La dignidad ultrajada Un Minuto de Gloria (Slava, 2016), el tercer largometraje de ficción de los realizadores búlgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov responsables del film La Lección (Urok, 2014) es un relato sobre la corrupción estatal y social en el país eslavo y está basada en hechos ocurridos recientemente que los directores buscaron retratar desde un ángulo social y humano. Ambos films, La Lección y Un Minuto de Gloria son parte de una trilogía sobre el trabajo, las condiciones sociales, la corrupción social y la deshumanización, pero principalmente la dignidad, concepto clave que articula toda la cinematografía de los realizadores, sin el cual es imposible realizar cualquier tipo de análisis sobre el film. En medio de acusaciones de corrupción en el Ministerio de Transporte por parte de un periodista un trabajador del ferrocarril Tsanko Petrov (Stefan Denolyubov) encuentra en medio de las vías millones de levas (la moneda búlgara) desparramadas mientras realiza su recorrido diario. Al informar a las autoridades sobre el hallazgo sus compañeros lo critican por no quedarse con el dinero y el cuestionado ministerio utiliza el suceso para encumbrar a Petrov como un trabajador honesto, un ejemplo para la sociedad y hasta en un héroe de la República. En medio de la algarabía y la mala organización de la premiación el ministro ignora las denuncias de Petrov contra la corrupción extendida en el ámbito ferroviario y la jefa de relaciones públicas, Julia Staikova (Margita Gosheva), una acelerada mujer que piensa en el éxito todo el tiempo y está en un tratamiento in vitro para quedar embarazada, se lleva el reloj Gloria que el padre del trabajador le había regalado, una reliquia familiar con una inscripción del padre dedicada al hijo, para que le regalen un reloj digital nuevo. Esta acción es el punto central que desencadena todo el entramado de desinterés de los responsables del ministerio para con los trabajadores y con su dignidad y corona todo el destrato al que Tsanko es sometido por las autoridades que lo manipulan para sus intereses políticos. El film de Kristina Grozeva y Petar Valchanov es una crítica insoslayable sobre la política en la actualidad, interesada tan solo en la opinión pública y en la medición de encuestas, completamente alejada de la realidad de la ciudadanía a la que pretende representar. Al igual que en el opus anterior la acción se vuelve cada vez más acuciante y desesperante en el contraste entre la solicitud del trabajador y los intereses y la mentalidad de Staikova. En lugar de plantear solo una discusión acerca de la dicotomía entre corrupción y honestidad el opus compone una radiografía de la degradación social en la que los personajes se ven envueltos que se manifiesta en el desinterés por el trabajo, el escamoteo constante ante la desidia y la complicidad estatal y burocrática, y la tensión cada vez más apremiante en la vida moderna entre la vida personal y el mundo del trabajo. A través de severos primeros planos la cuestión de la dignidad se instala en la película envolviendo cada situación en un desarrollo imperioso sobre el drama que los personajes padecen. Un Minuto de Gloria mantiene así un tono tan severo como atrapante en un film de carácter marcadamente social en el que las contradicciones estallan próvidamente en los márgenes del capital remarcando los problemas de un país quebrado espiritualmente por la garra inmoral del neoliberalismo.
Bulgaria a la vuelta de la esquina. El 2016 se estrenó en las salas argentinas el film La Lección, de Kristina Grozeva y Petar Valchanov. Este año, la dupla de directores búlgaros llega con Un minuto de gloria, un film que redobla la apuesta y demuestra con creces lo que es el buen cine. De qué se trata Un minuto de gloria Con este título que suena tanto a deporte, en realidad es un ingenioso juego de palabras. Tsanko Petrov (Stefan Denolyubov) es un humilde trabajador ferroviario que se encuentra una pila de dinero en las vías del tren y decide devolverlo. El gobierno, agradecido por su acción, decide recompensarlo con un reloj que pronto deja de funcionar. Al mismo tiempo, Julia Staikova (Margita Gosheva), jefa de relaciones públicas del Ministerio de Transporte, pierde el antiguo reloj de Tsanko -marca Gloria-, una reliquia familiar que es el único objeto de valor que el hombre tiene. Razones para ir a ver Un minuto de gloria No pasan dos minutos desde que inicia el film y ya tenemos un primer conflicto planteado. ¿Qué hará este hombre con el dinero que se acaba de encontrar? Pero eso se resuelve pronto. Lo verdaderamente interesante de Un minuto de gloria es su completa crítica al, llamémosle, “sistema”. Y cuando digo “sistema”, con comillas, me refiero a toda ese engranaje que mezcla la burocracia con el descarado uso político que se hace de los más débiles. De la corrupción que lo empapa todo y llega a marcar la vida de un hombre que solo ajusta las vías del tren. Ese sistema corrupto que destroza todo lo que toca, con sus pilas de dinero y sus víctimas azarosas. Pará. ¿Te dije que es una película de Bulgaria no? Claro, es que todo lo que acabo de decir podría pasar acá a la vuelta y eso es lo genial. Bueno, lo trágicamente genial del asunto. Ver esta película búlgara, rompiendo ese prejuicio de que quizás es algo raro o lento o distinto, nos permite ver que, al fin y al cabo, no somos tan distintos, en lo bueno y en lo malo. Queda recomendada Entonces, tenemos una buena historia -basada en hechos reales- que parte de lo mínimo: la pérdida de un reloj. Y a partir de ahí, Kristina Grozeva y Petar Valchanov entregan una película donde todo está donde debe estar. Sin fallas. Ni una. Los actores destilan verdad y el ritmo no da tregua. El uso persistente de la cámara en mano es funcional al relato y aporta más y más verdad con una calculada desprolijidad que no molesta. Un minuto de gloria es todo lo que está bien en el cine. Entretiene tanto como deja pensando. Extraordinaria. Te digo más: una obra maestra. Tenés que ir a verla. Puntaje: 10/10 Dato: es la película seleccionada para los Óscar por Bulgaria. Merecido lo tiene 🙂 Título original: Slava / Glory Duración: 101 minutos País: Bulgaria Año: 2016
Llamar al protagonista de “Un Minuto de Gloria” (“Glory”) un héroe suena tan apropiado como burlón, o al menos eso se siente una vez se termina de ver esta producción búlgara que fue seleccionada por su país para representarlos en los Oscars. Perteneciente a un tipo de cine en el que lo visual y sonoro están para servir a un guion que utiliza a la trama y sus personajes para analizar nuestra realidad, lo mejor que tiene es llevarnos a ese lugar en el que nos podemos reír del ridiculamente cruel que a todos nos rodea. Un trabajador de las vías se encuentra con una cantidad imposible de dinero, entregándolo inmediatamente a las autoridades. Inicialmente recompensado por su acto, nuestro protagonista terminará siendo víctima social, peón político, maltratado por extraños y golpeado por conocidos. No tiene dónde caerse muerto y apenas puede hablar debido a su tartamudeo, aún así encontrarse una montaña de dinero fue lo peor que le paso en su vida. La gloria habrá sido corta, pero trajo consigo consecuencias que lentamente irán golpeando a nuestro héroe. Inevitablemente es un ejercicio cinematográfico por parte de sus autores: desarrollar el evento más mundano y curioso que encuentren apenas mencionado en algún diario. Pero afortunadamente, el producto que resulta termina siendo una experiencia lo suficientemente universal para ser disfrutada, en menor o mayor medida, por todo el que este dispuesto a buscarla. El evento de reconocimiento por su honestidad resulta irónicamente un ejercicio de falsedad, pantomima ideada por la otra protagonista del film y, como no podía ser de otra forma, concretada por un político corrupto. La co-protagonista es la jefa de relaciones públicas del ministerio de transporte, una ambiciosa joven que en su afán por controlar y vencer todo en el plano profesional (como también en su vida, ya que apenas si vive fuera del trabajo) se encargará de quitarle lo poco que tiene a nuestro pobre Tsanko. Lejos de disculparse o de intentar reparar el mal que hizo, su egoísmo logrará que las cosas vayan de inconvenientes a desastrosas: es nuestra mirada personal a la sociedad en general, incapaz de ver más allá de sí misma y lo suficientemente ensimismada como para herir, consciente o inconscientemente, a todo a quien tenga al lado. Esta apatía social no es la única temática que enfrentará esta suerte de comedia. La corrupción, el destrato entre clases, la soledad y la estigmatización social son temas abordados sin pudor por los directores Grozeva y Valchanov en esta su segunda parte de la “trilogía de recortes periodísticos”: historias basadas vagamente en una breve noticia, en este caso un artículo real sobre un trabajador de vías recompensado irrisoriamente por entregar a las autoridades más dinero del que jamás verá en su vida junto. Por momentos puede sentirse como un concepto estirado hasta alcanzar la duración de un largometraje. Su lentitud y tiempos no es para todos, más de uno seguramente no encuentre satisfactoria la velocidad en la que la trama no llega ni siquiera a gatear. Pero también es importante resaltar lo necesario de esa lentitud. Lo puntual de los silencios y pausas, la película son esa espera en tiempo real en el teléfono, aguardando que la operadora te comunique con otra operadora, el film es ese minuto entero donde vemos a nuestro protagonista buscar un nombre en una lista. Tsanko lentamente, y como puede, persiste en su forma honorable de vida a pesar de que todos se encarguen de complicarle las cosas. “Un Minuto de Gloria” propone identificarnos con su personaje principal mediante nuestra lucha diaria en donde nuestros co-protagonistas suelen ser al mismo tiempo unos crueles antagonistas.
Tsanko Petrov (Stefan Denolyubov) es un humilde trabajador ferroviario que se encuentra haciendo su trabajo habitual de mantenimiento de las vías cuando un billete llega hasta sus pies. Mira para los costados y sin entender su procedencia, lo guarda en el bolsillo. Luego la acción se repite con otro billete y cuando se quiere dar cuenta, está ante un bolso con un millón de levas -la moneda de Bulgaria.
La riqueza del que no tiene Hace unos días, Zama fue elegida para representar a Argentina en los premios Goya y en los Oscar. Para estos últimos se realiza una preselección donde cada país elige su película para mandar y es la Academia la que se encarga de seleccionar a las cinco que luego integrarán la categoría Mejor Película Extranjera. Un Minuto de Gloria es la enviada por Bulgaria para esa preselección y esta semana llega a los cines argentinos. Con una forma de filmar muy minimalista, hasta austera por momentos, Un Minuto de Gloria cuenta la historia de un trabajador ferroviario que durante una mañana de trabajo como cualquiera otra, mientras ajusta las tuercas de las vías de uno de los tantos sistemas de trenes búlgaros, encuentra un millón de levs (algo así como 500.000 euros) en billetes tirados a un costado de esas vías. El Ministerio de Transporte de la Nación, luego de una sencilla ceremonia, le otorgará un premio y lo erigirá como héroe ante toda la sociedad luego de que este humilde trabajador decida, tras el descubrimiento del dinero, llamar a la policía para devolverlo. Hablaba de minimalismo y austeridad fílmica porque los directores Petar Valchanov y Kristina Grozeva tomaron la decisión de hacer foco en la historia y mostrarla a partir de encuadres clásicos, sin música de ningún tipo y sin recurrir tampoco a saltos temporales violentos u otros recursos técnicos que desvíen la atención de los hechos que se desarrollan en pantalla. Esto le aporta no sólo verosimilitud al relato, sino la sensación de estar viendo algo cotidiano, terrenal, con personajes que, aun siendo contrapuestos entre sí, nos obligan a realizar ese ejercicio de empatía para ponernos en su lugar en todo momento. Y esto no lo hace desde la subjetividad de un protagonista heroico y de cuya heroicidad los demás abusan para que el espectador se conmueva con él y condene a los que se aprovechan de su situación ya que en una historia, cuyo protagonista experimenta exactamente eso, el discurso de la película se mantiene lejano a cualquier tipo de toma de posición, mostrando a cada uno por lo que es y dejándole al espectador el trabajo de juzgar. Y al hacerlo desde esa distancia consigue darle la complejidad adecuada a ese personaje principal pero también a sus antagonistas, que no toman decisiones desacertadas porque sí sino por las circunstancias que los rodean, por eso es también interesantísimo ponerse en su lugar y entenderlos. Párrafo aparte merece la actuación protagónica de Stefan Denolyubov que logra la difícil tarea de transmitir todo tipo de emociones desde un personaje hosco, reservado y que habla muy poco a partir de un impedimento físico que no le permite expresarse oralmente como quisiera. Ese doble reto, con lo desafiante que siempre es componer a un personaje con alguna discapacidad, queda resuelto con abrumadora brillantez por un Denolyubov que sabe cargar con el peso protagónico del relato pero dejándole el espacio suficiente al resto de los personajes que son los que narrativamente hacen avanzar a la historia. Un Minuto de Gloria es la historia de un hombre común, que fue premiado por un acto que de común no tiene nada y que, en un contexto de idolatría y entrega de premios (el Ministerio de Transporte lo condecora con un bonito reloj pulsera por haber devuelto el dinero) sigue sosteniendo esa humildad y simpleza del trabajador que nunca conoció otro mundo más que el del esfuerzo y el sacrificio, cosa que queda demostrada en el principal objetivo que lo moviliza y que consiste en recuperar su antiguo reloj, ese que le sacaron en la ceremonia de premiación para poder darle el nuevo y que, en medio de la conmoción y la organización, la encargada de prensa del Ministerio perdió. Una historia que por su enorme simpleza logra una profundidad humana gigantesca.
Con el auspicio de OtrosCines.com se estrena en 11 salas argentinas esta nueva película de los directores de La lección, que tuvo su lanzamiento en la Competencia Internacional del Festival de Locarno y fue premiada también en otra veintena de muestras como las de Gijón, Edimburgo y Transilvania. Una apuesta inteligente y provocadora sobre la manipulación mediática, la utilización del heroísmo, las diferencias de clase y la corrupción social. Otro notable exponente del hoy de moda cine búlgaro, que parece seguir los pasos en cuanto a inteligencia y solidez de las películas rumanas. Los cineastas búlgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov filmaron la segunda entrega de su trilogía sobre la inmoralidad humana. Tras recrear, en la aclamada La lección, un suceso real sobre una profesora de secundaria que tomó medidas desesperadas para salvar a su familia de un desahucio, los directores vuelven a poner en escena un absurdo episodio transcurrido recientemente en Bulgaria. En esta ocasión, el film está protagonizado por Tsanko Petrov (Stefan Denolyuboc), un humilde y veterano trabajador del ferrocarril que terminará sus días siendo víctima de la burocracia gubernamental y la estupidez humana. Si La lección arrancaba con un pequeño sacrificio monetario en favor de la ética –la docente obliga a sus alumnos a dar dinero a la chica que ha sido robada por uno de sus compañeros–, Un minuto de gloria comienza con un acto de honradez que desbanca los intereses económicos individualistas. El viejo Tsanko, que apenas llega a fin de mes con su mísero sueldo como controlador del estado de las vías desde hace 25 años, encuentra una suma de dinero desorbitada que no duda en entregar a las autoridades. De la noche a la mañana, la televisión pública convierte al ciudadano de a pie en un héroe nacional. En cambio, sus compañeros de trabajo -muchos de los cuales se ganan un dinero extra robando combustible- se burlan de él llamándolo “el mayor necio de Bulgaria”. Paralelamente, el gabinete de prensa del Ministerio de Transporte -que intenta salir de una serie de denuncias de corrupción por la compraventa de vagones- organiza un encuentro entre el ministro y el héroe, donde el primero entregará al segundo un reloj de última tecnología para felicitarle por su conducta intachable. Durante el metraje previo a la ceremonia de premiación, el film recopila todo tipo de fechorías, mentiras y demás actos egoístas que llevan a cabo los miembros del Ministerio; en especial, la jefa de comunicación y relaciones públicas, Julia Staijova, encarnada por la protagonista de La lección, Margita Gosheva. No parece casual que Gosheva interprete a la villana desalmada de Un minuto de gloria, dado que hay múltiples roles que se invierten de la primera a la segunda parte de la trilogía: el aquí incorruptible trabajador del ferrocarril fue antes uno de los malhechores que quería aprovecharse de la maestra de La lección. Tras el acto conmemorativo, Tsanko regresa al ministerio para recuperar el reloj de pulsera que le quitaron cuando le obsequiaron el nuevo. Sin embargo, a su llegada, le espera una triste realidad: nadie quiere escuchar al antiguo héroe. De entrada, Un minuto de gloria puede resultar un retrato tópico de la lucha de clases en la Bulgaria contemporánea, donde unos villanos acaudalados aniquilan a unos honrados trabajadores. Sin embargo, el quinto trabajo de los autores de Forced Landing va un paso más allá, sirviéndose del cine social para reescribir El castillo, de Franz Kafka, lo que brinda un estallido de violencia final jamás visto en la filmografía del dúo con resultados tan valiosos como inquietantes.
La pesadilla de un campeón moral Enviada por Bulgaria a los Oscar, cuenta el laberinto en el que se mete un hombre que devuelve dinero que encontró. Todos aquellos que el año pasado no advirtieron el estreno de la excelente película búlgara La lección, ahora tienen una nueva oportunidad de disfrutar del talento de Kristina Grozeva y Petar Valchanov. Un minuto de gloria -enviada por Bulgaria a los próximos Oscar- es la segunda entrega de una trilogía que esta dupla de directores planea filmar bajo la misma premisa: una noticia real como disparador de las historias. Al revés de thrillers como Tumba al ras de la tierra o Un plan simple, que arrancan cuando los protagonistas encuentran una fortuna y se la quedan, aquí se cuenta qué pasa cuando el autor del hallazgo es honesto y devuelve el dinero. Toda la ficción se basa en el caso verídico de un empleado ferroviario que se topó con una pila de billetes en las vías, avisó a la policía y recibió como premio, de manos de un funcionario, un reloj que a las dos semanas dejó de funcionar. Con parentesco con el cine rumano por el foco en la temática social, la filmación, cámara en mano, iluminación y escenarios naturales, y un agudo sentido del humor, Grozeva y Valchanov muestran cómo la vida de este campeón moral se convierte en una pesadilla al entrar en el laberinto de la burocracia y las maniobras de la jefa de prensa del Ministerio de Transporte. Cuentan con dos enormes actores -Stefan Denolyubov y Margita Gosheva, que también se lucieron en La lección-, una asombrosa habilidad para entrelazar drama y comedia, y una gran sensibilidad para pintar los más profundos recovecos del alma humana.
La realidad búlgara, vista con ojo crítico El tiempo que pasa y la voz anónima que nos lo recuerda en el teléfono no ocupan porque sí desde el comienzo la banda sonora de Un minuto de gloria, esta notable coproducción búlgaro-griega de los realizadores de La lección, Kristina Grozeva y Petar Valchanov. Y no sólo porque en la pequeña anécdota que les sirvió como punto de partida (un trabajador ferroviario que devuelve un maletín con dinero que encuentra por azar) tiene decisiva incidencia la desaparición de un reloj pulsera de especial valor afectivo para el protagonista, sino porque esa breve historia les permite a los directores retratar críticamente una realidad (el aparato burocrático, para empezar) denunciada frecuentemente por el cine del este europeo.
La contrariedad de ser honrado Un guardavías provinciano, retraído, tartamudo, solitario y de pocas luces pero mucha rectitud, encuentra dinero ajeno y hace lo que hace cualquier persona decente. Pero ese gesto es aprovechado por los vivos del Ministerio de Transporte como una cortina de humo que disimule las feas noticias de corrupción en dicho organismo. Llevan al hombre a un acto público, le quitan por un momento su viejo reloj a cuerda, recuerdo del padre, y el ministro en persona le entrega otro más moderno. También le dan flores, diploma. El problema es que el moderno atrasa, y el bueno ni saben dónde lo dejaron. Luego se ofenden ante el menor reclamo. El suceso es aprovechado por los vivos de la televisión. La cosa va in crescendo, y no es cómica para nada. A lo sumo, provoca una sonrisa amarga. El final, en cambio, provoca otra clase de sonrisa: de rabiosa satisfacción, y de espanto. Basada en hechos reales, ésta es la segunda película de Kristina Grozeva y Petar Valchanov, los autores de "La lección". Y es todavía mejor, más fuerte, y con la misma actriz, Margita Gosheva, que acá hace de mal bicho casi hasta lo último. Detalle anexo: el título original, "Slava", significa "gloria", y alude tanto al minuto referido como a una vieja marca de relojes muy cumplidores, que ahora los fabrican los chinos.
Un minuto de gloria, de Kristina Grozeva y Petar Valchanov Por Gustavo Castagna Como si el gran cine rumano de los últimos años, el más sutil y aquel de trazo más grueso, se hubiera tomado un avión desde Bucarest a Sofía, el estreno del film búlgaro Un minuto de gloria, realizado por la dupla Kristina Grozeva y Petar Valchanov, refleja el lado oscuro de una sociedad, su costado corrupto, su fachada televisiva, su división de clases, su autoritarismo político que se entromete en la privacidad de los personajes. Hace un año se estrenó La lección, film concebido por los mismos cineastas, y ahora, el argumento de Un minuto de gloria amplía sus pretensiones al profundizar en un hecho menor que comenzará a adquirir trascendencia. Tsanko, un veterano controlador del estado de las vías férreas, encuentra una importante suma de dinero que devuelve a las autoridades. De allí en más aparecerá la zona oscura y poco confiable de una sociedad: la televisión como manipuladora del poder, el Ministerio de Transporte que pretende encubrir un hecho de corrupción, los compañeros de trabajo de Tsanko que se mofan del nuevo “héroe nacional” En el medio, el personaje central, atribulado por semejantes manipulaciones, en especial, aquellas que provienen de las decisiones que toma Julia Staijova (Margita Gosheva, estupenda actriz, vista en La lección), que en su privacidad está fecundando una criatura. La batalla moral se establece desde la ingenuidad de Tsanko y el cinismo de la funcionaria gubernamental, también de su equipo de trabajo, y de un entorno en donde el trabajador es ridiculizado debido a su benéfica acción por casi todo el resto de la sociedad. Un par de escenas muy cargadas desde el punto de vista dramático contrastan con otras más finas y sutiles, como aquellas en donde Tsanko queda por unos minutos sin pantalones o al momento en el que debe sacarse fotos con el ministro para el regocijo gubernamental y periodístico. En paralelo, la historia de la futura madre y de su pareja no funciona como contrapeso dramático del núcleo central. El detonante argumental, en cambio, será un reloj obsequiado por el gobierno al buen ciudadano, conformando un aspecto esencial de la trama que no conviene desarrollar ni contar en estas líneas. Es que la violencia interna y contenida de los personajes, junto a sus decisiones extremas, se relacionarán con ese reloj, también con otro, fundamentales ambos para comprender el lado oscuro y siniestro de una sociedad como la búlgara. O de cualquier sociedad en donde el poder y su desmesura actúan sin culpa alguna. UN MINUTO DE GLORIA Slava. Bulgaria/Grecia/2016. Dirección: Kristina Grozeva y Petar Valchanov. Intérpretes: Stefan Denolyubov, Margita Gosheva, Milko Lazarov, Kitodar Todorov, Ana Bratoeva, Nadejda Bratoeva, Nikola Dodov, Stanislav Ganchev, Mira Iskarova. Guión: Kristina Grozeva, Petar Valchanov y Decho Taralezhkov. Fotografía: Krum Rodriguez. Música: Hristo Namilev. Edición: Petar Valchanov. Duración: 101 minutos.
Un minuto de gloria es una película de la que no se espera demasiado, tal vez porque hoy en día prejuzgar es fácil, pero este film proveniente de Europa del Este es una de las sorpresas del año y sin dudas es necesario tenerlo en cuenta. La historia es simple: un trabajador ferroviario llamado Tvanko Petrov (Stefan Denolyubov) encuentra en una de sus salidas rutinarias una cantidad millonaria de billetes en plenas vías del tren. Tvanko no duda ni un segundo en avisar a las autoridades correspondientes, las cuales lo declaran un héroe ofreciéndole una breve -y tal vez falsa- gloria y un reloj; ese es el momento en que Un minuto de gloria (Slava, 2016) se aleja de la trama rutinaria y explora los rincones clandestinos del poder. Como si fuera uno de los episodios de la película Relatos Salvajes de Damián Szifron, este film busca atrapar al espectador con momentos que se asemejan a la vida real. El “son así”, “esto pasa acá también” va a estar presente continuamente en la mente de todo aquel que elija ver la película; las situaciones que se van presentando a Tvanko son asombrosamente verídicas, ya que pueden suceder en cualquier momento y a cualquier persona. Tvanko es un trágico héroe social, un“Bombita Darín” exportado de los Balcanes. En actuaciones, Un minuto de gloria demuestra más sorpresas. Stefan Denolyubov y Margita Gosheva funcionan como el ying y el yang actoral de esta historia; mientras él se muestra frágil e indefenso a los acontecimientos, ella controla implacablemente todo momento aplicando acción y reacción en los ideales de su personaje. De todas formas, lo que se destaca sin lugar a dudas, a pesar de la vociferación de grandes palabras de parte de estos dos grandes actores, es la complicidad de ellos con la cámara; los silencios son adecuados para cada momento y al mismo tiempo absolutamente hilarante la forma en que Kristina Grozeva y Petar Valchanov -sus directores- los presentan. Un minuto de gloria peca por ser predecible; el espectador se da cuenta que tarde o temprano la justicia va a estar presente entre toda esta serie de eventos desafortunados, no obstante, su guión es astuto, directo y engancha lo suficiente para mantenerse a flote en los 90 y pico de minutos que dura el largometraje. Francamente, esta película es una GRAN OPCIÓN si se quiere disfrutar del género comedia negra; el karma está a la orden del día y es un justo representante para Bulgaria en la próxima entrega de los Premios de la Academia.
De los directores Kristina Grozeva y Peter Valchanov, los mismos de la “La lección”, otra vez se basan en un hecho real para retratar las reacciones humanas y las relaciones con el poder, donde la línea ética se transgrede siempre. En este caso un solitario trabajador del ferrocarril, testigo de la corrupción chica de sus compañeros, encuentra en un paraje solitario un bolsón lleno de dinero. Y decide devolverlo. Justo en ese momento un caso de corrupción mayor es investigado y la jefa de relaciones públicas del ministro de Transporte decide que hay que utilizar a ese héroe para lavar la imagen pública del funcionario. Comienza ahí una trama kafkiana, donde al pobre trabajador lo obligan a una exposición pública, lo utilizan sin compasión a su tartamudez, y le sacan su reloj (un regalo de su padre con inscripción incluida) para que el ministro le regale uno trucho que no entiende. Su reclamo por la reliquia familiar pone en evidencia como los medios son tan utilitarios como esa despiadada funcionaria que no se detiene ante nada para lograr sus objetivos. Es una maquinaria siniestra que pone al descubierto la corrupción, la indiferencia a lo humano, la violencia. Y describe como un verdadero descenso a los infiernos como un decente y bienintencionado humano es destruido meticulosamente por los que tienen alguna porción de poder. Una visión durísima, con grandes actores, un lenguaje cinematográfico muy logrado, que se asemeja al periodístico.
Los realizadores búlgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov proponen en “Un minuto de gloria” (Slava, 2016), una dura mirada sobre la política y los daños colaterales que pueden traer cuando el desprecio y el desinterés por el otro imperan, cuando las cortinas de humo se esparcen frente a los hechos y cuando el dinero marca el ritmo de la vida. Es curioso que las últimas producciones originarias de ese país trabajen con este tópico, muy frecuentemente, pero todas con una mirada diferente, que tratan de independizarse del resto del corpus. Así, en “Un minuto de gloria” cada personaje es colocado de manera precisa, digitada, pensada, y los diálogos refuerzan cada una de las escenas e intervenciones de los mismos, escapando al lugar común y generando una visión diferente sobre la vida social y la política. La película arranca con la presentación de Tsanko, un humilde empleado ferroviario, al quien hace algunos meses le adeudan su salario, encontrando en las vías del tren una gran suma de dinero, su origen y humildad hacen que lo devuelva y a partir de ese momento comienza su debacle. Una relaciones públicas del gobierno, inescrupulosa, vil, despreciable, manipuladora, tomará la historia de Tsanko como posibilidad de reforzar el status de un político que esconde bajo la alfombra su verdaderas intenciones e identidad. Entre esos dos personajes Gorzeva y Valchanov van urdiendo su relato, arman un rompecabezas con giros hasta la última escena para una historia de corrupción y mentiras que terminan por generar la tensión necesaria para que el conflicto estalle a cada momento. Los directores prefieren la presentación ante que el juzgamiento, por este motivo esa relacionista es descripta no sólo como un ser profesional, sino, también, como mujer deseante y con anhelos, con una pareja que la contiene en lo que puede. Por otro lado estará el empleado humilde, aquel que decidió con el corazón qué debía hacer con el dinero, un hombre ingenuo, víctima de constante bullying, capaz de pelear hasta el último aliento por aquello que considera justo. El título original del film hace referencia a un reloj, disparador de situaciones increíbles en el relato, y que en el fondo revelan el costado más duro de una película necesaria y realista sobre el universo político y sus consecuencias. Ese reloj es la anécdota para que los mecanismos de ocultamiento y la mentira florezcan en esa RR.PP que pierde el rumbo ante cualquier evento fortuito, algo que le juega en contra en sus deseos irrefrenables de ser madre. “Un minuto de gloria” refiere a los 15 minutos de fama de Tzenko, a la exposición en la que se ve envuelto muy a pesar suyo y a los intentos denodados de acercarse a la verdad y recuperar aquello que le fue quitado. Se suma un tercer personaje clave, un periodista anti corrupción que buceará en la vida de Tzenko para exponer a los políticos (los malos, malos en la propuesta), los engaños, la corrupción y la oscuridad del sistema.
Moralejas sobre el mundo empresario inhumano. La fábula es una forma didáctica de la ficción, invariablemente rematada en una moraleja que encierra, como su nombre lo indica, la moral del cuento. ¿Es la fábula en todos los casos un género protagonizado por animales, como las de Esopo o La Fontaine? No, esa es sólo la variante más conocida. ¿Es un género infantil? Tampoco, aunque las fábulas infantiles, como las de los autores antes nombrados, sean las más divulgadas. ¿Puede una fábula ser política? Una fábula puede ser cualquier cosa. Política también. De origen búlgaro y basada en asombrosos hechos reales, Un minuto de gloria narra la confrontación entre un humildísimo, casi inconcebiblemente honesto trabajador ferroviario y el Estado, con resultados de prever. Como en toda fábula, la moraleja tiende a clausurar el sentido último de Un minuto de gloria, convirtiéndola en lo que seguramente nadie se propuso que fuera: un objeto “de denuncia” de consumo, como aquellas canciones de los 60 y 70. Objeto de mensaje claro y villanos ídem, de modo que el espectador queda absuelto, ocupando el cómodo sillón del fiscal acusador. Fábula moderna, Slava (título original) es una sátira negra. Trabajador especializado en el ajuste de tuercas de los rieles, el casi lumpen Tsanko Petrov (vive en musculosa, parece no lavarse el pelo desde hace semanas ni afeitarse la barba desde hace meses, desayuna en su choza llena de moscas comiendo directamente de una olla) escucha por la mañana una denuncia televisiva de corrupción al máximo nivel del Ministerio de Transporte, sale a hacer su trabajo, se cruza con unos que están robando nafta de una locomotora y de pronto encuentra un billete en la vía. Se lo guarda. Unos metros más adelante, otro billete. También se lo guarda. Hasta que encuentra una montaña de billetes tirados entre los durmientes, volándose, y como es un tipo honesto no se los guarda. Primera moraleja, paradójica: más le valdría habérselos guardado, porque la Jefa de Relaciones Públicas del Ministerio de Transporte y su equipo van a manipularlo como a un pelele. Tsanko, que además es tartamudo –lo cual complica seriamente sus posibilidades comunicacionales– más o menos se la aguanta, medio confundido, medio huraño, hasta que Julia Staikova, la Jefa de Relaciones Públicas, le pierde su amado reloj pulsera, el que le regaló el padre. Ahí sí, se pudre todo. Tres años atrás, los realizadores Kristina Grozeva y Petar Valchanov se habían hecho conocidos en el circuito de festivales con La lección, otra fábula moral y anunciado inicio de una trilogía. En un reforzamiento del maniqueísmo inherente a toda fábula, el guión –escrito por los propios Grozeva y Valchanov, junto a su colaborador Decho Taralezhkov– narra en paralelo las desventuras del pobre Petrov –presentado poco menos que como un animalejo que además se priva de hablar, por complejo de inferioridad– y el muy esquemático perfil de ejecutiva moderna de Julia Staikova, siempre embutida en un ajustadísimo tailleur, siempre apurada, siempre hablando por uno o dos celulares. El mundo empresario es inhumano, sugieren los realizadores sin descubrir la pólvora. Lo hacen exhibiendo a Staikova más interesada en su trabajo que en su propio tratamiento de inseminación, junto a un sufrido marido. Pequeño pero significativo matiz, no se sabe si introducido por la excelente actriz Margita Gosheva o debido a los propios realizadores, la caracterización de la ejecutiva va en contra de la definición del personaje, generando una empatía que permite hacerla zafar en parte del estereotipo de “bruja” que el guión parecía tenerle marcado a fuego.
Un minuto de gloria, codirigida por Kristina Grozeva y Petar Valchanov, cuenta las desventuras de Tzanko Petrov, quien por cosas del azar termina perdido en medio de la burocracia de un corrupto sistema de gobierno. El señor Petrov es un humilde trabajador ferroviario que en una de sus recorridas encuentra millones de lev (la moneda de Bulgaria) y que, gracias a su honradez, denuncia lo encontrado a la policía. La encargada de Relaciones Públicas del Ministerio de Transporte, -organismo sumido en un escándalo de corrupción-, ve esto como una oportunidad para limpiar al ministro ante la opinión pública y, entonces, cita a Tzanko Petrov para ser premiado por sus valores. Pero la desidia y el desinterés con que la política (oficial y opositora) trata al héroe del momento, sólo logran enredar más la imagen del ministro, al mismo tiempo que arruina la, hasta ahora, tranquila vida del protagonista. El gran punto de interés de este film búlgaro es que todos los acontecimientos pueden ser tranquilamente traspolados a cualquier país del mundo, principalmente a los de Latinoamérica, donde la corrupción en las altas esferas se ve traducida en más corrupción hacia abajo y un grave detrimento de la calidad de vida de sus ciudadanos. Con mucho humor (negro, obviamente) y mucho sarcasmo, el personaje de la RRPP Staykova, encarnada por Margita Gosheva, muestra cómo el desinterés por el factor humano y la despersonalización (que en su caso también se refleja en su vida marital) son una parte central en la vida cotidiana de los seres humanos hoy día. El guion de Un minuto de gloria logra desde el primer momento un clima de desesperación intenso, pero no por eso intolerable. La burla constante a la sociedad, incomoda al principio, pero se vuelve muy graciosa a medida que avanza la trama y la Staykova se va comportando cada vez peor. Las actuaciones son realmente sobresalientes. No sólo la de los funcionarios, Stefan Denolyubov compone al protagonista con un realismo tal que, en muchos momentos, el espectador se olvida que está viendo una ficción.
¿Un relato salvaje búlgaro? Sí, pero a diferencia del autóctono filmado por Szifrón, acá sabemos quiénes son los buenos y los malos. No hay lugar para la confusión. Se puede estar en desacuerdo sobre el trazo grueso en la descripción de los personajes y en el carácter determinista de ciertas situaciones, no obstante, es bueno que una película nos recuerde el estado de podredumbre moral que recorre gran parte del mundo, de explotación, de garcas que se regodean entre banquetes y ágapes mientras generan miles de pobres por minutos. Ese universo dividido en dos es el que muestra Un minuto de gloria. El disparador de la trama es el que tantas veces hemos visto en filmes de suspenso. Tsanko Petrov es guardavías, vive solo en un lugar humilde con sus conejos y encuentra una enorme suma de dinero. De entrada queda de manifiesto la capacidad de los directores para manejar las elipsis como la voluntad por dejar en claro que la moral de un trabajador es la antítesis de la de los funcionarios inescrupulosos que dirimen los asuntos en escritorios y sin despegarse un minuto del celular. La honestidad de Petrov vale mucho como gesto en el imaginario del espectador, sin embargo, lo conduce a un camino donde la corrupción (obrera y política) alterará su destino. En esa polaridad, la otra punta es una mujer que rinde pleitesía al ministro. Se llama Julia Staijova y es capaz de vender a su madre con tal de que no se desarme su estructura burocrática. Vive para el trabajo y atiende los reclamos aún en los momentos en que se somete a un tratamiento de fertilización. Es la cara visible del castillo kafkiano que utilizará a Petrov mediáticamente, que lo despojará de su bien más preciado, un reloj familiar heredado, que se reirá de su tartamudez y que, finalmente, querrá sacárselo de encima. Hay una gestualidad con pocas palabras, que contrasta con la histeria verbal de gente encerrada en la burbuja política dispuesta a someter a los otros al espectáculo más humillante. En este sentido, el protagonista queda atrapado en una maraña manipuladora (como el Sr. K del escritor checo) cuya lógica es la del reality: un minuto de gloria deviene necesariamente en una pesadilla. El recorrido de ambos personajes es seguido por una cámara nerviosa que oscila entre un registro documental de los espacios y los planos cerrados. Seguramente se discutirá sobre el final, no obstante ¿qué se puede esperar cuando el poder es corrupto, ejerce una violencia capaz de provocar indigencia, explotación y degrada a las personas hasta llevarlas a límites insospechados con la complicidad de una justicia ausente, en todos sus órdenes, para los más necesitados? Lo que se puede esperar es la otra justicia, la del ojo por ojo y diente por diente. A los que le perturbe la moraleja de la película, deberían reparar en ello. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
En busca de la dignidad perdida Cuando una película es buena, la trama se desliza como el pan en la manteca. El maridaje narrativo entre guión e imagen se consolida cuando el resultado final es una película como Un minuto de gloria (Slava, 2016). Lo que parece tan sencillo como una historia simple y bien contada aparece en los ojos del espectador apenas comienza a seguir los pasos de Tsanko Petrov (Stefan Denolyubov), un trabajador de ferrocarril que se encuentra un millón de levs - algo así como 500 mil dólares- y decide devolverlos. En un mundo viciado por la codicia, el éxito inmediato y las decisiones a favor del capital, ese gesto se convierte en una doble entrega. Por un lado, la actitud noble del personaje sirve para desenterrar la leyenda del honor búlgaro que se ahoga en el mar de burocracia y personajes que intentan quedarse con todo; hasta con las buenas acciones de un ciudadano. Por otro, una posibilidad del personaje principal, llevado en gran nivel actoral por Denolyubov, de encontrarse a sí mismo y seguir siendo fiel a sus principios. Un minuto de gloria es un intento de recuperar la dignidad perdida. No sólo la del personaje principal, sino la de toda una sociedad corrupta. Una metáfora de cómo el mando político se desmarca y condena las buenas acciones con tal de no quedar pegado en la honestidad del ser humano. Los directores Kristina Grozeva y Petar Valchanov (La Lección, 2014) destilan una profunda acidez en el guión que envuelve la trama de un sentido del humor bien elaborado para castigar el capitalismo deshumanizado de una sociedad perdida. Personajes tan amigables y estrafalarios como crueles y sin amor se cuelan en el rizoma tragicómico de un universo que suena muy cercano a cualquier latinoamericano que conozca un poco del accionar corrupto del cóctel burocracia, política y medios de comunicación. Acompañan en buena sintonía actoral los principales, Margarita Gosheva, en el personaje shakespereano tragicómico de Julia Staykova, Kitodar Todorov (Valeri) y Milko Lazarov (Kiril Kolev). Un despliegue interesante de todos ellos, que hace pensar seriamente en los productos comerciales y la poca difusión del cine más allá de la europa clásica. La trama dura de humor negro -que no deja títere con cabeza- por momentos peligra con caer en una dicotomía de personajes buenos y malos que desplaza el eje principal. Sin embargo esa falta de grises muy acentuada se comprende al desembocar en un final que acomoda los tantos y no deja dudas. Una cita anónima que se extendió en el tiempo dice que cuando nacemos ya sabemos llorar y que venimos a la vida para aprender a reír. El humor despiadado de Un minuto de gloria puede servir para continuar ese aprendizaje, pero también avanza un poco más y no sólo deja sonrisas sino que también interpela sobre las cosas que realmente importan en la vida: valores humanos como la solidaridad y la bondad.
Los santos inocentes Este filme de origen búlgaro, “Rara Avis” dentro de la cartelera argentina, se instala como una gran muestra de la globalización que se sustenta en dos variable principales, por un lado el ensanchamiento de la brecha entre las clases sociales; por el otro nos enfrenta a la corrupción nuestra de cada día, establecida desde ya en el poder de turno. De hecho todo se va construyendo en paralelo entre dos historias que tienen a los personajes principales de cada uno como el punto de conexión de ambos relatos en uno nuevo. Protagonistas absolutos en las propias, antagonistas en la que los une por obra del destino, o del guión escrito, establecido, construido, con precisión de “relojería”. En un inicio va configurando a sus criaturas de manera clara, concisa, por un lado nos presenta a Tsanko Petrov (Stefan Denolyubov), un ermitaño en el mejor sentido de la palabra, trabajador de los ferrocarriles estatales, donde su labor es solitaria también, y no por casualidad, sus principales pasatiempos son el cuidado de sus conejos y mantener en funcionamiento “su” reloj marca “Gloria”. Por otro, y en montaje paralelo, nos muestra a Julia Staikova (Margita Gosheva), como una mujer en la cima de la escala social, o casi, iniciando con su pareja un tratamiento de preservación de embriones, los celulares suenan de manera continua, pero ella ahora no tiene tiempo para ser madre de nadie. Y a la metonimia de la historia que se narra se contrapone la metáfora de los tiempos que vivimos, más allá de las diferentes latitudes, metáfora que se explicita a medida que se desarrollan los acontecimientos en el relato principal. El tiempo que uno, Tsanko, necesita para establecer sus necesidades cotidianas, también es mostrado en antítesis por la supuesta falta de tiempo en Julia pero sin poder dar cuenta que su reloj, el biológico, avanza inexorablemente, las ansias de poder enceguecen a la mayoría y ella no es una excepción. Tsanko es tartamudo, retraído, vive apartado de la sociedad, casi de manera precaria, pareciera desde el origen, producto de su defecto del habla, Julia por su lado es locuaz, verborragica, avasalladora, decidida, con la idea de poder tener, desde el “poder”, todo bajo control, pero algo del orden de la imprevisibilidad humana siempre se hace presente. Una mañana, mientras se prepara para su trabajo cotidiano, Tsanko escucha en las noticias como se desarrolla la investigación por el caso de corrupción y malversación de fondos públicos en el ministerio de transporte. (Si le resulta familiar, es pura coincidencia) Esa mañana mientras realiza sus tareas cotidianas descubre, en su recorrido habitual, una bolsa llena de dinero, una fortuna, resolviendo denunciar el hallazgo a las autoridades. Esta situación deriva en ser utilizado por le poder de turno, como una pantalla, una nube de humo para tapar la noticia de desfalco, instalándolo como icono de honradez del trabajador público. Simultáneamente el periodista que investiga al ministro y su equipo descree de todo esto y decide seguir a nuestro héroe, tartamudo, que cuando puede hablar, dice, más lo que dice no quiere ser escuchado por nadie. Lo muestran, lo exhiben, lo premian en vivo y en directo por TV, le dan un reloj moderno, y le quitan el suyo. Luego de las pasarelas lo abandonan, su reloj desaparece, el nuevo deja de funcionar casi inmediatamente. Él reclama por lo que le pertenece pues su reloj tiene un valor personal, histórico-familiar, pero es un pobre hombre, visto como un incapaz intelectual. Casi en el orden estructural del cuento de León Tolstoi “El billete falso”, llevado al cine por Robert Bresson en “El dinero” (1983), constituyendo el recorrido hacia lo más profundo de la desazón humana de un personaje que hizo lo correcto, el reloj seria el elemento de sustento del relato en tanto recorrido de su dueño. Los directores y guionistas Kristina Grozeva y Petar Valchanov presentan en esta tercera película de su autoría, segunda que se estrena en la Argentina, la anterior fue la muy buena.“La lección” (2014), retomando el tema principal de la dignidad humana. Desarrollada como una sátira, con más humor negro que de otros colores, va derivando en situaciones que aparecen como inevitables cuando un ciudadano común y corriente se enfrenta contra el poder de turno. De estructura lineal clásica, la historia se desarrolla de manera progresiva, haciendo su punto fuerte en el discurso sin olvidar que la acción de los personajes hace avanzar al texto. Con un diseño sonoro casi sin música, el sonido directo puesto de tal manera que hasta lo hacen jugar como personaje, tanto como expresión del realismo a ultranza en que se instala toda la realización. La utilización de la cámara en mano, trabajada como forma de ese realismo antes descripto, y la fotografía, poniendo a la misma como parámetro de la dirección de arte, se muestra fría, distante, no hay empatia de ninguna naturaleza. Sólo lo contado El ultimo punto de quiebre del la obra está dado por los conejos de Tsanko, lo que en “Los santos Inocentes” (1984) sería la mascota de Azarias (Paco Rabal) que dan cierre a ese relato, acá quedaría establecido como el limite de lo que un hombre puede soportar. Todo esto queda apoyado principalmente en las extraordinarias interpretaciones de sus protagonistas, sin ellos algo se hubiera extraviado camino al foro.
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El hombre común ante la indiferencia de las instituciones es un tema que hemos visto repetidas veces en el cine. Pero ver que dicha indiferencia no se limite solamente al espectro gubernamental, aun siendo algo que se sepa, no es algo que se vea retratado con mucha frecuencia. En este espectro se mueve Un Minuto de Gloria. Un largo minuto de silencio: Tzanko Petrov, un trabajador ferroviario, encuentra una gran cantidad de dinero al costado de las vías. El gobierno, notificado de esta crítica de un minuto de gloriaacción, decide armar una gran ceremonia y declararlo héroe nacional regalándole un reloj por su molestia. El problema surgirá cuando, al dárselo, lo despojen de su viejo reloj, que tiene un gran valor sentimental para él: hará lo que sea para recuperarlo. Un Minuto de Gloria cuenta con un guion muy bien armado; una estructura clásica pero que se toma su tiempo para establecer sus elementos en orden. La película tiene una temática clara y es la del egoísmo institucional; la historia plantea al gobierno y a los medios de comunicación como entidades con agendas propias y con una absoluta indiferencia a lo que quiere o tiene para decir el ciudadano de a pie sobre las irregularidades que lo rodean. La manera en la que tratan al protagonista, como un simple peón para sus propósitos, generará no pocas risas, pero serán superadas en cantidad por los sendos momentos de rabia al ver lo inescrupuloso del accionar de ambos. Este tema se ve reflejado también en la subtrama, concentrada en la vida privada de la burócrata que organiza todo y que trata a su matrimonio (y el deseo de su marido de empezar una familia) del mismo modo que a su trabajo; o sea que cree estar dándole a su marido lo que quiere, pero no escucha en realidad a su necesidad. Inicialmente, parece no tener nada que ver con el resto de la historia, pero a medida que esta avanza, sutilmente deja ver su conexión al punto de resultar crucial para el desenlace. En materia técnica la película cuenta con una fotografía en cámara en mano, casi documental, hecha con colores desaturados y un montaje eficiente, aunque en algunas ocasiones peque de tener algún que otro tiempo muerto en el metraje. En materia actoral, Stefan Denolyubov entrega un papel sobrio como el trabajador ferroviario, manifestando con claridad la sencillez de su deseo, pero ilustrando tanto las instancias trágicas como cómicas de la manipulación que padece su personaje. Margita Gosheva también entrega un buen trabajo como la oficial del ministerio, siempre apurada y buscando la solución fácil para todo. Conclusión: Un Minuto de Gloria es una historia sencilla, narrada de un modo fluido, y apoyada con sobriedad tanto en el apartado actoral como en el técnico. Una denuncia sobre el egoísmo gubernamental que hará sentir identificado a más de uno, pero que se anima a más y busca dicho egoísmo en todo lo que nos rodea. Un título disfrutable.