la premisa de volvernos a explicar el cuento de Cenicienta desde una óptica picarona resulta atractiva, pero la directora y coguionista Sthers no puede desarrollarla de manera suficientemente divertida o provocativa. El esnobismo social de Anne hace que sus intentos de sabotear la felicidad de María sean más desagradables que divertidos, con el resultado de que no podemos llegar a sentir ninguna simpatía por su propia infelicidad. El personaje de Keitel no acaba de registrar entidad propia, resultando un cúmulo de actitudes clichés vistes en mil y una películas, e incluso los nuevos amantes enamorados no logran mantener nuestro interés durante el desarrollo de su reciente relación. Nada de esto importaría tanto si la escritura fuera más nítida, pero las líneas como "la aspiradora es la nueva Pilates" no son precisamente Oscar Wilde. Al igual que la forma en que su personaje anima la cena, De Palma infunde un ánimo y una alegria de la que carecen el resto de las caracterizaciones. La escultural actriz española tiene una presencia en pantalla tan impresionante que no es de extrañar que Almodóvar la haya convertido en una de sus musas. Su estilo cómico y su sensualidad inusual se muestran de tal manera aquí que el atractivo de María para el británico de baja estatura parece perfectamente natural. Smiley es igual de atrapante, transmitiendo de forma infecciosa el nuevo placer de su personaje. Si solo la película hubiera girado alrededor de ellos, seguro que la cosa hubiera ido mucho mejor.
Anne, la gran Toni Collette es la Madame del título y Bob Fredericks (Harvey Keitel) es su marido. Ellos son un matrimonio de americanos burgueses que acaba de instalarse en París y han decidido realizar una cena donde invitarán a miembros de la alta sociedad americana, londinense y parisina. A último momento el hijo del primer matrimonio de su marido, Steven (Tom Hughes) llega de improviso haciendo que la cena tenga trece cubiertos. Por superstición, Anne decide añadir otro cubierto y le pide a su empleada doméstica María (Rossy De Palma) que se haga pasar por una rica española, amiga de la familia y que no hable, o que lo haga lo menos posible. Pero, el exceso de vino y estar en un ambiente que no es el suyo hacen que María entable conversación y algo ,más con un especialista de arte. María hace todo lo posible por no sentarse a la mesa pero Madame es muy insistente. Finalmente, todas las miradas recaerán en María quien se convertirá en el centro de la cena y en el objeto de deseo de David Morgan (Michael Smiley). María se enamora y cree que ella sabe quién es realmente. David también está cautivado pero no sabe la verdad. Las cosas se irán complicando como en toda comedia de enredos donde nada más conviene ser develado. Sólo que es la típica película donde se remarca la diferencia de clases, la burguesa que se aprovecha de la trabajadora, al dirigirse a María y al resto del personal con desdén, sin tener en cuenta que son personas y no objetos para manejar a su antojo. Lo Peor: Algunos cabos sueltos. Lo Mejor: rescato la fotografía de Régis Blondeau y las actuaciones de T. Collette como la fría Madame y a Rossy De Palma quien se lleva los laureles primero como una tímida empleada para luego sentirse una mujer deseada y victoriosa. ---> https://www.youtube.com/watch?v=Z9DIBaYBh_g ---> TITULO: Madame ACTORES: Toni Collette, Rossy de Palma, Harvey Keitel, Michael Smiley DIRECCION Y GUION: Amanda Sthers. FOTOGRAFIA: Régis Blondeau. MúSICA: Matthieu Gonet. GENERO: Drama , Comedia. ORIGEN: Francia. DURACION: 91 Minutos CALIFICACION: Apta para todo público. DISTRIBUIDORA: Energía entusiasta FORMATOS: 2D. ESTRENO: 19 de Abril de 2018
Una buena porción del cine europeo que llega a la cartelera comercial argentina se compone de comedias que tienen como tema en común las miserias y contradicciones de la clase alta. En este contexto se inscribe esta nueva relectura de la historia de Cenicienta que propone la francesa –aunque con elenco enteramente angloparlante– Madame. Anne (Toni Collette) y Bob (Harvey Keitel) son un matrimonio norteamericano multimillonario que, residiendo en París, decide organizar una cena para agasajar a sus amigos. La llegada sin aviso del hijo de Bob altera los planes de una supersticiosa Anne, quien para evitar el número trece obliga a una de sus mucamas a participar de la velada. María (la almodovariana Rossy de Palma), entonces, se hace pasar por una acaudalada amiga española del matrimonio y, sin proponérselo, termina enamorando perdidamente a uno de los invitados que desconoce su verdadero rol en el hogareño, desatando así los celos de Anne. Lo que sigue es una apuesta por la farsa, la caricatura (todos los actores están varios registros arriba del naturalismo) y los consabidos apuntes sobre la diferencias de clase a través del contraste entre María y Anne, con una volviéndose una presencia fantasmagórica para la otra. El resultado es un film que funciona mejor como una comedia de enredos lúdica antes que en su vertiente más romántica y social.
Típica comedia de enredos, pero que no por conocida no puede sacar sonrisas y alguna risita, Madame hace pie en las confusiones. El eje es precisamente cómo la mentira tiene repercusiones en unos y en otros personajes. La base: una pareja de estadounidenses algo snobs y semidecadentes alquilan un caserón en París. Y Anne (Toni Collette) decide realizar una cena para reunir amigos e invitan algunos extranjeros. Son doce a la mesa, hasta que se autoinvita Steven, hijo de su marido Bob (Harvey Keitel) de un matrimonio anterior. Y ante el escozor que le provoca que sean 13 sentados a la mesa, le pide a una de sus mucamas, María (Rossy de Palma) que se haga pasar por una amiga española. Por supuesto que las recomendaciones de Anne a María –que no hable, que no beba, que pase desapercibida- no se cumplen ni por asomo, y como Steven le dice a otro invitado, David, un dealer de obras de arte, que María es una condesa, éste empieza a acercarse y termina enamorándose. El engaño en una pareja (los affaires de Anne y Bob) es una cosa, muy distinta al que realiza María. La confusión generalizada es que María cree que David –que está por autenticar si el Caravaggio que tienen colgado en una pared es obra del artista o es una falsificación- sabe cuál es su trabajo, y que él la ama igual. Mejor directora de actores que dialoguista, la guionista y realizadora parisina Amanda Sthers deja que descansen en los hombros de sus intérpretes el peso de la película. Y lo bien que hace. Es cierto que la australiana de Sexto sentido y la musa de Almodóvar están un escalón arriba que Keitel y el resto. Hay un duelo interpretativo que va más allá de la diferencia de clase social, la burguesa y la mucama. Sin ser una comedia para destornillarse de la risa, Madame es un relato ameno, entretenido, que permite pasar una hora y media entre sonrisas.
La clásica historia de Cenicienta está reformulada en esta simpática comedia de la directora Amanda Sthers, que formó parte del reciente Festival de Cine Francés, y encuentra ahora su estreno comercial. La idea de cruzar a personajes de diferentes clases sociales es el puntapié para ir desnudando los deseos postergados y las ansias de cambio de la empleada doméstica María -Rossy De Palma, rostro vinculado al cine de Pedro Almodóvar- que trabaja para Anne -Toni Collette- y Bob -Harvey Keitel-, un matrimonio norteamericano que acaba de instalarse en París y celebra una cena en la que se reúnen miembros de la alta sociedad, entre ellos, el hijo escritor de Bob. Como se suma un invitado -y para evitar la "mala suerte" que arrastran los trece comensales sentados a la mesa- María deberá ocupar un lugar por orden de su patrona y se hará pasar por una rica española en una noche que traerá complicaciones. Madame encuentra gracia y se permite apuntes sobre la sociedad, fusionando el típico cuento de hadas con la comedia romántica sin ser una genialidad pero con escenas divertidas que funcionan en una trama en la que quedan expuestos los resortes del poder y la emancipación de las mujeres. Y si la película se despega del simple esquema del culebrón que muestra una historia de amor poco probable entre ricos y pobres, es gracias a Rossy De Palma, una actriz de rostro particular que enciende el corazón en los momentos adecuados y hace de su verborrágico y ocurrente personaje a una mujer sufrida y querible, en medio de supersticiones y gags que se suceden ante la mirada atónita de los comensales y, en especial, a la de un un marchante inglés. Toni Collette es la villana estilizada de la historia que castiga a María y juntas logran cautivar al público entre caprichos, un romance clandestino, cruces ingenuos y paseos por la campiña francesa.
Una comedia de equívocos, con mordacidad contemporánea sobre una historia de confusiones y clases sociales que suena mas a las series inglesas del pasado con su alambicado sistema de los “de arriba y los de abajo”. Una historia trivial: Un matrimonio de norteamericanos que viven en Francia, están al borde de la bancarrota. El marido, un siempre eficaz Harvey Keitel lo sabe, la esposa una mordaz y maltratadora serial de la genial Tony Colette lo ignora. Solo la venta de un cuadro de Caravaggio pueden salvarles las papas. En ese estado una cena para doce comensales, se arruina con la llegada de un hijo del millonario alicaído. La organizadora no tiene mejor idea que obligar a su mucama a transformarse en “millonaria por un día” para que no haya mala suerte. Y la espléndida Rossy de Palma enamora a un banquero que la cree descendiente de la duquesa de Alba y se fascina. En este juego artificioso, la directora Amanda Sthers, que escribió el guión con Matthew Robbins, juega con todos los lugares comunes de una suerte de cenicienta, que florece con la experiencia. Un goce los actores en general, pero el resultado no deja de ser un entretenimiento módico, con ambientación lujosa y demasiados enredos de otros tiempos.
Sirvienta que creen condesa. “Madame” (2017) es una comedia francesa dirigida y escrita por Amanda Sthers. El reparto incluye a Toni Collette (Sheryl en “Little Miss Sunshine”), Rossy de Palma, Harvey Keitel, Michael Smiley (Baxter en el episodio “White Bear” de Black Mirror), Tom Hughes (Jimmy en “Cuestión de Tiempo”) y Joséphine de La Baume. Fue filmada en París durante seis semanas. Anne (Toni Collette) y Bob (Harvey Keitel), pareja norteamericana adinerada que vive en Francia, deciden dar una cena prestigiosa en su casa e invitan a doce amigos. Ese día, antes de que se haga de noche, aparece Steven (Tom Hughes), hijo del primer matrimonio de Bob. Su llegada es inesperada para la supersticiosa Anne pero de ninguna manera permitirá que haya trece comensales. Para revertir la situación convencerá a su empleada doméstica María (Rossy de Palma) para que se una a la mesa haciéndose pasar por una rica amiga española suya. Lo que ni en sueños creía Anne es que en esa velada María conocería al amor de su vida. Como un relato de la Cenicienta moderno nos llega esta historia que gracias a su guión, sumado al carisma de Rossy de Palma, nos saca más de una sonrisa. Desde la primera escena, en donde Bob y Anne andan en bicicleta, podemos ver que por más que dos personas tengan una posición social alta, no son felices conviviendo juntos ya que se pelean hasta por el mínimo detalle. Cuando se da paso a la cena, María es la única que se comporta de forma auténtica, sin seguir los consejos de su jefa (no tomar mucho, mantenerse callada, etc). El problema recae en que David Morgan (Michael Smiley), un aristócrata británico, se enamora de María por su personalidad pero a la vez creyendo, gracias a lo que le dijo Steven, que es una condesa española. Cuando David le dice a María que sabe cuál es su secreto, María se piensa que él conoce su empleo real, por lo que el enredo persistirá y Anne querrá acabar la relación a toda costa. Toni Collette se luce como una mujer extremadamente superficial que se siente incapaz de asimilar que a una persona de menor categoría le vaya mejor que a ella en el amor. El ego de Anne tiene proporciones altísimas, logrando que en la mayoría del metraje no nos caiga para nada bien por su cruel actitud. Por el contrario, Rossy de Palma le aporta a su personaje una personalidad fresca y divertida. Se nota que tiene buen corazón y trabaja para darle lo mejor a su hija. Como espectador uno quiere que su incipiente enamoramiento con David persista a pesar de ser de diferentes clases sociales. Y ahí es donde “Madame” nos engaña de la peor manera: durante todo el filme se consigue con éxito que uno se adentre en el relato, la pase bien y ría en varias situaciones (en más de una escena se habla sobre el “final feliz”); pero cuando llegamos al último tramo, la cinta toma un camino totalmente distinto donde la dicha desaparece en segundos. El desenlace puede considerarse “realista”, pero definitivamente no era lo que se nos venía vendiendo durante todo el metraje. Desde el aspecto técnico, “Madame” está súper aprobada por los lujos que transmite, ya sea en los delicados vestuarios de Anne como en lograr que cada ambiente por el que se mueven los personajes sea bellísimo. No obstante la agradable historia nos deja una sensación sumamente amarga gracias a su tan desacertado desenlace.
Una pareja de millonarios celebra una cena de gala en su mansión parisina. Como hay trece comensales, esquivan el número maldito sentando a la mesa a la criada española -Rossy de Palma-. No imagina, sobre todo la madame, que un aristócrata inglés se enamorará de ella. Y la señora hará todo por impedirlo. Simpática, aunque menor y algo anticuada propuesta, con grandes actores -Toni Colette, Harvey Keitel- que lucen desaprovechados.
Las comedias francesas siempre implican un territorio incierto, casi una encrucijada entre ciertos aires de superioridad y sobreactuado ingenio, en algunos casos, y la medianía de situaciones predecibles y convencionales, en otros. Amanda Sthers, novelista, autora del guion y directora, ha conseguido salir airosa con Madame gracias al extraordinario carisma de Toni Colette y a cierto desparpajo algo grotesco de Rossy De Palma. Es en esa dinámica de presencias contradictorias y dispares que se delinean los momentos más logrados, mientras que el encorsetamiento del guion y la subrayada elocuencia de algunos diálogos amenazan con desarmarla. Casi como en un juego de deconstrucción de la historia de Cenicienta, la rica y superficial dueña de casa y su ingenua y bonachona mucama disputan clase y dignidad en un territorio hogareño convertido en escenario del mundo. Lo que sucede es que la misma Sthers no confía demasiado en el artificio que ha elaborado, de mansiones geométricas y planos calculados, y termina agregando infidelidades obvias, personajes intrascendentes y diversas mezquindades para darle a la historia una evidencia que no era necesaria. Mientras De Palma por momentos sustituye la incorrección almodovariana por una caricatura de la opresión, es Colette quien más se divierte, haciendo de su villana de salón parisino y estética chic el mejor guiño de la película.
A veces, una sucesión de equívocos y engaños puede llevar a la verdad. Lo dice esta comedia francesa ambientada en París, un tantito romántica, un tanto dramática, sutilmente cáustica y de resolución singular, bastante inesperada. El nudo del conflicto ya es conocido. La señora de la casa (que no es su casa) dispone una reunión social, a último momento descubre que en total serán 13 comensales y, para evitar riesgos, ordena que una doméstica se haga pasar por invitada. Una mentira trae la otra, y al verla en la mesa alguien terminará cortejando a "la chica" (que ya no es tan chica). Parece que se ha formado una pareja. Pero ahora, ¿cómo sigue la historia? Entre lo que uno es, lo que otros creen que es, y lo que quieren hacer creer que son, "Madame" ofrece una buena crítica sobre las debilidades humanas, individuales y sociales. Asimismo ofrece un atractivo duelo entre dos clases de mujeres, bien representadas por Toni Colette, la señorona, y Rossy de Palma como la empleada que quiere disfrutar de la vida y puede hacerlo, aunque no sabemos por cuánto tiempo. Con la altura, la nariz, y la capacidad expresiva que tiene, Rossy de Palma se roba fácilmente la película. Y con esta obra, la escritora Amanda Sthers se afirma como guionista y directora de cine. También hace canciones.
Cenicienta en París ¿Pueden los cuentos de hadas no contar con elementos fantásticos? Madame es una comedia discreta, elegante, pasatista. A la primera lectura recuerda a La Cenicienta, aunque en ella no haya ni carruajes de calabaza, ni ratones valet, ni zapatos de cristal. Es un cuento de hadas. Más allá de que en los hechos no haya elementos fantásticos fácticos, todo lo que sucede en ella se presenta con el grado de credulidad propio de la fantasía. La humilde, la desclasada que se codea con la realeza, con la clase alta, desde la telenovela culebrón, hasta las películas más variadas es un asunto recurrente si los hay. ¿Qué es entonces lo que llama la atención? Está en el afiche, tres figuras, tres nombres. Sí, Madame no entra tanto por su historia como por su elenco. Rossy de Palma, Toni Collette, y Harvey Keitel. Una ensalada variada dispuesta a enaltecer una película con atractivos más bien medidos. Lo dicho, Madame es La Cenicienta. Hay un matrimonio de americanos, Anne (Collette) y Bob (Keytel), que se mudaron a una nueva mansión parisina. El matrimonio es desparejo, y la que pone orden en esa casa es María (de Palma), una inmigrante española, madre soltera, que hace las veces de “criada”. La “criada” de mayor confianza de Anne, y eso ya es mucho decir. Anne no es una mujer fácil, vendría a ser la madrastra. Es una mujer insatisfecha cuyo gran propósito es pertenecer y guardar las apariencias. Como su marido se dedica a la compra-venta de artículos de arte, organiza una cena a la que estará invitado, además de su hijo gay, un muy posible comprador de una valiosa pintura. ¿Cuál es el problema? En la mesa son trece. Sí, leyeron bien, el problema es ese, la yeta. ¿Cuál es la solución? Agregar un nuevo comensal ¿Hace falta que siga contando como continúa esta historia? Demasiado lujo Anne hace pasar a María como una acaudalada amiga. El posible comprador David (Michael Smiley, bueno tampoco podían poner todas figuras) se enamora de María –¿O de la apariencia de María?– y esta se enamora de él. Hay que continuar la farsa. Pero todo empieza a irse de las manos, sobre todo de las manos de Anne. La realizadora Amanda Sthers pone el foco en estas dos mujeres y las contrapone. Una es fría, superficial, disconforme, y pérfida si se lo propone. La otra es humilde, desprejuiciada, simpática, y conformista. Es extraño cómo Sthers entiende que conformarse con lo que hay es algo positivo. No importa, sigamos. Así, transcurre Madame, una película con una mirada femenina, aunque para nada feminista. ¿En serio conformarse y ser servicial está bueno? En fin. Hay también otra mujer que aparece de vez en cuando en las reuniones de Anne, y está la profesora de lenguas de Bob. No se entiende muy bien qué hacen en la película, pero están y más tiempo que los personajes masculinos. Ah, en el medio está Harvey Keitel haciendo del marido de Anne, y… bueno, está. No hace mucho, pero es Harvey Keitel con cara y actitud de ¿dónde está mi cheque? (no lo culpo, si yo tuviese que decir las cosas que dice Bob, también actuaría igual). En definitiva, el asunto pasa por esas dos mujeres en un entorno de lujo falso. Sthers asoma hacer una crítica hacia la clase alta, pero es más hacia la forma villanicia de ser que a la condición de clase. María nunca se queja de tener que ser la inmigrante que le hace los quehaceres a gente acomodada. Sus problemas pasan por si David la quiere o no, porque le miente a este, y porque Anne es mala pour la galarié (porque si fuese simpática, bienvenido sea limpiar sus trastos). Filmada sin pretensiones, con un permanente tono medio y un ritmo que no molesta pero jamás estalla, todo en Madame es digerible y olvidable. Rossy de Palma es simpática de por sí, se la extraña en sus roles fuertes, histriónicos. Acá pasea los planos a lo Jennifer Lopez en Made in Manhattan. No está mal, pero es que es demasiado actriz. Lo mismo con Collette, una actriz con su ductilidad, reducida a poner cara de oler caca, y actuar como una snob de manual, plagada de clichés y lugares comunes de toda fruncida. Que la interprete ella suma, pero Bridgette Wilson hizo algo parecido en Experta en bodas (tengo que dejar de ver películas con Jennifer López), y no es por comparar actrices… pero bueno. Conclusión Pasatista, carismática, demasiado liviana y olvidable, Madame de Amanda Sthers, desaprovecha todos los elementos que tenía para brillar y entrega algo similar a un telefilm agradable. Es como ir a comer a esos restaurantes finos de platos enormes y porciones chicas. No desagrada, pero me quedo con un hambre…
La comedia de enredos es un género difícil de resucitar, por más que las intenciones sean las mejores y tengas a un elenco excelente. "Madame" es un buen ejemplo. La guionista y directora francesa Amanda Sthers centra su nueva película en una pareja de norteamericanos snobs y ricachones que alquilan una mansión en París para darse la gran vida y airear un poco su relación desgastada. Una noche la pareja ofrece una cena de gala para un grupo de invitados de lo más diversos y, en una típica y muy tonta confusión de este estilo de comedias, una de las mucamas de la mansión se hace pasar por una amiga española de la anfitriona. En un plan de Cenicienta moderna, la consecuencia es que la mucama, con su identidad falsa, termina cautivando a uno de los invitados, un solterón de la alta sociedad británica. "Madame" hace hincapié en el claro contraste entre la calidez de la mucama y la estirada dueña de casa, y en cómo cada una enfrenta el amor y el paso del tiempo. El problema es que los diálogos artificiosos y ese aire de ingenio sobreactuado le quitan fuerza al relato y a los personajes, que parecen demasiado distantes de sus propios conflictos. Si la película no termina de derrapar es por el encanto de Toni Collette ("Un gran chico", "Little Miss Sunshine") y de la ex musa de Almodóvar Rossy de Palma. Ellas aportan una frescura que al guión le falta.
La cenicienta Anne (Toni Colette) y Bob (Harvey Keitel) son un matrimonio estadounidense recién llegado a Francia que intenta insertarse en la aristocracia parisina. Ofrecen una cena y al poner la mesa, Anne nota que habrá 13 comensales. Para evitar que el número traiga mala suerte, le pide a María (Rossy de Palma) su empleada doméstica, que se haga pasar por una adinerada española y tome un lugar en la mesa. No contaba con que David (Michael Smiley), un británico relacionado con la venta de arte, quedaría enamoradísimo de ella. Y cuando el romance empieza a florecer, Anne hará todo lo que está a su alcance para evitar que prospere. La directora y guionista Amanda Sthers comienza a construir una gran película desde lo básico: el guion, poniendo especial énfasis en sus personajes y el modo en que se vinculan. El matrimonio de Anne y Bob atraviesa problemas personales y económicos, y el idilio de María es una bomba de tiempo capaz de destruir el autoestima de Anne. La envidia y bronca que le genera el vínculo chocan con la necesidad de mantener la coartada y no revelarle a David quién es realmente la mujer que captó su atención. Ella es la linda, la exitosa, la que siempre tuvo todo y ahora, que está a punto de perderlo, su mucama (mucho menos agraciada) parece tomar mejor posición. María, por otro lado, es una mujer que nunca ha tenido mayores ambiciones. Tosca hasta rozar el grotesco, arranca su intervención en la cena llena de timidez para ir avanzando a paso firme hasta convertirse en el alma de la fiesta. Y es esta autenticidad y desparpajo lo que cautiva a David, el galán acostumbrado a rodearse con damas finas de la alta sociedad que se acercan a él. El hecho que María en primera instancia no se muestre tan interesada lo corre de su zona de confort y toma la conquista como un desafío. Por supuesto, todos estos vínculos logran transmitirse de manera precisa por las grandes actuaciones del elenco. Rossy de Palma, histórica musa de Almodóvar, luce inoxidable. Fresca y genuina, le pone el cuerpo a una María que es imposible no querer. Y además, logra transmitir un magnetismo sexual inesperado si nos basamos únicamente en su físico, tan alejado del estereotipo canónico de belleza. Colette y Keitel, por su parte, conforman un dúo con grandes toques de comedia, con una química evidente. Y todo lo misterioso, lejano e inconquistable que se supone que es David, Smiley lo plasma con creces. Suerte de inesperada Cenicienta posmoderna, Madame no es todo risas y sabe intercalar momentos desopilantes con toques del más profundo drama. Porque las mujeres como María no encuentran a su príncipe azul ni tienen hadas madrinas. Están condenadas a soportar los caprichos de las madrastras. De apariencia ligera pero de trasfondo profundo, lo último de Shters es una excelente historia que nos abre un mundo de personajes queribles y sus amargos destinos.
Este es el segundo largometraje, el primero en inglés, de la escritora y directora francesa Amanda Sthers (39 años). Esta es una historia entretenida y fresca, con algunas subtramas que no logran desarrollarse, resulta imposible no enamorarte del personaje de María (Rossy de Palma, “Mujeres al borde de un ataque de nervios”), es encantadora, por otro lado la villana Anne Fredericks (Toni Collette), insoportable, se cree que con el dinero todo se conquista y se obtiene. Estas dos actrices logran un buen duelo actoral. Algunos personajes son entrañables y otros no tanto. Tiene por momentos un tono melancólico, hay enredos, mentiras y secretos, toques de humor negro y buenas actuaciones, pero su ritmo termina siendo lento (porque a medida que corren los minutos se va cayendo).
Ricos americanos viviendo en París, cena elegante, hay trece invitados: mucama española se hace pasar por señora rica para ocupar el lugar 14. El espectador sabe que esto es un vaudeville, sabe, pues, que está mucho más cerca del teatro -o de cierta televisión- que del cine propiamente dicho. Sabe, no puede dudarlo, que los intérpretes son simpáticos y saben darle peso incluso a lo que no lo tiene. Sabe que va a pasarlo bien y va a olvidar rápido.
Crítica emitida en Cartelera 1030 el sábado 21 de abril del 2018 de 19-20hs por Radio Del Plata (AM 1030)
EL DETRÁS DE ESCENA DEL VODEVIL Una vez que la directora Amanda Sthers decide sacar la cámara de la mansión que habitan los Fredericks, donde nos tuvo encerrados por más de media hora, uno descubre algo juguetón en Madame: ese comienzo nos hace acordar a múltiples vodeviles adaptados al cine, a comedias como La cena de los tontos o similares, que son uno de los puntales de la industria del cine francés. Pero asumiendo el desgaste que esas estructuras narrativas suponen, la película busca mirar más allá de la superficie chispeante de sus criaturas, de esa serie de diálogos veloces y los enredos habituales, para encontrar algo triste y desolador. El problema de la película está relacionado con su zigzagueante devenir y su búsqueda algo confusa por ser imprevisible. Lo positivo, en todo caso, es que lo sostiene hasta su anticlimático final. La suerte de Madame está librada a lo efectiva o no que le resulte a cada espectador esa primera parte del relato: porque es ahí donde se genera el lazo con los personajes que permite desear un futuro para cada uno de ellos. O no. Allí tenemos un matrimonio norteamericano que vive en París y que recibe en su hogar a una serie de personajes de alta alcurnia. Y por pura superstición de la mujer que no puede tolerar que sean trece los invitados a la mesa, se suma a la sirvienta para romper el posible maleficio. Claro, las cosas se volverán en contra como en una Cenicienta moderna, cuando la sirvienta se convierta en centro de atención e interés romántico de uno de los invitados. La mujer en cuestión, no lo dijimos, es la españolísima Rossy de Palma, con lo que imaginan la carga de grotesco que porta su personaje. Si hasta el momento la película se define como un vodevil clásico, cuando estalle el conflicto central (en verdad nadie dice que la sirvienta es la sirvienta y hasta alguien la hace pasar por una integrante de la corona española), el film de Sthers se convertirá más en un drama con toques de humor y comentarios sociales: la diferencia de clases y el juego de los roles genéricos se imponen como centrales en Madame. Si la sirvienta española desconoce cómo debe comportarse y sufre ante la posibilidad de que su amante descubra su origen humilde, la pareja de norteamericanos ricos se divide entre la mujer insatisfecha sexualmente que busca el deseo en otros brazos y el hombre frustrado por una posición económica que no es la deseada (y que también busca sexo en otros lados). Cuando Madame diversifica sus conflictos, pierde en complejidad y gana en clichés. Y si en De Palma el humor surge naturalmente (aunque esté un par de puntos por arriba del registro deseado), se nota un esfuerzo mayor en Toni Collette y Harvey Keitel, encorsetados en personajes algo estereotipados. Sin dudas que Madame guarda lo mejor para la resolución, en el sentido que cinematográficamente aprovecha la elipsis como un recurso que fortalece lo anticlimático. Y si bien la ironía con la que Sthers busca distanciarse de una idea algo añeja de final feliz (dejando en evidencia cierto elitismo cultural) es un poco obvia y algunos giros se adivinan como caprichosos, el final resulta amargo y contrasta interesantemente contra el vodevil del comienzo: detrás de la risa medio tontolona hay una verdad incómoda en la que los opuestos raramente puedan terminar juntos.
¿Cuántas veces se reversionó el cuento de Cenicienta? De aquella mujer que encontró en un palacio lleno de lujos su destino, lejos de la pobreza a la cual su malvada madrastra y hermanas la tenían acostumbradas. En tiempos en donde el rol de la mujer tiene que ser repensado desde los medios y soportes centrales, “Madame” (2017) de Amanda Sthers, propone un aire fresco en una comedia dramática que apela al carisma de su protagonista absoluta, Rossy De Palma, como una inmigrante que asiste a un matrimonio (Toni Colette, Harvey Keitel) y que ve cómo su suerte cambia de un día para otro. Siendo invitada de imprevisto a una cena para agasajar a amigos, posibles financiadores y figuras del arte relacionadas al matrimonio, esta ama de llaves, que dirige los destinos de la inmensa mansión, se relacionará con otra clase social y terminará involucrándose sentimentalmente con uno de ellos. Sthers habla del personaje con amor, y De Palma logra compenetrarse y avanzar en la presentación de esta mucama que necesita de la aprobación de los demás para poder seguir adelante con un amorío que desafía el origen de cada uno. El conflicto principal será ver cómo el hábil, ágil y dinámico guion, postulará ideas sobre el snobismo que rodea el mundo del arte, el vacío de la vida moderna de nuevos ricos, la explotación de inmigrantes y la obsesiva necesidad de mantenerlos al margen de todo, para continuar abusando de sus servicios. Con delicadas pinceladas, De Palma, va de menor a mayor en el avance de su historia. Por momentos titubea para consolidar su imagen de mujer que debe elegir entre el amor y el trabajo por los celos que la madame (Colette) del título destila al enterarse su acercamiento a uno de sus amigos. En el medio la mentira, no sólo la de la mucama para avanzar en su secreto romance, sino en la revelación e información que ésta posee sobre oscuros artilugios del matrimonio para mantener en las sombras relaciones clandestinas. “Madame” encierra la clave de un género, el de confusión, que ha producido varias de las comedias más inteligentes de los últimos tiempos. Como aquellas que se desarrollan en un hotel y tras las puertas se esconden verdades a gritos, en esta oportunidad París, con sus escenarios increíbles, más algunos momentos en la campiña, posibilitan la construcción del marco ideal para su disfrute. A la mencionada De Palma, que logra componer una interpretación sublime, medida y exagerada a la vez, aporta Colette el contrapunto ideal para que el timming del relato sea el exacto. “Madame” es una agridulce e inteligente comedia, que prefiere, en este tiempo, no traicionarse con almibaradas escenas, al contrario, potenciando a sus protagonistas con verdad en sus diálogos y con la intención de decirle basta a las chickflicks vacías y sin sentido.
Ah, qué sería de la cartelera local sin una de terror o, en el caso que nos compete, una comedia dramática europea. Y tal como le sucedió a Pedro Almodóvar allá lejos en el tiempo, la directora, guionista y dramaturga Amanda Sthers cayó rendida a los pies de la española Rossy de Palma, de manera tan fuerte que le escribió una película como vehículo de lucimiento perfecto para los encantos tragicómicos de la consagrada actriz. Esa labor de amor se traduce en Madame, una dramedia bastante agridulce que se ilumina cuando ella está en pantalla, pero que se apaga cuando su personaje no está presente.
Crítica emitida por radio.
Madame es la nueva película de la directora, guionista y escritora francesa Amanda Sthers, aunque el foco de interés en esta nueva comedia dramática francesa está puesto claramente en el reparto, que tiene como protagonistas a la actriz australiana Toni Colette, al estadounidense Harvey Keitel, a la española Rossy De Palma, y al británico Michael Smiley. El inicio de Madame nos traslada hasta París, y nos muestra a una pareja de americanos, Anne (Colette), y Bob (Keitel), quienes recientemente se instalaron en dicha ciudad. Son de clase alta, y tienen todas las mañas clásicas de quienes pertenecen a dicho estrato social. Mientras se realizan los preparativos para una cena que la pareja celebra esa misma noche, con invitados pertenecientes a la alta sociedad, la inesperada aparición del hijo del primer matrimonio de Bob abrirá el foco de conflicto, ya que el jóven resulta estar invitado a dicha cena y Anne se entera de este hecho a último momento. Esto conllevará a un suceso que no le caerá en gracia a Anne; la mesa dispondrá de trece cubiertos, lo que hará sobresalir el espíritu supersticioso de la anfitriona, quien decide improvisar y añadir un decimocuarto cubierto, para evitar llamar a la mala suerte, sumando a la mesa de invitados a María (De Palma), su empleada doméstica más antigua y de mayor confianza, encubierta como una amiga. Lo que en un principio parecía una idea salvadora, termina siendo una decisión errónea, que hará pasar un dolor de cabeza tanto a Anne, como a Bob, pese a que previamente ambos había sugerido y recomendado a Maria que se abstenga de hablar, y en lo posible no beba, intentando poder sostener la alocada confabulación a lo largo de la velada. Uno de los sucesos que fastidiará a la dueña de casa, es que María captará la atención de uno de sus invitados, un aristócrata británico llamado David Morgan (Smiley), algo totalmente inesperado. Posteriormente, lo que parecía ser un percance de una noche, terminará propagándose, ya que David pedirá el número de teléfono de la empleada doméstica, y se seguirán viendo, naturalmente a escondidas de la adinerada pareja, que no tardará de enterarse de las maniobras que acontecen a sus espaldas. Si bien por momentos Madame resulta simpática y contagia la risa, en otras partes su humor es demasiado vacío, evidente, no llegando a convencer. Se percibe una crítica hacia la alta sociedad, sus falsas costumbres y valores, su marcada hipocresía, y sus rasgos discriminatorios, pero tampoco es que llegan a tomar una fuerza lo suficientemente determinante, quedando en pinceladas esporádicas. Las actuaciones en líneas generales están acertadas, siendo sin duda Rossy De Palma la mejor interprete, pero ni ella, ni el resto del reparto puede sostener ciertos baches. Por ende, Madame como comedia pasatista funciona, pero no tiene la suficiente convicción para ser más que eso, una película para pasar el rato.
Efectivo juego de comedia donde el parecer es más importante que el ser Quienes suponen que los ricos nunca tienen problemas económicos son prejuiciosos por naturaleza. Muchas veces para mantener el status hay que hacer sacrificios, como es el que tiene que realizar el matrimonio compuesto por Anne (Toni Collette) y Bob (Harvey Keitel) que actualmente viven en Paris, en una magnífica mansión, pero que por problemas financieros y el hostigamiento del banco para que paguen las deudas, deciden vender un cuadro original de un reconocido pintor, herencia que les dejó el padre de Bob, para poder continuar con el estilo de vida que llevan hasta ahora. Este es el punto de partida para contar una comedia dramática donde, una vez más, las confusiones y mentiras iniciales provocan risa y generan una inmediata identificación con la persona que aparenta ser una cosa, pero es otra, y aunque el espectador es un testigo privilegiado de la farsa quiere que igual le vaya bien. La directora Amanda Sthers maneja con maestría los momentos exactos del juego que estamos presenciando, para que cada intérprete pueda desarrollar su historia, por el bien de la película. Porque aquí, todos dicen ser y hacer una cosa, pero en la realidad, de una forma u otra, cada uno de ellos está disconforme con la vida que tiene y necesita hacer lo contrario a lo que pregona. Cuando Anne organiza una cena de gala en su casa, para acercar e interesar a un amigo millonario a que compre el cuadro, no imaginó nunca las consecuencias que eso tendría. Porque en la velada hay 13 personas y ella considera que es de mala suerte. Con esa excusa sienta con ellos a su ama de llaves, María (Rossy de Palma), que no obedece las instrucciones impartidas por su patrona y caerá seducida por otro asistente que es un consultor de obras de arte llamado David (Michael Smiley). El amor entre ellos es fulminante, pero Anne no lo aprueba. No se sabe si está celosa, pues su matrimonio con Bob no va muy bien, como ella desea. O porque no quiere quedar como una embaucadora frente a los demás, sosteniendo un engaño y, de ese modo, perder la confianza de los amigos. Tal vez lo que quiere es que la eficaz y eficiente María no los abandone, con todas las cuestiones organizativas que los dueños y la casa precisan de ella. Los sobreentendidos, el cambio de roles, las máscaras invisibles que utilizan todos ellos para simular una alegría y una existencia apacible, sin mayores sobresaltos, están muy bien dibujadas en esta historia. Para ellos es mucho más importante el parecer que el ser, excepto para María, que no negocia su dignidad y amor propio, aunque haya coqueteado con gente adinerada, y pertenecido fugazmente a un lugar que no es el suyo, porque sabe perfectamente que lo que vivió es una novela parecida a la de una Cenicienta moderna, y que decide alejarse de la fantasía y enfrentarse a la dura realidad.