Un museo diabólico La continuación de El juego del terror muestra a un asesino despiadado que prepara trampas para sus víctimas. Hace tres años se conoció El juego del terror (The Collector), de Marcos Dunstan y Patrick Melton, una película que exploraba el miedo (a partir del encierro) y no dejaba de lado ni el sadismo ni las trampas mortales. Los responsables fueron los guionistas de El juego del miedo IV, V y VI. Ahora es el turno de la secuela, retitulada Juegos de muerte (The Collection), que cuenta con más producción y mantiene el espíritu sangriento y macabro del film original. La historia comienza donde terminó el anterior: Arkin (Josh Stewart), el ladrón que había sido secuestrado, se recupera en el hospital. Allí es visitado por el padre de Elena, una de las víctimas del asesino serial. Arkin será chantajeado para formar parte de un grupo de mercenarios destinados a rescatar a la chica de las garras del despiadado asesino enmascarado. Recluído en su guarida Argento (en alusión al director italiano del cine de destripe), el villano de ojos diabólicos aguarda la llegada de los intrusos mientras encierra a sus presas en baúles. Como en una suerte de museo macabro o de tren fantasma, el criminal despliega todos sus juegos y trampas para lo incautos que se animen a entrar. Juegos de muerte resulta altamente inquietante, no ahorra escenas truculentas (algunas algo exageradas como la del comienzo, ambientada en una disco clandestina) y entrega una historia sin otras pretensiones que las de sacudir al espectador en su butaca. Estamos en presencia del nacimiento de una nueva saga, aggiornada desde su nuevo título, y que prácticamente utiliza los mismos elementos de El juego del miedo. El resultado, festejado por los seguidores de este tipo de producciones, es bueno si se tiene en cuenta que logra crear una atmósfera de locura y creciente suspenso. El resto muestra a víctimas gritando y escapando cuando no son descuartizadas. El falso final se guarda una vuelta de tuerca atrapante con eficaces recursos.
Cómo recuperar el tiempo perdido Luego de la muerte de su marido, Claire, de 70 años, decide reforzar la relación con su hijo Sid, un outsider músico de hip hop. "Uno nunca sabe lo que le depara el futuro" lanza Claire (Marilou Mermans), la mujer que perdió a su marido, sufrió un accidente automovilístico y que ahora se reencuentra con su hijo Sid (Jan van Looveren), un músico de hip hop. La comedia belga de Geoffrey Enthoven habla de la recuperación del tiempo perdido y lo hace a través de una trama rica en nostalgia, drama, música y humor. Claire quiere volver a brillar con su banda de la juventud y está dispuesta a todo con tal de lograrlo. Las chicas de la banda tiene el espíritu de Las chicas del Calendario, y sus protagonistas desean volver a ser lo que fueron: pisar nuevamente un escenario. "Debajo de esta piel envejecida sigo teniendo diecisiete años" asegura Claire ante la mirada de sus amigas. Claro que para volver al ruedo tendrán que hacerlo con la ayuda de Sid y también de su música estilo hip hop!. Ahí es cuando el relato aprovecha para contrastar lo "antiguo" y lo "moderno". situando a sus personajes en otra realidad. La película tiene convincentes actuaciones del trío femenino que completan Lea Couzin, como Magda, y Luy Tomsin, en el rol de Lutgard, las más dura e incrédula del grupo . Entre ensayos, visitas el médico y una rodilla que sigue molestando, Claire también soporta algunos reproches de su otro hijo, pero sigue su marcha hacia su objetivo final. Si bien la película cambia el rumbo en los minutos finales, derrocha fuerza e inspiración.
Entre el asombro y el miedo Con menos guiños para el público adulto y apuntada directamente a los niños, esta aventura épica del sello Dreamworks, que cuenta con la dirección de Peter Ramsey, navega entre el universo de las creencias populares y el reinado oscuro impuesto por el villano de turno. El héroe de la película, Jack Frost (con voz de Chris Pine en la versión original) pasa desapercibido entre los humanos y quiere averigurar su pasado para poder entender su presente. En su aventura para convertirse en "Guardián" une fuerzas con Norte, un fornido Santa Claus; El Conejo de Pascuas; El Hada de los Dientes y Sandman. Parece que los niños han perdido la credibilidad sobre estos personajes de la cultura popular y ahora su existencia -y la de los chicos de todo el mundo- se ve amenazada por Pitch (Alec Baldwin) y su oscuro reinado, una criatura que parece salida de Avatar. El origen de los guardianes impulsa a este equipo de héroes con habilidades muy particulares que habitan el Polo Norte, un mundo de ilusiones y fantasía y que, a su modo, intentan como una suerte de fantasmas, intervenir en las cuestiones mundanas. La película cuenta con excelentes rubros técnicos y acumula persecuciones, efectivos gags y viajes en trineo, además de un grupo de simpáticas hadas. Pero el acierto del relato pasa por pintar, al igual que en El expreso Polar, una infancia desprotegida y la pérdida de la capacidad de asombro e imaginación. Los realizadores (al igual que los personajes que evitan que se apaguen las luces que representan a cada uno de los niños del mundo), también mantienen encendida la mecha de la aventura.
La monstruosidad del poder Llega de Francia esta impactante película de Pierre Schoeller que examina el funcionamiento del poder en manos de hombres que ocupan cargos públicos. Después de Versailles, ésta es la segunda parte de una trilogía. Bertrand Saint-Jean (el formidable actor belga Olivier Gourmet, rostro reconocible de los films de los hermanos Dardenne, también productores de la película) encarna al Ministro de Transporte que despierta de una pesadilla erótica y debe afrontar una realidad más dura: un autobús cayó en un barranco y hay una docena de víctimas. De este modo, comienza su odisea en un mundo donde confluyen las luchas de poder, las privatizaciones y la crisis económica. "Soy el Ministro. Yo soy el transporte", afirma Bertrand mientras se mueve en un mundo donde la imágen y la corbata que lleva puesta pesa más que el accidente del que se enteró. Por su vida pasan el Secretario del Ministerio (un Michel Blanc de gran peso dramático en la trama) que cree en la función social de la política; la directora de comunicación (Zabou Breitman) y una esposa ("si me conocés no me amarías"). La oposición lo ve debilitado, algunos compañeros parecen jugarle en contra, pero él sigue su marcha ejerciendo su función contra viento y marea. Cueste lo que cueste. El Ministro es una realización vertiginosa (impresiona la escena del accidente) filmada con una cámara que nunca se detiene y se ve respaldada por una banda de sonido envolvente. El film tiene muchos méritos: un director que se preocupa por contar una historia de la mejor manera; actuaciones protagónicas y secundarias totalmente creíbles y funcionales al relato. El protagonista evidencia la monstruosidad del poder en todas sus formas y la pesadilla del inicio (una mujer fagocitada por un cocodrilo) funciona quizás como presagio de una realidad que se avecina y también se traga a los funcionarios de turno.
El naufragio de un género Con el escenario de un majestuoso crucero que parte de Buenos Aires y recorre distintas ciudades europeas, se construye esta película que a partir de los equívocos pretende despertar la risa del espectador. Amores a mares tenía todo para ser una comedia entretenida, alimentada por los cruces disparatados de personajes y las sorpresas a bordo, pero en su desarrollo peca de aburrida en su intento por emular comedias del estilo de Billy Wilder. Javier (Luciano Castro), un escritor de novelas que atraviesa un bloqueo creativo, es impulsado por su agente literario (Miguel Angel Rodríguez, que parece salido de La jaula de las locas) para embarcarse en el lujoso transatlántico y encontrar allí diversas historias que lo inspiren. Las cosas se complican más de lo debido durante la travesía, cuando Javier aparece en el camarote de Paloma (Luisa Kuliok) y se ve inmerso en engaños, romances y mentiras. En su camino aparecerá su compañero de viajes, Larry (Gabriel "Puma" Goity), un marido inescrupuloso (Nacho Gadano) y una mujer en problemas (Paula Morales). El director Ezequiel Crupnicoff recurre a gags reiterativos y estereotipados (la pareja gay del barco que mira a Larry, el personaje de M. A. Rodríguez o también Matesutti, encarnado por Pompeyo Audivert) que no causan gracia; diálogos poco felices en boca del personaje central, Javier, y situaciones que se estiran más de lo debido. Amor a mares no es El crucero del amor y los roles secundarios poco aportan a una trama que no se sostiene dentro un género que pide diversión a gritos y se reserva los momentos hilarantes (los errores de filmación) para los creditos finales. Si el objetivo era mostrar las bondades y servicios del barco (Capitán incluído y el baile de disfraces) la tarea está cumplida, pero al terminar la proyección uno siente que ha sido defraudado por una película que podría haberse mantenido a flote y que sólo es una sucesión de momentos poco felices.
Guiso de iguanas, dinero y crimen Ambientada en plena selva misionera, esta comedia negra de Martín Salinas está plagada de enredos y situaciones imprevistas que deben sortear los personajes para salir airosos luego de un cometer un secuestro. El botín mueve todo el andamiaje. Ni un hombre más está estructurada a partir de la sorpresa y de la acumulación de gente que llega en el momento menos indicado al mismo lugar. Charly (Martín Piroyansky), el encargado de una hostería en la selva de Iguazú, recibe a Karla (Valeria Bertuccelli) y Ricky (Juan Minujín), una pareja que carga con un muerto y cien mil dólares en el baúl del auto. Las cosas no salen como estaban planificadas y tras otra muerte que aquí no adelantaremos, a la enloquecida trama se sumarán la ex de Ricky (Emme), un guardia del lugar (Luis Ziembrowski) y varios curiosos más. La tranquilidad del ámbito que nadie visitaba se transforma rápidamente en el escenario donde se dan cita una serie de confusiones, traiciones, cadáveres y un pasado que vuelve. Podría haber sido una película de terror si el humor no dijera presente y el realizador Martín Salinas (guionista de Gaby, a true Story, nominada al Oscar y El mar de Lucas) echa mano a un lenguaje fluído y buenos gags en esta historia de ambiciones desmedidas en las que todos quieren sacar tajada del botín sin importar los riesgos ("Me cargué dos muertos, no me cuesta nada algunos más", asegura Karla). Mientras lentamente se cocina un guiso de iguana, la hostería también funciona como una olla a presión en la que todo es posible. Valeria Bertuccelli reaparece en un rol verborrágico con convicción cuando es presionada por las circunstancias, mientras que Luis Ziembrowski contagia su dialecto, entre las peleas con su mujer para ir a un casamiento y un costado oscuro y macabro que aflora en el momento menos pensado.
Caprichos de un niño rico Después de ver la película del canadiense David Cronenberg cabe preguntarse ¿dónde quedó aquel cineasta que entregó títulos tan interesantes para la pantalla grande?. Desde La mosca, La zona muerta y Cuerpos invadidos hasta Una historia violenta o Promesas del Este, entre tantas otras, el realizador se movió entre el terror, la violencia y lo paranormal en productos que daban en el blanco. No es el caso de Cosmópolis. "Quiero atravesar la ciudad para cortarme el pelo" asegura Eric Packer (Robert Pattison, quien este mes también aparece en Bel Ami y Amanecer, Parte 2), un multimillonario cuyos caprichos son cumplidos al pie de la letra y se muestra obsesivo con continuos chequeos médicos. La película, tediosa y confusa, narra su viaje a través de una ciudad convulsionada por la visita del Presidente de la Nación: Manhattan está con el tráfico colapsado. En este día del 2000, Eric está a punto de perder todo porque que invirtió su dinero (y el de los accionistas que confiaron en él) en una operación arriesgada contra el yen japonés que sube enloquecidamente. La mayoría de las acciones transcurren dentro de la limousina, donde desfilan un empleado de informática; mujeres (Juliette Binoche y Samantha Morton); agentes de seguridad, y se asoman además militantes que usan ratas como elementos de protesta. La "seguridad" de su mundo parece derrumbarse. Una mirada crítica al Capitalismo de hoy pero con un tratamiento nada interesante. El film acumula estallidos de violencia (el ataque a un líder político en medio de un programa de televisión), algunas muertes, extensos diálogos que no se sabe bien a dónde conducen y un enfrentamiento final con Paul Giamatti. Con este esquema, Cronenberg entrega una película que si intenta explorar nuevos rumbos, sólo consigue bostezos en su lenta marcha hacia la nada.
Un Bond "todoterreno" La película número 23 de James Bond cuenta con la dirección de Sam Mendes (Belleza americana) y sorprende por varios motivos: su sólido clima de espionaje y una trama que guarda sorpresas. En Operación Skyfall, la historia se mueve entre la desaparición del agente 007 (Daniel Craig) en una peligrosa misión en Turquía cuando intenta recuperar un listado secreto; sorpresivos ataques al MI6 y un archienemigo que se esconde detrás de computadoras. Como si fuera poco, Bond tendrá que demostrar su lealtad a M (Judi Dench) cuando el pasado vuelve para atraparlos. Con un comienzo explosivo a bordo de un tren en marcha, la nueva aventura de Bond sale airosa gracias a su atmósfera de constantes amenazas, ambientes fastuosos como el casino de Shangaii y un ejército al mando de Silva (Javier Bardem), el villano rubio de turno que esconde un terrible secreto. En el elenco también aparecen Naomie Harris, Marlohe Berenice, y Ralph Fiennes y Albert Finney en la secuencia final. En esta ocasión quizás se agradece una historia más simple y efectiva, sin tantos detalles que distraen al espectador y hace foco en la pérdida de algunas capacidades especiales del agente y en el móvil de la venganza que se pone en marcha en los 50 años que cumple Bond en la pantalla grande después del debut de El satánico Dr. No. A Daniel Craig, el Bond más violento y oscuro de toda la saga, el personaje le sigue dando sus frutos, entre tragos, bellas mujeres y un automóvil que preserva con cariño de tanta balacera. El siempre está listo para la acción: ya sea colgando de un ascensor, conduciendo una moto por las azoteas de Turquía o corriendo por las vías del metro londinense. Operación Skyfall cuenta con una presentación acorde a la serie, un video clip con la canción de Adele que retrotrae a otras realizaciones de la saga y presenta al agente con "licencia para matar" en un colorido collage que se mueve entre el fondo del mar y el rojo sangre del tiro al blanco. La película será muy bien recibida por sus seguidores y, sin poder adelantar demasiados detalles, imprime también cambios para las próximas aventuras. Todo un desafío. Pero como dice la canción "Mantén la respiración y cuenta hasta diez". Ësa es la clave.
Terror infantil de alto voltaje Inspirada en el clásico relato de terror Frankenstein, la nueva película de Tim Burton (de quien hace poco conocimos Sombras teneborsas) se coloca en un lugar preferencial dentro de las realizaciones del género. En Frankenweenie se dan cita la creatividad y el ingenio colocados al servicio de una historia que combina terror en clave infantil, el universo oscuro y tenebroso del cineasta y la ternura en primer plano. Todo mezclado en la justa medida para atrapar al espectador. El film, basado en su corto homónimo de 1984, está realizado en blanco y negro, y concebido con la técnica del "cuadro a cuadro" (al igual que El extraño mundo de Jack, que produjo Burton, y El cadáver de la novia), un trabajo artesanal en el que las marionetas van dando la sensación de cobrar vida cuando las imágenes son proyectadas en la pantalla. También dice presente lo último en materia digital para completar esta realización impecable desde los rubros técnicos. Frankenweenie gira en torno al pequeño Victor, un niño tímido y genial que realiza películas caseras que son miradas por sus padres (una suerte de alter ego de Burton) cuya vida cambia cuando su amado perro Sparky muere al ser atropellado por un auto. Victor, aplicará los conceptos de la física para "traer" a su mascota nuevamente a la vida, provocando el pánico en el pueblo. Con una mirada oscura pero menos macabra que la de Cementerio de animales, de Mary Lambert, Burton plasma en imágenes un universo cotidiano que se ve transformado por las nuevas situaciones que enfrentan los personajes y aprovecha para plagar el relato de referencias, homenajes (en el televisor se ve al Drácula de Christopher Lee) y también una vuelta, por qué no, a la atmósfera de la maravillosa película El joven manos de tijera. La idea de la vida después de la muerte es concretada entonces con los mejores recursos narrativos y a través de muñecos que también traspasan la pantalla gracias a una técnica y una historia que logra ponerles corazón. La galería de personajes que despliega la película no tiene desperdicio: desde el grupo de "amigos" que parecen salidos de ultratumba; Persephone, la perrita vecina devenida en una suerte de "novia" de Frankenstein (con ráfaga blanca en su copete); pasando por una niña bruja que presagia lo peor junto a su temible gato; el profesor Mr. Rzykruski (inspirado en Vincent Price y con voz de Martin Landau en la versión original); un vecino amenazante y dos padres sorprendidos antes el invento de su hijo. El elenco de voces lo completan por Winona Ryder (Elsa Van Helsing), Martin Short (Mr. Frankenstein), Catherine O´Hara (Mrs. Frankenstein) y Charlie Tahan (Victor Frankenstein). Frankenweenie encierra misterio, intriga, humor y terror gracias a la mano de un cineasta que creció mirando películas del género y que sabe divertirse cuando se coloca detrás de una cámara. La película (no está pensada para un público de corta edad) instala la idea de las pérdidas irreparables e impone la figura de un Sparky electrificado y otras criaturas que vuelven del más allá convertidas en monstruos. Una fascinación del director que encuentra aquí un film con muchos voltios, una muchedumbre exaltada para terminar con las criaturas y un molino que nos traslada inevitablemente a títulos clásicos. La única pregunta que queda dando vueltas es ¿era necesario el 3D?.
El juego del Super 8 El escritor Ellison (Ethan Hawke), un especialista en novelas sobre crímenes célebres, viaja de condado en condado junto a su familia para vivir en el lugar de los hechos y poder investigar en profundidad cada uno de los casos. Sinister instala el terror sobrenatural con elementos que intentan alejarse de los clichés del género al menos en su inquietante primera parte. Luego la trama cae en situaciones vistas que no siempre resultan tan efectivas para asustar al espectador. El protagonista encuentra unas viejas películas Super 8 que registran asesinatos y en las que se ven cuatro cuerpos colgados de una familia que vivía donde acaba de mudarse el protagonista temporalmente con su esposa y sus dos hijos. ¿Quién filmó la película? ¿Dónde esta la niña desaparecida?. El director Scott Derrickson debutó en el género con El Exorcismo de Emily Rose en el año 2005 y antes había escrito los guiones de Leyenda Urbana: Final Cut y Hellraiser: Infierno. Su pulso narrativo juega con el "cine dentro del cine", la oscuridad de los ambientes de la casa, los ruidos extraños que inquietan al escritor y que vienen del altillo, un sheriff que le pisa los talones y muchas preguntas sobre un asesino serial que intenta responder un profesor (Vicent D´Onofrio) en las conversaciones que Ellison mantiene a través del chat. Sinister queda a mitad de camino entre la paranoia del personaje central y la presencia sobrenatural (los productores son los mismos responsables de la saga de Actividad Paranormal) que se manifiesta en varias formas y que aquí no adelantaremos. El final también es un cliché y abre la puerta para una posible continuación. Acá no hay cámaras de seguridad pero sí un viejo proyector que encierra el misterio.