Otra elección desacertada Una vez más, Jennifer Aniston protagoniza una comedia romántica con fallas, donde no puede lucir aquel talento que se vio en Friends. Sería injusto decir que una comedia romántica con Jennifer Aniston es garantía de fracaso. Quizá la salven las películas por venir. Pero lo cierto es que si todavía quiere demostrar que es algo más que una actriz que sólo funcionó en el engranaje de Friends, sus elecciones no la ayudan. Ya sea por culpa del guión –como en Descarrilados–; o del director –como en El objeto de mi afecto, de Nicholas Hytner– o de su partenaire –como en Rock Star, con un inverosímil Mark Wahlberg como, bueno, sí, una estrella de rock–. En El cazarrecompensas, su última elección, todas estas variables se unen: no funcionan ni el guión ni el director (el mismo de Hitch, especialista en seducción y de Ana y el rey) ni el compañero. Tampoco Aniston. Hasta la música falla. Milo Boyd (Gerard Butler) es un ex policía que trabaja como cazarrecompensas, empleo tantas veces citado en los westerns y que sólo existe en los Estados Unidos y en Filipinas. Además, se acaba de divorciar de su mujer, Nicole Hurly (Jennifer Aniston), a quien culpa por haber privilegiado su trabajo de periodista por sobre su matrimonio. La revancha le llega –eso cree él, con su mente básica que se mueve entre el binomio odio/amor- cuando le encargan apresar a su ex, a quien la Justicia requiere por no haberse presentado a una audiencia. A su vez, a él lo persiguen matones por cuestiones de deudas de juego. Por otro lado, su ex, periodista estrella de un diario de Manhattan, está investigando un suicidio dudoso. Detrás de Nicole también están un compañero de trabajo obsesionado con ella y un traficante de drogas, vinculado con el suicidio y empeñado en ¡asesinarla! En fin, ésa es la historia. Básica, boba, pero llena de persecuciones, recurso que debería generar la acción, el humor e, incluso, la tensión sexual entre los protagonistas que se odian pero en verdad se aman. Funcionó, digamos, en Sr. y Sra. Smith (seguramente Aniston no estaría muy feliz con la comparación); entonces, ¿por qué acá no? Porque El cazarrecompensas puede resumirse en la primera escena, que es una persecución, obviamente. El resto es simplemente un loop donde los gags trillados se suceden uno atrás de otro, y al espectador no le importa muy bien quién persigue a quién ni por qué: en el arranque de cada escena ya se aburrió, ya previó todo, ya se imaginó a Aniston queriendo ser graciosa sin mucho éxito, a Butler queriendo ser atorrante-encantador sin mucho éxito, al carrito de golf cayéndose a la laguna, y esas cosas. Es decir, todo lo que ya se vio cientos de veces, pero peor. ¿Para qué? Quizás para que algunos sigan clamando para Aniston: ¡otra oportunidad!
Tres historias cruzadas de mujeres a la deriva Una nena de cinco años –ojos enormes, rulos naranjas, simpático salvavidas a rayas en su cintura– aparece en la playa recién salida del mar. No habla, no llora: acepta la toalla que le ofrece una chica y se va con ella con naturalidad para luego desaparecer. Entre absurdo y fantástico, este pequeño personaje es la pieza clave de un film que narra la historia de tres mujeres sin relación entre sí, salvo por cruces casuales y la imposibilidad que tienen para vincularse con madres, hijos o marido. Batya, la chica de la toalla, es mesera en bodas y se acaba de separar. En pocas horas, también perderá su trabajo tras la misteriosa aparición de la niña, que le recuerda su condición de hija de padres ausentes. Una de estas bodas es la de Keren, quien se queda encerrada esa misma noche en el baño y se quiebra una pierna tratando de salir. Eso la confinará a un sórdido hotel con su reciente marido, con quien no puede congeniar. El trío lo completa Joy, una filipina que asiste a esa misma boda como cuidadora de una anciana y que saltará de anciana en anciana mientras sufre la culpa de haber dejado solo a su hijo en su país. A todas ellas las persigue la distancia –física o afectiva– con el otro, y las une la desconexión en una Tel Aviv cosmopolita que podría ser cualquier otra ciudad, salvo por una frase que funciona como marca generacional en boca de un personaje secundario: “Mis padres son sobrevivientes del holocausto, nunca pude reclamarles nada”. Con algunas situaciones cómicas dentro de una pátina melancólica, la premiada ópera prima del best seller israelí Etgar Keret y de su mujer, la dramaturga Etgar Keret, no pretende originalidad sino contar historias de cierta belleza lateral con la clara intención de esquivar tópicos al hablar de los israelíes, algo que Keret ya supo hacer en su literatura.
Sólo un gigoló con algo de alto voltaje sexual El novio de Demi Moore vuelve a protagonizar una película donde parece que su mayor mérito es sacarse la remera (bueno, y el pantalón y el calzoncillo). Una historia apenas simpática con planos estilo Kamasutra. Al parecer, Amante a domicilio no se propone ser otra comedia romántica –y lo bien que hace, porque no es ni cómica ni romántica– sino una historia simpática de alto voltaje sexual. Esto es: la desnudez escultural de Ashton Kutcher tomada desde todos los planos posibles mientras recrea poses que parecen copiadas del Kamasutra. Kutcher es Nikki, un joven recién llegado a Los Ángeles con el plan perfecto para ingresar al universo vip de aquella ciudad de fantasía sin hacer mucho esfuerzo: está dispuesto a ofrecerse como sex-toy a cambio de que las mujeres lo mantengan. Y para lograrlo acude a reglas como “hay que hacerlas enojar así después les pedís perdón y se dan cuenta de que sos sensible”. Reglas que están a tono con las demás líneas de un film en el que con un simple “hola, cómo te llamás” el joven gigoló sin gracia es capaz de levantarse a una infernal Samantha (Anne Heche) –profesional exitosa, inteligente y dueña de una mansión en las montañas que “perteneció a Peter Bogdanovich”– porque, claro, ella es veterana y está sola. Teniendo en cuenta que la temática está bastante transitada en la historia del cine, la vuelta de tuerca que se le intenta imprimir con las escenas eróticas se vuelve totalmente artificial y vacía frente a la mirada retrógrada con la que se presenta a la mujer que acepta los servicios de Nikki. ¿Por qué un personaje como el de Heche se sometería a todas las humillaciones a las que se somete? ¿Por qué una mujer inteligente tendría fantasías de pareja con un joven todo bíceps/cero carisma? Todo esto no sería tan exasperante si no fuera porque se trata, además, de un cuento con moraleja: Nikki finalmente se cruzará con una chica que le pagará con la misma moneda (Margarita Levieva) y lo hará sufrir. Paradójicamente, es la maltratada Samantha la que da en la tecla cuando le dice a Nikki: “No sos gracioso, no sos interesante, no sos inteligente, sólo tenés una cara bonita y 15 centímetros”. “Dieciocho”, responde él. Y con eso, claro, no alcanza para una película.