Realidad miserable, virtualidad delirante A pesar de que no llega ser tan eficaz como los grandes clásicos de Steven Spielberg de las décadas del 70, 80 y 90, la verdad es que Ready Player One (2018) es la mejor película de entretenimiento puro y duro que entregó el realizador en sus últimos 20 años de carrera, algo sinceramente impensado para alguien a quien creíamos ya con nada para decir y con su capacidad agotada para los relatos de corazón blando, familiar y apto para todo público. Recordemos que desde La Lista de Schindler (Schindler's List, 1993) el señor le pegó el bichito de la madurez full time y de buscar prestigio intra mainstream, lo que derivó en una catarata de obras graves (algunas muy buenas, la mayoría olvidable) y productos pasatistas intermedios (en general craneados apenas como un “divertimento” fugaz, ahora ya lejos de las cúspides de antaño del rubro que lo hicieron famoso y que después él mismo ninguneó). La obra es una cruza entre El Origen (Inception, 2010), Avatar (2009), eXistenZ (1999), El Hombre del Jardín (The Lawnmower Man, 1992) y Rollerball (1975), lo que genera un cóctel robusto: a mediados de nuestro Siglo XXI el capitalismo acrecentó las desigualdades sociales pero logró que prácticamente todos los habitantes del globo estén obsesionados con un juego/ entorno de realidad virtual llamado Oasis, en donde un joven empobrecido, Wade (Tye Sheridan), pasa la mayor parte de su tiempo como su avatar Parzival. El creador de Oasis, Halliday (Mark Rylance), antes de morir dejó ocultas tres llaves que de encontrarlas convertirían al ganador en el nuevo dueño de la mega compañía propietaria del juego. Por supuesto que nuestro héroe Wade encuentra la primera llave y eso lo pone en la mira de IOI, una empresa encabezada por Sorrento (Ben Mendelsohn), quien desea controlar Oasis. Ayudado por Art3mis (Olivia Cooke), una avatar que como él busca tomar posesión del enclave lúdico para evitar que los monstruos corporativos de Sorrento conviertan a Oasis en un espacio saturado de publicidad y para unos pocos (“membresías” mediante), Wade debe por un lado sobrevivir a los sicarios en el mundo real del villano y a sus homólogos del universo virtual, uno dominado por lo que podríamos definir como una existencia paralela en la que los atropellos cotidianos se desvanecen para dejar lugar a los delirios y los sueños más bizarros, siempre y cuando se disponga del dinero necesario para comprarlos. Como era de esperar, el guión de Zak Penn y Ernest Cline, basado en un libro de este último, no cuestiona en nada los cimientos expoliadores del capital -representados en la villa miseria futurista en la que vive el protagonista- pero por lo menos le pega largo y tendido a la pantomima de las redes sociales, la manipulación de los sentidos de los videojuegos de nuestros días y en especial a la avaricia caníbal de los conglomerados del entretenimiento. Sin embargo en lo que realmente brilla el opus de Spielberg es en una presteza narrativa que nos vende una aventura frenética a la vieja usanza, la cual pone en primer plano el desarrollo de personajes, la justicia como bien supremo y hasta un puñado de secuencias de acción que llaman la atención por lo imaginativas y respetuosas para con el espectador, resultando más encantadoras y risueñas que espectaculares y redundantes. Otro hallazgo del tono general que nos regala el director pasa por el hecho de obviar la soberbia vacua y grosera del cine pochoclero contemporáneo para abrazar en cambio un naturalismo sensato que no trata a los jóvenes protagonistas como unos chistes vivientes ya que los respeta y los valora por su inteligencia; circunstancia que asimismo le permite al norteamericano recuperar uno de sus tópicos preferidos, la orfandad y su contracara, léase la posibilidad de construir una familia a partir de los cofrades que la vida nos acerca en la senda por la tierra o las plataformas virtuales, justo como le sucede a Wade con Art3mis y demás secundarios. Lamentablemente no son todas rosas en Ready Player One porque en esencia la película está saturada de referencias a la cultura pop de los 80, una estrategia narrativa que sin llegar a molestar, a decir verdad se siente un poco forzada (la excusa es que Halliday adoraba esa década y llenó a Oasis de citas directas que se trasladaron a los usuarios) y a veces distrae innecesariamente de la historia en sí (en cierto sentido es un autohomenaje del cineasta ya que buena parte de sus grandes trabajos infantiles y adolescentes fueron creados durante esa época, de la que tomó nada menos que el formato retórico ágil y algo cándido). De todas formas, Spielberg utiliza las referencias para armar una de las mejores escenas del film, la que involucra la búsqueda de una de las llaves dentro del Hotel Overlook de El Resplandor (The Shining, 1980), suerte de elegía cariñosa e hilarante al enorme Stanley Kubrick. Sin ser del todo original, la obra cuenta con la energía y el desparpajo suficientes para que el director por fin se exorcice a sí mismo luego de tantos años de productos a media máquina y/ o desinspirados, lo que hoy nos lleva a un trabajo muy disfrutable que para colmo se da el gustito de lanzar dardos camuflados -vía el personaje del maravilloso Mendelsohn- a ladrones célebres de la informática como Steven Jobs, Bill Gates y Mark Zuckerberg, al mismo tiempo monstruos y ejemplos del capitalismo más manipulador, despiadado y salvaje, aquí poseedor de su propia guardia parapolicial y su ejército de esclavitos trolls…
Ready Player One: Apretá Start y quedémonos en el Oasis. Steven Spielberg adaptó este libro de Ernest Cline trayéndonos una gran cantidad de referencias pop actuales y de antaño, con mucha diversión en el mundo virtual, pero no tanto en el mundo real. Como la vida misma. En esta película de Steven Spielberg basada en un libro de Ernest Cline, nos adentramos en dos mundos. El real y el de los videojuegos llamado OASIS. El creador de este mundo de realidad virtual, Halliday, muere y lanza un video donde desafía a todos los usuarios de Oasis a encontrar el “Easter Egg” que le dará el control del sitio a quien lo finalice. El “jugador” deberá encontrar tres llaves, pasando diferentes pruebas para encontrar el mensaje oculto en esta realidad alterna. Habrá varias denominaciones que quizá deje afuera a una generación de espectadores, pero innegablemente esta es una de las películas de Spielberg en años que complace a una enorme cantidad de público. En el Oasis hay muchas referencias a la cultura pop tanto de estos últimos años, como también de décadas anteriores. Desde videojuegos hasta animes y a otras películas de Robert Zemeckis o Stanley Kubrick. En este universo todo es mucho más divertido, rápido y atrapante. Desde el comienzo con una carrera que nos recuerda a Trackmania, Bornout u otros juegos. Como encontrar varios personajes de videojuegos; personajes de Overwatch, o Street Fighter y muchísimos más en la batalla final. También a una película donde “el creador odia su propia obra” o el gigante de acero que hemos visto en los trailers. La sorpresa y excitación que más resuena en el fondo de nuestra caja de recuerdos es cuando vemos a estos personajes por primera vez, todos juntos, en la pantalla. Este entusiasmo disminuye al adentrarnos al mundo real ambientado en el año 2045. Allí conocemos al personaje principal Wade Watts que no es un protagonista complejo, sino que hace avanzar el film de manera correcta, pero el que realiza la mayor acción es Parzival su avatar en el mundo virtual. A veces lo que sería la realidad de la película se asemeja tanto a nuestra realidad como espectadores que parece igual de aburrida, repetitiva y predecible. Con personajes básicos, y una trama romántica sin nada fuera de lo común. Probablemente porque atrae mucho más esa realidad virtual de videojuegos y personajes divertidos que no queremos saber nada del mundo exterior. El director Spielberg de forma atrevida, con su ágil movimiento de cámaras y gran utilización de CGI (Imágenes generadas por computadora) crea el mundo del libro de forma brillante. Lo que sucede es que al salir del Oasis el elemento humano se pasa por alto. Sea Tye Sheridan (Wade Watts/Parzival) al cual conocemos de Mud (2012) o el Ciclope de X-Men Apocalipsis (2016), Olivia Cooke (Art3mis/Samantha) o el villano interpretado por Ben Mendelsohn (Sorrento) de Rogue One, ninguno se destaca. Lo mejor es Mark Rylance como Halliday/Hanorak, el creador de Oasis. Con sus remeras de videojuegos y los detalles y guiños para los gamers. El escritor del libro adaptado, Ernest Cline, ayudó al guionista Zak Penn a escribir el guion. El señor Cline ya tuvo un trabajo como guionista en el film Fanboys (2009), sobre fans de Star Wars, dando a entender que sabe lo que el fanático piensa y quiere ver. Gracias a él la película mantiene el sentimiento “gamer” de su best seller. Mientras que Penn escribió los guiones de películas como Avengers (2012) y X-Men 2 (2003), demostrando que tiene experiencia para incorporar varios personajes en una película. Spielberg trabaja con su clásico director de fotografía Janusz Kaminski el cual no parece destacarse como en otros grandiosos films que trabajaron: Rescatando al Soldado Ryan, War Horse, La Lista de Schindler. Lo más impresionante de ver son los efectos especiales realizados por un grupo gran de personas, como también de escuchar los efectos de sonido implementados de manera exacta. Todo esto rodea y atraviesa una historia llena de acción, con momentos de intriga y humor exitosamente amalgamados en este Oasis que golpea en nuestro corazón nostálgico. El pasado del protagonista quizá no esté muy desarrollado, algunos personajes resultan genéricos, pero los amigos de Parzival seguro les recordarán a algún compañero gamer con el que hayan jugado y con los cuales deberían ir a ver esta película. Las 2 horas 20 minutos que dura el film pasan como un auto a toda velocidad, pero parece no alcanzar para todo lo que quiere mostrar, o quizá solo el espectador desee que el mundo virtual que nos presenta Spielberg dure muchas horas más, al igual que el tiempo de jugabilidad de los videojuegos. Sea como sea, digan lo que digan, esta maravilla técnica es la mejor película sobre videojuegos que se ha realizado hasta el momento.
No recuerdo con claridad cuál fue la primera película de Steven Spielberg que vi, pero si supe desde el primer momento que este realizador tenía el don para contar historias fantásticas, pase muchas tardes viendo films como “E. T., el extraterrestre”, “Jurassic Park” o “Indiana Jones y Los cazadores de perdida” y sus posteriores secuelas, estas obras (entre tantas otras) sirvieran como inspiración para que Ernest Cline escriba su opera prima en la literatura de ciencia ficción allá por el año 2011 , “Pude escribir Ready Player One gracias a que crecí viendo películas de Steven Spielberg, si no, la historia seria otra, o no habría escrito nada” confeso el autor, Ernest Cline también estuvo esperanzado en que Spielberg sea quien lleve su obra al cine, después de siete años de espera ahora llega la adaptación de “Ready Player One”, un película que apela a la nostalgia y al entretenimiento por partes iguales. Es el año 2045 y el mundo está sumergido en un caos del que posiblemente no haya vuelta atrás, la única manera de escapar de esta cruda realidad se llama, El OASIS, un mundo de realidad virtual creado por James Halliday (Mark Rylance), un nostálgico amante de los años 80, este muere pero no sin antes dejar un comunicado a toda la humanidad, dentro del OASIS oculto tres llaves que ayudaran a encontrar un “huevo de pascua”, quien supere estas duras pruebas para encontrar el dichoso huevo se llevara un premio único, quedarse con su fortuna y tener el control total sobre OASIS, Wade Wilson (Tye Sheridan) es un joven huérfano que pasa gran parte de su tiempo en la piel de Perzival (su avatar) dentro de OASIS en busca de las llaves, afortunadamente será el primero en encontrarlas, pero nada será fácil ya que a sus espaldas estarán los otros competidores y la empresa IOI, que también están en búsqueda del preciado “Huevo de pascua”. “Ready Player One” es una excelente película que nos trae a ese Steven Spielberg amante de la ficción que tanto queremos, la he pasado tan bien con esta película que me sentí como un niño de 10 años dentro de un mundo de fantasía en el que me encantaría vivir, es una historia que no da respiro y es entretenimiento puro desde su comienzo hasta su increíble final, las actuales películas de ciencia ficción solo van a lo obvio y ofrecen buena dosis de efectos especiales y pasajero disfrute, pero la nueva película de Spielberg va un paso más allá y trae viejos personajes de nuestra infancia para hacernos acordar que la magia aun existe, el gran punto a favor del film son las referencias a la cultura pop de los años 80 hasta fines de los años 90, las referencias claras están en los trailers en donde se ve al DeLorean, la moto de Akira, el Batimovil de la clásica serie de Adam West, personajes como Chucky, hasta incluso King Kong, son tantas las referencias que muestran en la película que es cita obligatoria volver a verla una y otra vez. Actoralmente todo el cast es perfecto, Tye Sheridan no es de mi agrado, pero con esta película me cambio la perspectiva, pero destaco más que nada las escenas de Mark Rylance (en su tercera colaboración con Spielberg), en la que aparece se vuelve el centro de atención. El guion corre a cargo de Zak Penn (The Avengers) junto a Ernest Cline, no pude darle el lujo de leer la novela, pero tengo entendido que por cuestiones de derecho muchas referencias tuvieron que ser omitidas en la película. En esta oportunidad Steven Spielberg no cuenta con John Williams en la banda sonora, el encargado de la música es nada más ni nada menos que Alan Silvestri, responsable de la trilogía “Volver al Futuro”. “Ready Player One” ofrece un digno espectáculo visual que se merece varios visionados, los efectos especiales están tan bien empleados que uno se siente parte de esa aventura, el disfrute debe ser mayor si se aprecia en un gran formato como el IMAX 3D, claramente ahí es donde debe ser vista. En definitiva, “Ready Player One” es una película increíble, Steven Spielberg conserva el toque para la ciência ficción y nos ofrece un film cargado de buenos momentos y referencias para el nostálgico, una aventura que si o si debe ser vista, vayan al cine, el único lugar en donde los sueños se hacen realidad.
Ready Player One: Los alegres niños de Spielberg. “(…)Fue entonces cuando me di cuenta de que, por más aterradora y dolorosa que pueda ser, también es el único lugar donde puede encontrarse la verdadera felicidad. Porque la realidad es real“. Ready Player One – Ernest Cline Seguir utilizando el termino adaptación es un tanto arriesgado hoy en día, más aun en medios como el cinematográfico. Pues el conjunto de cambios con que se realizan, la mayoría de las veces puede que pase de eso a una intervención completa del material, solo quedando el esqueleto, la base que da oportunidad de todo una nueva concepción. Es un tanto arriesgado también aseverar que la película dirigida por Steven Spielberg es mala, porque cuenta con el ritmo y la inestimable experiencia del director en este tipo de divertimentos. Pero sí hay señales de que todo pudo ser algo más y no una simple comedia de acción. Wade Watts es un adolescente al que le gusta evadirse del cada vez más sombrío mundo real a través de una popular utopía virtual a escala global llamada “Oasis”. Un día, su excéntrico y multimillonario creador muere, pero antes ofrece su fortuna y el destino de su empresa al ganador de una elaborada búsqueda del tesoro a través de los rincones más inhóspitos de su creación. Estamos en un futuro distópico, el año 2045, uno que podemos dividir entre el real y el virtual, el primero hacinado, seco y en etapa de descomposición social, donde las corporaciones son las dueñas de casi todo y el otro, el fantástico; donde evadirse no es solo una de sus características, es su mayor capital. Puedes ser quien quieras, como quieras y obtener lo que quieras. En lo único que se parece al mundo real, es que allí también la felicidad cuesta dinero. Wade es uno de esos pobres, casi al borde de la penuria, en el mundo virtual es poco más que un buitre que vive de los despojos que quedan atrás, correr esa competencia es solo una utopía porque no cuenta con los medios adecuados, aunque sí con el ingenio y el estudio. Personaje que en manos de Tye Sheridan tiene un encanto que ayuda a empatizar no solo con él si no que también con la trama. Una que se antoja bastante superficial y que carece de las dramáticas ideas propuestas en el libro original. El director apela a varios tópicos que conoce hasta el hartazgo; la banda de amigos, la búsqueda del tesoro y la manifiesta referencia de que todo es mejor cuando se trabaja en equipo. Claro que sumado a una importante, sino más bien ingente cantidad de referencias a la tan de moda década de los ochentas el producto final es una montaña rusa, que sin muchas curvas, te lleva directo al final, sin respiro, sin contemplaciones. Todo el drama alrededor de los personajes reales se mide en unas pocas pinceladas sin mucho vuelo, como si temiera que algún momento dramático estropeara la feliz travesía en la que te cruzás con León-O, Ryu o el gigante de acero. Haciendo de la competencia un juego, un divertimento casi videoclipero que deja de lado cuestiones como el abyecto comportamiento de las multinacionales que copan todo a su paso, esas que devoran lo que una vez fue el grito de libertad de unos y el drama social que esto conlleva, en los personajes como representantes de la sociedad consumista y enajenada. Ellos compiten por ganar a la corporación porque es lo único que les queda para vivir en completa libertad, un universo que saben afuera no existe. Luchan por lo último que les pertenece que es la enajenación total a sus miserias reales. Parecen de alguna manera correr en paralelo ambos bandos en el film y eso tiene que ver con el hecho de que poco se describe o utiliza el mundo real para explicar el virtual. No solo es una reconstrucción de varios pasajes, es también la reescritura del mensaje que da la historia. Un gran cineasta capaz de una factura envidiable, pero que somete a la historia a una moraleja simplona que no se refleja para nada en el universo en que es dramatizado el relato. Villanos caricaturescos que no superan el apelativo de meros comparsas y que por eso no crean un antagonista que sume tensión o que refleje lo que está en juego. Ben Mendelsohn con su Sorrento es un monigote que no temería nadie y al que engañan casi de manera infantil en más de una oportunidad, criatura que nunca creerías dueña de un conglomerado que lo devora todo. La pasta está en el viaje, en la cornucopia de easter Eggs, en las deliciosas referencias musicales, pero dista mucho de exceder esto, de no ser más que un rato de diversión.
La apuesta era grande: adaptar una novela de ciencia ficción que podía pasar desapercibida como tantas otras en los últimos tiempos. Pero Steven Spielberg no es un director más. En Ready Player One (2018), su último trabajo, el realizador mima y toca el alma de varias generaciones. Las nuevas y las que crecieron viendo sus películas. Como un número diez que devuelve todas las pelotas al pie, Spielberg es el jugador distinto, el que hace lo que los demás no pueden. ¿Qué cosas? Aglutinar referencias ochentosas sin empalagar. Un recurso gastado y poco original, pero que con su visión y talento logra imponerlo de una forma lírica y magistral. El director combina un crisol de elementos cinéfilos y de videojuegos uno más divertido que el otro. No hay nada de más ni nada de menos. No satura. Es diferente a la mayoría de la series y películas del momento. Así, por ejemplo, el protagonista de la película vive miles de situaciones delirantes. Cosas como manejar el DeLorean de Volver al Futuro (1985), ser rescatado por Goro de Mortal Kombat, ser perseguido por el T-Rex de Jurassic Park (1993) o cruzarse con Jason Voorhees (Viernes 13, 1980). Y Todo eso sumergido en un juego de realidad virtual en el que cada ser humano puede tener su ávatar y ser lo que quiera ser. No hay límites para la imaginación. Increíbles efectos especiales y una historia súper entretenida. Ready Player One es una adaptación de la novela homónima del escritor Ernest Cline. En 2045 el mundo está en decadencia y un juego de realidad virtual llamado OASIS funciona como la vía de escape de las personas. En ese contexto, Parzival (Tye Kayle Sheridan), el avatar del joven protagonista, buscará tres easter-eggs ocultos en el juego para obtener medio billón de dólares y el control total del videojuego. La película pierde por momentos al ser demasiado aleccionadora sobre el tema del uso de la tecnología. Pero no es pretenciosa. Todo lo hace sutilmente, siguiendo la trama y la historia de los personajes. Sin golpes bajos, todo a un ritmo vertiginoso y de buen timing. Hasta la dosis de amor se desarrolla sin problemas y sin transformar en meloso todo lo demás. Ready Player One demuestra que, si hablamos de aventura y ciencia ficción, Spielberg continúa en los primeros puestos. Y también confirma que el hombre que supo crear clásicos inolvidables en los setenta y ochenta aún puede – dejando de lado su búsqueda más seria en el cine mainstream- volver a enamorar a más de una generación.
Steven Spielberg vuelve a las andadas con el género que mejor le sienta: la ciencia ficción. Luego de años de espera nos otorga un divertidísimo viaje que honra a la cultura pop, principalmente de los ochenta, la misma que ayudó a construir por medio de sus encantadores relatos. Una oda al mundo gamer y a la cinefilia pura. “Ready Player One” es un relato basado en la novela homónima de Ernest Cline, autor que además participó de la escritura del guion de la película. Lo que podemos disfrutar en pantalla a partir de esta semana es un vertiginoso y entretenido largometraje que, si bien se aleja un poco del libro, mantiene la esencia del mismo y logra transmitir los mismos hechos que rodean a los personajes de una manera más cinematográfica y audiovisual. La película cuenta una historia que tiene lugar en el año 2045. Allí Wade Watts (Tye Sheridan) es un adolescente al que le gusta, como a tantas otras personas, alejarse de la oscura vida cotidiana, para sumergirse en “OASIS”, una utopía virtual que es tan vasta como el propio universo. Este mundo está plagado de gente que se oculta tras avatares y donde puede ser lo que no es en la vida real. Un día, el excéntrico y multimillonario creador de este popular videojuego masivo, Halliday (Mark Rylance), muere dejando una competencia como legado, donde el ganador se hará acreedor de su fortuna y será el dueño de Oasis. Para ello, elabora una búsqueda del tesoro escondiendo tres llaves a través de los rincones más recónditos de su creación. Será el punto de partida para que Wade se enfrente a jugadores, poderosos enemigos corporativos y otros competidores despiadados, dispuestos a hacer lo que sea, tanto dentro de “Oasis” como del mundo real, para obtener el premio. En esta aventura, Wade o Perzival como es conocido dentro del mundo binario, contará con la ayuda de Art3mis (Olivia Cooke), Hache (Lena Waithe), Sho (Philip Zhao) y Daito (Win Morisaki) en la lucha contra el despiadado Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn), el dueño de una enorme corporativa que quiere ganar la búsqueda del Easter Egg para controlar la plataforma y así conseguir poder y dinero. El relato recuerda un poco a la estructura de “Inception” (2010), donde íbamos alternando secuencias que se daban en el mundo real y acontecimientos que tienen lugar en el mundo imaginario. Sin embargo, esta obra en cuestión juega con el mundo gamer y el espíritu competitivo para brindar unas logradas escenas que mezclan la gran creatividad del director y ese espíritu nostálgico por los clásicos de los ’80. Spielberg es un gran narrador de historias y logra revitalizar el cine mainstream una vez más, demostrando que la base de todo no solo es una buena trama, sino que además la clave está en crear personajes fuertes y tridimensionales con motivaciones claras. Por otro lado, nos vuelve a dar cátedra en la edificación de relatos con jóvenes o adolescentes como protagonistas. Tye Sheridan y Olivia Cooke nos deleitan con más que dignas composiciones de sus papeles, que tanto ellos como el resto del elenco tuvieron que encarnar en dos ocasiones, en las partes live action y las secuencias de CGI, donde realizan mediante captura de movimiento las interpretaciones de sus avatares. Un tremendo trabajo actoral y de dirección. También cabe destacar el trabajo de Mendelsohn en la elaboración de esa fuerza antagónica que parece implacable y siempre les pisa los talones a los héroes de turno. La banda sonora y los efectos especiales se destacan en los aspectos técnicos, al igual que la fotografía y ese manejo de cámara y de la espacialidad característicos de Spielberg. Su empleo del plano secuencia o la toma larga en función de lo que estamos contando más que en un despliegue cinematográfico o logro técnico, hicieron que se convierta en uno de sus sellos personales que pasan desapercibidos pero que consiguen darle una impronta visual bien marcada y funcional. “Ready Player One” es un film trepidante que nos trae a Spielberg en su mejor forma pochoclera, logrando una película entretenida, con un trasfondo social marcado que se beneficia del talento de sus intérpretes y de un guion dinámico y original. Demás está decir que la dirección es impecable y que la imaginación/creatividad de la cinta para conseguir una continua catarata de alusiones a la cultura pop es uno de sus puntos destacados. Un largometraje maravilloso que nos hará sentir como niños otra vez y que se quedará en nuestras memorias. Un viaje para que disfrute toda la familia. Bonus Track: Sentir la cinefilia en estado puro cuando los protagonistas tienen que afrontar al hotel Overlook de “The Shining”. Una de las mejores escenas. Una verdadera joya y muestra de cariño hacia Stanley Kubrick.
Es difícil ser objetiva cuando se admira tanto a un director como yo admiro a Steven Spielberg, pero voy a tratar de contarles de qué va y de darles mi opinión sincera. “Ready Player One” (2018) es una adaptación del libro de Ernest Cline y relata dos mundos, uno en el futuro (2045), donde vive, Columbus (Ohio) con su tía y el novio de turno nuestro antihéroe, Wade Watts (Tye Sheridan) una realidad miserable de la que quiere escapar, y el mundo creado por Halliday (Mark Rylance) llamado OASIS, donde todo es virtual. Halliday es un hombre tímido que no parece llevarse bien con el mundo real, y hasta le cuesta relacionarse con las mujeres, vive para desarrollar sus ideas y llevarlas a cabo. El avatar de Wade es Parzival y así pasa todo el tiempo posible. En su mundo virtual conoce a Art3mis (Olivia Cooke) y a una banda de amigos que se convierten en sus aliados. Antes de morir, Halliday, dejó ocultas tres llaves y el que las encuentre, así como también al “Easter Egg” será el poseedor de OASIS y su fortuna. Para hallar las llaves y el huevo deberán pasar varias pruebas. Gracias a su astucia, Parzival gana la primera llave y eso lo coloca en la mira de todos, sobre todo en la de el malvado Sorrento (Ben Mendelsohn) quien controla a la Empresa IOI y quien quiere quedarse con OASIS. Mientras van buscando las llaves las referencias al pasado no cesan, llevándonos en un viaje melancólico que, para los que vivimos “Fiebre de Sábado por la Noche” y “El Resplandor” (TAN bien lograda en todo sentido) entre otras joyitas, son emocionantes. La escena del Hotel Overlook de “The Shining” (1980) merece todas las felicitaciones al equipo creativo de la película porque es increíble. Hay utilización de CGI pero no se abusa, Steven Spielberg es sin lugar a dudas un maestro en el arte de contar historias, un entretenedor nato, que hace que más de dos horas se nos pasen volando y nos quedemos con ganas de más. Los efectos visuales son espectaculares como era de esperar. Llena de acción, humor y el toque de nostalgia que no puede faltar. Una de Spielberg para ver más de una vez. Mi opinión: Excelente.
Oasis es un mundo virtual donde la gente puede hacer lo que quiere, y dicho sistema es usado para evadirse de una realidad plagada de sobrepoblación, hambrunas y otros males. Luego de que su creador, James Halliday muera, nos enteramos que dicho programador fue dejando tres llaves ocultas que llevan a un easter egg; quien lo encuentre, se quedará con el control total de Oasis y heredará sus millones. Que comience la cacería. No fuimos pocos quienes nos alegramos cuando se supo que Steven Spielberg iba a dirigir la adaptación de Ready Player One. Y es que si bien el Tío Steven venia de hacer una seguidilla de películas que parecían buscar a como dé lugar el Oscar, nadie puede negar que es el padre del cine de entretenimiento, ese que los que rondamos los treinta años crecimos viendo. Y puedo decir con la mayor sonrisa posible: bienvenido de nuevo a este cine Spielberg. Estamos ante un delirio visual, pero sobre todo a nivel de referencias para los amantes de la cultura pop desde los ochenta en adelante. Y en tiempos donde algunas series son aplaudidas solo por su nostalgia, vale la pena hablar y recomendar un film que no solo se agarra de eso para proponer algo divertido a los espectadores. Y es que tanto homenaje o guiño, no solo es fanservice; sino que tiene un sentido dramático en la trama. Primero porque el creador de Oasis era un fan con todas las letras; pero si hilamos más fino, es una gran crítica a como la mayoría de las personas, si pudiera elegir llevar la piel de seres de nuestros libros, películas, videojeugos o comics favoritos, lo haríamos sin dudarlo. Esto se apoya en un trabajo visual de esos que sorprenden, y que seguramente sea nominado a los Oscar el próximo año. Ready Player One debe ser una de las cintas más hermosas desde la imagen, que vimos en tiempo. En cuanto a la historia, aquellos que leyeron el libro, sabían que era un poco imposible llevarla fielmente a la gran pantalla (en especial con todo el tema de los derechos y las productoras). Y se agradece que entre los guionistas se encuentre Ernest Cline, creador de la novela oficial. Estamos seguros que gran parte de que el film funcione en la gran pantalla pese a todos los cambios, se debe a su presencia. Ready Player One es un espectáculo para los sentidos, y si buscan una buena actuación, la van a encontrar, aunque no diremos en quien, ya que su personaje y el porqué de la actuación de quien lo interpreta, es clave en la historia. Para aquellos que extrañaban al Spielberg que hacia cine por el mero hecho de entretenernos, podemos decirles que Steven volvió en su mejor forma. Lo extrañábamos.
Ready Player One llega en el momento justo. En un tiempo en el cual hay una saturación de películas y series que homenajean a la década del ‘80 y su consumo, con algunos casos mejores y otros peores. Y, aunque eso no se vaya a terminar por ahora, este estreno marcó una especie de broche de oro y punto final. No se va a poder superar lo que hace y logra esta película nunca. Asimismo, nos encontramos con la rara excepción en donde la adaptación fílmica supera a la novela de origen. Hace un par de años leí el libro de Ernest Cline y me encantó. Pero aquí disfruté aún más porque justamente la obra trata sobre el mundo audiovisual y qué mejor que una buena película para representarlo. ¿Y quién mejor que Steven Spielberg para adaptar esta historia? No hay ningún otro director que represente ese momento en el cine y la cultura pop. Por momentos se homenajea a sí mismo, pero con tal altura y sutilidad que da para el aplauso y jamás pensar en la pedantería. Con la excusa de que nos encontramos en el año 2045 y que lo único bueno que queda en el mundo para ofrecer es una realidad virtual llamada Oasis, es que miles de íconos pueden aparecer. Salvo personajes de Disney/Marvel/Star Wars por una cuestión de derechos, el resto está ahí de una forma u otra. Hay que ver la película muchas veces más y pausarla a cada rato para revisar fotograma a fotograma los easter eggs. Y de eso se trata el film, una aventura impresionante para llegar al máximo de los easter eggs (tesoros escondidos) pero que es una excusa para el espectador. Acompañamos a nuevos personajes interpretados por actores totalmente desconocidos, porque poco importa su personalismo sino lo que viven y transmiten. Los efectos son geniales y que todo ocurra dentro de Oasis da amplitud para que el CGI se note cuando se tenga que notar. ¡Estamos hablando de escenas tales como un DeLorean escapando de King Kong! Y todo con la magia que solo Spielberg le puede dar. A las incontables referencias le sumamos la música y no puede ser más perfecto. No hay nada que objetarle a este film, todo es disfrute. Todo es perfecto. Me encantaría comentar referencias, apariciones, cameos, menciones, etc, pero estoy convencido que Ready Player One es un viaje que no debe ser arruinado más que por los trailers. El cinéfilo de ley debe disfrutarlo solo y delirar. Incluso emocionarse hasta las lágrimas. Esta película es una celebración, es un grito de amor desesperado hacia la cultura pop y a todo lo que amamos los “nerds”. Hacía años que no la pasaba tan bien en una sala de cine, y si esta llegara a ser la última película en la historia de humanidad, estaría bien. Gracias Ernest Cline, y gracias Steven Spielberg por ser el curador perfecto de nuestra infancia.
El pop en los tiempos del internet Ready Player One: Comienza el juego (2018) es una frase que solía aparecer en las pantallas de los arcade, titilando unos pocos segundos entre que el jugador se despedía de sus monedas y el instante en que apretaba el botón de inicio. La frase indicaba, cual cajero automático, que la transacción había sido registrada y ya se podía jugar. Ni bien empezaba el juego la frase desaparecía. Es una frase emblemática porque no recurre en ningún otro sitio, y no puede ser una coincidencia que se elija un instante tan efímero y formal para conmemorar toda una generación de ludopatía. La nueva película de Steven Spielberg se basa en la novela homónima de Ernest Cline, publicada en 2011 pero hecha mayormente a base de la cultura pop de los 80s, década que está de moda para recordar de manera intachable y nostálgica. El propio Spielberg fue uno de los máximos contribuyentes al panteón pop de la época, inventando un público joven que al día de hoy se desvive por conmemorar su infancia. Si en eso se resumiera Ready Player One: Comienza el juego - nostalgia manufacturada - la película sería un esfuerzo simpático y ahí quedaría. Pero la obra trata tanto sobre la cultura pop como la celebración en sí misma de dicha cultura, un tema tan actual como el efecto del internet en el colectivo humano. Internet como una colosal corriente de pensamiento o conciencia hecha a base de referencias miméticas y sabiduría inútil, una especie de más allá celestial (o infernal) para todo lo que alguna vez fue popular. Ready Player One: Comienza el juego es la escenificación indulgente de aquel purgatorio. El xenomorfo de Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) sale del pecho de Goro de Mortal Kombat (1995). Godzilla lucha contra un Gundam. El Gigante de Hierro se cruza con Terminator. Una carrera de autos tiene al T-Rex de Jurassic Park (1993) y a King Kong de obstáculos. El torrente de referencias e “invitados especiales” es constante - esencialmente Spielberg crea un mundo en el que los íconos pop coexisten más allá del contexto que los hizo populares, así como Robert Zemeckis hizo con sus caricaturas en ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit, 1988). El propio Zemeckis es homenajeado varias veces, nunca mejor que cuando se introduce el Cubo Zemeckis, capaz de retroceder el tiempo unos 60 segundos. En un futuro cercano toda la población mundial participa de una realidad virtual llamada OASIS, esencialmente una especie de “Matrix” a la que la gente se conecta, en teoría para competir en distintas actividades, en la práctica para llevar una segunda vida de ocio sin consecuencias. El hecho de que pueden utilizar cualquier personaje de cualquier medio animado o digital como avatar es la excusa perfecta para meter cualquier cantidad de cameos. Cuando el creador de OASIS muere deja tres objetos escondidos detrás de consignas crípticas: quien los encuentre se convertirá en el dueño del mundo virtual. La trama opone al joven huérfano Wade Watts (Tye Sheridan) y sus amigos contra una corporación desesperada por obtener control total sobre OASIS, amalgamando un poco de todas las aventuras similares que ha dirigido Spielberg. A la que más se parece es a Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989): el bando de los buenos compite con el bando de los malos por apoderarse de lo que se describe como el Santo Grial en no menos de tres pruebas, y lo que los buenos no poseen en cantidad o tecnología lo compensan con humor y pensamiento lateral. Hasta la banda sonora de John Williams se recicla libremente en situaciones análogas. Los jóvenes héroes son serviciales y descartables, y el costado más humano de la película se lo da Mark Rylance mediante un personaje póstumo. Cualquier película en la que una narración en off promete “un mundo donde el límite es la imaginación” está destinada a decepcionar un poco, y la totalidad de Ready Player One: Comienza el juego no se encuentra a la altura de sus partes más inspiradas (la mejor una secuencia en la que los héroes penetran el film El resplandor (The Shining, 1980) y recorren los pasillos de un Hotel Overlook impecablemente recreado). Más allá de las cavilaciones de la trama - los mecanismos del mundo del futuro no resisten lógica o análisis - la película no parece tener opinión sobre los peligros o beneficios de una realidad virtual que lentamente reemplaza y canibaliza la realidad terrenal. Se repite varias veces a lo loro “Lo único real es la realidad” como si la frase tuviera sentido inherente y dedica una mirada superficial a problemáticas que identifica pero desestima, como las cuestiones de identidad y discriminación. De hecho la película elije ignorar un montón de conflictos latentes en las vidas digitales de hoy en día o imaginar cómo un mundo digitalizado en un 100% las ampliaría o contendría. Se puede tachar a Ready Player One: Comienza el juego por su potencial desperdiciado e historia reduccionista. Pero aún entonces resta considerar a la película - una aventura entretenida, simpática y gentil como sólo Spielberg es capaz de conjurar - como un raro producto de su tiempo, inspirada tanto en fórmulas genéricas como en la actualidad cultural. Queda en cada uno reír o llorar ante una ilustración tan acertada de lo que es la cultura de internet: fanática, inatenta, rauda en alabar o condenar, hambrienta de inclusión y obsesionada por reconocer y ser reconocida. La ironía máxima es que el villano (Ben Mendelsohn) es un adulto cuyos intentos de congraciarse con el joven héroe citando trivia pop son denunciados por deshonestos. Como si Spielberg estuviera haciendo otra cosa.
Visualmente impactante, la adaptación que realiza del libro de Ernest Cline, el solvente Steven Spielberg, no aporta nada nuevo. Si le toma casi dos horas y media para reflexionar acerca de los vínculos sociales, partiendo de la idea que “la realidad es sólo lo real”, es porque más allá de la habilidad para crear universos y parafernalia, no hay mucho más.
Lo hemos dicho una y mil veces. Hay más de un Spielberg cuando el director de E.T. y La lista de Schindler se pone detrás de cámara. Es un maestro de la narración, sea que cuente una historia de aventuras o se base en algún hecho histórico, pero Spielberg, a sus aún jóvenes 71 años, evidentemente se siente más cómodo con el tipo de relato que le permite Ready Player One. Esto es: acción, suspenso, humor y aventura en estado puro. Ready Player One -la frase que acuñó Atari cada vez que empezaba uno de sus videojuegos- es también una película de aliento ochentoso. De hecho, la novela de Ernest Cline en la que se basa hacía cierta pleitesía de Spielberg, a lo cual el director de Los cazadores del arca perdida ha desechado en parte, y sólo hay menciones a alguna que otra producción suya -el DeLorean que maneja el avatar del protagonista en Oasis, el mundo de realidad virtual que convive con el real- es un ejemplo. Es 2045, y en un Ohio distópico Wade (Tye Sheridan) vive, como tantos otros, entre el hacinamiento -en una edificio torre semiderruido- y esa realidad virtual que el filme imagina que ha atrapado a todo el mundo. Al fallecer el creador de Oasis (Mark Rylance, nuevo fetiche de Spielberg), éste deja ocultas tres llaves para alcanzar una meta y convertirse en el dueño de las acciones de la empresa. Por supuesto que hay buenos y malos, y Wade, cuando juega con su avatar, Parzival, tiene amigos virtuales que no conoce en la vida real. Y hay malvados capaces de hacer lo que sea necesario para apoderarse de Oasis. El australiano Ben Mendelsohn, Danny en Bloodline, de Netflix, es Sorrento, el villano en cuestión, un personaje que él hace tan rico como Sheridan al protagonista. El desafío de Spielberg fue contar estos dos mundos, el “real”, casi apocalíptico y futuro, y el virtual, igualmente increíble, empardarlos y hacer que el espectador se sienta cómodo, a sus anchas, tanto en uno como en otro. La película tiene un comienzo alucinante, casi arrollador, que disipa los temores de los últimos filmes del director de Tiburón que apuntaban al entretenimiento, como El buen amigo gigante o Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Además del DeLorean, están los dinosaurios de Jurassic Park, una escena en honor a El resplandor, de Kubrick, Godzilla, King Kong, Chucky y siguen los hits. Pero también Ready Player One ofrece material para el análisis. Los que juegan en Oasis lo hacen para escapar de la realidad que los circunda. Y hay muchos temas comunes al cine de Spielberg -personajes sin padres, los chicos siendo más sensibles, inteligentes y dúctiles y sinceros que los adultos, la cultura pop, que aquí estalla en mil colores-. Porque ¿qué es lo más importante en un juego? ¿Divertirse con amigos o vencer al ocasional contrincante? De eso trata también Ready Player One, del placer de compartir una aventura cinematográfica, como las que sabía contar Spielberg cuando éramos chicos.
Con Ready Player One ya son dos las películas de Steven Spielberg estrenadas en los cines argentinos en apenas un par de meses. Si en la primera ( The Post: Los oscuros secretos del Pentágono) se remontaba al pasado para rescatar al periodismo de investigación en la era artesanal, aquí viaja a un futuro distópico para ofrecer una vertiginosa y fascinante incursión en la realidad virtual. Ya sea dentro del terreno más político o en el más puro entretenimiento masivo, nunca dejan de aflorar su inteligencia y la categoría de brillante narrador que lo han convertido en una marca y una garantía. Esta transposición de la celebrada novela de Ernest Cline propone un doble juego: ir hacia el futuro con una mirada anticipatoria sobre las posibilidades y las consecuencias de la tecnología como forma de escapismo y como adicción, y volver a la década del 80 con una interminable acumulación de citas cinematográficas, musicales y del universo de los videojuegos (algunas obvias, otras no tanto) que cinéfilos, melómanos y gamers cuarentones y cincuentones irán descubriendo entre sonrisas y ataques nostálgicos (es toda una incógnita saber cómo reaccionarán los más jóvenes). La acción comienza en un pueblo de Ohio en 2045. En medio de una crisis terminal por la escasez de combustibles y el aumento de la polución, el planeta se ha convertido en un basural, pero a nadie parece importarle demasiado ya que todos pasan buena parte de su tiempo en Oasis, un universo virtual en el que cada uno tiene su avatar y participa de aventuras llenas de acción, emoción y peligros. El protagonista del film es Wade Watts (Tye Sheridan), un adolescente huérfano que -como forma de huir de su penoso presente- se dedicará a seguir las pistas que ha dejado antes de morir James Halliday (Mark Rylance), el multimillonario creador de Oasis. Quien descifre los enigmas y obtenga las tres llaves en disputa se quedará con las acciones de su todopoderosa compañía. Se trata, por lo tanto, de una larga (por momentos demasiado) carrera contra el tiempo en la que también se requiere capacidad de investigación, ingenio y conocimientos varios. Por supuesto habrá compañeros de rutas, un personaje femenino poderoso (la Art3mis de Olivia Cooke) y malvados como Nolan (Ben Mendelsohn) y el monstruoso i-R0 (voz de T. J. Miller). Spielberg logra transmitir en varios pasajes la sensación inmersiva propia de la realidad virtual para que el espectador sea partícipe de esta suerte de carrera de obstáculos matizada por guiños y referencias ochentistas. Como dice el subtítulo en la Argentina: Comienza el juego.
Ready Player One, de Steven Spielberg Por Jorge Bernárdez Suele ocurrir con algunas películas que el proceso que llevó a su filmación es casi tan apasionante como el resultado, al menos para los que seguimos el mundo del espectáculo en alguna de sus ramas. Cuando el libro Ready Player One todavía no había sido editado, ya estaba en marcha el proceso que terminaría en la realización de la película, por lo que la producción que hoy llega a las salas llevó años de producción. No es la primera vez que Steven Spielberg se hace cargo de una adaptación, pero parece que esta vez fue algo así como la frutilla del postre que se venía preparando entre distintos actores de la industria. El asunto es que cuando Spielberg recibido el libro y el respectivo guión adaptado, le llevó muy poco tiempo decidirse en sumarse al proyecto como director y productor, porque Ready Player One resulta fascinante y para el creador de la mayoría de los eventos culturales que aparecen en esa historia, fue un desafío imperdible. En el documental que HBO estrenó hace unos meses sobre el director, se cuenta lo que pasó cuando se metió en la producción de Jurassic Park y al mismo tiempo un técnico de la empresa de George Lucas avisó que había logrado un gráfico realista y que por ahí servía para lo que Spielberg necesitaba. Resulta que de ahí salió la primera película que puso en la pantalla imágenes digitales que nos hicieron aceptar a todos que podían verse a los ya extintos dinosaurios corriendo por una pradera en la isla Nublar donde un millonario excéntrico había logrado hacer nacer dinosaurios en el siglo veinte. En cierto sentido los que fuimos a las salas de cine fuimos afortunados y tuvimos una experiencia irrepetible, semejante a la de los espectadores de aquella película que mostraba la llegada de un tren a una estación y provocó que algunos saltaran de las sillas cuando el cine era una experiencia más cercana a una feria popular que a una sala teatral. Ahora en otro siglo, Spielberg vuelve a sorprender, se mete en una historia que se desarrolla en el futuro y que transcurre en dos escenarios diferentes: la vida tal como la conocemos en un plano y la realidad virtual transformada en una vida paralela, donde la mayoría se vuelca para hacerse cargo de su avatar y ser algo distinto a lo que es realmente. Pero algo sacude el universo del mundo virtual, el creador del mayor juego de todos y del lugar donde todo el mundo maneja su avatar ha muerto y ha dejado un legado único, una serie de pistas para un juego que hay que solucionar y el que logre, descubrir el enigma será el nuevo dueño de Oasis -así se llama el escenario de ese juego virtual-. El mundo real donde vive el joven Wade Owen Watts es deprimente y hostil por eso él y la mayoría prefieren entrar en Oasis y pasar allí varias horas del día, por otro lado, el juego que dejó el creador de ese mundo, James Donovan Halliday (interpretado por el extraordinario Jack Ryalance), tiene ahora un premio especial, así que una y otra vez Wade se transforma en Perceval y busca descifrar las pistas. Claro, en el camino descubrirá cosas y la película se abrirá a distintas lecturas sin abandonar el ya por todos reconocible camino del héroe. Hay en Ready Player One un héroe y su consabido grupo de amigos que se irán sumando en cada nueva etapa, además del consabido interés amoroso: Samantha Evelyn Cook cuyo avatar se llama Art3mis es más decidida que el protagonista y su intereses parecen ser bien concretos. El resto del grupo irá apareciendo a cada paso y por supuesto terminará siendo un verdadero grupo de inadaptados. Mientras Wade va aprendiendo que no puede ni vale demasiado la pena ganar solo, del otro lado está el enemigo que es un ex cadete de la Corporación que maneja todo, que subió en la estructura empresarial y que se muestra dispuesto a todo con tal de no permitir que el manejo de Oasis quede en manos de cualquiera. Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn) es el nombre del villano que participará con su propio avatar, metiéndose en Oasis para interferir y perseguir a Wade y sus amigos. Con más de setenta años Spielberg logró en apenas unos meses estrenar una película reflexiva como The Post y otra de entretenimiento puro como Ready Player One. Primero se dio el gusto de trabajar con dos estrellas como Meryl Streep y Tom Hanks para luego, poner en pantalla actores jóvenes cómo Tye Sheridan y Olivia Cooke y contratar a Simon Peg. Por si fuera poco, dijo en alguna de las notas que rodar Ready Player One le hizo recordar lo mucho que se divertía haciendo cine pensando en quienes nos sentamos en la platea. Spielberg está afilado y con fuerza, lo que significa que aún quedan historias para ver en la pantalla de la mano y la cabeza de uno de los grandes directores de la historia del cine, esa es una buena noticia para disfrutar en el mundo real, que es donde vale la pena que pasen las cosas. READY PLAYER ONE Ready Player One. Estados Unidos, 2018. Dirección: Steven Spielberg. Guión: Zak Penn y Ernest Cline. Elenco: Tye Sheridan, Olivia Cooke, Ben Mendelsohn, T.J. Miller, Simon Pegg, Mark Rylance, Lena Waithe, Win Morisaki, Hannah John-Kamen, Susan Lynch. Producción: Steven Spielberg, Kristie Macosko Krieger, Dan Farah y Donald De Line. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 140 minutos.
Reinventarse desde el pasado Año 2045. Wade Watts (Tye Sheridan) es un adolescente al que le gusta evadirse del cada vez más sombrío mundo real a través de una popular utopía virtual a escala global llamada “Oasis”. Un día, su excéntrico y multimillonario creador muere, pero antes ofrece su fortuna y el destino de su empresa al ganador de una elaborada búsqueda del tesoro a través de los rincones más inhóspitos de su creación. Ese es el punto de partida para que Wade se enfrente a jugadores, poderosos enemigos corporativos y otros competidores despiadados, dispuestos a hacer lo que sea, tanto dentro de “Oasis” como del mundo real, para hacerse con el premio. ¿Cuál cineasta es más adecuado que Steven Spielberg para realizar Ready Player One (2018), la película que adapta la novela de Ernest Cline en la cual se hace un homenaje a la cultura pop de los ‘80? Spielberg aterró en los cines a los espectadores con Tiburón (1975), emocionó a grandes y chicos con el extraterrestre ET (1982) y llevó a estos seres en un plano no desarrollado hasta ese momento en el cine, con Encuentros cercanos del tercer tipo (1977). Ready Player One es una referencia, mimo y adulación a la cultura pop que moldeó a los jóvenes de los ’80 y a la vez coincidió con el comienzo de una nueva forma de entretenimiento: las consolas de juegos. Así, Ready Player One es un film plagado de referencias icónicas de esos tiempos y otras no tanto, en la que el espectador más especializado se sorprenderá con otras aluciones y guiños. Desde la dirección, Spielberg deja un poco de lado la apelación a lo nostálgico -tan común a esta parte- para recrear una película con nuevos aires en lo que a ciencia ficción actual refiere. Tanto en su realización como en la narrativa, hay pocos directores como Spielberg que entienden al género para sacar provecho a cada momento y circunstancia. Pese a tomarse ciertas licencias en cuanto a la adaptación narrativa del libro, Spielberg llega a la fibra nerviosa e íntima que plantea el texto original y eso es plasmado en la película. Ready Player One es visualmente impresionante: las recreaciones de las batallas, los diferentes escenarios y las escenas de acción y persecución crean un clima sin lugar, acompañado por una banda sonora plagada de clásicos. El hecho de incorporar y prestarse al juego de introducir a los personajes a una película de culto de Stanley Kubrick simplemente demuestra la calidad narrativa y técnica en lo que resulta una de las mejores escenas del film. El reparto encabezado por Tye Sheridan se compromete con la visión del director para realizar buenas actuaciones, tomando a Mark Rylance en un gran papel, emocionante con sus ideas y las contradicciones propias de los genios. Lo único que finalmente le resulteacontraproducente es esta idea de poner en pantalla a cuanta figura, personaje o gag’s, siendo decenas de estos al punto de terminar por sofocar al espectador y agotarlo por proponer tantos guiños en la pantalla. Ready player one (2018) es otra estrella más en la basta carrera de Spielberg y más aún, en la ciencia ficción, un género en el que marca tendencia, expone y se reinventa para alcanzar un producto que se convertirá en otro clásico para disfrutar de su estética en su totalidad: la espectacularidad visual, el pulso narrativo del director y una gran banda sonora.
Una nostalgia rabiosamente actual La fábula futurista del director de E.T. narra una guerra corporativa en la que se entrecruzan realidad y virtualidad. El nuevo trabajo de Steven Spielberg, Ready Player One, marca una vuelta del popular director a la ciencia ficción y los escenarios futuristas pero desde un lugar inédito para él: la autocelebración. A priori, podría decirse que con esta película el director de E.T. se suma al club de la nostalgia de los años ’80, virtualmente fundada por los Duffer Brothers hace un par temporadas con la serie Stranger Things, que con la plataforma de Netflix como trampolín consiguió llamar la atención sobre la cultura pop de aquella década. Pronto se subieron a la ola películas como Guardianes de la galaxia de James Gunn, Atómica de David Leitch y hasta el argentino Andy Muschietti con su versión de It, la novela de Stephen King, entre otros. La diferencia es que mientras todos ellos se criaron mamando aquella cultura, Spielberg es uno de los artistas que más contribuyó con su labor como director y productor a montar esa entidad que hoy se evoca al aludir a la década de 1980. Es por eso que una película como Ready Player One, atiborrada de referencias ochentosas, de forma inevitable acaba citando una multitud de hitos vinculados de una u otra manera a su propia obra. A pesar de estar ambientada en el no muy lejano año 2045 y de remitir de manera constante al siglo pasado, Ready Player One es rabiosamente actual, no solo por su temática, sino por la paleta de recursos narrativos y técnicos a los que el director echa mano. Empezando por la estética de Playstation en la que se inspira la mitad animada de una película en cuyo universo realidad y virtualidad conviven en pie de igualdad. Se trata de la historia de Wade, un joven/adolescente huérfano que vive con una tía en una favela futurista en la que las viviendas son contenedores apilados. Un futuro colapsado en el que la basura de la tecnología obsoleta forma parte activa de la arquitectura y el paisaje urbano. Ahí la gente vive una vida paralela dentro de Oasis, una red social absoluta en la que cada individuo posee un avatar hecho a imagen y semejanza de su propio deseo y fantasía. Pero aunque en ese mundo online los límites parecen no existir, se trata de una extensión fantástica del mundo real, en donde todo está mercantilizado y que tiene en los bitcoins su propia moneda de curso legal. Como en la realidad, en Oasis la pasa mejor el que más tiene, con la salvedad de que uno puede ser un fracasado en la vida y al mismo tiempo un líder virtual. En la obra de Spielberg son frecuentes las referencias al relato religioso, por eso no sorprende que sea posible pensar a Oasis como sucedaneo del paraíso, la promesa de una vida mejor esperando más allá. Un lugar que no existe pero que ahí está, ofreciendo una esperanza que invisibiliza una realidad dura e injusta. Un opio tecnológico. Como todo paraíso, Oasis tiene un Dios creador, James Halliday, cuyo perfil responde al modelo del gurú tecno tipo Steve Jobs o Bill Gates, un nerd que al morir dejó un secreto oculto en la red prometiendo que quien lo descubra será el nuevo dueño de sus acciones en la empresa. La esperanza de una vida nueva que lejos de ofrecer un más allá encarna en el espíritu del capital. Eso desata una guerra en la que realidad y virtualidad se entrecruzan, y en la que los intereses corporativos se enfrentan al idealismo de Wade y su joven grupo de amigos en la red. Que Halliday haya pasado su juventud en los ‘80 es lo que da pie a que su Oasis sea una telaraña de referencias (algunas exquisitas), que van de la música al cine pasando por los videojuegos y el cómic, que también le dan a la película un aire de juego en el que gana el espectador que más alusiones identifique. Si bien Ready Player One representa una mirada crítica del mundo actual, de la hiperconectividad y de los riesgos que encarnan en el tejido de redes sociales donde las personas pasan cada vez más tiempo, en ningún momento lo descalifica. De hecho una de las ideas que sostienen al relato es que la destrucción o salvación de ese mundo virtual implican consecuencias que de un modo u otro afectan a la realidad. Algo perfectamente lógico viniendo de un artista que construye su obra como un oasis en el que la realidad siempre es filtrada por el tamiz de lo fantástico y donde los justos nunca se quedan sin salida, patrón que puede comprobarse incluso en sus películas de temática histórica. Y es que en la filmografía de Spielberg la fantasía no es otra cosa la esperanza por otros medios.
Con la llegada de nuevas ramas en tecnología y aprovechando el boom incansable de la realidad virtual, Steven Spielberg adapta la obra literaria de Ernest Cline, Ready Player One, a las salas de cines. Combinando todo tipo de pasiones (desde cine hasta videojuegos) Ready Player One es una carta de amor al niño que llevamos dentro. Podría escribir sobre las tantísimas referencias que tiene esta película, pero lo que realmente importa es que traten de ver este espectáculo audiovisual y descubran las referencias ustedes mismos. Hay de todo, para todos y Ready Player One se siente como una constante fuente de información y logra impresionar hasta con el más mínimo detalle en pantalla. Lo mejor de todo es que estos cameos y pequeñas cosas que conforman el mundo digital de la nueva película de Steven se siente natural y no forzado lo cual lo deja a uno con la boca abierta y – lo digo con firmeza – uno se siente un poco estúpido señalando algo que ve en pantalla. La historia es simple: en el año 2045 estamos en pleno cataclismo económico y social, las fuentes de energía están casi agotadas y el mundo se asemeja a un “gran basural”. De todas formas la gente tiene su refugio virtual, un escape paradisíaco llamado OASIS; este afro mencionado paraíso fue creado por James Halliday (Mark Rylance) una eminencia del mundo de la tecnología y fanático de la década de los 80’s. Todo es hermoso en OASIS, uno puede hacer lo que desee con solo la extensión de sus manos, pero hecha la ley, hecha la trampa… tras la muerte de Halliday, este capo del mundo digital dejó un mensaje a todos los usuarios de OASIS comunicando que quién encuentre su easter egg va a poder ser dueño de todo OASIS; ahí es donde empieza la aventura de Wade Watts (Tye Sheridan), el joven héroe de la película. La película muestra la magia del cine en todo su esplendor. Todo en Ready Player One es in your face y Steven con su maestría tras la cámara hace lo que mejor sabe hacer: sorprender. Hablamos de una película que cumple sueños, la gran “el sueño del pibe” frente a nosotros, y sin duda alguna el efecto causado no sería el mismo sin Steven, creo que de alguna forma simplemente “no sería”. En actuaciones Ready Player One cumple correctamente con lo pactado. Encontramos a grandes actores en roles pequeños pero críticos (Simon Pegg, Mark Rylance) y a jóvenes actores en pleno auge de sus carreras (Tye Sheridan, Olivia Cooke, Lenha Waithe), la sorpresa de este film que lleva a un estado de decepción es el trato que se le da a Nolan Sorrento, el villano principal del film, interpretado por el gran Ben Mendelsohn. Mendelsohn ofrece todo lo que puede en su rol de antagonista, no obstante se queda corto en contenido y el accionar de su personaje finaliza simplemente como un mal chiste. En cuanto a la interacción “real” de todos estos individuos el film exclama clichés de romanticismo barato, forzado e innecesario, lo que verdaderamente importa en Ready Player One es el desarrollo del ambiente digital, el resto a pesar de ser necesario para una correcta inmersión total, lamentablemente queda en las sombras. Justamente hablando del romanticismo forzado que se ve en Ready Player One es sorpresa que el fallo principal del film es su guión. El trabajo realizado por Zak Penn y el propio autor del libro, Ernest Cline, sobre el libreto es decepcionante. Sin ninguna sutileza en lo que sucede en el mundo real se malgasta tiempo forzando romance y amistades artificiales; vemos gente que no nos interesa en lo más mínimo pero en el mundo virtual nos encanta; es una estafa presentar motivos y personajes que no llaman la atención. Hay que destacar a Ready Player One como una película que se arriesga pero se mantiene reservada en su género, vemos multitud de personajes impensables y los vamos a disfrutar a todos ellos de igual forma; hay un emotivo golpe a la cultura pop en casi todo el metraje (con una banda sonora que va de Bruce Sringsteen a New Order) y también un sentido homenaje a un clásico del cine que da de lleno en la trama (y es lo mejor de la película). OASIS es una maravilla audiovisual y solo con ver la punta del iceberg en lo que puede ofrecer hace desear ser una parte de él. Una película imperfecta pero que llena corazones y afirma una flor de experiencia en la sala de cine. Así que vean Ready Player One en su sala favorita y disfruten el espectáculo, vale la pena cada minuto de él. Valoración: Muy Buena.
Comienza el juego En poco menos de dos meses la cartelera argentina tuvo dos películas de Steven Spielberg: primero se pudo ver The Post (2017), que cosechó dos nominaciones al Oscar y fue protagonizada por Meryl Streep y Tom Hanks; y ahora llega Ready Player One basada en la novela de ciencia de ficción del mismo nombre. OASIS es más que un juego de realidad virtual, es la oportunidad de entrar a un universo sin límites donde todo es posible y resulta ser la única vía de escape de la crisis y el caos que afecta al planeta Tierra. James Halliday (Mark Rylance), creador de Oasis, muere y anuncia que dejó en su juego un “huevo de pascua” (Easter Egg), aquel que lo encuentre heredará la fortuna de Halliday y será el nuevo dueño de OASIS. El adolescente Wade Watts (Tye Sheridan) mediante su avatar Parzival descubre la primera llave de las tres que necesita para ganar el premio y ahora deberá embarcarse en una competencia que no solo incluye a otros jugadores sino a una malvada compañía que destina todos sus recursos para poder adueñarse de OASIS. En la película, tal como en el libro, abundan las referencias a la cultura pop, sobre todo de la década del 80, pero algunas quedaron afuera por una cuestión de derechos. Además el propio Spielberg pidió eliminar aquellas que tengan que ver con su trabajo como director o productor y solo quedó el DeLorean de Volver al futuro y una al director de la saga protagonizada por Michaael J. Fox, Robert Zemeckis. Los efectos visuales son una de las mejores cosas de la película y logran meter de lleno al espectador dentro del OASIS donde se pueden ver desde combates cuerpo a cuerpo hasta grandes explosiones pasando por una gran carrera de autos con la presencia de King Kong. El grupo de adolescentes protagonistas a los que encabezado por Tye Sheridan da muy buenas actuaciones y homenajean a aquellas películas sobre la amistad que tan fueron populares en los 80. Por su parte Ben Mendelsohn encarna a un villano algo cliché pero que aún así es muy sólido; los británicos Mark Rylance y Simon Pegg cumplen en sus pequeños roles (este último merecía más tiempo ante las cámaras). Ready Player One tiene como guionistas a Zak Penn y al escritor del libro original, Ernest Cline, quienes logran plasmar una muy buena adaptación tomando distancia del material original pero sin perder la esencia, esto logra que en las manos de Spielberg se convierta en una gran aventura para la gran pantalla.
Una puesta dinámica que no consigue tapar su endeble desarrollo de personajes. En el 2011 se dio a conocer Ready Player One, novela debut de Ernest Cline, que se ganó rápidamente un lugar entre los best sellers por insertar en su narración múltiples referencias a la cultura pop (los ‘80 en particular). El destino, sumado a un largo tiempo de desarrollo, determinó que uno de los más grandes contribuyentes a la creación de ese nicho, Steven Spielberg, se haya puesto al hombro la adaptación. La pregunta que se cuece acá es si conseguirá darle un toque de emoción o quedará sepultada bajo un mar de referencias a productos preexistentes. Insert Coin Es el año 2045 y la ciudad de Columbus (Ohio, USA) es una de las más superpobladas. Por los diversos avatares que esto conlleva, el único escape del público es una realidad virtual llamada OASIS. Uno de los usuarios de esta tecnología es Wade Watts, quien encuentra más alegrías en este universo que en su monótona y decadente realidad. Todo cambia cuando fallece el creador de dicho universo: le heredará poder absoluto sobre OASIS a quien sepa encontrar un “huevo de pascua” oculto. Ready Player One destaca por sus escenas de acción como solo Spielberg sabe hacerlas. Lamentablemente le cuesta muchísimo hacerlas encastrar con los objetivos emocionales de los protagonistas. La razón es que, básicamente, no están bien desarrollados. El guion no consigue que empaticemos con ellos. Nos afecta más la historia del creador de OASIS que la del propio protagonista, porque una tiene el detalle y la profundidad que la otra no recibe. La subtrama romántica es introducida de forma forzada. Hay personajes que declaran amor ni bien empezado el segundo acto. No importa que la contraparte romántica le tire una batahola de comentarios sobre que “lo que siente no es amor”: el daño ya está hecho. No consigue que le tengamos miedo a su antagonista, reduciéndolo a un pelele corporativo. De nuevo, no importa cuántas ordenes de mandar a matar haya dado: el daño ya está hecho. No consigue que el grupo se haga querer o que nos preocupemos por su destino o su separación. No importa cuánto carisma y remates a la hora de dialogar se les den. Sí, son graciosos, pero el daño ya está hecho. También cabe señalar que explican constantemente sus orígenes, y sus vínculos tampoco están tan desarrollados de manera tal que nos preocupe que estos se destruyan a través de la abducción o la muerte. Por muchos que sean los desaciertos a señalar en este título, debo señalar que hay una secuencia donde se homenajea a la película The Shining que vale la pena y es la que consigue, aunque sea ínfimamente, el objetivo de entretener, narrar y emocionar teniendo a la trivia como el corazón de todo. En materia técnica Ready Player One presenta un gran despliegue visual que consigue sumergirnos exitosamente (y con radical diferencia) entre la realidad distópica y el lúdico mundo virtual. La música de Alan Silvestri se desempeña con naturalidad en el universo Spielbergiano: uno no puede evitar notar que de haber sido John Williams de la partida, sus elecciones no hubieran sido muy diferentes para subrayar las emociones que la película desea evocar. En materia actoral, Tye Sheridan yOlivia Cooke se prueban eficientes como pareja protagonista, más allá de que el guion no les da mucho con qué trabajar. Dicha eficiencia también aplica a Ben Mendelsohn, aunque por más dignidad que le aporte a su interpretación no puede evitar caer preso de las falencias ya presentes en el libreto. El único que consigue ir más allá de lo correcto es Mark Rylance, como el creador de OASIS, simplemente por tener su personaje una carne que al resto le falta. Conclusión Si bien consigue evocar el dinamismo característico del universo de los videojuegos y las referencias de diversos iconos le sacarán una sonrisa a más de uno, Ready Player One se queda a mitad de camino por no poner ese mismo empeño a la hora de desarrollar los personajes propios de su universo narrativo. Una cuestión acentuada también por un desenlace que extiende su bienvenida por unos 20 minutos.
Una invitación a la mayor aventura, en el mundo real y virtual, con referencias a otras pelis, homenajes, derroche de citas a la cultura pop de los ochentas y noventas, que según el propio director necesitara ser vista unas cinco veces para advertirlas a todas. Exageraciones al margen, Steven Spielberg a sus setenta años demuestra una juventud y un vigor increíble en esta producción dedicada al entretenimiento pero con un virtuosismo técnico, una motivación, una nostalgia y un empuje de marca mayor. La acción arranca en el 2045. La realidad es desastrosa, el mundo esta destruido, en la ciudad de mayor crecimiento (Columbus, Ohio) se vive entre basura, en casas que fueron trailers apilados, emparchados como una gigantesca villa miseria. Es tan decepcionante esa realidad que todos los humanos, no importa la edad, se aferran a sus mundos virtuales como única menara de sobrevivir. En ese mundo virtual, especialmente en OASIS, todo es posible, tener amigos, enamorarse, y sumergirse en una lucha de vida o muerte, de la que depende la salvación del planeta, para no caer en manos de una malévola corporación. La película requiere tener los ojos bien abiertos para pescar cada uno de los giros, visitas, referencias a personajes inolvidables, referencias a juegos antiguos, de la primera época, y especialmente héroes y monstruos que poblaron al cine de leyendas, gigantes, artilugios y talento. No todo es virtual, y el grupo de amigos pasa a lo real para darle mayor espesor a la historia de lucha y resolución de un acertijo fundamental: El creador de OASIS, (Mark Ryalance) a su muerte escondió la posibilidad de tener la propiedad de ese mundo a quienes resuelvan sus pistas que necesitan de recuerdos, deducciones, riesgos. Y ahí llega el plato mayor y vamos a nombrar solo uno de los homenajes, el que le rinde culto a “El resplandor” de Stanley Kubrick que por si solo vale este filme. Buenos y malos, empresarios malignos que esclavizan a la gente, el gusto por volver a la realidad y ver en “humanos” a los amigos virtuales, el descubrimiento de sentimientos amorosos, el aliento para transformarse en héroes. Un disfrute largo y colorido, constante y nervioso, siempre muy entretenido y excitante.
En el año 2045 el mundo apesta a todo nivel, la gente necesita huir de su horrible realidad, y el paraíso artificial favorito es Oasis, universo virtual donde todos pueden hacer o ser lo que quieran. En el momento de su muerte, el ciber-gurú creador de Oasis anuncia que escondió un "Huevo de Pascua" en algún lugar de su vasto infinito: quien lo encuentre, será su heredero. Las pistas que conducen a ese tesoro solo serán reveladas a los ganadores de absurdas competencias imposibles, tipo carreras de autos cruza de "Mad Max" con "Jurassic Park". Además de los millones de fans genuinos del difunto creador de Oasis, más los millones de pobres que sueñan con hacerse ricos, también hay ejércitos de soldados de una corporación monopólica más algunos revolucionarios carismáticos y varios heroicos nerds adolescentes, todos detrás del Huevo de Pascua (como para dar un toque ecuménico de Pesaj, también aparece una especie de Golem). Al nivel de los primeros actos de "Rescatando al Soldado Ryan" o de las dos primeras Indiana Jones, esta delirante distopía sobre el mundo virtual arroja al espectador a una montaña rusa de ritmo desaforado, con buenos gags a granel y una riqueza estética asombrosa. Hay una especie de sobredosis hipnótica de matices y estilos visuales, técnicas de animación y live action entremezcladas de modos inéditos, además de docenas de referencias cinéfilas a clásicos y cult movies como para salir del cine pensando en ir a verla de nuevo. O al menos el acto íntegro dedicado al temible mundo virtual de Stanley Kubrick. Por si hacía falta algo más, hay un mensaje cuasi peronista: "La única realidad, es la realidad".
Ready Player One trae de regreso el mejor cine pochoclero de Steven Spielberg desde Jurassic Park en 1993. Dentro de las propuestas de puro entretenimiento (dejemos al margen sus obras más serias) en esta película nos encontramos otra vez con ese maestro de la fantasía y la aventura que nos regala una experiencia inolvidable. Si bien en los últimos años el cineasta presentó trabajos relacionados con estos géneros, ninguno de esos títulos brindó la satisfacción y estado de alegría en que nos deja este estreno durante los créditos finales. La película de Tintín no generó pasión de multitudes, el último film de Indiana Jones no terminó de convencer y El buen amigo gigante fracasó a la hora de establecer una conexión con los espectadores. En este proyecto Spielberg revive la clase de magia que tuvieron los grandes clásicos populares de su filmografía en una memorable orgía nerd de 140 minutos. Ready Player One es una celebración pasional de la cultura popular de los videos juegos, los cómics, la música de los años ´80 y el cine pochoclero, con la particularidad que tiene como anfitrión a uno de los más grandes directores del cine contemporáneo. No hay modo de pasarla mal con este film y eso no significa que la película esté libre de objeciones pero el balance general es muy positivo. Resulta un desafío reseñar este propuesta en este momento porque estoy convencido que mientras menos información tengas al momento de sentarte en la butaca mayor será el regocijo durante la experiencia. Por eso motivo la crítica tranquilamente se podría resumir en una simple oración: Dejen de buscar información en los medios y vayan a ver la película en una sala de cine porque es realmente una fiesta. En esta producción encontramos a un Spielberg inspiradísimo que no tuvo más pretensión que ofrecer un gran entretenimiento. Acá no aparece la ciencia ficción con dilemas morales para debatir de Inteligencia artificial (filmes subestimados si lo hay) o Minority Report. La trama se concentra en la acción y la aventura a través de un gran easter egg cinematográfico que te abruma con la opulencia visual de las imágenes y las referencias demenciales de la historia. En un primer visionado es imposible literalmente para el ojo humano registrar todas estas cuestiones y eso también la añade a este estreno un condimento especial. Podemos verla cinco veces más y le vamos a encontrar detalles que habían pasado desapercibidos en las experiencias previas. Una cualidad enorme de la película es la maestría con la que el director fusiona a la perfección el misterio de la historia con la comedia y la fantasía donde todo está perfectamente equilibrado. Hay dos escenas particulares donde esta característica sobresale especialmente. Una carrera de vehículos histórica al comienzo de la trama y luego en un momento hermoso donde los protagonistas exploran el escenario principal de un clásico del cine. Son dos secuencias donde no queda otra opción que aplaudir de pie y agradecer a la vida la existencia de Spielberg. En los aspectos técnicos el film es inobjetable y sobresalen la calidad de los efectos especiales en las escenas del mundo virtual y la tremenda banda sonora de Alan Silvestri (Volver al futuro), quien presenta su mejor obra en esta última década. Aunque el director se la arregla para expresar una reflexión interesante sobre el peligro de encerrarse en las plataformas de entretenimiento digitales, el foco de su narración estuvo puesto en el entretenimiento. Su hubiera que objetarle algo a la película es que se queda corta a la hora de explorar un poco más el futuro distópico del mundo real que presenta y el entorno del protagonista. Al personaje principal y sus aliados los vemos permanentemente en acción pero nunca llegamos a conocerlos a fondo, más allá de sus experiencias como gamers. Esa es tal vez la debilidad más notable de Ready Player One que contaba con un gran elenco para ser más explotado. Pese a todo Mark Rylance, que aparentemente se convirtió en un artista favorito del director en su tercera colaboración consecutiva, es quien tiene un arco argumental más desarrollado y se luce con un gran trabajo como el creador del mundo virtual Oasis. En resumen, estamos ante una gran joya de Steven Spielberg que seguramente se destacará en la lista de los mejores estrenos del 2018.
A MI JUEGO ME LLAMARON Spielberg encontró la historia a su medida y , de paso, malcría a nuestro niñito interior. Venimos de una seguidilla de series de TV y películas que se agarran con uñas y dientes del “rescate emotivo” y la nostalgia por las décadas del ochenta y noventa, con la única excusa de plagar sus historias de un sinfín de referencias para, muchas veces, congraciarse con el espectador, y muy pocas en beneficio de la trama. Si nos ponemos a hilar (no tan) fino, muchos de estos “guiños” provienen de una sola mente maestra: la de Steven Spielberg, gran artífice de la cultura pop de dichos años, y sí, dueño absoluto de nuestra infancia nerda. Entonces, ¿quién mejor que él para hacerse cargo de la adaptación cinematográfica de “Ready Player One (2011), el best seller de Ernest Cline, convertido en ‘guía espiritual’ para cualquier geek que se precie como tal? La novela de ciencia ficción le cae como anillo al dedo al realizador, no sólo por ese universo de referencias al cual está tan acostumbrado, sino por sus entrañables personajes y un mensaje digno de esparcir en pleno siglo XXI, no tan diferente al de sus clásicos más celebrados. “Ready Player One” (2018) es futurista, un despliegue casi inabarcable de efectos especiales, pero igual conserva el corazón spielbergiano intacto, ese mismo que sabe entretener (y deslumbrar) a nuestro niñito interior. Estamos en el distópico 2045, en una Oklahoma City que, como gran parte del planeta, sufre las consecuencias socioeconómicas causadas por la crisis energética, el agotamiento de los recursos naturales, la sobrepoblación y todas esas cosas que, creemos que nunca nos van a pasar. Wade Watts (Tye Sheridan) perdió a sus padres cuando era chiquito y ahora vive con su tía en un distrito bastante pobre de remolques apilados hasta las nubes. Su única escapatoria de esta horrendo entorno -como el de la mayoría de la población- es el OASIS, un “jueguito” de realidad virtual que fue evolucionando hasta convertirse en un universo totalmente inmersivo donde la humanidad prefiere pasar la mayor parte de sus horas. Cualquier fantasía se puede hacer realidad y los límites los pone la propia imaginación del usuario, claro que como cualquier ficción tiene sus reglas y requiere del equipo adecuado, y las habilidades del “jugador” para recolectar diferentes ítems de interés y no perder vidas, ni moneditas, por el camino. Pero desde la muerte de James Halliday (Mark Rylance), creador de OASIS, Wade y otros miles (¿millones?) de usuarios tienen un nuevo incentivo para vagar por los múltiples escenarios de este universo virtual. Halliday, todo un nerd fascinado con la década del ochenta (y noventa, digamos), no dejó herencia alguna, pero sí un easter egg escondido dentro de su propia creación que le dará al que lo encuentre la posibilidad de acceder a su inmensa fortuna, pero más que nada, al control de OASIS. Así, Watts, como tantos otros, se convierte en “gunter” (egg hunter), un buscador de pistas y tesoros que lo ayuden a encontrar esta gran recompensa. En el mundo real, Wade estudia las pasiones y el diario de su ídolo (“Anorak's Almanac”), mientras que en el mundo virtual, hace de las suyas de la mano de Parzival, un avatar mucho más canchero y extrovertido que su homólogo de carne y hueso. Wade no es el único experto en cultura pop de los años ochenta. Hay muchísimos como él, y no todos tienen las mismas buenas intenciones de fama y fortuna. Ahí es donde entra en juego (ja), Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn), jefe de operaciones de Innovative Online Industries (IOI) y competidor directo de Halliday, que quiere quedarse con su propiedad y monetizarla, obviamente. Para ello cuenta con los Sixers, gunters profesionales, y todo un equipo de apoyo y estudio sobre los fetiches ochentosos. “Ready Player One” (2018) es, básicamente, una búsqueda del tesoro cinematográfica que toma como base las reglas de cualquier videojuego. A la larga, Wade termina haciendo yunta con sus amigos virtuales -Aech, Daito y Shoto- y encuentra en Art3mis (Olivia Cooke), una Gunter más combativa, algo más que una aliada. Juntos irán encontrando las llaves que James dejó por el camino, pero tendrán que asumir los riesgos más reales cuando Sorrento quiera echar mano de sus logros y ganarles la partida. Spielberg hace lo que mejor le sale: abraza la aventura hecha y derecha, y celebra la cultura pop, un poquito dejando afuera su propia obra (nunca fue egomaníaco), pero no la de sus contemporáneos. “Ready Player One” es un desfile de referencias infinitas (una cacería de easter eggs dentro de una cacería de easter eggs para el espectador avezado, imposible de listar) donde cada pieza del rompecabezas tiene su propósito, su homenaje y reconocimiento. Al igual que Cline, Esteban está dispuesto a congraciar al espectador con todos estos personajes conocidos y guiños varios (ah, y no nos olvidemos de una genial banda sonora), pero nunca descuida una trama llena de acción, un poquito de suspenso y romance, y un mensaje que, al igual que el easter egg de Halliday, hay que descubrir después de atravesar unos cuantos obstáculos. El universo que plantea -junto con el guión de Zak Penn (“El Último Gran Héroe”) y el mismo Ernest Cline- es mucho más rico, interesante y efectivo en el plano virtual que en la realidad de Oklahoma; pero “Ready Player One” también es una historia de contrastes donde, finalmente, lo tangible cobra más relevancia que la fantasía escapista. Spielberg no necesita figuras súper reconocidas para cargarse al hombro esta aventura, aunque Sheridan (la versión más actual del Cyclops cinematográfico) y Cooke se lucen más desde su avatares, que de sus personajes de carne y hueso. No ocurre lo mismo con el genial Mark Rylance, el nuevo fetiche del director, que eleva cualquier película donde aparece; o el malo siempre malo de Mendelsohn (seguro que en la vida real es un divino), un antagonista que no tiene nada de bidimensional. No queremos spoilear nada porque “Ready Player One” debe ser descubierta nivel por nivel como bien lo plantea el director, que de paso aprovecha y se aparta un poquito del relato original. Steven nos sumerge en este mundo maravilloso, ficticio, sí, y recargado de CGI (buen CGI), pero muy bien delineado, y nos deja convertirnos en gunters de su propia aventura. Esas referencias y pistas son para Parzival y compañía, pero también lo son para nosotros; para recordarnos de dónde venimos, esas cosas que nos definen y, por supuesto, proveernos del escape perfecto para nuestra propia rutina, aunque más no sea, por un par de horas en la sala oscura de un cine. Ojo, en medio de la acción desenfrenada y los escenarios virtuales también se permite la reflexión y la crítica hacia las corporaciones, el consumismo y, más que nada, la relación del creador con su obra. A esto se dedica Spielberg desde la década del setenta y siempre cumple, ahora además, se despachó con una gran película de videojuegos (a no confundir con adaptación) de esas que tanto nos gustan por acá. LO MEJOR: - Spielberg apuntando directamente a nuestro corazoncito nerd. - El universo virtual que plantea. - Entender la importancia de la realidad. LO PEOR: - Que obvie las referencias spielbergianas. - La falta de desarrollo del mundo real.
Steven Spielberg regresa muy pronto luego de la notable “The Post” esta vez con la película a la que le dedicó el mayor tiempo del año que pasó: la super producción basada en el libro de Ernest Cline, “Ready Player One”. Como siempre, el director oscila en su filmografía entre las historias de un mayor contenido social y político y aquellas superproducciones que apuestan al niño interior, a la aventura o ciencia ficción. Claramente “Ready Player One” se encuentra dentro de este último grupo. La película se sucede unas décadas en el futuro pero está impresa de una fuerte nostalgia por la cultura pop ochentosa. Sus protagonistas se encierran, o se escapan de la realidad, en juegos virtuales donde pueden ser lo que y como quieran. Allí son fuertes, bellos, ingeniosos, sociables. Como Wade Watts (Tye Sheridan, un joven actor prometedor), que dice que tiene amigos y son los que se encuentran dentro de este mundo virtual y por lo tanto a quienes nunca les vio el verdadero rostro. Escrita por Zak Penn junto al escritor de la novela Cline, “Ready Player One” empieza cuando el personaje de James Halliday (el ahora frecuente colaborador Mark Rylance), ni más ni menos que el creador de este Oasi), una especie de Steve Jobs, fallece y deja en el juego una serie de pistas que le brindarán a quien resuelva cada acertijo, ni más ni menos que la posesión y el destino de toda esa marca. Allí aparece el villano, Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn), dueño de una compañía similar pero menor que sin dudas necesita apoderarse de ella para convertirse en quien realmente quisiera ser. En la película, las peripecias por las que el protagonista Wade junto a sus amigos virtuales (y potencial historia romántica) irán sorteando no sólo con el fin de ganar el juego, sino con el más importante que es el que un malvado sin talento cuya compañía tiene cientos de empleados jugando a sus órdenes se quede con este maravilloso mundo, se suceden de manera más dinámica y creíble que en la novela original. Así, la película resulta entretenida y ágil aun en sus dos horas de duración. No obstante, en cuanto al desarrollo de los personajes encontramos el punto más flojo. Incluso la historia romántica entre Wade y Artemis (nombre de su avatar) se sucede de manera algo repentina y sin profundidad. Visualmente sí estamos ante un Spielberg desbordante. Los efectos especiales ayudan a dar vida a todo este mundo y las múltiples referencias a la cultura pop nos la hacen sentir más cercana. Sin embargo es tanta la información visual a veces que satura. Así, entre tantas referencias muchas quedan perdidas en el trasfondo. Y las más disfrutables son las más aprovechadas, como aquella secuencia muy divertida y atractiva que gira en torno a la película “El resplandor”. Con respecto a la crítica que brinda el relato, éste es obvio desde la primera instancia. La necesidad que hoy en día hay de escaparse a un mundo virtual y dejar de lado lo real. El hecho de que muchas veces no podemos ser nosotros mismos si no es bajo una máscara. “Ready Player One” es una película entretenida y visualmente deslumbrante, llena de amor por una cultura que si bien pertenece a otra época sigue más vigente que nunca entre los nostálgicos (que somos muchos). La historia es simple, el guion mejora bastante la narración de la novela, pero aun así se siente la falta de un poco más de desarrollo de los personajes al igual que ese mundo exterior que parece tan oscuro y hostil y es más que entendible que uno termina prefiriendo encerrarse en un videojuego. Sabemos que Spielberg es un director que no decepciona.
ATRÁPAME SI PUEDES Pasan los años y sigue siendo difícil definir a Steven Spielberg como cineasta. Ojo, hay gente que lo entiende sin ningún problema: son los que incurren en simplificaciones alarmantes, en las que se nota demasiado que lo juzgaron de antemano, antes de ver lo que tenía para ofrecer. No se trata de que es imposible criticar a Spielberg: hay muchas cosas en su cine para cuestionar (El mundo perdido: Jurassic Park, secuencias de La lista de Schindler o Munich, por citar algunos ejemplos) y personalmente nunca le voy a perdonar que haya elegido a Michael Bay para que se haga cargo de la saga de Transformers. Pero el cine de Spielberg es complejo, ambiguo, contradictorio. Y esas características se potencian por el dinamismo y la velocidad de sus narraciones, pero también por el lugar problemático desde el que se posiciona: muchas veces no queda claro si está contando sus historias desde la butaca del cine, codo a codo con el espectador; desde la pantalla, inmerso en la materialidad ficcional; o desde una instancia intermedia, difusa, donde pareciera contemplar y recortar el proceso de producción y recepción cinematográfico. En ese sentido, Ready Player One podría pensarse como su película definitiva, donde el realizador piensa y reconfigura buena parte del imaginario que él mismo ayudó a crear, desde adentro pero también con un pie afuera. No deja de ser llamativo cómo esta adaptación de la novela de Ernest Cline, centrada en la competencia que se desata por el control de un universo virtual llamado OASIS a partir de la muerte de su creador, no es usada como mera excusa por el director para montar un discurso. Aún cuando quiere configurar una mirada sobre el mundo –algo que está presente cada vez más en su filmografía más reciente-, Spielberg siempre pone el acento en los personajes. Lo que se impone en Ready Player One es el camino de Wade (Tye Sheridan), un joven para el cual OASIS es una gran vía de escape, pero que irá iniciando un camino de aprendizaje donde las dinámicas grupales, los lazos de lealtad, el amor y el diálogo con el otro son factores decisivos. En un punto se la puede pensar como una relectura de ET, pero hay más, mucho más. Y hay más porque Spielberg retoma un tema subyacente en su filmografía, que es la maldición de la creación y el descubrimiento: desde por lo menos Tiburón, pasando por la saga de Indiana Jones, Jurassic Park, Minority Report o Guerra de los mundos, está ahí, latente. Spielberg nos ha dicho unas cuantas veces que el descubrir o crear implica responsabilidades que muchas veces no podemos asumir, que lo que revelamos o moldeamos a través de la exploración o la experimentación adquiere vida propia, decisiones propias. Ahí es donde surge la figura clave del creador de OASIS, James Halliday (Mark Rylance), alguien que construyó un mundo que luego solo supo controlar a medias, que por evocar con todo amor una enorme serie de referencias culturales que marcaron su infancia, en un momento dejó escapar el amor y perdió de vista su identidad infantil. Es como el rostro más humano del Zuckerberg de Red social –reemplazando la melancolía por el cinismo-, una actualización del Frank Abagnale Jr. de Atrápame si puedes o quizás una representación del propio Spielberg, de ese creador eterno y permanente que ve como todas sus obras recorren vías propias, que le escapan a sus propias intenciones, a partir del contacto con el público. Aunque también Spielberg podría ser Wade, un joven que necesita de su alter ego virtual Parzival para sostener una identidad propia y que está en constante persecución de una multitud de enigmas dentro del gran enigma que es Halliday, otro padre ausente dentro de la filmografía del niño Steven, o por lo menos el referente que se fue, o que eventualmente se tenía que ir. En el recorrido de Wade hay una reivindicación del descubrimiento, donde no solo importa el resolver un interrogante, sino ese proceso mucho mayor, ese paso a paso que es mucho más rico y atractivo, por el que surge la verdadera personalidad. Y que también es incompleto: hay preguntas que no terminan de responderse, cabos sueltos que no llegan a dilucidarse, y ahí también hay un gesto de sabiduría, de lucidez, en aceptar que no hay una respuesta final, definitiva, que siempre hay más conocimiento por buscar e investigaciones que proseguir. Eso es lo que lleva a que Ready Player One sea una nueva reivindicación –otra más- de la inocencia por parte de Spielberg. Esa inocencia que no es lo mismo que la ingenuidad, la que permanentemente pregunta por qué o cómo, la que fomenta la imaginación y que siempre va para adelante, aunque no deje de echar un vistazo hacia atrás. Por algo el villano –interpretado por Ben Mendelsohn- es un cínico, alguien que no piensa de manera imaginativa, que siempre quiere la respuesta pero no hace las preguntas, que solo busca ganar pero no piensa en cómo jugar, que hasta se muestra incapaz de construir un camino propio y por eso no le queda otra que dar órdenes a subordinados. En el medio, como eje inquebrantable, la aventura: Ready Player One es una fantasía arrolladora y apasionante, con una estructura firme pero a la que nunca se le nota la mecanicidad, repleta de personajes queribles –todavía me cuesta elegir a un favorito-, una sucesión cautivante de citas y referencias culturales, y una gran cantidad de secuencias que constituyen una verdadera lección de cómo concebir el entretenimiento. Es ese posicionamiento la que la define como una película moderna (en su vocación entre experimental e innovadora) y a la vez superadora de la posmodernidad, por cómo se aleja de todo cinismo posible y se hace cargo de cómo el espectador transforma la obra, de cómo la recepción puede ser parte de la producción. Con Ready Player One, Spielberg va delineando una coherente contradicción: por un lado, parece clausurar el imaginario que cimentó en las últimas décadas del Siglo XX, ese que han citado y rescatado films como Super 8 o series como Stranger things; pero por otro, deja las puertas bien abiertas y hasta se atreve a trazar posibles vías hacia el futuro del cine y el entretenimiento. Spielberg quema y construye puentes a la vez. Lo hace desde un relato que es una declaración de amor al arte de lo lúdico, a la amistad, al romance –hay varias historias de amor metidas en la trama central, todas interesantes-, al laburo grupal, a las segundas oportunidades y a la realidad como instancia de interpelación de lo ficcional. Spielberg podría ser Halliday, Parzival o Wade, pero también ha sido (y es) Indiana, Frank Abagnale Jr., Elliott y tantos más. No lo sabemos porque su identidad muta a cada film. Steven huye hacia adelante, no para de moverse y hay pocas cosas más hermosas que perseguirlo, y perseguir su cine. Atrápenlo si pueden.
HUEVOS DE PASCUA En Columbus Kogonada retrataba la utópica urbe de Indiana que ha logrado constituirse en una especie de meca de la arquitectura moderna, una suerte de paraíso en el que el urbanismo y las artes en general se han integrado en perfecta armonía con la naturaleza. En Ready Player One Steven Spielberg se traslada 300 kilómetros al este y se adentra casi 30 años en el futuro para retratar una distópica Columbus, en el vecino estado de Ohio, ciudad en la que vive Wade Watts (Tye Sheridan), huérfano de 18 años, habitante de un barrio marginal, las Torres, en el que los pequeños habitáculos se han desarrollado en altura, conformando una colmena que sería la pesadilla de cualquier urbanista. Casey, la protagonista de Columbus, estaba atada a su ciudad por un lazo umbilical, un sentimiento de apego y responsabilidad hacia su madre que le impedía escapar y progresar en su vida académica o profesional. Wade, como toda su generación, ha encontrado una vía de escape en la realidad virtual, en concreto en un videojuego llamado OASIS en el que él o su avatar, Parzival, puede aspirar a heredar toda la fortuna de su creador, James Halliday (Mark Rylance), si supera distintas pruebas y finalmente, gracias más a la astucia que a la habilidad o a la valentía, descubre el Easter Egg que se encuentra escondido en el corazón del videojuego. Si OASIS es un mundo alternativo que conjuga las características de un avanzado videojuego con las de una red social tipo Facebook, la realidad no es más que un trasunto prosaico de ese mundo virtual: en OASIS se explicitan las batallas que en el mundo real se libran de manera subterránea, de ahí que una voraz empresa financiera, IOI, quiera hacerse con el control de OASIS, al fin y al cabo controlar OASIS podría significar controlar el mundo. La gran paradoja de Ready Player One es que ese mundo global es en realidad glocal: tanto la empresa como todos y cada uno de los personajes residen en Columbus, Ohio, lo que en realidad contradeciría la promesa de las redes sociales (y de Internet) de un universo ilimitado en el que habrían desaparecido las distancias. IOI pretende convertir a todas las personas en clientes, lo que en su argot quiere decir algo así como rehenes hipotecarios, esclavos que han de sacrificar su libertad para trabajar para los intereses de dicha corporación. Esta crítica a las entidades financieras y al capitalismo corporativo no es muy sutil, nunca lo fue en este tipo de distopías y las metáforas políticas no son la principal virtud del cine de Steven Spielberg (los sucesivos finales de The Post, recalcando el discurso sobre la libertad de prensa, como ejemplo más reciente). Y en este caso, además, resulta un tanto contradictoria, pues el premio final no es otro que la propiedad de la empresa más valiosa, es decir, hacerse multimillonario. Ready Player One no crítica a las grandes corporaciones, sino su modelo de gestión: el cómo y no el qué. Muchas películas se han servido de esta dicotomía entre la realidad y una realidad paralela o alternativa, fundamentalmente en el campo del fantástico y la ciencia ficción, desde The Matrix a Jumanji, pasando por Avatar o buena parte del anime japonés. Sin embargo, la particularidad de Ready Player One, tanto de la novela original de Ernest Cline como de la película, reside en esas pruebas que ha de superar su protagonista, que no son otra cosa que una traslación de los gustos de su creador, Halliday, su particular isla desierta, un universo referencial que bebe de la cultura pop de los setenta, ochenta y noventa: los primeros videojuegos, el cine de esos años, la música de finales de los setenta y principios de los ochenta. Una discusión entre Wade y el malvado presidente de IOI, Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn) (me gustaría pensar que el nombre esconde una referencia a Christopher Nolan y Paolo Sorrentino, cineastas malvados per se, pero ya figuraba tal cual en la novela de Cline), puede versar en torno a las películas de John Hughes, una de las pruebas les obliga a adentrarse en el hotel Overlook de El resplandor, además de en los personajes y la trama de la propia película de Kubrick, mientras que en un discoteca sonarán, sin solución de continuidad, Blue Monday y Stayin’ Alive y a Samantha (Olivia Cooke) se la presenta con una camiseta con la portada de Unknown Pleasures (las referencias a videojuegos son incluso mayores, pero, más allá de las evidentes, se me escapan: soy de esa generación que aún se resistió a esa moda en los ochenta y luego ya no supo cómo subirse al carro). La acumulación de citas y el virtuosismo con el que se integran en el relato provocarían la envidia de un Tarantino, pero en realidad, más que citas, son el pavimento que permite que el relato avance, los huevos de Pascua que los espectadores (los personajes) van descubriendo como si se tratase de una novela en clave en la que el conocimiento de la materia (los guiños entre conocedores) son directamente proporcionales al disfrute de la trama. Desde los tiempos de Sherlock Jr., la pantalla de cine en el marco de una película siempre ha sido un espacio de evasión, un mundo fantasioso en el que los personajes de la ficción dejaban atrás los problemas de una realidad mucho más sórdida. Salvo en Pierrot le fou, en la que Belmondo recomendaba ver por tercera vez Johnny Guitar para así educarse, lo habitual es que los personajes de las películas que entran en un cine lo hagan para evadirse y buscar un lugar en el que los sueños se puedan hacer realidad, aunque solo sea virtual o imaginariamente (último ejemplo: La forma del agua), es decir, como los propios espectadores de esa ficción. Buena parte de la filmografía de Spielberg se ha sustentado sobre esta búsqueda del placer, de un ideal que entendía el cine como la plasmación material, aunque fuese sobre una pantalla bidimensional, de mundos imposibles (¿qué es sino Jurassic Park?). Esta sería también la función que cumplirían la realidad virtual y los videojuegos en Ready Player One. Pero en esta ocasión Spielberg se topa con una imposibilidad conceptual. El cine nos propone siempre un relato unidireccional, un trayecto decidido de antemano por su creador en el que los atajos o las derivas para buscar posible huevos de Pascua están prohibidos. Los videojuegos se sustentan en la interacción, entre varios jugadores o entre el jugador y el propio juego, en la posibilidad, siempre contemplada, de que nunca se llegue hasta el final. Ready Player One, como cualquier película sobre videojuegos, aunque en este caso se trate de una película que adapta una novela, no un videojuego, requiere de espectadores, no de jugadores, por lo tanto de un destinatario pasivo y no proactivo que nunca podrá ser partícipe de la experiencia de sus personajes. Hacer una película sobre un videojuego es como escribir sobre música o bailar sobre arquitectura.
Corolario de una tesis La única sala de San Clemente es vetusta y sus asientos son muy incómodos, pero tiene tecnología 3D. El título de la película es en inglés, pero las voces están dobladas al mexicano. Concurro al cine Gran Tuyú desde la década del cincuenta y estoy acostumbrado a la precariedad de las instalaciones. No al doblaje, una novedad abominable. Mi presencia en el cine se asemeja a la situación del protagonista de la película, un adolescente llamado Wade que vive en un tugurio pero tiene unos anteojos que lo introducen en un mundo tridimensional llamado Oasis, donde los pobres pueden disfrutar lo que la realidad les niega. En ambos casos, la vida es miserable pero la tecnología es de punta. Ready Player One transcurre en 2045, después de que la Tierra fuera devastada por alguna catástrofe ecológica. Pero unos años antes de morir, un genio estilo Steve Jobs o Steven Spielberg llamado James Halliday, construyó una estación gigante de realidad virtual en base a la cultura pop de los años ochenta que contiene todas la variedades posibles de canciones, películas y videojuegos. Los que entran a Oasis pueden elegir su avatar y sus armas. Todo el cine está allí; las citas y los homenajes alcanzan una intensidad abrumadora. En una de las secuencias cumbres de la película, Wade y sus amigos se introducen en el hotel de El resplandor de Kubrick. En otra, hay una pelea a muerte entre un descendiente de Godzilla y El gigante de hierro. Y así hasta el infinito. Acaba de aparecer un libro que se llama Spielberg, una vida en el cine. Su autor es Leonardo D’Espósito, quien se propone defender la causa Spielberg, es decir, “ocuparse de un nombre consagrado a quien no se ha tomado debidamente en serio”. Disiento un poco con esa afirmación. Cuando en 1975 se estrenó en la Argentina Tiburón, los críticos “serios” la despreciaron como parte de un cine de segunda categoría. Pero recuerdo que Daniel López escribió en La Opinión una reseña clarividente en defensa de la película (recuerdo incluso que esta apareció un sábado, día destinado a los estrenos poco relevantes). Hoy, en cambio, cuando se estrena una película de Spielberg (Ready Player One, por ejemplo), las reseñas adversas o despectivas son la rara excepción y el elogio respetuoso la regla. En el sentido de la valoración de su nombre, la batalla por Spielberg está ganada. Eso no impide que D’Espósito haya escrito un libro informado, inteligente y luminoso, que permite entender la obra del director con todo los matices necesarios. Aunque sea posterior a la publicación del libro, Ready Player One se puede analizar con los parámetros del libro, porque la película es en muchos sentidos un corolario de sus tesis. En particular del título, que tanto da cuenta de un cineasta refugiado en la pantalla y cuya interacción con la realidad es más bien dificultosa, como de un personaje como Wade que huye de su vida y se sumerge en la realidad audiovisual de Oasis. Ready Player One puede considerarse como la culminación autorreferente de una carrera. D’Espósito lo sintetiza así en el último capítulo: “Spielberg es importante porque logró que el cine más gigantesco y artificial jamás hecho se convirtiera en un vehículo de expresión personal e íntima.” Y agrega una frase notable: “También es probable que se trate de el único director auténticamente superficial del cine. El término ‘superficial’ suele emplearse de modo peyorativo, pero aquí significa que todo aquello que queramos interpretar está en la superficie de la pantalla, no hay nada oculto”. En Ready Player One, efectivamente, no hay nada oculto. Y lo que hay está mostrado con una destreza insuperable. Vuelvo a citar a D’Espósito: “Spielberg fue el primer realizador en sistematizar una revolución que aún tiene que ser evaluada: la de la tecnología que permite crear absolutamente cualquier cosa que imaginemos y ponerla en la pantalla”. En esta oportunidad, la capacidad de plasmar lo imaginado alcanza una especie de acabamiento: Spielberg lo hace con enorme elegancia, sin exagerar la espectacularidad ni regodearse en ella. A su modo, es una película sobria. Ready Player One transcurre en dos universos paralelos: el de Oasis y el del mundo real. Más que los logros visuales del gran videojuego, llaman la atención las transiciones y la habilidad de Spielberg como narrador para pasar de una esfera a la otra. Lo que en principio es una caza del tesoro en Oasis, se convierte en una guerra que transcurre simultáneamente en dos escenarios que se alternan en la pantalla (y que, a su vez, son múltiples). A uno y otro lado tiene lugar un enfrentamiento épico entre Wade y sus amigos por un lado y el villano corporativo Nolan Sorrento, cuya empresa se apoya en el trabajo esclavo y quiere conquistar ambos mundos. Pero como suele ocurrir en el cine de Spielberg, las metáforas de la película la dejan expuesta. En primer lugar, ¿qué alternativa hay contra Sorrento y su capitalismo despiadado? La respuesta es el grupo revolucionario clandestino que encabeza Samantha, la chica de la que Wade se enamora en Oasis bajo el nombre de Art3mis y que después resulta igualmente querible de este lado, como justificando así el amor en las redes sociales, la verdad de los avatares y los disfraces para quienes son puros de espíritu. Es que el tema religioso entendido como la búsqueda del Grial estuvo siempre en Spielberg, como siempre estuvo detrás del cine clásico de Hollywood: baste mencionar que el seudónimo de Wade en Oasis es el de un cruzado, Perceval. Pero ¿está Spielberg a favor de una revolución contra los abusos del capitalismo? No, de ningún modo: Spielberg no es un cínico. La contracara del capitalismo malo es el capitalismo bueno, humano, encarnado por Halliday y la necesidad que plantea la película de equilibrar la inteligencia y la ambición con lo que la realidad virtual y el espíritu emprendedor del capitalismo no pueden ofrecer: sexo y buena comida. Especialmente el sexo, un placer que Halliday no pudo disfrutar por su timidez y que Wade debe alcanzar dando el verdadero salto hacia lo humano con la dulce Samantha. En el capitalismo que Wade propondrá cuando sea dueño de Oasis habrá tiempo para hacer el amor. Pero el suyo seguirá siendo un mundo de líderes y capitanes de la industria. Dice D’Espósito que cuando Spielberg estrena dos películas casi simultáneas, una suele ser la contrapartida de la otra y, aunque no las vio al momento de escribir, se arriesga a suponer que con The Post y Ready Player One ocurrirá lo mismo. Y en cierto modo es así: The Post transcurre hace unos cuarenta años, Ready Player One dentro de otros treinta. En un caso, el optimismo de Spielberg se asienta en el poder de las instituciones democráticas (en particular de la prensa) para enfrentar los abusos del poder. En Ready Player One, ya no hay más instituciones (apenas una policía que no se sabe bien a quién responde porque Sorrento maneja la política), y menos aun prensa: todo es mediático, audiovisual, manipulado, con una tremenda distancia entre el poder fáctico y los ciudadanos, cuyo único capital simbólico y motivo de fraternidad es el conocimiento de la cultura pop. La posibilidad de que ese modelo de producción y gestión no evolucione hacia alguna forma de autoritarismo y sea conducido por líderes bonachones y previsores es absolutamente ínfima. Si The Post es el recuerdo de una era previa a la posmodernidad, Ready Player One es la nostalgia por un mundo racional enunciada desde un planeta destruido. Casi como una autocrítica, Spielberg muestra que la integración definitiva entre el mundo y el cine será mediante el sacrificio del mundo. Al final de la película abandoné el asiento infernal, me saqué los detestables anteojos y mientras el acento mexicano daba lugar a la música, en la pantalla en 2D desfilaron durante larguísimos minutos una serie de nombres. Tras los actores y los puestos históricos de cine aparecieron cientos y cientos de técnicos en efectos visuales. Recordé entonces una escena que se repite en Ready Player One: los empleados de Sorrento, encargados de competir en Oasis contra los héroes, aplicados a sus computadoras o con sus pantallas en la cara jugando para servir a su patrón (al modo en que dicen que operan los trolls en las campañas políticas). Esos empleados se mostraban hábiles e inteligentes y me hicieron pensar en esa lista de gente dedicada a construir pieza por pieza las fantasías de Spielberg. No creo que al cineasta se le haya escapado que los integrantes de su ejército de programadores y animadores se parecen más a los esbirros digitales de Sorrento que a Wade, Samantha y a los otros héroes del film, tan libres, creativos y rebeldes. No hay manera de ocultarlo y Spielberg lo exhibe. Es otra prueba de la transparencia de su cine. Pero, al mismo tiempo, es inevitable que tanto despliegue, tanta acumulación como la de Ready Player One termine sonando vacía.
Spielberg y un futuro nostálgico "Ready player one" está basada en una novela futurista situada en el año 2045, en un mundo de desesperanza y extrema pobreza. La única felicidad que pueden conseguir es a través de un juego de realidad virtual. Steven Spielberg es uno de los cineastas más importantes de nuestro tiempo. Con plena ciencia ficción o los dramas más realistas, sabe enamorar con su forma de narrar. Desde hace varios filmes, había escapado a la temática más “juvenil” que lo hizo famoso con películas como “Indiana Jones”, “E.T”, “Jurassic Park” o “Tiburón”, y comenzó a identificarse con títulos como “Puente de espías”, o la reciente “The post”, aclamada por la crítica. Sin embargo, Spielberg sabe cuáles son sus raíces, siendo uno de los grandes realizadores de la “cultura pop”, y por eso era quizás el único director capaz de llevar adelante la adaptación de la novela “Ready player one”, una obra futurista, pero que respira nostalgia. La historia se sitúa en el año 2045, un mundo de desesperanza y extrema pobreza en el que la única felicidad que todos pueden conseguir es a través de “Oasis”, un juego de realidad virtual. Desde los más pequeños hasta los más longevos viven diferentes fantasías, siendo quien quieren ser, en incontables universos. Pero todo cambia cuando James Halliday (Mark Rylance), el creador del juego, muere y lanza un mensaje a todos los que viven para su “Oasis”: allí hay un tesoro escondido conocido como “Huevo de Pascua”, que le otorgará a quien lo encuentre el completo poder del juego, la empresa y todo su dinero. Para conseguir el premio, hay que estudiar muy bien la historia del diseñador, que estaba obsesionado con la década del 80. La historia la cuenta Wade (Tye Sheridan), un huérfano apasionado por “Oasis” que es el primero en conseguir la primera llave y, gracias a la ayuda de una inesperada aliada Art3mis (Olivia Cooke) y otros amigos, se encamina para llegar al premio mayor. La magia de Spielberg surge gracias a su capacidad de crear universos de arte digital y efectos de CGI (Imágenes creadas por computadora), y administrar ese revival sin que caiga “pesado” a nuestros ojos. Un filme de aventuras y 100% entretenimiento, que podría obviar la moraleja final, pero que no modifica nada el recorrido de placer nostálgico de más de dos horas.
Spielberg, en estado puro La nueva cinta del director de "Tiburón" es un deleite para los sentidos, un filme que une a las más nuevas tecnologías de narración con el espíritu retro de la década del ochenta En un futuro distópico en pleno año 2045, con un mundo en decadencia y las personas viviendo hacinadas en casas rodantes, el único escape que tienen los habitantes del planeta es un juego de realidad virtual llamado OASIS. El excéntrico creador de OASIS, es James Donovan Halliday (Mark Rylance), quien tras su muerte ha dejado tres acertijos escondidos en su creación, quien los encuentre heredará toda su fortuna. Así comienza una carrera entre Wade Watts (Tye Sheridan), un joven aficionado al videojuego, y varios competidores que deberán superar distintas pruebas si es que quieren hallar las tres llaves escondidas que les darán el triunfo. La novela original en la que se basa el filme fue escrita por Ernest Cline, un fanático del cine, la música y la cultura de los ochenta, que logró fusionar ciencia ficción con su pasión por esa década. El resultado fue una de las novelas más apasionantes y originales de los últimos tiempos, un texto que solo podía tener un realizador para su adaptación cinematográfica: Steven Spielberg. La actriz Olivia Cooke en la premiere de “Ready Player One” en Los Ángeles (REUTERS/Mario Anzuoni) La actriz Olivia Cooke en la premiere de “Ready Player One” en Los Ángeles (REUTERS/Mario Anzuoni) El director de Los cazadores del arca Pérdida es la piedra fundamental del séptimo arte en los ochenta, su cine marcó a toda una generación que creció en esos años y ha sido reverenciado y homenajeado en filmes como Súper 8 o series como Stranger Things. Entonces, Ready Player One funciona como un autohomenaje que el propio Spielberg se hace en un largometraje que es mucho más que un ejercicio de nostalgia. El largometraje nos devuelve al director de cine de aventuras y ciencia ficción que nos maravilló con Minority Report o más atrás con E.T. El extraterrestre potenciado al cien por cien. Ayudado por las nuevas tecnologías como el "motion capture", la película es un espectáculo visual sorprendente y frenético. La acción en vivo convive con la animación digital como si todo fuera parte de un mismo universo, en donde los intérpretes se mueven con soltura y logran empatizar con los espectadores. Steven Spielberg y los actores Tye Sheridan, Olivia Cooke, Lena Waithe, Philip Zhao, Simon Pegg, Win Morisaki y Ben Mendelsohn (REUTERS/Mario Anzuoni) Steven Spielberg y los actores Tye Sheridan, Olivia Cooke, Lena Waithe, Philip Zhao, Simon Pegg, Win Morisaki y Ben Mendelsohn (REUTERS/Mario Anzuoni) Además, el filme está tan plagado de personajes, imágenes, guiños e íconos de la cultura pop de los ochenta, que requiere sin dudas de un espectador muy atento para no perderse ninguna de las sorpresas que el realizador nos ha preparado. Como el propio Halliday de la historia, Spielberg también nos ha escondido varios "Easter eggs" por lo que el filme se disfruta tanto por su calidad técnica y artística como por su condición de "búsqueda del tesoro" virtual. Estamos sin dudas ante un verdadero acontecimiento cinematográfico, ver en un mismo filme al DeLorean de Volver al futuro, al Gigante de Hierro, RoboCop, Chucky, He-Man, King Kong, y un sinfín de personajes notables del cine, la televisión y las historietas, no es algo de todos los días. Ready Player One es moderna, osada y única, una película para que las nuevas generaciones de espectadores la sientan propia y cercana y los nostálgicos recuerden las épocas del cine en continuado. Un clásico de culto instantáneo.
En el mundo de los videojuegos de hace un par de años, la distinción solía darse naturalmente. Estaban aquellos que preferían los shooters (juegos de acción pura, con requisitos de habilidad, rapidez y destreza) y los que optaban por las aventuras gráficas (con desarrollo narrativo, precisaban de habilidades de resolución de enigmas y análisis). Ready Player One hunde sus raíces en lo mejor de ambos mundos, combinados en equilibrio y con pulso, y marca el regreso con gloria de Steven Spielberg a lo que mejor supo hacer antes de sumergirse en biografías y dramones históricos: un relato de aventuras. Esperada por frikis del mundo entero, Ready Player One cumple y dignifica el libro de culto de Ernest Cline, sin caer en la tentación de rendirse a un texto literario cuya adaptación podría haber pecado de extensa y redundante. Es el año 2045. Las ciudades se han convertido en espacios grises, superpoblados, de hogares pauperizados en los que sólo brillan los visores y guantes de la realidad virtual. Las personas, más usuarios que ciudadanos, pasan la mayor parte del tiempo sumergidas en Oasis, un inagotable universo virtual donde hacen de todo menos comer y dormir. El creador de Oasis, James Halliday, dejó al morir una misión casi imposible: el jugador que descubra las tres llaves ocultas en Oasis, se quedará con esa millonaria compañía. Wade Watts, joven huérfano en la vida real y héroe solitario e intrépido cuando se encarna en su avatar Parzival, deberá ver si une fuerzas con sus amigos para conseguir las tres llaves antes que Nolan Sorrento, el villano corporativo. En la historia, la información es poder, pero no cualquier información, sino aquella que fue considerada “inútil” por la escuela y otras instituciones: la cultura pop de la década de 1980. Esa es la enciclopedia que necesitan los jugadores para resolver los enigmas de Halliday. Plagada de “huevos de pascua” y guiños a películas, juegos y figuras de esa época (la escena en la que los jugadores “ingresan” al filme El resplandor es un homenaje perfecto) Ready Player One tiene ahí sus citas nostálgicas para quien quiera ponerse a buscarlas en cameos, remeras o pósters. Pero su fortaleza, justamente, está en que no se ahoga en el chauvinsmo generacional. Steven Spielberg (quien al ser elegido director declaró “conflicto de intereses” y quitó de la versión cinematográfica las referencias a sus propias películas) despliega su clasicismo narrativo para que la película no pierda nunca el pulso. Y lo hace equilibrando los dos universos que componen el relato: el mundo animado, protagonizado por avatares; y el real, por humanos. Paradójicamente, aunque ese mundo real sea un espacio distópico de ambientes oscuros y planos cerrados, allí la película respira, el relato toma aire y se distancia del frenesí narcótico de los filmes de acción más recientes. Párrafo aparte para Alan Silvestri. Por razones de fuerza mayor, Spielberg no pudo contar esta vez con el compositor John Williams (E.T., La lista de Schindler). Silvestri, sin embargo, creó una banda sonora que nutre y vigoriza las escenas con naturalidad, en la tradición de los filmes de aventuras; y las canciones ochenteras incluidas no funcionan como digresiones retro, sino que se adhieren de manera orgánica al relato. Así, con todos los lados de este cubo mágico aceitados (aunque en las actuaciones brille Mark Rylance y exagere Ben Mendelsohn), Ready Player One va más allá de la emoción vintage. Es una entretenida historia de aventuras y amistad que, sin levantar mucho el índice, desliza su advertencia acerca de cuánto nos alejamos del mundo en el que vivimos.
Después de The Post, Steven Spielberg vuelve a sus propias fuentes, el gran entretenimiento popular y la ciencia ficción. La nostalgia se mantiene, si en aquella por el periodismo gráfico de antes, en esta por la iconografía ochentosa, la cultura pop y los viejos videojuegos. Pero es una nostalgia vital, apasionada y absolutamente funcional a la trama, algo así como el opuesto a la colocación de guiños vintage en Stranger Things. La adaptación del exitoso libro de Ernest Cline parece el proyecto perfecto para esta especie de auto homenaje de Spielberg, en el que aparecen los temas que le importan y la mirada con la que nos formó como espectadores así como, en su film el gurú tecnológico Halliday (Mark Rylance) convirtió a los habitantes de un tenebroso 2045 en felices usuarios de Oasis, su mundo paralelo, de realidad virtual que creó. Wade (Tye Sheridan) es el nuevo clásico héroe spielbergiano: un chico solitario y huérfano, con familia ultra disfuncional, que en Oasis se llama Parzival, viaja en el De Lorean de Volver al Futuro y lucha por ganar la carrera peligrosa que Halliday dejó como testamento. Se trata de ganar para encontrar tres llaves que a su vez llevarán hacia el huevo oculto en el sistema: quien lo obtenga será dueño de la compañía. La película va y viene entre el mundo real -menos- y el virtual -más-, en el que se dará una batalla contra la compañía rival, que quiere quedarse con Oasis, comandada por un villano bastante ridículo llamado Nolan Sorrento, el siempre estupendo Ben Mendelsohn. Son secuencias de acción y aventuras a todo ritmo, como dicen los chicos, visualmente apabullantes y siempre coherentes con una trama que se entiende clara y simple, a pesar de su alta complejidad, y por lo tanto fluye y entretiene sin fisuras durante más de dos horas. Spielberg trata cada escena con una dedicación y un cariño enormes, creando gags visuales, dotándolas de humor, adrenalina, inteligencia y sorpresa: hay que ver la secuencia en la que los personajes llegan al siniestro Overlook, el hotel de El Resplandor, o la desesperante carrera de la primera parte, en la que los obstáculos tienen el tamaño de Kong o de los dinosaurios de Parque Jurásico. Generosa, humana y emocionante, RPO reivindica el poder de la pasión por lo que se hace, el juego antes que el resultado, la realidad, por dura que sea para los niños solitarios que juegan solos con una consola, antes que el escape que puedan prometer las fascinantes tecnologías. En manos de cualquier otro, semejantes asuntos sonarían a sermón remasticado, a bajada de línea trillada. En las de Spielberg, son una fiesta.
Ready Player One es más que solo nostalgia y referencias. Es una divertida y emocionante aventura de acción con mucho corazón y amor al cine, algo que solo un maestro como Spielberg podía crear. En 2011 Ernest Cline publicó la novela de ciencia ficción juvenil que cosechó una legión de fanáticos y apeló al cariño y la nostalgia de los geeks de todo el mundo. Ready Player One nos sumerge en un futuro distópico devastado por la escasez de recursos, crisis económicas y superpoblación donde la mayor parte de la sociedad escapa de su deprimente existencia gracias a un videojuego de realidad virtual llamado OASIS. Tras la muerte de su creador, el excéntrico James Halliday, se desata una cacería frenética por un easter egg oculto en el juego. Quien lo encuentre recibirá control total sobre el OASIS y heredará la cuantiosa fortuna de Halliday. Una de las mayores críticas al best seller de Cline se debe a como hace uso y abuso de la nostalgia ochentosa y las referencias geeks para ganarse el corazón de la platea nerda antes que construir personajes interesantes o una historia que se sostenga por fuera de la enorme colección de cameos y menciones a videojuegos, películas, cómics y series conocidas. Más allá de cualquier crítica por parte de sus detractores, la novela logró convertirse en un gran éxito de ventas y se ganó la aprobación de la crítica y los fans. Warner Bros. se hizo con los derechos de la novela antes de que esta fuera publicada y después de varias reescrituras de un primer guion adaptado por el propio autor del libro, en 2015 se anunció que Steven Spielberg sería el encargado de la dirección del film. El cineasta creador de grandes películas que quedaron para siempre grabadas en el imaginario popular como E.T (1982), Tiburón (1975), Jurassic Park (1993) e Indiana Jones y los cazadores del arca perdida (1981) entre otras estaría a cargo de la dirección de esta película, que celebra y homenajea a la cultura pop que él mismo ayudó a redefinir con su obra. El resultado no podría ser menos que impresionante. El joven Wade Watts (Tye Sheridan) vive en las torres de Ohio (un montón de trailers apilados uno sobre otro) junto a su tía y su desagradable novio. Wade pasa sus días sumergido en la realidad virtual de OASIS como su avatar Parzival y dedica todo su tiempo a buscar las tres llaves que desbloquearán el easter egg de James Halliday (Mark Rylance) junto a sus amigos Hache (Lena Waithe), Daito (Win Morisaki) y Sho (Philip Zhao). Pero la competencia será difícil, además de otros cazadores de huevos —o gunters— como Art3mis (Olivia Cooke) Wade y sus amigos deberán cuidarse de los empleados de IOI —Innovative Online Industries— una empresa de tecnología liderada por Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn) que planea hacerse con el control de OASIS para monetizarlo mediante suscripciones y publicidad. La mano maestra de Spielberg queda de manifiesto más que nunca cuando le toca adaptar a la pantalla la obra de otro. Solo un genio de la narración cinematográfica puede mejorar aún más un relato que ya es bueno de por sí (la novela “Jaws” de Peter Benchly, “Jurassic Park” de Michael Crichton) y construir algo excelente sin alterar el espíritu ni el corazón del material original, pero metiendo su “toque personal” en la historia; y por eso el maridaje entre el cineasta y este libro parece ser la unión perfecta. Spielberg no se contenta con regurgitar un cuento ya contado, sino que siempre intenta refinar y mejorar lo existente. Ready Player One es más que sus constantes referencias a la cultura pop (hay muchísimas, una película para ver con el ojo atento tratando de descubrir todo), más que su nostalgia ochentosa (también hay guiños a propiedades de culto más recientes), es un poema, una carta de amor a todo lo geek, todas las aventuras de acción y ciencia ficción que nos formaron de chicos, los videojuegos a los que dedicamos incontables horas, las grandes películas que nos sumergieron en mundos de fantasía donde todo es posible, los cómics que nos demostraron que el límite para la aventura es nuestra propia imaginación. Spielberg sabe como vender fantasía, aventuras amigables para todo público, frenéticas, vibrantes y llenas de vida con personajes bien desarrollados. El director no solo homenajea a la cultura pop y al cine, sino también a esas historias que él diseñó, calaron hondo en el público y ahora vuelven en forma de referencias. Una de las mejores secuencias de la película llega mientras Parzival y compañía intentan resolver el desafío de la llave de jade, todo el reto hecho en clave de homenaje a una gran película. Otras referencias más sutiles son el Cubo Zemeckis o la Holy Hand Grenade. Ready Player One es una película para apreciar con ojos de niño, maravillarse por las increíbles escenas de acción ejecutadas de manera brillante y abrazar la nostalgia y el cariño por las historias que nos formaron. Spielberg es un chico más, jugando con los juguetes de sus películas, series y cómics favoritos; y la película hace un trabajo impecable al transmitir ese mismo espíritu lúdico al espectador.
Ready Player One de Steven Spielberg Steven Spielberg se da el lujo de mostrar dos producciones este año. Después de su registro histórico con The Post llega el turno de la fantasía gamer Ready Player One. En el año 2045 los recursos de energía en el mundo se están acabando y la mayoría de la gente se refugia en una realidad virtual llamada Oasis. La historia sigue a Wade Watts, mejor conocido por su alias Parzival, un joven que, como muchos, busca los tres huevos de pascua dentro del mundo virtual, una serie de desafíos armados por el difunto creador de la plataforma James Halliday. Aquel que consiga triunfar en los mismos será el dueño de la compañía. Wade no estará solo, en la búsqueda lo acompañan Art3mis y su amigo Aech. Juntos deben enfrentar a Nolan Sorrento, el dueño de otra compañía que busca el control total de Oasis y del mundo. Spielberg consigue encontrar una historia que, en gran parte, se construye en referencia a las clásicas películas que ha producido o dirigido como Jurassic Park o Volver al futuro pero, para que su imagen no ocupe toda la adaptación del libro de Ernest Cline, el director también homenajeó a otros clásicos del horror como Chucky o El resplandor o, al muy querido, El gigante de hierro de Brad Bird. ¿Pero es Ready Player One una película con referencias a videojuegos? La novela se tomaba muy en serio el pasado de Halliday y los detalles que unían los desafíos a la capacidad que tenía Parzival para ir afrontándolos. Su conocimiento por los juegos de Atari era esencial, especialmente por ser la época en la que había crecido su creador. En el caso del film hay citas a varios juegos, cameos de algunos e incluso frases de otros. Está claro que la decisión de Spielberg era contactarse con un público masivo, que pudiera entender la acción de la película sin ser un jugador hardcore. Pero incluso los más jóvenes encontrarán personajes de Halo y Overwatch (juegos más actuales). Su apartado visual es un logro en decisiones. Separar la realidad y hacer el mundo virtual de manera digital no sólo funciona narrativamente, sino que también permite desarrollar mejor a los personajes basados en comics, animes, películas o videojuegos. La banda sonora que acompaña al film fue hecha por Alan Silvestri y los que agudicen el oído podrán encontrar acordes conocidos, mientras que las canciones no son excesivas y no abusan del ritmo ochentoso de la historia (pasa en otras producciones como Stranger Things). Finalmente, mientras que la novela tocaba ciertos temas sobre la disparidad social y la falta de recursos provocada por el maltrato al planeta pero también por el abandono del mismo a una realidad virtual, la película de Spielberg cierra con un mensaje claro pero no se extiende mucho en el mismo.
Dos vidas, un solo mundo Siempre habrá quienes vanaglorien a Steven Spielberg y aquellos que lo vean como un director que hace mucho tiempo se vendió al sistema que lo vio nacer. Ninguno sin embargo a esta altura puede achacarle al creador de ET pereza, desgano o falta de entusiasmo al sumarse, en calidad de director, a proyectos comerciales, aunque siempre con un plus de interés personal en llevarlos a la pantalla grande. ¿Cómo conviven el Spielberg de hoy con el de antaño en ese paradigma del nuevo milenio, donde la tecnología parece todopoderosa y la creatividad una moneda extinta?; ¿Cómo entender qué pasa por la cabeza de uno de los mayores adalides de la industria del entretenimiento?, con base en Dreamworks pero también en Netflix y en esa nueva etapa de las series que emulan el cine, el cine que emula capítulos largos de series, y donde ya todo está inventado, reciclado, degradado y las películas valen lo mismo porque a la hora de contar entradas uno es igual a uno, pese a quien le pese. La Industria y el cine impusieron siempre sus reglas, además de sus discursos dominantes en materia de géneros y de poca tolerancia a la libre interpretación de muchos artesanos como Spielberg. Por eso abarcar su universo de películas en parte implica entenderlas en el contexto en que aparecen. Ready Player One tal vez no sea un prodigio de la tecnología aplicada a la narrativa clásica, tampoco la obra maestra esperada del papá de Tiburón, aunque no deja de ser híper coherente con este contexto atravesado por la tiranía del mundo virtual, también contaminado por el salvajismo consumista en todos sus combos y envoltorios como el preferido del mainstream: lo retro. En Ready Player One quizás se está cocinando una nueva vieja manera de pensar las películas. Digo películas y no cine; digo explotar al máximo los recursos en pos de la imaginación, sin dejar de lado la mercantilización de la obra cinematográfica. Se decía hace muchos años bajo los discursos de directores como Spielberg o George Lucas que el avance irremediable de la digitalización dejaría abiertas las puertas de la creatividad para por ejemplo reflotar actores como Marlon Brando, introducirlos en tramas nuevas junto a actores de carne y hueso. Premisa concretada y vaya cómo en el devenir del cine del siglo pasado. Ahora, El Resplandor de Kubrick puede aparecer desde sus escenas emblemáticas en una película concebida con la mente ochentosa y nostálgica como lo es Ready Player One pero aggiornada a las coordenadas de este mundo del disvalor, incluso en lo que hace a homenajes cinematográficos. Ahora bien, el corazón del nuevo opus de Steven Spielberg, basado en un best seller de ciencia ficción de 2011 de Ernest Cline (aquí guionista), repleto de referencias a los ochenta, a la cultura pop yankie y a las distopías comunes donde la lucha de oprimidos se cuenta por millones y la torta de los recursos se concentra en Corporaciones más poderosas que los propios Estados anticipa que la única forma de transformar la mente y la realidad penosa y nefasta que deben padecer todos los ciudadanos no es otra que la de un mundo que no existe. Nostalgia por partida doble ya sugerida en The Post, la utopía del poder de la prensa reducida a un juego de egos contra el poder de turno, el derecho a saber lo que pasa más allá de intereses oscuros se desvanece entonces en ese paraíso simbólico llamado internet. Y preguntarse por el huevo antes que por la gallina, hacerse eco de alguna reflexión profunda de más de ciento cuarenta caracteres hoy también parece parte de esa nostalgia que busca en territorios ya visitados para extraer la esencia perdida. Ese grial, que en Ready Player One expone la aventura y el peligro latente de aquellos que ambicionan conseguirlo para reformular el contexto y convertirlo en un clon digitalizado de la realidad de la que parten. Poco se hablará de la trama por su planteo básico que enfrenta al grupo de revolucionarios anónimos afuera, encarnados en avatares que transitan con su libertad comprada en Oasis. La lógica de no dar nada a cambio porque lo material no existe mientras lo único que cambia es el escenario y sus modos de conservar la dinámica de las no reglas, que perseguía el sueño del creador romántico pero cobarde a la vez. ¿Se acuerdan de Zukerberg bajo la mirada de Fincher que buscaba amigos en su facebook? No hay villanos puros en Ready Player One, solamente esclavos felices y esclavos infelices. Hay mucha religiosidad en la manera de generar la empatía con el héroe Wade y sus coadyuvantes en su cruzada de playstation existencialista y light. Lo que no puede dejar de reconocerse en todo este mecanismo y dispositivo al servicio del puro entretenimiento es su letal eficacia y su movimiento en un mundo y un futuro quieto, donde para Steven Spielberg cualquier contacto de la piel, mirada a los ojos en medio de un baile volador es lo único que nos sigue haciendo algo de ruido en la panza y en el cuerpo.
La visión de un gamer. Como muchos sabrán, Steven Spielberg fue uno de los pioneros en materia de videojuegos en el nacimiento de las consolas allá por los fines de los noventas; la imaginación del director lo llevó a darle fondos y poner en movimiento dos grandes sagas virtuales: “Medal of honor” (1999) y “Halo” (2001). Su amor por el medio está ilustrado en su última obra basada en el libro de Ernest Cline “Ready Player One”; la cual se lleva a cabo en un futuro distópico donde la humanidad evita las rutinas y crueldades de la vida cotidiana entrando en “Oasis”, un sistema de realidad virtual que involucra todos los videojuegos en una sola consola. Se trata de una narrativa común en cualquier libro para jóvenes adultos, nuestro protagonista, Wade (Tye Sheridan), es un diamante en bruto que desea ser más en la vida y se encuentra en plena caza de tres llaves que el desarrollador dejó dentro del juego y de las cuales convertirán al poseedor en dueño del Oasis. De la misma manera que se encuentra al héroe se encuentra al villano, en este caso el CEO de una compañía que desea el poder que le traería el sistema, y así poblarlo con microtransacciones que harían que Electronic Arts se sonroje. Si bien la relación entre el séptimo arte y los videojuegos ha tenido roces dolorosos para los fanáticos de ambos medios, el contexto de la película representa esencialmente la relación del jugador con el entorno que lo rodea, el ofuscamiento ante la pérdida y la adicción a la victoria. Los cameos no son raros ya que los avatares dentro de Oasis pueden modificarse, quienes sean fanáticos podrán reconocer a varios de sus héroes favoritos, así también como pequeñas referencias a los clásicos arcades de los ochenta. Si bien carece de originalidad en cuanto al trayecto del personaje principal y las lecciones morales que este adquiere al final, la creatividad se encuentra en la ambientación, la construcción y dualidad de los mundos que lo rodean. La vida en un mundo post-Oasis apenas vale la pena para cualquiera de sus habitantes, es una realidad donde alguien es nadie, y la única realidad es la futilidad, dentro de lo virtual, un mendigo puede ser rey, un cobarde, héroe, y el esfuerzo siempre lleva a la ganancia. Existe dentro del film un comentario claro hacia nuestra nueva cultura centrada alrededor de lo electrónico, el mismo discurso no golpea de manera condescendiente sino que romantiza las historias que son creadas dentro de un juego pero no evita aclarar que la realidad es lo único que es real. Todo lo previamente dicho si es combinado con las grandes actuaciones y la imaginación y entusiasmo de todos los involucrados la convierte en una de las mejores y más recomendadas películas que he visto este año.
Muchas películas y pocas historias Ready Player One es la adaptación cinematográfica de la novela homónima escrita por Ernest Cline quien, junto al célebre Steven Spielberg, le dio forma de película a una obra de ciencia ficción que homenajea a la cultura pop de los años ochenta. La producción cuenta con las actuaciones protagónicas de Tye Sheridan, Olivia Cooke, Ben Mendelsohn, Simon Pegg y el ganador del Oscar Mark Rylance. El año es 2045. Wade Watts, un adolescente que como muchos en Estados Unidos vive en carne propia la pobreza que azota a todo el mundo en este futuro distópico, encuentra sus únicos momentos de felicidad en el programa de realidad virtual llamado Oasis. Se trata de un verdadero universo al que todos acceden (y cuando digo todos es todos) por medio de un visor y unos guantes hápticos que permiten interactuar con los innumerables mundos que conforman Oasis y lo que hay en ellos. De esta manera, la gente hace amigos en Oasis, va a la escuela por medio de Oasis, pelea en violentas guerras virtuales en Oasis o, como en el caso del joven Wade, se dedica a conseguir modestas mejoras para su personaje o avatar ya que la pobreza también se traslada a los usuarios de Oasis. Pero por más desolador que el presente de Wade parezca, su futuro está a punto de cambiar. Resulta que esta historia comienza cuando el genio creador detrás de Oasis llamado James Halliday, una especie de combinación entre Einstein y Steve Jobs, muere. Pero la noticia viene junto al testamento de Halliday. Dada su poca popularidad, escasez de amigos y una familia inexistente, este genio moderno ha decidido heredarle su monstruosa fortuna y el control total de Oasis a quien sea capaz de resolver su acertijo. En medio del interminable Oasis hay escondidas tres llaves y quien las encuentre podrá tener acceso al también oculto huevo dorado de Halliday, objeto cuya posesión equivale a hacerse con la mencionada herencia. Durante cinco años nadie puede obtener siquiera una pista de este misterio por lo que el mundo da un tremendo vuelco cuando la primera llave es encontrada por el anónimo Wade Watts. La sinopsis precedente corresponde tanto a la novela de Cline como a la adaptación para la gran pantalla de Spielberg pero lamentablemente ese es uno de los pocos puntos de contacto entre las dos obras. Tal vez sea por la utópica ambición de querer adaptar una novela tan rica en elementos en una sola película o por el error de juicio de poner el foco en ciertos lugares en desmedro de otros, la conclusión que surge en este humilde lector de la novela de Cline es que su versión cinematográfica le hace poca justicia. En la obra escrita lo que tenemos es un formato de búsqueda del tesoro apasionante que, mediante un protagonista entrañable, nos invita a resolver misterios cuyas pistas residen en canciones de rock, videojuegos como el Pac-Man o el Asteroids, películas como El Resplandor, Volver al Futuro o Star Wars y demás elementos de la cultura pop que, reunidos en una sola historia, son la panacea del nerd moderno. Y encima tenemos un antagonista genial de la mano del CEO de la compañía rival a la de Halliday (Nolan Sorrento) que quiere hacerse con el control de su competidora y no escatimará recursos para conseguirlo y un grupito de personajes secundarios geniales que establecerán relaciones amistosas y románticas con el bueno de Wade Watts. Solo un final a toda orquesta y una reflexión a modo de moraleja realmente profunda podrían terminar de darle forma a una verdadera obra maestra y el libro de Ernest Cline también los tiene. El problema es la película. A pesar de sus 140 minutos de duración, la versión de Spielberg nunca logra meternos en ese clima de frenética investigación nerd que Wade experimenta durante todo el libro, ya sea urdiendo en su mente de pequeño fanático de la cultura pop retro o buscando las canciones, películas, videojuegos y series de TV que Halliday amaba y que lo llevaron a incluirlos en su monumental desafío post-mortem. Esa competencia feroz entre usuarios, empresas como la de Sorrento y el bueno de Wade queda minimizada a un puñado de escenas elegidas con poco criterio en las que el protagonista logra avances en su búsqueda casi de casualidad y no gracias a su ingenio y habilidad. Las referencias a toda esa cultura pop sí dicen presente pero ese pobre criterio de elección vuelve a aparecer por lo que la casa de El Resplandor, la moto de Akira, el Gigante de Hierro, el Delorean o un mecha-Godzilla enorme son penosamente desaprovechados. Y si había poco espacio para incluir todas esas referencias y darle la importancia que cada una tiene en la búsqueda del huevo de Halliday, mucho menos tiempo hay para desarrollar la relación de Wade con sus amigos Sho y Hache, su enemistad con el malvado Nolan Sorrento y la que el libro propone como una magnífica historia de amor con la misteriosa Art3mis. Todos esos elementos que hacen a la historia que Ready Player One cuenta en su versión novelada y que son su mayor logro son desperdiciados por una película que los minimiza hasta el tamaño de una mera excusa para poder reunir en una sola cinta a las obras clásicas antes enumeradas. La novela de Cline es un relato genial que tiene referencias magníficas de la cultura pop que tanto amamos y por eso es doblemente maravillosa, pero si en vez de canciones de los 80, videojuegos y películas clásicas, la búsqueda del huevo de basara en elementos de la historia antigua de Andorra, la historia igual funcionaría perfectamente y nos atraparía. La película de Spielberg, sin esas referencias y homenajes a otras obras, no es nada.
JUGAR PARA VIVIR. Casi todas las películas de ciencia ficción que transcurren en el futuro, son en realidad nuestro presente disfrazado y exagerado. Ready Player One no es la excepción a la regla. La historia transcurre en el año 2045 y el protagonista es Wade Watts, un adolescente que vive en un barrio pobre, feo, como un enorme panal formado por casas de metal apiladas, una especie de gran desarmadero de autos. Es un espacio feo, pobre, primitivo en muchos aspectos, pero hay algo que se destaca: todos sus habitantes tienen acceso a dispositivos que le permiten vivir en una realidad virtual. El mundo es feo, la virtualidad no. El mundo virtual gira en torno a un universo gigantesco llamado el Oasis. Allí, tanto el protagonista, y un número incontable de personas pasan sus horas, con una personalidad diferente a su vida real, jugando, peleando, compitiendo, teniendo sexo, interactuando en una vida social virtual. El genio creador de este infinito universo con diferentes escenarios es James Halliday. A su muerte, Hallyday deja toda su fortuna y su empresa a quien en ese mundo inabarcable consigue encontrar las tres pistas que lo conduzcan a un Easter Egg, que, como su nombre lo indica, está escondido en algún lugar al que solo se podrá tener acceso obteniendo las tres pistas. Una propuesta de estas características, tan antigua como la más antigua de las aventuras, se ha visto y ha funcionado muchas veces en la historia del cine. Las tres pistas, que dividen sin problema a la película en tres actos, como lo indica la estructura tradicional que Steven Spielberg respeta a rajatabla. Y acá empieza una combinación rara entre el clasicismo absoluto del director y la apertura hacia las nuevas formas narrativas del cine comercial actual. Si pensamos en los films más taquilleros de Steven Spielberg y los comparamos con el cine taquillero actual, queda claro hasta qué punto el lenguaje del cine ha evolucionado o por lo menos ha cambiado. No es ni bueno ni malo, simplemente ha cambiado. El cine tiene más de ciento veinte años pero está claro que en la primera mitad de su historia, tuvo más cambios que en la segunda. Mientras que las décadas iniciales consistieron en entender el potencial del lenguaje narrativo audiovisual, con los años la narración clásica se impuso, se depuró en su período industrial y fue la forma elegida por el público de todo el planeta. Las excepciones no hicieron otra cosa más que confirmar la regla. El primer golpe fuerte para el cine fue la aparición de la televisión, que lo llevó hacia dos extremos opuestos: copiarse del nuevo formato o buscar diferenciarse todo lo posible de él. Como sea, el cine ya no volvió a ser el mismo. Luego otros lenguajes comenzaron a competir con la estética cinematográfica. El lenguaje del cine publicitario en los sesentas con su estética acelerada y efectista; el registro documental que dejó su marginalidad y empezó a incorporarse a las películas, llevando hasta el cine más comercial las ideas de realismo; el videoclip, que se fue imponiendo poco a poco en las películas, resolviendo las viejas escenas de montaje con un tema musical; y también los videojuegos, que desde sus comienzos fueron material importante para las películas. Ninguna de estas capas ha desaparecido del lenguaje del cine, pero el videojuego es, a diferencia de las otras mencionadas, la que más divide aguas entre los que conocen el lenguaje y los que no tienen la más remota idea de lo que se trata. Queda pendiente analizar hasta qué punto el mundo actual de las redes sociales y el avance tímido pero no finalizado de la realidad virtual marcará a las futuras películas. Ready Player One es, desde el título, un film conectado con los videojuegos en particular y con la cultura pop (de popular) en general. Los videojuegos, los comics, la animación, el cine de terror, la ciencia ficción, la música pop y todos aquellos que han quedado siempre han sido menospreciados, marginados de la alta cultura mientras se iban transformando en la fuerza cultural más poderosa de varias generaciones. Es fácil ver a esta película como un carnaval autoindulgente y un homenaje demagógico a todos esos consumidores de cultura popular. Entre esos consumidores están, claro, los seguidores del cine de Spielberg previos a sus películas prestigiosas. Por suerte Spielberg evita que la película sea eso y ese homenaje es, en todo caso, la superficie de la película. La parte más irrelevante y, por lo tanto, no alejará a los espectadores que no hayan estado con dicha cultura en las últimas décadas. Un dato curioso: lo más universal y movilizador que tiene la película en lo que a cultura popular se refiere son las canciones. Es el momento para decir que la porción principal de la cultura que la película toma es la década de 1980. Los ochentas, como por ahora le seguimos diciendo sus contemporáneos. Mencionamos las revoluciones y avances en el cine, sin duda en la década de los noventa ocurrió el último gran avance formal del cine, tan grande como el sonido y el color: el cine digital. La aparición de los efectos digitales, que primero animaron terminators y dinosaurios, hoy permite construir todo tipo de universos, desde los más inverosímiles a los detalles más realistas de una calle o un paisaje. Ready Player One lleva a su máxima expresión este aprovechamiento y es una verdadera invitación a que se aproveche estos mundos virtuales que conocemos de los videojuegos pero que hoy forman parte de casi todo el cine taquillero. Una enorme cantidad de películas, más de las que nosotros creemos, están filmadas cada vez en mayor proporción con escenarios y personajes virtuales. Las posibilidades del cine son infinitas, mayores incluso que la imaginación de los espectadores. El videojuego entendió hace rato esa posibilidad y combina de forma asombrosa todas las posibilidades que permite la virtualidad. Una película no puede competir contra un videojuego, que genera una forma de entretenimiento mucho más inmersivo. El 3D y las pantallas IMAX han buscado impactar con todo lo que tienen al espectador, pero jugar un juego es algo distinto. Ready Player One es la representación de ese mundo gamer que avanza y que domina el mercado del entretenimiento a la vez que desafía a los géneros cinematográficos y su verosímil. Pero Steven Spielberg no es un realizador virtual ni está a la vanguardia del entretenimiento actual. Spielberg hoy es lo que en su momento fueron Howard Hawks, John Ford y Alfred Hitchcock –por citar tres clásicos indiscutibles- en la década del sesenta. Los mejores directores, los superiores al resto, luchando por su lugar en un mundo que ya había cambiado. Por supuesto era Ford quien más se daba cuenta de que su época había quedado atrás. Seguía siendo mucho mejor que los demás directores nuevos que lo rodeaban, pero no estaba en el centro. Spielberg vive la misma situación. Ready Player One no va a ser el récord de taquilla que fueron, por ejemplo, Los cazadores del arca perdida y Jurassic Park. Spielberg se ha volcado a otra clase de films, cercanos a este momento de su carrera, como Puente de espías o The Post. Pero eso no impide que el entretenimiento festivo y espectacular de su nueva película no contenga una mirada personal y una serie de reflexiones acerca de su propio legado como artista y su legado como tal. Si en la película el protagonista se llama Parzifal y busca un Santo Grial, también hay una generación buscando a sus referentes culturales y, entre ellos, aquel genio que creó Tiburón, Encuentros cercanos, E.T., Indiana Jones, Jurassic Park y produjo Volver al futuro, Gremlins y muchas otras películas y productos audiovisuales que hoy forman parte de nuestra cultura y nuestra vida cotidiana. Steven Spielberg está preocupado por su legado, en un mundo cambiante y acelerado. En la línea de sus personajes de millonarios y visionarios, Hallyday busca que el entretenimiento fuera de serie, incomparable, que Spielberg ha dejado, no sea un impedimento para conectarse con otras experiencias y una mirada más directa con el mundo. En eso Ready Player One no tiene la más mínima intención de juzgar al mundo virtual, al contrario, pero lo ve más como un reemplazo de la televisión, la historia, la literatura y el cine que un enemigo de las ideas o los sentimientos. Los amigos virtuales en la película son finalmente amigos reales, la conexión entre ellos no es falsa y cuando se conocen se concreta. Incluso la virtualidad es una manera sin prejuicios de conocer gente, más allá de su raza, su cultura, su belleza exterior. La película (Spielberg) se preocupa por su herencia y pensar en todos aquellos que solo vivirán a través de sus películas. Está claro que este debate está planteado en términos de aventura, con una perfección visual que asombra y deslumbra, más allá de cualquier oscuridad. Sin embargo el competidor que tienen los protagonistas del film es una forma adocenada, sin corazón, de hacer las cosas. Allí Spielberg expresa su mirada crítica de una industria que apuesta a una eficacia sin matices, pero sin imaginación, sin riesgo, sin aventura artística. Sí, hay un gran homenaje a la cultura popular, pero jugar a descubrir referencias no alcanza para hacer una buena película y Spielberg lo sabe. En el corazón de Ready Player One hay mucho más. Esa cultura es en parte nuestra cultura, ni peor ni mejor, y aunque al día de hoy no tiene el prestigio que se merece nos ha formado. Desde las más antiguas leyendas de aventura hasta el más nuevo de los videojuegos, todo eso forma parte de nuestra mirada del mundo y nuestra comprensión de lo que allí pasa. El sabio Spielberg, el mejor director de cine en actividad, aun se sigue preguntando por esas historias y el vínculo que él y nosotros tenemos con ellas.
El tío Esteban es el encargado de adaptar la aventura pop definitiva, escrita por Ernest Cline, y da vida a Ready Player One. Con todo lo que esto conlleva, casi que en el film -en un análisis más profundo- lo que menos importa a priori es la historia en sí, sino volver a los años ’80, con Steven Spielberg haciendo autorreferencia, con los fichines, el arcade, la música glam y pop. Esto supone desde el principio que el público se pierda en este entretenido recuerdo de lo que fue, que el espectador milennial o centennial sienta nostalgia de algo que no vivió y logre disfrutar a través de la columna vertebral que une a todas las generaciones habidas y por haber desde aquel tiempo hasta la actualidad y más allá: los videojuegos.
“Hice un montón de películas históricas que dirigí detrás de cámara, y me llevo bien con eso. Pero cuando decido hacer una película como esta, sentado en la audiencia con ustedes, dirijo desde el asiento que tienen al lado. Por eso su reacción, para mi, es todo”. Eso le dijo un Steven Spielberg de 71 años al público que vio por primera vez Ready Player One, en el festival SXSW hace unas semanas. Esa declaración, dicha en este momento de su carrera, no solo expone la forma en que Spielberg entiende al cine, sino que también habla de cómo lo hace. Esa frase está dicha por el director, por el narrador y creador de historias, pero también por el espectador que vive en él, por el niño que pisó una sala de cine por primera vez hace muchas décadas.
You make my dreams “Nuestra alma de niño muere en nosotros cuando ya no la necesitamos”, le dijo Steven Spielberg a Richard Schickel en 2005, entrevistado por Time con motivo del estreno de Munich. Tanto Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal como Mi amigo el gigante, orientadas al público juvenil y realizadas con posterioridad a estas declaraciones, me hicieron pensar que sus palabras eran, efectivamente, verdad: ambas películas sufrían de una simplonería y una autoindulgencia preocupantes. Como Robin Williams en Hook, Spielberg parecía haberse olvidado de cómo jugar, convirtiendo el apasionamiento de la juventud en mera pantomima. Solo algunos pasajes de la vertiginosa Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio ofrecían la esperanza de que ese niño siguiera agazapado en el corazón del director esperando su oportunidad. Si bien Tintín carecía de la hondura dramática y de la potencia emotiva que el norteamericano logra combinar de manera tan perfecta, ampliaba las fronteras de lo que Spielberg podía hacer con una cámara si se liberaba de los límites físicos y logísticos del mundo real y abrazaba ese espacio ilimitado que ofrece la animación por computadora. Faltaba Ready Player One, su incursión (formal, temática y narrativa) definitiva en el mundo digital para terminar de confirmar que el niño que habita dentro de Steven Spielberg no solo sigue vivo, sino que goza de una salud inmejorable. A menos de una semana de su estreno en salas argentinas, ya ha circulado mucho escrito sobre esta película. Uno de los valiosos es el que Federico Karstulovich escribió para Perro Blanco. Rescato una importante observación que él realiza sobre el uso (y deliberado abuso) de las referencias a la cultura pop de los años 80’ y 90’ en el OASIS, mundo virtual en el que transcurre la mayor parte de la película: si bien estas referencias son omnipresentes a lo largo del largometraje, Spielberg nunca apela a la nostalgia. En primera instancia, su decisión de hacerse cargo de una historia que profesa tanto amor hacia los años en los que el cineasta forjó sus mayores éxitos parece poco acertada: es la trampa perfecta para el regodeo ególatra. Tal vez un director más joven, uno que pudiera mirar la época homenajeada con distancia en vez de un veterano que haya sido parte de ella. Pero Stranger Things o The Force Awakens han demostrado que, sin dejar de hacer buenos productos, son los directores más jóvenes los que más idealizan al cine del pasado. Es lógico que Spielberg no exhiba ningún tipo de reverencia hacia su propia época. Y es desde este lugar que Ready Player One exhibe una urgencia palpable: la de encontrar, entre tanta memorabilia del pasado, a los héroes del presente. Las referencias a la cultura pop de los 80 y los 90 no es más que un juego para Wade Watts/Parzival (Tye Sheridan) y sus amigos: no pueden (por edad, por contexto social) establecer el mismo vínculo afectivo que los nacidos es esas décadas establecemos con ese material. Es el lugar del juego, no el de la nostalgia fosilizada, el que le corresponde a esa memorabilia. En Ready Player One el placer del juego por el juego mismo se opone al corporativismo de la IOI (Innovative Onine Industries), presidida por Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn). El villano solo persigue el triunfo: en su ambición, no contempla la diversión ni la comprende. A este corporativismo exitista combate, desde el mismo corazón de Hollywood, Ready Player One: pocas veces uno siente tanta pasión por divertirse como en esta película. Las comparaciones con la trayectoria del propio Spielberg se han explorado profusamente en reiterados escritos, pero a mí me resulta oportuno destacar dos. Cuando Wade gana finalmente el Huevo de Pascua y se hace acreedor del control total sobre el OASIS, acontece un momento de una profunda emoción spielberguiana y cinematográfica. Sorrento, con un arma en mano, entra a la camioneta donde Wade está inmerso en la realidad virtual, indefenso ante el mundo real. Sorrento le apunta, pero se detiene cuando se da cuenta de que Wade acaba de encontrar el Huevo. A Wade se le escapa una lágrima de emoción: jugar tiene premio, una recompensa intangible que sólo el joven puede ver. Sorrento, conmovido por esta emoción de jugar tan ajena que no podrá nunca entender, opta por no disparar. Más tarde, Wade evita la tentación del corporativismo repartiendo la fortuna con sus amigos. ¿Cómo evitar perder al niño interior cuando llega el turno de asumir las responsabilidades de adulto que traen el dinero y el éxito?: buscando a otros que quieran seguir jugando con nosotros. Es por esto que Ready Player One está lejísimos de desdeñar la virtualidad: el mundo virtual, el OASIS, es una invitación para que la gente se encuentre y se vincule de la forma más libre posible. Lo único que importa es que eso no se convierta en un espacio de escape u ocultamiento: OASIS es el medio, no el fin. El otro vínculo que pretendo establecer con la figura de Spielberg es el personaje de Halliday, otra magnífica creación de Mark Rylance en su tercera colaboración con el director. En una escena íntima y conmovedora, la figura del niño aparece en forma corpórea: Halliday le cuenta a Wade sobre su infancia solitaria jugando videojuegos, antes de despedirse de él dejándolo dueño del mundo que creó. “Gracias por jugar mi juego”, le dice Halliday a Wade. En esa brevísima línea de diálogo, y en el hondo delivery de Rylance, queda contenida la obra toda de Steven Spielberg: un niño que se ha fabricado una carrera jugando sin límites haciendo realidad sus sueños en simultáneo con los del público, que aún hoy lo recompensa con fidelidad. A vos gracias, Spielberg: gracias por tu juego.
Sumidos en el OASIS. “Ready Player One: Comienza el Juego” (Ready Player One, 2018) es una película de ciencia ficción dirigida y producida por Steven Spielberg. Está basada en la novela homónima best seller publicada en 2011 de Ernest Cline, que también escribió el guión junto a Zak Penn. El reparto incluye a Tye Sheridan, Olivia Cooke (Emma Decody en la serie “Bates Motel”), Mark Rylance (Mr Dawson en “Dunkerque”), Lena Waithe, Philip Zhao, Win Morisaki, Simon Pegg, Hannah John-Kamen y Ben Mendelsohn. En el año 2045, la Tierra ya pasó por varias etapas de caos debido a la superpoblación, las hambrunas, guerras y cambio climático. Es por eso que las personas prefieren pasar la mayoría de su tiempo dentro de OASIS, un mundo de realidad virtual en el que uno puede armar el avatar que más le guste y hacer lo que quiera. El creador se llama James Halliday (Mark Rylance) y es venerado como un dios. A Wade Watts (Tye Sheridan), adolescente huérfano que vive con su tía, le fascina vivir dentro de OASIS bajo el avatar llamado Parzival. Allí se siente bien y tiene amigos (que no conoce en la vida real). Cuando Halliday fallece, deja un video explicativo que da inicio a un concurso: el primero que en el universo virtual halle un huevo luminoso escondido por él mismo, será el nuevo dueño de OASIS y heredará toda su fortuna. Wade se embarcará en la aventura al descifrar una de las pistas que dejó Halliday, lo que lo llevará a acaparar todas las miradas y verse amenazado por el empresario Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn). Con muchísimas referencias a la cultura pop de la década de los 80, Spielberg nos trae un producto que funciona en todos los sentidos. La historia es tan sólida como entretenida, logrando que el espectador se interese por los personajes. Pero lo que más se destaca definitivamente es el mundo creado: desde el aspecto técnico la película resulta un espectáculo visual que sorprende en cada fotograma gracias a sus colores eléctricos y el fabuloso manejo de cámara. Tan cautivante y cuidado hasta en el mínimo detalle es el OASIS que a uno le genera ganas de ser como el protagonista y casi llegar a vivir dentro de él. No sólo seremos testigos de lo que pasa en el universo virtual: la realidad también es importante, lo que hace que se produzca un excelente contraste entre los dos escenarios. Ver a la gente tan compenetrada en el juego, haciendo todo lo posible por no perder vidas y ganar más y más monedas nos hace recordar a la cinta dramática “Ella” (Her, 2013), ya que desde el afuera podemos observar lo difícil que se volvió interactuar con los demás (cada uno está en lo suyo). La dosis de acción no puede faltar y aquí se da a lo grande: carreras de autos, dinosaurios, King Kong, Godzilla y hasta una aparición divertida de Chucky hacen que el filme se vuelva ingenioso. Mención aparte para la memorable secuencia en homenaje a “El Resplandor” (The Shining, 1980), perfectamente armada como súper atrapante. La banda sonora, que se caracteriza por ritmos pegadizos y bailables, sabe captar el espíritu de la película y enaltecerlo. Además se hace hincapié en la amistad, una relación de ayuda mutua que queda muy bien representada por Wade, Samantha (Olivia Cooke), Hache (Lena Waithe), Sho (Philip Zhao) y Daito (Win Morisaki); tanto con sus avatares como con sus cuerpos reales, se nota la química natural que tienen. “Ready Player One: Comienza el Juego” constituye un festín para los ojos de cualquiera, seas cinéfilo o no. Spielberg demuestra que se puede hacer una cinta pochoclera de calidad, que deja un gran mensaje, critica al capitalismo y a la vez contiene efectos especiales demenciales. Los más geeks seguramente querrán verla muchas veces para darse cuenta de cada guiño oculto sobre cómics, películas y videojuegos ochentosos. Si no sos de ese grupo, de igual manera te aseguro que la vas a pasar fenomenal. Lea más en http://www.estrelladastv.com.ar/estrenos-de-cine-ready-player-one/#3PGKhiguMSrELQl0.99
Spielberg recargado. Así podríamos llamar a este viaje al pasado, a esta vuelta a la aventura pura y dura de un director de cine que a lo largo de cuatro décadas aportó una imaginería inusual a la industria cinematográfica de entretenimiento y a la cultura popular de masas. Y como vamos a hablar de recuerdos, tendríamos que dar un pantallazo a su carrera, una trayectoria que se caracterizó por quebrar paradigmas y direccionar la manera de hacer cine a otros directores, aunque no siempre lo hicieron de la mejor manera. - Publicidad - Veamos: en los 70, Tiburón y Encuentros cercanos del tercer tipo, en los 80, la saga de Indiana Jones y ET, en los 90, Parque Jurásico y ya entrado el nuevo siglo, la remake La Guerra de los Mundos —la versión siniestra de ET—, films que fue intercalando con un listado paralelo de obras apuntadas a un público adulto —las más “oscarizadas”— como El Color Púrpura, La Lista de Schlinder, Rescatando al Soldado Ryan, Munich y The Post. Si hay algo que destacar en Spielberg es su increíble versatilidad a la hora de encarar sus proyectos. Algo a lo que ya nos tiene acostumbrados. Y se agradece. Nunca sabemos si su próximo film va a entrar de lleno en el género de aventuras, drama, recreación histórica, comedia o ciencia ficción. Y es que a Spielberg lo que le interesa además de contar una buena historia —es uno de los mejores narradores que dio el cine en los últimos tiempos— es crear un impacto visual, estético y personal. Cada una de las películas señaladas fueron claves en la manera de ver y hacer cine, tanto desde el punto de vista del espectador como el de los directores que tomaban nota de sus exuberancias creativas. Más allá de la grandilocuencia o si es cine para las masas —el mismo concepto corre para los best sellers literarios— no hay duda de que es uno de los creativos más influyentes e importantes de todos los tiempos. Y solo estamos hablando como director. Como productor aportó los granos de arena que hicieron falta para crear una montaña de blockbusters que, en épocas del formato VHS, hicieron furor como Los Gremlins, Poltergeist y Volver al Futuro, todas dirigidas por un grupo de directores afines a sus propias ideas como Joe Dante, Robert Zemeckis o Tobe Hooper. La segunda década del siglo XXI encuentra a un Spielberg totalmente inmerso en las nuevas tecnologías, no solo cinematográficas, sino en las que se encuentra en millones de consolas de juegos en todo el mundo. Porque si de algo se trata la película Ready One Player, es precisamente ser un gran juego virtual en el que los avatares de los participantes viven en un mundo virtual llamado Oasis, una especie de Edén en donde nada es imposible. Bueno, nada no, hay tres llaves escondidas (de jade, de cobre y de cristal) en este universo creado por un mago de la programación llamado John Halliday (Mark Rylance) que de encontrarlas dotaría al jugador del control total de ese sofisticado programa de computación, tanto en acciones de la empresa como en la supervisión de todo lo referido a este imperio de fantasía. Este es el legado de Halliday, un entusiasta admirador de la cultura pop de los 80 que muere sin haber concretado uno de sus mayores sueños —la acción transcurre en el año 2049— y que se irá develando en el transcurso de la película. Y es por esa misma razón, que Oasis está plagado de las adoradas criaturas que lo acompañaron en su infancia y adolescencia, ya sea en cómics, juegos de rol, juegos de computación, películas y videos de MTV. Muerto en la vida real, su avatar seguirá viviendo dentro del mismo juego bajo el aspecto de un mago al estilo Gandalf del Señor de los Anillos, una aparición majestuosa que irá proporcionando pistas a medida que las llaves sean encontradas. Hay tanto en juego que una corporación llamada IOI buscará la manera de encontrar las llaves para acceder a las acciones que son millonarias. Es lógico, no podría haber aventura si no existiera enfrentamiento entre buenos y malos. Y aquí los hay. Por un lado un grupo de amigos en la red virtual —no se conocen en persona— como Wade (Tye Sheridan) que participa con su avatar llamado Parzifal y Samantha (Olivia Cooke) como Art3mis quienes se convierten, por azares del destino, en la pareja protagonista y que comienzan a resolver los enigmas creados por Halliday. Y por el otro Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn) y su corporación, compuesta por jugadores que se relevan continuamente para que nunca dejen de estar dentro del juego para así llegar primero a la meta. Todos están diseminados en un territorio al que se conectan para interactuar dentro del mayor juego en red planetario. Al parecer no les queda otra alternativa, afuera, en el mundo real, la vida no es tan maravillosa. Como toda buena película futurista, el panorama que presenta es desolador, los recursos se han agotado, las viviendas son torres hechas de chapas y desperdicios, y la única salida posible es la evasión. Oasis, parece ser la única opción a seguir. La batalla por obtener las tres llaves será sin cuartel. De un lado los buenos (gunters), del otro lado los malos (sixers) y en el medio, una catarata de referencias imposibles de enumerar. Desde el De Lorean que maneja Parzifal a la nave marciana de La Guerra de los Mundos, caretas de pac man, hebillas con la imagen de Mortal Kombat, King Kong persiguiendo a los concursantes, la moto de Akira que maneja Art3mis, el baile de Michael Jackson, el dinosaurio de Jurassic Park, personajes de Looney Tunes, la música de Duran Duran y mucho, mucho más desbordan en un espectáculo sin precedentes. El mismo Spielberg dijo que habría que ver el film dos o tres veces para tratar de capturar todo el fetichismo que desfila en medio de explosiones, peleas y carreras enloquecidas en pistas que cambian continuamente de rumbo. Más allá de la aventura en sí, más allá de los efectos especiales y visuales que invaden toda la película —trabajaron más de 400 técnicos especializados de la Industrial Light and Magic en una película que tiene un 60 % de imagen generada por computadora—, más allá del uso del CGI en todos los avatares de los protagonistas reales y más allá de anticipar a qué punto podría llegar en un futuro los juegos virtuales, hay, como vemos, un gran homenaje a la cultura pop. Y uno de los más destacados es al propio Steven Spielberg. Ya desde el vamos, el protagonista de la película tiene un parecido muy significativo al Steven adolescente, el que tenía un Oasis propio dentro de su cabeza de niño prodigio. Y esto es así porque el libro en que está basada Ready One Player, es una novela homónima de Ernest Cline, un claro homenaje a la cultura de masas, pero también al mismo Spielberg. El director, al hacerse cargo del proyecto, trató de sacar todas las referencias a sí mismo, pero ¿cómo dejar de lado su figura omnipresente en la cultura pop de los últimos 40 años? Imposible. Referencias hay infinitas, pero la que se lleva los laureles es sin lugar a dudas el homenaje explícito a la película El Resplandor de Stanley Kubrick. Uno de los más controversiales films de terror basado en el libro de Stephen King. No solo por la duración —es el homenaje más extenso y elaborado— sino en la utilización de los mismos escenarios y personajes que habitan el Hotel Overlook. Utilizando la misma música, los mismos planos, la misma estética que utilizó Kubrick, nos encontramos en presencia del mayor acercamiento entre Spielberg y King del que se pueda tener noticias. Un encuentro siempre esperado por fans de uno y de otro lado: una película de Spielberg basada en una novela de King. Nunca se dio. Aquí, en Oasis es posible, claro que en base a la imaginería de Kubrick. A pesar de ser un film de entretenimiento, hay varias capas de significados que es necesario descubrir. Si bien puede quedar eclipsado por las infinitas alusiones a una nostalgia que siempre es bienvenida, vemos que en los dos casos —tanto Wade como Steven— juegan, y ese amor por lo lúdico fue el que llevó a Spielberg a filmar con solo 25 años su primer largometraje para el cine —Duelo, 1971—. A partir de ahí nunca más dejó de soñar mundos nuevos, cada vez más fantásticos, más maravillosos, más cautivantes, más amenazadores. Y si a todo esto le añadimos, como en Ready One Player, todos los recuerdos de nuestra adolescencia, la mezcla es perfecta. Tan perfecta como lo puede hacer Spielberg, En otras manos, hubiera sido solo un pastiche incoherente y pretencioso. Spielberg lo pudo hacer porque formó parte de ese universo que hoy vuelve a traer como un tsunami. Spielberg lo hizo otra vez. Un espectáculo que es una montaña rusa de emociones y recuerdos. Un aleph en donde confluyen todos los elementos que inundan la infancia y adolescencia —no importa de qué época— y que se eleva en el altar de las añoranzas más genuinas, porque de ellos está formada nuestra propia existencia.
Todo comienza de forma rápida y dinámica, con una buena presentación de cada uno de los personajes, el protagonista está interpretado por el joven Tye Sheridan (X-Men: Apocalipsis), aquí es Wade un adolescente huérfano, luego nos sumergimos en la realidad virtual de Oasis, donde van apareciendo distintos personajes e infaltable un villano es Sorrento (el australiano Ben Mendelsohn). En este universo de realidad virtual, llega a ser un gran disfrute para el espectador, referenciando distintos personajes de la década del 80’ (un enorme homenaje), te llega toda la nostalgia, cuando vemos el auto de Batman, King Kong, Superman, El Resplandor, Hello Kitty, Spawn, Dragones, T-Rex de Jurassic Park, Chucky, Freddy Krueger, entre otros. Es una gran aventura que nos llega de la mano de un gran director: Steven Spielberg (A. I. Inteligencia Artificial) que vuelve a divertirse, manejando muy bien estos dos mundos el real y el de videojuegos, se habla de la pobreza, la marginalidad, entre otros temas, con una estupenda ambientación, tiene varios mensajes, hay un poco de romance, humor, se encuentra majestuosamente filmada, con un gran movimiento de cámara, un ritmo ágil, es atractiva e impresionante. Contiene: efectos especiales, imágenes de alto impacto, muy entretenida, con una duración de 2horas 20 minutos que no aburre.
La nueva película del realizador de “Tiburón”, basada en la novela de Ernest Cline, es una entretenidísima película de aventuras en un mundo virtual que sirve también como reflexión acerca de los placeres y problemas que esa propia virtualidad genera en millones de personas. Una película de Spielberg “como las de antes” pero con formato y temática actuales. Hay dos tipos posibles de espectadores para READY PLAYER ONE. Quizás, tres. Uno es el que leyó el libro o al menos lo conoce y al que le fascina su mezcla de videogame y nostalgia pop de los ’80. El segundo es el fan de Steven Spielberg, el que ve todo lo que hace, lo admira y venera (es posible, claro, que haya espectadores que entren en estas dos clasificaciones). Y hay un tercero, más genérico, y es el que va al cine a ver las superproducciones o películas de acción que se estrenan casi semanalmente. Tengo la impresión que la película basada en el libro de Ernest Cline es para los tres “grupos” de espectadores o para ninguno de ellos. Esto es: puede dejar a todos satisfechos (debería) o, dependiendo el grado de “especialización” o costumbre, acaso suceda lo contrario. Me explico: Spielberg hizo su película más accesible, comercial y entretenida –en el sentido masivo del término– en muchos años, quizás desde JURASSIC PARK. En su versión de la popular novela de Cline, el realizador de E.T. encontró un esquema que le sirve tanto para volver a ejercitar el músculo del “entretenimiento popular” que tenía un poco abandonado como para regresar a ciertos temas clásicos de su carrera. En segunda instancia, READY PLAYER ONE también es una reflexión del propio Spielberg acerca de su cine, del espacio que allí (y en el mundo) tiene el escapismo frente a las obras más serias, realistas y/o directamente políticas que ha venido realizando en los últimos años. O cómo lograr una historia que combine las dos cosas. La película, que narra las aventuras de un adolescente que vive en un futuro distópico y que, como todo el mundo allí, se la pasa el día en un juego de realidad virtual para huir de lo que sucede alrededor, plantea en buena medida esa batalla personal entre el escapismo y el compromiso, entre la dura realidad y la fantasía virtualmente reparadora. Wade (Tye Sheridan) es un personaje de la vieja escuela spielberguiana y es pensable que Cline lo imaginó en función de las propias películas del realizador: un adolescente sin figura paterna y una familia complicada que intenta convertirse en héroe en un mundo de fantasía. En la trama virtual, la que transcurre dentro del OASIS, el juego monopólico que todos juegan (y que en la película está presentado en modo animación computarizada), Wade es Parzival, un avatar que luce como Michael J. Fox en VOLVER AL FUTURO y que conduce un DeLorean como el de aquel filme. El juego, creado por James Hallyday (Mark Rylance), un excéntrico fanático de la cultura pop de la década del ’80 que ha fallecido, además de servir como escape y entretenimiento propone un desafío complicadísimo que nadie ha logrado resolver: encontrar tres llaves mágicas que le permitirán, al ganador, hacerse de las acciones de la compañía. Y Parzival trata, insistentemente, de lograrlo, para lo que se requiere no solo habilidades de gamer sino un enorme conocimiento de esa misma cultura pop y algunas ideas básicas de psicología para entender los motivos por debajo de las decisiones de Halliday a partir de su historia personal, que incluye amores perdidos, peleas entre socios y cosas por el estilo. Spielberg ataca ese juego por todos lados. Es él mismo el máximo representante de esa generación que “inventó” una década que, al menos en téminos musicales y cinematográficos, resulta fascinante y despierta aún hoy enorme nostalgia, tanto entre los que la atravesamos como entre los más jóvenes. La historia de Halliday podría ser la suya –en el futuro– y el OASIS, su legado. Wade, en tanto, podría ser el Steven de entonces, el joven soñador de las películas de esa época, las que dirigió y también las que produjo via Amblin. En la ficción dentro de la ficción Parzival se arma de un grupo de amigos (incluyendo el clásico potencial interés romántico) que también remeda al típico grupo de misfits del cine de los ’80, solo que adecuado a los tiempos: un amigo cuya identidad en el mundo real es muy distinta, un joven y un niño asiáticos, y la chica en cuestión (Olivia Cook), que es aún más decidida y potente que Wade, tanto en el mundo real como en el virtual. Y es claro que si él quiere llegar a destino será uniéndose a ellos para enfrentar a otros “clanes” y, especialmente, a los soldados y jefes corporativos de IOI, otra empresa online poderosa y siniestra que quiere quedarse con los secretos y el control de OASIS y que maneja un siniestro personaje llamado… Nolan (Ben Mendelsohn) La película está organizada con la estructura de un videojuego y consiste, básicamente, en superar estas tres carreras/etapas para llegar al ansiado destino. Todos esos desafíos utilizan referencias de la cultura pop y no sólo de los ’80: de King Kong a Godzilla, de los dinosaurios de JURASSIC PARK hasta una muy buena secuencia en el hotel de EL RESPLANDOR pasando por muchos de los clásicos y simples videjuegos de entonces y miles de pequeñas virtuales “apariciones especiales”. Si a eso se le suma una banda sonora de clásicos ochentosos (Van Halen, Joan Jett, Hall & Oates o Twisted Sister, entre otros), el mundo virtual se vuelve un combo retrofuturista de una más que compleja arquitectura visual perfectamente ensamblada por Spielberg y su equipo técnico. Más allá de las miles de lecturas que se puedan hacer de la película (¿habla de Hollywood? ¿habla del uso y abuso actual de los escapes virtuales tipo juegos y/o redes sociales? ¿habla de la relación entre Spielberg y George Lucas?), READY PLAYER ONE es una película entretenidísima, que logra mantener el ritmo trepidante de las superproducciones actuales siendo a la vez mucho más organizada narrativamente y clara en términos de trama y puesta en escena. La nostalgia está incluida en el producto final, forma parte de su matriz, su tema y su universo, pero no es una película nostálgica ni mucho menos. Acaso, al ser el propio Spielberg el director y no un fanboy de su obra, lo que logra es no pasarse de rosca con los guiños para entendidos y con la excesiva reverencia. Hay, sí, decenas de pequeños “Easter Eggs” puestos para que dedicados fans vean la película 40 veces, pero no se llevan puesta la trama. Con la excepción de uno, quizás, que no vamos a revelar aquí pero que sí tiene que ver con la idea central que maneja la película. Aquello de la importancia del juego como tal, como entretenimiento y como lugar donde desplegar la imaginación, hacerse amigos y divertirse más que como competencia donde lo único importante es vencer a los rivales y ganar. Dicho así puede resultar algo banal y hasta un lugar común, es cierto, pero en función de la realidad circundante y en manos de Spielberg, esos potenciales clisés se vuelven tan creíbles como emocionantes ya que están contados, a la vez, desde la maravillada mirada de un niño y la más sobria sabiduría de un hombre que pasó los 70 años y es uno de los más grandes cineastas de la historia.
Spielberg en su esplendor "Ready Player One" es el tipo de película con la cual queríamos que vuelva al género de la aventura y la fantasía el gran Steven Spielberg. A decir verdad, la mayoría de los espectadores no conocen demasiado la novela original pero eso no importa, ya que entre la base que se toma de la novela más el expertise del director para hacer entretenmiento, se logra uno de esos títulos de aventura que van a quedar en el corazón de muchos, sobre todo de los que somos fans de Steven. Hace más de una década que no se lo veía al frente de un trabajo de este estilo que nos recuerda algunos de sus títulos más entrañables como la saga de "Indiana Jones", "Jurassic Park" o "Artificial Intelligence: AI". En esta ocasión nos topamos con una producción super ambiciosa y que recordará por momentos a "Avatar" de James Cameron por el uso de avatares protagonistas en un mundo fuera del habitual. La diferencia principal está en que este nuevo mundo, llamado el Oasis, es virtual y trae dentro de sí un universo hipnótico de referencias a íconos de la cultura pop, los videos juegos y justamente al cine de acción y aventuras. Verán los vehículos de series o películas famosas como el Delorean de "Volver al Futuro", el Interceptor de "Mad Max" o el mismísimo Batimóvil, personajes famosísimos como Death Stroke, Lara Croft, Blanka, Ryu y Chun-Li de Street Fighter, Iron Giant, las Tortugas Ninjas, King Kong y hasta Chucky, el muñeco maldito. Y esto es sólo un puñado de lo que podés disfrutar de esta locura hecha realidad. La trama es juvenil, quizás un poco inocente de más, pero rememora esos títulos ochentosos de amistad y camaradería que tanto nos gustaban. ¿De qué va la histora? Se centra en la vida de un adolescente llamado Wade Watts (Ty Sheridan), alias Parzival dentro de Oasis, que junto a un grupo de amigos se determina a superar 3 grandes retos que dejó el creador de la realidad virtual para que quien los supere sea el nuevo amo y señor del juego. El tema es que para mucha gente poderosa, el Oasis es más que un juego, es una herramienta de dominación social y comercial en la vida real. Por esto, Wade y sus amigos deberán enfrentarse a un ambicioso empresario llamado Sorrento (Ben Mendelsohn). La propuesta es un total deleite para los sentidos, la imaginación y la melancolía. Una historia bien contada, con una alta conciencia de sus posibilidades de entretenimiento. Por supuesto hay algíun que otro bache, estamos hablando de una película de fantasía, pero nada que pueda opacar su brillo y dinámica refrescante. Una muy buena opción para disfrutar de un maestro del séptimo arte.
En un contexto como el del cine de entretenimiento actual, despachado a puro revoltijo de pirotecnia visual y vacío emocional, el retorno de Steven Spielberg al gran espectáculo de aventuras es motivo de celebración. El experimentado artesano de Hollywood lleva más de 40 años entreteniendo con nobleza humana y cinematográfica. Desde la década del '70 hasta aquí, es uno de los pocos hacedores de hitos de taquilla que comprendió la importancia de la tecnología en el cine de alto presupuesto, pero siempre disponiendo su arsenal de efectos especiales al servicio de un relato tan cristalino como clásico. En esta oportunidad, el mago de la diversión nos lleva al 2045, en un mundo que deambula entre el hacinamiento y el escape hacia la realidad virtual. En ese limbo, se desata la competitiva búsqueda de tres llaves que el propietario de OASIS (Mark Rylance), ha dejado como claves para alzarse con las acciones de su empresa. Un joven huérfano (Tye Sheridan) y una chica tan valiente como decidida (Olivia Cooke), usarán con admirable destreza sus avatares para alzarse con el botín. Pero claro, hay un poderoso enemigo corporativo (Ben Mendelsohn) , que comanda un numeroso ejercito de jugadores; y que tiene por objetivo triunfar en el desafío para luego ejercer su dominio absoluto sobre la gente. Spielberg alterna de manera tan magistral como orgánica, los saltos entre lo que sucede en la vida real y en el juego virtual. Como en otros films clave de su factoría, hace que lo imposible adquiera un viso de verosimilitud. En cuestión de minutos, el realizador logra la inmersión absoluta del espectador, trazando patrones de adrenalina que atraviesan a dos generaciones. Para los espectadores que crecimos consumiendo piezas de iconografía cultural de los '80, hay momentos en que acompañamos con toda complicidad, a los personajes sumergidos en los pasillos del hotel de El Resplandor; o sorteando un ataque del legendario muñeco Chucky. Para el público nueva generación, Ready Player One dispone una catarata de efectos de última tecnología, que invita a navegar un vertiginoso espectáculo; con el plus de esa sensibilidad old school que tantos directores recientes pretenden imitar. En términos generales, es cierto que algunas escenas se extienden por demás, y la batería de citas musicales ochentosas, que va de Tears for Fears a New Order, pasando por Van Halen y Twisted Sister; no funciona tan bien en la película como en la novela original de Ernest Cline. Pero Spielberg muestra su pulso intacto a la hora combinar momentos de crispada adrenalina, con pasajes de calidez intimista. Para aquellos que sostienen que Ready Player One podría postular un discurso más profundo sobre las horas de nuestras vidas dedicadas al mundo virtual, es bueno destacar que el gran maestro del entretenimiento nunca fue cultor de ese cine en el que los temas se abordan con la sofisticación de la lectura entre líneas. Sus películas no sugieren o elucubran, sino que dicen y muestran sin medias tintas ni .ambigüedades. Con algunos pilares narrativos clásicos en su filmografía, entre los que se destacan los personajes centrales huérfanos y la glorificación de la amistad como el vínculo más poderoso en la humanidad, Spielberg actualiza su legado cinematográfico con una fervorosa defensa del movimiento feminista Time's Up; que aquí se manifiesta a pleno con el rol protagónico que juega en esta historia el personaje de Olivia Cooke. En alguna entrevista reciente con el diario The Sun, el director afirmó que en un futuro inminente será una mujer quien esté al frente de la saga de Indiana Jones. Una vuelta de tuerca que no tiene que ver con una movida oportunista, sino con la eterna nobleza y sensibilidad con que ha labrado cada imagen de una carrera tan enorme como injustamente subvalorada. Ready Player One / Estados Unidos / 2017 / 140 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Steven Spielberg / Con: Tye Sheridan, Olivia Cooke, Ben Mendelsohn, Mary Rylance, Lena Waithe, T. J. Miller.
Crítica emitida en radio.
Crítica emitida en radio.
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Uno puede pensar que esta película basada en una novela que usa el paisaje pop de los años ochenta (un paisaje en gran medida definido por las producciones de Steven Spielberg) será solo un montón de guiños y homenajes, un paseo nostálgico. Pero Ready Player One es eso sólo en la superficie. Es cierto que podemos divertirnos un rato largo con el “uy, miren quién está ahí, el personaje X”, o con la música y las canciones de (nuestra) adolescencia. Pero, con los cambios –algunos cruciales– introducidos en el film, Spielberg realiza una confesión. Si hasta aquí sus películas han funcionado como un refugio, y su historia es la de quien prefiere la fantasía fílmica a la realidad, aquí por fin llega a comprender que ambas cosas no pueden vivir una sin la otra. Que la diversión es justa y necesaria, pero que tiene un sentido. Que el arte -el del cine- ha sido usado casi de manera prometeica para revertir el paso del tiempo, pero que el tiempo y la muerte son irreversibles. Así, las aventuras entre criaturas queridas, desde dinosaurios hasta gigantes de hierro, nos proveen de placer y, en gran medida, de coraje para poder enfrentar luego -disculpe la metáfora- la cola de la Afip. De eso y de compartir recuerdos queridos trata Ready Player One, la película sobre el mundo virtual (el cine fue el primer mundo virtual, no olvidemos) que nos recuerda el sentido de la realidad.
Crítica emitida por radio.
Un Spielberg que retorna en plenitud a sus propias fuentes Hay que decirlo: eran gigantes, enormes, descomunales las expectativas frente a una nueva película dirigida por el (siempre) nene mimado de Hollywood. ¿Qué querían que ocurra si en los trailers vemos a un pibe subirse al DeLorean de “Volver al futuro” (1985) para correr una carrera? Los fanáticos de toda la primera etapa de su filmografía (hasta el punto de quiebre en 1993 con “La lista de Schindler”) tienen razón en su estado de ansiedad porque se trata de la suma de: Steven Spielberg, cine fantástico y un título de nombre icónico respecto de la historia de la cultura pop de los años ‘80. En efecto, “Ready player one: Comienza el juego” tiene en su mismo nombre la virtud de la evocación pura, porque esa frase “Preparado jugador 1” era la que aparecía sistemáticamente en todas las máquinas de videojuegos una vez que los consumidores ponían una ficha para poder jugar una partida. Es en sí mismo un nombre abarcador conceptualmente y de hecho también lo es el libro de Ernest Cline, al cual esta adaptación le es esencialmente fiel, excepto por la enorme cantidad de referencias al cine spielberguiano que el propio director decidió quitar. El espectador será testigo virtual y presencial de un despliegue de imaginación infinita a la hora de construir un universo capaz de amalgamar personajes icónicos de todas las épocas del cine, la televisión, la historieta, los libros y, por supuesto, los videojuegos. Sólo Steven Spielberg podía ser capaz de combinarlos (bien) para poder contar una historia porque, a no olvidarlo: estamos frente al narrador por excelencia. El que usa los rubros técnicos siempre a favor de la trama y no al revés. Uno de los hombres con más inventiva que el cine haya conocido, uno de esos directores de la vieja escuela, esa que todavía se muestra irreductible a la hora de amar al guión por sobre todas las cosas. Por si era necesario entender que esto va a ser un viaje en un parque de diversiones, antes de la primera toma suena Jump (saltá) de Van Halen. Fuerza sonora pura. Año 2045. Wade (Tye Sheridan) es un adolescente que vive en “los edificios” de un barrio carenciado y precario de un futuro para nada esperanzador. Su voz en off nos presenta la coyuntura de este magro presente. La gente la pasa mal, hay crisis, se vive peor, y en ese contexto gran parte de la población, chicos y adultos, se la pasan casi todo el tiempo conectados a una realidad virtual llamada OASIS. En ella uno puede “ser lo que se quiera ser, conectarse, elegir un avatar, hacer lo que siempre soñó hacer”. Desde esquiar las pirámides o escalar una montaña con Batman a jugar distintos tipos de juegos, incluyendo un casino del tamaño de un planeta entero. O simplemente estar “enchufados” a un mundo alternativo en lugar de tener que vivir la realidad adversa. Pero algo cambia cuando Halliday (Mark Rylance), el creador de todo esto, el “Steve Jobs” de OASIS, muere, no sin antes comunicar a la comunidad de afiliados que quien sea capaz de resolver el enigma y encontrar el “huevo de pascua dorado” se hará acreedor de la empresa y adquirirá el control total de la misma. Por supuesto que semejante cantidad de poder es codiciado por todo el mundo, en especial por una empresa competidora que sólo se dedica a tratar de ganar el juego para tenerlo todo, incluso las monedas que uno recolecta y que sirven para compras virtuales (¿las Bit Coins, tal vez?) Desde el punto de vista de la historia rara vez un videojuego tiene personajes secundarios desarrollados como subtramas. Ready Player One no es la excepción. Quien importa aquí es el jugador principal, y si bien los otros que se adosan al equipo tienen “ese no sé qué” de pandilla inocente, que el director supo mostrar en “E.T. el extraterrestre” (1982), o como productor en “Los goonies” (1985), o “Super 8” (2012), lo cierto es que la propuesta fundamental es subirse a la montaña rusa y disfrutar el paseo. De hecho, en el festival en el cual presentó éste último opus, aclaró que “…esta es una “peli”, no un film…” como para diferenciar sus trabajos entre éste y “Lincoln” (2014), por ejemplo. Nada más honesto y coherente, aunque cabe aclararlo: cuando llega la hora de entregar el mensaje a través de la reflexión del protagonista, referido a la necesidad de que “los seres humanos tenemos que estar más conectados con la realidad”; llega más como un veloz y gran título en lugar de decantarse naturalmente por efecto del costado dramático del guión. Por lo demás, éste estreno es un viaje vertiginoso por la historia de la cultura pop que se ver por la ventanilla del auto y va a atrapar a todas las generaciones, de Robocop a Chucky, y desde King Kong hasta Minecraft. El homenaje al cine norteamericano no deja rincón sin barrer, y hasta hay una utilización aggiornada del “Rosebud” de “El ciudadano “ (Orson Welles, 1941), como para no dejar a ningún cinéfilo afuera. La excelente banda de sonido de Alan Silvestri también tiene ribetes autorreferenciales con pinceladas y acordes de sus trabajos para “Volver al futuro” (1985) y “Depredador” (1987). Para los que han vivido su infancia y adolescencia durante el apogeo de la carrera de Spielberg es como sentir que Steven Spielberg volvió a sus propias fuentes y hubiese hecho esta película para sentarse al lado nuestro en la butaca y compartir los pochoclos. Todo de todas las épocas está aquí, y uno no sabe a dónde mirar de tanta excitación. Es como cuando éramos chicos, la cantidad de soldaditos de plástico no alcanzaba para nuestra propia propuesta, y entonces los mezclábamos con muñecas grandes, fósforos usados y monstruos de plastilina. Valía todo. La cama de los viejos se transformaba en un desierto de dunas, los placares eran montañas y el piso era un océano inabarcable. Con Ready player one: Comienza el juego” pasa lo mismo que cuando íbamos a los locales de video juegos: la pantalla decía Game Over, pero enseguida poníamos otra ficha. Claro, queríamos volver a empezar.
Nadie imaginaba que el cráneo de Steven Spielberg todavía brillaba con la fuerza necesaria para hipnotizarnos como insectos alados, sin embargo su reciente largometraje Ready Player One -adaptación del best seller de Ernest Cline- es la muestra cabal de que por el momento su capacidad de hacerle un tajo considerable y veloz a la pantalla para que durante más de dos horas los espectadores puedan evadirse completamente de la sala para entregarse de lleno y hasta casi de forma corpórea al entretenimiento más puro y concreto, sigue intacta. Está claro que la nueva entrega no refulgirá con la misma intensidad con que lo hacían Tiburón, Indiana Jones o ET por una cuestión no solo etaria, ya que sería inaudito enfrentarla con clásicos tan trascendentales, sino también porque el filme es al mismo tiempo una homenaje a esas joyas del cine de los 70 y 80. Pero como no solo del cine vive el hombre, si lo antropomorfizáramos, podríamos decir que Ready Player One es además un bebedor compulsivo de nostalgia, un fetichista de una época regida por el videoclub y los primeros gateos del videojuego. Retomando el espíritu distópico y cyberpunk fogoneado por una larga tradición de las películas de ciencia ficción, la trama plantea un futuro que impresiona por lo cercano y lo hostil. Estamos en 2045 y la brecha social se ha extendido tanto al punto tal que la mayoría de los habitantes sobrevive como puede en una suerte de villa urbana rodeada de smog y compuesta por edificios hechos de trailers en desuso. Frente a este panorama adverso las personas gastan el mayor tiempo posible conectados a un juego de realidad virtual llamado Oasis que les permite un escapismo del mundo real momentáneo, en cuanto tengan el dinero para costearlo, pero exitoso al fin. Por su parte, Halliday ingeniero informática y dueño de la empresa, antes de morir decide esconder tres llaves dentro de la plataforma con el fin de obsequiar las acciones corporativas a quien logre descubrirlas primero. Es aquí donde, como el Charlie que logra hacerse del ticket dorado para ingresar a la fábrica de Chocolate, aparece Wade Watts (Tye Sheridan), un joven pobre y huérfano que al conseguir la primera llave bajo el avatar de Parzival se pone a la cabeza de la competencia para superar los siguientes niveles y en consecuencia, en la mira de una compañía de realidad virtual con intenciones maquiavélicas que intenta monopolizar el juego por completo. Como todo camino del héroe la aventura será secundada por un clan, entre los que se encuentra, Art3mis una joven que interioriza a Wade en cuestiones que van más allá de lo lúdico y la evasión que permite el sistema, le expresa los efectos catastróficos que puede tener en la vida real el triunfo de la empresa maligna liderada por Sorrento. Por otra parte, Oasis es más que un juego, mucho más que una vía de escape frente a la realidad atroz que sacude al mundo. La plataforma es una red inabarcable (exageradamente inabarcable que requiere de varias visionadas) de citas a la cultura popular de los ochenta y noventa, justamente, un paraíso hecho por y para su propio creador Halliday. Al conectarse, los participantes además de unirse a la competición, ingresan a una especie de museo geek en clave binario donde conviven en perfecta armonía íconos del cine como King Kong, Alien o el automóvil de Volver al futuro con referencias al mundo del videojuego como el Minecraft o el Doom. Este salto de realidades, la del mundo futurista/distópico y la del mundo 2.0 que se abre al colocarse el casco queda elocuentemente articulado bajo una narración que tiene a Spielberg como alquimista. Sin desvíos, sin giros de más, solo una aventura que a pesar de las sacudidas grandilocuentes que ofrecen los efectos visuales, consigue avanzar tranquila y sin complicaciones hacia sus objetivos. Eso sí, debajo del entretenimiento pasatista y el tour cinéfilo/geek, se esconde una reflexión sobre la identidad en la era virtual, la pantalla como extensión y el cuerpo como un organismo omnipresente capaz de habitar dos mundos en simultáneo que merece ser leída. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Virtualmente interesante Ready player one es visualmente imponente y entretenida, pero carece de sustancia emocional, más allá de la nostalgia. Si bien es efectiva dentro de su premisa de retratar un universo de ciencia ficción interactivo, plagado de referencias a la cultura pop de los 80 y el gaming, también es superficial en cuanto al desarrollo de sus personajes. Spielberg supo construir un universo ficcional cautivante que, de haber invertido más tiempo en sus protagonistas y los vínculos entre ellos, habría resultado una experiencia sublime. No fue el caso. Ready Player one es una buena película en su género, sin dudas indispensable para los fans de los video juegos, pero quizás no tan trascendente para el resto de la audiencia. Lo mejor · Visualmente impactante · Plagada de referencias a los video juegos y el cine pop de los 80´ Lo peor · No hay mucha sustancia debajo de su cautivante cáscara cinematográfica
Es difícil pegarle a una película de Spielberg. Una enorme cantidad de momentos inolvidables de la historia del cine le pertenecen y, aunque esté viejo y algo oxidado, sabe cómo generar adrenalina. Acá se despacha con un mundo virtual desbordante de referencias pop principalmente ochentosas, mantiene la tensión y crea escenas de acción intensas… pero la historia de fondo – y el escenario donde todo esto transcurre – es esencialmente estúpido. Es como esas utopías sin pies ni cabeza que suelen generar las novelas para Jóvenes Adultos, ésas donde la gente se ve obligada a jugar deportes tan mortíferos como terriblemente arbitrarios en un futuro de pacotilla; o separándolos al nacer por su cualidad mas destacada, o siendo los elegidos de quien sabe qué corno de profecía artificial que la historia invente con toda la pompa, e intente vender de manera desesperada. Si Ready Player One se tratara de quién hace mas puntos jugando al Pac-Man, se darían cuenta de que el futuro que pinta el libreto es espantosamente absurdo. Cierto, Esteban Espilbergo camufla las cosas como los dioses pero, cuando llega el climax y la Realidad Virtual se apaga, ahí te das cuenta de todos los defectos de construcción que tiene la trama. He aquí un mundo futuro arbitrariamente oprimido – ¿por qué? ¿por quién?; nadie sabe, nadie contesta -. El cómo la civilización humana ha llegado a vivir en villas de emergencias con edificios hechos con montañas de coches es absurdo e inexplicable. No se sabe de qué vive esta gente, sólo que está enganchada todo el tiempo a Internet jugando OASIS, un mundo virtual creado por un genio a lo Steve Jobs interpretado (o sobreactuado, como siempre es su caso) por Mark Rylance. El tipo se murió, y dejó un “huevo de pascua”, un premio secreto oculto en el juego para el cual se precisa dar con el paradero de tres claves. Si lo hacés y encontrás el huevo, te transformás en el dueño de OASIS, de su corporación y de los billones de dólares que dejó Rylance como herencia. Portal Datacraft: codigos postales, telefonos utiles, articulos de interes en tu revista digital El chocante drama con esto es que el millonario de marras no deja de ser un cretino. Si ha ganado billones, bien podría apagar Internet y dejar toda su fortuna a la reconstrucción de los desposeídos y la rehabilitación de los adictos a los videogames. El tipo solo quiere pasar el cetro y darle su fortuna a uno de la plebe, pero le importan tres pepinos resolver las miserias del mundo. Si tan absorbente es OASIS y la corporación que lo maneja, tampoco se explica como existe IOI al mando de Ben Mendelsohn, ya que no sé de qué vive si acá nadie trabaja. Sí, es de la competencia pero la gente solo juega OASIS; entonces el tipo compra deudas de la gente pobre (como un usurero) y los obliga a hacer trabajo esclavo… en la Realidad Virtual. En serio, ¿acá nadie cultiva siquiera una zanahoria?. ¿Qué come toda esta gente?. En un mundo plagado de viciosos el hallar el control de su vicio principal se convierte en una causa épica. Ok, meterse en OASIS es todo un orgasmo visual y popero, dado que los cameos son interminables – Fiebre de Sabado a la Noche, el DeLorean de Volver al Futuro, MechaGodzilla, El Gigante de Hierro, los soldados de Halo, King Kong, el Trans Am de Smokey and the Bandit, Batman, Robocop, criaturas varias de Ray Harryhausen, las mantarrayas marcianas de La Guerra de los Mundos 1953, y un millón de temas ochentosos como para que la película desborde nostalgia por todos sus poros -. He aquí una medida inteligente para aquellos obsesionados con construir un universo cinemático a la Marvel: ¿por qué no, simplemente, contratar miles de licencias de personajes ya establecidos y reconocidos por todo el mundo, tal como lo hacen las películas de LEGO y usarlos a muerte en otro entorno?. Quizás lo mas inspirado de Ready Player One es cuando el grupo de héroes debe hallar una llave que está escondida en una simulación de El Resplandor, con lo cual se meten en la misma película reconstruyendo sus escenas mas recordadas, pero de manera sui generis (lamentablemente toda la secuencia asusta tanto como el original de Kubrick y termina matando el valor Apto Todo Público de la película). Pero cuando el simulador se apaga, los problemas del relato quedan en evidencia. ¿Un futuro hiper pobre y una corporación maligna que no ha comprado a la policía?. ¿Tipos que prefieren el combate en el mundo virtual antes de ubicar a los pendex que tienen el secreto, sacárselo a golpes y matarlos?. ¿La corporación malvada sólo tiene un sicario que, para colmo, es una máquina de hacer malos chistes?. No, no; Ready Player One es una gozada cuando todo el mundo se calza los cascos, pero cuando vuelve a la realidad no cuaja ni con Poxipol, y te deja con cierta sensación de futilidad, de que estos héroes son mucho mas banales de lo que parecen, y que sólo van a prohibir el vicio un par de días a la semana para que la gente coma, se besuquee y duerma como corresponde durante unas horas en vez de corregir todos los males e injusticias del mundo con la obscena fortuna que acaban de ganar en un jueguito de computadora.