Desafiando al espejo Ya se había explorado en el género el tema de los espejos para intentar suscitar algo de pavor. Mirrors, en 2008 y con Kiefer Sutherland incursionó sin demasiada transcendencia por algunas que otras cuestiones discutibles que, sin embargo, no la opacaban del todo quedando como una cinta aceptable. Las cosas cambian si nos remitimos a su secuela, en 2010, fallida y de pasajes más bien ridículos. Aquí, Mike Flanagan se mete en el mundo de la imagen que nos devuelve el cristal pero con un guión bastante más elaborado que no se limita a la generación de tensión o al susto fácil. En Oculus la historia es algo más abarcadora y, sin ser una joya, se distingue de proyecciones precedentes enmarcadas dentro de un rubro que parece haberse estancado. ¿Hace cuánto no se lleva a cabo una inquietante película de terror? El Conjuro ha sido, para muchos, lo mejor que se proyectó en los últimos tiempos. Vale la mención a Sinister, más tétrica y con mayor cantidad de sobresaltos, pero con una trama menos trabajada. Kaylie quiere demostrar, varios años después, que un antiguo espejo ha obrado como el verdadero responsable de que su madre haya sido asesinada por su padre y éste luego muriera a manos de su hijo más pequeño. Tras un largo período en una institución mental, al joven le dan de alta. Su hermana lo recibe para que la ayude a cumplir una vieja promesa destinada a la destrucción del espejo. Oculus despega de cualquier descripción que lo encasille como un clásico film de horror y opta por tratar de explicar lo que sucede, así como también intenta desarrollar el carácter de sus personajes para que no nos resulten planos. Sin embargo, en ese afán por interiorizarnos en la historia familiar de los protagonistas y en su plan estructurado para dar fin a la “maldición” (por llamarla de algún modo) es factible que se pierda vuelo al momento de ocasionar temor en el espectador. Flanagan prefiere someternos a la insinuación de que algo está por suceder antes que recaer en los típicos y cantados sustos que infieren narraciones propias del género. Para ello se vale de una atrapante atmósfera y de una musicalización de tono grave que instala el nervio a escalas crecientes. A pesar de tomarse su tiempo para teñir el asunto de tensión, Oculus está bien construida. Funciona más como un producto de suspenso e intriga con tintes de terror que como una propuesta netamente abocada al género. LO MEJOR: bien elaborada. El apartado técnico. La tensión, progresiva. LO PEOR: demora en entrar en clima de nervio. PUNTAJE: 6,5
Talentosos muchachos Clint Eastwood vuelve al ruedo tras J. Edgar, en 2011, esta vez con un drama-biográfico-musical. El director de 84 años, tras haber incursionado en varios géneros con la misma firmeza con la que supo disparar rifles como protagonista en tantas historias, se aboca aquí, en Jersey Boys, al mundo de la música. Para ello emplea su particular y discreto estilo, ese que lo distingue como un gran narrador. En su nueva obra, por cierto perfectamente ambientada, nos trae al recuerdo, casi de manera inevitable, a Goodfellas. Esto es, por ese vecindario en el que “la tanada” se hace sentir, el ghetto y los vínculos con la mafia de sus personajes, entre otras cosas. Aunque, claro está, sin los excesos propios de aquella pieza maestra de Scorsese. Jersey Boys nos cuenta la vida de Frankie Valli (John Lloyd Young), vocalista del conjunto ‘The Four Seasons’, con todas las polémicas y sucesos que le tocó atravesar en su camino artístico. Se le suma, la relación que siempre mantuvo con bandos mafiosos, algo que a mediano o largo plazo suele traer problemas. Eastwood se vale de su experiencia y de sus conocimientos en materia cinematográfica para sumergirnos en una historia de buen pulso narrativo. Nuestros personajes le hablan a la cámara, nos detallan lo que acontece. El recurso a la voz en off suena bien, y cuando eso pasa se torna contagioso para el público, actúa como un elemento motivador e incitante para adentrarlo aún más en los acontecimientos. Es un condimento que, cuando se sabe utilizar, funciona como una suerte de plus para el observador. Destacable resulta la tarea de los protagonistas. Vincent Piazza es probablemente una de las figuras que mejor influye en el relato. Su presencia como Tommy DeVito le infunde el costado de picardía, desenfreno y a la vez peligrosidad de acuerdo al rumbo del cuarteto. Sus muecas de disgusto, su rebeldía y sus formas sirven como el factor que le imprime tensión al asunto. John Lloyd Young cumple más que aceptablemente y brilla cuando le toca sacar a relucir ese tono de voz tan agudo y diferente en los momentos musicales que, dicho sea al paso, están muy bien construidos. Con acotadas pero interesantes y apreciables apariciones, contamos con un Christopher Walken al que le sienta bien el traje de gángster. La proyección ahonda tanto en los códigos como en los riesgos que se pueden correr ante la ceguedad de enfocarse únicamente en una carrera que, si bien puede ser muy redituable, demanda tiempo, giras y eleva el ego hacia picos montañosos. Es igual de atinado expresar que el film pierde un poco de enlace cuando se mete en lo dramático pasados tres cuartos de su extenso metraje como remarcar que gana fuerza y empatía con las participaciones de Vincent Piazza. Jersey Boys vale la pena, como casi todo lo que ha tocado y concebido impecablemente Clint Eastwood. LO MEJOR: los momentos musicales. El modo de narrar la historia. Las actuaciones. La puesta en escena. LO PEOR: intenta intensificar el drama más de lo necesario. Se hace algo larga hacia el último tramo. PUNTAJE: 7,8
Villeros al ataque Sebastián Antico es el director de El nexo, su ópera prima. La película llega finalmente a estrenarse tras unas cuantas dificultades en cuanto a la subvención para ser lanzada. Luego de varios años emerge a las salas del cine Gaumont, donde se reproducen gran variedad de piezas cinematográficas nacionales. La proyección está basada o encuentra sus orígenes en un pequeño cuento del fallecido Julio Arrieta, actor (aquí protagonista) que ha sabido desarrollar talleres de teatro en la villa 21, en Barracas. La historia oscila entre lo disparatado de su idea y lo que, por su cualidad de bizarro, si se permite el término, termina siendo gracioso. Y precisamente ese es el propósito, el de narrar una fábula que intercale la comedia con la ciencia ficción. En El nexo, los habitantes de la villa, con sus bajos recursos, deben enfrentarse a extraterrestres. Sí, villeros versus alienígenas. Arrieta, líder y obsecuente, prepara a sus vecinos a través de unas particulares obras teatrales en las que cada uno de sus personajes intentan seguirle el ritmo. Arrieta es un artista, hace oídos sordos de cada reto de su mujer, como si fuese un chico. En su mente no hay lugar para otra cosa que no sea la protección y el ataque hacia una raza desconocida. La cinta que dirige Antico es un producto muy difícil de analizar. Las limitaciones de edición y de todo aquello que tenga que ver con el apartado técnico (exceptuando una buena elección de lo que tiene que ver con lo sonoro-musicalización) están muy a la vista, como era de esperarse. No por ello se percibe compleja de observar, de hecho cuenta con una apreciable suma de pasajes en donde saca a relucir alguna que otra sonrisa, principalmente por las salidas cómicas y los dichos de quien se pone el equipo al hombro, Arrieta. Los delirios e incluso la firmeza a la hora de recitar un discurso de su personaje funcionan como el aporte más divertido para el espectador. Lo acertado es que el film sabe que ese puede ser su fuerte y no intenta acercarse a lo formal, entonces juega y flota en el desvarío, aunque quizás no lo explote al máximo para sacarle más el jugo al asunto. LO MEJOR: la interpretación de Julio Arrieta. Los pasajes en donde se incita a la comedia. Lo alocado de la propuesta en sí. LO PEOR: el tramo final se hace un poco largo. Se podría haber apelado aún más a lo humorístico. PUNTAJE: 5
El juego de la insinuación El joven realizador Drake Doremus aquí escribe y dirige Pasión inocente, un melodrama que retrata de muy buena forma la fragilidad humana ante situaciones distintas que conllevan cambios y ponen en jaque, hasta hacer temblequear, la entereza de las personas. Se apoya en la solvente interpretación de Guy Pearce, en esta oportunidad desde un flanco que requiere se posicione más en la expresividad, algo que el protagonista de Memento exterioriza con firmeza. También es sumamente importante la elección de la sensual y sugerente Felicity Jones, quien encabezó Like Crazy, del propio Doremus unos años atrás. Todo parece armónico en la vida de este profesor de música ensimismado en salir de la docencia y dar en la tecla en una audición que viene preparando hace tiempo. Casado y con una hija adolescente, se percibe en su apariencia un dejo de pesadez debido a la monotonía de sus días. Una estudiante inglesa de intercambio irrumpe en su casa y, desde el primer contacto, algo especial se siente entre ellos. A partir de allí las cosas comienzan a tornarse más tensas y comprometedoras para la cotidianidad de este buen hombre y sus alrededores. Pasión inocente expone y narra una historia de adulterio. El director se vale de un ritmo pausado pero no por ello aburrido para incurrir y ahondar en los gestos y estados de ánimo de sus personajes. A través de primeros planos enfocados sobre los rostros de los intérpretes intenta enseñarnos lo que desde su interior está por emanar cada uno de ellos. El cruce de miradas entre Pearce y Jones habla por sí solo; el deseo, la seducción y el gusto por lo prohibido. Doremus no necesita recaer en un dramón para conectarnos en lo que acontece. Tampoco precisa exhibir los sucesos de modo retorcido y literal, siendo este uno de los aspectos más interesantes. Simplemente recurre a un juego de insinuación en el que la tensión crece conforme al avance del relato. Así como en American Beauty pero con formas y estilos narrativos diferentes, la entrada de una jovencita cautivadora representa una bocanada de aire fresca en la existencia de un padre de familia encerrado en costumbres repetitivas. ¿Qué tan endeble puede ser un sujeto frente a la atractiva aparición de una figura del sexo opuesto que pueda ocasionar estragos en su entorno? Interesante, de tranco agradable, con ciertos aires de thriller y de fácil visión, Pasión inocente es una buena propuesta que no pasa a mayores tal vez por lo trillada que suene su trama. LO MEJOR: el trabajo de interpretación de Felicity Jones y Guy Pearce. El grado de interés creciente. Un drama que se percibe mayormente convincente. LO PEOR: el aceleramiento en el tramo final. PUNTAJE: 7
Un western peculiarmente cómico Interesante el póster que lleva A Million Ways to Die in the West, llamativo además por la presencia de Liam Neeson, algo que sirve como elemento que invita a la curiosidad del espectador por ver al norirlandés en este tipo de proyecciones caracterizadas por un estilo de humor bastante particular. Sabemos de qué van los chistes y los momentos que planta en escena Seth MacFarlane, algo que divide las aguas entre detractores y seguidores de sus métodos o modos destinados a suscitar risas. Quienes se ubiquen en la primera línea de las mencionadas anteriormente, difícilmente cambien su parecer con el visionado de esta comedia; sin embargo en aquellos fieles partidarios del realizador oriundo de Connecticut las sensaciones que experimenten es muy probable que estén más cerca del disfrute en complicidad con cada circunstancia jocosa que se enseñe en pantalla. La película representa un nuevo escaparate al “mundo MacFarlane”, ese espacio en el que lo políticamente incorrecto está a la orden del día, siendo este uno de los principales motivos que aproxima a muchos a sus formas y aleja a otros tantos. El director aquí se la juega también protagonizando la historia como un granjero llamado Albert, que tras acobardarse en un duelo es abandonado por su novia. Entre penurias conoce a una pistolera (Charlize Theron) que le servirá de consejera y le ayudará a aprender a disparar con el fin de medirse en un nuevo tiroteo y así reconquistar a su ex pareja. MacFarlane, también guionista, encuentra una narrativa más aceitada y ágil que en su trabajo anterior, esto es con Ted, en la que si bien existían pasajes de comedia interesantes, se percibían determinados vacíos que desacreditaban la opción de tener un cambio de ritmo o un punch más dinámico. En esta entrega, el timing es mucho mejor y generalmente, salvo excepciones, las ocurrencias portan un grado de frescura más disfrutable y ácido que en la producción encabezada por Mark Wahlberg y Mila Kunis. En este sentido y como factor que permite renovar ciertos aires en la narración, vale destacar las apariciones de personajes secundarios como Giovanni Ribisi (en el flanco antagónico en Ted) y Sarah Silverman, en una suerte de subtrama que involucra la relación entre un hombre bastante bonachón e inocente y una prostituta. Este dúo le aporta frescura a un relato que por momentos e inevitablemente, dado su entretenido arranque, decae un poco. Puede que la duración sea algo más extensa de lo que se requiere, teniendo en cuenta lo que hay por contar, no obstante, A Million Ways to Die in the West se pasa rápido y divierte, especialmente a quienes gustan de ese universo chabacano y desbordante de situaciones absurdas, socarronas y flatulentas que crea Seth MacFarlane. LO MEJOR: el ritmo. Ocasiona unas cuantas risas y quizás alguna que otra pequeña carcajada. Supera a Ted. Actuaciones. LO PEOR: predecible. Cuando los gags se tornan repetitivos. PUNTAJE: 6,5
Menos recursos, más tensión Un poco tarde arriba a los cines argentinos esta propuesta del 2012, que tiene como guionista y director, en su debut, a Nicholas McCarthy. Una hora y media de metraje que, entre intermitencias y algunos detalles algo previsibles, acaba dejando un sabor para nada amargo en el paladar del espectador. Es cierto que desde la trama no hay nada novedoso que se destaque o marque diferencia respecto de otras películas encuadradas dentro del terror, pero ¿cuántas historias del género se repiten o permanecen en ese bloqueo de ideas? El pacto es un film de bajo presupuesto, pero de esos en los que se nota que los fondos destinados a la producción son escasos. Lo curioso o interesante en este tipo de relatos es que, a veces, resultan más tétricos o turbios que proyecciones acreedoras de una inversión más acaudalada o poderosa. Annie y Nicole son hermanas y vuelven a la casa donde transitaron su infancia para asistir al funeral de su madre. Una de ellas llega primero al lugar, presintiendo eventos bastante inquietantes y misteriosos; la otra se presenta luego. El problema se da cuando esta última nota que su hermana ha desaparecido, por lo que intentará encontrarla, pese a la serie de sucesos que le pueda tocar experimentar. Existen al menos dos formas de analizar la cinta: una de ellas es desde lo que refleja y expone en pantalla como narración en sí misma, con la correspondiente mirada acerca de cómo y por qué se dan determinadas situaciones, con todo lo que remite al apartado técnico y a movimientos de cámara, planos y demás; la otra alternativa radica en su estudio en parangón con obras de mucho mayor presupuesto y aparato promocional. En este último aspecto es donde la realización de McCarthy se gana unos puntos extra, al demostrar que con pocos requerimientos se puede al fin y al cabo infundir suspenso y hacer saltar al público una aceptable cantidad de veces de su butaca. ¿De qué sirve valerse de grandes efectos y maquillajes minuciosamente aplicados si los acontecimientos no nos suscitan temor? Aquí, en El pacto, las impresiones visuales de gran calibre se suplen con unos bien dosificados momentos de tensión. El director sabe manejar los silencios y el tiempo a la hora de alargar unos segundos más algunas que otras secuencias para crear una atmósfera tirante. El pacto no es una obra maestra ni mucho menos. Tampoco es que sea una película digna de recordar por algún pasaje en particular, pero sirve de ejemplo para demostrar que con poco se pueden conseguir interesantes resultados. Nada tiene por envidiarle a producciones más costosas como Devil’s Due o Actividad Paranormal: Los marcados, por citar dos casos más o menos recientes; por el contrario, se siente superior y más convincente. LO MEJOR: genera tensión. Buen manejo del suspenso. Con poco presupuesto sale a flote. LO PEOR: previsible, intermitente. No aporta nada nuevo. PUNTAJE: 5,5
Vive… Muere… Repite Nueva y clara muestra de que el bueno de Tom Cruise no falla cada vez que le toca un protagónico. En la proyección de Doug Liman (realizador de films como The Bourne Identity), el reconocido actor de la saga de Misión Imposible es uno de los factores que mayor peso tiene a la hora de conquistar y hacer de este producto un entretenimiento que supere la línea de lo que se encuadra como simplemente “pochoclero”. Carisma innato para que el público simpatice y se sienta a gusto durante las casi dos horas de metraje repartidas entre acción, ficción y nervio. Al filo del mañana se ubica en un futuro no tan lejano, donde una raza prácticamente invencible de extraterrestres invade la Tierra. Cage (Cruise) es enviado al combate, siendo un comandante que no está preparado para tamaña misión vinculada al enfrentamiento. Lo extraño se da cuando al morir, a instantes de verse inmerso en la batalla, vuelve a aparecer al comienzo del día, en una especie de “reset”, repitiendo las mismas secuencias una y otra vez. Es entonces cuando deberá aprender a manejarse para sacar a flote la cuestión sin cometer errores vivenciados en episodios anteriores. Así como Bill Murray en Groundhog Day, nuestro protagonista comienza su jornada en cientos de oportunidades en el mismo lugar. Se sabe de memoria lo que le dirán sus compañeros y lo que sucederá en aquella playa en la que descienden, a pura adrenalina, a combatir con una especie de alienígenas de apariencia bastante diferente del común de cintas del género. Su desafío radica en encontrar la vuelta de tuerca necesaria al asunto para cambiar el porvenir y dejar de reiterar ese bucle temporal que, en leves y determinados pasajes, se hace algo cansino. Al filo del mañana se asemeja a un videojuego, en donde cada fallecimiento del personaje central oficia de “game over”. La partida se resetea (en este caso la maniobra corre por cuenta de Cage) y, mientras alrededor todo es igual al intento precedente, lo que se avecina depende de cómo nuestro héroe manipule las acciones para salir victorioso. Aquí no hay “checkpoints”, de modo que ante cada muerte se debe volver a comenzar desde el principio. La película entretiene a grandes escalas, tensiona al espectador y también emociona. El ritmo que le imprime Liman a cada escena resulta alentador como para no perder el punto de enfoque. Más allá del impecable trabajo de Cruise, vale destacar el lucimiento de Emily Blunt, en el rol de mujer fuerte y ensimismada con su cometido. Quien acompaña generando empatía con el público es Bill Paxton, cumpliendo, como siempre, con el papel que le toque personificar. Con muchas más pros que contras, con atinadas ocasiones en donde se apela al humor, el film sale airoso, dejando un buen sabor cuando los créditos aparecen. Una experiencia ideal para cine. LO MEJOR: las actuaciones. Gran labor de Tom Cruise, secundado de Blunt y Paxton. La historia, emocionante, con buena dinámica. Acción, efectos. LO PEOR: determinados momentos en que la repetición se hace un poco molesta. PUNTAJE: 8,3
Como mosca en tela de araña Una atención todavía más especial que antes habrá que prestarle de aquí en adelante a cada proyección que lleve a cabo Denis Villeneuve. Con una filmografía corta en su haber y con productos de muy buen calibre como la memorable Incendies y la brillante y tensa Prisoners, el canadiense cimenta en esta oportunidad, con Enemy, su entrega más polémica si lo analizamos a partir del estado de shock y de la dispersión mental que le ocasiona al espectador. Es que el film busca, entre sus objetivos, inquietar y confundir, hacer pensar al público desafiando su aptitud para atar cabos sueltos y encastrar cada pieza de un puzzle difícil de armar. Esta es la tarea más complicada, dado que la cinta invita a la elaboración de diversas teorías. Controvertida, impactante, oscura, asfixiante y a la vez perturbadora, esta adaptación bastante libre de la novela de Saramago cuenta con todos los elementos necesarios como para convertirse en una obra de culto. Jake Gyllenhaal, de excelente interpretación, encarna a un profesor con una rutina algo aburrida. Tras una recomendación, ve en una película a un actor que es idéntico a él. Desde ese momento, decide ir a buscarlo, conocerlo, algo que le puede ocasionar una serie de consecuencias exasperantes y problemáticas para su estado de ánimo. Puede que a muchos les parezca que Villeneuve hace trampa (como solían recalcarle también a David Lynch con sus simbolismos y apelaciones surrealistas). Enemy está realizada con el fin principal de jugar con nuestro poder analítico, provocándonos con los acontecimientos, retándonos a no dejar pasar los detalles ni determinados diálogos que pueden connotar algo importante o esconder un mensaje implícito a desanudar hacia el final. El director nos enreda en una tela de araña argumental, como si fuésemos una mosca. Desenmarañarse cuesta horrores, pero curiosamente se trata de un embrollo en el que uno no se siente a disgusto. El grado de hipnosis al que nos somete es altísimo, en él intervienen y cooperan para suscitarlo una musicalización punzante, penetrante; una fotografía tenebrosa, casi de pesadilla, con un tono sepia, amarillento, gélido y sugerente que nos sumerge en la angustia del personaje central; y una intriga que con el correr de los minutos crece en nervio y tensión. Enemy se pasa rápido, apenas dura una hora y media, acelerando los procesos más influyentes en sus últimos tramos, aquellos en donde la angustia, la curiosidad y la ansiedad se fusionan, transportándonos hacia caminos oscuros y turbios. Se aproxima el momento de unir los fragmentos, de entrelazarlos y, pese a la cita inicial, a esa advertencia o sugerencia al nacimiento del film que reza que “el caos es un orden por descifrar”, el rompecabezas se percibe incompleto. De hecho la duda se apodera de nuestra mente y la sensación de desconcierto llega al extremo más pasmoso con la última secuencia, de las más inquietantes y turbadoras que se hayan visto. Enemy es audaz, inteligente y polémica. Amada u odiada, controversial, pero no deja indiferente a nadie. Ideal para debatir y volver a visionar, la nueva joya de Denis Villeneuve tiene un poderío tan magnético y sugestivo que le quema la cabeza al espectador. LO MEJOR: la atmósfera opresiva que suscita, los estados de tensión. Intriga a grandes escalas. Soberbia actuación de Jake Gyllenhaal. La forma en que se narra la historia. Fotografía. El debate que abre. El WTF del final. LO PEOR: algunas cuestiones que sólo Villeneuve nos podría explicar con exactitud. PUNTAJE: 9,5
Buen reparto, intermitente desarrollo Belén Rueda y Mario Casas se ponen el “equipo al hombro” para remar y sacar a flote a Ismael, este film de tranco lento dirigido por Marcelo Piñeyro (Las viudas de los jueves). Irreprochable desde los planos (abiertos, cerrados, con enfoques hacia las expresiones de los rostros), el director de El método se inmiscuye en el terreno emocional, al abordar una historia que, en su intento de no recaer en sensiblerías típicas, pierde fuerza y regularidad. Ismael es un niño mulato de 8 años que emprende viaje hacia Barcelona con el fin de conocer a su padre siguiendo la pista escrita en una carta con la dirección de un departamento. Allí se topa con quien sería su abuela. A ella le solicita ayuda para encontrar a su progenitor. En ese camino, el pequeño, entre obsecuente y carismático, comienza a ganarse la confianza de quienes lo acompañan. Los problemas o puntos de contrapartida tienen lugar en el criterio o en la opinión de su madre, y en cómo Félix (Mario Casas) vaya a recibirlo. La película refleja problemas familiares y destapa viejos resquemores de la infancia en ese tipo de lazos. La ausencia, ya sea absoluta o simplemente para escuchar, de la figura paterna/materna es una de las temáticas que expone en pantalla, a través de reproches, miradas o percepciones de sus personajes. Todo transcurre muy mansamente, con melodías del mismo tenor durante la mayor parte del metraje, cooperando con el tono dramático que opera y prima de principio a fin. El reparto cumple aportándole credibilidad a las situaciones, principalmente y como se destacó con anterioridad, desde el solvente trabajo actoral de Mario Casas y de Belén Rueda. El aspecto menos positivo del relato, quizás, radique en la dificultad para el cambio de matiz; entre la huida del factor sorpresa y la falta de tensión emotiva, Ismael se torna de a ratos poco profunda y hasta algo intermitente. Sergi López es el único responsable de aportarle algo de chispa y dispersión al asunto partir de su caracterización como el personaje más pícaro de la cinta. La proyección, agrada y es amena en sus pasajes, es cierto, pero no enlaza o conecta lo necesario como para que el espectador no tienda a despistarse en determinadas secuencias. El énfasis en la incertidumbre, en el desconcierto o en el miedo hacia lo nuevo, en este caso la aparición de un hijo, no está mal exhibido pero tampoco conmueve a grandes escalas. Ismael da la sensación de desaprovechar lo que tiene por contar, con una previsibilidad que amenaza en cada momento con hacerse manifiesta. LO MEJOR: actuaciones. Afable de ver. LO PEOR: sin cambios de acentuación. Previsible. PUNTAJE: 5
De mutantes y Centinelas Bryan Singer vuelve a sumergirse en el mundo de los mutantes, en esta oportunidad recargado y dispuesto a arrasar más aun respecto de sus precedentes films vinculados a Wolverine, Xavier y compañía, aquellos que tuvieron lugar en el 2000 y en el 2003, en el comienzo de la saga. En X-Men: Días del futuro pasado, el director nos deleita con un sobresaliente en casi todos los elementos que hacen a la historia y a la puesta en escena, con una producción de un calibre técnico impactante, valiéndose además de un reparto de ensueño y de un relato estructuralmente irreprochable, cimentado de tal forma que cada acontecimiento tenga una explicación apropiadamente fundamentada. A través de un arranque potente y fibroso en un futuro siniestro, la película amarra fuerte al espectador a la butaca con una batalla ardua y peligrosa para nuestros héroes. La amenaza está dando sus frutos y venciendo. Algo ha ocurrido, allá por los años setenta, que permitió la creación (y la consecuente mejora) de esta especie de robots acechadores de mutantes. Un viaje hacia el pasado es necesario para cambiar las cosas y prevenir un ultimátum que pondría en riesgo a toda la humanidad. Fanáticos del cómic agradecidos, seguramente, por esta proyección que se adapta al cine utilizando y haciendo funcionar a cada uno de los componentes y condimentos adecuados como para no situarse o encasillarse en un solo género. X-Men: Días del futuro pasado no es un sinfín de enfrentamientos estruendosos (de hecho no desborda de acción), es mucho más abarcadora y profunda. Es cierto, como producto pochoclero o taquillero pisa fuerte, pero durante sus dos horas y pico de metraje también se dedica a indagar e inspeccionar en la conexión entre los personajes, en sus reflexiones y maneras de encarar la tensa situación que se avecina y así buscar una solución que dé un giro rotundo al porvenir. Y aquí es donde las cosas se empiezan a complicar; al enfoque oscuro y tenaz del Magneto personificado a la perfección (nuevamente) por Michael Fassbender, se le suma la rebeldía de Mystique (gran labor de Jennifer Lawrence) y las luchas internas del Profesor Xavier (convincente rol de James McAvoy). La añadidura de la línea histórica-política en la narración es un punto que suma, aporta solidez e incluso magnifica la temática al ser observada desde la perspectiva y la controversia que generan en la sociedad los mutantes. Aunque resulte difícil en una sola entrega darle mayor participación a todas las figuras que se presentan en la cinta, vale destacar la intervención de una de las sorpresas (de contagioso carisma): Quicksilver, gracioso y entretenido, encarnado por Evan Peters (atención a una de las escenas en la que contribuye muy agradablemente). Firme y solvente se lo percibe a Peter Dinklage como Bolivar Trask, en otra de las atinadas elecciones para la conformación del elenco, mientras que en lo que respecta a los principales y ya conocidos intérpretes poco hay para agregar por tratarse de desempeños a la altura de las circunstancias. Para fieles y seguidores de X-Men, existen momentos en los que también se incurre a la bien transcripta aparición de Storm, Bishop y Warpath, entre otros. De modo que no se pierda la costumbre y como efecto motivacional para la próxima edición, se aconseja quedarse al finalizar los créditos. LO MEJOR: la historia, con saltos temporales correctamente estructurados. Enfrentamientos. Efectos. Interesante recurso al ralentí. Combina acción, drama y algunas bocanadas cómicas. Actuaciones brillantes. LO PEOR: alguna que otra escena en la que quizás se estire su duración. PUNTAJE: 9