“Dicen que es el verano más caliente de los últimos cuarenta años”. Es verano y eran vacaciones para una pareja brasileña hasta que la repentina muerte del hombre deja a su mujer en medio de un limbo esperando a que los tiempos de la burocracia le permitan volverse a su casa con el cuerpo de su marido. Hace calor y el departamento en el que se está quedando, donde transitará su crisis emocional, cuenta con un vergel en su balcón, una cantidad abundante de plantas al mismo tiempo que le brinda una vista sobre algunos otros departamentos, hogares, personas desconocidas. Mientras la mujer maneja su delicado tema como puede, generalmente tratando de ser tranquila y paciente, a veces explota en llantos o en gritos. En algún momento aparece una vecina de abajo que llega con el objetivo de regar las plantas y de a poco se va quedando con ella, acompañándola y también teniendo una relación algo más íntima; a la muerte que está transitando esta mujer se le suma la vida que desprende esta otra. La película escrita y dirigida por Kris Niklison (“Diletante”) es un retrato sobre el dolor y la necesidad de poder dejar ir para poder dejar entrar. Y es además un film donde lo visual predomina y aporta vida (mucha vegetación, luz natural, frutas coloridas) en medio de algo que en realidad es como un momento previo a un duelo. Entre llamadas a la funeraria y al juzgado, y unas llamadas extrañas que recibe de alguien que no conoce, en lo que realmente se enfoca Niklison es en lo que la mujer transita emocionalmente. Y todo esto siempre desde ese departamento alquilado, el enfrentamiento de ella es siempre a través de una voz en el teléfono. La interpretación que entrega la actriz brasileña Camila Morgado es fundamental para la película, visceral y natural simultáneamente. La argentina Maricel Alvárez, la otra actriz que la acompaña, también aporta mucho con su frescura. El resto, son voces, están pero no los vemos, los escuchamos, y sin embargo muchas de ellas terminan siendo fundamental para el destino de la protagonista. Hay algo de absurdo también por momentos en el tono del estilizado film. Entre el desborde de los colores, los efectos visuales realizados por planos muy cercanos a objetos pequeños y sus destellos, y lo extraño de algunas situaciones que tiene que vivir. Todo esto es lo que de a poco va convirtiendo en "Vergel", una película que con su historia fácilmente podría haber sido un drama convencional (y más aburrido) o algo muy teatral, en una narración sutil, amena, entretenida y divertida pero al mismo tiempo emocional y llena de vida, como ese balcón tan verde. Niklison consigue una pequeña gran película, que combina un guión inteligente con un destacado trabajo de dirección. Así, Vergel es tan extraña como fascinante, dejando en evidencia que la belleza puede surgir también del más profundo dolor y no por eso resultar menos atractiva.
Tras su estreno en la Competencia Argentina del BAFICI 2017, llega a la cartelera comercial este nuevo film de la directora de Diletante. Casi una década después de la muy promisoria Diletante, la multifacética, Kris Niklison regresa con una coproducción con Brasil (país en el que pasa buena parte del año) que se centra en las sensaciones de una mujer de ese origen que, en plenas vacaciones veraniegas en Buenos Aires, sufre la repentina muerte de su marido. Encerrada en el octavo piso de un edificio lleno de plantas, tiene que lidiar con la burocracia judicial (no liberan el cuerpo del difunto hasta determinar si fue un accidente o un homicidio) y de la funeraria (que no puede acelerar los trámites para el envío del cadáver de regreso a Brasil). Su único contacto vital es ese exuberante vergel en la terraza del departamento de una amiga que no está presente y lo que desde allí ve en los edificios vecinos (unos niños jugando, gente que se disfraza, una fiesta descontrolada, una pareja de ancianos, un viejo que cuelga la ropa). Hasta que aparece en escena la vecina del piso de abajo (Maricel Alvarez), que en principio hará de confidente y ayudante para luego convertirse en su amante. Las escenas de sexo entre ambas son bastante largas e intensas, y conforman uno de los ejes de este relato sobre la angustia y el deseo, sobre el duelo y la culpa, sobre la pulsión de la vida y la de la muerte. Otro de los hallazgos del film -además de la convincente actuación de la brasileña Camila Morgado- tiene que ver con lo visual. El trabajo con la luz natural que invade a distintas horas del día ese departamento es prodigioso (la fotografía y la cámara estuvieron a cargo de la propia Niklison) y sintoniza con los distintos estados de ánimo por los que va atravesando la protagonista. Aunque no todas las situaciones tienen el espesor dramático buscado (por ejemplo, hay una subtrama con un hombre agresivo con la voz de Daniel Aráoz al que solo se escucha por teléfono o detrás de la puerta que no agrega demasiado), Vergel termina siendo un inquietante film que evita caer en el golpe bajo. La belleza, a veces, también aparece en medio de la tristeza y el dolor.
Duelo en la terraza Movimiento y quietud, continuidad y disrupción, manierismo o esteticismo atraviesan las atmósferas de Vergel y al igual que su protagonista reflejan un proceso, que se apodera del tono integral en el relato. Las ideas desde la puesta en escena, y el anclaje con un relato mínimo, procuran despojarse de una densa linealidad para trazar diferentes nexos entre el dolor y la elaboración interna de la pérdida. A veces lo emocional estalla, la líbido parece querer medirse en una pulseada con tánatos, en un terreno imparcial. Pero también estalla con menos intensidad el coqueteo con situaciones que buscan el escape humorístico a esa tensión. Quedar estancada en un departamento para la protagonista necesariamente implica salir en busca de la fuga. El afuera solamente ingresa desde su perspectiva pasiva como observadora, desde esa terraza del 8° piso, ella es una planta más en ese invernadero improvisado hasta que conoce a la vecina y entonces la fuga comienza a ser posible. Inverna como la Justicia Argentina, inverna como los expedientes acumulados en los pasillos de Tribunales.
Paradójicamente, no deben existir rincones tan llenos de vida como cuando se habla de la muerte, y Vergel es una obra que nos regala esa aventura. Existen pensamientos trágicos y definitivos sobre la muerte, sin embargo existen también nociones casi opuestas, platónicas…fedónicas, en donde la muerte es sobre todo un cambio de estadío para el alma. Esta noción, si se quiere optimista, es la que el espectador encontrará en la película. Un mundo aparentemente asfixiante como el agua (Sensación y elemento muy presentes en la película), pero lleno de vida para donde se mire. En esta encrucijada se desenvuelve la protagonista del film, quien pasa las horas en un país extranjero en el que ni siquiera domina el lenguaje, o que por cuestiones de fuerza mayor no puede moverse o escaparse de donde se encuentra. Vale la pena destacar sobremanera el trabajo de sus protagonistas: Camila Morgado y Maricel Alvarez. Ambas encarnan personajes con el que es prácticamente imposible no mimetizarse. Llevan con naturalidad y solvencia este viaje anímico vasto de emociones, plantas y amor al que asistirá el espectador. Sin duda es un invite al pensamiento, a la acción, a la pasión y a la vida. Necesariamente germina en uno un sentimiento sobre el cauce de nuestra propia vida. Hay también en la película, una notable construcción diegética que, creo, apreciarán mucho aquellos espectadores adeptos al cine de Pasolini. Vergel exhala poesía desde el primer microsegundo de película. No hay sentido humano que no se estimule al verla. Contundente y pictóricamente bella. Si el espectador se predispone paciente y receptivo, apreciará el fluir de la película en una cadencia temporal meticulosa y punzante, como si de una canción del flaco Spinetta se tratase.
Bienvenida esta propuesta de la realizadora Kris Nikilson, un profundo viaje desde el dolor y las posibilidades de reinventar caminos de una mujer que se despide de un estado anterior a su llegada a Buenos Aires. Tan sólo un escenario y potentes y sólidas actuaciones de Camila Morgado y Maricel Álvarez, la trama, que envuelve burocracia, malos entendidos y pasión, es una propuesta fresca y original en la cartelera que se renueva.
No hay mayor soledad y desesperación que la de un extranjero en tierra ajena, y cuando ocurre una desgracia, peor todavía. Con esta premisa, nos metemos en el mundo, el microuniverso, de Vergel. Una selva de concreto Durante un viaje a la Argentina, una mujer de origen brasileño pierde a su marido en un accidente. Los trámites burocráticos que implican la repatriación del cuerpo la obligan a quedarse en el país más tiempo del planeado y la soledad comienza a hacer mella en ella, hasta que conoce a la vecina del piso de abajo. El guion de Vergel es uno poblado de pequeñas sutilezas, tanto en el subtexto a la hora de narrar, como en el universo que puebla y rodea a la protagonista. El conflicto y los obstáculos que le impiden cumplirlo la afectan tremendamente. No solo por la impotencia, sino por el recuerdo constante de su marido, a quien ve incluso en un pianista que vive en un edificio cercano al suyo. Este recuerdo es una jungla que la protagonista debe atravesar literal (las miles de plantas en el departamento ayudan a crear esta imagen) y metafóricamente. Su relación con la vecina es la de una aliada que le ayuda a atravesar dicha jungla; primero de forma casual, luego de forma amistosa, y finalmente, a través del sexo, de forma intima. Las dos actrices sostienen la película con tremenda solidez y sensibilidad. Camila Morgado lleva una gran mayoría del peso de la película en su rostro y en sus acciones. Cautiva su expresividad, sus lágrimas, su histeria ante la impotencia que experimenta. Maricel Alvarez tampoco se queda atrás, probando ser un co-protagónico más que efectivo con la naturalidad, humanidad y gracia de movimiento que le imprime a su personaje. Vergel tiene delicadamente construidas composiciones de cuadro y se las ingenia, para efectuar movimientos de cámara fluidos. Pero si hay un aspecto que merece destacar es el de la dirección de arte, porque entre las plantas que ayudan a crear esa imagen de jungla, sumado a los colores chillones del interior (naranja y rojo, primordialmente) que reflejan el estado de animo de la protagonista, se crea un mundo mucho más grande (y amenazante) que el de sus verdaderas (y reducidas) limitaciones. Conclusión Valida de un guion sutil, revalorizado por fuertes apartados actorales y técnicos, Vergel logra rotundamente su objetivo de comunicarnos una obra sobre la travesía descomunal que implica el duelo a la hora de perder a un ser querido, así como de las pequeñas soluciones que pueden encontrarse en el camino. Una historia que transcurre en un departamento puede ser solo eso, pero requiere de un enorme talento en la dirección para mostrarnos que ese pequeño ambiente puede ser todo un mundo, y esta película lo tiene de sobra.
Escrita y dirigida por la multifacética Kris Niflison (actriz, coreógrafa, autora, directora teatral y cineasta) todo su film se desarrolla en un departamento del octavo piso con un balcón terraza poblado de plantas. En ese lugar, prestado por una amiga ausente, una mujer brasileña afronta una terrible situación. En el medio de sus vacaciones su marido muere y ella se debate entre el dolor, el duelo, los trámites judiciales que deben determinar si se trata de un accidente o asesinato, y los engorrosos trámites para el traslado del cuerpo que le exige una funeraria. Ella esta ahí, luchando con el idioma, las trabas, el duelo, la tristeza, la soledad. Y encuentra en una vecina del piso de abajo a una confidente y luego a una amante. La película primero claustrofóbica y luego muy audaz en las relaciones sexuales, es todo un prodigio de iluminación, estudiada por su directora al detalle para aprovechar, cada reflejo, atardecer, momento de luz natural. Y ese argumento que péndula entre la pulsión de la muerte y de la vida, tiene especial apoyo en su actrices. En Camila Morgado que puede transformarse frente a la cámara entre la locura y el éxtasis, entre la sensación de desamparo y algún atisbo de alivio. Y en la intensidad y el florecer de Maricel Alvarez.
Vergel, de Kris Niklison Por Mariana Zabaleta Un lenguaje secreto queda al descubierto, el duelo pocas veces se describe tan opresivo, sin pie en diálogos corales cargados de monótonas palabras. El ancla del dolor deja a la protagonista varada en orillas de la locura, boyando en el mar de recuerdos y susurros, mientras su amado flota en cada eco sin poder descarnarse. Con extrema elegancia, toda la puesta en plano se muestra finamente diseñada. Los colores, intensos, se suman al caudal de tensión que encausa en una atmósfera por momentos claustrofóbica. El calor acompaña cada plano mientras la acción transcurre únicamente en un departamento de octavo piso. La protagonista espera repatriar el cuerpo de su difunto marido, los quehaceres de tamaña empresa marcan el pulso de una rutina que intercala diálogos por teléfono con el cuidado de las plantas. Un balcón frondoso configura una selva, el departamento es una misteriosa isla desierta donde la protagonista se encuentra naufraga. El encuentro con Otra, una misma que promete un afuera, ofrece un salvavidas emocional y carnal. Un momento íntimo, privado, queda al descubierto. Asistimos así a la revelación de un secreto. Es “La vida secreta de las plantas”, aquella conexión arcaica que ciertas mujeres trasmiten desde generaciones, un vínculo real y metafísico, quizás químico, más bien concretamente sentimental que se pone en primer plano durante toda la película. Eros y Tanatos hacen su opaca presencia en la tensión que genera la atmosfera opresiva y el delirio de la protagonista, solo el grito sale de su boca. “Es más fácil decirlo con flores” reza un libro en un estante, húmedo y vivido canal de vida, las plantas alivianan el peso y permiten levantar el ancla del dolor. VERGEL Vergel. Argentina/Brasil, 2017. Guión, fotografía, arte y dirección: Kris Niklison. Intérpretes: Camila Morgado, Maricel Álvarez, Daniel Fanego, Daniel Aráoz y Maria Alice Vergueiro. Música: Arrigo Barnabé. Edición: Kris Niklison y Karen Harley. Sonido: Martin Grignaschi. Duración: 86 minutos.
Vergel: entre la vida y la muerte, poesía Hay muchas maneras de contar un duelo en cine. Kris Niklison (actriz, coreógrafa y directora de teatro que vivió durante años en Holanda, y trabajó con artistas de la talla de Peter Greenway y Dario Fo) encontró una muy singular, definitivamente propia. El duelo que atraviesa la protagonista de esta historia -una mujer brasileña que sufre la sorpresiva muerte de su esposo en plenas vacaciones- está cargado de confusión, nostalgia y melancolía, y la película logra transmitir con mucha eficacia cada una de esas sensaciones. Anclada en Buenos Aires, la flamante viuda debe tolerar con templanza el peso de la burocracia judicial para conseguir que trasladen el cuerpo a su país de origen. El objetivo no es fácil, dadas las circunstancias. Sensible y notoriamente vulnerable, encuentra sin embargo un remanso emocional en la relación erótica con una vecina encargada de regar las plantas que ocupan el balcón del departamento que ha alquilado temporalmente. Más que el desarrollo y el peso de las situaciones, Vergel se apoya en los climas y los estados. Su bella deriva poética seduce gracias a un trabajo de puesta en escena virtuoso, potenciado por la sutileza y el poder de sugestión de dos muy buenas actrices (Camila Morgado y Maricel Álvarez), capaces de crear juntas una felicidad dulce, intensa y efímera que apaga, al menos por un rato, un dolor inesperado.
El paraíso en un octavo piso Esta coproducción argentino-brasileña muestra el duelo de una turista anclada en Buenos Aires. Una turista brasileña anclada en Buenos Aires a la espera de que la Justicia le entregue el cadáver de su marido. El hombre murió en un accidente durante sus vacaciones, pero la que queda en un limbo es ella. Aunque ese limbo se parece al paraíso: toda su obligada residencia porteña transcurre en un octavo piso con un balcón terraza exuberante, un inesperado Jardín del Edén con vista al cemento de la gran ciudad. Toda la película sucede en esa jungla urbana. Ahí, esta mujer (muy buen trabajo de Camila Morgado) debe lidiar a solas con el duelo: su único contacto con el mundo exterior, al menos al principio, es el teléfono de línea y la computadora. Habla con su madre, con la dueña del departamento, con los funcionarios judiciales de quienes depende la duración de su estadía. Porque además de enfrentarse a la desolación de una viudez inesperada, tiene que vérselas con la burocracia funeraria: asimilar la muerte de un ser querido puede ser tan difícil como repatriar su cuerpo. Así que debe compartir sus angustias existenciales con Google: “¿A dónde van los muertos?”, “¿Qué pasa con el alma?”, “¿Existe la realidad?”, le pregunta al buscador, mientras repasa las últimas imágenes de su marido y le escribe poéticos mails que se responde a sí misma. Y trata de entender el significado de palabras como “nicho” o “carátula”. Casi sin intercambio cara a cara con humanos, hasta que la vecina de abajo (Maricel Alvarez) gane protagonismo. No es fácil pasar del drama más profundo a la comedia de la cotidianidad, y Kris Niklison consigue hacerlo con elegancia, pero sin dejar de lado la emoción. En esa selva de diez metros cuadrados, de una vitalidad contrastante con la tristeza de esta mujer, Eros y Tánatos convivirán en un delicado equilibrio, mientras se suceden días de desolación y expectativa, de marchitar y florecer.
Un lugar de abundancia de plantas, de verde. Un espacio en donde rebosan los aromas, las sensaciones. En Vergel, la segunda obra de Kris Niklison (Diletante) y la primera en el terreno de la ficción, la palabra toma un significado tan literal como simbólico: una conglomeración de emociones, sentimientos y colores dentro de un pequeño departamento y un limitado período de tiempo. Esta co-producción entre Argentina y Brasil apela a lo corporal y evoca los sentidos en una narración bien a tono con la modernidad cinematográfica nacional.
Vergel de Kris Niklison es un drama que evita lo ya visto desarmando el encierro y el dolor desde la sensibilidad. Una mujer brasilera de vacaciones en Buenos Aires queda varada en espera de que se resuelva judicialmente la muerte de su esposo para poder repatriar el cuerpo. Es verano y recién acaba de terminar la feria. Ella está sola en un departamento alquilado y pasa el tiempo mientras se comunica con la funeraria y el juzgado que lleva el caso y recibe llamados de su madre, su hermana y un extraño que la confunde con la propietaria y le reclama sobre un negocio que los involucra. También conoce a una vecina (regresada de apuro de unas vacaciones a Brasil con su ahora ex novio) que la acompañará, cada vez más, cercanamente. ¿Cómo transitar esta situación especialísima y muy particular que no es aún un duelo? Una extranjería general constituye a la protagonista: otro país, otro idioma, otras leyes. Y la misma muerte de un ser querido que también la deja afuera. Mientras un jardín, el Vergel del título, desde el balcón, muestra que la vida sigue, que crece y surgen nuevos brotes. Pero que necesitan de agua y atención y cuidados. Niklison se hace cargo del guion, la fotografía, el arte y la dirección y en lugar de desconcentrarse en la expansión, consigue unificar los criterios buscados y explotarlos al máximo. La luz natural que a veces baña todo de claridad pura y en otras oscurece (tal como el sentir de la protagonista) y el espacio cerrado del departamento que comprime y extiende, no hacen sino acompañar los sentimientos que se conjugan en esos días de fatalidad y dolor. Eros y Tanatos se dan la mano y el sexo desenfrenado de la turista y la vecina (filmado sin tapujos ni búsqueda provocativa) tiene su razón de ser. El diseño tan pensado no se vuelve artificio (la escena de la sandía y los chistes en la cocina sí son la muestra del cálculo) gracias a la cámara y a la labor de Camila Morgado y Maricel Alvarez que se entregan sin dobleces. Primerísimos primeros planos, miradas macro a objetos micros, la piel siempre en exposición y el verde que desborda desde el balcón al adentro asomado a ventanas y ventanales son búsquedas formales que no se quedan simplemente en eso. Vergel busca acercar lo más posible (quizá con una extensión que podría condensarse un poco) esos sentimientos que exudan sin control estas mujeres y que las atraviesan, con una sensibilidad que se agradece.
Casi diez años después de Diletante (2008), la multifacética artista visual Kris Niklison regresa al cine con Vergel (2017) una película plástica para explorar sensitivamente. La historia nos presenta a una mujer brasileña (Camila Morgado) sumergida en un departamento en el centro de la ciudad de Buenos Aires. A los pocos minutos se deja entrever que estando de vacaciones su marido murió accidentalmente y ella debe enfrentarse sola a la burocracia judicial que implica morirse en otro país y con un expediente caratulado como muerte dudosa. Una vecina (Maricel Álvarez siempre estupenda) recién llegada de unas vacaciones que fueron el desencadenante para romper con su pareja despertará en ella un deseo sexual incontenible. Vergel es una película sensorial para sumergirse y disfrutar con todos los sentidos. Cada plano es un cuadro, hay trabajo plástico en la construcción visual que encuentra belleza donde no la hay. Filmada casi íntegramente en una sola locación (un departamento porteño en un piso medio) donde las plantas juegan un rol determinante, no solo visualmente sino también en la construcción dramática del film, Kris Niklison logra darle movimiento y apertura a un espacio cerrado, claustrofóbico, que como los personajes irá cambiando a medida que estos se liberen de sus miedos. Muerte y vida son los opuestos que la realizadora trabaja a través de una situación desencadenante pero que aparece a lo largo del film a través de diferentes metáforas como las plantas que se secan para luego revivir, o hechos explícitos como el sexo entre las dos mujeres. Filmados con una delicadeza como pocas veces se vio. Vergel no es un cine convencional, es un cine visceral, donde la artificialidad se nota adrede, con escenas tan duras como poéticas. Para disfrutar sin prejuicios y con los cinco sentidos.
Variaciones sobre una espera porteña La directora de Diletante tiene la virtud de convertir un film de tema lúgubre en una celebración vital, gracias a una sofisticada y colorida puesta en escena que, a pesar de sus espacios cerrados, nunca se vuelve claustrofóbica. “¡La puta que lo parió! ¡Qué mierda!”, se escucha en el contestador del teléfono de un amplio departamento palermitano que la mujer recostada en el sillón ni siquiera amaga con atender. La escena continúa con un acercamiento de la cámara a ese rostro monopolizado por dos ojazos celestes visiblemente resquebrados por los pequeños hilos de sangre que proceden al llanto, y termina junto al primer indicio de movimiento ante una segunda llamada. El plano secuencia inicial de Vergel funciona como declaración de los principios éticos y estéticos que regirán los próximos ochenta minutos, a la vez que demuestra el control formal absoluto que la polifacética artista Kris Niklison (coreógrafa, bailarina, directora teatral) aplica en su segunda incursión en la realización de largometrajes después del muy buen documental que fue Diletante (2008). Dos películas que, a simple vista, podrían haber sido filmadas por personas distintas aun cuando en ambas resuenen los ecos de un tironeo entre la vida y la muerte, entre la certeza de la finitud y la posibilidad de un futuro. La mujer (la brasileña Camila Morgado) tiene motivos más que suficientes para llorar: lo que era un viaje de placer a Buenos Aires se convirtió en una pesadilla después de la sorpresiva muerte de su pareja, y ahora está varada física y emocionalmente en el departamento de una amiga mientras intenta sortear los infinitos vericuetos de la burocracia mediante llamadas a juzgados, secretarios y casas velatorias, siempre a través del mismo teléfono que sonó al principio y que funcionará como uno de los dos contactos con el exterior. De allí provienen la voz de su madre, otras que anuncian más demoras en el proceso jurídico y costos astronómicos de servicios fúnebres, y hasta una con una indudable tonada cordobesa (Daniel Araoz, alargando las vocales como nunca antes en su vida) con pedidos de perdón por algún episodio que la mujer desconoce y que involucra a la locataria original, situación que le abre las puertas a una subtrama de comedia absurda sin demasiado espesor narrativo pero que diluye la amenaza de un relato lúgubre sobre el duelo. Porque Vergel es menos un film mortuorio que uno sobre la espera. Una espera amenizada con lo que se tenga a mano, desde largos baños de inmersión, un programa de tv japonés de trasnoche y el análisis de los recovecos del departamento que funciona como una única locación, hasta la observación de un vecino músico en el edificio de enfrente y de un grupo de chicos siempre de fiesta en el balcón… Una espera sin tiempo (¿Cuántos días pasan? ¿Siete? ¿Quince? ¿Veinte?) aunque con espacios definidos. No es casual que Niklison sea también coreógrafa. Bien lejos de la sencillez visual de Diletante, Vergel podría ser una de Almodóvar en clave minimalista e implosiva, con una sofisticada puesta en escena que, a pesar de sus espacios cerrados, nunca se vuelve claustrofóbica, su minucioso trabajo sobre los colores fuertes (Morgado tiene un vestido rojo en la primera escena), los planos calculados hasta el último pixel y una cámara dispuesta siempre cerca del cuerpo de la protagonista, como si quisiera auscultar su dolor silencioso, personal e intransferible cediéndole la totalidad de la imagen. El segundo contacto con el exterior se da a través del balcón-terraza que funciona como epicentro geográfico de la segunda mitad del film, cuyo inicio coincide con el ingreso a la historia de una vecina recientemente separada de su novio (Maricel Alvarez) y encargada de regar las innumerables plantas que decoran el lugar. Pura locuacidad e inocencia que contrasta con la depresión galopante de una visitante, en principio, visiblemente molesta. Pero el vínculo lentamente empieza a adquirir otras tonalidades. Vergel deja atrás la espera y el duelo para arrojarse, junto a su protagonista, a los brazos del deseo. Se arroja no una, sino dos, tres, cuatro veces, convirtiendo a ese balcón-terraza selvático en una metáfora algo obvia de la pulsión física como motor del triunfo de la vida sobre la muerte.
Es una historia profunda, de una mujer (Camila Morgado) a quien le toca vivir situaciones muy difíciles, algo impensado como es el fallecimiento repentino de su pareja en plenas vacaciones alejada de su país de origen, en un ambiente que llega a ser hasta asfixiante, a pesar de tener los ruidos de la ciudad, el contraste entre el día y la noche, ver a través de su balcón otros seres, las charlas con su amiga vía telefónica y un poco de vida que le dan las plantas de ese lugar. Se encuentra en un octavo piso esperando que se compruebe si la muerte fue un accidente o un homicidio, está bajo la presión de una serie de trámites, la burocracia judicial y la funeraria que no puede acelerar tanto papeleo. Pasan las horas y comienza a relacionarse con su vecina (Maricel Alvarez), del piso de abajo, quien la ayudará a cuidar varias de las plantas que la rodean, a liberar tensiones y juntas vivirán una experiencia única. Todo se desarrolla el espacio reducido de un departamento, se dice mucho, entre los silencios, los sonidos ambientes y de las personas internas y externas, sale a la luz la angustia, el deseo, el duelo y la culpa. A través de sus metáforas te lleva a la reflexión. Por otra parte, tiene elementos que movilizan el interior de tu ser.
Vergel es una película de espacio. Su título ya lo indica: el término significa un lugar con abundancia de plantas, flores y frutas y está asociado normalmente a la felicidad de la vida, a la alegría de vivir. También es una película de colores, mayormente complementarios, es decir aquellos que se oponen dentro del círculo cromático, colores puestos en conflicto que producen una imagen potente, paradisíaca, y muy expresiva en esta segunda película de la argentina Kris Niklison, después de Diletante (2009) en la que había llamado tanto la atención el retrato amoroso de su propia madre: también una mujer en la naturaleza. - Publicidad - El espacio geográfico de Vergel no es el del Paraná, como en Diletante y, aunque también hay mucho verde (el color elegido), se trata aquí de un balcón terraza en un 8vo piso de algún barrio de Buenos Aires. Una pareja brasileña pasaba unos días de vacaciones hasta que el marido muere por un accidente, del que no tenemos mayor detalle. Niklison que escribe, dirige y fotografía espléndidamente su película, retacea con inteligencia la información, la va lanzando de a poco, de modo de no apabullar seguramente. Sobre algunos temas no se sabrá mucho: el accidente tal vez en el rio o en el mar, de quién es ese departamento, una madre postrada en Brasil, un hombre que amenaza por teléfono ante una queja de la dueña por un tequila en una fiesta, la vecina de abajo que tiene la llave y de pronto aparece a regar las plantas. Notable, en ese sentido, el nivel de la enunciación en el desarrollo de este guión: la espera de una mujer mientras se resuelve la entrega del cuerpo de su marido muerto se convierte en el pasaje de entender la muerte del ser amado y de retomar la vida con ese estigma. En el medio estallará una situación amorosa inesperada. Es verano. Todo parece más intenso. Lo que ocurre en ese espacio reducido y algo laberíntico siempre tiene como centro el balcón, incluso en el interior las plantas se proyectan en sombras contra las paredes amarillas. Será allí donde Ana Clara (sabemos su nombre por un mail que se hace mandar por su marido) va a moverse durante esos días. Su único contacto con el exterior será a través de su teléfono: las voces de un oficial, un agente de la fiscalía y la empleada de una cochería son voces que terminan siendo muy importante para la historia, pero donde la película encuentra su punto débil. Demasiado retóricas, demasiado informativas, contrastan fuertemente con lo implícito que maneja el resto. También el exterior del balcón es importante, lo que se ve desde allí: otros balcones, las ventanas, las terrazas, la calle. Bello el momento en el que ella asiste a cierta sinfonía de sonidos (Martín Grignaschi) de los otros vecinos. Jugando con el recurso y la referencia de una ventana indiscreta. La actriz brasileña Camila Morgado (la película es coproducción con Brasil) tiene gran presencia en pantalla pero por momentos cierta teatralidad la deja en lugares de sobreactuación. Es verdad que tiene que manejar un arco de situaciones muy disímiles y muy exigentes. Maricel Alvarez, siempre genial entre la comedia, el amor y el drama. Gran actriz del cine contemporáneo argentino. Niklison logra una película bella, con planos no conformistas, angulaciones cenitales, imágenes fragmentadas, reflejos y desplazamientos de la cámara que producen momentos sigilosos, rítmicos y expectantes. La experimentación visual es notable y resulta realmente el fuerte de la película.
NADA NUEVO En Vergel, la película de Kris Niklison, una mujer de origen brasileño viene a intentar repatriar los restos de su marido muerto. Mientras intenta acelerar los burocráticos trámites para llevárselo, con todas las demoras y las dilaciones imaginables en esos casos, tendrá que quedarse esperando en un departamento de Buenos Aires. Y a medida que pasan los días, comenzará a relacionarse con una vecina del piso de abajo. La película propone una historia de amor entre mujeres, que si bien no está mal contada tampoco aporta un punto de vista novedoso sobre un tema que ya ha sido visto bastante en relatos de autor o en ese cine de recorrido festivalero al que pertenece en buena medida esta película. En el contexto de un film que no sale de cierta medianía, se podría destacar el aporte de las protagonistas. Y también algunos de los diálogos en off con personajes como un cordobés que llama por teléfono y repite un chiste con el tequila, aunque también es cierto que cuando la situación comienza a repetirse va perdiendo efectividad y gracia. Algo que le termina sucediendo a la película.
“Vos creés que todo tiene un sentido”, le dice su madre por teléfono a la protagonista (Morgado). Y en este filme tan meticulosamente compuesto en sus escenas, la pérdida pareciera estar signada más por la complicidad silenciosa que por la soledad absoluta. Vergel, estrenada este jueves en el BAMA, narra la espera por la que se ve obligada a pasar la protagonista, una brasilera en Buenos Aires, durante el trámite burocrático para repatriar el cadáver de su marido. Casi la totalidad de la película transcurre en el departamento donde se hospeda esta mujer sin nombre, lo cual da pie a algunos planos notables que otorgan sentido a su proceso de duelo. El departamento se convierte así en un espacio resignificador de la intimidad del personaje, pues su duelo exhibe tonos rojizos, anaranjados y verdosos; elementos que brinda el profuso jardín regado por la vécina (Álvarez). La rara química entre la mujer y la vecina deviene luego en encuentros cargados de intimidad. Estos se suman a las noches en que la protagonista ve una y otra vez el video de su marido haciendo un inocente truco de magia, el programa de televisión chino que le añade un toque absurdo a la situación y el jardín, ese jardín que guarece del verano inclemente. Al final la película vale por su composición de planos en sintonía con el luto. Tonalidades rojizas y anaranjadas que hacen pensar en Almodóvar, en la imposibilidad de acción frente a la muerte, en la incomunicación. Observemos, por ejemplo, esa escena donde se le informa por teléfono a la viuda que su caso está retrasado “porque así ocurre con los muertos”. Ella, entonces, responde gritando de bronca e impotencia; reacción que solo será escuchada por teléfono y por cortesía. Lo apresurado y esperable en la resolución de la trama impide que el filme resuene más allá de la sala de cine; pero esto poco importa frente a lo que nos ha permitido ver Niklison en su labor de cinematografía: una soledad compartida desde la contemplación ligera, casi banal, del entorno y los vecinos en el día, y de los recuerdos y la intimidad en la noche.
TORBELLINO MULTISENSORIAL “Ese bananero viene de la costa del Paraná –le comenta la vecina de abajo– ¿Te imaginás lo que está pasando por la cabeza del pobre bananero que estaba feliz a orillas del río, en el paraíso y, de repente, vino a terminar en un octavo piso?”. La conversación entre ambas mujeres parece insignificante a simple vista pero permite trazar un paralelismo entre la protagonista brasilera y el árbol volviendo a uno metáfora del otro: los dos se sentían plenos en su espacio de pertenencia; sin embargo, sufrieron un desarriago y debieron readaptarse a esa nueva condición en un departamento de Buenos Aires rodeados de plantas. Porque, sin lugar a dudas, la vegetación selvática o paradisíaca de aquel balcón de ensueño promete un doble rol: por un lado, se presenta como un lugar de despojo o donde prima el instinto animal. El ejemplo por excelencia es Ana gritando desnuda y de espaldas a la cámara durante una lluvia torrencial. Por el otro, como contacto de la continuidad de la vida no sólo porque se riegan las plantas, sino también por los vecinos realizando sus actividades cotidianas, el tráfico o el pasaje del día a la noche y viceversa. De esta forma, Kris Niklison realiza un trabajo minucioso centrado en los detalles y gestos para describir lo acontencido en pocos minutos: un zoom in de la protagonista recostada en el sillón, los llamados teléfonicos de la madre, el jefe de prefectura naval y la cochería, la indecisión de ella con una de las valijas y el pasaporte con numerosos sellos que termina en hojas en blanco. Todos estos elementos confirman la muerte del esposo desde el trabajo visual, lo reflexivo y el valor de los propios objetos. Vergel es una invitación al goce multisensorial: colores vibrantes, texturas, juego de luces y sombras, reflejos, primeros planos, metáforas, disociaciones entre imagen y sonido, posibles sueños, gestos y extrañezas puestos al servicio de la espera, de ese transcurrir del tiempo que parece imperceptible o monótono pero explosivo en el interior de Ana; una oscilación permanente de las pulsiones de vida y muerte, de lo animal, de lo doloroso, del placer, de la culpa, de lo imaginario. Un cóctel que la directora maneja con habilidad gracias a la combinación de los tres niveles temporales: un pasado exhibido en los objetos del marido o en el video de la cámara de fotos, un presente determinado por la espera en ese departamento de Buenos Aires y un futuro que se deja entrever por la idea de continuidad de vida desde el propio barrio, del crecimiento de la vegetación o del final de la película. La realidad, el sueño, la posibilidad y la extrañeza contribuyen a ese transcurrir de la espera de Ana, en donde el día y la noche consiguen desvirtuarse, un grupo de vecinos se visten (o no) de monos, la mujer de abajo y ella experimentan toda clase de sensaciones y el hombre de los llamados amenazantes por la deuda del tequila aparenta tocar el timbre a la madrugada. Todo parece posible en ese universo mágico siempre y cuando se cumpla la regla principal: “¡No te olvides de regar las plantas”. Por Brenda Caletti @117Brenn
Una mujer espera el cadáver de su marido, sorpresivamente muerto. En esa espera, se cruzan todas las emociones posibles y la relación -humana, erótica- con otra mujer. Con gran libertad creativa, Kris Niklison apuesta a comunicar a través de acciones ese estado inasible y sin término que lo describa que es la espera ante una tragedia. Una película adulta que merece encontrar su público.
El tránsito de la angustia La muerte de un ser querido siempre deja una herida abierta. Y más si se trata de un amor. La directora Kris Niklison, que había debutado con el documental “Diletante”, puso en foco en “Vergel” el dolor y la angustia que se vive en pleno duelo. Una mujer brasileña, residente ocasionalmente en Buenos Aires, debe resolver cómo enviar el cadáver de su marido a su país natal. Está encerrada en un departamento, hastiada, desesperada, y no sabe cómo hacer para resolver lo antes posible un tema burocrático. Pero lo que más le pesa es lo que va más allá de cómo remitir un ataúd a otro país, con las típicas idas y vueltas de ocasión, sino cómo hará para seguir sus días sin él. Primero buscará por internet para saber si hay vida después de la muerte, después mirará por el balcón cómo el mundo sigue su curso sin reparar en angustias propias o ajenas. Hasta que un día casi por accidente conocerá a una vecina que siempre va a su departamento para regar las plantas. En esa vecina (la siempre eficiente Maricel Alvarez), ella encontrará una suerte de oasis, pero es mucho menos que un sorbo de agua en el desierto. Lo más valioso de la película es cómo la realizadora se las ingenió para retratar los tiempos muertos de las protagonistas. El hastío, los silencios, la tristeza, las miradas perdidas, el deseo, el sexo como antídoto. Todo ese universo está expuesto desde la lente de Niklison. Sin subrayados, con simpleza, con una cámara que se mete en los lugares de la angustia sin golpes bajos y hasta permitiéndose desdramatizar las situaciones más dolorosas. Vergel significa un lugar con muchas plantas. En ese título está el costado poético del filme, que cada uno interpretará a su modo.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.