El estreno de la nueva película de la directora Mimi Leder es más que oportuno en tiempos de empoderamiento femenino. Responsable de trabajos disímiles como El pacificador, Impacto profundo y Cadena de favores, la realizadora espía ahora el mundo de una mujer que triunfó en un ámbito dominado por hombres. La voz de la igualdad es una discreta biopic sobre Ruth Bader Ginsburg, la mujer de familia judía que se crió en Brooklyn, ingreso a Harvard, fue abogada de causas en búsqueda de la igualdad y llegó a formar parte de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos. En ese rol se destaca Felicity Jones -la teoría del todo- en un trabajo medido con el que cumple en cada una de las escenas. Su lucha junto a su marido Martin Ginsburg -Armie Hammer, el actor de Llámame por tu nombre-, un destacado abogado, marca el inicio de una carrera llena de obstáculos, prejuicios y luchas contra la discriminación. El filme muestra las barreras que tuvo que vencer para demostrar que "todos somos iguales ante la ley". Después de RGB, el documental que gira en torno a Ginsburg y fue nominado al Oscar, el relato expone la faceta íntima y profesional de la mujer que peleó contra todos para ocupar un sitio de privilegio mientras estudiaba y llevaba adelante su vida familiar. El relato de Leder equilibra el costado más conocido del personaje, con buenas pinceladas dramáticas de la intimidad familiar -la relación con su esposo y su hija adolescente-, la discriminación que sufrió -la llaman para reemplazar a un profesor afro- y la parte tribunalicia que es narrada con fluidez y elipsis para hacerla más llevadera previa a los minutos del desenlace, a pesar de su tono discursivo. En la escena final de la escalinata se puede ver a la verdadera Ginsburg en este relato que cumple su cometido, sin excesos y buenas actuaciones.
El director Miguel Cohan -Sin retorno, Betibú- vuelve al género policial en su tercer largometraje, La misma sangre, ambientado en una zona rural e impulsado por una familia judía de clase media sobre la que se ciernen varias dudas. La historia gira en torno a Elías -Oscar Martínez-, un productor de queso al que las cosas no le van demasiado bien pero ve la oportunidad de nuevos negocios con el exterior. Por eso, le pide a su mujer Adriana -la chilena Paulina García-, una cocinera profesional de quien está por separarse, que le preste dinero. Cuando Adriana aparece muerta en su lugar de trabajo -una escena bien resuelta-, Elías se convierte en el principal sospechoso. El relato recurre al flashback para armar el rompecabezas y al comienzo cuesta seguirle los pasos. Hay dos perspectivas narrativas: la primera es la de Santiago -Diego Velázquez-, el esposo de su hija Carla -Dolores Fonzi-, que irá acorralando a su suegro para develar lo que ocurrió; y también la mirada de Elías, que imprime dudas, misterio y deja al descubierto algunas miserias familiares en torno a un campo heredado. El comienzo, ambientado siete años atrás, con la muerte del padre -Norman Briski- de Elías que cae desde lo alto de un molino, suma algunos interrogantes a este relato que se sostiene más por las actuaciones que por la intriga que se desprende de la trama, dejando algunos cabos sueltos. El derrumbe de la familia queda bien plasmado en el oscuro personaje de Elías, interpretado con grandes recursos expresivos por el actor de El ciudadano ilustre, y la relación conflictiva con Carla, quien también comienza a investigar la vida de su madre. La misma sangre tiene una factura técnica de primer nivel pero el resultado está un escalón abajo con respecto a las realizaciones anteriores del director.
El subgénero del terror que utiliza el formato de "archivo encontrado" y cámara en mano ya dio exponentes como El proyecto Blair Witch y siguió con innumerables producciones como Actividad Paranormal, Así en la tierra como en el infierno y, más recientemente, Gonjam; Hospital Maldito. El Manicomio trae a un grupo de youtubers que quieren demostrar su experiencia al pasar veinticuatro horas en el lugar abandonado del título, cercano a Berlín, un nosocomio que funcionó en la época nazi para tratar a pacientes con tuberculosis y donde se registraron informes de actividad paranormal. Acá los adolescentes, famosos en las redes y equipados con cámaras nocturnas y térmicas, son acompañados por un guía que conoce el tenebroso lugar abandonado, un escenario tentador que sólo alcanza para desarrollar una historia que reúne a personajes estereotipados a los que poco importa lo que les pase, porque nunca logran empatía con el espectador. La premisa consiste en enfrentar los miedos más profundos tras tomar la decisión de pasar la noche en el manicomio y hacer una película que les de beneficios propios. Entre invasión de polillas, luces ultravioletas, pasillos oscuros, gritos y el espíritu de la paciente 106, que murió bajo extrañas circunstancias y cuyo espíritu es invocado, la película alemana de Michael David Patey encuentra escasos momentos inquietantes. Una vuelta de tuerca sobre los minutos finales parecía encauzar un producto que ya se vio en infinidad de oportunidades pero sólo termina siendo un rutinario ejercicio del género.
Las películas que presentan realidades hostiles y tienen a niños como protagonistas del horror siempre tienen gran impacto en el espectador. Basta recordar la brutalidad de Pixote, de Héctor Babenco, o Salaam Bombay, de Mira Nair. Ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes y candidata para la próxima entrega de los Premios Oscar en la categoría de “mejor película extranjera”, Cafarnaúm: la ciudad olvidada retrata la tremenda infancia que debe atravesar Zain, un niño de doce años (quizás 13) en medio de la pobreza de Beirut. La cámara de la libanesa Nadine Labaki (Caramel) sigue el periplo y los obstáculos que se van presentando en su camino con una mirada entre salvaje y conmovedora. Zain es un niño que vive la vida de un adulto por las imposiciones de un presente familiar pobre y una realidad que no ofrece oportunidades. Desde el comienzo ambientado en un tribunal, Zain (Zain Al Rafeea, un actor no profesional sobre quien descansa todo el peso dramático) demanda a sus padres por haberlo traído al mundo. Este es sólo el inicio estremecedor, porque luego sabremos por qué se escapa de su casa, dominada por la violencia y se ocupa de la crianza de un bebé, el hijo de una inmigrante ilegal de Etiopía que sobrevive y se esconde de la amenaza constante. Zain contempla la ciudad desde la altura en la vuelta al mundo de un parque de diversiones,pero sus sueños y deseos se derrumban. La directora (quien también se reserva el pequeño papel de la abogada defensora de Zain) espía una realidad dura y estremecedora a través de tomas cenitales, pero se aproxima al pasado del niño y de su familia a través de flashbacks que van contando la historia completa. La inmigración ilegal, la venta de drogas, la exclusión social y un sistema carcelario con hacinamiento de reclusos conforman esta película con algunos minutos de más. El desenlace complaciente no opaca el buen resultado de un relato para ver y vivir con el corazón en la mano.
Llega la remake de la película noruega In Order of Disappearance, que cuenta con el mismo director, Hans Petter Moland, y con el protagonista de la saga Búsqueda implacable, Liam Neeson, en el rol de un padre que busca vengarse de los asesinos de su hijo. Venganza consigue los climas del filme original, sitúa la acción en un pequeño poblado cercano a Denver y con la nieve como escenario de una sucesión de muertes y violencia. El filme es un thriller pero tiene también humor negro y menos acción de la esperada. El atractivo pasa por un enfrentamiento superior entre bandas de familias de narcotraficantes. Nels Coxman -Neeson- es el conductor de una máquina barrenieve y su labor es reconocida por la comunidad cuando lo nombran Ciudadano del año, pero cuando su hijo aparece asesinado -la escena del reconocimiento del cadáver en la morgue está muy bien resuelta- su vida cambia para siempre y su mujer -laura Dern- lo abandona, desapareciendo inexplicablemente de la trama. El hombre común y corriente enfrenta entonces una situación extraordinaria que lo termina empujando a un espiral de violencia que lo supera. Nels no cree en la muerte de su hijo por sobredosis y se lanza a averiguar más. Ese es el punto atractivo de la propuesta que incluye a un hermano, un ex mafioso con esposa oriental que le sugiere que contrate a un sicario; y una pareja de policías que no suma demasiado y está siempre detrás de los pasos de los delincuentes. El filme no se parece a los anteriores que protagonizó Neeson, que lo colocan como ícono del cine de acción. Por el contrario, Venganza parte de una premisa conocida pero se sumerge en terrenos más profundos que se arrastran desde hace años y en una violencia que no se derrite como la nieve. La acumulacion de cadáveres -arrojados al agua y envueltos en mallas metálicas para que no asomen a la superficie- está acompañada por leyendas con los seudónimos y la religión de las víctimas, lo que da una atractivo extra a la propuesta. Dos familias se disputan el terreno de la droga, hay un villano temible y lunático y un ejército de secuaces mientras Nels ve caer su mundo frente al engranaje delictivo que tiene la historia. Salvo por un par de cambios lógicos debido a que se trata de una producción norteamericana con mayor presupuesto, el resultado es meritorio y no desvirtúa el espíritu del filme anterior.
Secuela de Feliz día de tu muerte-2017- de la factoría Blumhouse, que vuelve a dirigir Christopher Landon y que ubica la acción dos años después de lo acontecido en la primera. Mezcla de slasher, comedia y ciencia-ficción -con más peso de éstas últimas dos-, la película construye un universo propio que juega nuevamente con los loops temporales y hace referencias explícitas a Volver al futuro II y El origen, como una suerte de "sueño dentro del sueño". El relato se despega del filme original y escoge otros elementos para poder "empezar y volver a empezar" un nuevo día. Lo mismo que funcionó con Hechizo del tiempo, la película protagonizada por Bill Murray, pero traspasado al formato del cine de terror con un asesino serial de adolescentes. En esta ocasión, el joven Ryan -Phi Vu-, el compañero de Carter -Israel Broussard-, es quien cae en el loop temporal por medio de un fallido experimento de física cuántica, y es perseguido por el asesino con máscara de bebé. Por tal motivo, pedirá la ayuda de Tree Gelbman -Jessica Rothe- y de su novio para descifrar el misterio. Con este andamiaje de escenas repetidas -un poco cansadoras hasta promediar el filme-, Feliz día de tu muerte 2 pone el acento en los conflictos familiares que enfrenta Tree y sus alocados intentos de suicidio para poner fin a sus pesadillas. También resucita otro personaje gracias al bucle temporal que, por momentos despista y desconcentra de la acción central. Si bien la película tiene momentos logrados en sus pasos de comedia el terror se va diluyendo hasta el desenlace que intentará poner en orden cada pieza del rompecabezas narrativo y en el que cualquier cosa puede suceder. Incluso, después de los créditos finales. Lástima que todo lo divertido que tiene la trama opaca el clima inquietante y la atmósfera de peligro porque, en definitiva, se trata de una de terror.
Esta “road movie” desnuda intimidades y anhelos de cuatro personajes que, por cuestiones del destino, se unen en una travesía de reconciliación. A Lola (Paula Reca), una creativa publicitaria con ideas cuestionadas por su jefe e inclinaciones cleptómanas, le informan que su padre acaba de morir en Mar del Plata. Ella lo creía fallecido desde hace tiempo y también se entera de que no tiene 29 años sino que pasó la barrera de los 30. Demasiado caos para cualquier mortal en un mismo día. En su viaje a la ciudad balnearia, Lola está próxima a casarse, pero es acompañada por Teo (Andrés Ciavaglia), su ex pareja, y Rita (María Canale), la hermana del anterior. Allí conocen a Natalio (Miguel Angel Solá en un rol disparatado), excéntrica pareja del difunto. Todos abordan una combi escolar destartalada rumbo a las tierras que él dejó como herencia en Bariloche para esparcir sus cenizas. Tampoco tan grandes, acumula kilómetros y conflictos a medida que avanza y demuestra que los problemas siempre se llevan sobre las espaldas, pero aún hay tiempo para torcer el destino. La historia propone problemas de relación (Lola tiene agendado a Teo en su teléfono como “Peligro”) mientras Rita atraviesa un proceso de rehabilitación y el extravagante Natalio (que lleva las cenizas de su amado a cuestas) descomprime la tensión con los recuerdos de sus andanzas sexuales. En una parada del viaje se alza un parque de diversiones (en el que los cuatro son los únicos visitantes), como metáfora de un respiro idílico ante tanta urgencia y dolor pero allí estalla el conflicto. El filme dirigido por Federico Sosa logra un peculiar equilibrio entre la comedia y las pinceladas dramáticas, construye un universo propio y resulta diferente al de otras propuestas del género. Su manera de narrar una historia sencilla (pero no simple) es su mayor mérito. Paula Reca, actriz y también productora del filme, imprime un tono de frescura y Andrés Ciavaglia (visto en Las hijas del fuego) es un editor con una imaginación frondosa que detonará en la escena final. Entre ambos hay química.
Una película atípica ambientada en el garage Alborada, que aproxima al espectador el mundo de Nardo, un empleado del estacionamiento, de quien iremos conociendo su rutina laboral y también parte de su vida. La película de Diego Bliffeld,producida por Mariano Cohn yGastón Duprat, cuenta con narración en off de Marcelo Cohen y es la que brinda demasiadas explicaciones y detalles que agregan y subrayan lo que muestran las imágenes. Un espacio lúgubre en el que Nardo -con la buena máscara de Manuel Vicente- desarrolla sus conductas rutinarias, la relación con su distante compañero de trabajo y con los dueños de los autos que ocasionalmente ingresan al estacionamiento. Estructurada en días de la semana y horas, el relato es preciso en sus imágenes pero no logra despertar interés y la narración en off fagocita la atmósfera que el director le quiso imprimir al filme. Entre prácticas para vender un autmomóvil, el descanso de Nardo, la limpieza del lugar y los detalles técnicos sobre los diferentes modelos que allí se encuentran, la película es autoconciente de lo que entrega -esta historia no tiene un conflicto o una estructura clásica- pero el interés se va perdiendo a lo largo de la propuesta. Nardo conoce cada milímetro del garage en el que trabaja y lo convierte en su propio espacio mientras desarrolla su actividad. Si bien el filme está técnicamente logrado -con encuadres y planos detalle de los autos- el problema reside en lo que cuenta y cómo lo hace, ya que va exponiendo los sueños del protagonista mientras sigue con su interminable rutina, pero se olvida del espectador que siempre está esperando tensión o que algo más suceda.
El documental dirigido por Nicolás Torchinsky, que participó en la Competencia Argentina del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, entre otros, retrata los días de Juan y Alba, un matrimonio de ancianos que vive en los cerros tucumanos según las costumbres y la tradición gauchesca. Un lugar que parece detenido en el tiempo, entre recuerdos, un fogón a punto de apagarse y la cría de animales. “Un hombre de a pie, es la mitad de un gaucho”, sintetiza esta historia que muestra a personajes distantes, con sus rostros ajados como testigos de una vida dura, rutinaria y un final que parece acercarse como un caballo al galope. La cámara se detiene en sus manos, en su casa precaria construida con ladrillos a la vista y en sus elementos cotidianos, entre paisajes estrellados, brazas humeantes y tormentas. Afuera están las cabras y las ovejas, mientras que los caballos entran de manera onírica en el filme. “Ya no quedan vacas. Sólo falta que él me cambie por un caballo”, asegura Alba, confirmando el particular vínculo que la une a su esposo Juan, el gaucho que trabajó en un ingenio, perdió a sus amigos y siente el peso de la soledad. La nostalgia del centauro ofrece su mirada pausada y cargada de silencios a través de una cámara que parece ocupada en registrar cada fragmento más que en lograr una narración de la que pueda desprenderse alguna emoción... En ese sentido, la película cuenta con escasos testimonios a cámara, rezos y cantos rurales que se repiten desde la infancia mediante bellas imágenes de una tradición gauchesca (como el desfile) a punto de desaparecer. Todo resulta lejano para el espectador por la ausencia de un clima dramático. El documental se pasea entre días y noches interminables, recuerdos y el presente crepuscular de la dupla de protagonistas que vive más allá del tiempo.
Un antihéroe atraviesa un presente caótico sin poder imaginar un futuro alentador en la película nacional de Eugenia Sueiro, la realizadora de Nosotras sin mamá. Dalmiro (César Bordón, el actor que cobró notoriedad por su papel del manager Hugo López en la serie sobre Luis Miguel) es un buscavidas cincuentón que trabaja para el club Almagro, vende rifas y tasa propiedades. Cuando recibe la noticia de la muerte de su hermano, se debe ocupar de su cuñada (Vanesa Maja) y de sus sobrinos, pagar una vieja deuda y, como si fuera poco, cumplirle a la pequeña Ema el sueño de viajar a Disney. Para reunir el dinero (que guarda en una caja), Dalmiro es capaz de presentarse al casting de un reality que se realizará en México y toma conciencia sobre la importancia del vínculo que (re) formula con su “nueva” familia. El nudo argumental impone un clima de unión familiar tras una pérdida, en el que un hombre común y corriente deja atrás su vida rutinaria para afrontar un desafío que no sabe si podrá cumplir. La comedia dramática abre su discurso a temas como la precariedad laboral, la falta de oportunidades y el cumplimiento de promesas realizadas por los adultos que los niños toman como hechos concretos. La acción, que sigue a Dalmiro y lo coloca en situaciones incómodas dentro de la cotidianeidad, reúne algunos momentos más logrados que otros y abarca muchas aristas (el drama se impone a la comedia), pero convence por la austera y justa composición de Bordón. Su personaje se muestra vulnerable con un anciano al que debe venderle la casa mientras lidia con un jefe explotador. En tanto, el recuerdo de su hermano sobrevuela la historia, y hay una noticia que la cuñada deberá comunicar en el momento menos esperado. El tío agrega animación sobre el desenlace, a la manera de un cuento que acerca el mundo infantil al distante e incomprensible de los adultos.