Súper soldado recargado Marvel parece no tomarse descanso y cada vez más títulos emergen, con primeras, segundas partes y con un estilo que aparenta haber encontrado la receta justa para conectar y satisfacer al espectador. En ese cóctel que combina acción, adrenalina y cucharadas justas de picardía y humor, las proyecciones que exponen las andanzas de los héroes no sólo simplemente entretienen, sino que además convencen al punto tal de animarse a explorar lo próximo que salte a la gran pantalla, incluso para quienes no han tenido la oportunidad de leer todos los cómics. Y mucho de eso hay en esta entrega del súper soldado, figura que no había sido correctamente sondeada en cuanto a su incursión cinematográfica. Pero también vale destacar que el lanzamiento de la ultra taquillera The Avengers en el año 2012 ha servido como impulso y ayuda para que se ponga mayor énfasis de asistencia y de expectación en cada obra vinculada a la productora. Nuevamente contamos con Chris Evans, a sus anchas por su porte y musculatura que le exige el rol de encarnar a Steve Rogers-Capitán América, escoltado de la siempre sensual Scarlett Johansson como Viuda Negra en una aventura que involucra también a Robert Redford como Alexander Peirce, un importante dirigente de la S.H.I.E.L.D. Allí, las cosas no marchan del todo bien puesto que la seguridad mundial se halla en peligro tras una serie de manejos y amenazas que se irán desentramando durante el transcurso de la historia. A nuestros protagonistas se les une Halcón (Anthony Mackie) y, en conjunto, son los encargados de llevar a cabo diversas acciones a fin de remediar el potencial y caótico escenario que se empieza a presenciar. Capitán América y el soldado del invierno arranca con chispa, y con mucha fuerza. El vigor y el desenfreno que portan las secuencias de enfrentamientos lógicamente se posicionan del flanco que agrupa a los puntos más altos del film, algo que se anuncia en su sugerente tráiler. Las batallas cuerpo a cuerpo son veloces, dinámicas, cooperando la mano del director al añadir movimientos de cámara ágiles que refuercen ese estímulo con el que se invita al espectador a relamerse. Pero no todo se ubica en la parafernalia a la que se recurre para las disputas; a la finalización de cada evento desbordante de acción, ante el auge, le sigue naturalmente una caída de ritmo que podría ser menos vertical de lo que acaba siendo. Esa intermitencia de matices o dificultad para encontrar puntos medios quizás sea uno de los aspectos menos positivos de la cinta. Interesante resulta la indagación que se hace sobre el personaje de Steve Rogers, en una búsqueda interior y melancólica orientada hacia el pasado que el propio protagonista refleja a partir de interrogantes sobre su condición actual. La película deja un buen sabor, principalmente por el avasallamiento (para nada invasivo ni molesto, sino todo lo contrario) de imágenes en las cuales nuestro héroes nos regalan un gran abanico de saltos, patadas, golpes de puño y todo aquello que contagie de energía al público. El balde de pochoclos es una condición innata para el visionado de Capitán América y el soldado del invierno. LO MEJOR: la dinámica de las escenas de enfrentamientos y todo lo que rodea a este tipo de secuencias, como la recurrencia a la no musicalización para alertar más los sentidos y la concentración. La química entre los personajes. Las buenas participaciones de Redford y Samuel Jackson. Entretenida y vistosa. LO PEOR: un poco más de dos horas de metraje quizá sea mucho para narrar este tipo de historias. Momentos de declive agudo de ritmo. PUNTAJE: 7
Muerte y misterio en el country El segundo film en el haber de Miguel Cohan es Betibú, un policial nato con un trabajo de producción que nada tiene para envidiarle a proyecciones comerciales-taquilleras estadounidenses. De un calibre técnico impecable y con una historia en mayor medida atrapante, la cinta redondea una buena performance valiéndose de unas actuaciones que mucho tienen que ver a la hora de aportarle solvencia al relato. Tráiler y póster atrayentes y convocantes desde el vamos, acaparan expectativas que, esta vez, no se difuminan con el visionado de la obra cinematográfica. En el country La Maravillosa, una empleada doméstica encuentra degollado a Pedro Chazarreta (Mario Pasik). Todo parece indicar que ha sido un suicidio, pero al tratarse de un empresario de poder, los medios cubren de manera más amplia los hechos y repentinamente las portadas de los diarios lo tienen como acontecimiento central. Desde el diario El Tribuno, Rinaldi (José Coronado) convoca a quien apodan Betibú (Mercedes Morán), una reconocida escritora de novelas policiales, para que se instale en un alojamiento cercano al lugar del suceso y redacte todo aquello que guarde relación con lo ocurrido. Se suman a la investigación Brena (Daniel Fanego) y Mariano (Alberto Ammann). Betibú arranca bien, introduciéndonos de manera breve pero perfecta en el perfil de cada personaje, de modo vayamos distinguiendo qué conductas y carácter poseen los implicados en el desarrollo de la narración. Admite adentrar al espectador en escenas entintadas de un thriller sólido que juega con la indagación y búsqueda de datos que permitan dilucidar si efectivamente el acaudalado se quitó la vida por sus propios medios o algo más turbio y mejor tramado se está pasando por alto. Es en los momentos en que participan e interactúan los tres intérpretes principales cuando la historia se percibe más jugosa y agradable. Imprescindible aquí resultan las encarnaciones de Fanego, de memorable labor, Morán y Ammann, en ese orden. El primero nombrado saca además a relucir la gracia, en complicidad con el público, por sus buenas dosis de ironía en diversos diálogos y comentarios. Betibú, más allá de sonar forzado o poco atractivo cuando se vuelca a la relación entre Coronado y Morán, funciona cada vez que expone la corrupción e incluso desmenuza los papeles de los medios de comunicación, desde su tenacidad hasta en parte desglosar el desempeño de quienes trabajan allí. Interesante también es para el observador presenciar el feeling (por decirlo de algún modo) peculiar entre Fanego, astuto, de la vieja escuela y Ammann, joven, con recurso a la tecnología como parte de su procedimiento laboral, pero novato. En el film, más allá de algunas cuestiones discutibles, se destaca la apelación a una intriga que permanece hasta el final y una tensión que emerge cuando se la necesita. El desenlace, quizás con algunos cabos sueltos en la mente del espectador para que piense, haga memoria y dictamine el veredicto definitivo. LO MEJOR: elementos técnicos, fotografía. Grandes actuaciones, principalmente de Fanego. Interesante policial con giros apreciables. La aparición carismática y alocada de Norman Briski. LO PEOR: la desconexión que se da en secuencias que no enlazan como el vínculo entre el personaje de Morán y el de Coronado. El final, no termina de cuajar. PUNTAJE: 7
El elegante y extraño mundo de Wes Aires distintos se perciben cada vez que Wes Anderson lanza un nuevo producto. También emerge la ansiedad por observar aquello que nos vaya a enseñar, gracias a ese universo sutil, refinado, excéntrico e irónico que suele crear el director de Moonrise Kingdom y con el cual ha acaparado la atención y la admiración de quienes se proclaman como sus seguidores. Es fácil disfrutar de proyecciones de este tipo, en donde cada imagen se halla embelesada por la mano del realizador oriundo de Houston de modo tal que el espectador sólo se deje llevar por la estética y por una manera sabrosa y distinguida de narrar las situaciones. La película se desempeña (si bien recurre a giros temporales) la mayor parte del relato en los años 30, interiorizándonos en la vida de Gustave H. (Ralph Fieness), un reconocido conserje de un afamado hotel europeo, quien entabla una amistosa relación, prácticamente de hermandad, con el joven Zero Moustafa (Tony Revolori), el “botones” del establecimiento. Gustave parece ser el heredero de una pintura de un valor inconmensurable, motivo por el cual nacen las disputas de los miembros de toda una familia por recuperar tamaño cuadro. El gran hotel Budapest es acreedor de un reparto glorioso, digno de ser envidiado por cualquier producción. Durante hora y media aproximada de metraje se agradece la participación de, además de los mencionados protagonistas, Bill Murray (actor cliché de Wes), Jude Law, Willem Dafoe, Edward Norton, Jeff Goldblum, Adrien Brody y hasta el propio Harvey Keitel, entre otros. Vale destacar el rol que ocupa Revolori secundando atinada y lealmente a Fiennes tanto desde su labor interpretativa como en la crónica que se describe en la ficción. El film está plagado de loas hacia el sentido visual del público; todo se encuentra impregnado de una ambientación colorida, atractiva y preciosista. Técnicamente sublime, Anderson se vale de su apelación a travellings (idóneamente utilizados) para exponer en pantalla circunstancias propicias de géneros diversos. El guionista-director recorre caminos valiéndose de ese humor que tan bien maneja a través del sarcasmo, así como también se da el gusto de incurrir en lo aventurero, en lo romántico hasta práctica y levemente rozar tintes de thriller. Lógicamente, con su peculiar sello, con ese tono que oscila entre lo inocente y lo satírico. Es cierto que la trama no se luce por su originalidad, pero sí resulta acertado indicar que Wes Anderson se caracteriza y se especializa por ser un eximio narrador de historias. Y de eso se trata, este es el punto por el cual El gran hotel Budapest, como toda cinta engendrada por el creador de Rushmore, adquiere plenitud. El cómo contarlo poniendo todas las cartas sobre la mesa, con montajes ágiles, movimientos de cámara veloces más una presentación y un desarrollo adecuado de los personajes acaba fusionándose con la totalidad de los componentes que tienen espacio en la obra dejando sumamente satisfecho al observador. LO MEJOR: la manera que emplea Anderson para contar la historia, como de costumbre. El tono que emplea. Su humor. Fiennes y Revolori, los más destacados. El reparto en general. Sublime desde lo técnico y lo estético. LO PEOR: no invita a trascender más allá de pasar un gran momento de disfrute por su belleza visual. PUNTAJE: 8
Código de honor Otra historia basada en eventos reales, dirigida por Peter Berg y con un título que spoilea bastante. El sobreviviente encontró su lugar en los Oscar al haber sido nominada en las categorías de Mejor Sonido y montaje del mismo. Buen producto, filmado acertadamente para generar en el espectador sensaciones variadas y con la particularidad de poseer a Mark Wahlberg en el protagónico. Lone survivor narra las memorias de Marcus Luttrell (Wahlberg). En ellas se desmenuza aquella odisea vivida por nuestro personaje principal junto a sus tres compañeros durante 2005 en Afganistán. La misión: finiquitar a un líder terrorista. Las cosas se ponen más complicadas de lo previsto cuando se topan con un importante grupo de talibanes armados. La película encuentra, en sus dos horas de duración, la forma adecuada de fragmentar las situaciones de modo tal que existan instancias de índole bélica, con acción y una buena dosis de tiroteos, y también momentos en los que el recurso a lo dramático no suene forzado. De eso se trata: más allá de acarrear, acercándose a la mitad, escenas de disparos y enfrentamientos, El sobreviviente no es particularmente una cinta neta y exclusivamente de fogonazos. La cámara se mueve y temblequea a la par del pulso de quienes se ven involucrados en la encomienda; asimismo recurre a primeros planos para reflejar las expresiones de los rostros. Impotencia, angustia, desesperación y valentía se entremezclan a medida que los sucesos se acontecen. Pese a partir de un episodio que sucedió realmente, cuando un film está bien contado el observador agradece, porque aunque sepa lo que va a ocurrir o conozca el final de antemano, si las secuencias lo trasladan a diversos estados que lo movilicen, todo suena más convincente y, por qué no, sorpresivo. Mucho de esto arrastra la proyección que dirige Berg. La narración se toma su tiempo para entrar en zona de enlace, pero una vez que ingresa, lo que muestra es más que satisfactorio. Desgarradora, cruda, con unas cuantas heridas que se explicitan para conectar al espectador con el grado de importancia de los acontecimientos, la obra cinematográfica deja un espacio, también, para plantear cuestiones éticas, morales y hasta de solidaridad. Efectiva, con un patriotismo esta vez menos exagerado que en historias similares, Lone survivor, lejos de trascender, cumple con creces. LO MEJOR: bien narrada y filmada. La interpretación de Wahlberg, sobre todo hacia el final. No se limita sólo a los eventos que tengan que ver con la guerra y al desparrame de municiones. Lo que se expone en los créditos finales. LO PEOR: tarda un poco en enlazar al público. Se puede contar en menor cantidad de metraje. PUNTAJE: 7
Oír y sentir Extraño resulta el film dirigido y escrito por Peter Strickland. Berberian Sound Studio es más bien una experiencia sensorial, una historia que juega con todo aquello que le permita al espectador, principalmente desde lo auditivo, involucrarse sin pensar demasiado, dejándose así llevar por una impactante e impecable mezcla de sonidos. Gran actuación de Toby Jones encarnando a Gilderoy, un técnico especialista en todo lo que concierna a lo sonoro de las películas. En los setenta, viaja a Italia con el fin de trabajar en el estudio de Giancarlo Santini, un realizador de perturbadoras cintas de terror. Los problemas se van dando a partir del precipitado modo de ordenar y encomendar tareas por parte del creador y del productor de tales obras, algo que no hace más que sacar de eje al recientemente contratado. Una hora y media de metraje que se puede caracterizar por la división en dos partes distintas en cuanto al desarrollo y a la manera de enseñarnos lo que acontece. Ya desde el arranque se percibe un punto de inflexión que se va acentuando conforme avanza el relato, y tiene que ver con la incomodidad de nuestro protagonista para desempeñar sus labores en un ámbito que no siente como propio. Gilderoy, tímido y de pocas palabras, no comulga con el terror y con lo alborotador de las narraciones de Santini. Pero el sujeto además de un experto en lo resonante es un artista, capaz de sacarle el chirrido más convincente a cualquier elemento que se le ponga a su alcance. La primera instancia de Berberian Sound Studio es envolvente por lo interesante que se advierte la cimentación de determinadas escenas a través de los sonidos. Se despedazan y se machacan frutas y verduras, por ejemplo, para crear un efecto específico, con un retumbe acaparador que, a los oídos del público y escoltado de una atmósfera siniestra, enlaza e hipnotiza. En este tramo de la proyección, todo es un experimento que apunta a taladrar la cabeza del observador, bombardeándolo de una gran variedad de graves, agudos, chirridos y melodías sumamente sugestivas. Incluso se aprecian unos atinados toques de ironía mediante la personificación casi burlesca de los “capos” italianos del estudio, con sus mañas y terquedades. En dirección al final y conformando el segundo trozo de la narración, la trama pierde fuerza relegándose o derrapando hacia el surrealismo casi “lynchiano”, y aunque no se discuta el calibre técnico de las imágenes, ciertos aires de densidad se hacen presentes empeorando levemente la performance de la cinta. LO MEJOR: El sonido, es el punto clave del film, sublime. La atmósfera de horror que se crea, oscurísima. Toby Jones. LO PEOR: de a ratos y hacia la culminación del relato, se hace algo pesada. Abusa, innecesariamente en el último recorrido, de lo onírico. PUNTAJE: 7
De manual Una familia numerosa cuenta con la (omni) presencia de Vince Vaughn para realzar un poco la performance del film y atraer a un mayor número de espectadores, principalmente a aquellos adeptos a su estilo. Pero muchas veces con un comediante ducho en el tema (aunque algunos no comulguen con él) no alcanza siquiera para mantener el nivel de la original. Porque en verdad, esta cinta es una remake de aquella proyección canadiense titulada Starbuck, que tuvo lugar en el 2011 bajo la dirección y el guión (por cierto creativo) del propio Ken Scott, quien ahora lanza el producto gracias a Dreamworks. Vaughn cumple con su rol interpretando a David Wozniak, un repartidor de carne que en su juventud se ganó unos dólares donando esperma. Confundido y sin encontrarle un rumbo certero a su vida, se entera de que es padre de 533 hijos y que más de 100 quieren conocerlo. En el medio de tamaña noticia, acarrea una importante deuda y su especie de novia (o acompañante esporádica) le comenta que está embarazada de él. Difícil de definir en términos puntuables, Una familia numerosa porta un peso algo más fuerte en sus dificultades que en sus aciertos, y ese es el principal desatino por el cual no cierra o no termina agradando por completo. Lo cierto es que su protagonista es quien saca adelante algunos contados momentos complacientes a partir de su gestualidad y de lo oportuno de sus gags. Su timing a la hora de sacar sonrisas y de generar empatía resulta no sólo aceptable sino también convincente. Todo lo que resta es irregular, pero en demasía, y posiblemente este sea el factor más importante en cuanto a los problemas de conexión y enlace para con el público. Si bien la película está encuadrada como comedia, el tinte humorístico parece ser el que menos prevalece en la historia. A grandes rasgos, cada tres cuartos de pasajes que se delimitan prácticamente en un drama acentuado por la banda sonora y por apelaciones sentimentales bastante trilladas le sigue (o se mezcla en el medio) una instancia pasablemente jocosa. Previsible y de a ratos algo cansina por su peculiar y desigual derrotero, Una familia numerosa se opaca fácil y continuamente por su intermitencia e indefinición, siendo estos componentes los que actúan como primordiales para no acabar de sazonar correctamente y conquistar así el paladar del observador. LO MEJOR: Vince Vaughn y algunas circunstancias entretenidas o risueñas. LO PEOR: oscila entre el drama y la casi comedia, valiéndose más del primero para proceder a contarnos la historia. Pierde el rumbo, parece boyar en la nada misma de a ratos. Previsible. PUNTAJE: 5
Toro salvaje Con seis nominaciones a los Premios Oscar y formando parte de otra película basada en eventos reales, Dallas Buyers Club atrae y convence a través de una historia pertinente a un tema delicado, ganando peso y vigor gracias a las enormes interpretaciones de Matthew McConaughey y de Jared Leto, siendo en estas categorías, las que corresponden a Mejor Actor Protagónico y a Mejor Actor de Reparto, donde puede salir triunfante. El film narra la vida de Ron Woodroof, un cowboy drogadicto, apostador, promiscuo e iracundo ante cualquier tipo de chicana o comentario que no considere acertado. Su cotidianidad da un giro inesperado cuando le diagnostican el virus del HIV y le dan tan sólo 30 días de existencia. La escena inicial, situada en un rodeo, lo muestra a Ron en uno de los hábitos que lo definen como hombre de excesos al mantener relaciones sexuales con dos prostitutas. Atinados simbolismos son los que utiliza como recurso el director al intercalar el goce de Woodroof mientras nos enseña lo que sucede en la cerca con un toro, en una suerte de vínculo que connota el carácter valeroso, viril y salvaje de este vaquero texano. Ron rezonga, frunce el ceño, discute, se droga, bebe y mantiene un ritmo carnal poco cuidado y desenfrenado. Y ese cóctel explosivo le juega una mala pasada. Se desmaya (más bien se desploma) y en el hospital le comunican la peor noticia. Pero el sujeto, reo, homofóbico y descreído se va refunfuñando. Una vez que cae en la cuenta de la realidad, pelea y emprende un nuevo negocio, apoyado en la venta (y consumo propio para sobrevivir) de proteínas y mejunjes a quienes padecen la misma enfermedad. Jean-Marc Vallée toma un camino distinto del que suelen llevar este tipo de crónicas y evita caer, afortunadamente, en quemadísimos golpes bajos o sensiblerías destinadas únicamente a conmover a toda costa aprovechando la susceptibilidad que porta, desde el vamos, una temática de esta índole. Y probablemente este sea uno de los grandes tinos de la proyección, al encontrar una manera de contar los hechos con coraje y fuerza, sin perder los estribos. El personaje que interpreta magistralmente Matthew McConaughey se ve movilizado por esa suerte de fecha de vencimiento o cuenta regresiva que opera como motor de búsqueda desesperada de resoluciones provisorias y sumamente arriesgadas, similares (salvando las distancias), por la circunstancia en que se ven expuestos por una enfermedad sin cura, a las que supo afrontar el impresionante Bryan Cranston en Breaking Bad. Es cierto que el arranque de Dallas Buyers Club va perdiendo algo de fuelle desde la mitad del metraje hacia el final, cobrando una naturaleza algo más habitual y haciéndose, de a ratos, un poco lagunera. Una cinta más que aceptable a la cual no le tiembla el pulso cuando de criticar a las industrias farmacéuticas con sus ciegos fines de lucro se trate, un proyecto que sale más airoso debido al engrosamiento de nivel que le otorgan las actuaciones de McConaughey y Leto. LO MEJOR: el nivel interpretativo y gestual brillante de Jared Leto y del protagonista de Mud. El modo elegido para narrar los eventos. LO PEOR: va perdiendo algo de vigor en el camino. Se hace algo extensa por determinados pasajes. PUNTAJE: 7
Volando con Neeson La nueva aventura (esta vez aérea) que involucra a Liam Neeson como protagonista se mantiene a la misma altura que la que el avión vuela en casi toda la proyección, esto es, manteniendo un acertado equilibrio entre acción, tensión y esa dosis de desconcierto que se genera en el espectador cuando intenta descifrar quién es el asesino. El gigante de 1,93 m. vuelve a demostrar por qué le sientan tan bien este tipo de papeles, convenciendo otra vez como un hombre común, con frustraciones y problemas a cuestas, pero capaz de desenvolverse con ímpetu cuando con sus manoplas reparte algunas que otras trompadas limpias. La trama tiene al actor irlandés como Bill Marks, un agente federal de aerolíneas con dificultades para controlarse con el alcohol y con ciertos dramas personales que acarrea hace años. Una vez a bordo, la intriga y el suspenso cobran vida cuando a Bill le empiezan a llegar mensajes de texto en los que se le asegura que una persona morirá cada veinte minutos a no ser que sean transferidos 150 millones de dólares a una cuenta bancaria que le especifican. Jaume Collet-Serra (La huérfana y Unknown, entre otras) sabe cómo entretener a base de la conjunción de aquellos componentes esenciales con los que debe contar todo buen thriller. A estos les adhiere el uso de nuevas tecnologías, con el dispositivo móvil (y sus funciones) como elemento vital en el desarrollo de la historia. Pero el atractivo principal radica en la propuesta con la que desafía al público a descubrir, en una suerte de juego de gato y ratón, quién es el real criminal y creador de tamaño plan acechante. Y el director acierta, puesto que maneja los primeros planos de los personajes como en una doble faz de despiste y detalle, en donde el observador debe estar atento a cada movimiento para dilucidar y hallar al culpable. Trepidante, ágil, pochoclera y tensa aunque no asfixiante como Phone Booth o 911 Llamada mortal, por citar dos ejemplos, Non-Stop: Sin escalas conserva el nivel de expectación durante todo el metraje, incluso añadiendo una atinada bocanada de virajes y vueltas de tuerca ingeniosamente construidas. A pesar de rozar el inverosímil en algunas situaciones, la película gana más en entretenimiento de lo que pierde en este tipo de pormenores a los que se les puede hacer la vista gorda y redondear para arriba su score final. LO MEJOR: Liam Neeson secundada por una nuevamente convincente Julianne Moore. El suspenso y la acción que maneja. Muy entretenida. Bien filmada, grandes giros. LO PEOR: incongruencias en algunas determinaciones. PUNTAJE: 8
Odisea gatuna Los hermanos Coen construyen una película que vuelve a generar una especie de efecto tardío en el espectador. La sensación al toparse con los créditos va mutando a medida que los minutos corren y nuestra mente empieza a hilvanar ideas y a transitar por diversos pasajes de la historia hasta determinar su veredicto final. Oscar Isaac sorprende gratamente y responde de gran forma encarnando, en su protagónico, a Llewyn Davis, un cantante de folk que intenta ganarse su espacio en el mundo de la música. Un bohemio neto que no tiene hogar y deambula pasando noches en donde amigos le brinden alojamiento esporádico. Nuestro antihéroe viaja de un lado hacia otro, buscando consolidación en su rubro a partir de que algún sujeto importante de la industria le conceda la oportunidad. Hay algo de Barton Fink en lo solitario y desolado del personaje principal. También existe similitud si lo observamos como aquel artista que falla, que fracasa. La descripción e incursión narrativa acerca de los perdedores es un tema que los Coen entienden y pueden retratar muy bien; como ha mencionado Joel, saben volcar a la pantalla este tipo de crónicas, puesto que “las de los ganadores ya están todas contadas”. Y así nos encontramos con un sujeto con el que no es fácil tener empatía. Isaac le pone el cuerpo a una persona que si bien se muestra abandonada es impredecible. Entre arranques de bronca y un notorio dejo depresivo que se exterioriza a través de su tono al hablar, Llewyn, en su interior posee corazón. El sentimiento lo manifiesta cuando toma su guitarra, ensaya unos acordes y desploma por medio de la voz cantante su desamparada alma en unas cuantas melodías dignas de oír por la armonía que transmiten. Las acentuaciones onírico-surrealistas no pueden faltar en este tipo de proyecciones cuando los hermanos oriundos de Minnesota están bajo la dirección. La apelación constante a la Odisea de Homero en su filmografía también se hace presente aquí, sazonada con la visión y resolución particular de los creadores de la cinta. Se agradece observar a un siempre entrañable John Goodman, además del buen aporte de secundarios que tienen sus momentos, como Carey Mulligan y Justin Timberblake. Oscar Isaac acapara el interés demostrando una excelente capacidad afectiva, llevando a cabo una actuación que lo define por una aguda expresión en su/s mirada/s. Con un ritmo manso, de a ratos y especialmente en escenas de la primera mitad algo lagunera, Inside Llewyn Davis es curiosamente atrapante, hipnótica y profunda. La fotografía deleita por su oscuridad y juegos de sombras, en un invierno tan gélido como el rumbo del protagonista. Un film que no precisa de vueltas de tuerca ni giros inesperados para conquistar y enlazarnos. Con la estampa Coen. LO MEJOR: la interpretación de Oscar Isaac. Los momentos musicales, tan armónicos como personales, cercanos al espectador. Detalles técnicos y simbolismos. LO PEOR: de tramos lentos, sobre todo al principio. PUNTAJE: 8
Million Dollar Oldie Alexander Payne da cátedra acerca de cómo, a partir de la sencillez, se puede construir una maravillosa obra cinematográfica. Nebraska no se enreda ni pretende presumir demasiado. Tampoco lo necesita. Simplemente transcurre, a su ritmo, manso, de carácter agradable, simpático y sensible a la vez. Y con esa sinceridad que se hace presente en cada una de las escenas le basta y le sobra para conquistar al público. Con seis nominaciones a los Oscars, el film nos enseña la historia de Woody Grant (labor magnífica de Bruce Dern), un anciano con divagues y síntomas de demencia que insiste en emprender viaje hacia Nebraska para cobrarse un millón de dólares tras recibir una carta que contiene, en su enunciación, un claro y evidente engaño. Pero por más que sus familiares intenten hacerlo entrar en razón, al bueno y testarudo de Woody nada parece detenerlo. Allí interviene uno de sus hijos, David, encarnado por Will Forte (el otro bajo la interpretación de Bob Odenkirk, el propio Saul Goodman de Breaking Bad), para acompañarlo en su obstinada y loca odisea. Payne acierta cuando combina el tinte cómico con el drama. Logra que los silencios no se sientan incómodos ni densos. Los gags nunca quedan fuera de lugar al mezclarse con el dejo melancólico constante que caracteriza y tan bien le sienta al relato. La película triunfa desde la naturalidad y honradez con que se reflejan las situaciones: el sentimentalismo jamás se percibe forzado y por eso se expande con mayor fuerza. Fuerza que se complementa y crece con la fotografía en blanco y negro para adecuar la narración aún más a la realidad y adornarla así con un refinado baño de delicadeza. Este road movie recorre con franqueza absoluta las relaciones afectivas entre los seres humanos, con ironías, valores e intereses que aparecen repentinamente. Pone en evidencia el acercamiento por conveniencia de las personas hacia alguien que se vería involucrado en un suceso que lo beneficiaría económicamente. La codicia entra en juego; los pedidos y favores empiezan a asomarse cada vez más. Y Woody, entre su locura y su tozudez, afirma que será acreedor de la suma monetaria. La difícil tarea de David a la hora de escoltar al anciano es recompensada cuando comienza a conocer más a su padre, intercambiando charlas y revelaciones que oscilan entre momentos de trastornos y recuerdos que guardan algo de lucidez. Woody se pierde, se cuelga y se confunde. Pero no baja los brazos. Su absurda esperanza transporta al espectador a una aventura absorbente, dulce y encantadora. Solo es cuestión de dejarse llevar y disfrutar lo que ofrecen las circunstancias, el dúo protagónico y los secundarios. Muchas veces las cosas más sencillas ocasionan o despiertan los sentimientos más profundos. Y Nebraska es uno de esos casos: la simpleza y sinceridad de su historia cala hondo, conmueve y termina dejando un gran sabor. LO MEJOR: las actuaciones, principalmente de Bruce Dern. El blanco y negro. La carga emotiva que conlleva. La música, tenue y cautivante. Tierna, casi perfecta. LO PEOR: en algunas instancias de la primera hora tarda en encontrar el rumbo justo. PUNTAJE: 9