Sólo para admirar a una desatada Penélope Cruz La verdad, la Zoolander original, era más tonta que buena. Bueno, esta "Zoolander 2" es el doble de tonta y la mitad de buena. Lo que evidentemente no deja mucho. Igual que su antecesora, la nueva Zoolander delata su génesis de ser un subproducto descerebrado de un sketch televisivo, punto de partida que casi siempre implica comedias eventualmente más o menos divertidas, pero generalmente no muy coherentes ni fluidas narrativamente. Justamente, el éxito de Zoolander surgió no de su estreno en los cines, sino cuando fue lanzada en DVD, dado que lógicamente la pantalla chica no requiere mucha atención y permite dejar pasar los chistes malos y el argumento caótico. Pero aquí hay un solo gran aporte que por momentos logra darle algo de chispa al asunto: una divertidísima Penélope Cruz más guapa que nunca, y muy zarpada en cuanto al estilo de humor que agrega a esta tontería de niveles épicos. El dúo dinámico ultrafashion compuesto por el también director Ben Stiller y Owen Wilson se ve involucrado en una investigación sobre crímenes seriales de celebrities, lo que permite un extraordinario cameo de Justin Bieber sacándose una selfie mientras agoniza. Luego hay mucho disparate visual y musical, pero lamentablemente hay más "miss" que "hit" en esta comedia boba y exageradamente ruidosa. Ahora, lo cierto es que cada uno de los talentosos comediantes que integran el elenco tiene su momento en el que hace reír, pero dado el nivel de talento involucrado es lo mínimo que se podía pedir. Además es el tipo de película pequeña-pequeña a la que no le ayuda para nada una duración de 143 minutos, que salvo para los fans de estos modelos puede terminar pareciendo más larga que "Lawrence de Arabia". En síntesis, para una función de DVD puede funcionar, moderadamente.
Después de 15 años vuelven Ben Stiller y Owen Wilson con Zoolander 2. Zoolander fue una buena y para mucho una gran comedia, que nos presentaba de un modo bastante exagerado al mundo de la moda. Todo lo bueno que tenia aquel film de 2001 vuelve a repetirse en Zoolander 2, solo que ya no es nuevo y los chistes no tienen la misma fuerza. La realidad es que los fanáticos pedían a gritar por una continuidad de Zoolander, pero el resultado en Zoolander 2 es pobre. El dúo de ex modelos compuesto por Ben Stiller y Owen Wilson salen de su exilio de las pasarelas y deciden ayudar a una agente de INTERPOL (Penelope Cruz) en una investigación sobre crímenes seriales de músicos pop. Penelope Cruz esta bien en su papel y juega con un tono de comedia al que no nos tiene acostumbrados, de todas formas esto no logra balancear la película. Lo que le sobra a la película son cameos, desde Justin Bieber hasta Sting, pasando por actores, músicos y modelos. Al final Zoolander 2 termina siendo un acumulado de cameos con una historia chiquita y pocas carcajadas. Es cierto que cada comediante tiene su momento en el que hace reír, pero uno esperaba mucho mas por la calidad de actores y por el productor dejado en la memoria hace 15 años. Zoolander 2 en definitiva no es lo peor que se estreno en lo que va de este año, pero lejos esta de la película que muchos esperábamos tener, para encontrarnos con “Una serie de cameos desafortunados”.
Un regreso con la comicidad recortada Zoolander se estrenó en la Argentina en febrero de 2002 y pasó por la cartelera con más pena que gloria, tal como suele ocurrir con nueve de cada diez comedias fundamentales (¿alguien recuerda haber visto en cine Hechizo del tiempo?). Era, tanto aquí, con diciembre de 2001 a la vuelta de la esquina, como en el resto de un mundo aún atónito por el 11-S, un periodo desfavorable para una película en apariencia ultra tonta centrada en ambiente tan banal y superfluo como el del modelaje. Pero el tiempo, en alianza con la rotación del cable primero y la circulación en Internet después, hizo aquello que suele atribuirsele pero pocas veces ocurre: le dio la razón. Fue entonces que la vieron todos y a todos –o casi– les gustó. Catorce años después, Ben Stiller decidió ponerse otra vez delante y detrás de cámara para revivir a esa criatura “really, really, ridiculously good looking” compuesta partes iguales de posmodernismo, inocencia, sinceridad, egocentrismo y –last but not least– una dosis supina de idiotez llamada Derek Zoolander.El resultado es decepcionante, en parte por la certeza de los ¡cuatro! guionistas, todos miembros de la elite de la comedia americana contemporánea (el propio Stiller, Nicholas Stoller, John Hamburg y Justin Theroux), acerca del status icónico de las criaturas y referencias presentadas en aquel film, lo que da lugar a una catarata de guiños, chistes y referencias que en pocos casos trascienden el propio ombligo zoolanderiano. En ese sentido, los fanáticos más acérrimos seguramente saldrán contentos: habrá menciones –algunas gratuitas, otras no– al The Derek Zoolander Center For Kids Who Can’t Read Good And Wanna Learn To Do Other Stuff Good Too, el Orange Mocha Frappuccino y a los temas “Wake Me Up Before You Go-Go” y “Relax”, entre otras, además de una buena cantidad de cameos que conviene no adelantar.Pero la herida mortal está causada por la ausencia de la afinada capacidad de observación que caracteriza –¿caracterizó?– gran parte de la obra de Stiller como realizador. Así, si desde el seminal The Ben Stiller Show supo mimetizarse en el mundo del cine y la televisión primero, y el del modelaje después para descubrir sus mecanismos, reflexionar sobre ellos y recién entonces devolverlos a la pantalla de forma amplificada, retorcida y desaforada, aquí se limita a replicar un modelo narrativo jamesboniano con una autoconciencia nunca aplicada más allá del universo previamente creado. O al menos es lo que hace durante gran parte del metraje, ya que aún sobreviven pequeños destellos de su genio observacional en el personaje de Todo (Benedict Cumberbatch merecía una nominación al Oscar por esto y no por el afectado matemático de El código Enigma) y en la extraordinaria publicidad de Aqua Vitae.Así, Zoolander 2 es un film cuya comicidad luce recortada debido a que dejó de funcionar en dos niveles: si antes lo hacía tanto por las formas de apropiarse de los códigos audiovisuales y simbólicos de su objeto de estudio como por los chistes y situaciones propias de la lógica interna de la narración, ahora sólo queda lo segundo. Tampoco queda demasiado del ultrapop recargado de la primera entrega. Stiller deja de lado el montaje frenético y vistoso aprendido –y aprehendido– de la era MTV (no por nada el personaje debutó con un cortometraje en los VH1 Fashion Awards de 1996) para abrazar otro reglamentario, sin vuelo, que desemboca en escenas largas y carentes de timing. En medio de todo eso, el regreso del extraordinario Mugatu a cargo del igualmente extraordinario Will Ferrell y la aparición de una emperatriz de la moda con el acento soviético más ridículo del mundo, cortesía Kristen Wiig, muestran la buena madera con la que está hecha Zoolander 2. Que el ensamble no esté a la altura es la gran cuestión
Las nuevas andanzas de Zoolander No era una tarea fácil igualar la gracia y la inventiva de Zoolander, aquella mordaz sátira del mundo de la moda que Ben Stiller dirigió y protagonizó en 2001. Repleta de buenos gags y beneficiada por la creación de una galería de personajes tan extravagantes como memorables, esa película recaudó cerca de 60 millones de dólares, el doble de su presupuesto, y fue -con justicia- bien recibida por buena parte de la crítica. La presentación de este segundo capítulo se llevó adecuadamente a cabo en la pasarela de Valentino en París. No es la única pista de que la gente de ese universo regado de superficialidad, dinero y argucias impositivas también tiene sentido del humor. Una de las fans más elocuentes de Derek Zoolander, el inefable inventor de la "mirada blue", capaz de los más insólitos milagros, es nada menos que Anna Wintour, famosa editora de la revista Vogue en Estados Unidos y parte del profuso elenco de un film lleno de cameos de celebridades -Justin Bieber (en la frenética escena inicial, de lo mejor de la película), Katy Perry, Willie Nelson, Susan Sarandon, Ariana Grande, Demi Lovato, A$AP Rocky, Skrillex y hasta el astrofísico Neil deGrasse Tyson- y de popes de la industria a la cual se toma en solfa: igual que Valentino, Marc Jacobs, Tommy Hilfiger y Alexander Wang se sumaron al chiste confiados en su potencial publicitario. Mirada fatal La trama es deliberadamente disparatada: Derek vive recluido en un inhóspito rincón de Nueva Jersey (¡!), traumatizado por las consecuencias de la destrucción literal de su bizarro proyecto de beneficencia infantil. El rey de la moda es ahora Don Atari, un alienado admirador de Bob Esponja (interpretado por el comediante de Saturday Night Live Kyle Mooney). Su esposa ha muerto y su hijo lo culpa del desastre. Tendrá la oportunidad de recuperar algo de lo que ha perdido con la decidida colaboración de su viejo rival Hansel (Owen Wilson), y el villano será otra vez el desagradable y ambicioso Mugatu (Will Ferrell). Lo convoca un problema también desopilante -una serie de asesinatos de celebridades que han emulado su famosa mirada y han subido la imagen a Instagram- que tendrá inverosímiles ramificaciones. Y colabora con él una seductora agente de la "Interpol de la moda" (Penélope Cruz). Lo cierto es que en esta ocasión hay mucho más despliegue técnico y menos originalidad que en la primera parte. Este tipo de películas depende mucho de la efectividad de los gags, y los de esta secuela son menos eficaces y sorpresivos que los de su predecesora. Han pasado quince años desde el estreno de Zoolander, y si hay algo que ha crecido con una velocidad inaudita en todo ese tiempo es el desarrollo de las redes sociales, con los cambios de conducta que trae aparejados. Y esos cambios, como Stiller nos lo sugiere con su habitual acidez, no son precisamente un estímulo para la reflexión y la inteligencia.
Derek y Hansel están de vuelta Ben Stiller y Owen Wilson apenas salvan con sus actuaciones la esperada segunda parte de “Zoolander”. Derek (Ben Stiller) y Hansel (Owen Wilson) están de vuelta. Literalmente. De eso se trata Zoolander 2. Uno se volvió ermitaño cuando le quitaron la patria potestad de su hijo, el otro se mudo al desierto con un harem, y allí esconde su cicatriz. Por lo demás, están igual de tontos. Pasados de moda, deberán volver a las pasarelas, copadas ahora por los hipsters. Pero de arranque hay un problema, un fuera de registro. Son tantas las tragedias que acosaron a los protagonistas tras el final feliz de la primera entrega, incluida la muerte de Matilda, esposa de Derek, que el humor y la parodia del filme suenan en solfa. No alcanza con el primer cameo de Justin Bieber, asesinado, haciéndose una selfie apelando a una de las caras de Derek mientras agoniza. Se necesitan unos minutos para recuperarse de shock. De a poco, Stiller (en su rol de director) lo logra. Y cuando esto ocurre, otra vez aparecen los baches, una inevitable sensación de repetición y una exagerada abundancia de subtemas conocidos. Las orgías de Hansel, la paternidad de Derek, la historia de la chica Interpol, que no es otra que Penélope Cruz (su inglés contribuye al solfa), el pulular de cameos y la nueva trampa de Mugatu, el diseñador rufián, siempre dispuesto a aprovechar la estupidez de los modelos. Dos generaciones de modelos, dos clases de estupidez. Ya no se discuten el trabajo infantil en Malasia, como en la primera entrega. Aquí el escenario principal es Roma, pero otra vez la parodia del mundo del modelaje, la ausencia de materia gris de los colegas del rubro, son la mayor argamasa para el gag. (Entre los cameos brilla el de Sting, que esgrime dos únicas diferencias entre un modelo y un rock star: talento e inteligencia). Los amantes de Zoolander van a divertirse, pero pasaron quince años con conspiradores modelando celebrities huecas. ¿Será que el público compró?
Víctimas de la idiocracia Esta secuela mantiene poco del espíritu audaz y provocativo del venerado film de 2001. En febrero de 2002 se estrenó en 21 salas argentinas Zoolander, una hilarante sátira al mundo de la moda dirigida, coescrita y coprotagonizada por Ben Stiller. Si bien estuvo lejos de ser un éxito comercial (fue vista por apenas 79.580 personas), se convirtió con el tiempo (gracias a los videoclubes primero y al cable después) en una película de culto. Ahora, 14 años después, llega la demorada secuela lanzada en nuestro país en... ¡156 pantallas! en función de la ansiedad de cinéfilos de variadas edades (desde adolescentes hasta adultos) por reencontrarse con los patéticos modelos Derek Zoolander (Stiller) y Hansel (Owen Wilson) y el (no menos patético) malvado Mugatu (Will Ferrell). Sin ser el bochorno, el despropósito que tantos críticos estadounidenses adelantaron (ellos tuvieron la posibilidad de ver la película de forma anticipada mientras que aquí no se organizaron funciones de prensa), el resultado es decepcionante. Más allá del esperado regreso de Zoolander y Hansel y de algunos pocos hallazgos, da la sensación de que esta segunda entrega no va mucho más allá de un remedo de las películas de James Bond en clave absurda, una sumatoria de gags reciclados y una acumulación de pequeños papeles (o simples cameos) de actores (los regresos de Milla Jovovich, Justin Theroux, Billy Zane y Christine Taylor, más Kristen Wiig, Kiefer Sutherland, Fred Armisen, Jon Daly, Benedict Cumberbatch, John Malkovich o Susan Sarandon), músicos (Sting, Katy Perry, Ariana Grande, Demi Lovato, Justin Bieber, M.C. Hammer), modelos (Naomi Campbell, Kate Moss), diseñadores de moda (Valentino, Vera Wang, Marc Jacobs, Tommy Hilfiger, Anna Wintour) y un largo etcétera. La película arranca por las calles de Roma con unos motociclistas persiguiendo y luego acribillando (¡sí!) a Justin Bieber, quien alcanza a sacarse una foto moribundo, subirla a Instagram y decir que los rockeros (como si él lo fuese) serán siempre los defensores de “El Elegido”. Penélope Cruz (peor que nunca) es Valentina Valencia, una agente de la división de modas de Interpol que investiga la muerte de otros músicos (Madonna, Bruce Springsteen, Demi Lovato, Lenny Kravitz, Usher) en similares circunstancias. Nuestros queribles (y narcisistas y egocéntricos) antihéroes, por su parte, se mantienen durante años de incógnito luego de una tragedia (el derrumbe del Centro Zoolander): Derek vive sólo en una cabaña medio de la nieve, mientras que Hansel lo hace en el desierto acompañado por una secta new age que practica todo tipo de orgías. Gracias a las gestiones de Billy Zane (haciendo de Billy Zane y con la misión de hacer unos horrorosos chivos de Netflix) los otrora enemigos se reunirán en Roma para regresar al mundo de la alta costura y los desfiles, para recuperar al hijo de Zoolander (un gordito que vive en un orfanato) y luchar contra el payasesco Mugatu del siempre desatado Ferrell. Si Zoolander fue, de alguna manera, una pequeña y provocativa película que anticipaba la idiocracia de este mundo, su secuela es una producción mucho más grande y bastante menos ingeniosa. La maquinaria de Hollywood devorándose nuestros mejores recuerdos...
Floja trompita de selfie Zoolander 2 (2016) debe ser una de las secuelas más esperadas de los últimos tiempos. Tal vez la ansiedad generada le juegue en contra a una película que se limita a ser "la secuela de” sin aportar nada nuevo a la parodia de la moda creada por el actor (en este caso también director) Ben Stiller. Cuestión que no sería un problema de no ser porque la mega producción creada para la ocasión, termina por convertirse en todo aquello que critica del mundo de las pasarelas. Derek Zoolander (Ben Stiller) y Hansel (Owen Wilson) se encuentran retirados de la moda. Uno en la montaña tras fallecer su mujer y perder la tenencia de su hijo. El otro en el desierto tras embarazar a todos los integrantes de una orgía. Valentina (Penélope Cruz), una agente de Interpol, los recluta para dar con el asesino serial de “cantantes pop”. Los personajes viajan a Roma, Italia, donde se desarrollan varios enredos hasta que entra en escena el archivillano Mugatu (Will Ferrell). El principal problema de Zoolander 2 es el apuro con que transcurre. El dinero puesto en la secuela parece tener que mostrarse de cualquier modo en efectistas movimientos de cámara, persecuciones, y tomas aéreas, de esas que sólo las grandes películas pueden permitirse. Cambios de escenarios constantes, y presentación de infinidad de personajes (entre los muchos cameos de famosos como Kiefer Sutherland, Justin Bieber, Sting, Susan Sarandon, y Billy Zane), tienen que contenerse dentro de una estructura, como si se tuvieran todos los condimentos pero sin saber bien como mezclarlos para hacer un buen pastel. La historia tiene entonces la forma de engendro, con algo de película de James Bond, algo de héroes de acción que quieren redimirse y algo de melodrama con un trasfondo de identidad asociado a la figura paterna. Pero en definitiva es una mezcla de relatos ya conocidos con el fin de forzar alguna historia sin mucha importancia, para llegar al verdadero quid de la cuestión: articular la gran sucesión de momentos cómicos (algunos realmente graciosos) que reiteran la parodia al mundo de la moda ya hecha en la primera parte. Se intenta en un comienzo hablar de la moda contemporánea profundizando el asunto con el hipster Don Atari (Kyle Mooney) y las redes sociales influenciando cualquier atisbo de imbecilidad humana, o con el modelo Todo (Benedict Cumberbatch), pero rápidamente se deja de lado y vuelve a los mismos chistes con miradas y trompitas sexys para los flashes (Duck Face, boca de pato) de la original. Hay que reconocer que Zoolander 2 tiene sus momentos, la película crece exponencialmente con la aparición de Will Ferrell en la segunda mitad, y el hecho de acribillar a balazos a Justin Bieber (son los primeros 3 minutos de película, no es spoiler) merece respeto. Lástima que luego termine siendo cool, hueca y superficial como el universo que parodia.
Se acabó la nafta Zoolander 2 -2016- tardó 14 años en llegar a las salas y a diferencia de su primera parte, la secuela flaquea ante la presión de alcanzar niveles de película de culto como lo fue Zoolander -2001-. Entretiene de ratos y los cameos de celebridades están tan bien justificados como en la primera entrega. Si bien la premisa principal no queda del todo clara en los primeros minutos de la película, el film logra acomodar las estupideces dignas de los Tonto y Retonto del mundo de la moda a lo largo del metraje. El problema en esta segunda parte es que la película se apoya completamente sobre la performance de Ben Stiller -Derek Zoolander- y Owen Wilson -Hansel- y no logra recrear esa historia estúpidamente psicodélica que es tan protagonista en películas como Zoolander -2001- o en la trilogía de Austin Powers. No es secreto que Zoolander 2 es una película para amantes de la primera parte, pero el guión expone demasiado a Stiller y Wilson, sus diálogos y acciones no tienen la misma magia que en 2002. Pero a no desesperar, la película tiene guardadas tres o cuatro escenas que sí son dignas de un buen llanto de risa. La presencia de Will Ferrel en toda comedia estadounidense ya a esta altura debería ser por ley, su vuelta a los alaridos extravagantes como Jacobim Mugatu era una fija y la sociedad con Alexanya Atoz -Kristen Wiig- ayuda. En líneas generales, el guión de la película está hecho para ver a Hansel y Derek repitiendo sus monerías del 2001, dejando de lado algún hilo conductor más fuerte, como era “el lavado de cerebro a Derek para asesinar al primer ministro de Malasia”. La película pasa y los fanáticos tendrán grandes carcajadas regadas por algunos pasajes, pero no más que eso. Por suerte siempre existirá Zoolander -2001-.
Seguramente resultará muy divertida para quienes quieren volver a ver a sus protagonistas. Está llena de gags, absurdos, plagada de publicidad, homenajes a series animadas y una gran variedad de melodía de todos los tiempos. Contiene: glamour, explosiones y distintos famosos participaron en este film (varios cameos: Justin Bieber, Sting, Susan Sarandon, Milla Jovovich, entre otros), y una Penélope Cruz bellísima. Por momentos aburre, carente de guión donde el espectador por momentos llega a mirar el reloj y ese ya es un síntoma. Un pasatiempo super pochoclero.
Lo sublime ridículo Cómo es la secuela de la comedia de culto creada por Ben Stiller sobre el mundo del modelaje masculino. Ya se sabe que una de las características más interesantes de la cultura pop es la capacidad de reírse de sí misma hasta ese punto en que la burla se convierte en escarnio. En el mundo de la moda y el espectáculo no hay seriedad posible, no hay verdad, todo es ficción, artificio, vanidad de vanidades. Zoolander 2 hace de esa tendencia a la autoparodia un principio universal. No importa la dimensión del ídolo en cuestión, todos están dispuestos a bajarse del pedestal y exhibir el lado vulnerable de su propio mito, desde Justin Bieber hasta Sting. Si no contara con esas estrellas ansiosas por ridiculizarse, no sería mucho más que una Scary Movie con el presupuesto inflado. Por supuesto, el aluvión de referencias musicales, cinematográficas, televisivas y tecnológicas supone a un espectador capaz de descifrar múltiples códigos simultáneos a la velocidad de un parpadeo. No deja de ser tremendamente histérica la ambición de Ben Stiller de crear una especie de museo vivo de los últimos 40 años de cultura pop y hacerlo estallar como una bomba de papelitos de colores. Sería imposible contener esa ambición en un guion prolijo. La idea misma está condenada al exceso. Pero como no se trata de un exceso furioso, indignado, condenatorio, sino de una celebración de la sublime ridiculez de la sociedad del espectáculo, no hay moraleja final, sólo baile, al ritmo de "Relax", aquel hit inolvidable de Frankie Goes to Hollywood. En el fondo y en la superficie, es el mismo mensaje que David Bowie le enviaba a John Lennon en 1972 con la canción "John, I'm only dancing" (sólo estoy bailando) para sugerirle que no se tomara tan en serio las cosas. Stiller admiraba hasta la devoción al recien fallecido autor de "Fashion" (quien tuvo un cameo en la primera Zoolander) y sin dudas también esta segunda está impregnada del espíritu transformista de Bowie, aunque no de su poder de fascinación. El argumento no es más que una excusa para rellenar la trama con la mayor cantidad posible de situaciones cómicas, algunas magníficas, otras sólo desopilantes y muchas que merecen figurar en la lista de los peores chistes de la historia del cine. La fórmula se reduce a avanzar de ocurrencia en ocurrencia hasta la saturación, una saturación justificada por el propio concepto ultra kitsch de la película. La risa a la que invita Zoolander 2 es festiva. Se burla de todo, pero deja todo intacto. Mejor dicho, deja todo más liviano, más leve. Gracias a esa levedad, el paso del tiempo (que es la angustia de fondo de esta nueva entrega, lo que la diferencia de la anterior) queda entre paréntesis, suspendido entre lo actual y lo anacrónico, entre la moda y el revival.
Con todo el dolor del mundo escribo estas palabras porque amo incondicionalmente la película Zoolander (2001) y su secuela es un pobre intento de película únicamente tolerable por la gloria de la primera.Antes de abocarme en este triste estreno (el cual vi en una función común porque no se realizó privada para la prensa) me parece acertado hacer un breve repaso sobre la importancia y trayectoria de la cinta original.Su estreno fue el 28 de septiembre de 2001, tan solo unas semanas después del atentado al World Trade Center y al Pentágono, y aparentemente la sociedad norteamericana no estaba de humor para ir al cine a verla por lo que fue un rotundo fracaso.Luego el VHS, el nacimiento del DVD y las continuas repeticiones en cable la convirtieron en el film de culto que es hoy.Su irreverencia es genial. La forma en la cual el absurdo está tratado en todos los personajes no tiene comparación y posee algunas de las escenas más cómicas de la historia del cine. No hace falta ni nombrarlas porque todos sabemos cuales son.Zoolander fue una comedia definitiva y definitoria sobre una década que terminaba y lo que nos había dejado. Un verdadero hito.Ahora bien, durante muchos años se habló de una secuela pero Ben Stiller siempre estuvo reticente en entrevistas hasta que de repente y casi sin previo aviso se dio a conocer el año pasado que la película se estaba rodando en Roma y todos los fans estallamos de alegría.Siento decirles a esos fans que sus expectativas serán aplastadas. Y no porque la vara se encuentra alta sino porque no hicieron un guión a la altura, uno que pudiera cautivar esos chistes y reconvertirlos.No se trata de que sea ridícula porque lo tiene que ser sino más bien de cómo esa ridiculez es llevada.Lo único bueno que tiene es el fan service, aquellos guiños y secuencias que si o si esperábamos, lo mismo que los cameos.Algunas apariciones son espectaculares pero no las voy a decir porque sería spoilear lo único bueno.La dupla Ben Stiller/Owen Willson está intacta pero sin la magia que tiene que tener. Los títeres están ahí y en gran estado pero el titiritero se encuentra cansado.Stiller es ese titiritero y su desgano es explicable si lo que quiere es dirigir películas como La vida secreta de Walter Mitty (2013) y aquí va por el cheque. Pero nadie puede dar fe de eso.Lo que si se puede asegurar es que su corazón y entusiasmo no están en Zoolander 2.En definitiva, nos encontramos ante una secuela desalmada que nunca tendría que haber sido. Solo te hace reír en algunas partes y esas risas tienen que ver con la nostalgia de la original. Nada más. Una verdadera pena.
La vanguardia es así Ese gran director que es Ben Stiller acometió su película más radical a la fecha, y así le fue: la crítica está destrozando sin piedad a Zoolander 2 y el público no la ha acompañado como se esperaba. Sí, está bien, Tropic thunder era un film irreverente, que se metía con Hollywood y lo destrozaba ferozmente, pero no dejaba de ser ese el propio plan de la película y de los que acercaban a ella: su alto nivel de ironía era lo que uno iba a buscar ahí dentro. Pero Zoolander 2 es algo diferente, incluso incómodo, es un artefacto inclasificable que avanza sin un plan demasiado claro y se lleva puestas miles de convenciones cinematográficas y -como corresponde a una buena comedia- sociales. Claro, como buen experimento que es resulta fallido por momentos, pero no deja de contener varios de los mejores gags del cine cómico de los últimos tiempos. Y parte del nivel de desconcierto que genera se debe a su carácter vanguardista, a cómo mira determinados estamentos de la cultura actual, incluso de la contracultura, abarcando un terreno que va de lo artístico a lo sexual, de lo genérico a lo familiar. Uno de los personajes más interesantes del film (de entre los cientos de cameos y personajes mínimos que lo habitan) es el artista conceptual que interpreta Benedict Cumberbatch, llamado All. Desde su androginia exacerbada, All sintetiza no sólo los géneros sino que lleva al extremo el carácter revolucionario de las políticas sexuales y de género: All se casó con él mismo, en algo denominado “mono-matrimonio”, que es presentado como la expresión más pura y acabada. No hay un juicio de valor a la actitud, sino una exposición grotesca de los lugares a los que la humanidad va dirigiéndose y de cómo se necesita siempre romper con un molde anterior. Zoolander 2 no sólo acompaña esos movimientos, si no que encuentra la esencia humorística que se evidencia por medio de la sátira. Así como la primera resultó un muestrario y una redefinición de los conceptos desarrollados desde el diseño y la moda, esta segunda entrega tiene la arrogancia de mirar hacia adelante y presagiar un camino posible para una sociedad plagada de redes sociales, híper-textualidad, youtubers y exhibicionismo. Pero como el buen comediante que es, Stiller se ocupa de que la mirada sea humana y para nada cínica. Tal vez hubiera sido más fácil para el director y protagonista reproducir una suerte de secuela como un grandes éxitos, repitiendo chistes y fórmulas. Pero Stiller ha demostrado ser un realizador ambicioso, y pretende con Zoolander 2 una película que sea el reflejo de un tiempo: la capacidad de ícono cultural que adquirió el personaje posibilita ese lujo. Para Stiller el paso del tiempo es un tema, pero no el primordial de su película. El modelo -piensa el director- es un concepto, un presente continuo. La moda pasa, pero el objetivo es ser siempre el centro, y ese centro lo representa el modelo, quien viste aquello que simboliza el hoy. Por eso Derek Zoolander, modelo y torpe, es fundamental para convertirse en una suerte de testigo de cierta decadencia, y mirarla con una simpatía burbujeante. Lo mejor de Zoolander 2 está en su primera hora, en cómo avanza sin un plan prefijado y con un mínimo hilo argumental como excusa. Ese aspecto fragmentario que exhibe el film no sólo ayuda a la profusión de gags que no precisan de fluidez narrativa, sino también a cimentar el carácter vanguardista del relato: es un relato construido como una suerte de retazos, arquitectura fundamental de una generación parida audiovisualmente con el videoclip y la histeria hiperquinética de horas y horas frente a Youtube o Facebook. El prólogo es clave, narrado con una velocidad que requiere de un espectador actual. Zoolander 2 es una película generacional; tal vez será repensada y apreciada mejor dentro de unos años. Claro que todo esto no hace más que evidenciar las propias limitaciones de la película, ya que cuando por una lógica narrativa precisa estabilizarse en una subtrama que conduzca a los personajes hacia un final más o menos lógico, Zoolander 2 pierde mucha de su energía, incluso de su capacidad para construir gags. Sobre el final, decíamos, esta mezcla de comedia absurda con elementos de espionaje deja de lado cierta dispersión y se focaliza en una suerte de parodia bondiana divertida, pero inferior en función de los objetivos de sátira generacional que traía la película. Es decir, su carácter vanguardista es reemplazado por actualización de viejos recursos de la comedia, explorados hasta el hartazgo por sagas como Austin Powers, por ejemplo. Digamos, no se resulta un gran problema, pero simplifica las formas y reproduce sus temas de un modo mucho menos rupturista. Pequeña licencia que se toma Stiller, ya que por otro lado exhibe una necesaria libertad para romper toda instancia sentimental que pueda complicar el recorrido de su película. Aún con imperfecciones, Zoolander 2 -un film alegre, lunático y despreocupado- representa esa película maldita que todo autor debe tener en su haber.
El último grito de la moda llega una vez más en clave de parodia, pero es un grito de agonía y no uno de carcajada. Para que se entienda claro: los chistes en Zoolander 2 no son meramente malos sino que por poco lastiman. Resulta increíble que sea el mismo equipo detrás de la original (encabezado, una vez más, por Stiller en actuación, guión y dirección), que sin ser una excelente película supo volverse un pequeño film de culto con el correr de los años. Intercalada con una sobredosis de "cameos" de estrellas de todo tipo (pop, rock, fashion o puramente trash), esta segunda parte tiene al descerebrado protagonista corriendo por las calles de Roma, en una trama que burla sin mucha gracia cualquier film genérico de James Bond. Acompaña como fiel ladero el bueno de Hansel (Owen Wilson), y el rol de villano vuelve a caer en las manos de Will Ferrel como Mugatu. Los chistes se repiten y parecen destinados al olvido: lejos quedaron esas escenas hilarantes como la de la estación de servicio, o aquella que involucraba una mac y una divertida referencia a 2001: Odisea al Espacio. Acá todo es poco sutil, simple y chato: la premisa parte de la base de que Derek y Hansel son cosa del pasado, y uno como espectador desearía que esto fuera cierto. El hijo pródigo perdido del protagonista es el catalizador de una trama de venganza, revancha y redención que, aunque consciente de su absurdo, resulta extremadamente mediocre. Zoolander 2 no es mucho más que eso: chistes de doble sentido fáciles de digerir, caricaturas con poca gracia y una crítica blanda a la moda, tan superficial como lo que la película intenta parodiar sin éxito.
Comedia modelo Hace años que nadie sabe de Derek Zoolander. Alguna vez fue el modelo masculino más importante del mundo, pero hoy su nombre no significa absolutamente nada. Derek vive como un ermitaño, solo y auto-recluido de la sociedad, pagando el precio de una tragedia que lo tiene como principal protagonista. Pero cuando las estrellas pop más importantes del momento comienzan a ser asesinadas y dejan este mundo posando con la distintiva mirada del modelo, Zoolander deberá reinventarse y volver a las pasarelas de las que alguna vez supo ser el dueño. Y con la ayuda de Hansel, su antiguo rival, y Valentina, una modelo de trajes de baño devenida en agente de Interpol, deberán resolver el enigma detrás de estos crímenes antes de que sea demasiado tarde. 14 años tuvieron que pasar para que Zoolander por fin tuviera su merecida continuación. El camino no fue sencillo. De hecho, fue todo lo contrario. La comedia escrita, producida, protagonizada y dirigida por Ben Stiller llegó a los cines de Estados Unidos el 28 de Septiembre de 2001, tan solo unas pocas semanas después de los atentados del 11/9. Por aquellos días la gente no estaba de humor para disfrutar de las aventuras de un modelo masculino ridículamente hermoso, y la película se estrenó con total indiferencia por parte del público y la crítica, dejando los cines con más pena que gloria luego de unas pocas semanas en cartel. Uno pensaría que el resto del mundo respondería distinto al film, pero no fue así. Por ejemplo, en Argentina se estrenó los primeros días de Febrero del 2002 y el resultado no fue muy diferente al alcanzado en la taquilla norteamericana. Sin embargo, con el correr de los años Zoolander encontraría una nueva vida gracias a las visiones subsecuentes en cable y dvd, y no tardaría demasiado en convertirse en un clásico de culto con todas las letras. De esos con escenas memorables imposibles de olvidar y líneas de diálogo que podemos citar una y otra vez. Durante años Stiller luchó para que Zoolander 2 se convierta en realidad, tomándole casi una década y media convencer a los estudios Paramount de que a pesar del pobre rendimiento en taquilla el público quería una continuación. Stiller no estaba equivocado. Desde su anuncio, con las llegadas de las primeras imágenes y noticias sobre el rodaje, los fanáticos enloquecieron compartiendo y opinando al respecto en las redes sociales. Pero algo falló en el camino. La poca confianza de Paramount para con la secuela se hizo evidente con una saturadora campaña publicitaria, y el hecho de esconder la película de los críticos definitivamente tampoco ayudó demasiado. El boca en boca ya estaba instalado incluso antes de su lanzamiento, y rápidamente la película fue catalogada como una de las mayores decepciones del año que apenas está comenzando. Pero la realidad es que Zoolander 2 no es nada de eso. No es una decepción, ni mucho menos el final de la nueva comedia norteamericana como algunos se apresuraron en vaticinar. Al igual que su predecesora, Zoolander 2 es una película con la que no todos se enamorarán luego de una primera visión. De hecho estoy convencido de que con el tiempo y nuevas revisiones, podría alcanzar un estatus de culto cercano al de la primera parte. Todo lo que disfrutamos de la película original está multiplicado en la secuela. Desde la escala del propio film (el presupuesto es muy superior), pasando por los incontables cameos de famosos, hasta chistes y situaciones tan ridículas que parecieran pedirnos permiso para sacarnos una carcajada, o haciéndonos cuestionar si hacemos bien en reírnos o no. Zoolander 2 es una película tan ridículamente hermosa y consciente de ello que hasta los hechos que ponen en movimiento la trama se vuelven casi irrelevantes, e incluso llegando al final son desechados con una simple –aunque brillante- línea de diálogo. Zoolander 2 obliga a Stiller a bajar y dar de nuevo. Algunos de los elementos que mejor funcionaron en la película del 2001 ya no pueden ser explotados aquí por razones obvias, como la rivalidad entre Derek y Hansel, sobre la cual se construían muchos de los mejores momentos de la cinta original. Si bien al química entre Wilson y Stiller sigue estando intacta, no logran explotarla al máximo como cuando sus personajes eran presentados como rivales. Los cameos de famosos son constantes y los chistes lanzados uno detrás de otro, algunos dan justo en el blanco y otros no, pero aparecen en tal cantidad que son suficientes los que funcionan. Eso si, el film requiere al espectador estar al tanto de la cultura pop actual si quieren poder disfrutar de la comedia a pleno. Los personajes secundarios son una parte fundamente del mundo Zoolander. Will Ferrell regresa con su excéntrica interpretación de Jacobim Mugatu -uno de sus personajes mejor logrados- mientras que Penélope Cruz cumple su papel de femme fatale sin arriesgar demasiado. En lo personal me hubiera gustado ver más de Kristen Wiig, su rol pedía a gritos una mayor participación pero termina sintiéndose un poco desaprovechado. Pero quizás dentro del reparto secundario quienes terminan por salir mejor parados sean el comediante Kyle Mooney (Saturday Night Live) como el diseñador/hipster Don Atari, y el joven actor Cyrus Arnold, en un papel del que no hablaremos demasiado para reservar algunos detalles de la trama. Conclusión En definitiva, Zoolander 2 está lejos de ser el desastre que algunos aseguran. No es la comedia perfecta, pero hace mérito suficiente para ganarse el respeto de quienes disfrutaron de la primera parte. Pero seamos sinceros, ¿cuantos de los que salieron del cine en aquel febrero del 2002 podían asegurar que acaban de ver un clásico? Juzgando por los números, fueron muy pocos. El legado de Zoolander creció con las revisiones y adquirió un estatus de culto que no muchos imaginaban, y es muy probable que lo mismo pase con esta secuela.
ELOGIO DE LA IMPERFECCIÓN Vemos una persecución entre motos y automóviles en medio de la ciudad de Roma. Cuando la persecución llega a su fin descubrimos que debajo de la capucha se encuentra, nada mas y nada menos, que Justin Biever. Y, para terror, de las fans esta a punto de ser asesinado. A pesar que la estrella pop pide ayuda a Sting, este no se la otorga (¿justicia poética?), y Justin muere ridiculamente acribillado. Con el último aliento se saca una selfie haciendo una mirada de la autoría de Derek Zoolander. Esta es la primera secuencia de Zoolander 2, que comienza con mucho empuje (muy arriba diríamos en una jerga mas coloquial), entonces el desafío será mantener este nervio filmíco. Es cierto que hay baches narrativos o chistes no muy eficientes en la media del filme, pero hay que rescatar que el espíritu de la primera parte se mantiene allí, intacto. Lo mismo que pasa con la mirada Blue Steel de Derek Zoolander, está apagada, sin pasión, hasta que resurge de otra forma, y ofrece todo lo fans buscan. Si, es una película para sus fanáticos que quieren saber lo que paso con Hansel y sus orgías, con el hijo de Derek, y por supuesto, si va a volver el malvado Mugatu, el creador de la corbatas piano. También están los multiples cameos de famosos, parrafo aparte merece el personaje de Benedict Cumberbatch, All, un ser andrógino que llega al paroxismo de casarse consigo mismo. En este punto el género ya no importa, por mas que Derek y Hansel, confundidos, insistan en una definición genital (ambos en el universo del filme están demodé). Como comienza, termina, con toda la fuerza y mas identitaria que nunca. El microcosmos Zoolander 2 explota en una sucesión de gags dementes, imprevisibles y provocadores. ¿Acaso estas no son características del avant-garde?. Ambas Zoolanders trascienden esa crítica ingenua a la frivolidad del mundo mundo de la moda y de los famosos, porque flirtean con los limites del status quo. Por esto celebro sus imperfecciones y el factor simbólico que evidencia esta singular y divertida comedia dirigida por el gran Ben Stiller. Por María Paula Rios @_Live_in_Peace
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
El exquisito arte de la previsibilidad cómica Una serie de estrellas pop han sido asesinadas en extrañas circunstancias, dejando al morir un mensaje en forma de “mirada” misteriosa que tiene en vilo a la detective de la Interpol. Para develar el enigma quieren acudir a Derek Zoolander, pero nadie conoce el paradero del supermodelo, pues luego de la catástrofe en la que perdió la vida su esposa y el gobierno le quitó la tenencia de su pequeño hijo ha decidido abandonar las pasarelas y recluirse como ermitaño en una cabaña alejada. La monotonía se altera cuando Derek recibe una invitación para desfilar la colección de Don Atari, el más grande diseñador contemporáneo en Italia. Derek acepta y en Italia se reencuentra con su viejo némesis Hansel, también recluido y alejado del mundo de la moda por un accidente que le ha desfigurado el rostro, el mismo accidente que ha costado la vida de la esposa de Derek. En medio del evento, la detective consigue identificar a Zoolander y convoca a Derek y Hansel para que la ayuden a resolver el misterio de los asesinatos de las estrellas pop, probablemente a manos del gran gurú de la moda: Mogatu. ¿Cómo se consigue realizar una excelente propuesta cinematográfica, en el marco de una secuela de un gran film precedente? La respuesta de sentido común diría que esto se consigue evitando caer en la tentación de reiterar el mismo material (gags, personajes y situaciones) que ya ha mostrado su potencia y eficacia. Pero como sabemos, el sentido común suele ser la respuesta menos adecuada para explicar fenómenos de complejidad. En efecto, si miramos otras producciones estructuradas en este concepto de la replicación argumental, como Hombres de negro, Austin Powers, entre otras, (no debe confundirse esta estrategia con la producción de la auténtica saga que efectivamente está organizada con la lógica del folletín), se advertirá sin grandes dificultades que la estrategia es más bien la opuesta: un elevado nivel de replicación de material básico sobre una trama de superficie que es y no es la misma. De modo tal que nuestro interrogante ahora debe plantearse en los términos siguientes: ¿cómo es posible realizar una producción de altísima eficacia en el marco de la secuela de un film precedente de notable aceptación, replicando prácticamente la misma estructura de situaciones, de gags y de personajes?”. En el fondo no hay grandes misterios en torno a esto, pues no debería llamar tanto la atención el hecho de que se haga lo mismo que antes ha resultado y se obtenga ahora la misma recepción que se ha obtenido de modo precedente y con la misma estrategia; más aún, lo extraordinario, y lo que requeriría de una explicación sería más bien lo opuesto: hacer cosas distintas y esperar resultados idénticos. Y sin embargo hay una fuerza de persuasión que nos indica que la replicación en el mundo del arte en general, y de las narraciones en particular, no es un valor preciado más que en aquel momento de la infancia donde queremos escuchar siempre la misma historia. Si analizamos cualquier producto televisivo serial, tendremos la oportunidad de entrar en contacto con esta estrategia en modo superlativo; tomemos por caso, las primeras 3 temporadas de la serie televisiva norteamericana Dr. House, en la cual episodio tras episodio se replicaba una misma esquematización argumental, con idénticos personajes, idénticas situaciones e idénticos gags. ¿Cómo coordinar entonces esta doble exigencia del placer por la previsibilidad, inherente a toda actividad espectatorial, con aquel otro placer por el descubrimiento de lo nuevo? A partir de la operación con los esquemas. ¿Qué es un esquema? La capacidad de organización de materiales diversos al interior de una estructura recurrente, de modo tal que lo recurrente no anule la novedad, pero la novedad no destruya lo ya existente. Esta noción es la clave de comprensión Para asimilar esa compleja noción de género cinematográfico, en donde se plasma la célebre concepción helénica retomada por la dialéctica de que sólo puede permanecer aquello que cambia, y sólo cambia aquello que al mismo tiempo permanece, pues el cambio y la permanencia son lo mismo. Zoolander no sorprende con su planteo de superficie, que es prácticamente un calco de la primera entrega; sorprende en cambio por su astucia para prevalecer, reponerse y superar la entrega anterior con unos materiales prácticamente idénticos. En otras palabras, no sorprende el material, sino que el empleo del mismo material vuelva a funcionar fortalecido e incluso potenciado… es decir, que nos sorprenda como la primera vez. Del mismo modo que un gran ilusionista no sorprende sólo con sus actos renovados sino realizando las mismas rutinas que sorprenden siempre del mismo modo (En el fondo, lo actos de magia son básicamente los mismos: fascinación por lo que no estando, aparece; de lo que estando, desaparece; de aquello que siendo una cosa deviene en otra, o del desplazamiento imposible de objetos). El secreto, tanto en la magia como en el cine, está en la posibilidad de controlar el proceso de previsibilidad y la mecánica de repetición en el marco de una sólida esquematización de buenas ideas. Controlar la previsibilidad en la estructura cómica no significa cuidar la sorpresa, es decir, evitar que el espectador se anticipe a un efecto; todo lo contrario, el arte de la comicidad reside justamente en dar las herramientas al espectador para anticipar el efecto, y que no obstante el efecto funcione. Eso hace a una buena comedia. De hecho, y como he sostenido en mi tesis sobre la forma cómica (La estructura subversiva de la comedia: 2010), lo específico de esta estructura es la asimetría de conocimiento entre el espectador y el personaje, donde el personaje siempre se anticipa a la inadecuación subsiguiente; más aún, la esencia misma de la comicidad, no reside en el efecto de su materialización, sino en la víspera, en todo ese pasaje en que el público está expectante del gag, antes de que el gag incluso ocurra. Por este motivo, en la forma cómica no domina la sorpresa, sino el suspense, en la acepción que Hitchcock da a esta operación, por medio de la cual el espectador siempre sabe lo que va a pasar al personaje, y esa impotencia de que ocurra lo inevitable es lo que produce, en el thriller, la angustia, y en la comedia, la risa.
Zoolander (2001) es prácticamente un hito. Una inteligentísima burla al sofisticado pero vacío mundo de la moda y la alta costura. Quince años después, el director y actor Ben Stiller larga la secuela. Y llenos de emoción fuimos al cine ni bien se estrenó, a ver si está a la altura de la original o merece ser olvidada. Las personas más bellas del mundo están siendo asesinadas, y lo último que hacen antes de morir es sacarse una selfie con una particular expresión, y subir la foto a las redes sociales. Valentina (Penélope Cruz), que trabaja en un departamento específico de Interpol, identifica algo en particular con las miradas y decide buscar a Derek Zoolander (Ben Stiller, chicos, no me hagan aclarar pavadas), el creador de miradas históricas como Magnum y Blue Steel, porque cree que él puede llegar a ayudarla a descifrar el misterio. Y sí, a medida que la trama avanza (cambiando de rumbo, volviéndose absurda, borrando con el codo lo que acaba de escribir con la mano y perdiendo contundencia) se suman a la aventura Hansel (Owen Wilson), Mugatu (Will Ferrell), Alexanya Atoz (Kristen Wiig) y, continuando con la tradición de la primera parte de la saga, un sinfín de cameos de diferentes celebrities, algunos desaprovechados por haberlos adelantado en el trailer. La poca solidez narrativa y el trailer son los principales problemas de la película: los que padecemos de buena memoria recordamos gags del avance (de casi tres minutos de duración) y, la verdad, es una lástima tanto adelanto. Con la moda del trailer del trailer del teaser, el spot televisivo, las "fotos filtradas desde el set" (sí, entre comillas obviamente), se pierde demasiado la magia y la sorpresa de los últimos estrenos. Pero eso no es problema sólo de Zoolander 2, sino que es un signo de nuestros tiempos (?). Por otro lado, la película no tiene absolutamente nada negativo, y la (escasa) solidez de la trama es relativa, así que podemos incluso dejarla pasar; reconozcamos que estamos viendo Zoolander, no El Padrino. Porque su fin es hacerte reír, y te reís desde que empieza hasta que termina (salvo de lo que ya viste en el trailer). Los personajes de Derek y Hansel son pura magia, se nota que además del trabajo actoral de cada uno, Stiller y Wilson tienen una excelente química personal juntos y disfrutan lo que hacen, con una energía que trasciende la pantalla. Más allá de los chistes -ya sea en los diálogos o de humor físico-, Stiller te hace reír con una simple mirada. Con esa misma mirada que en la cinta de 2001 detuvo una estrellita ninja. Selfies, redes sociales y cosas que en la cinta original no existían se integran perfectamente a la trama: el selfie stick parece un invento hecho exclusivamente para Derek Zoolander. Necesitábamos ver a estos dos personajes tan particulares, tan estereotípicos y tan... tan ellos en este contexto actual lleno de tecnología tan inútil. Inútil como la alta costura. VEREDICTO: 8.0 - LINDA, PERO HUECA Zoolander 2 se asemeja mucho al personaje de Derek en sí: hermosa pero completamente hueca y estúpida. Pierde la capacidad de observación y crítica que había tenido la primera parte, pero la multiplica en humor: es infinitamente mucho más graciosa. Conociendo la trayectoria de los involucrados, sabemos que podíamos pedirles mucho más. Pero como tampoco es frecuente que salgamos de una sala con dolor de panza por reírnos tanto, se los perdonamos ;)
El arranque es muy bueno y predispone muy bien al espectador, pero luego empieza una especie de montaña rusa donde te encontrarás con varias escenas super divertidas y otras increíblemente tontas, realmente para tantos años de espera se...
Extrañaba no saber cosas contigo. Crítica a ‘Zoolander 2’ 15 años pasaron desde la primera aventura de Derek Zoolander y Hansel, y hoy como entonces, poco ha cambiado. Derek, quien por fin había entendido el poder de su mirada lo pierde todo y queda ridiculizado ante los medios, por lo cual decide exiliarse en una cabaña en la montaña, lejos de las cámaras y la opinión pública. Pero una trama de intrigas y venganza lo obliga a subirse de nuevo a la pasarela, a reencontrarse con su antiguo aliado Hansel y a su archienemigo Mugatu. Lo que caracteriza a Zoolander 2 y a su predecesora es la gran cantidad de cameos que posee el film. Estos tienen una función meta que por la misma farsa pasa desapercibida, es decir, los actores se interpretan a sí mismos. Claro que no buscan realizar un retrato verídico, por lo contrario, se basan en los mitos generados en los medios. Es interesante pensar el film desde ese lugar, puesto que se descubre un universo muy vasto de creencias y supersticiones ligado al mundo del espectáculo. Es interesante ver cómo las celebridades asumen sus versiones ridículas. El efecto de este encuentro entre la ficción, la realidad, y el mito resulta un sabor negligente puesto que entorpece toda idea noble que pueda construirse en el film. Al final, la película se erige como un todo vacío, como mero entretenimiento, no pretende sanear ningún sentimiento de realización o profundizar sobre alguna idea elevada como el amor, la paternidad o la amistad. Esto termina por traicionar al film, puesto que cuando el chiste o la referencia falla, el espectador no obtiene absolutamente nada. No es sencillo empatizar con un protagonista estúpido, por lo que esa conección queda descartada. Por supuesto, que hay cierta especularización crítica de las tendencias culturales mundiales, lo cual propone sin desearlo demasiado una reflexión sobre los valores de felicidad, arte y belleza con los cuales se administra la sociedad. Pero al no haber una catarsis sobre esto, es decir un personaje que lo advierta o una situación que lo descubra, la carga del problema se invisibiliza más de lo que ya estaba. Pero Zoolander 2 es divertida, supongo que a veces eso puede ser suficiente.
Vale la pena (no la alegría). La espera para disfrutar la secuela de Zoolander fue de largos 15 años, lo cual desde ya es muchísimo tiempo. La ansiedad, la expectativa, el fanatismo contenido, son todos factores que se vuelven aún más en contra en la ecuación de lo que resulta la fallida segunda parte. Todos sabemos lo que vamos a ver. No lo sabíamos quizás en la primogénita, por eso la sorpresa y el goce en los chistes tontos, en las caras moldeadas de Ben Stiller, y en su genial enemigo vuelto amigo, Owen Wilson, quienes junto a interpretaciones como las de Will Ferrell, nos hicieron amar la estupidez y aplaudir un guión inteligente, bien actuado y con las pretensiones justas, que en ese caso superaron todas las expectativas. Ahora bien, llega su segunda parte, y nos volvemos a encontrar con algunos puntos altos (Will Ferell, logra equilibrar la balanza para que la película no sea un total bochorno), algunos cameos que pueden resultar graciosos, o no; hay un uso del personaje del famoso interpretándose a sí mismo, que de tan reiterativo agota, aunque en mínimos casos logre sacarnos alguna sonrisa menor. El caso de Sting, y quizás de Justin Bieber, ya que su aparición y su muerte llevada a la exgeración mediante una balacera que parece nunca acabar, tal vez tengan algo que nos mueva un poco la comisura de los labios. El argumento es bastante simple: Derek se aisla del mundo ante una fatalidad que sufre su familia, la misma que lo lleva a enemistarse con su hermano de las pasarelas, Hansel, con quien volverá a reunirse, convocados ambos por la reina de la moda en Italia, para ser nuevamente las estrellas del modelaje que supieron ser mucho tiempo atrás. Junto con ese deseo, ambos irán tras uno mayor, que será reunirse con su familia: en el caso de Derek, reencontrarse con su hijo, y en el de Hansel, conocer sus orígenes y recuperar a su peculiar parentela (repetir el tema de la orgía no tiene ningún sentido). Repitiendo trama original, caerán en la trampa del malévolo y desquiciado Mugatu (lo volvemos a decir: Ferrell se supera así mismo en su personaje y brilla en cada escena, siendo casi el único punto fuerte de esta segunda entrega), quien en esta ocasión no solo busca venganza, sino un fin mayor, a revelarse en un final que bordea el delirio, llegando caso al ridículo, ese ridículo tonto, que no se vio en Zoolander. Bien sabido es que un chiste, al repetirse, deja de funcionar. Si encima lo repetimos una y otra vez, entonces no solo no nos reímos, sino que que empezamos a fastidiarnos, a despreciar la originalidad inicial. No se llega a tanto, pero sí saturan las mismas parodias, no aporta nada el personaje de Penélope Cruz y su inglés ya es un daño al oído, que resta aún más a la película. El mayor mérito de Zoolander 2 es que apenas terminamos de verla, necesitamos urgente volver a ver la uno, para recordar ese humor bizarro y delirante que funcionaba a la perfección. De cualquier manera, por la genialidad de la primera parte, perdonamos la mediocridad de la segunda. Sabemos que Ben Stiller tiene crédito de sobra.
Para los fans de la saga A 15 años de la primera “Zoolander”, el dúo dinámico de Ben Stiller y Owen Wilson vuelven al ruedo. Con una estructura similar a la película anterior (una sucesión de gags con argumento flojo, ritmo discontinuo y muchos cameos de famosos), la nueva película dirigida por Ben Stiller combina momentos de humor más o menos efectivos en busca de un objetivo inclaudicable: entretener. Como excusa, para considerar su cuota de mensaje políticamente correcto, vale la crítica al glamour del mundo de la moda y a la sociedad de consumo, cada vez más embobada por la tecnología, los medios y las redes sociales. La imagen que abre la película, con Justin Bieber como protagonista, expone en forma satirizada cómo un segundo de fama vale, para algunos, más que la vida misma. Derek Zoolander (Stiller) y Hansel (Wilson) están ya fuera de las pasarelas, y pocos los recuerdan. Hasta que Valentina (Cruz), una policía de Interpol, decide reclutarlos con el fin de atrapar al temible asesino de ídolos pop. Junto a un rol logrado de Penélope Cruz, volverá a escena el villano Jacobim Mugatu (Will Ferrer, desopilante) y con cambios constantes de escenografías y looks se sucederá una vorágine de acción y humor, con un desfile de figuras de Hollywood y del mundo de la moda. Sólo para fans de la saga.
El peligro de ser ridículamente hermoso No todas las segundas partes son buenas. De hecho, la mayoría son malas. Cierto es que existen excepciones que confirman la regla, pero bueno…Zoolander 2 no lo es. Situada quince años después del final de la primera, Zoolander 2 comienza con un Justin Bieber corriendo por su vida por las calles de Roma que no consigue escapar de sus perseguidores misteriosos y es asesinado. Lo último que hace antes de morir, es subir a Instagram una foto en la que adopta la mirada “Blue Steel” de Derek Zoolander (Ben Stiller). Mientras tanto, Derek se ha convertido en un ermitaño luego de que su familia se viera afectada por una sucesión de desgracias: el libro gigante que caracteriza al “Centro Derek Zoolander para niños que no pueden leer bien y que quieren aprender a hacer otras cosas bien también” se derrumba, aplastando (y matando) a la mujer de Derek y más tarde, por negligencia, le quitan a su hijo (Cyrus Arnold). Por otro lado, Hansel (Owen Wilson), que fue herido en el rostro durante del desastre del libro gigante, también se encuentra fuera de la esfera pública. Tapándose el rostro con una máscara al mejor estilo “fantasma de la Ópera”, se dedica a meditar con su “orgía” hasta que se entera que todos ellos están embarazados. Tanto Derek como Hansel son invitados a participar en el último desfile de la nueva diseñadora de moda Alexania Atoz (Kristen Wiig) y ambos aprovechan para escapar de sus temores y reencontrarse con sus fabulosos y hermosos yo. Sus caminos se cruzarán entonces con Valentina Valencia (Penélope Cruz), agente de la división moda de la Interpol, que necesita la ayuda de ambos para averiguar quién está asesinando a las personas más lindas del mundo y porqué todas ellas mueren con la misma expresión de Derek Zoolander. Dirigida por Ben Stiller, la realidad es que Zoolander 2 no da ni más ni menos de lo que promete. Continúa con el estilo de su antecesora: humor histriónico, absurdo y exagerado, con sólo un poco de ironía. Derek y Hansel siguen teniendo la excelente química en pantalla que los caracteriza, pero parecen haber perdido unas cuantas neuronas en el camino ya que cada vez actúan de forma más estúpida, tanto que llega un momento en el que ni son graciosos. El problema radica en que los gags terminan recayendo siempre en lo “tontos” que son y esto hace que los personajes se desgasten. Por otro lado, Zoolander 2 pierde esa crítica encubierta al mundo de la moda que supo tener la primera parte, lo que la transforma en suerte de cáscara vacía: una sucesión de chistes estúpidos sin ningún sustento. Pero no todo es malo. Para ser justos, la película sí logra hacer reír. Con sus chistes “sólo para entendidos” y sus cameos acostumbrados de personas del ámbito de la moda y de otros ámbitos también (la aparición de Neyl DeGrasse Tyson de la mini-serie Cosmos es genial), tiene momentos en los que no se puede creer que se animen a tanto. En resumen, si bien Zoolander N2 no es la mejor película de comedia de la historia (me atrevo a decir que ni siquiera será la mejor película de comedia del año), sí es divertida. El humor inocentón e inteligente (por breves momentos) que tiene les garantizará una diversión moderada y les recordará porqué hay más en la vida que ser ridículamente hermoso.
Stiller viste a la moda Si “Zoolander” (2001) funcionaba por la frescura de sus gags, el descaro con el que se atrevía a cuestionar la frivolidad del mundo de la moda y el prisma extrañamente divertido bajo el cual se atrevía a cuestionar dramas como la explotación laboral, “Zoolander 2” lo hace por acumulación. Es tal la avalancha de gags que propone desde el arranque que por momentos se torna agotadora. Y aunque tiene un clímax logradísimo, hasta llegar allí hay ciertos tramos en los que la estructura se tambalea y los guionistas parecen flaquear en la desesperación de provocar risas constantes. Pero hay que celebrar que Derek Zoolander y Hansel tienen un regreso con gloria, a la altura de sus circunstancias. La historia es un disparate total (incluye conspiraciones al estilo de “El código Da Vinci”, planes de fuga dignos de villano de James Bond y un hijo de Derek que es “listo” y no quiere seguir los pasos de su padre) una mera excusa para reencontrar a los personajes 15 años después de los sucesos narrados en la primera parte. Zoolander está voluntariamente retirado en un rincón agreste tras la trágica muerte de su mujer. “Me convertí en un cangrejo ermitaño”, aclara. Pero se ve obligado a salir de la reclusión cuando lo convocan a participar de un desfile en Roma y debe colaborar con Interpol para resolver una serie de asesinatos de estrellas pop, que antes de morir han compartido en las redes sociales una serie de selfies con la famosa “mirada Magnum”, marca registrada de Derek. Para eso, tendrá la inesperada ayuda de su otrora rival devenido en mejor amigo Hansel. El choque generacional entre estos modelos de los ‘90 y los referentes del nuevo panorama de la moda internacional, con códigos totalmente diferentes, provocará resultados hilarantes. Actores y cameos La química que desarrollan Ben Stiller y Owen Wilson (que se dejó entrever ya en otras películas pero que aquí alcanza la apoteosis) es uno de los mayores encantos que tiene esta segunda entrega de las andanzas del modelo “descerebrado”. También es un fragor ver a Kiefer Sutherland, Billy Zane y Sting integrados a la trama de modo desopilante, a Benedict Cumberbatch como “All”, un/una modelo que no es “ni femenino ni masculino” a Will Ferrell como un Mugatu lleno de tics y a Penélope Cruz como una agente de Interpol división moda (¡Así de disparatada es la trama!) que acarrea un trauma por haber sido modelo de trajes de baño. Sin embargo, la mejor incorporación de esta saga es Alexanya Atoz (Kristen Wiig) una extravagante reina de la moda de acento inefable, una especie de Mugatu en versión femenina. Otro de los alicientes de este film, que reitera sus burlas del mundo de la moda pero sin la impertinencia de antes, son los cameos de personalidades que se interpretan a sí mismos y se mofan de sus propias veleidades. Durante las casi dos horas de metraje, desfilan estrellas musicales como Justin Bieber (quien es asesinado al principio del film), Demi Lovato, Katy Perry, Lenny Kravitz y Susan Boyle (la cantante que se dio a conocer en 2009, cuando concursó en el programa de televisión Britain’s Got Talent), los actores John Malkovich y Susan Sarandon, los diseñadores de moda Tommy Hilfiger, Valentino Garavani y Marc Jacobs y a Anna Wintour, jefa de la edición norteamericana de Vogue. Irreverencia Estas películas suelen dividir las aguas entre quienes las aman y se ríen a carcajadas y aquellos que no encuentran la menor gracia en el tipo de humor, por momentos apabullante, que formulan Stiller y su co-guionista Justin Theroux. Es algo que suele ocurrir con los artistas que intentan ser irreverentes, es un riesgo que deben correr. Por eso “Zoolander 2” gustará a unos, que la disfrutarán desde una postura más descontracturada y les parecerá una monumental bobada a los otros. Sólo caben dos recomendaciones: verla subtitulada para poder apreciar mejor los momentos de esgrima verbal entre los personajes y tener bien fresca en la memoria la primera “Zoolander”.
No pasó mucho en las boleterías cuando “Zoolander” llegó a los cines en 2001. Fue mucho más importante lo sucedido después, cuando se editó en DVD y se transformó en una película de culto pasada de fanático en fanático. Algo en la estupenda dirección y guión de Ben Stiller (a quien ya hemos ponderado mucho por su obra como realizador) dejaba un sabor extraño. Ese sabor que da la observación y crítica aguda sobre el mundo de la moda, y el de la industria textil por añadidura. ¿Y por qué sucedía esto? La película derrochaba acidez sobre las campañas publicitarias con modelos, con momentos sobresalientes que desbordaban creatividad. También estaba repleta de cameos, desde Lenny Kravitz, en la escena de la entrega de premios al mejor modelo, o la de David Bowie, haciendo de jurado en un enfrentamiento clandestino entre Hansel (Owen Wilson) y Derek (Ben Stiller). Una película casi perfecta era “Zoolander”. Nadie se explica la necesidad de una segunda parte cuando todo estaba cerrado y con moño. Es más, estaba tan bien cerrado todo que al ver “Zoolander 2”, pese a su buena factura, uno o puede dejar de pensar que muchas de los eventos puestos en escena están un poco forzados. En especial el comienzo que se agarra de un chiste puesto en la original, que consistía en el deseo de Derek de construir un: “Centro para niños que no saben leer bien y quieren aprender a hacer otras cosas buenas también”. Según el racconto del principio, el centro se desmoronó matando a su esposa, lastimando a su hijo (ahora estudiando en Roma), e hiriendo a Hansel. Este hecho tiró la carrera de modelo al tacho y cada uno se ha recluido a lugares recónditos del planeta para estar solos. Aunque les llega Netflixpor correo. Por otro lado, el malvado diseñador Mugatu (Will Ferrell) terminó preso por intento de asesinato al primer ministro de Malasia. Recordemos que aquí estaba la mejor observación de la primera parte respecto de la explotación de trabajadores textiles por parte de las grandes marcas y diseñadores del mundo en función de abaratar costos. Por razones que no conviene rebelar, Derek y Hansel volverán a verse luego de 15 años, pero ya nadie los reconoce, sus nombres e imágenes ya no pertenecen al frívolo mundo de la moda y están fuera de casi todo. Incluso de la extraña costumbre de insultar para elogiar. El guión de “Zoolander 2” pierde esa aguda y punzante observación sobre este micro mundo de la moda en favor de contar una aventura más cerca de la exageración que del género (pero sin llegar a la parodia). En este punto, las situaciones se desbalancean porque los momentos de acción son desproporcionados en relación al subtexto, con la consecuente pérdida del mismo. No es que esta secuela carezca de humor satírico, pero este se diluye un poco. Tal vez haya que reflexionar que la época en la cual llegó la original tuvo la gloria de haber sido un tremendo contraste entre la frivolidad y la tragedia que el mundo vivía, ya que fue estrenada un par de semanas después del atentado a las Torres Gemelas. Si es por esto, “Zoolander” fue absolutamente estacional y claro, circunstancias como esas se dan cada tanto. Por lo demás, es divertido ver cómo el mundo actual recibe a estos modelos que intentan la resurrección de sus carreras siguiendo cada uno su propia idiosincrasia. Hasta se podría decir que por momentos resulta una parodia de sí misma y de los personajes que conocimos, porque el contraste naif puesto en la mente hueca de los modelos contrastaba brillantemente con el resto de un elenco que por uso del raciocinio desplegaba las grandes capas de humor que tenía la primera. Los condimentos están todos, cameos, música bien puesta y coordinada, popes de la moda haciendo de sí mismos, e incluso cierto art design tiene su momento de lucimiento aquí. Es la dirección de Ben Stiller y su diseño de personajes lo que hace que la cosa funcione y llegue al final con una buena dosis de humor. Si se quiere hacer el ejercicio, vuelva a ver la de 2001. Verá que está intacta y vigente. Por eso una secuela no es tan necesaria.
Queremos mucho a Ben Stiller. Pero la reaparición de su criatura más tierna y cómica, ese supermodelo absolutamente tonto pero de buen corazón, parece menos de lo mismo. Hay momentos cómicos, es cierto, y los actores juegan a querer mucho a los personajes. Pero el efecto es efímero y en general se disuelve a medida que corre la película. Quizás requiera una segunda visión y así crezca (pasa con muchas comedias), pero el primer efecto es decepcionante.
Para reírse, de lo mejor Parodia del mundo de la moda y autoparodia de las estrellas, tiene diversión. Consejo: no intelectualizar. Ben Stiller tardó quince años en retomar el título de Zoolander y darle una nueva oportunidad, pero la espera valió la pena. La película que dirige, coescribe, coprotagoniza y coproduce llega en su segunda entrega en ese punto en que logró el aliento del público, de la crítica y del entorno que se presta a participar de esta parodia del mundo de la moda y autoparodia de celebrities varias y el universo del espectáculo. De allí que la lista de diseñadores de primera línea, cantantes y actores cotizados dispuestos a participar aunque sea con un bolo resulte, por su extensión, imposible de citar en estos párrafos. Vale señalar para el caso que la historia comienza con Justin Bieber actuando su propia muerte en la puerta de la casa de Sting en Roma; que Anna Wintour, Valentino, Mark Jacobs, Vera y Alexander Wang y Tommy Hilfiger participan con mayor o menor permanencia en pantalla. Si de parodias se trata, nada mejor puede ocurrir que los actores se diviertan, y queda claro frente a este espectáculo que el grupo convocado por Stiller disfrutó a mares de "desnudar" la imagen que el marketing les provee para reírse de sí mismos con el público. ¿El resultado? Una hora y media de bromas constantes que se agradecen, si lo que se busca al entrar a la sala es olvidarse de que el mundo exterior existe; y si no hay en el observador una pretensión de intelectualizar absolutamente todo lo que se le presenta en pantalla. La historia cuenta que pasaron 10 años desde que Derek Zoolander inaugurasesu Centro para niños que no saben leer chachi, y la tragedia arruinara la fiesta. Desde entonces, Derek y su rival de pasarela Hansel no volvieron a verse y se alejaron del mundo conocido.Pero e un criminal que quiere matar a las personas más lindas del mundo lleva a que ambos sean llamados a colaborar en el esclarecimiento del caso.
Ben Stiller también es el director de una zaga que tiene publico cautivo. Ahora Zoolander y Hansel se unen porque están en decadencia, y deben reinventarse. Pero además son reclutados por una agente (Penélope Cruz) porque están matando a gente linda con la mirada “azul acero” que inventó Ben Stiller y utiliza un villano. Con muchos cameos. Divertida y liviana.
Mirada Mortal Con una gran expectativa, la secuela de la historia de Derek Zoolander llegó a los cines y pasó desapercibida tras el rechazo del público que no supo ver en la continuidad de la saga las posibilidades narrativas que tanto el guión como la dirección de Ben Stiller le han impregnado. “Zoolander 2” (USA, 2016) arranca con una vertiginosa escena en la que Justin Bieber muere tras ser acribillado por un misterioso asesino. Signo de los tiempos, el joven cantante fallece luego de subir la última foto a Instagram haciendo una mueca similar a la que Zoolander (Stiller) solía hacer en las pasarelas: la mirada mágnum. Localizado por una suerte de CIA en la que la agente Valentina (Penelope Cruz) ejerce un rol principal, tanto él como Hansel (Owen Wilson) volverán a ser convocados a las grandes ligas de la moda por un nuevo diseñador que responde a Alexanya (una irreconocible Kristen Wiig), una suerte de musa simil Donatella Versace, y que los quiere en su pasarela. Pero lo que no sabrán las dos ex estrellas de la moda es que un siniestro plan se urdirá detrás de los aparentemente inocentes planes de devolverles la fama, algo que ni siquiera Zoolander ve venir, y que para él, el regreso, significaría el poder recuperar a su hijo. Así, entre pasarelas, una serie de participaciones secundarias de lujo (Kiefer Sutherland, Sting, Benedict Cumberbatch,etc.) y el mundo de la moda, que se pone al servicio de Stiller, Wilson y compañía, se construye una narración clásica, con muchos gags, y en la que predomina el misterio y el espionaje como vector de la historia. Si no funcionó en la taquilla esta historia, es porque quizás, a diferencia de la primera entrega, en la ambición de construir un relato universal y mucho más sólido, se pierde cierta inocencia o ingenuidad que “Zoolander” tenía, pero independientemente de esto, la película puede entretener con los personajes que hace años hacen de las delicias de los fanáticos, que esconden en su origen, una crítica al frívolo, competitivo y despiadado mundo de la moda.
La caída que no queríamos pero esperábamos Este es el tipo de film que uno quiere que sea mejor que el original pero ya sospecha que el resultado no será el más favorable. Con "Zoolander 2" esa regla se cumple. Similar a lo que sucedió con la segunda entrega de "¿Qué pasó ayer?", Ben Stiller refrita prácticamente la misma dinámica (e incluso personajes) de la película original, lo que hizo que muchos chistes perdieran el impacto que tuvieron originalmente. El film comienza bien, con una escena de acción y comedia que nos introduce en un complot mundial para eliminar a una logia secreta formada por gente muy, muy, muy bien parecida que prepara desde hace años la llegada del elegido. Ok, la trama no es original, para nada, pero al comienzo tiene ritmo e introduce a nuevos jugadores. El problema comienza a manifestarse rápidamente cuando Billy Zane recluta a los ex supermodelos, Derek y Hansel. La presentación de ambos es poco divertida y directamente empieza a rozar lo berreta. Varios de los nuevos personajes como Don Atari (Kyle Mooney), Valentina Valencia (Penélope Cruz), y Alexanya Atoz (Kristen Wiig) no resultan divertidos, por el contrario se muestran muy forzados y de relleno. Sí me pareció una buena adición la del hijo de Zoolander, Derek Jr. (Cyrus Arnold) que la dio un poco de frescura a la historia aunque no alcanza para salvarla. Hay algunos buenos chistes en diálogos y humor físico, pero no están ni cerca de tener el impacto de los que se crearon para la primera entrega. Además, siguiendo la lógica del refrite de "¿Qué pasó ayer?", se repiten varios chistes de la película original pero con distinta situación, adaptada a la época actual, invocando seguramente a la figura de "referencia" u "homenaje". Para mí, se percibió como falta de ideas buenas y creativas. El final es muy tirado de los pelos y ridículo, pero no ridículo en el buen sentido y divertido de la palabra, sino ridículo de un poco de vergüenza ajena. Creo que es el final de las aventuras de Derek y Hansel. Me hubiera gustado que luego de 15 años le hubieran puesto un poco más de ganas y calidad a esta secuela. Después de todo, si bien esta continuación era innecesaria, nuestros héroes del mundo de la moda se merecían un final más digno.