Conflicto galáctico La ópera prima de Joaquín Cambre tiene la intención de ser ágil, clásica e innovadora al centrarse en Tomás (Angelo Mutti Spinetta), un adolescente de 14 años de edad en la búsqueda de identidad, que sueña con ir a la luna. Realizador de videoclips, Cambre parece más preocupado por captar emociones que por contar una historia. Tomás es un chico introvertido acosado por los niños más grandes de su colegio, que está obsesionado con la astronomía. Tiene una familia disfuncional (Leticia Brédice y Germán Palacios son sus padres), una vecina atractiva (Ángela Torres) y un trauma que lo aqueja de la niñez (Luis Machín es su psiquiatra), condimentos de esta historia de iniciación personal. La película empieza con ritmo y frescura que inyecta carisma en su estética y personajes. Pero rápidamente cae en el letargo, al irse oscureciendo y enroscando en sus propias ideas sin poder desarrollarlas ni desde la comedia ni desde lo sensorial. El guión fuerza los momentos de catarsis de Tomás para desplegar emociones de manera expresionista. Pero el mayor problema es que el tono del relato da un giro desde la estudiantina naif, con toques de adolescentes que parecen salidos de Stranger Things, hacia el drama traumático donde la ciencia ficción y su mentado viaje a la luna, aparecen como metáfora obvia que no termina de conectar con la historia que se venía desarrollando hasta entonces. El factor cómico, tan explotado en propuestas de gama comercial, se pierde y aparecen las culpas familiares como principal conflicto a solucionar. Tanto la novia como su relación social con el mundo, pasan a ser satélites para una película que intentó por todos los caminos llegar a la luna sin importar bien el cómo hacerlo. Un viaje a la luna (2017) es despareja. Comienza bien pero parece no confiar en sus propios cimentos y decide derribarlos hacia nuevos horizontes. En esa cambio de tono y registro pierde el hilo de lo que estaba contando para dejar el encantador relato de iniciación y volverse sórdida para nunca más retornar por las senda planteada en el inicio. Algunas veces, el viaje a la luna es sólo de ida.
Tomás tiene 14 años y está entrando en la adolescencia, un momento complejo de la vida donde uno se enfrenta a cambios físicos y emocionales. Pero él no es como cualquier otro chico de su edad, es un poco solitario, está obsesionado con viajar a la luna y un trauma lo acompaña desde hace bastante tiempo. La ópera prima de Joaquín Cambre se puede definir como un coming of age de un adolescente que tiene su primer enamoramiento, que vive ciertas situaciones que no ha experimentado anteriormente y que debe lidiar con la extrema normalidad de su familia. Pero “Un Viaje a la Luna” es mucho más que eso, porque Tomás es un chico fuera de lo común, tiene un trauma que no puede exteriorizar y que lo perturba desde hace unos cuantos años, por el cual debe ir al psiquiatra y tomar medicación. Y esta oscuridad y obsesión por la astrología y la llegada a la luna lo llevarán hacia lugares insospechados. El film va mutando de géneros a medida que avanza, pasando de un coming of age a un drama psicológico. Gran parte de la obra recae sobre su protagonista, Ángelo Mutti Spinetta (nieto del famoso cantante), quien encarna a este chico demasiado serio para su edad, con una gran obsesión y trauma detrás. Además, está bien secundado por el resto del elenco, con una Leticia Brédice que expone nuevamente esa cuota de locura y sobreprotección, un Germán Palacios que interpreta a un padre que no logra conectar con su hijo (y probablemente tampoco le interese hacerlo) y a una Ángela Torres desfachatada, que será el interés amoroso de Tomás, aunque solo le traiga frustraciones. También cuenta con la participación de Luis Machín en el rol de psiquiatra. Por otro lado, el film tiene algunos recursos interesantes a la hora de representar la imaginación de Tomás (que para él suena bastante convincente), mezclando lo disparatado con la superposición de imágenes reales y ficticias (algunas de ellas, como la presencia de una luna con cara, homenajean directamente a la gran obra de George Méliès, quien realizó justamente “Viaje a la Luna” (1902)). En síntesis, “Un Viaje a la Luna” es una propuesta argentina que cuenta una historia que va mutando a lo largo del tiempo, comenzando con un coming of age bastante convencional hasta terminar en un drama psicológico que estalla en su punto cúlmine.
Sueños de libertad Joaquín Cambre dirige a Ángelo Mutti Spinetta, Leticia Brédice, Germán Palacios, Luis Machín y Angela Torres en una comedia con toques de fantasía y ciencia ficción que sigue los pasos de Tomás, un adolescente que decide que la mejor forma de escaparle a sus problemas es irse a vivir a la Luna. Es así de literal. Tomás quiere irse a la Luna. Porque alcanzada la edad de catorce años este joven ya tuvo suficiente con un padre que no le lleva mucho el apunte, una madre extravagante que sólo piensa en irse a un tiempo compartido en Brasil, una hermana que se dedica solamente a copular con su novio, su psicólogo que hace gala de una haraganería total y a la primera de cambio lo medica en vez de ahondar en un trauma reprimido de su pasado y, para colmo de males, una pizpireta vecina que a pesar de la conexión que experimenta con Tomás sigue aferrada a su novio que, siendo algo mayor que ella, igualmente se presenta como un ganso importante. Y ante este estado de situación, lo único que siempre tuvo sentido en la vida de Tomás será la vía de escape para este adolescente que de forma casera pero nada improvisada comienza la construcción de una nave que lo pueda trasladar lejos de sus problemas y cerca del satélite natural que admira con su telescopio desde que tiene uso de razón. La ópera prima de Joaquín Cambre se presenta como un relato atractivo, fresco y atrapante en un comienzo, que se encarga de presentarnos al típico adolescente tímido, curioso, medio outsider, con intereses poco convencionales y un talento natural para recibir las cargadas de sus pares que mucho hemos visto en su versión hollywoodense pero que escasea en nuestro cine nacional. Sin ser una mega revelación de la actuación, Ángelo Mutti Spinetta consigue darle forma a este personaje para ganarse la empatía del espectador más temprano que tarde, tarea para la que recibe la ayuda de un guion inicialmente sólido para construir a los personajes y de un elenco complementario que con Leticia Brédice, Germán Palacios, Luis Machín y Ángela Torres acierta en cada una de las aristas relacionales que maneja el protagonista. Luego, la historia sostiene ese nivel de interés y atractivo mientras se ciñe a esa premisa del adolescente conflictuado que debe lidiar con un entorno familiar y social que, lejos de ayudarlo, atenta contra su salud mental. Los problemas empiezan con el viaje a la Luna. Y esto ocurre porque la resolución de todo lo planteado por la trama hasta este segmento estilo ciencia ficción busca ser una reflexión medio esotérica que mezcla elementos de la realidad con otros que le escapan a esta de una forma metafórica muy poco clara y rebuscada, que termina decantando en una confusión total que lamentablemente echa por tierra todo lo construido hasta el momento. Con buenas actuaciones secundarias que apuntalan a un protagonista algo inexperto, buenos recursos técnicos y una historia bastante original, Un Viaje a la Luna es un buen intento del cine nacional por aportar su propia visión del crecimiento de un adolescente en estos tiempos de frenético de avanzar y quemar etapas en más de un sentido.
Si bien desde un principio podemos llegar a creer que la opera prima de Joaquín Cambre es una típica película sobre el desarrollo de un adolescente incómodo, Un viaje a la luna termina siendo un filme interesante, pero con ciertas fallas que abruman. La voz en off es una de ellas, tal vez demasiado para un chico con la complexión de Tomás (Angelo Mutti Spinetta). Otra cosa es que a medida que pasan los minutos pierde esa magia que propone al principio, en su intento por cambiar de tono pierde la esencia, hasta que sucede el clímax con el encierro en una aparente nave espacial (un recurso que me pareció de maravilla). Pero obviamente no todo está mal: no es una típica película adolescente por lo cual ya es bastante, termina siendo un largometraje abocado a los sueños y la locura de un niño muy medicado por su psiquiatra (Luis Machín) y sobreprotegido. Con ciertos pases cómicos se completa un film disfrutable y ameno.
Una historia narrada desde el punto de vista de un preadolescente con problemas. Es un chico presionado por su madre que solo piensa en sus vacaciones, para que estudie y rinda bien su ultima materia, que lo obliga a tomas pastillas antipsicóticas, que visita a su psiquiatra y le miente, que se enamora sin ser correspondido y que libera su fantasía como único método para llegar a una verdad profundamente enterrada en la historia familiar. Para su opera prima Joaquín Cambré, que escribió el guión con Laura Farhi, eligió ese camino distinto y difícil para seguir la evolución de su protagonista, primero con el tono de una familia alocada, bien jugada en esa clave por Leticia Bredice y Germán Palacios, para en una segunda parte atreverse a una viaje de ciencia ficción, delirio y finalmente el camino que conduce a la sanación. La realización de esa segunda parte jugada y difícil sorprenderá al espectador. Para su protagonista eligió a Ángelo Mutti Spinetta, que cumple con la responsabilidad de un tono distinto al de los demás personajes. Ángela Torres aporta su encanto en su breve pero importante personaje.
Un viaje a la luna: un buen primer paso. Relato que oscila entre una comedia liviana y un drama psicológico, sobre un niño entrando en la complicada etapa de la adolescencia. Entre todas las virtudes con las que cuenta la ópera prima de Joaquín Cambre, destaca la preponderancia de un género conocido como coming of age, aquel donde el protagonista atraviesa distintos cambios (físicos y emocionales) en el transcurso de su niñez a la adolescencia. Pero lo destacable es que gracias al clima que genera su director y a la soberbia interpretación que lleva a cabo Angelo Mutti Spinetta dando vida a Tomás, la película mantiene al espectador a la expectativa de descubrir si mantendrá el tono establecido al inicio o se decidirá por un camino que abarca una línea argumental entre la comedia y la tragedia, género que aquí, siempre se encuentra al límite de estallar. Tomás es un chico de 14 años que recibe la presión de su familia por aprobar un examen para poder irse todos a vacacionar a Brasil. Sin embargo, el viaje que él tiene en mente es unos cuántos kilómetros más lejos: sueña con ir a la luna, y nada ni nadie podrá detenerlo hasta conseguirlo. No es casual el hecho de que la preparación del viaje y el viaje en sí sea lo más significativo dentro del relato. Tomás está creciendo, su mundo está cambiando, comienza a aparecer el amor, las ganas de despegar de una familia donde la normalidad asusta más que la locura y donde el mundo es una invitación a observar los pequeños detalles dentro de él. Ganadora del premio “Mejor ópera prima” en el 32 Festival Internacional de Mar del Plata, con un elenco de actores talentosos que aportan experiencia y calidad a la trama (Germán Palacios, Leticia Brédice y la siempre destacable Ángela Torres), se vuelve imposible no resaltar las cualidades del pequeño Mutti Spinetta, una promesa actoral que ya es una realidad y que lleva en su corta carrera dos protagónicos excelentes. Su trabajo en Primavera (2016), de Santiago Giralt, es igual de admirable. Joaquín Cambre demuestra en su primer largometraje todo el bagaje de conocimientos que su trabajo en videoclips y publicidades le ha dado, con una magnífica dirección de arte y una banda sonora que aporta emotividad. La historia sencilla de un chico con un sueño se convierte en una experiencia sensible y emocionante.
Una ópera prima que apuesta a la tragicomedia con espíritu de crowd-pleaser. Tomás (Angelo Mutti Spinetta) es un chico de 14 años que vive con una madre sobreprotectora (Leticia Bredice) y un padre bastante ausente (Germán Palacios). Su hermana mayor ya está en plena experimentación sexual, pero para él todo son dudas y temores. Nuestro antihéroe, que tiene su grupo de amigos, pero es la víctima perfecta para el bullying (usa anteojos y es bastante pacífico), vive medicado por su psiquiatra (Luis Machín) como forma de combatir diversos traumas infantiles, tiene varios exámenes acumulados y se obsesiona con la astronomía. Un día, mientras mira por el telescopio, descubre en un edificio vecino a una atractiva chica mayor que él (él está en segundo año y ella, en quinto). El queda fascinado con Iris (Angela Torres), que se convierte en algo idealizado, en un objeto del deseo. Lo que en principio es un típico exponente del subgénero coming of age con los ritos de iniciación de Tomás se va convirtiendo en la segunda mitad en algo más ligado a lo fantástico, a lo onírico. Y, si bien en este segmento hay un muy buen uso de los efectos visuales (el viaje a la Luna del título), el film pierde algo de su solidez y encanto. También abruma por momentos la voz en off (un poco recargada para un chico de 14 años) del protagonista. De todas maneras, Cambre -de larga experiencia en la dirección de videoclip- sabe cómo construir un crowd-pleaser, una película que reivindica con sensibilidad cierta torpeza e inocencia de la preadolescencia, en vísperas del ingreso al mucho más sórdido mundo adulto. El uso de la música incidental y de temas como Otra era, de Javiera Mena, los enredos cómicos, la sensibilidad, la ligereza y la picardía con que se observa la dinámica adolescente hacen de Un viaje a la Luna un film disfrutable con vistosos planos secuencia y una estilización y tonos que van remitiendo en distintos momentos a Amélie, a Trainspotting o al cine de Michel Gondry. Si las alegoría sobre cómo salir del encierro, cómo liberarse de las ataduras, de la incomunicación en el seno de una familia disfuncional pueden resultar a veces un poco obvias, Cambre las compensa con elementos (fiestas, eclipses, sueños) que resultan atractivos. Una película decididamente naïve y lúdica... A mucha honra.
Aunque algo despareja, esta comedia sobre el paso de la infancia a la adolescencia y sobre un chico que, además de sentir esos cambios de los catorce años planea un literal viaje a la Luna es de una frescura y una precisión a la hora de mostrar sentimientos notable y poco frecuente en el cine argentino. Mutti Spinetta y Torres están, ambos, muy bien y generan una gran empatía en los espectadores. Una película nacional alejada de nuestros temas más -o demasiado- frecuentes.
La opera prima de Joaquín Cambre, experimentado director publicitario y de clips musicales, es una película de crecimiento sobre un adolescente que a los trece la pasa mal, más allá de sus problemas pisquiátricos, en medio de una familia disfuncional. Lo curioso de Un viaje a la luna es que el antihéroe Tomás, interpretado por Ángelo Mutti Spinetta, no tiene esa transición amena hacia la adultez a partir de alguna aventura veraniega. En lugar de salir a descubrir el mundo, Tomás elige encerrarse en su burbuja y aferrarse a eso tanto como le resulta posible: la travesía del título no implica peripecia alguna, más allá de la introspección del chico para lidiar con esos problemas familiares. Tomás necesita escapar de esa madre sobreprotectora (Leticia Bredice) tanto como de su ensimismado papá (Germán Palacios), y aceptar ese ostensible despertar sexual de su hermana mayor le cuesta todavía más que lidiar con los bullys para los que este joven corto de vista es carne de cañón. El único cable a tierra para Tomás es Iris, una vecinita rebelde unos años más grande, interpretada por Ángela Torres, con quien fantasea. La conexión entre ellos comparte ese ilusorio candor nostálgico con la mirada de Cambre sobre la adolescencia, uno de los grandes signos audiovisuales de estos tiempos. El cineasta apuesta por el sentimentalismo para diluir los momentos más espesos de la película y la adolescencia, por más que eso no le impida subrayar, tal vez por un énfasis estético que se lleva puesta la narración, algún momento humillantes durante la cúspide del delirio familiar. La película busca elevarse con una reflexión filosófica entre madurez y geocentrismo y está diseñada para lucir la sofisticación visual de la obsesión espacial de Tomás, momento en que Un viaje a la luna se transforma en un cándido filme de ciencia ficción de bajo presupuesto, pero los grandes hallazgos aparecen en situaciones mucho más sencillas y honestas, como un plan fallido para zafar de un examen en el colegio o un baile en un asalto al ritmo de una buena canción bajo una luz estroboscópica.
La adolescencia es una etapa de emociones intensas que observadas desde afuera, desde una óptica adulta, nos pueden parecer exageradas. Con este juego de puntos de vista somos introducidos a Un Viaje a la Luna. El Tero ha aterrizado Tomás tiene 14 años y las hormonas en estado de ebullición. Como si fuera poco, está a punto de repetir el año escolar (amenazando un inminente viaje de su familia), y se enamoró de una chica con un novio más grande que lo toma de punto. El único escape lo encuentra en la astronomía, lo que le da una idea para involucrar a toda la familia en su fantasía y traer a la luz un traumático episodio de su infancia. El guion de Un Viaje a la Luna goza de una narración prolija, con algunos momentos de humor y otros un tanto más dramáticos. Si bien tiene escenas típicas de películas indie previas que trataron el tema, el desarrollo del personaje es bastante coherente. Sin embargo, en la segunda mitad de la película el realizador se anima a más, con una trama de pseudo ciencia ficción donde plantea un interesante juego con el punto de vista. En materia actoral, el joven Ángelo Mutti Spinetta maneja con prolijidad el personaje depositado en él. Lo mismo se puede decir de Leticia Bredice, con una sutileza, medición y frescura que la encuentran completamente alejada del rol de femme fatale en donde se la suele ver. En el aspecto técnico tenemos una fotografía modesta, pero el apartado que se lleva los lauros es definitivamente la dirección de arte. En la primera mitad podrá no ser nada del otro mundo, pero esperen a ver lo que puede hacer cuando el protagonista arrastre la familia a su fantasía: un nivel de detalle que muestra que el cine argentino está en condiciones de volver a apostar con fuerza a la ciencia ficción. Me saco el sombrero ante Alejandra Isler, un nombre que los cineastas de género tienen que empezar a tener en cuenta. Conclusión Un Viaje a la Luna es un coming-of-age prolijo con base en una buena historia, correctísimas actuaciones, y un apartado visual que sabe cuándo duplicar la apuesta. Disfrutable.
Un viaje a la Luna, de Joaquín Cambre Por Jorge Bernárdez Una película sobre ritos de iniciación, sobre lo difícil que es entrar a la adolescencia y sobre cómo es sentirse incómodo todo el tiempo dentro del mundo que te toca vivir. Tomás (Angelo Mutti Spinetta) trata de zafar de los exámenes, tiene un amigo que es la clásica amistad que los padres no quieren para sus hijos y pronto va a tener algunas experiencias típicas de esa edad, cómo una primera fiesta, algo de romance y esas cuestiones típicas de la entrada a la adolescencia. Los padres de Tomás ( Leticia Brédice y Germán Palacios) no saben muy bien cómo manejar la nueva etapa y el psicólogo (Luis Machin) lo trata a su manera. La película es la opera prima de un experimentado director de video clips, que entiende el mundo de esos adolescente que dejan deslizar las horas y que tratan de pasar por los exámenes de la escuela secundaria sin estudiar, porque claro, eso es lo que hace uno a esa edad. Tiene amigos que a los padres no le gustan, es protagonista de transgresiones menores y descubre cosas. El espíritu inocente de la película se agradece. No es perfecta y algunos giros de la historia no se sostienen, pero de todas maneras se ve que hay ideas interesantes y un grupo de actores de que acompañan con entrega las decisiones del director. Hay buena música y la participación de Angela Torres, que le da a Un viaje a la Luna un desparpajo y una frescura que se agradecen. UN VIAJE A LA LUNA Un viaje a la Luna. Argentina, 2017. Dirección: Joaquín Cambre. Intérpretes: Angelo Mutti Spinetta, Leticia Brédice, Germán Palacios, Angela Torres, Luca Tedesco y Luis Machín. Guión: Laura Farhi y Joaquín Cambre. Fotografía: Nicolás Trovato. Música: Emilio Haro y Gabriel Barredo. Edición: Nicolás Goldbart. Dirección de arte: Alejandra Isler. Sonido: Bechen de Loredo. Distribuidora: Cinetren. Duración: 87 minutos.
Debut en largometraje de Joaquín Cambré con una película que intenta sobre la base del mundo interior de un niño entrando en la adolescencia construir un apasionado y sincero relato sobre los vínculos familiares y sociales. En Tomás (Angelo Mutti Spinetta) Cambré deposita el vector narrativo para hablar de cuestiones que tienen que ver con el coming of age, en una propuesta que privilegia el punto narrativo del niño (encuadres, desarrollo de roles y personajes secundario), con logradas escenas oníricas, pero que termina perdiéndose en el propio laberinto que construye.
A punto de dar examen para pasar de año, Tomás es atormentado por su familia. El muchacho entra en una crisis y planifica un viaje a la luna para escapar de sus problemas cotidianos. En esta excursión donde se confunden lo real con la ficción, tanto Tomás como quienes lo rodean comenzarán a vivir una serie de aventuras que finalizarán de manera sorpresiva. El director Joaquín Cambre logró construir una comedia entretenida en la que muestra, de manera alocada, los deseos y las esperanzas de su protagonista, interpretado con convicción por Angelo Mutti Spinetta como ese muchacho dispuesto a concretar su sueño de abandonar la Tierra.
La ópera prima de Joaquín Cambre, "Un viaje a la Luna" plantea una propuesta de fórmula alrededor de un coming of age más atractivo como propuesta que como resultado. Tomás es un adolescente incomprendido. Atraviesa esa difícil edad en la que todos nos creemos únicos, construimos nuestro mundo, y vivimos la indefinición entre ser un chico y ser un adulto. Sus padres no lo comprenden, su hermana lo desprecia, su amigo lo apoya, y hay un interés romántico que circula. Sí, la vida de Tomás es un cliché del coming of age tan popular dentro de Hollywood y el indie estadounidense. Eso podría haber sido "Un viaje a la Luna", uno de los tantos films nacionales que, al estilo Ariel Winograd (por citar un ejemplo rápido) toma una fórmula popular de la meca del cie y la extrapola a nuestra tierra, no tanto quizás a nuestra cultura. Sin embargo, Cambre y su co guionista Laura Farhi toman ciertas decisiones (más que nada en la segunda mitad del film) que la alejan de una propuesta de fórmula para llevarla por un camino particular aunque discutible. Tomás (Ángelo Mutti Spinetta) tiene 14 años y una meta bastante clara, sueña con viajar a la Luna. Sí, clara no significa posible. Tiene una hermana mayor que se debate entre no prestarle atención y despreciarlo, y un hermanito más chiquito, Coco, que cumplirá luego un rol importante en el desarrollo de la historia. Su padre (Germán Palacios) prácticamente no aporta en la familia, está pero no está, piensa en el trabajo y no parece muy responsable. Su madre (Leticia Bredice) también tiene un objetivo claro, algo más banal que el de Tomás, no perderse un viaje de vacaciones all inclusive. Todo lo demás, para ella, es menos importante. Tomás tiene que aprobar un examen (exigencia de su madre para no retrasar las vacaciones), con lo cual cuenta con la colaboración de un amigo que planea todo tipo de estrategias, menos estudiar. Pero su mente está puesta en otro foco, los astros, en especial, la Luna, y un momento que parece ideal un fenómeno que hará que la Luna se vea roja. Hay además, una vecina, Iris (Ángela Torres), que descubre a Tomás espiándola accidentalmente con el telescopio. Mayor que él, aparentemente liberal, con un novio abusón, y con la que inicia una amistad. "Una viaje a la Luna" puede ser la historia de amor adolescente entre Tomás e Iris. Pero hay un dato más, Tomás tiene una imaginación frondosa, o algo así, y algún problema psiquiátrico despertando que trata con psiquiatra (Luís Machín), tampoco demasiado responsable. Con un estilo videoclipero (en lo que Cambre cuenta con bastante experiencia, se nota) y una estética publicitaria (sin hablar de la amplia inserción publicitaria de una golosina en particular), "Un viaje a la Luna" pudo haber sido una modernísima versión loca de títulos como ABC del amor. Sin embargo, a medida que avanzan los minutos, la historia se corre hacia otro lado, el vínculo entre Tomás e Iris no parece progresar más allá de lo fundamental para el argumento, y gana espacio la psiquis de nuestro protagonista, y también su madre, bastante antipática. En esa indecisión, y con una escena clave para hacer un quiebre, Un viaje a la Luna pierde su eje, y ya para su segundo tramo, gana una suerte de surrealismo, un cuasi grotesco, y varios momentos exasperantes, que la convierten en algo irremontable. Como expresamos, el apartado técnico es llamativo, pero termina por ser repetitivo en su uso de planos amplios con el foco puesto en los ángulos, algo muy del indie norteamericano, aquí utilizado de forma aleatoria. También es llamativo el modo en que se recrea la imaginación de Tomás, con cierto esfuerzo de producción, alguna estética que recuerda al clásico de Melies, y bastante parfernalia. Principalmente, "Un viaje a la Luna" falla en la creación de personajes, salvando a Iris (y por pura obra de su intérprete, la destacada Ángela Torres), el resto no despierta empatía y es incapaz de salirse del corsé del cliché. Tomás es el centro, pero cuesta compenetrarse con él. Todo suena forzado. En determinado momento el argumento intentará bucear en u pasado para encontrarle una razón de ser, pero tampoco parece bien resuelto, aumentando considerablemente los agujeros en el guion. Sus padres son irritantes, ni siquiera bochornosamente simpáticos, son seres sin carisma. En definitiva, "Un viaje a la Luna" pareciera ser una propuesta con mejores intenciones que resultados. Que apuntó a una fórmula y darle su toque, pero se desenvuelve mejor cuando más tradicional es. La cantidad de incongruencias, su ritmo desparejo, sus personajes faltos de carismas, y para peor, escenas de risa involuntaria, promedian para abajo lo que pudo ser una película mucho más interesante.
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Ganadora del premio a la mejor ópera prima en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Un viaje a la luna, de Joaquín Cambre, es un coming of age con una cuidada puesta en escena pero situaciones forzadas. El giro narrativo de la segunda hora expone un riesgo argumental que levanta el nivel de la apuesta. Se destaca la interpretación de Ángelo Mutti Spinetta. La cultura hipster está de moda. La ópera prima del realizador publicitario y de videoclips, Joaquín Cambre, es una arriesgada apuesta por romper el costumbrismo y el realismo de la mayoría de propuestas coming of age del cine nacional. Lo de Cambre se parece más a una obra de cine indie estadounidense del nuevo milenio con influencias vintage/retro que a lo que la mayoría de operaprimistas vienen realizando en la última década y media en Argentina. Un viaje a la luna es ante todo una celebración de identidad, un triunfo de la estética y la puesta en escena sobre el contenido. Y no está mal. El film se podría etiquetar dentro del género “comedia dramática de familia disfuncional y adolescente descubriendo su despertar sexual”. Sin embargo, eso es apenas la primera parte de la película, cuando afloran todos los lugares comunes y clisés de este subgénero que los estadounidenses han patentado y desplegado hasta el hartazgo. Y, acaso, el mayor problema es que las escenas se suceden casi en forma caprichosa, sin armonía, como si fueran una sucesión de ideas visuales forzadas a encajar en una especie de historia. Cambre casi nunca abandona el punto de vista de su protagonista, Tomás, un adolescente bastante introvertido, fascinado con la luna y los viajes espaciales. Un telescopio es lo único que lo separa de su madre obsesivo-compulsiva (Leticia Brédice), un padre casi ausente (Germán Palacios), una hermana bastante molesta y la amenaza de repetir el año escolar. Pero como si la “traumática” vida burguesa de Tomás no tuviese suficientes pesares -incluido un trauma del pasado que lo obliga ir a un psiquiatra, tomar pastillas y aislarse de la realidad- aparece una vecina (Ángela Torres) por la que empieza a sentir cierta atracción, a pesar de que ella es unos años mayor que él y tiene novio. Durante 50 minutos el film de Cambre alterna escenas que parecen influenciadas por Tiempo de volver (Garden State, Zack Braff) con la que guarda más de una similitud, con otras que parecen videoclips lisérgicos. Más allá de que esta combinación no resulta tan convincente a nivel narrativo -también varios diálogos se sienten forzados- se nota que el director y su equipo técnico le pusieron corazón y esmero a la creación de cada escena. Sin embargo, y por suerte, el film da un enorme y arriesgado giro narrativo cuando decide concentrar su último acto dentro de la mente del personaje para centrarse en resolver los conflictos internos del protagonista. De esta forma, y sin spoilear demasiado, el film da un salto visual y narrativo mucho más original que en su primer tramo. Si bien el ritmo decae, el riesgo es compensado por un crecimiento de los personajes y, sobre todo, de las interpretaciones. Ángelo Mutti Spinetta nuevamente -como sucedió con Primavera, de Santiago Giralt- se pone el film sobre los hombros y demuestra una destreza, comodidad frente a la cámara y espontaneidad, aún con la austeridad y discreción que le demanda el personaje, que es sorprendente. Con gestos mínimos y gran expresividad logra transmitir cada detalle de la compleja personalidad de Tomás. Cambre podría haber ido a lo seguro y hacer una comedia más “complaciente”, pero al profundizar en los aspectos más oscuros del guion, concreta un film mucho más político y anticonservador, en el que la institución familiar ya no es un refugio confiable en donde vivir. Sin dejar de ser accesible para un público masivo, el director deja huella de una ideología e identidad autoral que, en los primeros minutos, sólo aparecía en aspectos visuales.
Joaquín Cambre ya lleva centenares de videoclips para Calle 13, Cumbia Ninja, Romeo Santos, Tini Stoessel, Miranda, Ceratti, entre otros, y publicidades, desde el Hipódromo de Palermo hasta leche en polvo para niños. Ahora debuta en el largometraje, sobre guión a cuatro manos escrito con Laura Farhi, libretista de "Vidas robadas", "Soy Luna", y otras novelas conocidas. Juntos, entonces, se reparten los méritos y algunas culpas. Entre los primeros está la idea de hacer una película para preadolescentes, con estética atractiva, espíritu naif, de ágil comienzo, y un joven de 14, frágil, pavote, traumado, típico anteojito víctima de madre cargosa, exámenes en puerta, psiquiatra medicamentoso, cretinos burlones y otros males, hasta que una noche el telescopio, que es su hobby, le descubre una supernova un poquito mayor que él, linda, viva y bien predispuesta. Es decir, el sueño de cualquier pibe. Salvo éste, que vive en la luna y encima cree que realmente puede ir a la luna. Entre los defectos, está el incierto cambio de tono cuando la historia hasta entonces medianamente risueña se pone algo extraña, y la fantasía amable se codea con el caso clínico. Faltó, quizás, un pulido final, para no recargar el conjunto. Protagonistas seráficos, Angelo Mutti Spinetta y Angela Torres. Dirección de arte, Alejandra Isler.
Tomas está entrando en la adolescencia. Pese a vivir en una familia con buen pasar económico, el resto de los integrantes lo ignoran o atosigan; teniendo a nadie (incluido su amigo) en quien confiar y poder liberarse. En ese momento conoce a Iris, una vecina, un poco más grande que él y de la cual se enamora. Mientras descubre el doloroso camino del amor, Tomas empezará a tener ataques mentales donde un oscuro secreto familiar, saldrá a la luz. El cine nacional y el género coming of age se unen en Un viaje a la luna, una película que podría haber sido muy interesante para ver y analizar, pero que por desgracia la mayor duda que se nos va a instalar en la mente es ¿Qué quisieron hacer? Si bien tratamos de bancar al cine nacional, tenemos que ser sinceros y decir que por más de un momento, no entendemos que está pasando en la pantalla. Y no porque se nos mezclen imágenes oníricas provocadas por los problemas mentales de Tomas, con la realidad; no. Es que más de una situación no tiene sentido y hasta incluso, termina generando risas. A esto hay que sumarle que solo Ángela Torres parece haberse tomado en serio la película. La joven actriz levanta el nivel del film en cada una de sus apariciones, no solo entregando una buena actuación; sino que además aporta encanto y frescura. Ojala en el futuro la veamos en mejores proyectos. Por desgracia, sus compañeros de elenco no siguieron sus pasos y ya sea por limitaciones en las habilidades de actuación (no queremos dar nombres, pero…) o por marcas del director, el resto del cast está muy por debajo de la muchachita. Un viaje a la luna podría haber sido una interesante película sobre el paso de la niñez a la adolescencia, a la vez que introducía problemas sin resolver que acarreaba el protagonista desde que era chico. Por desgracia nada de esto pasa y tenemos como resultado una película sin rumbo, y para peor, que a muchos espectadores le va a generar risas no forzadas. Solo recomendable si se defiende todo lo que sea producción nacional.
Tomás ( Angelo Mutti Spinetta), es un adolescente de catorce años bastante tímido y solitario. Está obsesionado por la astronomía y quiere viajar a la Luna, quizás como una vía de escape a esa familia que no lo representa. Su madre (Leticia Bredice) vive en su mundo, y su padre (Germán Palacios) está casi ausente. Su hermana está más ocupada con su novio que en cualquier otra cosa. Tomás asiste al psquiatra (Luis Machín), quien lo medica, pero le miente...así que no va por muy buen camino. Todos los días mira por el telescopio y descubre a una vecina que pasa a ser un objeto de deseo. Ella es Iris ( Angela Torres), y se hacen amigos. La ópera prima de Joaquín Cambre tiene elementos atractivos desde lo visual y la estética, y un buen elenco, pero lo que empieza con gran ritmo, va decayendo y no entrega ni cerca lo que prometía, aunque es un buen comienzo.
Ahí va el Capitán Beto, por el espacio... En los pasillos de la última edición del Festival de Mar del Plata, donde Un viaje a la luna ganó el Premio a la Mejor Opera Prima de la Competencia Argentina, todo el mundo coincidía en que la película estaba “muy bien técnicamente”, sobre todo en lo que hace a la reproducción del interior de una nave espacial. El crítico, que no pudo verla en esa ocasión, se quedó con la impresión de que se trataría de un ejercicio de estilo, que trataría de imitar tal vez el cine de ciencia ficción producido al norte del Rio Grande. Nada que ver. Lo técnico no ocupa en Un viaje a la luna un lugar prioritario sino el que debe ocupar. Lo mismo que el famoso interior de la nave, que se limita a una única secuencia y donde tableros e instrumentos de control importan tanto como los de un avión, al fondo de la acción. En Mar del Plata nadie habló sobre la película en sí, crónica agridulce (con más de lo primero que de lo segundo) sobre un adolescente solitario, al que le cuesta horrores conectar con lo que le rodea y llena esa falta metiendo la cabeza en la Astronomía. Tomás (Angelo Muti Spinetta) es hijo del medio. Problema. No es ni el más chico, Coco, a quien mamá (Leticia Brédice) lleva en brazos de acá para allá, ni la más grande, que se agarra de los pelos con mamá como si fueran dos hienas. Como nueve de cada diez padres del cine contemporáneo, el de esta película (Germán Palacios) está semiausente. ¿Qué hace entonces Tomás? Se encierra en su habitación, no lee los libros de Geografía que debería para su próximo examen, se enfrasca en astros y planetas, recorre el cielo con su telescopio y de pronto da, en el edificio de enfrente, con una vecina picarona que lo saluda, y que al día siguiente se le aparecerá en vivo, lamentablemente con su novio cerca. Y al novio le da, por lo visto, por romper anteojos de molestos vecinos geeks. Sin embargo, Iris (Ángela Torres) se las ingenia para reaparecer. ¿Qué es lo que le gusta a la sexy Iris del timidísimo, hierático Tomás? Tal vez lo que no muestra, tal vez lo que el guion indica que debe gustarle. Vaya a saber. Hay un hecho traumático que Tomás vivió de niño en una ruta nocturna junto a su padre, que éste le pidió que callara y que tal vez explique, aunque sea en parte, su hermetismo. Así como el tratamiento psiquiátrico que acata obedientemente (no tanto como los psicofármacos, que dice tomar y no toma). En un punto, Tomás estalla. O algo dentro suyo lo hace, encerrando real o imaginariamente al resto de la familia en una nave espacial construida en la habitación a base de hueveras de cartón. Allí, en ese punto, su hermana, su padre y madre se convertirán en poco menos que esclavxs espaciales al servicio de sus caprichos, y sólo Coco se salvará, haciendo de copiloto. El viaje es a la luna, satélite sobre cuya imagen se sobreimprime, a los ojos de Tomás, la de Iris. ¿Psicologismo fantasioso, freudismo espacial? Esas son, si se quiere, las cartas que juega el realizador debutante Joaquín Cambre, acompañado por Laura Farhi en el guion, con una fluida puesta en escena, ajustadas actuaciones y una contención general que parece deberle más al cine de Martín Rejtman que a 2001, odisea del espacio.
Esta opera prima cuenta la historia de iniciación de un adolescente cuya fascinación por el espacio esconde una complicada historia familiar. Angelo Mutti Spinetta, Leticia Bredice, Germán Palacios y Angela Torres protagonizan esta comedia dramática imaginativa pero narrativamente fallida. Otro “coming of age” del cine nacional reciente, éste se centra en Tomás (Angelo Mutti Spinetta), un chico de 14 años con una obsesión extraña por todo lo que tenga que ver con la Luna. Su algo excéntrica familia la integran una madre bastante intensa (encarnada en modo INTENSITY NOW por Leticia Brédice), un padre que siempre parece estar con la cabeza en otra cosa (Germán Palacios, desaprovechado) y una hermana mayor un tanto insoportable también. Tomás vive atribulado por un episodio traumático de su infancia que lo hace estar medicado y visitando a un psiquiatra (Luis Machín) también bastante particular. Pero haber conocido a la “vecina de enfrente” (Angela Torres, con guitarra) le da un poco de alegría a su cotidiano caos. Su familia planea unas vacaciones a Brasil pero él tiene planes propios, que se irán develando con el correr de la película, especialmente en su segunda mitad, cuando se vuelva un tanto más surrealista y extraña. Cambre, con un largo recorrido en videoclips y publicidad, opta por usar un estilo cercano a ese tipo de formatos para contar su película, con lo que logra algunos momentos curiosos y simpáticos (inspirados en el cine de Wes Anderson o Michel Gondry) pero que no le permite darle a la película potencia narrativa ni credibilidad. Algunos momentos musicales buenos (en una fiesta en la que Tomás baila) otros malos (literales videoclips con Angela Torres en plan estrella pop) son algunas de las incontables viñetas en la que se estructura el filme. La idea de un coming of age que trabaje el drama familiar de una manera entre naive y cómica puede resultar buena en los papeles, pero Cambre parece pensar más en escenas y momentos de impacto que en generar la empatía necesaria con el personaje y entender un poco de qué va esa disfuncional familia que no hace más que enloquecerlo de a poco. Ni Torres –en modo Manic Pixie Dream Girl— logra salvar a la película del nudo estético y dramático en el que se mete en su última parte. Un nudo en el que no necesitaba haberse metido ya que la idea (y la posibilidad) de una mucho mejor película está siempre latente y, de a ratos, se deja ver.
El dolor adolescente La adolescencia nunca es fácil. Así lo muestra el director Joaquín Cambre que en "Un viaje a la luna", su ópera prima, eligió explorar hasta el límite la problemática de esa edad. Con calidez y sin estridencias, Cambre aborda los conflictos, los carencias y los deseos de Tomás, interpretado por Angelo Mutti Spinetta, con un solo amigo y una familia con la que tiene una relación bastante singular. Es que su madre, a cargo de Leticia Brédice, para controlar las obsesiones de su hijo lo hace tratar con un terapeuta que lo medica con antipsicóticos . Eso es así hasta que el chico decide en secreto dejar de tomar las pastillas y da rienda suelta a sus fantasías. La crisis sucede de forma paralela al frustrante descubrimiento del amor por una chica más grande que él, que lo seduce y lo aleja al mismo tiempo en un proceso que parece impulsar el siguiente paso del adolescente. Y ese será el episodio definitivo que dará un giro radical a la trama que pasa del drama a la ciencia ficción y que se apodera también de la mente de Tomás. Sin embargo no estará solo en su extravagante viaje, sino que sumará a su familia en una aventura en la que Tomás mostrará otra faceta y que será una suerte de expiación para algunos miembros de su entorno.
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