Hay roles que, uno tiene la impresión, Bill Murray puede hacer hasta dormido. O que nació para interpretarlos. A esta altura, sería más lógico pensar que los guionistas/directores hasta los crean para él. Este es el caso del Vincent que da parte del título a esta comedia dramática dirigida por Theodore Melfi en la que Murray interpreta a una de las versiones más excesivas de esta criatura: un viejo solitario, gruñón, alcohólico, jugador, agresivo, económicamente quebrado y caótico con el que muy poca gente quiere cruzarse y mucho menos tener que hablar. Si bien se lo ha comparado mucho al personaje que el propio Murray encarnó en RUSHMORE, de Wes Anderson, yo lo veo más bien como un pariente cercano –más fastidioso aún, pero a la vez más cómico– del que hizo Clint Eastwood en GRAN TORINO. A Vincent le toca vivir una de esas circunstancias tan típica y conceptualmente cinematográficas que uno tiende, de entrada, a desconfiar. A la casa de al lado de la suya se muda una mujer recientemente separada con su hijo de 12 años. La mujer (Melissa McCarthy) tiene que trabajar todo el día y –tras una serie de incidentes con el chico en el nuevo colegio al que va– no le queda otra que dejarlo “al cuidado” del desagradable Vincent, que se da cuenta que puede hacer algo de dinero como babysitter y termina tomando este “trabajo” en el cual no tiene mucho que hacer más que prepararle algunas sardinas con galletas al chico y llamarlas “sushi”. Y seguir con su vida… normal. stvincent1Todo lo que sucederá después entra, en los papeles, en el terreno de lo previsible, pero la personificación de Murray es tan ajustada y su timing cómico tan preciso que ST. VINCENT se impone más allá de esas marcaciones tan prefiguradas del guión. Es que el Vincent de Murray es un personaje construido, da la impresión, tanto en base de otros roles del actor con algo que uno imagina es parte intrínseca de su personalidad: el tipo que parece gruñón, desprolijo y hasta agresivo pero que, casi a su pesar, termina mostrando eso que algunos llamarían “un corazón de oro”. La relación entre el niño maltratado en la escuela pero inteligente y rápido para ir entendiendo cómo viene la mano –y a quien tiene de “cuidador”– y este hombre que de a poco va dando muestras de ser menos bestia de lo que parece está extraordinariamente lograda y es el corazón de la película que, en su segunda mitad elige correrse más claramente hacia un lado dramático con un par de subtramas y situaciones que bordean lo sensiblero pero que, al llegar al final, terminan siendo perdonables en función de la fuerte y curiosa alianza que Melfi logra crear entre los personajes. stvincent3Es que además de Vincent y el pequeño Oliver tenemos a una prostituta rusa ya algo mayor y embarazada llamada Daka (Naomi Watts, un poco excedida hacia un registro más claramente cómico pero igual con un par de escenas notables), a la siempre preocupada madre del niño (McCarthy en un rol casi serio, en el que nunca intenta “competir” con Murray), un profesor de la curiosa escuela religiosa a la que va el chico (el siempre genial Chris O’Dowd) y algunos otros que no conviene develar aquí. Lo que se genera entre todos es una especie de familia sustituta, un lugar en el que el caos de Vincent trata de convivir con los esfuerzos de la familia de al lado que, con una demanda de divorcio en puerta, saben que no deberían estar demasiado con este sujeto impresentable. Sí, Vincent lleva a Oliver a las carreras, a bares en los que termina borracho, le presenta a su amiga y “dama de la noche” y nada de eso cuenta, digamos, como una buena educación para el niño, lo mismo que sus intentos para ayudarlo a defenderse mejor de los compañeros de escuela enseñándole algunos golpes bastante tremendos. Pero, claro, finalmente esa forma de vida de Vincent, por un lado, libera al niño de algunos de sus miedos y lo protege, a su modo, de la serie de situaciones complicadas que debe vivir. Y, por otro, el propio Vincent descubre que el niño termina siendo una presencia fundamental en su vida… y no solo porque tiene más suerte que él a la hora de apostar a los caballos ganadores. stvincent2Pese a esos momentos en que la película parece haber equivocado el camino desviando tempranamente el relato hacia una zona un tanto más cursi y cercana al golpe bajo, el secreto de Melfi y en especial de Murray es que no hay forma de hacer que el actor termine abrazando el lado más sentimental que le propone el guión, dando siempre un toque de cinismo cáustico aún a las escenas supuestamente más emotivas. Finalmente –y acaso por eso mismo– la emoción termina invadiendo la película, pero a esa altura ya se siente tan legítima como ganada, tan preparada dramáticamente como genuina en su ejecución. De todos modos, nada sería lo simpático que es de no ser por el gran Bill. Su mueca de disgusto permanente, sus violentas y a la vez graciosas respuestas y reacciones, su manera de entender el timing cómico (un silencio breve, una mirada, mucho con poco) son tan perfectas que no hay manera de no rendirse ante su talento, sabiendo que de no ser por él la película seguramente dejaría ver más claramente sus puntos más huecos y su ingeniería de guión. A diferencia de otras películas más ostensiblemente cómicas en las que ha participado (ST. VINCENT tiene un aire más de comedia dramática indie que de comedia-comedia digamos), a Murray se lo nota especialmente concentrado e integrado al relato, sin intentar jugar como nexo/guiño entre lo que pasa en la pantalla y el espectador, cosa que suele sucederle a muchos comediantes –especialmente los surgidos en la televisión– y le ha pasado algunas veces a él. No, aquí Murray se cree el personaje, vive adentro de él y nos regala una de las mejores y más completas creaciones de sus últimos años.
La violencia ha sido el tema central de la carrera de Clint Eastwood. A los 84 años, el actor y director vuelve sobre ella en FRANCOTIRADOR, acaso no la más sutil de sus películas pero sí una que prueba que sigue siendo no solo un gran narrador –eso es algo que nadie puede discutir a esta altura de su carrera– sino que sigue sabiendo manejar una muy interesante ambigüedad respecto al tema, una que convierte a este filme en uno de esos experimentos psicológicos en los que cada espectador termina viendo lo que quiere ver. Todos sabemos que Clint es republicano y lo hemos visto pifiarla feo burlándose de Barack Obama haciendo malas bromas con una silla en una convención de su partido, pero lo cierto es que Clint no es “republicano” en su versión más básica y tarzánica (de hecho, varias veces se manifestó en contra de estas guerras) y en un punto la película es profundamente antibelicista. El personaje es un hombre que valora y respeta ciertas visiones tradicionales mediante las que su país se ve a sí mismo –“el mejor país del mundo”, “Dios, patria y familia”– pero esas tradiciones son puestas en discusión por Eastwood de una manera cinematográfica inusual, indirecta. american-sniperFRANCOTIRADOR no habla de lo que sucede fuera de las misiones en Irak y de los regresos de Chris Kyle –el “sniper” que da título a la película, un hombre que tuvo 160 muertes confirmadas, casi todas desde su puesto en las alturas, protegiendo a los soldados a la distancia– a su casa. No hay análisis políticos sobre los motivos de la guerra ni se muestra nada fuera del entrenamiento y de los combates. Kyle es un veinteañero de Texas que se vuelve Navy SEAL para defender “al rebaño” (como lo educaron de pequeño), su misión allí es la de francotirador y su trabajo es hacerlo bien, protegiendo a sus compañeros. Y es eso lo que hace. La película narra las cuatro veces que va Kyle (Bradley Cooper, con barba y 20 kilos más) al frente de batalla y las distintas circunstancias de cada una de sus misiones. Tendrá dos enemigos fuertes: encontrar y eliminar a un hombre clave de Al Qaeda al que llaman El Carnicero y hacer lo mismo con su “némesis”, un francotirador sirio, campeón olímpico, que trabaja para “el enemigo”. Eastwood y Kyle/Cooper –que funciona, en ese mundo, de manera muy similar a la que lo haría Clint de tener la edad para protagonizar la película– compactan sus misiones con la mirada fija en el objetivo, un poco a la manera de Kathryn Bigelow y su VIVIR AL LIMITE: el protagonista es un especialista, un profesional, casi un adicto, que no puede tomar distancia crítica de lo que hace. Y que, una vez que empieza, no quiere ni puede parar. americansniperLa distancia que sí se empieza a quebrar es la emocional. Por la naturaleza de su trabajo, Kyle mata de manera fría, lejana. Las circunstancias de sus asesinatos son duras, pero asépticas. El no termina de involucrarse hasta que, en cada nuevo regreso al frente, las situaciones se van volviendo más duras y complejas (operativos salen mal, mueren amigos, etc) y empiezan a afectarlo de una manera que, si bien él trata de negar, es más que evidente tanto en Irak como de regreso al hogar. Ahí es donde empieza a sentirse su desconexión con ese otro mundo y su necesidad casi adictiva de volver al frente: no termina de (re)conectar con su esposa ni con sus pequeños hijos (a los que ve muy poco), vive tenso, tiene la presión por las nubes y cualquier bocinazo en la autopista lo pone en alerta. ¿Es culpa, perturbación, stress post-traumático? Según Kyle, no. No sabe ni quiere saberlo. O tal vez sí sea culpa, pero no por la gente que mató sino por los que no pudo salvar. Es por eso que siente que cada minuto que no está en el frente es un minuto perdido. De todos modos, no se trata de un personaje a quien el ego le infla el pecho: lo llaman “La Leyenda” –por la cantidad de muertes, al punto que los enemigos le ponen un precio a su cabeza–, pero a él no le gusta que lo pongan en ese lugar y trata de evitar a los que lo miran con admiración. De vuelta: es un tipo que tiene un trabajo para hacer, lo hace bien y punto. A otra cosa… American-Sniper_612x380Si bien la historia real tiene una vuelta de tuerca final algo inesperada y hasta irónica –que no vamos a revelar acá si bien en diez segundos lo pueden encontrar en Wikipedia–, Eastwood siempre mantiene el eje fijo en las rutinas de su protagonista, como si la mirilla de la escopeta fuera el visor de la cámara. Nos pone ahí, en el acto, en el momento presente del combate. Las escenas filmadas en el frente son notables por su precisión narrativa, su justeza geográfica (se entiende todo, está editado con una lógica espacial irreprochable) y por la manera en la que logra trasladar al espectador a la situación. Especialmente notable es un combate tremendo y peligroso que tiene lugar en medio de una nube de humo y polvo que no permite ver prácticamente nada. En medio de ese marrón borroso, son las sombras, los bordes de los personajes los que, como fantasmas, recorren la pantalla. Metáfora más evidente que esa acerca de lo que Clint piensa de la guerra, no hay en todo el filme. FRANCOTIRADOR es una película que requiere, especialmente fuera de los Estados Unidos, a un espectador de mente abierta que pueda por unos momentos despegarse de prejuicios políticos absurdos, de esos que llevan a decir a muchos que odian tal o cual película por ser “pro-yanqui” o banalidades por el estilo. En ese sentido, el filme de Eastwood bien podría ser un western y Kyle el hombre encargado de evitar que los indios invadan la propiedad de algún pionero. Sí, sabemos que en el verdadero Oeste el territorio pertenecía a los indios y que los invasores eran los “hombres blancos” pero eso no nos impide (o no debería impedirnos) disfrutar de esos westerns, aún cuando se tengan diferencias ideológicas. De otra manera uno termina diciendo estupideces a la manera de Quentin Tarantino que afirma odiar a John Ford por ciertas cuestiones de ese tipo que ve en sus películas. Es un reduccionismo banal y que ni siquiera refleja la complejidad de las películas de Ford. Con Eastwood pasa algo parecido: sus películas van mucho más allá de las coincidencias ideológicas que podamos tener con su director. No solo por la brillantez de la ejecución en todos sus rubros sino por que son más complejas y ambiguas de lo que parecen a simple vista. FRANCOTIRADOR puede ser un poco simplista en su manera de mostrar al “enemigo” como un todo malvado dentro del cual no hay casi diferencias (si parece malo, es malo), pero en el fondo no es una película sobre la guerra en Medio Oriente sino una sobre la adicción a la violencia y la manera en la que la guerra se vuelve un perverso juego autocontenido (el “afuera” no existe, se sale a matar por protección o por venganza): la guerra como una suerte de videogame que nubla los sentidos y empuja a seguir jugando, como adictos, entre la vida y la muerte.
Lo evidente, lo innegable de WHIPLASH es que es una película intensa, atrapante, que funciona como un torbellino musical-emocional que arrastra al espectador –se lo lleva puesto– de una manera apabullante, como una banda manejada a un “tempo” feroz que se impone sobre los sentidos del público. La idea del “tempo” es central a la película, tanto argumentalmente como en su forma. Como realizador, Damian Chazelle usa un “tempo” que admiraría Fletcher, el conductor de la banda de jazz universitaria que maneja a sus músicos de la manera en la que un instructor de los marines manejaría a sus soldados. Fletcher y Chazelle son tiempistas puros. “Are you a rusher or are you a dragger?” (sos un “apurador” o un “atrasador”?, podríamos traducirlo), le pregunta el conductor a Andrew, el joven baterista de 19 años que acaba de sumar a su banda y que no parece tocar exactamente en su “tempo”. El chico no lo sabe, bien porque la distinción es tan fina que no alcanza a darse cuenta o bien porque es una pregunta retórica solo para sacarlo de las casillas, demostrarle quien manda y obligarlo a esforzarse más. La forma de explicarle el asunto no está evidentemente sacada de los manuales del buen maestro y no le pidan a Fletcher simpatía, comprensión o palmaditas en la espalda. Para él, decirle a alguien “good job” (“buen trabajo”) es un crimen, son las dos peores palabras del idioma inglés. Una condena, asegura, a la mediocridad. Para resaltar esa idea usa una anécdota (que no es del todo real ni fue así) en la que el baterista de Charlie Parker le tiró un platillo en la cabeza al saxofonista luego de un mal solo y fue a partir de ahí que Parker se convirtió en “Bird”: volvió al otro día y tocó, según él, el mejor solo que el mundo jamás ha escuchado. whiplash3Chazelle se suma a la tracción narrativa como un miembro más de esa pelea de egos. Es que Andrew no se deja del todo amedrentar por Fletcher ya que está hecho de una madera parecida. Es de los que creen que hay que sangrar y hasta morir en el intento de llegar a la grandeza por la vía del esfuerzo y el sacrificio. Los tres son “bilardistas” de la música (hoy podríamos decir “cholo-simeonistas”): no hay placer, no hay juego, no hay diversión. Hay que ganar a base de esfuerzo, concentración, sacrificio y hasta miedo. No importa que lo que toquemos sea necesariamente bello, pero tiene que servir para ganar la competencia. Lo mejor de la película está, si se quiere, en su “visión de túnel”: es un combate personal a ver “quien la tiene más grande” o “más huevos” en un universo en el que ese tipo de conceptos no suelen ser los más utilizados. Y los de afuera… los de afuera son de palo. Vi la película por primera vez en Cannes y me fue imposible no dejarme llevar por su potencia narrativa. La edición frenética, el griterío constante entre conductor y baterista, la tensión permanente que se vive en cada sesión y lo que pasa más adelante en la historia hace que uno viva la película como si fuera una de acción. De hecho, creo que Chazelle sería ideal para dirigir filmes de suspenso. Su forma de entender el cine está más cerca del frenesí de montaje de las películas de Paul Greengrass o Michael Bay que de las de Clint Eastwood, claro, pero es evidente que tiene talento para la construcción de suspenso. El problema, para mí, volviéndola a ver, es que empiezan a volverse más y más evidentes no solo las trampas de su construcción sino la manera en la que tanto el director como sus protagonistas, por decirlo de cierta manera, arruinan todo lo que tocan. Son, digamos, elefantes en un bazar. whiplashNo hay placer alguno en hacer música en WHIPLASH. Es un sacrificio y una tarea que se hace por obsesión y con garra. No da la impresión que Andrew disfrute sangrando en sus ensayos privados o siendo golpeado física y emocionalmente por Fletcher cuando toca con la banda. Hacen jazz pero podrían estar haciendo un edificio o peleando en el frente en una guerra. Son soldados que no disfrutan lo que hacen jamás y si bien terminamos escuchando algo parecido a buena música más nos preocupa la sanidad mental de los músicos. Tampoco hay compañerismo ni aparece la idea que uno puede hacer tocar mejor al otro. No. Aquí es cada uno a lo suyo, guerra absoluta, competencia mortal. Si tocar en la banda implicara matar a tu competidor, tal vez lo harían. Es cierto que no todo es culpa del profesor –Andrew puede irse cuando quiera pero no lo hace–, pero nadie logra frenar esa andanada de maltrato porque, a fin de cuentas, la banda de Fletcher siempre gana todas las competencias en las que se presenta. Y si alguien tenía talento y no supo bancársela, ahí tendrán una anécdota que les servirá para entender lo que pasa. NOTA: Lo que sigue contiene algunos SPOILERS sobre la última parte de la película. Si todavía no la vieron, preferible detenerse aquí o saltearse hasta el último párrafo. Whiplash-4El conflicto más grande que se desata entre ambos surge cuando Andrew llega tarde a una presentación (por motivos tan sorprendentes como impactantes) pero insiste en tocar igual, aunque promediando la canción empieza a perder el famoso “tempo”. Fletcher lo echa de la banda y lo que sigue es una guerra psicológica. Andrew se enfrenta con todo a su ahora ex profesor y deja el jazz, pero luego se reencuentran y Fletcher lo convence de tocar una vez más con él. El enfrentamiento “en vivo” derivará no solo en un largo solo de batería (de vuelta, a manera de “a ver quien la tiene más larga”) sino en una suerte de celebración de los métodos educativos de este impresentable sujeto. Un par de miradas cómplices nos hacen entender que valió la pena el sacrificio y la tortura psicológica. O, como diría una tía mía, “que al final lo sacó bueno”… Ahora bien, la idea de que la película termine celebrando los nefastos métodos educativos de Fletcher es por lo pronto un poco indigesta. Para Andrew será él una figura notable y valorada a diferencia de su padre, un buen tipo pero que no es otra cosa que un escritor fracasado que ahora trabaja de profesor en un colegio secundario. Andrew no quiere esa vida “mediocre” para él y también rechaza de entrada (en una muy buena y honesta escena) seguir de novio con una chica que le gusta porque sabe que, al final, cuando haya que decidir entre el jazz y la novia el preferirá el jazz y ella lo va a terminar odiando. Es decir: la película nos conduce hacia un clímax en el que, uno espera, Andrew pueda demostrar que sigue siendo un gran baterista más allá de las torturas de Fletcher y que todavía conserva cierto aprecio por sí mismo y por el género humano, pero Chazelle inserta unas miradas de comprensión entre ambos que parecen decir todo lo contrario: o bien que celebra la metodología del profesor o bien que ambos se convirtieron en sendos monstruos. Yo quisiera creer que la idea que busca transmitir es la segunda pero me da la impresión que es más bien la otra… whiplash.insideEn cierto punto la película me hace recordar a RELATOS SALVAJES: son esos filmes narrados con tanta intensidad, talento y hasta virtuosismo para meter al espectador adentro de su trama que no permiten reflexionar demasiado sobre ciertas cuestiones bastante discutibles que la película nos muestra. Uno puede admirar la factura, pero también tomar distancia, si se quiere, ética, de sus procedimientos o su visión nihilista sobre sus personajes. Ambas películas proceden con similar lógica y ambas hacen una lectura parecida de la realidad, una especie de mundo darwiniano donde “el hombre es el peor enemigo del hombre” y en el que para sobrevivir hay que atacar sin reservas ni pruritos al otro, el rival, el contrario. Un mundo de monstruos. WHIPLASH deja, además, algunos apuntes discutibles y snobs sobre ciertos temas que me parecieron bastante nefastos: Andrew tiene un póster de Buddy Rich en su pieza en el que dice que “los que no saben tocar, tocan en una banda de rock” y en otra escena se burla de dos jóvenes (amigos de la familia o primos) que juegan al fútbol americano. Tanto unos como otros no están a su altura, ya que ninguna de esas cosas en su visión del mundo –que parece ser también la de la película– se comparan con el jazz. Y, a fuerza de ser sincero, cuando uno lo ve ensayar a Andrew no siente estar escuchando buena música (ni siquiera música, bah) sino viendo a un boxeador golpeando bolsas en un entrenamiento, confundiendo talento con virtuosismo, swing con velocidad. Es la peor clase de músico posible: egocéntrico, competitivo, mecánico y pretencioso que se cree virtuoso porque puede tocar más rápido que nadie. Y eso, amigos, no se parece en nada a la música tal como yo la entiendo. Y si eso es lo que tiene para celebrar esta película intensa, atrapante, furiosa y violenta, mal que me pese por su admirable factura yo prefiero pasar de largo.
De unas décadas a esta parte, da la impresión que las películas bélicas no pueden ser, simplemente, películas bélicas como las de antaño, narraciones acerca de un batallón, un enfrentamiento, una persecución o la toma de una ciudad, por poner algunos ejemplos al azar. Las películas bélicas deben ser sobre las consecuencias de la guerra, sobre los problemas éticos y/o psicológicos de un enfrentamiento de este tipo, sobre las circunstancias político/económicas que rodean a los conflictos o, en algunos casos, las películas de guerra tienen que ser relecturas en clave irónica o moderna de otras películas de guerra. No es el caso de CORAZONES DE HIERRO ni, por lo general, del cine que escribe y/o dirige David Ayer, acaso el último de los kamikazes de la escuela que cree en el baño de sangre y la purificación a través de la batalla descarnada. Lo hace en sus policiales (DIA DE ENTRENAMIENTO, REYES DE LA CALLE, EN LA MIRA) y no tenía porqué abandonar esa lógica aquí, en esta película centrada en un grupo que comanda un tanque a través de Alemania en 1945, cuando la guerra está por terminar pero en el camino hacia Berlín los aliados siguen encontrando más resistencia que la esperada. furyAyer tiene en su ADN el cine de John Milius, Sam Füller y Sam Peckimpah y, mirando hacia más atrás, su concepción del cine en lo narrativo e ideológico no está muy lejos del de las películas de guerra patrióticas que se hacían… durante la Segunda Guerra. Es como si todo lo que vino después en términos de dualidades y ambigüedades a la hora de contar este tipo de historias –Vietnam, Iraq, Afganistan, etc, etc– no hubiera sucedido. Sus policiales son también una suerte de canto al sacrificio del FBI o de la DEA, así que no esperen corrección político ni progresismo relativista en CORAZONES DE HIERRO. Lo que sí hay es un gran, nervioso y potente relato old school acerca de un grupo de soldados que avanza adentro de un tanque, choque tras choque, por Alemania, en una historia que casi no tiene descanso y que transcurre a lo largo de unos pocos días. Si bien la estrella es Brad Pitt, el veterano líder de ese grupo, el protagonista es Logan Lerman, el nuevo e inocente miembro del quinteto a bordo del tanque cuyo nombre, Fury, da título al filme en su versión original. Junto a Pitt, están en el tanque otros tres soldados de años de batallas (Michael Peña, Shia LaBeouf y Jon Bernthal), esos profesionales eficientes que han perdido todo rasgo de humanidad y hoy son una máquina de matar a las que le importa poco y nada fuera de hacer rodar cabezas de nazis. fury3Al personaje de Pitt le pasa algo parecido, pero la llegada del novato lo vuelve a enfrentar con su propia y perdida humanidad, especialmente en una escena en un pueblo alemán –una de las pocas escenas sin acción ni explosiones ni disparos del filme– en el que se topan con dos mujeres en una suerte de breve descanso entre batallas. En paralelo, es el pequeño soldado el que va entendiendo los valores que maneja el grupo: la defensa del compañero por sobre todas las cosas y, básicamente, tirarle a lo que venga como sea, sin reparos ni pruritos morales. Dicho así, parece una película mucho más reflexiva de lo que es. Lo mejor de CORAZONES DE HIERRO es que Ayer la cuenta como una película de acción y tensión constante, con un enfrentamiento seguido por otro y un grado de detalle y virulencia que es lo único que la distancia de las películas de los ’40 y ’50. Tiene la crudeza y el gore sangriento de las películas post-Vietman pero los códigos de los filmes de la Segunda Guerra. En ese sentido, CORAZONES… comparte con THE BIG RED ONE, de Fuller o LA CRUZ DE HIERRO, de Peckimpah, esa combinación de sequedad narrativa con imágenes gráficas y terribles. No hay sentimentalismo alguno aquí: los héroes podrían no haberlo sido y los villanos son tan cruentos como los héroes, casi intercambiables. Es un combate entre profesionales con una meta y una misión. Y punto. Fury5Si bien es cierto que el último y sacrificado enfrentamiento que narra el filme se pasa un poco para el lado del heroísmo en su clave más “cinematográfica”, Ayer nunca subraya ni exagera ninguno de esos elementos y, sobre todo, consigue una larga secuencia de acción que es un perfecto ejemplo de síntesis y poder narrativo, más cercano al Clint Eastwood de los ’70 que al más reflexivo y crepuscular de los últimos veinte años. No hay banderas, no hay discursos, no hay casi llantos en el filme, pero tampoco hay ironías ni relecturas tarantinescas. En ese sentido, CORAZONES DE HIERRO es una película masculina, llena de testosterona, violenta y repulsiva a la vez, como uno supone este tipo de misiones casi suicidas deben haber sido. Sí, asume todos los clichés del género y los lleva en el pecho casi como si fueran medallas. Y cuando tiene que narrar cinematográficamente deja en claro que tiene muchas más ideas acerca de cómo hacerlo que muchos cineastas seguramente más reflexivos desde lo temático pero incapaces de pegar tres planos juntos que se entiendan y que tengan al espectador atrapado a la butaca.
Probablemente, THE INTERVIEW se estrene en la Argentina, tal como se anunció en un principio, como UNA LOCA ENTREVISTA, el 22 de enero próximo. Probablemente, nunca la veamos en salas. Lo cierto es que la película alcanzó tal notoriedad por motivos que, imagino, son por todos conocidos, que me resultó inevitable verla y comentarla apenas estrenada online y convertida en una especie de representante de la “libertad” contra la opresión de la dictadura norcoreana… O algo así. Son tantos los problemas, complicaciones, despistes y errores que se cometieron a consecuencia de esta película que ya resulta difícil analizarla como tal. Todo empezó con los emails leakeados de ejecutivos y empleados de Sony y varias películas del estudio puestas online por hackers supuestamente conectados con el Supremo Líder Kim Jong-un. A eso le siguieron más amenazas y la cancelación del estreno por parte de Sony a partir del rechazo de las cadenas de cines a proyectarla por motivos de seguridad. Todo culminó –bah, hasta ahora– con la participación de Obama en el debate y la decisión final de lanzarla en unas pocas salas independiente y en distintas opciones de VOD. Tras eso, THE INTERVIEW ya no es una película, es una mezcla de curiosidad y “causa sociopolítica”. theinterviewLo más llamativo es que es todo lo contrario al tipo de película que podría provocar situaciones de este nivel de caos político internacional. No, no es LOS GRITOS DEL SILENCIO ni THE ACT OF KILLING ni nada parecido. Si bien es potencialmente ofensiva para Corea del Norte, los norcoreanos y en tono de broma se denuncian muchos de las cosas que habitualmente se le achacan a los líderes –tanto al padre como al hijo– de ese país, la propuesta es tan absurda, banal y poco convincente en ese sentido que, como suele pasar, los norcoreanos no hicieron más que darle más publicidad a un producto que de otra manera podría haber pasado bastante desapercibido. No tiene la acidez brutal de TEAM AMERICA ni su delirante y salvaje furia. Es, en ese sentido, mucho más previsible. Es que THE INTERVIEW, dentro de los parámetros cómicos que manejan Rogen, Goldberg, Franco y compañía (unos de los tantos subgrupos herederos de la “familia Apatow”), tampoco resulta demasiado lograda. Ni es tan ácida como supone serlo ni tan caótica como THIS IN THE END/ESTE ES EL FIN, la previa comedia apocalíptica del mismo grupo creativo. THE INTERVIEW es bastante simple y redundante en lo que respecta la “cuestión norcoreana” y sus mejores partes están en general relacionadas con algunas situaciones y diálogos entre los protagonistas, y entre Franco y el mítico dictador. Seth Rogen;James Franco;Lizzy CaplanComo en todas las comedias del grupo, hay un elemento de bromance (esa fuerte amistad entre hombres que bordea y parodia una relación gay) que está en primer plano y es cada vez más una jugada consciente de los propios actores y directores. Franco es el conductor de un programa de noticias del espectáculo de Hollywood (del tipo “Exclusiva: Matthew McConaughey tuvo sexo con una cabra”) que es bastante idiota y Rogen encarna al productor del show, un tanto menos imbécil. Su último gran logro es haber conseguido que Eminem diga al aire, en vivo, que es homosexual, lo cual le genera mucha publicidad pero también las burlas de un periodista más serio, viejo compañero de universidad del personaje de Rogen que se ríe de sus “logros” periodísticos a la manera de personaje de THE NEWSROOM. Pero la dupla se topa con una sorpresa inesperada cuando se entera que Kim es fan del programa de chimentos y, tras unas absurdas negociaciones, consiguen una entrevista con él en su palacio en Pyongyang. La “entrevista” está completamente armada y ellos no tienen libertad de hacer preguntas, pero la cosa se complica aún más cuando la CIA, enterada de que ellos tendrán contacto con el inaccesible dictador, los obliga a cumplir con la misión de asesinarlo de una manera un tanto peculiar. Pero como Franco y Rogen son una versión apenas mejorada de los protagonistas de TONTO Y RETONTO, nada les será sencillo una vez allí. the interview 3Los mejores momentos de la película aparecen cuando conocemos a Kim, quien lejos de ser un maníaco dictador, da toda la impresión de ser uno más “de los muchachos”, enamorado de la cultura pop norteamericana, fanático secreto de Kate Perry (no quiere admitirlo porque da “gay”, como tomar margaritas). Los momentos entre Kim y el periodista que encarna Franco son lo mejor del filme y dan para imaginar por donde podría haber ido la película de haber buscado ser un poco más sutil y menos tarzánica en su último tercio. Es claro que Kim, finalmente, no es tan copado como parece ni Franco tan imbécil, pero el caótico desenlace de la película no logra ser demasiado gracioso ni lo suficientemente osado (bah, calculo que si algún norcoreano se la toma muy en serio podría ofenderse de la misma manera que los de Kazajistán podían hacerlo con BORAT). El eje principal de la película, más allá de la misión de asesinar a Kim, vuelve a pasar por la relación entre los protagonistas y este eterno juego/coqueteo de referencias sexuales que empiezan a volverse un poco tontuelas. La cantidad de menciones al orificio anal tal vez sea un récord en la historia de Hollywood pero casi ninguna de ellas logra causar gracia alguna si uno cumplió los doce o trece años. the interviewSí, ya sabemos, esta idea de la adolescencia eterna masculina (bromas con amigos, bastante sexo, algo de drogas, pero sobre todo… bromas con amigos) es central al humor que manejan Rogen, Goldberg, Franco y compañía, pero por momentos se vuelve excesivamente boba, más allá de que es claramente consciente de serlo. En THE INTERVIEW se vuelve particularmente agotador porque muchos de esos chistes, digamos, no tienen absolutamente nada que ver con el resto de lo que está pasando, más allá de ese gran tema del filme que es determinar si Kim tiene o no un orificio anal… En síntesis, la película tiene una primera mitad relativamente entretenida y graciosa, pero cuando intenta volverse, a la vez, más política (cuando es evidente que Kim es otra cosa que lo que parece) y caótica, la gracia empieza a perderse y cuesta llegar a los 112 minutos sin desear que acabe un poco antes (uy, dije acabe… LOL!). Si esta película llega a causar algo parecido a una Tercera Guerra Mundial o, digamos, alguna tragedia que exceda conocer los emails privados de los ejecutivos de Sony, sería de un absurdo tal como para generar inmediatamente una secuela que incluya lo que pasó en la realidad con THE INTERVIEW. Después de todo, estoy convencido que los eventos del último mes deben ser bastante más graciosos, ácidos y osados que la película en sí.
Otra de las muy buenas películas estadounidenses que pasó por la competencia del Festival de Cannes, FOXCATCHER cuenta una historia muy particular y lo hace de una manera sobria, discreta, mesurada, casi a contramano del tema y el mundo que retrata. El caso que le da origen es de la vida real: uno de los millonarios herederos de la familia Du Pont, un obsesivo, solitario y bastante peculiar sujeto, desarrolla una fascinación por la lucha libre y decide entrenar y sponsorear al equipo norteamericano que competirá en los Juegos Olímpicos de 1988. Su principal objetivo es trabajar con los hermanos Schultz, Mark y Dave, dos grandes campeones que ya vienen de ganar medallas en los Juegos de 1984. Los hermanos son bastante distintos entre sí y el filme se centrará más que nada en la experiencia de Mark (interpretado por Channing Tatum), el más joven, hosco y también solitario de los dos. El acepta la económicamente generosa oferta de John Du Pont y parte a entrenar a su bellísima finca. Dave, casado y con hijos, prefiere seguir donde está. Entre el excéntrico heredero de la fortuna Du Pont y Mark nace una relación muy especial, donde cierto sugerido apetito sexual se mezcla con un deseo fraternal, sumado a la ausencia y/o relación conflictiva con las figuras paternas que ambos tienen. Esas idas y vueltas se van enrareciendo cada vez más y la llegada posterior de Dave para tratar de solucionarlas en realidad las complican más aún. foxcatcher3El filme del director de MONEYBALL toma un camino similar al que aquella película sobre béisbol, centrándose en lo que pasa afuera del “campo de juego” y prefiriendo enfocar la mirada en los personajes del deporte y en lo que sucede por fuera del espectáculo en sí: las tensiones, rivalidades, enfrentamientos, amores y odios. Es una película deliberadamente minuciosa –podrían decir que hasta lenta para los parámetros actuales de “ritmo narrativo” hollywoodense– que cubre muchos años en la vida de este trío y que, más que los grandes enfrentamientos o discusiones, prefiere ir pintando los vaivenes de su relación de manera sutil, casi como si se estuviera accediendo a un secreto juego de piezas entre los tres. Uno que, se sabe, tendrá que terminar mal. Miller presta mucha atención al movimiento de los cuerpos de los actores en el cuadro, algo que le viene perfecto para un tipo de deporte que tiene mucho de danza y de fricción ligada a dos hombres: los abrazos, agarrones y empujadas de la lucha libre –más en los entrenamientos que en las competencias– son las metáforas tal vez más obvias que maneja la película, pero que de cualquier modo lo hace muy bien. A la vez, tratándose de tres personajes parcos, de eso que hablan poco, la película termina teniendo un interesante aprovechamiento del sonido: en el silencio, en el ruido ambiente de los entrenamientos, parecen suceder muchas cosas. foxcatcher2Lo más evidente y notorio en el filme es la personificación de Steve Carell como el enigmático y taciturno Du Pont, un birdwatcher, fascinado también por la lucha, las armas y con una suerte de extraviado patriotismo. En un rol cien por ciento dramático Carell está irreconocible: no solo por el maquillaje sino también por la voz y el uso del cuerpo. Pesado, lento, a años luz de la imagen habitual del comediante, es un rol consagratorio. Pero están igualmente bien Tatum (también en plan casi zombie) y Mark Ruffalo como el hermano amable y el más “normal” del grupo. Tal vez no sea la película consagratoria del director de CAPOTE y MONEYBALL en cuanto a premios y reconocimiento (es muy discreta y hasta elegante para ganar Oscars, le falta “impacto”), pero sí una que confirma que posee una mirada muy certera y precisa sobre el comportamiento humano, encontrando en los personajes más extravagantes ese rasgo universal que los hace reconocibles.
Me gusta el cine de Kore-eda Hirokazu en general y especialmente cuando se centra en los lazos familiares, su especialidad, como queda claro en filmes como AFTER LIFE, NADIE SABE o STILL WALKING, los mejores de su carrera. Sin embargo, siento que no consigue ese mismo nivel de profundidad en esta película acerca de un matrimonio que descubre que su hijo fue cambiado al nacer en un hospital con el de otra pareja y que, a los seis años, deben tratar de ver cómo solucionan la situación. El plan consiste en, de a poco, ir “cambiando” de hijo, lo que obviamente no resultará nada sencillo. Kore-eda centra su narración en un empresario que prioriza “la sangre” más allá de la relación establecida y promueve el cambio en cuestión al punto de poner dinero sobre la mesa para lograrlo. Lo mejor del filme está, más que en la posibilidad o no de si se puede hacer un “trueque” de niños (y los efectos que eso tiene), en la revelación que este padre tiene respecto a la forma en la que trata a su hijo (uno u otro, es indistinto) y sus ideas sobre la familia, la educación y, digamos, sobre la vida en general. like fatherEn cambio, la trama en sí, con sus opuestos muy marcados (niño tranquilo/niño revoltoso; familia yuppie/familia pobre), enfrentamientos previsibles y la puesta en escena un tanto convencional comparada con otros filmes del cineasta japonés parecen estar más cerca del melodrama televisivo (o de la “Movie of the Week”) que de las exploraciones más interesantes de estos mismos lazos que ya hizo el propio realizador. La película es un poco larga a causa de las forzadas idas y vueltas del guión, pero pese a los reparos es amable y llevadera, y más allá de ser despareja probablemente sea mejor que la prometida y demorada remake hollywoodense. O quizás no, “nadie sabe”…
Hay ciertos conceptos vacíos de sentido pero cargados de simbologías varias. Uno de ellos, acaso de los más familiares para nosotros, es el de la “argentinidad”, una especie de combo de lugares comunes folclórico-publicitarios que resumen o condensan ese concepto en una serie de figuras icónicas: la amistad, el barrio, la pasión, la familia, la “viveza criolla” y el fútbol, entre otros. PAPELES EN EL VIENTO juega con todas esas figuras y las hace pasarse la pelota como en una competencia de argentinismos, para terminar armando un combo que resulta un tanto excesivo. Y es una pena porque el filme cuenta una potencial buena historia y Juan Taratuto, su director, tiene la suficiente habilidad y conocimiento del manejo de los tiempos y recursos cinematográficos como para poder conducir a los espectadores por una trama que tiene momentos e ideas narrativas ingeniosas. Pero el filme vuelve, una y otra vez, a esa celebración/justificación sentimental de “la piolada” porteña, echando a perder los logros que va tratando de construir de a poco. Es la historia de cuatro amigos, uno de los cuales ha muerto hace poco a causa de un cáncer. Los tres restantes, hinchas fanáticos de Independiente (como era el fallecido, apodado El Mono e interpretado por Diego Torres), quieren ayudar a la hija de éste, recuperando un dinero (300 mil dólares) que El Mono tuvo en sus manos tras una indemnización laboral pero luego (mal) invirtió en un jugador de fútbol que no rindió como todos esperaban y hoy da pena en un equipo de cuarta categoría de Santiago del Estero. papeles3El filme –más allá de algunos flashbacks a las épocas en las que El Mono vivía y cuando se enfermó– se centrará en Mauricio, Fernando –hermano del fallecido– y El Ruso (encarnados por Pablo Echarri, Diego Peretti y Pablo Rago) y en sus esfuerzos por recuperar el dinero de la manera que sea, tratando de “reinventar” al jugador que era delantero como defensor, intentando venderlo al exterior y lidiando con sus representantes pero, sobre todo, tomando esa misión casi como una manera de homenajear a su amigo y, paralelamente, darle la posibilidad a la hija de “sentir los colores” del Rojo de Avellaneda. La película –cuya trama recuerda, por momentos, a las idas y vueltas narrativas con el eje puesto en la “viveza criolla” patentadas por NUEVE REINAS– tendrá sus confusiones y vueltas de tuerca ingeniosas, pero lo que estará siempre al frente de todo será esa idea sentimental de que, por los amigos y por la familia, vale todo. Y el filme de Fabián Bielinsky, si bien lidiaba con algunas ideas relativamente similares, jamás empujaba esos lugares comunes vacíos de significado hacia el primer plano de la narración. Ni tampoco terminaba celebrando una mezcla de conservadurismo barrial y canchera xenofobia (“los argentinos somos los más vivos del mundo” o algo así) de la manera en la que lo hace esta película, justificándose en esos valores filiales, con una enfermedad terminal como frutilla del postre. papalesenelviento030114wideHabiendo visto todas las películas de Taratuto tengo la impresión que no es ése ni el universo ni la filosofía de vida del director de LA RECONSTRUCCION y NO SOS VOS, SOY YO, sino que responde más al mundo creado por Eduardo Sacheri en la novela homónima, con su “neo-fontanarrosismo” y su nostalgia “gasolera” que bordea un universo televisivo en sus versiones más old-school (digamos, de AMIGOS SON LOS AMIGOS a –ay!– EL SODERO DE MI VIDA). En EL SECRETO DE SUS OJOS –la película basada en su novela LA PREGUNTA DE SUS OJOS–, la trama policial, la dimensión política y la pericia de Juan José Campanella como narrador lograban dejar en segundo plano esos excesos temáticos (el barrio, el fútbol, la pasión, la amistad, etc, etc), pero aquí Taratuto no logra taparlos, tal vez porque no hay nada con que hacerlo. Tampoco es un problema de los actores, quienes más allá de algún exceso de caracterización, no abusan de los clichés que el guión casi parece pedirles (de hecho, Rago está muy bien en el rol del más loser de los amigos). Es un problema, si se quiere, ético (o moral o ideológico) con el que la película termina coqueteando la que tira para abajo sus esfuerzos de ser una narración simpática, amable y, sobre todo, dramáticamente ajustada. No hay planificación visual que se pueda sostener cuando la idea de “la argentinidad al palo” parece ganar la batalla por todos los costados.
La culpa la tuvo el almuerzo. ¿Recuerdan EL HOBBIT, la primera parte? ¿Recuerdan esa larga, larguísima escena en la que los enanos caían en la casa de Bilbo Baggins comían y cantaban y desordenaban todo y volvían a comer y a cantar y así? Tengo la impresión que Peter Jackson jamás pudo levantar a la saga, ante la mirada de muchos, tras esa larguísima e infantil escena más propia de una película para niños de los años ’50 que de la continuación (precuela, en realidad) de la saga de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. Después que EL RETORNO DEL REY arrasara con los Oscars y con las emociones de muchos, esa primera parte del primer episodio de EL HOBBIT –seamos más específicos, esa primera mitad de esa primera parte– parecía casi una burla a los fans. No solo hacía pensar que la nueva saga no iba a producir nada igual a la primera, sino que se notaba claramente lo que se le criticaba a Peter Jackson al hacerla (que era un “curro” estirar un pequeño libro a dos y luego a tres películas) y también nos quedaba claro que los personajes –los enanos, bah– jamás iban a estar a la altura de los personajes que ya conocíamos. Bastante difícil resultaba distinguir a unos de otros… Esa hora, hora y algo, marcaron a fuego a la saga y todo lo bueno que hicieron después Jackson y compañía, a ojos de muchos, no alcanzó a torcer el rumbo. La segunda mitad de esa primera película era bastante mejor. LA DESOLACION DE SMAUG no estaba nada mal y se podía poner casi a la altura de la saga original. Y lo mismo sucede con LA BATALLA DE LOS CINCO EJERCITOS, el cierre de esta segunda trilogía. Si uno pone en perspectiva estas tres películas puede concluir que son una más que digna continuación de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, una precuela que no hará olvidar a la saga original ni la ensombrecerá pero que tampoco llegará al punto de casi arruinarla como sucedió con las precuelas –hoy negadas y borradas de la memoria masiva como si jamás hubiesen existido– de STAR WARS. the-hobbit-battle-of-five-armies-2Tomada por sí misma, LA BATALLA… es una película de acción casi constante, con la potencia emocional y claridad narrativa que se espera de Jackson y su equipo. Es, a su manera, la más parecida a LAS DOS TORRES de la saga original ya que buena parte de la narración consiste en el asedio a una “fortaleza” y en los enfrentamientos entre las diversas facciones que se llegan allí a reclamar el lugar y el oro que hay. Consciente de la poca empatía individual que fueron generando como personajes, Jackson –que se ha desviado y mucho del libro original– se enfoca aquí en unos pocos enanos relegando al resto a ser casi como un coro de fondo, y los combina con los personajes que fueron dando vida al episodio anterior, como la elfo Tauriel, el humano Bard, y convierte a Thorin en el verdadero protagonista del cierre de la trilogía, aún más que Bilbo y Gandalf. Y, claro, siempre está el dragón, que casi ni aparecía en el primer episodio pero ocupaba buena parte del final del segundo y el principio del tercero. Si a todos ellos le sumamos el regreso de los “clásicos” (Legolas, Sarumán, Galadriel y otros), es evidente que Jackson tomó conciencia que había que torcer el barco y lo hizo. También entendió que no todo debía extenderse indefinidamente y curiosamente –digo esto porque en el caso de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS era al revés– cerró con la película más corta de todas, de “apenas” 144 minutos de duración (aunque, obvio, prometió mucho más para el Director’s Cut) para terminar más que dignamente una saga que había empezado muy abajo. Volvamos a decirlo: no es EL RETORNO DEL REY, pero tampoco hay entre esa y esta película la diferencia que existe entre una obra maestra que ganó 13 Oscars y una que apenas mereció un “mseeee” de la crítica en Estados Unidos. No lo hay. Creo que ahí habla el cansancio de la crítica y el deseo –que comparto– de que Jackson empiece a utilizar sus talentos para otras cosas. The-Hobbit-The-Battle-of-the-Five-ArmiesLa historia es la menos complicada de todas aunque requiere una buena memoria respecto a los episodios anteriores. Sinteticemos diciendo que una vez que Thorin tiene acceso al oro que hay en Erebor enloquece en la búsqueda de la mítica “arkenstone” o el Corazón de la Montaña enfrentándose al resto de sus compañeros y habilitando la llegada de todos los que también desean una parte del tesoro o poseer la montaña por razones estratégicas o, en el caso de los orcos, porqué sí, ya que no parecen tener otra cosa que hacer que correr para adelante, gritar y que les corten las cabezas de a miles. Si hay un defecto en esta saga que me irrita es la incapacidad de los orcos y trolls de producir daño alguno. Son el ejemplo claro de “perro que ladra no muerde” y salvo sus líderes, todos los demás por más supuestamente preparados para las batallas que estén caen como moscas ante un soplido. Que vengan de a miles produce mínimo o ningún escozor en el espectador. En eso consistirá la película: en las distintas situaciones que se van dando a lo largo de dos batallas. La primera, en Lake-town, donde los humanos, con Bard al frente, lucharán frente a Smaug, una escena inicial compacta e intensa que abre la película de una manera promisoria. Luego la que se va armando, de a poco, frente a Erebor, que pasa de los dramas personales (la codicia de Thorin y su enfrentamiento con todos los demás) a las batallas masivas un tanto insípidas y con excesivo uso del CGI para terminar en algunos choques dramáticos personales intensos que dan a la saga un cierre bastante cercano al que se merecía y que parecía que jamás iba a poder alcanzar. Los varios enfrentamientos que tienen lugar, sobre el final, en una zona helada de la montaña, son una clara muestra no solo del talento de Jackson para la composición de este tipo de escenas sino que el “uno contra uno” tiende a ser mucho mejor espectáculo que las batallas entre miles de extras computarizados. hobbit-battle-of-the-five-armiesNo es una gran película porque los nuevos personajes no lograron convertirse en inolvidables (la sola mención de la existencia de “el hijo de Arathorn al que se conoce como Trancos” es un recordatorio, no solo de la ausencia de un tal Viggo, sino del peso mítico de los originales), pero la aparición de algunos clásicos como Legolas haciendo otra de sus hazañas propias del Cirque du Soleil o el momento en que se cruzan varios de los viejos personajes juntos (mejor no adelantarla aquí) dan una suerte de continuidad épica a la historia que termina en el que tal vez sea su mejor momento y hasta se cuida de no tener los 17 finales de la anterior saga. Y Jackson, mal que les pese a algunos, sigue demostrando tener más temple narrativo y cinematográfico clásico que la mayoría de los directores de superproducciones actuales. Confieso que disfruté más de los dos últimos episodios de EL HOBBIT que del 90% de las películas de superhéroes que circulan actualmente y que reciben mucho mejor trato crítico que esta trilogía. De todos modos, esperemos que no expandan ahora el “Tolkien Cinematic Universe” y se les de por hacer quince películas con cada personaje menor de la saga. El cierre estuvo bien y a la altura de las circunstancias, pero si llega a haber algo parecido a LOS SECRETOS DE THRANDUIL o POR LAS BARBAS DE BALIN, no cuenten conmigo…
El libro de Dennis Lehane, movido de Boston a Brooklyn, da como resultado una película modesta, un tanto confusa, pero sin duda hecha con el espíritu de cierto cine policial de los ’70, tratando de estar más cerca de los personajes que de la situación policial en la que se ven involucrados. El cuento arranca de una manera leve, con Tom Hardy (excesivamente caracterizado como Bob, un hombre entre buenazo y timorato) encuentra un perro en un tacho de basura. Eso lo relaciona con una mujer, Nadia (Noomi Rapace), y un personaje peligroso de la zona, que vive allí cerca y que pudo haber abandonado ahí a ese perro. Bob atiende en el bar regenteado por su tío Marv (una de las últimas actuaciones del gran James Gandolfini), pero que a su vez controlan unos mafiosos chechenos. “La entrega” que da título al filme se refiere al bar en el que se juntan todos los dineros negros de las transacciones diarias en la ciudad y capturar ese dinero será uno de los objetivos que ponga en marcha la segunda mitad del relato, la más clásicamente policial. Obviamente, hay también un agente de la ley que observa todo con sospecha e intenta llegar a conocer más de lo que está pasando.Mic the-drop-toronto-film-festivalLa primera parte va y viene entre los tímidos intentos de acercamiento/rechazo entre Bob y Nadia –y el perro en cuestión–, para luego entrar en una zona más intensa cuando nos enteremos de algunos secretos que guardan los protagonistas, especialmente Marv. Si bien los elementos están ahí para lograr un gran policial, digamos, de la “vieja escuela” (a la manera de los primeros filmes de James Gray, digamos), tengo la impresión que la narración es insegura, inestable, que las historias no están bien dosificadas y que, para cuando el final llega con toda su potencia, la ecuación no termina de cerrar como debería. LA ENTREGA termina siendo policial pequeño, humano pero irregularmente construido al que le sobra corazón pero, tengo la sensación, le falta un poco de sangre en las venas…