Un emocionante y vibrante drama muy bien realizado que no se puede dejar pasar. Obviamente la historia moviliza hasta las lágrimas, pero el guión no está contado para provocarlas forzadamente, ni se puede decir que es lacrimógeno, porque simplemente....
Google lo hizo El amperímetro de las buenas intenciones y la especulación se mueve de un lado al otro en esta ópera prima, Un camino a casa (2016), debut en el largometraje del australiano Garth Davis, quien vuelca la experiencia autobiográfica de Saroo Brierley, perdido a los cinco años en Calcuta y que tras 25 años de estadía es Tasmania, Australia, intentó reecontrarse con su pueblo y su familia biológica, gracias a las bondades de Google Earth. A la Academia le seducen las historias inspiradoras, aquellas épicas del hombre común que resultan -en términos cinematográficos- espectaculares aventuras, atravesadas de una fuerte convicción y voluntad ante los obstáculos que se presentan y en la que cada peripecia deja -en cierto sentido- el embrión o la semilla del aprendizaje. Para resolver una historia de estas características todo se termina balanceando en la transformación -o no- del protagonista. Por eso, que este opus arranque con una fuerza propia y casi documental para dejar plasmada la terrible realidad de los niños indios, sometidos a todo tipo de peligro y desprotección por parte de un estado ausente y una oferta de depravación que hace de la miseria y la pobreza el caldo de cultivo ideal para los negocios de todo tipo, predispone al espectador a mirar siempre desde el punto de vista de esa víctima. No hay especulación afortunadamente, ni recurso de efecto o golpe bajo, cuando la mirada desde la pequeña altura de un niño de cinco años (descubrimiento de Sunny Pawar) magnifica todo lo que lo rodea. Los adultos, las calles atestadas de gente y una variable tras otra marcan el derrotero de lo que podría denominarse un héroe sin estrategia. Eso es lo que ocurre de antemano en la primera mitad de esta película: Saroo vive con su madre (Priyanka Bose), su hermano mayor Guddu (Abhishek Bharate) y su hermanita (Khushi Solanki) en un remoto y pequeño pueblo de la India. Recoge piedras para ayudar a su madre, roban carbón con Guddu para conseguir un sachet de leche y en cada segundo pierde su infancia. Sin embargo, a ese panorama poco alentador se le suma otor peor: una noche, mientras su hermano mayor continuaba con la tarea de la subsistencia, se pierde en un tren vacío y aparece en Calcuta, a 1600 kilómetros de su casa. El niño no conoce el dialecto que predomina en ese lugar y es por eso que la indiferencia de todas las personas que transitan por las calles o la estación de tren a donde fue a parar se acrecientan junto con su angustia. Transita a merced de todo tipo de peligro y sin entrar en detalles es protagonista de situaciones que lo ponen a riesgo permanente hasta que la posibilidad de ser adoptado por una familia australiana tuerce el destino de su propio derrotero, pero también lo aleja definitivamente de su regreso al hogar. Hasta ahí, el relato consigue generar el clima emocional sin mover las clavijas de la exageración, pero se fragmenta cuando viaja hacia el presente, con un Saroo (Dev Patel) ya educado y funcional a una familia (Nicole Kidman y David Wenham) que no conoce su verdadero origen. La necesidad de regresar, de recuperar esa historia es el motor de una nueva búsqueda, pero también de la contradicción que genera el quiebre en la identidad. El guion se encarga, a veces con mayores aciertos que otras, de generar esa mezcla de sentimientos encontrados entre el protagonista interpretado por el oscarizable Dev Patel y un entorno que vive esa transformación desde otro lugar. Por ejemplo, enfocado en su novia Lucy (Rooney Mara), quien tarda en comprender que la búsqueda es solitaria y no en compañía. Del otro lado de la balanza, el peso dramático de ambas historias, la del Saroo a la deriva y la del Saroo a la intemperie de los sentimientos, dispuesto a volver, es distinto y en el caso de la segunda mitad ya no sorprende desde el punto de vista narrativo, porque los lugares comunes aparecen sin buscarlos. Si hay otra manera de contar esta historia, eso queda a libre interpretación de lo que pudo o no haber movilizado al realizador australiano desde la propia experiencia del verdadero Saroo. No obstante y sin pretender ahondar en otro tipo de planteos sobre la despersonalización o las consecuencias de las adopciones sustitutas con fines de dudosa beneficencia -que sin lugar a dudas sería el objeto de otro tipo de película- lo que aquí se rescata es la aventura y la apuesta a lo humano por encima de la deshumanización constante del mundo moderno, en un retrato descarnado de una realidad que para occidente siempre llega fragmentada, ya sea por esa impronta de cine for export que busca resaltar las bellezas de lo exótico o por esos retratos que hacen del miserabilismo una estética en sí misma. Un camino a casa (2016) se encuentra, valga la redundancia, a medio camino.
Sobre la fragmentación familiar Las buenas intenciones son la gran marca registrada de Un camino a casa (2016), una propuesta humilde que no consigue balancear una primera mitad de aires neorrealistas con un segundo capítulo algo tedioso y redundante que desdibuja los logros acumulados… Si partimos de la premisa de base de que es muy difícil construir una crónica centrada en una tragedia infantil y un posterior choque de culturas, todo para colmo enmarcado en lo que podríamos definir como un andamiaje narrativo de resonancias humanistas, a decir verdad Un Camino a Casa (Lion, 2016) es un exponente bastante digno dentro del rubro, uno que no llega a brillar aunque al mismo tiempo tampoco cae en ese atolladero melodramático típico de tantos films parecidos de inflexión hollywoodense. Esta ópera prima del australiano Garth Davis es un trabajo honesto que pone el dedo en la llaga de la sobrepoblación de la India, la enorme pobreza de las calles de las principales ciudades de la república y finalmente la falta de un estado que satisfaga las necesidades de la sociedad, un esquema en el que la desesperación y el dolor se unifican con el instinto de supervivencia. La historia comienza en 1986, en los suburbios de Khandwa, con los pequeños hermanos Saroo (Sunny Pawar de niño y Dev Patel de adulto) y Guddu (Abhishek Bharate) robando carbón de un tren en movimiento y luego canjeándolo por dos sachets improvisados de leche. Los nenes viven en la miseria con su madre Kamla (Priyanka Bose) y su hermana menor Shekila (Khushi Solanki): la mujer recoge piedras para subsistir y Guddu, el mayor, colabora en la economía del hogar haciendo tareas similares. Un día Saroo acompaña a su hermano a trabajar durante la noche y empieza a dormitar en una estación de tren, Guddu lo deja descansar en un banco, le pide que no se mueva de allí y promete que volverá. Al despertar, Saroo no encuentra a su hermano y se sube a una formación vacía estacionada en un andén que a posteriori parte hacia Calcuta, a 1600 kilómetros de distancia de Khandwa. Indudablemente la primera mitad del relato, la centrada en el martirio del joven en las calles de Calcuta y su eventual adopción por un matrimonio de Tasmania (vagabundeo por un par de meses, intento de rapto por parte de una red de tráfico sexual y encierro en un orfanato incluidos), es mucho más interesante que el segundo acto, ya con el protagonista adulto luego de vivir durante 20 años con Sue (Nicole Kidman) y John Brierley (David Wenham), sus “padres sustitutos” (lo que abarca -a su vez- una relación tensa con el otro hijo adoptivo de la pareja, el también hindú Mantosh, interpretado por Divian Ladwa, y un noviazgo con Lucy, una señorita en la piel de Rooney Mara). Dicho de otro modo, al guión de Luke Davies le sale mejor la denuncia de la minoridad en peligro de la primera hora del metraje que el retrato de las heridas psicológicas abiertas de la segunda parte, no tanto por la presencia de algunos clichés sino por las dificultades para examinar semejante desconsuelo. Desde el momento en que se produce el salto temporal y comienza la sistematización de la vida del Saroo veinteañero, la película desdibuja los logros neorrealistas previos y se pierde un poco en esa clásica indolencia burguesa de tintes depresivos, alargando las situaciones innecesariamente y desvariando alrededor del inicio de la búsqueda de la madre y los hermanos del protagonista. Las buenas intenciones de la obra en su conjunto y el gran desempeño de todos los actores hindúes del primer capítulo son dos factores que le juegan muy a favor al convite, a lo que se suma una dialéctica narrativa oportuna que homologa el deterioro afectivo de Saroo con la fragmentación de sus dos familias, la biológica y la adoptiva. Por supuesto que Patel y Kidman cumplen en sus respectivos roles pero están demasiado lejos de lo que podrían haber ofrecido con un guión más armónico e inteligente, circunstancia que termina redondeando una propuesta apenas correcta y no mucho más…
Slumdog Chatrán. Hay que aclarar algo desde el principio: la historia que promete el trailer está contada desde un enfoque bastante distinto al que finalmente entrega la película, ya que casi todo lo que muestra el avance sucede en la segunda mitad del film. Por razones estrictamente publicitarias se vende como si fuera el principio, seguramente porque recién en la segunda mitad aparecen todas esas caras conocidas que podrían llamar la atención en un afiche occidental. En todo caso, recomiendo no ver el trailer y llegar sabiendo lo menos posible de una historia, que realmente comienza con un simpático niño nacido en la pobreza rural de la India, que pierde a su familia y termina sobreviviendo como puede en las calles de Calcuta. Mientras, intenta reencontrarse con su hermano, hasta que eventualmente su vida mejora y ya convertido en un joven adulto interpretado por Dev Patel,(Slumdog Millionaire) acude a un programa de concursos para que lo vea alguien de su pasado usa internet para intentar rastrear el pueblo que abandonó a los cinco años, aunque no recuerda ni siquiera el nombre. Largo camino a casa. Con Google: Como en cualquier producción de este tipo, todos los aspectos técnicos y las actuaciones en general no bajan un nivel aceptable, sin llegar a ser destacables. Pero todo eso no alcanza para lograr sostener el interés de una historia que está partida en dos, con veinticinco años de elipsis en el medio, y que no logra conectar ambas épocas de forma orgánica. Al estar basada en un caso real, tiene una estructura de biopic que recorre la vida del personaje en vez de focalizarse en la resolución de un conflicto concreto, o el crecimiento de un personaje cómo sucede en la narración más tradicional. Toda la primera etapa, que cubre la infancia de Saroo y su lucha por sobrevivir mientras intenta reunirse con su familia, no terminan de construir una trama y resultan apenas una secuencia de escenas emotivas, alcanza con ver el trailer o las imágenes promocionales para saber cómo van a resultar incluso antes de que empiecen. No hay sorpresa, pero por sobre todo no hay tensión. No hay dudas de cómo se van a resolver los desafíos que se cruzan en el camino del protagonista. Las dudas quedan para entender por qué actúan de determinada forma una serie de personajes apenas desarrollados, de los que no sabemos casi nada pero se nos exige creer que son razonables y lógicos; seguramente porque en el fondo lo que importa de Un camino a casa no es contar una historia ni dejar un mensaje. Sólo pretende causar un par de momentos lacrimógenos, cómo para que en conjunto parezcan un drama profundo y emotivo. Conclusión: Un camino a casa es un drama efectista que recurre a una secuencia de momentos emotivos, para intentar contrarrestar la falta de una trama que se desarrolle de forma interesante.
Un Camino a Casa: Google Earth. La aventura co-protagonizada por el británico Dev Patel desembarca en los cines y el resultado es una emotiva historia del retorno y la identidad. La Real Academia Española define a la palabra “casa” con más de 15 aceptaciones, siendo “Edificio, mobiliario, régimen de vida de alguien”, la más aceptada. Sin embargo, ninguna de ellas da a conocerse como sentimiento, amor y/o cariño. Aquello lo que realmente nos importa del hogar, lo que depositamos por habilitarla y que nos forma tal cual somos. Cuando un niño se aterra, inmediatamente se defiende con “me quiero ir a casa” como en el clásico “Pinocho” (1940) de Disney cuando los chicos se transforman en burro y desean volver, recuperar nuevamente la inocencia, la residencia como cura. La búsqueda eterna de lograr ese parentesco es la meta de muchos hombres, recordamos la escena “The Terminal” (2004) donde Vicktor Navorski (Tom Hanks) se niega de decir que tiene miedo a Krakozhia porque es su casa, no se tiene miedo a su propia morada. Es evidente que “casa” es más que un simple edificio, que conlleva más. Cuando uno piensa en su residencia cosechas varias imágenes de distintos lugares, evoca recuerdos, costumbres, personas con la que compartido cariño y amor. “Lion: Un Camino a casa” es la película que empezó a dar interés masivo luego de tantas nominaciones a varias premiaciones, entre ellas, a Mejor Película en la Academia 2017 y a Mejor Película dramática en los últimos Globos de oros. ¿Merece tanto renombre? El largometraje es una adaptación de la novela biográfica de Saroo Brierley quien cuando era un niño se perdió por descuido en las grandes calles de Calcuta que desembocará su adopción por parte de una pareja australiana. Pero después de 25 años, decide (con la ayuda de los avances tecnológicos) encontrar a su familia biológica. La cinta se divide en dos partes muy diferentes entre sí pero que se complementa muy bien por los factores que lo componen y la determinan. La primera mitad cuenta la visión del pequeño Saroo (Sunny Pawar) y todas las desventuras que debió sufrir en su pérdida, emulando al cine del neorrealismo italiano. Vemos cómo el pueril niño sobrevive a está jungla llamada India que terminará con casi un rescate (obtención de nuevos tutores) y será enviado a un países diferente con una lengua, cultura, hermano, padres y miradas nuevas para él. Los conceptos cambiaran y deberá aceptarlos para convivir y empezar de nuevo. Nicole Kidman desempeñan como madre amorosa y deberá comprender y aceptar que una parte de los dos chicos adoptados nunca les pertenece. Recrea de forma sútil y carismático un personaje envuelto por el dolor. La segunda parte muestra a Saron adulto (Dev Patel) donde el oriundo asiático decide reencontrarse con su tierra natal. El factor determinante es la asombrosa y cautivadora performance del actor ex-Skins. La fórmula de hallar a su ciudad de origen será a través del recuerdo perdido, un plato, una mirada, un olor, un color, un paisaje despertarán en el protagonista la nostalgia necesaria para retornar a su destino. En esta parta, Rooney Mara desempeña el rol de novia amorosa pero que su acompañamiento determinará al joven desorientado a plasmar su cometido Es justamente la excelente y sólida actuación del inglés Patel que da el balance necesario al film, sentencia de manera completa todo el relato anterior dejando que lo que hemos visto sea totalmente verosímil. Asimismo, la banda sonora acompaña muy bien en los momentos claves del relato, acentúa y nos lleva (de forma tramposa) hacia el desenlace lacrimógeno de manera efectiva. Sin embargo, por momentos el director pareciera que está realizando una publicidad directa de Google y cómo está revoluciona las relaciones (para bien) de las personas. En el fin de la obra de “El sueño de Valentín” (2002), el pequeño personaje de Rodrigo Noya pasa por su antigua calle y recita: “Yo de vez en cuando me iba al barrio, mi papá había puesto la casa en venta, eso me decía que ahí nunca más podría volver. […] Qué feo ¿no? Nunca más, se acabó esa parte de mi vida”. Patel tiene esa oportunidad que no se le da a muchas personas, volver a esa parte de su vida perdida, encontrar al fin y al cabo las raíces emocionales. El mensaje final termina triunfando dentro de tanto slogan.
La historia de uno Es asombroso ver cómo a la hora de abordar una historia verídica toda producción con intenciones mainstream se abstrae de contextos y problemáticas sociales macro para centrarse en lo micro, como si los motivos individuales fueran superiores en importancia a los colectivos. Un camino a casa (Lion, 2016) traza esta disyuntiva con solvencia aunque reiterando dicha fórmula. Saroo Brierley, un niño de la India (Sunny Pawar) se pierde a los cinco años lejos de su hogar en las calles de Calcuta tras tomarse un tren nocturno por error. Allí corre varios riesgos mientras vive y duerme en la calle -adultos quieren aprovecharse de él- hasta que, finalmente mientras se encuentra en un reformatorio, tiene la suerte de ser adoptado por una familia australiana. La película está dividida en dos partes, la primera cuenta las peripecias del pequeño Saroo, la segunda en un salto temporal de veinte y cinco años el niño se convierte en un joven (Dev Patel) aclimatado a la vida burguesa que le brinda su familia adoptiva (Nicole Kidman es la madre y David Wenham el padre). En ese contexto, el film deja de sentir pena por su protagonista y pasa a sentir empatía, cuando este sufre crisis existenciales (¿de clase media?) que lo llevan a la búsqueda de sus familiares biológicos. El film dirigido por Garth Davis es una coproducción entre Australia y Reino Unido que sabe cómo llegarle al espectador. Se pone en los ojos de su protagonista y con él, en su sufrimiento y preocupación. Las emociones son construidas a través de los vínculos que establece (con su hermano Guddu, con su madre, y con su novia, interpretada por Rooney Mara) y más allá de lo previsible del relato -se llama localmente “un camino a casa” al igual que el libro biográfico- logra su fin de trasmitir sentimientos. No necesita recurrir al golpe bajo siendo sutil en los momentos trágicos -no se ven las desgracias en las que el pequeño Saroo podría haber caído, sólo se insinúan- aunque no deja de ser un melodrama muy bien filmado. Similar a ¿Quién quiere ser Millonario? (Slumdog Millionaire, 2008) -al contar con el mismo actor protagónico y contexto se hace inevitable la comparación- la película toma la historia de un niño que cae en desgracia producto del destino sin hacer foco en las causas sociales que lo envuelven en esa situación de vulnerabilidad. Y como en ella, es la suerte o el azar la que lo llevan a salir de la misma. No hay causas sino casualidades, como si la historia se abstrajera de las circunstancias que la rodean. Un camino a casa está nominada a seis premios Oscar, incluyendo el de mejor actriz de reparto para Nicole Kidman, lejos su mejor actuación a pesar de tener media cara inmovilizada por el botox, al mejor actor para Dev Patel, que está muy bien sin ser un gran actor, y lógicamente a mejor película, por su corrección política siempre bien vista por los miembros de la academia.
La historia real de Saroo Brierly es una historia que inevitablemente se transformaría en una película. En su opera prima en el cine Garth Davis contó con el guión de Luke Davies y sorteó bien los peligros de transformar ese material en un film convencional y lacrimógeno, lleno de flashbacks. La película esta dividida en dos partes. La primera es la historia del pequeño que pertenece a una familia muy necesitada en una aldea de la india, y que un día se queda dormido en un tren y cuando se despierta ya esta viajando y termina solo y sin dominio del idioma en Calcuta., a 1600 kilómetros de su casa. Allí sobrevive como puede viviendo en la calle, se salva de una red de pederastas, termina en un orfanato también espantoso y su suerte es que lo adoptan una pareja de australianos. La segunda parte es Saroo adulto, profesional, enamorado pero obsesionado por descubrir sus orígenes, a su real familia. Para eso cuenta con sus mínimos recuerdos y Google Earth. Es tan potente la primera parte, con el increíble niño Sunny Pawar, que la segunda parece deslucida, aunque se plantea temas muy hondos, la madre adoptiva (se luce Nicole Kidman) y dos hijos adoptivos, uno con muchos problemas y el exitoso con muchas angustias (Dev Patel) Pero retoma la emotividad con un final muy bien realizado siempre al borde de la lágrima pero con real emotividad. Y durante los títulos las consabidas imágenes con los personajes reales.
“Un camino a casa”, o su título en inglés “Lion” es una película emocionante, que pone la piel de gallina y moviliza. Lion, es uno de los films candidatos a los Premios Oscar en la categoría de Mejor Película. Protagonizada, en la segunda mitad de la cinta, por Dev Patel, nos traslada a la India para vivir una historia que atraviesa el corazón. La película está basada en el libro de Saroo Brierley: “A long way home” (Un largo camino a casa), que cuenta su propia historia. Saroo era un pequeño que vivía en Khandwa, India. Recorría con su hermano Guddu la ciudad para llevar algo de comida a su madre y hermana menor, hasta que un día se perdió, cuando se quedó dormido en un tren que partió hacia Calcuta a 1600km de su hogar. Su director, Garth Davis nos lleva de la mano de este niño adorable, con ojos enormes, mirada tierna y gestos dulces, en ese recorrido por las calles de India; desprotegido, pisoteado por los adultos, buscando a su mamá. Esta primer hora de relato, desespera, queremos rescatar a Saroo, cuidarlo y llevarlo con su familia, pero no. Saroo estará perdido 25 años más. Más tarde una familia Australiana lo adopta y el niño puede tener una niñez feliz sin que le falte nada. El director no se detiene en su infancia. Hay un salto de dos décadas, para reencontrarnos con un Saroo universitario, con una vida armada en Tasmania, hablando perfecto inglés. Gracias a Google Earth, logrará ubicar el lugar geográfico donde vivía cuando niño. Lion, es un film sobre la identidad, las raíces, el destino, la vida misma. Es una película sobre la adopción; Nicole Kidman y David Wenham son sus papás adoptivos, y la escena en que lo reciben es maravillosa. Destaco la sensibilidad de su director para contar y transmitir tan bien las emociones. Piel de gallina de verdad. Las actuaciones son impactantes, desde Nicole Kidman, hasta Dev Patel, pasando por ese pequeño gran descubrimiento que es Sunny Pawar. Hacia el final, como en muchas películas basadas en historias reales, veremos a los verdaderos protagonistas en fotografías, mientras mediante texto el director nos cuenta como siguió todo. Allí hay una frase que nos revela muchísimo del film y con ese cierre termina de conmovernos. Imperdible.
HISTORIA DE UNA BUSQUEDA Los primeros minutos de Un camino a casa son en verdad excepcionales: con un registro casi documental, el director Garth Davis sigue el derrotero del pequeño Saroo vagando por las calles de la India mientras se aleja más y más de su hogar. Ese comienzo, que ilusiona sobre lo que está por venir, se apodera de herramientas ya utilizadas por el cine europeo de posguerra para mostrar una realidad durísima con la cercanía pero a la vez la distancia que aporta la mirada documental: sin subrayados, con las líneas de diálogo justas, sin caer en el miserabilismo ni en una exacerbación de la pobreza, Un camino a casa construye un relato angustiante sobre el extravío de ese pequeño niño y la posterior adopción por parte de una familia australiana. Basada en hechos reales, igualmente la película de Davis logra en esos primeros minutos atravesar la barrera de lo sospechosamente verídico para construir un objeto puramente cinematográfico que se expresa a través de las imágenes. Una vez que Saroo llega a Australia y termina aclimatándose al nuevo hogar, la película propone una violenta elipsis que traslada las acciones 25 años más adelante. Y si el cambio resulta brusco narrativamente, también lo es un poco expositivamente: Davis pasa de un drama centrado en el registro a un drama centrado en la oralidad y el discurso de sus personajes. A partir de aquí, entonces, Un camino a casa se convierte en un film mucho más convencional, incluso previsible en su calculado crescendo melodramático: sabemos hacia dónde se dirige, y no sólo porque conozcamos la historia que cuenta. Pero de todos modos la experiencia de Saroo, ahora convertido en un joven con una vida acomodada y lejos de la pobreza de sus orígenes truncos, resulta no sólo emocionante si no también una definición de estos tiempos por cómo la tecnología resulta fundamental en el hallazgo de su lugar de nacimiento. Saroo se perdió a los cinco años y no pudo regresar a su casa porque se tomó un tren que lo alejó miles de kilómetros, pero además porque nunca supo decir cómo se llamaba el pueblo donde vivía con su madre y su hermano. Convencido de buscar sus orígenes, el protagonista tendrá que enfrentar otros conflictos, como el desconocer la recepción que tendrá su deseo en su familia adoptiva. Más allá de la historia fantástica que tiene entre manos, la cual es contada con solidez y sin excesos melodramáticos (o con los excesos justos), el debutante en el largo de ficción Garth Davis apunta con precisión sobre los temas clave: la obligación de conocer los orígenes, la búsqueda de una identidad, la noción de familia alejada de lo sanguíneo o biológico. La película lo exhibe como una necesidad personal e intransferible, como algo que le corresponde al individuo definir. Y el film mismo, luego de ese prólogo notable, es una búsqueda constante de su propia identidad. Casi tímidamente, Un camino a casa se convierte progresivamente en una película de actores: Dev Patel nunca estuvo tan bien y lleva adelante un personaje que se corre varios centímetros de lo empático que sería la norma en este tipo de relatos; Rooney Mara se aleja de sus personajes conflictivos e interpreta con gran humanidad al interés romántico y sostén de Saroo; y finalmente Nicole Kidman logra su mejor actuación en años como esa madre adoptiva que se enfrenta en algún momento a la incómoda necesidad de su hijo de conocer sus verdaderos orígenes. Sobre el final, Un camino a casa no puede evitar la exhibición de las imágenes reales de aquellos hechos, y además una serie de consignas para sumarse a causas y demás proclamas. Si bien pasa velozmente, es una de esas instancias en las que el cine queda relegado al lugar de comunicador de panfletos. Pero por suerte no empaña los resultados de un drama infrecuentemente honesto si tenemos en cuenta la temática que aborda.
Conmover al espectador y a la Academia El film narra la historia (real) de un niño indio que termina en la otra punta de su país y es adoptado por una familia australiana, hasta que en su juventud regresa a buscar a su madre. Bien calculado para los Oscar, que adoran todo lo que tenga que ver con autosuperación. Existe una teoría según la cual algunas películas son hechas pensando desde el minuto cero en incidir sobre el criterio de los responsables de las competencias de los festivales de cine o de decidir las nominaciones de los premios más importantes de la industria. Más allá de que, ya sea de forma sincera o con fingida humildad, los artistas muchas veces minimicen su importancia, lo cierto es que los premios no dan lo mismo. Suelen ser los productores, que por lo general representan la parte racional (y comercial) de un arte colectivo como el cine, los que admiten su importancia para garantizar un recorrido lo más amplio posible para las películas. Pero lo que casi nadie está dispuesto a admitir abiertamente es que sus películas fueron hechas pensando primero en los premios. Dentro de ese “casi nadie” se puede incluir al productor Harvey Weinstein, viejo zorro de la industria de Hollywood. Todo lo anterior, incluyendo la mención a Weinstein, es un punto de partida posible para hablar de Un camino a casa, debut cinematográfico de Garth Davis, que este año recibió seis nominaciones para los premios Oscar. El film, basado en el libro autobiográfico del indoaustraliano Saroo Brierley, cuenta la historia del un niño de 5 años que una noche se duerme en una formación ferroviaria detenida en una estación en el extremo oeste de la India, pero que al ponerse en marcha lo lleva sin escalas hasta la ciudad de Calcuta, en la otra punta del país, en cuyas miserables calles acaba perdido. Lejos de su madre y sobre todo de su hermano mayor, quien representa la imagen masculina con la que se siente identificado, el niño atraviesa una odisea de miedos y peligros que lo llevan a terminar en un atestado orfanato, del cual saldrá tiempo después al ser adoptado por una pareja australiana sin hijos. Un camino a casa es un film de cálculo, en el que cada elemento ha sido pensado para conmover al espectador, pero también a los miembros de la Academia que eligen las candidatas a los Oscar, siempre sensibles a las historias de superación individual en las que, contra todo pronóstico, los protagonistas logran cambiar su destino. Sobre todo si dicho protagonista es un chico pobre de un país exótico asociado con condiciones de vida miserables, como la India, y el mundo occidental, blanco y anglosajón ocupa el papel de salvador. Todo eso está presente en la película y Davis se encarga de destacar cada uno de esos elementos con todas las herramientas que un director de cine tiene a mano. Esto incluye desde una banda sonora que funciona como push-up emocional, hasta una fotografía que se ocupa de marcar las diferencias entre un mundo y otro (anaranjada, pringosa y tórrida para las imágenes en la India; prístina, casi traslúcida para acentuar los colores más naturales pero nada estridentes de la vida en Australia). La segunda parte de la película se traslada al presente, en el que Saroo vive la apacible realidad de un joven de australiano en su primer año de universidad, con aquellos recuerdos duros perdidos en el tiempo. Pero algo reactiva su memoria emotiva, y la necesidad de reencontrar a su madre y sus hermanos se vuelve impostergable. Si algo unifica a ambos relatos es la voluntad narrativa de tocar los nervios sensibles del espectador, algo que sobre todo en el clímax previo al final consigue con cierta legítima honestidad a la que la película no siempre aspira. Detrás de tanto cálculo se intuye, claro, a Harvey Weinstein, famoso por su arte para manejar el lobby previo a los Oscar. Según la revista Variety, el productor colocó una publicidad del film en el diario Los Angeles Times, en la que se dice que fue necesario realizar un esfuerzo extraordinario para obtener una visa para que el actor de 8 años Sunny Pawar pudiera entrar a Estados Unidos por primera vez. “El próximo año eso podría no ser posible”, concluye el texto que se aprovecha del clima hostil contra el Donald Trump y su política anti inmigratoria. Una jugada típica de Weinstein, cuya mano también se percibe en un texto incluido entre los títulos finales, en la que se invita al espectador a colaborar con una ONG que se dedica a ayudar a chicos perdidos. Sin embargo, en el sitio web de la película puede leerse, pero en letra chica, que The Weinstein Company no responde por el trabajo de dichas organizaciones ni por la forma en que estas administren el dinero donado. Porque lo que en realidad importa no son ni las donaciones ni los chicos perdidos ni los inmigrantes, sino de qué modo ellos puedan ayudar a ganar un Oscar.
Una película para aquellos que anteponen el corazón al intelecto Ocho años después de Slumdog Millionaire: Quién quiere ser millonario llega otra película ambientada en buena parte en la India y protagonizada por Dev Patel. Un camino a casa no ganará ocho premios Oscar como su predecesora (está nominada en seis categorías), pero ratifica la predilección de la Academia por historias dominadas por la corrección política, la culpa y cierta manipulación emocional. Sí, estamos ante un exponente de lo que se conoce como tearjerker; es decir, épicas pensadas para conmover y arrancar unas cuantas lágrimas en el espectador. Garth Davis reconstruye la historia real de Saroo (Sunny Pawar), un niño de cinco años que accidentalmente queda atrapado en un tren sin pasajeros que lo lleva desde su pueblo rural hasta las sórdidas calles de Calcuta, a 2000 kilómetros de distancia. Estamos en 1986 y el pequeño perderá todo contacto con su madre soltera y su hermano mayor. Tras sortear las redes de una organización dedicada al abuso infantil y pasar un tiempo en un instituto de menores, terminará siendo adoptado por un bienintencionado matrimonio de Melbourne (David Wenham y Nicole Kidman) y con el tiempo se irá convirtiendo (ya interpretado por Patel) en un exitoso "australiano". Pero la angustia y la crisis de identidad no tardarán en aparecer y, con el apoyo de su novia, Lucy (Rooney Mara), y de Google Earth, el ya treintañero comenzará a obsesionarse con el reencuentro con sus parientes de sangre. El film apela por momentos al trazo grueso a la hora de exponer las diferencias culturales y de clase, pero está construido con destreza y convicción. El resultado, por lo tanto, es lo suficientemente eficaz como para no irritar a los cínicos que suelen cuestionar este tipo de historias con mensaje y para emocionar a aquellos que suelen poner el corazón antes que el intelecto a la hora de disfrutar de una película.
Persevera y triunfarás Candidata al Oscar, se basa en un hecho real: un niño indio se pierde, y años después busca a su familia. Un filme sobre la identidad, la familia, las raíces y los lazos que nos unen, Un camino a casa elude el sentimentalismo hollywoodiano al que era fácil caer. Es que la historia -real- de Saroo, un niño que se perdió en Calcuta, vivió en la calle y en un orfanato estatal daba para acabar con la provisión de Kleenex y el despliegue de pañuelos. Pero no. Aunque para algunos esto pueda resultar contraproducente –un drama con un menor que sufre siempre da para lagrimear-, el debutante Garth Davis, que viene del cine publicitario, trata de escaparle al golpe bajo, aunque al final se rinda. La película se basa en un best seller, Un largo camino a casa, la autobiografía de Saroo Brierley, quien tomó el apellido de sus padres adoptivos australianos. Como si se tratara de un relato de Dickens, Saroo vivía en la extrema pobreza con su madre soltera y sus hermanos en la India, y cuando tenía cinco años se separó de su hermano Guddu una noche, se quedó dormido en un tren sin pasajeros, que arrancó y lo dejó a 1.500 kilómetros de su hogar. Fue en los años ’80, y el niño deambuló por las calles de Calcuta, vivió literalmente en la calle, escapó de abusadores y terminó en un asilo estatal. Una pareja de australianos lo adoptó, y así recaló en la isla de Tasmania. Obviamente su vida cambió, obtuvo un confort que ni se lo imaginaba y, ya universitario, tenaz y a la vez vulnerable, decidió buscar a s familia de origen. ¿Cómo? Gracias a Google Earth. La película está dividida, que no es lo mismo que partida, en dos. En la primera, con Saroo niño, Sunny Pawar es tan natural que obviamente no actúa sino que deja sorprenderse -y sorprendernos- con las vicisitudes que atraviesa. Lo bueno de la película es que sin ser una de actuaciones, se sostiene en los protagonistas. No ayuda, aunque se entiende por los fines comerciales, la historia romántica de Saroo joven con el personaje de Rooney Mara. La labor como director de fotografía de Greig Frasie es otro punto de atención. Al margen de reflejar con distintas tonalidades la miseria de la India y el contraste con la isla de Tasmania, es un placer ver la utilización de la luz con fines dramáticos. Nicole Kidman por suerte se aleja de los papeles que había elegido en un giro desafortunado en los últimos tiempos -hembras antes que personas, o mujeres estereotipadas (la remake hollywoodense de El secreto de sus ojos) y en su rostro se entiende el dolor. Dev Patel sigue creciendo y de aquel adolescente de ¿Quién quiere ser millonario? puede saltar a ser el joven actor dramático que tanto le hace falta a Hollywood.
Nominada al Oscar. La historia de Saroo, un niño que se pierde en India y después de meses en las calles es adoptado por una amorosa familia australiana. Pero a esa primera parte, angustiante y bella, con el pequeño actor Sunny Pawar robándose la escena, le sigue una segunda, con Saroo adulto, interpretado con sensibilidad por Dev Patel, que es más convencional, maniquea y previsible (y auspiciada por Google Earth). También, con algunos agujeros narrativos que desinflan el relato y le quitan fuerza. De todas formas, hay que ser de piedra para no conmoverse con este drama humano contemporáneo, tan impactante que ni necesitaba los empujones sentimentales de esta película.
Regreso a Oriente Un Camino a Casa (Lion) es un largometraje basado en la novela A Long Way Home, que a su vez está basada en hechos reales descriptos por el mismísimo protagonista de esta maravillosa experiencia de vida, Saroo Brierley. La historia de Saroo comienza en India, a los pocos años de edad. Sin desearlo, se pierde y no puede encontrarse con su familia ya que no sabe, por su pequeñez, cómo regresar a su casa. El Saroo niño es interpretado por el tierno Sunny Pawar, y el Saroo adolescente, por Dev Patel, quien saltó a la fama por Slumdog Millionaire: ¿Quién quiere ser Millonario? (Slumdog Millionaire, 2008). Este niño de origen extremadamente humilde -cuya familia estaba compuesta por su madre, su hermano mayor y su hermanita-, tras perderse, debe enfrentar situaciones terribles en la calle y los paisajes que frente a él son inmensos, incluso sublimes en su acepción de lo terrible que nos supera. Sin embargo, desarrolla un magnifico instinto de supervivencia que lo vuelven astuto. El relato del filme comienza en 1986, y tiempo después, luego de varios avatares, el chico es adoptado por una pareja australiana (interpretada por Nicole Kidman y David Wenham) y debe mudarse allí con ellos. A partir de aquí es inevitable no establecer un punto de contacto con la película del 2005 Ser Digno de Ser (Va, vis et deviens, 2005), de Radu Mihaileanu. Este filme presentaba gran originalidad dentro de su temática en su contexto de producción, además de lo desgarradora y fascinante de la historia que, si bien estaba basada en hechos reales, no era real en particular, sino que se anclaba a un periodo de la historia de Etiopia, Sudán e Israel para contar un film brillante. Una importante diferencia con respecto a Un Camino a Casa, que sí es la historia “real” del protagonista. Dejando a un lado esta discrepancia, ambos relatos tienen similitudes. En primer lugar presentan “buenas” madres; tanto las adoptivas como las biológicas, cumplen el estereotipo de la mujer que hace todo por sus hijos. En segundo lugar, los dos niños deben adaptarse a otra cultura: Saroo, de la hindú a la australiana, y el chico de Ser Digno de Ser, de Etiopía a la cultura israelí y a la religión judía. Salvando las distancias, aquí también podríamos pensar otra relación intertextual con El Niño Salvaje (L’enfant sauvage, 1970), de Truffaut. En todos los casos se les enseñan a los niños nuevos modos de comportarse e incluso nuevos lenguajes. En tercer lugar, ambos largometrajes presentan el contraste cultural y físico con su familia adoptiva, y cómo el contexto social tarde o temprano harán sentir a los protagonistas el desarraigo. Además, las dos películas comienzan a mediados de la década del ´80 y en oriente, y a través de los años muestran la necesidad de los jóvenes de reconstruir su identidad y la búsqueda implacable por reencontrase con su origen. Incluso ambos finales son más que similares. Por último, en ambos casos el contacto con sus madres biológicas es casi imposible debido a la pobreza y lo periférico de las zonas que habitan, ambas pertenecientes al llamado tercer mundo. ¿Por qué es pertinente hacer dicho análisis comparativo? Porque resulta inevitable pensar que había algo esta historia que resonaba, lo cual lleva a preguntarse dónde se ha visto antes. En consecuencia, Un Camino a Casa -a pesar de las diferencias argumentales- pierde potencia de originalidad frente a las marcas que dejó la brillantez de Ser Digno de Ser. Sin embargo, los dos largometrajes evidencian cómo en la adolescencia afloran las dudas y la necesidad de rearmar identidades, los deseos del reencuentro. Durante la adolescencia, los recuerdos que Saroo ha olvidado como mecanismo de defensa frente al dolor y el desarraigo reaparecen incentivados por los olores y sabores de esa infancia en oriente. Veinte años después, Saroo necesita recuperar su identidad, su pasado ya que si hay algo que evidencia Un Camino a Casa es que para poder construir un futuro es necesario reconstruir el pasado. Otra idea emotiva desplegada en el filme es que sus padres adoptivos, blancos y australianos, adoptan no porque no puedan concebir sino que lo hacen por idealismo: “para qué traer más niños al mundo, si ya hay varios que necesitan un hogar”. En conclusión, Un Camino a Casa es un film poco original o arriesgado (los relatos en torno a oriente, por suerte, se han puesto de moda), pero muy emocionante, que conmocionará a algunos hasta las lágrimas. Sin dudas, está dirigido de forma atrapante –a pesar de la corta experiencia de su director- y evidencia que es una historia que merece ser contada a través de la pantalla cinematográfica.
A priori la premisa de Un Camino a Casa, claramente nos deja ver que la película va a ser una historia movilizadora. No hay dudas. La historia de un chico de Calcuta que se pierde, es adoptado por Australianos y comienza la busqueda desesperada de su familia biológica decadas despúes es claramente emocionante. Lo que yo esperaba, y nunca paso, es que por una vez, una película de este estilo, no recurriera al golpe bajo y previsible. Que no me quisieran hacer llorar, sino que me permitieran emocionarme con la historia naturalmente. Y ese deseo fallo. Estrepitosamente. La manipulación emocional a la que recurre la película es agobiante. La música, las locaciones, la manera de pegar bajo el cinturón, es prácticamente burda. Es como si hubieran usado una receta diseñada para hacernos llorar, y si bien emociona por momentos, esa emoción es artificial, porque se le ven los hilos. Se nota. Se nota mucho. A eso se agrega que prácticamente por momentos parece una publicidad de Google (basta nomás ver que el póster tiene el buscador de la marca en el medio del póster) y ni quieren ocultarlo. Y como si fuera poco, no entiendo la nominacion al Oscar de Nicole Kidman, con un papel no solo basico, escrito solamente para disparar la busqueda del chico, sino que ademas, no tiene matices ni fuerza. En definitiva, la historia es interesante, las actuaciones son correctas, la música es melodramática, y la dirección de Garth Davis, siendo su primer largometraje, es sumamente televisiva, básicamente entregando un largometraje efectivo, pero al mismo tiempo vacío y diseñado para la época de premios.
Emotiva odisea de un hombre en busca de sus orígenes Veinticinco años le llevó al protagonista de este caso, que de chico se durmió en un tren y apareció a mil kilómetros de su hogar, hallar sus raíces. La historia real es emocionante y comienza en un pueblo muy pobre de la India. Un chiquito de cinco años se desencontró con su hermano. Cansado, se tiró a dormir en un vagón de ferrocarril, éste se puso en marcha y el pibe terminó a mil kilómetros de su casa, solo, en otro lugar, donde hablaban otra lengua. Vagó más de dos meses, escapó de muchos peligros y cayó en un asilo, donde le enseñaron a comer con cubiertos para facilitar su adopción por alguna familia occidental. Veinticinco años después, convertido en un joven universitario, hijo adoptivo de un matrimonio australiano, encuentra a su familia biológica. Para eso estuvo seis años rastreando mapas y líneas ferroviarias. Hoy tiene dos madres y un libro que está dando la vuelta al mundo: "Un largo camino a casa" (en enero salió la edición en castellano), que da lugar al hermoso melodrama que ahora estamos viendo. Éste se divide en dos partes: la terrible aventura de la infancia, contada prácticamente sin diálogos, con toda la confusión infantil y el asombro del niño, y del espectador, ante un mundo desconocido, y la parte más tranquilizadora y cercana a nuestro entendimiento, cuando todo parece satisfecho, menos la necesidad de encontrar a la familia y llevarle la debida tranquilidad. Y encontrarse a sí mismo, por supuesto. Detrás, hay temas fuertes: la familia, la piedad y la indiferencia, el amor y el dolor de los padres biológicos y adoptivos, la aceptación de las ironías de la vida. Protagonistas, el pequeño Sunny Pawar, el ascendente Dev Patel, y Nicole Kidman, los tres haciendo composiciones excepcionales. Autor, el australiano Garth Davis, que así debuta en el largometraje, pero tiene larga experiencia en miniseries y publicidades. También destacables, el guión del poeta y novelista Luke Davies, la música y fotografía, y el bonus en medio de los créditos finales. Un mérito extra: no hay mayores diferencias entre la película y la historia que cuenta quien la vivió, Saroo Brierley. Salvo que los intérpretes son más lindos que los personajes reales, y que la novia del joven universitario no era norteamericana sino australiana. Pero está bien: de ese modo, la película remarca la distancia del muchacho con su humilde pueblo. Al que le costó encontrar, porque de chiquito pronunciaba mal su nombre y así le quedó registrado en la memoria. También pronunciaba mal su propio nombre, lo cual se revela en una de las mejores escenas de la obra. Al final se llora a moco tendido, y se agradece, aunque los escépticos solo verán en todo esto apenas una propaganda de Google Earth y la Indian Society for Sponsorship and Adoption. Hay gente para todo.
Existen dos películas bien diferenciadas en Lion. El director Garth Davis y el guionista Luke Davies adaptan al cine los escritos biográficos de Saroo Brierley -el protagonista- de manera tal que el resultado final se asemeja a la drástica unión de dos largometrajes de una hora. Con sus pros y sus contras por mitad, el film nominado a seis premios Oscar sale airoso forzosamente gracias a las interpretaciones y a lo digerible que resulta.
SAROO NO ES SHERU Basada en el bestseller autobiográfico de Saroo Brierley, Un largo camino a casa narra una historia intensa y conmovedora en las que eludir las lágrimas resulta engorroso. Gran parte de su exitosa apuesta se debe evidentemente a que el film despliega el desgarro de la infancia, del origen, las lagunas en la memoria que conlleva dicha escisión en el marco de una narración basada en sucesos reales que un niño, de tan solo cinco años, debió atravesar. El film, que tiene seis nominaciones al Oscar, atraviesa una delgada línea entre el golpe bajo y el relato honesto. ¿Cómo franquear la manipulación emocional en una narración en la que la mitad del film vemos a un niño sufriendo? El joven director Garth Davis parece lograrlo con dos recursos: la obliteración de lo bestial del mundo adulto (bien podría haber mostrado la manera en que Saroo es abusado por la trata de niños) y manteniendo las prioridades que cualquier niño demanda, es decir, el afecto. Saroo, interpretado en un principio por el pequeño Rooney Mara y de adulto por Dev Patel, vive junto con sus hermanos y madre en una población un tanto reparada de la ciudad de Kandwa. Un día, en el que iba acompañado de su hermano mayor, Saroo se pierde. La espera se hace larga por lo cual decide esperarlo en uno de los vagones vacíos de la estación pero el tren tiene un itinerario que el niño desconoce y en medio de su ensoñación el mismo parte a Calcuta, una ciudad ubicada a unos 1200 kilómetros de su pequeño pueblo. En uno de los mejores despliegues que tiene el film, Calcuta se exhibe como un monstruo voraz, ininteligible para un pequeño niño perdido que viene del campo y que habla otro dialecto. Saroo intenta explicar a algunos adultos que quiere ir a casa en “Ganestalay” pero tal sitio no existe en el mapa. Luego de padecer dos meses en las calles de Calcuta, Saroo es ingresado a una institución que, poco después, se ocupa de su adopción. Y aquí se inicia el otro gran recorrido del film que va de Calcuta a Melbourne donde viven sus padres adoptivos (Nicole Kidman, David Wenham). La India y 1986 quedan atrás. Saroo, quien viene de vivir un infierno, se adapta de manera extraordinaria a su nueva vida, no así su hermano adoptivo quien se acopla a la familia un año después. Saroo parece ser un hijo y un alumno ejemplar, un adulto lleno de convicciones y expectativas pero como suele suceder el pasado encuentra siempre alguna grieta por la cual se hace escuchar. La adultez trae evidentemente nuestras situaciones, nuevas preguntas -en este caso de terceros- que empujan a resignificar su origen: “¿de dónde eres?”. Saroo no puede más que indagar sobre ese pasado que empuja a ser reconstruido. Así, calculando la velocidad promedio de un tren – considerando que estuvo alrededor de dos días viajando solo en aquel fatídico vagón- y con la ayuda de Google Earth, Saroo realiza un mapeo de lugares posibles en los que se encuentra su primer hogar. Pero por supuesto esto arroja múltiples resultados y la búsqueda se torna agotadora. En este periplo detectivesco, Saroo también indaga en los restos de su memoria, lo que efectivamente le permite dar con el lugar buscado. Otro de los interesantes aspectos de la historia (más que del film), y que tal vez debería haberse ahondado más aún, es el juego de palabras en relación a la memoria y la reconfiguración lexical que un niño de cinco años puede establecer. “Ganestalay” es el no lugar para los adultos pero para Saroo significa “hogar”. Por supuesto, porque Ganestalay no es lo mismo que Ganesh Talai, el pueblo real en el que habita su familia. “Mum” no es un nombre sino solamente la manera en que él denomina a la madre y en el mundo real nadie puede ser rastreado por esa nomenclatura y, peor aún, Saroo no existe tampoco sino Sheru. Nada más que 25 años tienen que pasar para que Saroo descubra su verdadero nombre: Sheru, cuyo significado es “león”. Toda la verdad del destino parece determinarse por la afirmación, correcta o incorrecta, del significante. Y es esa determinación o indeterminación la que fomenta la pérdida en el primer caso, aunque también propicia el reencuentro hacia el final. UN LARGO CAMINO A CASA Lion. Estados Unidos/Australia/Reino Unido, 2016. Dirección: Garth Davis. Guión: Luke Davies. Montaje: Alexandre de Franceschi. Fotografía: Greig Fraser. Música: Volker Bertelmann, Dustin O’Halloran. Intérpretes: Dev Patel, Rooney Mara, David Wenham y Nicole Kidman. Duración: 118 minutos.
Más allá que se la pueda tildar de políticamente correcta y de no profundiza sobre las causas que llevan a su protagonista a alejarse de su familia por 25 años, causas que tienen que ver con la pobreza de su clase social y un país del tercer mundo que imposibilita el crecimiento de las personas, “Un camino a casa” (2016) es una clara demostración de cómo el cine puede tomar una historia verídica y transformarla en un evento cinematográfico. Narrando los sucesos reales que llevaron al pequeño Saroo a viajar accidentalmente en un tren y perderse durante toda su infancia, adolescencia e inicio de su vida adulta, el debutante Garth Davis puede superar la simpleza del golpe bajo, evitando caer en clichés y superando todo vestigio sentimentaloide que podrían afectar a la historia que cuenta. Reflejando la noche de Calcuta, aquella que absorbe a cualquiera en vicios, exponiendo a los peores peligros a cualquiera, Davis trabaja con un registro nervioso y cuasi documental las imágenes que permiten sumergirse en el relato sin concesión. Dividida en dos partes, en la primera se ahonda en Saroo de niño y su desesperada lucha por sobrevivir y conseguir llegar con los suyos, superando intentos de abuso, raptos, robos y todas las trampas que a un pequeño le pueden aparecer en la soledad. Ese desesperado relato nos conecta con Saroo y su nuevo mundo, algo necesario para que empaticemos y no podamos salir ni abstraernos de las peripecias que se presentaban ante la pantalla. La otra parte de “Un camino a casa” refleja las desventuras de Saroo luego de ser adoptado por una pareja australiana (Nicole Kidman y David wenham), y de cómo comenzará a transitar un camino diferente con problemas también diferentes a los que hasta ese entonces le habían tocado vivir (educación, aspiraciones, deseos). Filmada con una precisión notable, principalmente en la primera parte, logrando con planos y acompañamientos detrás del niño el nivel de tensión y conflicto necesario para generar desesperación por el desgarrador relato que presenta, en el devenir de la progresión, con el Saroo ya adulto, adoptado, viviendo con una familia acomodada, el nivel de empatía decae por decantación. Porque a diferencia de la interpretación espontánea y fresca de Sunny Pawar como el pequeño que siguiendo a su hermano Guddu termina por alejarse de su familia, pasando la frontera y llegando a Calcuta, Dev Patel construye al conflictuado joven adulto, que en búsqueda de su identidad termina por obsesionarse, repercutiendo negativamente en su manera de relacionarse con el mundo. Nicole Kidman interpreta a la madre adoptiva de Saroo con solvencia, uno de los puntos fuertes del relato, profundizando en el enorme esfuerzo que tanto ella como su marido debieron hacer para transformar la vida de dos niños sin expectativas futuras (Saroo y Mantosh), relegando sus propios anhelos de convertirse en la familia ideal, al afrontar algunas situaciones complicadas con uno de ellos. “Un camino a casa” hábilmente deposita la atención en la desesperada búsqueda de Saroo, pero también en la construcción de conflictos alternos relacionados a la vida de éste, que potencian la narración configurando un entramado de sentido más allá de la pesquisa y emocionando con cada avance hasta la resolución final.
Cuando vi el trailer por primera vez ya supe que iba a llorar esta película entera. Y es que tiene todos los ingredientes para asegurarte esto. Basada en una historia real, nos enfocamos en la experiencia de Saroo, un chico que se perdió en un tren cuando intentaba robar para sobrevivir y que estuvo 25 años intentando volver a casa. El film se inspira en el libro que escribió su propio protagonista, posee los condimentos necesarios, hasta imágenes de los verdaderos protagonistas para lograr que usemos todos los kleenex de la cartera. Protagonizada por Dev Patel, el mismo que nos arrancó el alma en “Slumdog millionaire”, junto con Nicole Kidman y Rooney Mara, va hacia la lógica más profunda de la identidad y de los lazos que nos unen entre nosotros. Filmada de una forma formidable, sobre todo para los mágicos recuerdos de su niñez, Garth Davis además nos regala los espacios de Tasmania en Australia para acentuar esta distancia y este océano que se interpone entre este chico y su madre. El film, en sus casi dos horas, no se siente forzado ni sobre edulcorado. Acierta en ir directo al grano con sentimientos universales como el no sentirse parte de la familia por momentos, celos de un hermano, la ausencia de su hermano de sangre, el enamorarse pero tener sus propios demonios. Si bien pasa por situaciones extremas, su capacidad de supervivencia y de protegerse son asombrosas y le dan otra dimensión más cercana a la película. El uso de la música es probablemente de lo más remarcable y que acentúan, como en todo melodrama. Aun así, el efecto es apenas correcto, con una historia conmovedora y una formidable dirección, pero que no pasa más que de eso. Probablemente me detendría a mencionar nuevamente a Patel que lo defiende con uñas y dientes. Pero eso es todo.
Una cinta conmovedora sobre la importancia de las raíces y la identidad Saroo es un niño indio que vive en la extrema pobreza con su madre y su hermano en la ciudad de Calcuta. Con tan solo 5 años, se separa accidentalmente de su familia en una estación de tren y se pierde a miles de kilómetros de su casa. Después de un tiempo mendigando en las calles, Saroo es adoptado por una pareja australiana. Veinte años después, el joven decide localizar a su verdadera familia, embarcándose así en un difícil viaje hacia su pasado. Este drama sobre la búsqueda de las raíces, está dividido en dos partes bien definidas. La primera con un Saroo niño, es la más impactante principalmente por los decorados sórdidos de la India, y la tremenda performance de Sunny Pawar, tan vulnerable que es difícil no emocionarse ante su miedo y dolor por la soledad en la que se encuentra. Es el metraje más crudo del filme. La segunda parte más tradicional, tiene su base dramática en la interpretación de Dev Patel mucho más maduro que en su debut en la recordada ¿Quién quiere ser millonario? A diferencia de aquella película de Danny Boyle, aquí el cineasta Garth Davis, no se vale de la estilización de la pobreza, ni trata cada secuencia como si fuera un corto publicitario o un videoclip. Por eso todo luce terroríficamente real cuando la acción se traslada a la miseria de Calcuta. Se agradece además que no se valga ni de golpes bajos ni de música o efectos que acentúen el drama. Los silencios y las miradas aquí sí valen más que mil palabras. El recorrido de Saroo no es un viaje de redención, es más bien una búsqueda de la que nos hace partícipe y que toma mucho más sentido y profundidad cuando las imágenes documentales nos permiten conocer a las personas reales detrás de los personajes. Un melodrama que calará profundo en el corazón de los espectadores.
Un nene indio muy pobre y simpático pierde a su hermano en una estación de trenes, se sube a uno desierto y viaja dos días a Calcuta. Pasa las de Caín, termina adoptado por una rica pareja australiana y, 25 años después, decide reencontrar su hogar. Todo está poblado de golpes bajos, de música lacrimosa, de imágenes muchas veces cursis. El niño Sunny Prawar logra que uno se conmueva, pero es nada más un truco fácil. Para llorar a reglamento.
Nominada a seis estatuillas para el Oscar ¨Un camino a casa¨ narra un drama basado en hechos reales que, cimentado en un convincente reparto, destacada fotografía y banda sonora, cautiva al comienzo y va perdiendo profundidad hacia un final que almibara el relato en búsqueda de la lagrima. A partir del libro autobiográfico “Un largo camino a casa” -Lion-, de Saroo Brierley, que sigue el itinerario de un niño perdido y luego adoptado que en su etapa de universitario decide buscar y reencontrarse con su familia y sus raíces, el film cautiva en su primera mitad del relato que se mueve entre la incertidumbre y la frialdad de un mundo desconocido al que Saroo, un niño de 5 años de una pequeña aldea de la India, debe hacer frente tras perderse en una estación de tren durante una escapada junto a su hermano en busca de trabajo. Cimentado en un carismático y conmovedor Sunny Pawar -interpretando a Saroo niño-, la buena dirección de Garth Davis capaz de introducirnos con un naturalismo y sin sensacionalismos en la vida del pequeño sin utilizar casi diálogos, la destacada fotografía -también nominada al Oscar-, que sabe dotar de cierta belleza a los paisajes de la parte más desfavorecida de la India, y la tragedia de este niño perdido en las calles de Calcuta a miles de kilómetros de su casa y sin poder comunicarse hasta que acaba siendo adoptado por una familia australiana, atrapan a un espectador absorbido por el personaje y la situación. En su segunda mitad, veinticinco años después cuando Saroo -interpretado por Dev Patel- totalmente asimilado a la vida occidental y su nuevo hogar remueve los recuerdos de su infancia y decide buscar su familia biológica y sus raíces basándose solamente en un reciente descubrimiento tecnológico de la época como el Google Earth -que parecería una broma si la historia no estuviese inspirada en un caso real-, el relato opta por acentuar dicha búsqueda y no profundiza en la crisis de identidad que sufre un hijo adoptado cuando entra en la madurez. Si bien Un camino a casa propone un tratamiento verosímil y contemplativo sobre la adopción, los sentimientos tanto del adoptado como el que adopta y el inevitable vacío de no saber de dónde venimos y quiénes somos -temas sintetizados prácticamente en la conversación entre Saroo y su madre australiana respecto a la necesidad que siente él de reencontrar a su madre india-, también florecen de esta historia una serie de temas como el pasado heredado de un niño adoptado, las implicaciones sociopolíticas que acompañan a las adopciones internacionales y su consiguiente choque cultural -en La India desaparecen unos 80.000 niños anuales-, entre otros, sobre los que no profundiza. El director debutante Garth Davis evita la incomodidad de los temas y prefiere encauzar el relato focalizado en la resolución de una historia cuyo final ya fue programado por los hechos reales, desaprovechando por ejemplo, actores de la talla de Nicole Kidman y Rooney Mara que se quedan en roles algo secundarios, con personajes poco definidos y sin afianzar algo más de su relación con el protagonista. Dev Patel, Nominado al Oscar por su trabajo, logra construir un personaje sensible y delicado, al cual el relato no le da mayores posibilidades de profundizar pero que logra del espectador una mezcla de simpatía, compasión y solidaridad. Nicole Kidman, encarnando la sufrida madre adoptiva de Saroo sigue brillando por pequeño que sea su papel y vuelve a poner su nombre en las nominaciones de los premios de la academia.
Como en 2008 con Slumdog Millionaire, la historia vuelve a la miseria de la India para contarnos el relato de un niño sobreviviendo a un estilo de vida difícil de cambiar. Y aunque su director Garth Davis -quien por primera vez rueda un largometraje- quería evitar a la estrella de Hollywood Dev Patel por ser la elección más obvia, tras seis horas de audición para el papel, el actor nacido en Londres y de raíces keniatas + indias resultó ser la mejor opción para protagonizar esta película que también se coló en la carrera por el Oscar, aunque es cien por ciento probable que no se corone como la gran ganadora de la noche. Bajo el título original de Lion, el film se basa en un hecho real ocurrido hace apenas algunas décadas, cuando Saroo de cinco años de edad se perdió en una estación de tren en Calcuta. Y como dicen los norteamericanos: long story short, acabó siendo adoptado por un matrimonio australiano (interpretado por Nicole Kidman y David Wenham) de alto poder económico que le dio todo lo que nunca hubiese imaginado, y más. Pero la cosa no termina allí, porque 25 años después, e incluido un hermano adoptivo que no corrió su misma suerte, ciertas circunstancias hicieron que el joven comenzara a preocuparse por sus raíces y así empezó la búsqueda de su adorado hermano mayor Guddu -a quien vio por última vez aquella noche de 1986- y de su madre; una tarea bastante compleja si tenemos en cuenta que lo único que recordaba de ese entonces eran los rostros de sus familiares y un tanque de agua que había en el lugar donde desapareció. Un camino a casa demuestra cómo incluso los olores y los sabores pueden darle significado a una proeza de dimensiones kilométricas. Dev Patel pasó ocho meses preparando el papel junto al verdadero artífice de esta especie de milagro, quien de hecho escribió un libro titulado: A Long Way Home. Fueron en total cuatro años de desarrollo, con la colaboración de Google Earth incluida, para lograr uno de los pocos films rodados en Tasmania que existen. Dividida en dos partes, transcurren 50 minutos hasta que Patel aparece en pantalla; mientras tanto, el debutante Sunny Pawar se encarga de aportar el encanto y la emoción suficiente, con reminiscencias a Charles Chaplin, y casi sin diálogo, al mejor estilo Wall-E, según confirmó su propio director. Si uno viese Lion sin saber que verdaderamente un niño recorrió todo ese camino por su cuenta, simplemente lo consideraría como la más pura ficción. Sin embargo, son 80 mil los que desaparecen cada año en el país asiático, mientras que suman 11 millones los que viven en las calles con ese Dios aparte. La buena noticia es que las diferentes productoras que colaboraron en esta película crearon la fundación #LionHeart, la cual trabaja en pos de reducir esa aterradora cifra. La mala noticia es por qué tienen que pasar estas cosas para que la sociedad tome conciencia. En fin, la importancia de la visibilidad que puede generar un proyecto de estas características en su recorrida por los festivales del mundo. Irónicamente, mucha de la belleza de Un camino a casa (2016) radica en ese retrato de la pobreza extrema y en la esperanza de que se puede tener una vida mejor, pero a un costo que quizás no cualquiera estaría dispuesto a pagar. El fuerte de Lion es sin lugar a dudas el guión y mi consejo es que si tienes un alma sensible, no olvides llevar tus pañuelos descartables. Y no, no hay de esos bailes extraños como el del final de Quién quiere ser millonario.
En esta temporada de premios hay un buen puñado de películas que pueden llegar a tocar fibras íntimas del espectador y conmoverlo. Desde los golpes bajos de Luz de luna o la ternura (trágica) de Un monstro viene a verme, entre otros títulos de los cuales ya he escrito y otros sobre los que escribiré en las próximas semanas. Pero Un camino a casa tiene algo enorme para destacar y no es que se trata sobre una historia real, sino lo auténtica que se siente y como te hace conectar con su protagonista pese a las grandes distancias (reales y metafóricas) que nos separan de él. Si bien dirigió bastante televisión y un documental, ésta es la ópera prima de ficción de Garth Davis. Por lo cual merece unos cuantos elogios. El director construye muy bien los climas y ejecuta a la perfección un guión bien cargado de sentimientos que justifica la analogía del título original: Lion (León). La puesta en escena y la reconstrucción de época son formidables y uno de los grandes fuertes de este film. Pero sin dudas su mayor atractivo es el personaje central (llamado Saroo) interpretado por dos grandes actores. Este es el mejor personaje que ha interpretado Dev Patel desde que hizo su entrada triunfal en Hollywood con Slumdog millonaire (2008) y no son casuales los paralelismos que se pueden hacer con ese film ganador del Oscar. Pero aquí si bien la vibra es similar hay algo más íntimo donde el intérprete hace notar su crecimiento actoral. Eso por un lado, pero el verdadero hallazgo y joya de la película es el niño Sunny Pawar, quien hace de Saroo en su infancia. Este chico tiene más minutos en pantalla que Patel y es lógico que así sea porque se roba la película. Es impresionante como el espectador sufre casi en carne propia lo que le pasa a ese niño y como luego vive su crecimiento y toda su historia. Ahí es donde radica la grandeza de Un camino a casa. Es una historia desgarradora pero que al mismo tiempo reconforta por su humanidad. Y si una película logra transmitir eso significa que está bien hecha y es una muy buena oportunidad para emocionarse de forma genuina en el cine.
La trama se divide en dos partes: la primera parte se desarrolla en 1986, un niño (Sunny Pawar) muy pobre que vive con su familia y un día se pierde se enfrenta a los distintos peligros y miserias de la gran ciudad lejos de su hogar. La más floja es la segunda parte, pasaron más de 20 años y ahora es un joven australiano de origen indio (Dev Patel, “Slumdog Millionaire ¿Quién quiere ser millonario?") que vive angustiado por sus recuerdos de la infancia, su hermano mayor Guddu (Abhishek Bharate), quien lo cuidaba mucho; su madre y una hermana. La historia cuenta con una muy buena ambientación en los suburbios de Khandwa, Calcuta, entre otros. La banda sonora fortalece cada momento que lo requiera y en algunas escenas se te hace un nudito en la garganta. Llegan bastante las escenas que son solo miradas, distintas imágenes y silencios. Tiene las correctas actuaciones de Rooney Mara (“Efectos colaterales”, “Carol”) como la novia Lucy, una pena la relación entre ellos está poco aprovechada; Nicole Kidman como la madre adoptiva, en una buena interpretación llega al corazón de todos, una mujer tierna, protectora y bondadosa. Ella junto a su marido decidieron adoptar y no tener hijos propios, son personas comprometidas y caritativas, que además debieron lidiar con su otro hijo adoptivo de origen indio. Encantadora la interpretación del debutante niño Sunny Pawar por su naturalidad y sus expresiones, esta maravilloso y traspasa la pantalla. Este film cuenta con 6 candidaturas a los premios Oscar 2017, incluyendo mejor película y mejor actor. Recientemente gano 2 BAFTA (Mejor guión adaptado y Actor de reparto: Dev Patel).
Crítica emitida por radio
Tiene nominaciones y parte de una historia real. Quiere conmover y es un poco sensiblero. Se propone como ejemplo de amor filial pero es manipuladora. Aborda, eso sí, una historia tocante: 1986; Saroo, un niño de cinco años, accidentalmente queda atrapado en un tren sin pasajeros que lo lleva a lo largo de 2.000 kilómetros desde su pueblito rural hasta las riesgosas calles de Calcuta. El nene queda solito y perderá todo contacto con su madre y su hermano mayor. ¿Cómo sobrevivir en medio de una ciudad tan enorme y peligrosa? El film se divide en dos partes: la primera muestra las sufrientes andanzas de Saroo, siempre escapando y siempre solo. Una odisea que termina bien cuando es adoptado por una buena familia australiana. La segunda parte, veinte años después, recoge el trajinar del incansable Saroo, ya convertido en estudiante exitoso y en hijo ejemplar. Quiere encontrar su madre y su pueblo. Hacer de vuelta un viaje hacia su identidad y su familia. Film encomiable pero convencional, que pocas veces logra ir más allá del mensaje edificante y de lo políticamente correcto. Por supuesto todo empieza mal -una fórmula muy usada en el cine- y termina bien. Pero no suena verdadero: está lleno de contrariedades, pero poblado de gente buena. Y se propone como un emotivo canto a la tenacidad y al amor que nos enseña a no desfallecer y a no olvidar. Saroo necesita volver, porque aquella infancia no lo deja crecer tranquilo.
Son los años ochenta y en una región muy pobre de la India dos hermanos suben a trenes cargueros para robar carbón, que luego venden para comprar leche y así aportar algo al carenciado hogar. En una de las aventuras, el más pequeño, Saroo, se pierde, sube a un tren que de golpe arranca y termina en Calcuta, a miles de kilómetros de su aldea, de la cual ni siquiera recuerda el nombre. Saroo habla hindi, un dialecto distinto al bengalí con que se comunican los habitantes de la gran ciudad. El pequeño Sunny Pawar, con sus ojos desorbitados, tan perdidos como compradores, refleja esta temprana odisea de Saroo, que pocos años después será rescatado de un hogar infantil por una pareja de australianos; de ellos, el chicorecibió el apellido Brierley, y ya adulto, como Saroo Brierley, publicó sus memorias A Long Way Home, que la compañía Weinstein adaptó en el presente biopic. Lo que narra Un camino a casa es demasiado increíble para ser verdad, y ese es el anzuelo del film. No sólo porque Saroo debió atravesar las mil y una antes de ser rescatado por los Brierley (magníficamente interpretados por Nicole Kidman y David Wenham), sino porque, ya instalado en el primer mundo, con un buen trabajo, una buena familia y una linda novia (interpretada por Rooney Mara), se dedicó obsesivamente a rastrear el punto de inflexión de su pérdida, veinte años atrás en una estación de tren, sólo con sus recuerdos y Google Earth como herramientas. Es otro largo calvario, para él y sus seres queridos, pero Saroo apuesta a reencontrarse con su familia biológica. Y sin embargo, este costado afectivo, si bien esencial en la vida de Saroo y para las expectativas del público, es el menos interesante desde el punto de vista cinematográfico. Dev Patel lleva adelante con presteza el rol del Saroo adulto, desde su relación con los Brierley hasta su obsesión con la geografía del Google Earth para encontrar a su familia biológica, pero lo más jugoso está en la dirección de cámara de Greig Fraser (conocido por sus trabajos en Zero DarkThirty y Foxcatcher), situando la perspectiva del espectador a la altura del pequeño Saroo, perdido en las calles de Calcuta, y en las imágenes escogidas del director Garth Davis, tanto en sus paneos rurales como en las tomas nocturnas de las estaciones de tren, que reflejan lapérdida y la nostalgia del protagonista. Un camino a casa es emotiva, sin golpes bajos, y consigue una buena atmósfera: suficiente para alzarse con alguno de los 6 premios Oscar para los que fue nominada.
Cuando el cine impacta con herramientas nobles y no subraya más de lo tolerable, la experiencia cinematográfica se transforma en mucho más que el mero ejercicio de sentarse frente a una pantalla. Así es como Lion no es otra película candidata al Oscar, es la gran representante del Hollywood que todavía tiene cosas para contar. Y para contarlas bien. Lion (que a la Argentina llega con un insólito título spoler) cuenta la tragedia de un nene que una noche de confusión se pierde de su hermano en una estación ferroviaria de la India. El punto de partida lo hemos visto de distintas maneras numerosas veces y aquí el primer mérito del film de Garth Davis: todo lo que sigue a este puntapié inicial es un in crescendo de narrativa montada sobre un guión indestructible. Las desventuras del pequeño Saroo (Sunny Pawar) se basan en el libro que él mismo escribió contando su historia, de la que conviene conocer lo menos posible antes de embarcarse en la aventura de visualizar el film. Consejo de amigo: ni siquiera buscar el trailer. Garth Davis, que hasta la fecha tenía en su curriculum sólo la dirección de un documental y dos series (Love my Way y Top of the Lake), se revela como un narrador enorme que además de lograr que su relato fluya hasta naturalizar los momentos más dramáticos sin caer en el golpe bajo, consigue que las estrellas del cast (Nicole Kidman -nominada Mejor Actriz por su papel- y David Wenham) tengan sus escenas de star system sin desentonar ni opacar la narración. Párrafo aparte para el dueto del pequeño Sunny Pawar y el joven Dev Patel, que hacen de su Saroo uno de los personajes más queribles y empáticos del cine industrial de estos años. En medio de una lista de candidatos al Oscar a Mejor Película con títulos inflados hasta la explosión (empezando por La La Land y siguiendo por Moonlight o la remilgada Hidden Figures), la aparición de Lion en el horizonte de la estatuilla dorada otorga algo de esperanza en el panorama de la Academia. Solo esperanza, quizá, pero desde acá brindamos por la buena nueva.
¿Nos siguen pegando abajo? ¿Qué es un “golpe bajo”? Un golpe bajo en primera medida parece ser exactamente eso. Un golpe abajo. ¿Abajo de qué? De la cintura, ahí donde duele. En una pelea, por más salvaje que parezca, también hay reglas. Una de esas reglas sería no golpear debajo de la cintura. Eso sería una falta, jugar sucio. También el golpe bajo es algo que no esperamos. Un golpe donde no tenemos defensa implica una traición. Entonces deberíamos pensar que por muy libres que sean el arte y el cine igualmente tienen sus reglas. Reglas que por lo general ponen los espectadores. A veces en conjunto, a veces en solitario. La mayoría no aceptamos que el mayordomo sea el asesino si el mayordomo nunca apareció antes durante toda la trama. Algunos no aceptan que en las películas de tiros nunca se gasten las balas. Le ponemos límites a estas películas a partir de lo que esperamos ver en ellas. Si no los cumplen nos sentimos traicionados. También nos podemos sentir traicionados si nos hacen emocionar de una manera tramposa. Lo que involucra dos cuestiones. Por un lado, hay formas que decretamos como válidas y formas que no. Y por otro, el cine no es solo el emocionarnos con una historia. Esperamos algo más de este arte en particular. Alguna habilidad propia de la disciplina. Entonces al uso directo de escenas injustas que obviamente manipularían nuestra sensibilidad, por ejemplo imágenes de un niño sufriendo, le pediríamos un tratamiento más pertinente, más complejo. Un Camino a Casamuestra a Saroo, un niño indio de 5 años que se desencuentra de su familia. Sube a un tren equivocado y viaja por días hasta una ciudad lejana. Vive en la calle y ninguna autoridad puede dar con sus familiares ya que no habla el idioma y además él no sabe exactamente dónde es que vivía. Luego de pasar por un internado es adoptado por una pareja australiana. Saroo ya con 25 años empieza una búsqueda laberíntica para dar con su verdadera madre, sin tener casi ningún dato para encontrarla. Nosotros jueces-espectadores dictaminaremos siUn Camino a Casanos hará emocionarnos de alguna manera tramposa o no. Aunque también podemos jugar a juzgarnos y pensar. ¿Nos emocionamos realmente ante un niño en la calle y solo? ¿O es tan esperable que ya construimos un mecanismo de defensa?
En la vida de cada persona nada es del todo lineal, siempre se vuelve a una simultaneidad de pasados. Del mismo modo, en Un camino a casa -drama ficcional basado en una historia real-, los tiempos se mezclan. En 1984, Saroo (Sunny Pawar) está en medio de la imponente naturaleza de la India. Allí se lo ve, rodeado de mariposas amarillas, robando rocas junto a su hermano para luego cambiarlas en el mercado por dos míseras bolsitas de leche para llevar a su hogar. El pequeño quiere hacer todo lo mismo que esa figura masculina -cuasi paternal- a quien sigue como una sombra. Incluso una noche, cuando su hermano se va a trabajar, le suplica que lo lleve. Si las cosas ya no venían bien en medio de la miseria, todo empeora cuando en la salida a Saroo le agarra sueño y el hermano lo deja recostado en el banco de una estación pidiéndole que lo espere allí mientras resuelve la parte laboral. Cuando el niño despierta y no lo ve, comienza a desesperarse, y en medio de la confusión, se sube a un tren vacío que lo lleva a 1600 kilómetros de su casa.
Loas a Google Earth Con seis nominaciones a los premios Oscar y figuras de la talla de Dev Patel, Rooney Mara y Nicole Kidman, llega Un Camino a Casa (2017), del australiano Garth Davis. Basada en el libro autobiográfico “Un largo camino a casa”, de Saroo Brierley, la película cuenta la historia de un joven que -luego de extraviarse en las calles de Calcuta, a los cinco años, y de ser adoptado por una familia Australiana- decide buscar a su familia biológica. El filme está dividido en dos registros temporales. El primero retoma la traumática infancia de Saroo Brierley, desde sus días de trabajo con su hermano y su madre en una zona rural de la india, hasta el momento en el que, por error, toma un tren que lo deja perdido en las populosas calles de Calcuta. A duras penas sobrevive durante meses, hasta que una familia Australiana (Nicole Kidman y David Wenham) lo adopta y lo lleva a vivir con ellos. El segundo eje temporal transcurre 25 años después, con un Saroo ya adulto (Dev Patel), decide reencontrarse con sus raíces y emprende el proceso de búsqueda de sus parientes biológicos. En el medio habrá angustias varias, frustraciones, una relación tensa con su hermano político (también adoptado), el amorío de turno con una estudiante universitaria (Rooney Mara) y el contraste permanente entre la realidad de los países desarrollados y la miseria de la periferia. Un Camino a Casa es la típica historia de vida teñida de corrección política en la que un sujeto determinado lucha contra todas las adversidades, habidas y por haber, en pos de la consecución de un objetivo noble. Es decir, el tipo de requisitos que a la academia tanto le gusta premiar, sobre todo cuando se trata de un caso basado en hechos reales. El problema es que el filme falla en todos los rubros que suelen hacer funcionar a este tipo de películas. La narración es muy descuidada y la frialdad con la que se van sucediendo los acontecimientos impide empatizar con los protagonistas de la historia. Más aún, el guión de Luke Davis constantemente parece estar más preocupado en avanzar cronológicamente que en describir el drama de lo que va ocurriendo. Saroo crece, va a la universidad, conoce a una chica y empieza a buscar a su familia como si se tratara de una serie de pasos mecánicos que es necesario realizar. Y paradójicamente, la película se hace insoportablemente larga. Un Camino a Casa es una de las películas más flojas de las que compiten en los Oscars. Un relato que funciona a cuentagotas, principalmente cuando se ocupa de retratar la dura vida en las calles de Calcuta. Después es un compendio de moralinas baratas sobre la adopción de niños negros como acción política para cambiar el mundo (literalmente, ¡en una escena Nicole Kidman dice eso!), actuaciones intrascendentes y un tono sensacionalista que busca conmover a partir de efectismos lacrimógenos.
El australiano Garth Davis logra un sentido drama, basado en una historia real, que conmueve hasta las lágrimas. "Estamos hechos de dónde venimos", citó alguna vez el escritor irlandés John Banville y cuanto se ciñe está frase no solo a Un camino a casa, sino también a todos los seres que habitamos este planeta. Claro que en el contexto de este film la frase se manifiesta en su más pura esencia, dado que el argumento gira en torno a un niño adoptado que de adulto tendrá la necesidad de retornar a sus orígenes. Saroo, un nene de solo cinco años, vive en un pueblo muy pobre de India. Un hermano mayor, su hermanita menor y su madre conforman el núcleo familiar. Una familia que acarrea piedras para cambiarlas por un litro de leche o una hogaza de pan…para traer comida al hogar. La pura necesidad hace que los más jóvenes salgan en busca una moneda. Será en uno de estos viajes a una ciudad aledaña, cuando Saroo convence a su hermano de que lo lleve a trabajar, que el niño se perderá. En el banco de una estación de ferrocarril esperará sin éxito a su hermano mayor y al no encontrarlo, buscando refugio, se quedará dormido en el vagón de un tren que partirá hacia Calculta. Perdido en esta gran ciudad, Saroo divagará por varios lados hasta caer en una institución del estado. Allí, una pareja bien acomodada de Australia decidirá adoptarlo. Instalado en la isla de Tazmania, el pequeño cambiará su existencia, pero nunca olvidará lo olores y los paisajes que remiten a su familia. Por esto, varios años después y atormentado por la culpa de haberse perdido, decidirá realizar una exhaustiva investigación para encontrar su hogar en India. Al Saroo adulto (Dev Patel) el dolor casi no lo deja respirar, ni disfrutar de la vida junto a su novia Lucy (Rooney Mara) y a su madre (Nicole Kidman), solo le resta saber que le pasó a su familia de origen para calmar tanto desasosiego en su alma. Narrativamente, Un camino a casa se divide en dos grandes segmentos. El primero, con un registro de estilo documental, sigue al pequeño Saroo cuando se pierde en la ciudad y transita por varios lugares hasta el momento de su adopción. Un tramo bien construido, que conmueve y que a pesar de mostrarnos una dura realidad nunca apela al golpe bajo ni al miserabilismo. Atravesado por una elipsis de 25 años, el segundo trayecto nos presentará a un Saroo adulto, obsesionado con la búsqueda de su antigua familia. Aquí, el estado de merodeo se esfumará por completo y asomará el trazo grueso. Se transformará en un clásico y previsible drama en el que redundan las sobre explicaciones. Pero en su totalidad, el relato fluye con tanta naturalidad y está atravesado por tal honestidad, que se redime de estos tropezones y será inevitable que no se nos escape alguna que otra lágrima.
Una de las maneras de pensar esta película implica concentrarse en su lado “políticamente correcto” y en la construcción de una estética que, de tan virada a lo sentimental, se vuelve difícil de sentir genuina. Sin embargo, la historia real en la que se basa (adaptada del libro de memorias de Saroo Brierley, llamado Un largo camino a casa) es sencillamente increíble. Lidia con un montón de aristas dramáticas: la construcción de la identidad, los vínculos familiares atravesados por la adopción, la realidad de los niños desaparecidos, la pobreza y desigualdad del mundo. Quedarse solamente con que esos temas son “golpes bajos” y aseguran la importancia de la película, parece una lectura al menos perezosa de un material que notoriamente está construido con fidelidad y mucha eficiencia en términos de actuación y fotografía, sobre todo en la primera mitad de la película. Saroo, un niño de cinco años, vive en un pueblo de India con su madre y sus hermanos. Viven en la pobreza extrema; sin embargo lo rodean algunas formas de la belleza vinculada con la naturaleza: la lluvia, las mariposas, los frutos dulces, la mirada de su mamá. La película no escatima en cierta idealización de esa situación de pobreza en familia. Para los espectadores que nunca fuimos a India y que no tenemos ni idea de cómo es la vida en esos lugares de su interior recóndito, las imágenes se vuelven de un exotismo fascinante: el trabajo minero de las mujeres levantando rocas, el lenguaje, las caras y las pieles, la concentración de gente, la convivencia entre personas y animales. El vínculo de Saroo con su hermano mayor está basado no solo en la afinidad afectiva, sino en la complicidad nacida de la pobreza: es el encargado de enseñarle métodos de supervivencia y de educarlo en la picardía: esa “universidad de la calle” por la que inevitablemente pasan todos los niños pobres del mundo. En ese sentido, la película prepara quizá demasiado su devenir, y en esos gestos sobreexpresivos pierde un poco del encanto que tendría una puesta en escena algo más austera: antes de llevarlo a la estación de tren, por ejemplo, el hermano le advierte muchas veces que no debe venir con él y termina accediendo a llevarlo casi de mala manera. Ese augurio, esa advertencia donde cualquier espectador cinematográfico medio “se ve venir” que algo malo va a pasar, tal vez demuestre cierta desconfianza en una historia que no necesitaba de ningún lenguaje clásico de anticipación para funcionar. Pero claro, la historia es increíble y Sunny Pawar, el niñito que hace de Saroo, nos compra el corazón. Cuando queda solito en la estación porque su hermano desaparece y empieza su viaje por la India, lo que implica separarse kilómetros y kilómetros de su madre (quizás la peor fantasía que tenemos los seres humanos), es imposible no sentir una empatía inmensa y una desesperación terrible. Ese niñito solo en ese mundo ajeno, por favor. En los veinte minutos siguientes la película alcanza su mayor entereza, el clímax de sus variadas puestas en escena: cuenta con crudeza y profundo detenimiento los efectos de esa sabiduría callejera en Saroo, cómo se las arregla para sobrevivir gracias a su inteligencia e intuición, la magnitud de la crueldad de un mundo donde los niños son mercancía. Uno de los recursos que resultan particularmente impresionantes, gracias a que la película contaba con un gran presupuesto, es el uso de niños y niños y más niños para construir la idea de masa: una masa de niños pobres que son más pobres aún que la pobreza. Los hijos de la multitud, cuerpos sin afecto y sin nombre, vagando como restos, como desechos. Hacía tiempo que no veía en el cine una escena con el efecto emocional que tiene la del orfanato donde Saroo termina una parte de su viaje: por un lado resulta un alivio (reconoce una acción institucional responsable sobre los cuerpos de los niños), pero por el otro dimensiona esa multitud en soledad de un modo del que cuesta mucho salirse, aun días después de haber visto la película. Finalmente, una familia australiana adopta a Saroo y lo saca de la pobreza para llevarlo a protagonizar ahora la historia de una familia blanquita, de clase media alta, con recursos occidentales para tener una vida “digna”. Después de estos momentos, donde el cine aparece como esa combinación de elementos y recursos justos para contar esa historia de un modo único –como la literatura nunca podrá hacerlo–, la película avanza veinticinco años y se sitúa en la vida “buena” de Saroo, que va a la universidad, encuentra una novia, lidia con bastante sencillez con la vida en familia propuesta por sus padres blancos. Pero su pasado lo acosa, la búsqueda de su identidad se vuelve un imperativo y la narrativa se centrará, durante casi cincuenta minutos, en la angustia del personaje que tiene que revisar su inconsciente para lograr comprender lo sucedido y encontrar un camino a casa. Es ahí donde la película baja demasiado la intensidad y construye el drama psicoanalítico de un modo demasiado extenso e insistente, cometiendo el error de equipararlo en importancia cinematográfica con esa primera mitad llena de acción verdadera, de cuerpos en movimiento, de herencias formales del cine de aventura. El viaje interior se vuelve demasiado solemne porque el recurso que la película encuentra para hacernos dimensionar la dificultad del personaje es la temporalidad real: dejar pasar minutos y minutos reales de metraje en ese devenir de un Saroo adulto que se deprime, habla con este, habla con el otro, tiene líos con la novia, vuelve a su casa, llora. El actor no resulta demasiado convincente y los conflictos familiares parecen impuestos, porque la película cambia su tono de modo tan radical (también en términos fotográficos y de arte) que la falsedad de la puesta en escena empieza a ser ostensible. Tal vez haya una intención de dirección a la hora de hacernos ver la ajenidad de esos decorados, de esos espacios; tal vez es justamente por eso que la desesperación porque Saroo logre recordar dónde es su pueblo y llegar finalmente a casa se vuelve tangible (empezamos a desear solamente que la película termine). Es justo decir que el final cumple con la consecución de ese deseo, estableciendo un momento dramático de una profunda intimidad, donde la palabra identidad se llena de sentido. La vuelta a la India es la vuelta a la vida, del personaje y de la película. Al mirar este material me resultó imposible abstenerme de pensar en los niños apropiados en nuestros pueblos durante la última dictadura militar; en ese proceso conocido de muchos compañeros que buscando su identidad no tienen más remedio que encontrarse consigo mismos y atravesar dolores de magnitudes casi inimaginables. La diferencia aquí, nada menor, es que el Saroo adulto cuenta con sus padres adoptivos y son ellos quienes lo apoyan hasta el final en la búsqueda de sus orígenes; sin dudas eso sí es el retrato de un amor verdadero.
Un camino a casa del director Garth Davis se basa en la historia verídica de Saroo Brierley un joven indio que luego de vivir veinte años en Australia con su familia adoptiva, decide emprender la búsqueda de su familia de origen. Dev Patel - ya no es el flacucho Jamal Malik de Slumdog Millionaire- interpreta a Saroo de joven, porque al igual que en Luz de luna, de Jenkins, Un camino a casa construye el cuento en partes, y la primera parte el protagonista absoluto es Sunny Pawat, Saroo de pequeño. Sarro sale a ayudar a su hermano Guddu a trabajar, tiene cinco años, su hermano adolescente lo cuida mientras ganan dinero en las calles de Kwhanda, pero en un descuido Saroo se pierde y termina en Calcuta, allí es reclutado en un orfanato y dado en adopción a una familia Australiana. El director juega con la ternura de Sunny Pawat el niño protagonista, la primera parte en donde el niño intenta buscar a su hermano y madre son de una ternura devastadora. El espectador sufre con el niño, pero a su vez se estremece con su rostro. La elipsis nos lleva a Saroo adulto, quien es un joven bien parecido, absolutamente aburguesado, con vistas a un trabajo y éxito en los negocios; Saroo ha logrado dejar atrás su infancia de pobreza en la India y se ha adaptado a la vida en Australia. Pero en su paso a la madurez comienza a vislumbrar un deseo por reencontrarse con su pasado. Nicole Kidman quien interpreta a su madre adoptiva, Sue Bradely, hace un trabajo delicado y meritorio, y desde acá arengamos para que se lleve la estatuilla a mejor actriz de reparto. La película crece con sus diálogos y reflexiones acerca de la adopción y el deseo de ser madre, su rostro cancino y la química con Patel le dan fuerza a una película que desborda en tristeza. Kidman es buena y de eso no hay duda, pero en esta película logra conmover. Ojalá que se quede con el Oscar.
Se va completando la lista de las nominadas al Oscar. ¿Tiene chances la historia de Saroo? “Un camino a casa” (Lion, 2016) es una película fragmentada – lliteral y metafóricamente. El debutante Garth Davis se luce llevando a la pantalla el guión de Luke Davies (basado en el libro autobiográfico “A long way home”) que cuenta la historia de Saroo, un niño de cinco años perdido en Calcuta y adoptado por una pareja australiana, que 25 años después decide encontrar a su familia biológica. Pero por desgracia la extraordinaria primera hora es sucedida por una apurada segunda parte un tanto desdibujada que se mantiene casi exclusivamente por el magnífico trabajo de sus protagonistas. Cuando me enteré de la nominación de Dev Patel como mejor actor de reparto me sorprendí, porque todos los avances se enfocaban en la búsqueda del (ya crecido) protagonista de “¿Quién quiere ser millonario?” (“Slumdog Millionaire”, 2008). Sin embargo, la primera mitad de “Un camino a casa” gira alrededor del joven Saroo, interpretado por el maravilloso Sunny Pawar – sin dudas un verdadero hallazgo. Durante esa hora conocemos al niño y su familia: su hermano Guddu, junto al cual sale a hacer algunos “trabajos” para conseguir comida; su madre Kamla, que trabaja moviendo piedras (ni idea); y su hermana menor Shekila. La película no tarda en establecer el conflicto. En una salida nocturna Saroo pierde a su hermano y, buscándolo, termina durmiéndose en un tren que viaja por varios días hasta Calcuta, a más de 1600 kilómetros de su hogar. Sin saber el nombre de su pueblo o el idioma de la región, el nene vaga por las calles, intentando sobrevivir. Davis hace maravillas con la cámara para mostrarnos la inmensidad del mundo en el que se encuentra Saroo, con planos abiertos y desolados para establecer el contexto de la alejada región en la que vive con su familia (sin abandonar las tomas intimistas en sus interacciones), y poniendo la cámara a la altura de los ojos del pequeño para mostrarnos un verdadero bosque de transeúntes indiferentes y amenazantes en cada paso que da en Calcuta. En lo personal me pegó muchísimo la naturalización de la pobreza y la indigencia, tanto por lo representativo de la actualidad de la región (que aunque ese segmento se desarrolla en la década del ochenta, es atemporal), como lo trasladable que es a nuestra propia realidad. No necesitamos ir a la India para ver a nenes durmiendo en el túnel de una estación de tren, y esa identificación casi me deshidrata durante la primera hora. Sí, hubo llanto y moco a mares. El pequeño Sunny está increíble en su interpretación. Adorable pero fiero y atento, inocente pero cauteloso, su trabajo está a la altura de las mejores actuaciones infantiles de la historia. La mirada esperanzadora esconde detrás de su introversión la confianza de que volverá a encontrar a su familia. Ese anhelo se mantiene hasta el último momento, cuando le pregunta a la encargada de la institución a la que lo han derivado, después de que le comunicaran que lo van a dar en adopción: “¿Hizo todo lo posible por encontrar a mi mamá?”. Es entonces cuando “Un camino a casa” gira abruptamente. Después de un par de escenas en las que conocemos a los padres adoptivos de Saroo, John y Sue Brielrley (David Wenham y Nicole Kidman), y al conflictuado Mantosh (Keshav Jadhav), un segundo niño indio adoptado por la pareja, la película nos traslada a 2008, cuando Saroo (Patel) está a punto de mudarse a Melbourne para comenzar un curso de administración hotelera. Una vez instalado, el joven conoce a Lucy (Rooney Mara), y un variopinto grupo de estudiantes de diferentes etnias y nacionalidades. Y es justamente durante un encuentro en casa de unos compañeros de origen indio, que un elemento en particular dispara en Saroo una serie de recuerdos de la infancia que se vuelven una obsesión por recuperar su identidad. Calculando la velocidad del tren en el que se perdió y el tiempo de viaje, Saroo establece un rango de búsqueda en Google Earth, e intenta encontrar la estación en la que se separó de su hermano. Pero la búsqueda y las visiones de su familia lo alienan de sus afectos y responsabilidades, convirtiéndolo en una sombra de sí mismo. Aunque Patel hace un gran trabajo trasladando la culpa y desesperación de un joven que se siente ajeno a su propio entorno, la realidad es que este Saroo nos resulta un extraño. Después de una hora de conectar con un niño indefenso nos encontramos con un adulto que no conocemos y cuyas relaciones no fueron establecidas. Rooney Mara queda reducida a un aburrido papel de “la novia comprensiva pero que no puede evitar la debacle de la pareja”, y de sus padres y su hermano es Kidman, con poco tiempo en pantalla pero con su mejor interpretación en años, la única que ayuda a darle un poco de base al personaje. El resultado de la búsqueda también se siente un poco agarrado de los pelos y, aunque basado en una historia real, inverosímil y demasiado conveniente y circunstancial. De todas formas que la película pierda la magia en la segunda parte no significa que durante los últimos 20 minutos no me haya vuelto a llorar la vida. Pero en ese caso el llanto tiene que ver puramente con el impacto emocional de la relación de Saroo con sus madres, el desenlace de su propia historia entre la búsqueda de identidad y el amor por familia adoptiva, y el encuentro con una realidad que le resulta completamente ajena en su vida de clase media. Como dije al comienzo, “Un camino a casa” es una película fragmentada. Mientras que la experiencia del pequeño Saroo es magnífica, la búsqueda del adulto se siente apresurada y no consigue conectar con el espectador de igual manera – pero las excelentes interpretaciones de Dev Patel y Nicole Kidman le permiten salir airosa. Sunny Pawar es una maravilla en sí mismo y el director Garth Davis cuenta una historia profunda y emotiva sin caer en los lugares comunes de Hollywood sacando provecho del excelente trabajo de fotografía de Greig Fraser (“Rogue One: A Star Wars Story”, 2016). Vale la entrada de cine, y mucho más si consiguen un combo que venga con pañuelos descartables.
El tren de los acontecimientos Uno de los géneros (más en el sentido orientativo que narrativo: las experiencias diversas lo hacen transversal) más fructíferos en la historia del cine es lo que alguien en algún momento dio en llamar biopic: es decir, la ficcionalización de sucesos reales de la vida de alguna persona. Por algo nuestros abuelos hablaban de “el biógrafo” para referirse que iban al cine. El biopic que tanto gusta a Hollywood tiene al menos cuatro vertientes: la que relata etapas de la existencia de próceres o figuras destacadas; la que se mete con momentos excepcionales de personas más o menos ordinarias (“Sully”, de Clint Eastwood, por ejemplo); la “revisionista”, que busca reconocer los méritos de personas incorrectamente ponderadas (“El código Enigma” o, en esta edición de los Oscar, “Talentos ocultos”); y la dedicada a las tribulaciones de personas con vidas fuera de la norma. En este último casillero juega “Un camino a casa”, cuyo nombre original (“Lion”, león) será explicado recién al final. Y quizás la potencia argumental está en que la concatenación de sucesos en la vida de su protagonista es tan caótica que ningún guionista la hubiese armado así si tuviese que crearla de cero. El resultado es algo así como un viaje más terrenal y menos épico al mundo de “¿Quién quiere ser millonario?” (la cinta que puso a Dev Patel en el firmamento cinematográfico), cruzada con la combinación de búsqueda-pérdida-redención de “Philomena” (donde también tallaban los nuevos recursos tecnológicos para reconstruir devenires). Desencuentro La historia arranca directo en el pasado, en 1986, en Khandwa, una localidad del Estado de Madhya Pradesh, en el centro de la India. Esto es central: no debe haber otro lugar en el mundo donde se puedan acumular las circunstancias que arman el relato. Se nos introduce a un niño de cinco años llamado Saroo, silencioso pero despabilado, hermano menor de Guddu y Kallu (al que se lo nombra pero no se lo ve) y mayor que la pequeña Shekila, todos a cargo de una madre de recursos más bien escasos, lo que los ha llevado a todos a agenciarse algún extra; aventuras en las que el pequeño sigue siempre a Guddu. Un día, Guddu decide tomarse un tren para buscar un trabajo, y Saroo le pide que lo lleve con él. Cansado por el viaje, Saroo espera a su hermano durmiendo en la estación. Al despertarse y no encontrarlo, el pequeño se mete en un tren estacionado, creyendo que podrían reunirse ahí. La cosa es que pasa lo contrario: el nuevo viaje termina en Calcuta (hoy se llama oficialmente Kolkata), en Bengala Oriental, una urbe que se come a los niños crudos, donde ni siquiera se habla el mismo idioma (Saroo hablaba a gatas el hindi, y en Calcuta se usa más el bengalí; un expediente judicial en India puede estar instruido en varias lenguas). Ése es el disparador del primer ciclo argumental de la cinta: la ordalía de un niño abandonado en un mundo amenazador. El segundo arranca 20 años después, con Saroo viviendo en Tasmania como hijo adoptivo de un matrimonio australiano, y en una alineación de los astros: al tiempo en que empieza a sacudirse en su interior la curiosidad sobre aquel pasado (de la mano de amigos indios), descubre una nueva herramienta: el Google Earth, que da acceso a imágenes satelitales. Ahí comienza una aventura mental, tratando de recordar nombres mal interpretados (que en los ‘80 no habían significado nada para la policía) e imágenes que puedan ayudarle a reconstruir el viaje y por ende encontrar el camino a casa. En el medio, también la crisis moral en relación a sus padres adoptivos y su hermano de crianza (otro niño indio, con ciertos problemas). Acción y emoción El director australiano Garth Davis se animó aquí a su primer largometraje de ficción, con un resultado nada despreciable, al llevar con pulso firme el guión de Luke Davies, basado en la autobiografía del Saroo real. Una historia que, como dijimos, son dos películas en una, con dos épocas y dos países, pero también con dos actores protagónicos y dos registros: mientras que la saga del Saroo niño es física, material, centrada en la supervivencia ante la adversidad, la del adulto es interior, emocional, más centrada en las contradicciones internas que en la dificultad de encontrar la aguja en el pajar. En ese plan, Davis abre el plano para mostrar los paisajes, especialmente en la primera parte, mientras que en la segunda priman los planos cercanos a cámara en mano, para resaltar la potencia de los intérpretes. La fotografía de Greig Fraser es siempre verista, cálida, sin caer en los filtros naranjas que se usan para filmar escenarios tercermundistas. Como condimento, la banda sonora escrita por Volker Bertelmann (Hauschka) y Dustin O'Halloran, dos músicos con formación contemporánea, matiza con elementos minimalistas y ambient, entre el piano y las cuerdas. Una propuesta que escapa al sonido Bollywood, que sólo aparece como referencia en la historia, y en la canción de yapa en los créditos: “Never Give Up”, de Sia Furler (cada vez más buscada por el cine, aquí se da que también ella es australiana). Afuera y adentro Como dijimos, Davis hace jugar a sus intérpretes en el marco visual, como quien planta soldaditos en una mesa de estrategia. Por supuesto, las estrellas por antonomasia son las dos encarnaciones de Saroo. Empezando por el pequeño Sunny Pawar, todo un hallazgo de casting (se impuso a 2.000 niños), con sus ojos grandes y expresivos y su rostro impávido ante las adversidades: su pequeña figura es el vehículo en el que se monta una odisea. Del otro lado, Dev Patel asume que esta vez no es él quien tiene que conmover o hacer reír (tiene experiencia en personajes pícaros o tarambanas, como en “Chappie” o las dos entregas de “El exótico hotel Marigold”) y acepta entrarle a un personaje espeso, volcado hacia adentro: una ardua tarea de mínimos gestos. Del otro lado, Nicole Kidman (que vuelve a hacer de australiana pelirroja de rulos, como cuando arrancó con “Los bicivoladores”) tiene otra oportunidad de mostrar su arsenal interpretativo como Sue, la madre adoptiva: su clímax está en la escena donde le cuenta a Saroo su epifanía de niña, que determinó su accionar posterior. Su manera de contar lo que el muchacho no sabe (y no diremos), de evocar mirando para adentro, hacia los recuerdos, volviendo para relojear al interlocutor antes de volver a sumarse en esa forma de narración que por momentos es un monólogo interior en voz alta. Ya con eso justifica su elección. Otra que suele acertar es Rooney Mara, que le pone el cuerpo a Lucy, la novia del joven, con sus problemas para lidiar con él cuando se pierde en sus conflictos. Mara, después del tour de force de “Carol” y de la energía desplegada como la segunda Lisbeth Salander, está holgadísima en el papel, aportándole espesor a un personaje que acompaña. Divian Ladwa hace lo propio como Mantosh, el hermano adoptivo, un personaje que no estaría en un guión original, es una de las complejidades del sustrato real: quizás su función actancial sea potenciar en Saroo el rol de “buen hijo” en contraposición. Ladwa logra mostrar el “raye” sin irse al exceso, y no es poco. Del resto podríamos destacar a David Wenham, el Faramir de “El Señor de los Anillos”: su John Brierley es medido, austero, pateando los centros para que cabeceen Patel y Kidman. Priyanka Bose tiene sus momentos de intensidad como Kamla, la madre biológica, y el juvenil Abhishek Bharate pone presencia física a Guddu, el hermano desencontrado. El resultado final funciona, evadiendo lugares comunes y moralizantes: la vida es eso que nos va pasando a pesar de nuestra voluntad, día tras día, pero también lo que nosotros le respondemos a los hechos.
Narración basado en una historia real, cuya finalidad es la de exponer las vicisitudes de un niño en el retorne a sus raíces luego de pasar una vida perdido, no puede tener otra culminación que un final feliz. Sino. le aseguro, nunca se hubiera publicado el libro y menos realizado la película. Dicho esto vayamos a los logros que sí posee la realización, pudiendo haber caído en el sentimentalismo absoluto, lo evitó, el recorrido nos enfrenta a un niño de cinco años viviendo en la India, en el año 1986, en zonas alejadas de la “civilización”, junto a su madre y sus hermanos. Viven de lo que encuentran, como pueden. El niño es Saroo (Sunny Pawar), siempre junto a Guddu (Abishek Bharsthe) su hermano mayor, no mucho, pero mayor. En una de esas incursiones Guddu demora más de la cuenta, Saroo se queda dormido en el vagón de un tren que arranca y se va de viaje a 1200 kilómetros de distancia: destino Calcuta. La ciudad es presentada como un monstruo que se va a fagocitar a ese niño que no puede establecer comunicación, pues habla un dialecto. La supervivencia de Saroo es un milagro, nada es mostrado, sólo la inteligencia natural del personaje para reconocer el peligro, digamos casi olerlo. En esta sección la cinta podría haber caído en el facilismo de mostrar como ese chiquillo fue avasallado de mil maneras. Pero, en cambio, lo mostrado alcanza para generar empatía y emoción por la simple historia. Saroo deambula repitiendo siempre la misma palabra, el lugar de donde proviene, pero el imposible lugar no tiene espacio en ningún mapa, juego de perversiones entre un dialecto y la pronunciación desde los 5 años. Termina en un orfanato, y de ahí, adoptado por una familia australiana, sin escala de Calcuta a Melbourne, y sin tiempo de adaptación Saroo se muestra agradecido. John y Sue Brieley (David Wenham y Nicole Kidman) son los padres adoptivos por elección Un año después llega otro infante adoptado, Mantosh, quien no tendrá (en la jerga la tela necesaria) la misma suerte de Saroo. Un salto temporal nos enfrentamos a Saroo (Dev Patel) ya de joven adulto, estudiante aplicado, pero en un momento el pasado se hace registro y algo detiene el devenir del tiempo: la necesidad de recuperar los orígenes se hace carne. Contará con la ayuda de Lucy (Rooney Mara) su novia, el apoyo incondicional de sus padres adoptivos, y claro está Google Maps, pues sin internet en la vida actual nada es posible y google es la magia siempre necesaria. Pero nada le resultara sencillo a Saroo, y así comienza la odisea del regreso. Plagado de fallos pues la memoria humana es el olvido, se recuerda lo que se puede no lo que se quiere. Saroo empieza a recordar, pero su memoria tergiversa muchas cosas, hasta su verdadero nombre. De estructura narrativa casi clásica, sin demasiadas pretensiones ni rupturas lingüísticas, ni estéticas, ni formales. Posiblemente el recurrir constantemente a imágenes de pobreza, exacerbada por la música que termina siendo contraproducente, sólo puesta en el formato de emocionar. A pesar de esto el film lo logra, con armas honesta, apuntalando lo políticamente correcto y una brillante actuación del inglés Dav Patel. Las seis nominaciones al Oscar ya son el premio.
El largo viaje hacia la esencia Saroo vive una infancia austera, al límite, pero feliz. Tiene 5 años, vive en un pueblito perdido de Calcuta (India) y su mayor divertimento es hacer equilibrio en las vías con su hermano Guddu y robar carbón de los trenes para comprar leche. La sonrisa que le devuelven su madre y su hermanita cuando él trae ese esperado almuerzo es la mejor paga del día. Pero una tarde Saroo (emotivo rol de Sunny Pawar) sale con Guddu y se pierde en una estación de tren. La misma vía que le generaba un momento de alegría fue la vecina directa de su calvario. Garth Davis tomó esta historia basada en un caso real y recorrió el derrotero de este niño, cuya vida cambia radicalmente cuando una familia australiana lo adopta y lo inserta en una realidad tan saludable y digna como lejana de sus raíces. Veinticinco años después, un joven Saroo decide lanzar un camino a casa, aunque el título original "Lion" le hace más honor a la película, y para eso habrá que ver los textos del final. La búsqueda de sus orígenes es el motor de la trama, llevada de la mano de un Saroo intenso (Dev Patel, firme candidato al Oscar). Esa angustia, el vínculo amoroso con una bella muchacha (la siempre efectiva Rooney Mara), la conexión con su madre adoptiva (impecable Nicole Kidman, posible ganadora de la estatuilla) y un desenlace lacrimógeno pero logrado redondean un filme disfrutable. Eso sí, llevar muchos pañuelitos de papel.
El mercado cinematográfico en Argentina es muy cambiante y, a veces, impredecible. Como es obvio, los tanques de grandes productoras llegan en tiempo y forma, pero las más pequeñas, tardan meses o bien, no llegan nunca y hay que quedarse con las ganas de verlas en una pantalla acorde y con buen sonido. Pero siempre hay excepciones, y de vez en cuando podemos ver films con poco delay entre su estreno en el mundo y nuestro país. Este es el caso de “Lion: Un camino a casa” (“Lion”, 2016), estrenada a mediados del 2016 en distintos festivales, el 25 de noviembre en Estados Unidos, y finalmente, el 19 de enero de este año en Australia. La cinta es una co-producción Australiana-Estadounidense-Inglesa dirigida por Garth Davis, debutante en largometrajes luego de haber trabajado en el corto “Alice” y habiendo dirigido algunos episodios de las series “Love of my way” y “Top of the lake”. “Lion” está inspirada en “A long way home”, novela autobiagráfica escrita por Saroo Brierley. La premisa del film, basado en una historia real, es la siguiente: En la India, dos hermanos, Saroo y Guddu, recorren su vida tratando de ganarse el pan para darle de comer a su madre y su familia. Sumado a la pobreza y miseria que viven allí, todo se agrava cuando Saroo se queda dormido en un tren y termina perdido en el medio de Calcuta, sin conocer ni el idioma ni a nadie. De ahí, será un viaje dónde pasará todo lo peor posible, hasta terminar en un hogar que le encuentra una familia en Australia. Allí conocerá a Sue (Nicole Kidman) y John Brierley (David Wenham), padres adoptivos, que le darán casa y amor hasta su adultez, donde veremos a un Saroo interpretado, ahora sí, por Dev Patel. A partir de aquí, será un viaje de introspección y búsqueda de un pasado arrancado a la fuerza, y donde Saroo deberá investigar sobre sus orígenes. Técnicamente es una película correcta, sin nada que sobresalte en demasía, lo más destacables es la fotografía, a cargo de Greig Fraser, con una paleta de colores cálidos, y algunos planos “Mirada de dios” a través de distintos escenarios y situaciones. Lo más llamativo en este campo son los planos a los paisajes naturales, como el mar, el desierto y algunos bosques. La música, de la mano de Volver Berltelmann y Dustin O’Halloran acompaña muy bien a lo largo de todo el largometraje. Aún con todos estos puntos a favor, el film tiene problemas de narración: La película no respeta orgánicamente la estructura de 3 actos. La introducción es demasiado larga, con un ritmo muy lento, se pierde demasiado en el nudo con escenas innecesarias que poco aportan a la trama, y el desenlace se torna muy rápido, haciéndote pensar y decir: ”¿Ya está?”. Afortunadamente, para un poco de cambio de aire, a mitad de película el ritmo cambia y se hace más activo con la presencia de Dev Patel en escena. Actoralmente es impecable, con grandes nombres en pantallas, liderados por Dev Patel, que cada vez actúa mejor y se saca de encima ese encasillamiento de Anwar en “Skins”, Jamal Malik en la galardonada “Slumdog Millionare”, y el horrible papel en la infame ”The last Airbender”. Este año también metió una gran actuación en “El hombre que conocía el infinito”, junto a Jeremy Irons. Los otros actores, Rooney Mara, Nicole Kidman y David Wenham cumplen con sus papeles de manera creíble, pero nada como para recordar. En definitiva, “Lion” es una película punzante y emotiva que nos hace reflexionar sobre el mundo, sobre la pobreza y la falta de oportunidades en ciertas partes del mundo. Visualmente sobresaliente, con algunos problemas de narración, cumple con lo cometido: Nos cuenta una historia y entretiene. Veremos si logra algún galardón en los Oscar. Todo lo recaudado será donado a chicos en situación de calle alrededor del mundo, una oportunidad para ver una película en el cine y a la vez, aportar. Puntaje: 3/5
Regreso al origen. Basada en una estremecedora historia real, llega a las salas ‘Un camino a casa’, una película llena de valor, emociones y grandes actuaciones. ¿De qué se trata Un camino a casa? Saroo, un niño indio de 5 años, se pierde en las calles de Calcuta, lejos de su casa y su familia. Tras vagar sin rumbo y ser llevado a un orfanato, es adoptado por una pareja australiana. 25 años más tarde, Saroo intentará ubicar a su familia de sangre. Los aciertos de ‘Un camino a casa – Lion’ Aunque se puede caer en la tentación de pensar que se trata de una simple película lacrimógena, ‘Lion’ es mucho más que eso. La primera ruptura interesante es como el relato se divide en dos – infancia/adultez- al punto que, si vale como referencia, la Academia ha nominado a sus actores protagonistas como actores de reparto (Dev Patel y Nicole Kidman). La primera mitad de la película cae completa sobre los hombros del pequeño y absolutamente encantador Sunny Pawar como Saroo niño y, cómo no decirles, el muchachito bien podría haberse ganado una nominación. Pero, ¿qué tiene de especial esta película? Finalmente, se trata de una gran historia que, además, es real. La vida de Saroo es verdaderamente cinematográfica y permite que el film hable de varias problemáticas. Lo que puedo decirte es que me pareció un eficiente e inteligente alegato a favor de la adopción, por ejemplo. Hay un diálogo entre Nicole Kidman y Dev Patel (que no te puedo decir para no spoilear) que es estupendo y emocionante respecto a por qué ella decidió adoptar. Se te sacude un poquitito el mundo. La búsqueda de la identidad, claro, es el tema fundamental. El director Garth Davis hizo un magnífico trabajo en esta película de dos horas de un relato que fluye y no se estanca nunca, te atrapa y no te deja escapar. ‘Lion’ es una película inspiradora y conmovedora que, sí, quizás te haga tambalear un poco las emociones, pero de buen modo, no ante la tragedia o el golpe bajo gratuito sino por la grandeza de sus personajes. Puntaje: 10/10 Título original: Lion Duración: 120 minutos País: Estados Unidos / Australia / Reino Unido Año: 2016