Brainstorming, medios y urgencias financieras El director bilbaíno Álex de la Iglesia construye una comedia dramática que mezcla realidad con ironía, sucesos concebidos tanto desde la naturalidad de lo cotidiano como desde un flanco satírico, poco sutil y misántropo hasta la médula. La chispa de la vida hace alusión al eslogan que Roberto (José Mota) ideó para una exitosa campaña publicitaria. Un creativo que en la actualidad del film se encuentra tan desocupado como desesperado. Tras una frustrada entrevista laboral, intenta recordar gratos momentos de su vida al visitar el lugar donde pasó su luna de miel. Al arribar allí, se encuentra que el establecimiento ha sido reemplazado por un museo. Recorriendo erróneamente las ruinas del sector, sufre un accidente al incrustarse una barra de hierro en la cabeza, quedando inmovilizado hasta el aproximamiento de la prensa y médicos especializados. El director vuelve a dejar huellas de sus particulares pisadas fílmicas: comienza recurriendo al humor negro para remarcar el carácter tragicómico de las situaciones, sin dejar de lado una interesante y sarcástica crítica al papel vil y demoníaco de los medios de comunicación, cuyo olfato goleador parece percibir siempre a tiempo el acontecimiento más desdichado a fin de dar la nota, la primicia y reinar en el rating. La película se deja ver gracias a la calidad técnica y a actuaciones creíbles, funcionando cuando no se invoca en exceso a instancias tan mordaces como reiterativas, siendo en esos momentos donde la narración parece hundirse peligrosamente en un mar de vulgaridades. El problema de La chispa de la vida radica en la dificultad para encontrar un remate; mientras los minutos avanzan y el drama parece dejar atrás todo elemento agotador de tanta quemada socarronería, el desenlace se muestra de forma tan repentina como sustancialmente reprochable. LO MEJOR: la primera mitad de la cinta. La filmación, la mano del director. Algunos pasajes que resultan cómicos. LO PEOR: la apelación constante e iterativa a la comedia negra, a veces innecesariamente. El final. PUNTAJE: 5
De dioses y saiyajines Suele suceder, como en una suerte de regla o ecuación, que a mayor expectativa, más grande es la desilusión. Y es muy probable que sus seguidores sientan algo de eso, porque a pesar de no terminar de ser un mal producto, Dragon Ball Z: La batalla de los dioses falla notablemente en los puntos en donde el film debía arrasar o destacarse. La narración se ubica unos años después de lo que significó la última etapa de Dragon Ball Z, tras el ferviente y vigoroso enfrentamiento con Majin Boo. Allí se hace presente un villano bastante peculiar, el Dios de la destrucción. Éste, llamado Bills, es un holgazán que ha despertado de una siesta de décadas con el afán de encontrar un guerrero poderoso que decida medirse con él, aferrándose a la eventual existencia de un Dios Saiyajin. Emprende viaje hacia la Tierra, donde Goku y compañía tratarán de no hacerlo enfadar para que no destruya el planeta. Nada para reprochar hay en lo que respecta a la animación: como era de esperarse este aspecto es de lo mejorcito de la película. El problema elemental está dado en el excesivo e infantiloide recurso a las bromas y chistes repetitivos, con muecas y gestos que se van agotando y quemando cada vez más con el correr de los minutos. Si bien el modo de hacer humor siempre fue apreciable en la creación de Akira Toriyama, en esta entrega se apela tanto al intento de hacer reír al público, que parece olvidarse que Dragon Ball cautivó a las masas por, sobre todo, sus agudos y penetrantes momentos de lucha. El personaje de Bills, más allá del enorme potencial que expone cuando le toca sacar a la luz su fuerza, carece de carisma y nunca genera lo que han sabido cosechar los terribles Freezer, Cell y Boo: temor, tensión, preocupación. Más allá de pasearnos por secuencias muy entretenidas (primordialmente en la primera media hora) y de contar con unos buenos guiños que entusiasman a cualquier fan (a saber conversiones en distintas fases de súper saiyajines, alguna siempre atractiva fusión, etcétera), el relato nunca acaba de inquietarnos y angustiarnos (como sí lo conseguía la serie). Para colmo, las batallas se toman un descanso casi tan largo como el que se echa el Dios de la destrucción en el film y no se exhiben hasta llegar al último tramo. Amena pero olvidable, Dragon Ball Z: La batalla de los dioses no trasciende y echa a perder la oportunidad de vincular nostálgicamente a los incondicionales del taquillero animé. LO MEJOR: algunos (sólo algunos) ratos graciosos. La aparición de todos los personajes. La animación. LO PEOR: se desperdicia una buena ocasión de satisfacer al público. Por instancias infantil. Bills, un villano bastante aburrido. Tensión nula. Las peleas ocupan poco espacio. PUNTAJE: 5
El dúo dinámico Imposible aburrirse. Dos Armas Letales deja un gran sabor, dulce como la venganza (como en algún momento citan algunos de sus participantes) y con ganas de degustar una rebanada más. Baltasar Kormákur (Contrabando) es el director y responsable de esta especie de buddy film súper ágil rítmicamente y abarcador de una mezcla perfecta de diversos géneros. El islandés emprende una filmación vigorosa desde lo técnico, con planos enérgicos y efectivas dosis de efectos especiales, sumándole una narrativa a pura adrenalina que no hace más que dar lugar al entretenimiento a escalas crecientes. La historia nos remite a un agente de la DEA (Denzel Washington) y a un oficial de Inteligencia Naval (Mark Wahlberg), quienes roban un banco haciéndose de un motín de más de 43 millones de dólares. Ninguno de los dos conoce la verdadera identidad del otro, y entre desvíos y virajes, se ven envueltos entre distintos tipos pesados, todos en busca del efectivo y sin escrúpulos ni flexibilidades para obtenerlo. El ingrediente principal, fuerte y picante de la película está dado en las actuaciones brillantes y contagiosas del dúo protagónico. Desbordantes de chispa y con un feeling majestuoso entre ellos, Wahlberg (impulsivo y canchero) y Washington (más frío y calculador) parecen divertirse y conocerse de toda la vida; la naturalidad con la que emprenden las intervenciones es la que logra meterse al público en el bolsillo. La acción, los tiroteos y un suculento y bien recibido humor (en ocasiones tan negro como gozoso) están a la orden del día, todo proyectado de un modo raudo, vivaz. Pero más allá de que los “héroes” conformen lo superlativo de la cinta, los secundarios (Bill Paxton y Edward James Olmos) también aportan lo suyo a base de un carisma irrefrenable. Kormákur termina concibiendo un film redondito, en donde además incluye unas cuantas hábiles vueltas de tuerca. A Dos Armas Letales, incluso, vale la pena perdonarle algunas falencias o resoluciones exageradas. LO MEJOR: Wahlberg y Washington, standing ovation para ambos. La química que tienen en el relato. Acción, excelentes gags. Musicalización. No para un minuto, entretiene. LO PEOR: determinaciones algo desorbitadas, algunas se pueden pasar por alto. PUNTAJE: 8,6
Cómo desaprovechar una muy buena idea De los productores de Actividad Paranormal y dirigida por James DeMonaco, llega The Purge, un thriller futurista con tintes de suspenso/terror y con un muy buen ingenio desde el planeamiento de la historia. El relato nos sitúa en el año 2022, donde la sociedad norteamericana parece haber renacido contando con una tasa de desempleo de un 1% y con el crimen más bajo que nunca. Todo ello se debe a un día anual en el que todo está permitido, la transgresión cobra un carácter legal por un período de 12 horas en lo que se denomina “la noche de purga”. En esa jornada, los individuos que deseen saldar cuentas y descargar su ira y odio interno tienen la oportunidad de afilar sus cuchillos, cargar sus armas y salir a las calles a desatar un caos. Y para quienes no sientan la necesidad de hacerlo, como es el caso de Ethan Hawke, el protagonista, nada mejor que asegurar su casa con dispositivos de seguridad (que él mismo vende y con los cuales abasteció a su barrio) y encerrarse mansamente hasta que “el campanazo” dé fin al toque de queda. La idea central es sumamente original, creativa y despierta curiosidad en el espectador. El punto de inflexión tiene lugar a partir del momento en que el hijo de Hawke deja ingresar a un hombre que intenta escapar de sus perseguidores, sin imaginarse que dichos sujetos arribarían al paradero de nuestra familia principal amenazando con ingresar y aniquilar a cada uno de ellos. La película, hasta esta instancia y con esta suerte de sinopsis (que también se resume en un jugosisímo y perfectamente editado tráiler), nos invita a verla casi en una reacción espontánea. El guión se muestra sólido, llamativo y enigmático; y las pocas escenas que visualizamos en su avance (combinadas de una banda sonora estimulante) prometen un estado de tensión y suspenso que pareciese nos vayan a ocasionar grandes saltos. Pero, lamentable y decepcionantemente, The Purge está bien montada hasta la primera mitad, y lo que aparentaba proveerle al espectador decenas de sustos, tirantez y grados elevados de nerviosismo se echa por la borda a partir de resoluciones súper previsibles y un final estrepitosamente ridículo. La película es un claro ejemplo de cómo desaprovechar un proyecto o un boceto interesantísimo y absolutamente inventivo cuando de la teoría se vuelca a la práctica un desencadenamiento de sucesos a los que no se les supo sacar todo el jugo y en donde sólo se rescatan las actuaciones de Hawke, Lena Headey y unas tétricas secuencias producidas por las macabras máscaras de los que operan de “villanos”. LO MEJOR: la idea original, el tráiler, el reparto, las caretas. LO PEOR: se torna tan previsible que la decepción en el espectador es mayor. Incoherencias, resoluciones ridículas. Lo desaprovechada que está la historia. PUNTAJE: 4,6
Entretenida y bestial El cine slasher suele contar con la presencia de un demente encargado de una matanza tan desaforada como veloz, sin necesidad de hacer agonizar demasiado tiempo a sus víctimas. Ese es uno de los componentes de este subgénero de los films de terror, y en Cacería macabra se hace manifiesto durante todo su metraje. Adam Wingard, desde su dirección, se muestra decidido y con el pulso firme a la hora de enseñarnos un festival visceral y salvaje en donde cada asesinato parece acarrear una buena cantidad de sangre y cortes profundos. Prácticamente insulsa en lo que respecta a su guión, el enfoque está puesto en la agilidad narrativa mediante la que se entretiene al espectador, combinando una banda sonora variada y vigorosa con una filmación más que aceptable cuyos recursos técnicos y transiciones por momentos superan la media. La historia, cualunque y sin aportar nada novedoso, nos remite a un matrimonio con un pasar económico importante que, como festejo de su 35º aniversario, decide invitar a sus cuatro hijos con sus respectivas parejas a lo que funciona como casa de vacaciones (por cierto y como es de costumbre en este formato de cintas, alejada de todo aquello que tenga que ver con lo urbano). En el medio de debates y discusiones entre hermanos, un grupo de muchachos con máscaras de animales interrumpen la cena a base de todo tipo de ataques punzantes que comprenden desde ballestas y hachas hasta una buena “colección” de navajas, cuchillos y piezas afiladas. En Cacería macabra los sobresaltos resultan efectivos inicialmente, pero con el correr de los minutos van perdiendo fuerza, mutando el relato más bien en un show de acción y suspenso con pequeñas bocanadas de humor negro. A pesar de ciertos baches y de previsibilidad resolutoria sobre los tramos finales, la película logra cumplir con su objetivo, orientado a la búsqueda de la satisfacción del público en cuanto a esparcimiento y recreo vibrante y visual, dejando bien parado al género con apreciables guiños ochentosos. LO MEJOR: el humor negro que se le imprime. La escena final. Entretiene. LO PEOR: nada nuevo. Tiene algunos parates en los que las persecuciones y la tensión fallan. PUNTAJE: 6,4
Rest In Peace Prácticamente incalificable, esta entrega irreverentemente absurda cuenta con la particularidad de poner al espectador en un estado que oscila entre el aburrimiento y la ira. Sentirse estafado tras ver R.I.P.D. Policía del más allá es algo sumamente lógico. ¿Qué intentaba hacer Robert Schwentke, su director, cuándo dio a luz semejante engendro cinematográfico sobrecargado de imágenes tan aparatosas como de secuencias sin sentido alguno? La película posee una edición realmente muy buena en lo que concierne a efectos especiales, pero puestos al servicio de la nada misma, se cae de maduro preguntarnos de qué sirven. La historia no tiene pies ni cabeza, es un carnaval de sandeces y chistes sin la más mínima gracia iterando una y otra vez en una suerte de vómitos, flatulencias y elementos escatológicos de la más baja calaña. Ryan Reynolds (con su repetida y única expresión de rostro) muere y extrañamente es abducido hasta el Departamento de Policía del Más Allá, donde encuentra como compañero a un veterano y experimentado Jeff Bridges. Su tarea es proteger a los seres vivientes de una diversidad de monstruos, cuyas almas vagan en pena negándose a partir del mundo en que habitan. En esta especie de copia barata de Men in Black, las incoherencias están a la orden del día, traspasando el límite de aquello que aún recurriendo al humor negro y siendo bizarro resulta atractivo y ameno para ver (Zombieland, por ejemplo), ocasionándonos únicamente desconcierto y rechazo ante cada una de las escenas que se presentan sin lógica ni dirección alguna. Tediosa, ridícula, torpe, enfadosa y disparatada, R.I.P.D. Policía del más allá reúne, como ninguna otra cinta en el año, todos los artilugios negativos habidos y por haber para culminar conformando una proyección que no encuentra el rumbo durante todo su metraje, sin enfilar hacia ningún lado. LO MEJOR: algunos recursos técnicos y efectos de edición. LO PEOR: cómo con tan solo 90 minutos logra aburrir. No tiene coherencia. Guión paupérrimo. Sin gracia. Estrepitosamente ridícula. De a ratos hasta infantil en sus gags. PUNTAJE: 2
Darín, siempre Darín Y, un día, la ansiedad llegó a su fin. Con ella, un abanico de preguntas y reflexiones, todas y cada una de ellas referentes a la inmensa expectativa que se creó a partir de la promoción del film (un tráiler jugoso y atractivo, pósters, etcétera). Séptimo enlaza, contagia, genera silencios que connotan concentración y hasta de a ratos apasiona. Sin embargo, también da lugar al cuestionamiento de determinadas resoluciones. La juega de thriller y, como tal, posee unos cuantos buenos condimentos que le sacan lustre al género: tensión (en instancias envolvente), suspenso, misterio. Pero sobre todo, cuenta con un elemento fundamental, imprescindible, el cual tiene nombre y apellido: Ricardo Darín. El actor con mayor poder de convocatoria del cine argentino resiste y supera con holgura y con una sobriedad sublime los mil y un planos que se le hacen. La cámara está todo el tiempo sobre él, quien a base de un nivel gestual, expresivo y actoral extremo compra una vez más al espectador. Lo interesante de la historia radica en la búsqueda frenética de los hijos de Darín y Belén Rueda, un matrimonio en separación, con la española pendiente de que su marido le firme los papeles del divorcio. Los niños se esfumaron tras bajar las escaleras, cuando su padre descendía por el ascensor, en un pasatiempo cotidiano del que la madre supo advertir que no realizaran. ¿Dónde están? ¿Si no salieron del edificio cómo es que no se los encuentra? Allí comienza el juego de las hipótesis. La construcción de los personajes es buena, está cosechada de modo tal que cada uno de ellos resulte al menos en algún tramo sospechoso, enigmático. Hay tantos sujetos que pueden estar implicados y todo va transcurriendo tan rápidamente que casi no se da espacio a que quien observa enhebre una idea lúcida y con fuerza. Quizás el problema principal de la cinta resida en lo que concierne a la vuelta de tuerca. Si bien no es mala, la manera en que se expresa materialmente ante nuestros ojos no colisiona de lleno con las emociones; a la narrativa elegida en el momento de sacar el giro a la luz parece faltarle un par de focos, siendo este aspecto el más desaprovechado del relato. No se puede negar que Séptimo es una buena película y menos aún con el plus que le otorga la intervención magistral de Darín. LO MEJOR: Darín. Santoro, en menor medida, pero cumple. La tensión, la manera en que se trata el tema, con mucho de realidad en el manejo policial. Enlaza. LO PEOR: el modo en que se muestra la vuelta de tuerca. Los niños, una actuación más inocente de lo previsto. PUNTAJE: 7,7
TontoLone Se percibe el ahínco en Gore Verbinski y productores por engendrar una película comercial de la taquilla de Piratas del Caribe. Pero este afán se siente tanto que al atinar en varias similitudes con las entregas cinematográficas de los bucaneros pierde mística. Y, sobre todo, emoción. El llanero solitario cuenta con la particularidad de darle mayor cantidad de apariciones y fuerza en la pantalla a quien hace de Toro (Tonto en el original), quedando nuestro Lone Ranger como un acompañante pese a que el título de la cinta lleve su nombre. Quizás en otro intento más de conquistar al espectador, lógico resulta que el camaleónico Depp se lleve todas las miradas en esa búsqueda obsecuente por atraer y llamar la atención. El problema radica cuando el bueno de Johnny, incluso con su libre albedrío actoral desde la edificación de cada uno de sus personajes, extrañamente no contagia, siendo a partir de ese punto donde se quita el último ladrillo que conlleva al desmoronamiento de todo un pilar en materia de trama y entretenimiento. Se rescata una buena ambientación y unas bocanadas de western apreciables desde los planos amplios, así como también alguna que otra escena ágil (el enfrentamiento en el tren, por ejemplo). Todo lo demás resulta vacío, insustancial y bastante lento. El film va dejando, con cada paso y relinche de caballo en el desierto, trozos de diversión en el camino, agotando la energía del relato, enarenándolo casi por completo como les sucede a nuestros protagonistas (pero tapados de tierra) en una secuencia en la que quedan apenas con la cabeza al descubierto. Así, vacuo e insulso como en su fallido intento por hacer reír a partir de un humor tan absurdo como poco ingenioso, El llanero solitario atraviesa el páramo sin pena ni gloria, en un proyecto poco aprovechado y bastante tirado de los pelos. LO MEJOR: un escenario aclimatado. Bien filmada. LO PEOR: perezosa en su andar. Muy extensa. No conecta, tensión nula. Previsible, no hay sobresaltos. PUNTAJE: 4
El gran desaprovechamiento La belleza y la armonía implementadas desde la estética y elegante puesta en escena no encuentran un reflejo fiel en el mar que comprende la narrativa elegida por Baz Luhrmann. El trabajo de dirección de fotografía es tan delicado y prolijo que por momentos hasta traspasa la línea visual que el espectador está dispuesto a tolerar. El relato tiene algo de eso, el melodrama al que se nos sumerge tiene pasajes tan densos y cursis que resulta empalagoso. En este drama romántico enmarcado majestuosamente en los años´20, el factor sobresaliente queda a cargo de la función destinada a impactar al sentido óptico del público a partir de una decoración, maquillaje y ambientación sublimes. Todo es muy pomposo, a excepción de la historia y su pertinente modo de contarla. Vale destacar, también, lo que ocurre con las actuaciones; Di Caprio vuelve a demostrar, una vez más, que es un actor de primera línea, adaptándose aquí a un misterioso millonario, reconocido por todos y organizador de desmesuradas fiestas en su mansión. Un excéntrico personaje que recurre a su vecino, en este caso un tímido y bien caracterizado Tobey Maguire, quien le servirá de puente para recuperar a su eterno y profundo amor. ¿Puede un tipo rico que lo posee todo conservar tamaña obsesión? Ese es el motor de la película, y para ello quien mejor que su rococó director, prácticamente encasillado en proyecciones de este género (Moulin Rouge, Williams Shakespeare´s Romeo and Juliet). Del flanco quizás tenso, donde la cinta cobra en una o dos secuencias algo de tirantez, encontramos a Joel Edgerton, encarnando al siniestro marido de Carey Mulligan. Con un arranque interesante, luego de la primera hora El gran Gatsby comienza a recaer en las sensiblerías, metiéndose de lleno en un universo tan ampuloso como lento, tedioso y difícil de seguir por su perezoso ritmo que ni siquiera incluyendo la tragedia logra ocasionar emotividad. LO MEJOR: todo lo referente a lo estético. Filmación. Actuaciones. LO PEOR: falla en el modo seleccionado para contar los hechos. No conmueve. Innecesariamente lenta. PUNTAJE: 5,2
La “familia” unida Dentro de un género al que le está costando bastante retornar a las raíces y elucidar buenos momentos cómicos, emerge We´re the Millers que, sin rebasar de instancias que ocasionen carcajadas, cumple con su cometido de entretener casi en toda su duración y cimentar unas cuantas secuencias embarazosas. El gran trabajo queda a cargo del dúo protagónico, con un Jason Sudeikis carismático, lleno de picardía y una Jennifer Aniston que vuelve a redondear una buena actuación a la par que embelesa la pantalla encarnando a una bailarina stripper. Los secundarios (Emma Roberts y un prácticamente caricaturesco Will Poulter) se asocian gratamente a base de unas divertidas y bizarras participaciones. La trama nos enseña la vida de un distribuidor de marihuana de escala baja (Sudeikis) que, tras endeudarse con su proveedor, no tiene mejor salida que aceptar una excursión riesgosa traspasando la frontera hacia México para traer de regreso a Estados Unidos un “paquete y medio” de droga. Para disimular la cuestión y pasar lo más desapercibido posible no tiene mejor idea que conformar una familia ficticia que lo acompañe en esta aventura repleta de obstáculos y situaciones tan descabelladamente agradables como incómodas. La película cuenta con un ritmo que parece no parar un solo minuto, escoltada de una musicalización que va de la mano de esta dinámica elegida por su director a la hora de relatar los acontecimientos. El film tiene fuerza y similitudes a Todo un parto (Robert Downey Jr. y Zach Galifianakis) en cuanto a la contrariedad de sus escenas y al modo de fastidiar (en un buen sentido) al público a través de las controversias que surgen como barrera o complicación en el pedregoso andar de este cuarteto inexperto en tamaña encomienda. Cómica, con gags algo vistos, “sucios” pero buenos y socarrona, We´re the Millers termina resultando una más que interesante propuesta. LO MEJOR: el conjunto que constituye la familia ficticia. La incomodidad y el carácter casi bizarro de algunos pasajes. Muy divertida. Lo que se muestra en los créditos finales. LO PEOR: la velocidad en que se muestran las resoluciones, como acelerando el desenlace. PUNTAJE: 7,2