En 1989 la directora Mary Lambert filmó Cementerio de animales, basada en la novela de Stephen King que estremeció por su lograda atmósfera y también se colocó detrás de cámara en una olvidable segunda parte. Después del arrasador éxito de It!, el mundo del escritor de Maine vuelve a desenterrar sus pesadillas. En Cementerio Maldito, de los realizadores Kevin Kolsch y Dennis Widmyer -los mismos de Holidaysy de algunos episodios de la serie Scream- sobre el guión de Jeff Buhler -Maligno- exploran el horror después de la pérdida de un ser querido en este relato que logra construír los climas adecuados y transformar la vida cotidiana en algo pesadillesco. Louis -Jason Clarke-, un médico, y Rachel -Amy Seimetz-, quien arrastra un pasado tormentoso por la enfermedad de su hermana, se mudan de Boston a una zona rural de Maine junto a sus pequeños hijos Ellie -Jeté Laurence- y Cage para iniciar una nueva vida alejados del vértigo de la ciudad. Entre susurros, neblina y una zona prohibida que no deben traspasar, Louis enfrenta una sucesión de horrores a partir de la muerte de un paciente -el fantasma que advierte el peligro que se avecina- y de la mascota de la familia, el gato Chuck, que es enterrado con la ayuda de su nuevo vecino Jud -el siempre convincente John Lithgow- en el cementerio de animales lindero a la casa. La película tiene sobresaltos -los camiones pasan esporádicamente pero levantan polvareda- y un clima cotidiano que se va enrareciendo cuando la muerte sirve como disparadora del terror. El relato presenta cambios con respecto al filme original en lo que hace a situaciones: la procesión de chicos con máscaras; un mayor peso del personaje de Ellie en la historia y un final diferente y abrupto que no termina de convencer. Lo sobrenatural cobra una dimensión amenazante que funciona mejor en la presentación y en el desarrollo que en el segundo tramo cuando "los muertos" regresan distintos para horrorizar a su entorno. Un relato clásico del género que acierta con algunos recursos y arriesga con su artillería pero que no termina de redondear un producto escalofriante como el original.
¿Qué más se puede decir del clásico animado de Disney de 1941 que conquistó corazones y derramó muchas lágrimas? Pasaron los años y sus personajes aún quedan impregnados en las retinas. Ahora el director Tim Burton es quien reinventa ese universo y transforma el espíritu del filme original en esta aventura que tiene similitudes y nuevas situaciones con el paquidermo alado. La nueva versión de Dumbo ofrece un destacado diseño estético del realizador del El joven manos de tijera, aunque menos oscuro, pero siempre convincente del mundo ilusorio que lleva adelante. El circo de los Medici, liderado por Max -Danny De vito-, está atravesando un mal momento hasta que el nacimiento del hijo de la elefanta Jumbo trae nuevas esperanzas al show itinerante -plasmado en un mapa como en la versión animada- cuando descubren que tiene grandes orejas que le permitirán volar. Entre un mundo de atracciones integrado por seres "diferentes", maltrato animal, familia ensamblada y el fin de la Primera Guerra Mundial, que tiene sus secuelas, Holt Farrier -Colin Farrell-, una ex estrella del rodeo regresa sin un brazo y se reencuentra con sus hijos Milly -Nico Parker- y Joe -Finley Hobbins-, quienes descubren que Dumbo puede volar con la ayuda de una pluma. Cuando Max acepta la propuesta del millonario y excéntrico V.A. Vandevere -Michael Keaton- para que Dumbo forme parte de su moderno y sorprendente parque de atracciones, Sueñolandia, y haga dupla con Colette -Eva Green-, una trapecista consumada, las cosas se saldrán de su carril. Tim Burton sabe perfectamente el material que tiene entre sus manos y el público al que se dirige por lo que entrega un producto sólido -el Max de De Vito y el villano de Keaton son grandilocuentes- en el que no faltan momentos de tensión y ternura que ofrece el personaje creado por CGI, perfectamente insertado en la acción entre el show, la intriga y los negocios oscuros. El resto es magia -es sorprendente el diseño de Sueñolandia- y funciona la escena en la que Dumbo es separado de su madre, aunque por momentos se extraña la atmósfera del dibujo animado.
Anclada en un país en crisis en el que no sobran las oportunidades laborales, la ópera prima de Pablo Gonzalo Pérez aborda con humor y nostalgia los cambios que atraviesa la vida de un trabajador de clase media cuando decide asumir un nuevo desafío. Mariano -Pablo Echarri, en un rol que le calza como anillo al dedo-es un empleado harto de su trabajo que acepta el retiro voluntario y decide comprar un kiosco que promete ser su nueva fuente de ingresos, sin imaginar que la calle sobre la que está ubicado su flamante negocio será cerrada al tránsito para hacer un viaducto. La película navega entre la nostalgia y un presente desalentador que sólo sostienen su mujer Ana -Sandra Criolani- y su hija, a quienes quiere ofrecer una vida sin sobresaltos. Sin embargo, cuando ella comienza a crecer profesionalmente -es pintora- y el camino de Mariano parece descendente, la fractura se traslada a la pareja y las cosas se complican más de lo debido. El relato está narrado con dinamismo y situaciones graciosas desplegando una efectiva galería de personajes secundarios: Don Irriaga -Mario Alarcón-, el anterior dueño del negocio que muestra su verdadera cara; Charly -Roly Serrano-, el pizzero del barrio que ofrece su amistad a Mariano y también trabaja como curandero -en una de las escenas más desopilantes del filme-; Félix -Rubén Pérez Borau-, el padre de Mariano que colecciona envases de yoghurt y aparece en el momento menos oportuno y Elvira -Georgina Barbarossa-, quien está dispuesta a hacerle la vida imposible a su yerno. Con este marco, El kiosco se convierte en una propuesta sencilla y efectiva en las situaciones de actualidad que plantea sin olvidarse del humor. Entre el escape del comienzo, la estafa y un intendente turbio, El kiosco, ese lugar de ensueño de la infancia, se transforma en el infierno y en la salvación de Mariano.
La nueva película del director Rupert Wyatt -El planeta de los simios: Revolución- se ambienta en Chicago, nueve años después de una invasión alienígena a nivel mundial, en la que los humanos se reagrupan a través de avisos y dan lucha desde sus lugares. La Rebelión es un relato de ciencia-ficción en el que los invasores están casi ausentes y la acción pasa más por el accionar de los grupos disidentes en un confuso cóctel que presenta situaciones y personajes que no consiguen generar empatía ni tensión. En un estado que vigila y controla todo, la película expone los dos bandos de un enfrentamiento a partir de los que colaboran y los que se enfrentan al sistema. William Mulligan -el siempre convincente John Goodman, el mismo de Cloverfield 10- es una suerte de representante de los invasores y se dedica a perseguir a los disidentes; Jane -Vera Farmiga, reconocida por la saga de El conjuro- es una prostituta en un rol casi episódico y desaprovechado que ofrecerá -quizás- más respuestas sobre el desenlace y Gabriel -Ashton Sanders, el actor de Moonlight- que está en el grupo de la resistencia e intentará recuperar lo perdido ante el avance de los extraterrestres. El buen elenco queda a la deriva en medio de una historia que se va tornando enredada y no logra levantar el interés ni siquiera con el uso de la música rimbombante o alguna secuencia de acción que poco aporta al clima general. Entre la denuncia sobre los manejos del poder y el precio de la paz y un proyecto conocido como Fénix, La Rebelion pierde la oportunidad de ser un relato contundente o divertido a pesar de la ideas que intenta potenciar y se convierte, en cambio, en una película que pierde el rumbo. Es llamativa además la pobreza de algunos efectos visuales que desconciertan más que los personajes.
Hace dos años Huye!, del director Jordan Peele, sorprendió al público y a la crítica por brindar nuevos aires al cine de terror sobre el racismo y se llevó el Oscar al "mejor guión original". El realizador arremete con Nosotros, una película que transita el mismo género y se expande al dar una visión muy personal sobre la sociedad actual. Con un comienzo ambientado en un parque de diversiones en 1986, la película se vuelve inquietante cuando una niña descuidada por sus padres -con una remera de Thriller, de Michael Jackson- ingresa a un túnel de los espejos. La acción pasa a la actualidad: Adelaide Wilson -Lupita Nyong’o, ganadora del Oscar como "actriz de reparto" en Doce años de esclavitud- y su esposo Gabe -Winston Duke- vuelven a la casa de su infancia con sus dos hijos, Jason -Evan Alex- y Zora -Shahadi Wright Joseph- para pasar sus vacaciones en Santa Cruz, en la costa de California, y se reúnen con un matrimonio amigo y sus hijas adolescentes. La tranquilidad de la estadía es interrumpida cuando cuatro figuras tomadas de la mano se presentan por la noche en la vivienda. Nosotros recurre a los elementos clásicos como una revisión del subgénero "home invasion", lleno de sobresaltos, un mundo cotidiano amenazado, persecuciones y sangre pero además explora los miedos de una sociedad en crisis. Jordan Peele le da una nueva bocanada al género haciendo un cine muy personal y de alto impacto, cargado de guiños -el hijo se llama Jason- y referencias -Tiburón- con las sólidas situaciones que presenta, uniendo con astucia narrativa y climas asfixiantes los elementos que va planteando desde el comienzo. Con ecos de Los extraños y Funny Games, la familia amenazada se une para combatir a los aterrorizantes personajes vestidos con mamelucos rojos y tijeras que ingresan al hogar en este relato que se acerca también al cine de Shyamalan y de George A. Romero. Un efectivo cóctel de terror, fábula familiar, humor y metáfora política aplicada inteligentemente para provocar escalofríos. El excelente elenco hace más fácil la misión, destacándose Lupita Nyong’o, que aquí deslumbra junto a Winston Duke y los actores infantiles.
Robert Redford, el actor de Butch Cassidy, Tres días del Cóndor y El gran Gatsby, por citar sólo tres de su prolífica carrera como actor,productor, director y creador del Sundance Festival, da su último golpe antes de retirarse de la actuación con esta película simple y efectiva basada en una historia real reportada por David Grann en el New Yorker en 2003. Forrest Tucker -Redford- ingresa a un banco y lo asalta con la corrección de un caballero, sin violencia y sin dejar heridos. Con una pistola que nunca saca, un sombrero y un bigote postizo, Forrest tiene planificado todo al detalle luego de una larga tarea de observación. No es la primera vez que lo hace ni la última -el último golpe lo dio a sus 80 años- en un relato cargado de nostalgia, ambientado en los años ochenta y que muestra además sus 18 escapes de cárceles y lugares de máxima seguridad. Tras sus pasos se lanza John Hunt -Casey Affleck-, el policía que casi lo tiene en la mira al igual que a sus secuaces -Danny Glover, Tom Waits-. En una larga persecución en la ruta, Forrest se topa con Jewel -Sissy Spacek, la actriz de Carrie- a quien decide ayudar. Su vida cambia a partir de ese encuentro y se enamora de la mujer que se divierte con sus anécdotas y altera su estilo de vida -la escena de la joyería-. Así como huye de la policía también lo hace de un pasado turbulento y de una familia que dejó por amor a lo que hace: el robo. El relato recupera el tono de las película de los años setenta, sin estridencias, concentrando la narración en el lucimiento de su protagonista y del buen elenco que lo respalda. Con guiños a El golpe y un fragmento de La jauría humana, el filme funciona como un autohomenaje, una despedida y una bienvenida mirada al cine de antaño.
El tema del duelo es plasmado con humor en esta realización que habla sobre la muerte, el matrimonio y las vidas ocultas. Yo, mi mujer y mi mujer muerta tiene a Oscar Martínez en el rol de Bernardo, un arquitecto y profesor universitario cuyo mundo cambia inesperadamente. Luego de la muerte de su esposa, Bernardo se ve obligado a viajar a la Costa del Sol, en España, para cumplir el deseo de ella: esparcir sus cenizas en el lugar que visitaba una vez por año. La película del español Santi Amodeo es promocionada como una comedia pero transita por diversos carriles y no siempre encuentra el tono ideal para la historia. Al comienzo la difunta se manifiesta a través de señales en lo que parece un relato paranormal -con un interesante planteo visual de proyecciones en las paredes de la casa- y la presencia de la hija -una siempre correcta Malena Solda- pero luego se adentra en un terreno resbaladizo cuando Bernardo viaja y conoce a Abel -Carlos Areces-, el dueño de una inmobiliaria que entra en quiebra. Ambos conforman una "pareja despareja" a la que se suma una relacionista pública y juntos intentan cumplir la misión por la cual Bernardo viajó. Algunos secretos saldrán a la luz con el correr de los minutos en esta realización que parece literalmente partida en dos: un inicio prometedor en Buenos Aires y un desarrollo en lugares desconocidos para Bernardo, donde se enterará de los verdaderos pasos de su esposa. La película acierta en algunos tramos gracias al oficio de Oscar Martínez pero luego se vuelve inverosímil y pierde el timón original. Entre la profanación de la tumba, un club nudista que pone su mundo conservador en peligro y una galería de personajes que aparecen de manera forzada, el filme se queda a mitad de camino, sin el delirio que necesitaba para cerrar el círculo íntimo del protagonista.
El séptimo largometraje de Rodolfo Durán -después de El karma de Carmen- se sumerge en una realidad que no ofrece segundas oportunidades y en una familia que utiliza el robo como forma de vida. Un drama policial que expone vínculos alterados. ¿"Cuánto tiempo más me dará el cuero?" pregunta Nieto -Daniel Fanego, en otro personaje oscuro que se permite algunos rasgos de humanidad- mientras espera al volante para robar un automóvil o que sus cómplices ingresen en una casa marcada. Entre personajes marginales -Potrillo sale de la cárcel y se une a la banda-; Molina, el comisario corrupto -un acertado César Bordón, recientemente visto en El tío- y una hija que quiere montar una peluquería junto a su marido -Alberto Ajaka-, el relato también pone en primer plano a Cáceres -Luciano Cáceres-, el único miembro del clan que quiere salir del negocio y trabaja como vigilador en un barrio. Todos saben lo que se hace en familia y en la sombra en medio de un clima de corrupción generalizada en el que se salva el que puede. Claro que las cosas no salen como se esperaban y una muerte cambia el rumbo de los acontecimientos. El filme de Durán cuenta con el guión de María Meira y deja al descubierto la actividad delictiva de los Nieto, que si bien el público sabe que están del otro lado de la ley, también saben imponer su cuota de empatía a través de vínculos claroscuros que se van tejiendo con sus propìos códigos. Los sueños en Lobos aparecen sintetizados en un día de pesca alejado del mundo criminal y de un secuestro express en la parte final del filme. Entre silencios cómplices, asaltos y un entramado policial que empuja a sus personajes al límite, el relato concentra suspenso e intriga bien manejada que explora los crímenes de familia.
El cine de terror protagonizado por niños ha dado sus escalofríos desde La profecía, pasando por El ángel malvado y La huérfana. Ahora llega Maligno -The Prodigy-, un filme canadiense que acierta más con el suspenso y los climas que genera que con el terror sobrenatural. Miles -Jackson Robert Scott no gana para sustos después de It!- es un niño extremadamente inteligente y llena de felicidad a sus padres Sarah -Taylor Schilling, la actriz de Orange is the New Black- y John -Peter Mooney-. Sin embargo, a los ocho años comienza a comportarse de manera extraña y se lo hace saber a todo su entorno. Miles nació el mismo día en el que murió el asesino serial Edward Scarka, quien coleccionaba las manos de sus víctimas como trofeos. Al mejor estilo de Chucky el muñeco diabólico, el niño lleva el Mal en su interior en una suerte de posesión simultánea. La película -que tuvo que ser reeditada porque resultaba demasiado terrorífica según la gacetilla de prensa- ofrece un comienzo inquietante con las distintas edades que atraviesa Miles, pero luego se vuelve convencional y apegada a las reglas del género que transita -la figura amenazante del niño en la oscuridad, el miedo de los padres, profesores y compañeros de colegio- sin sorpresas. El director Nicholas McCarthy -El Pacto- narra la historia de posesión sobre el guión de Jeff Buhler -adaptador de la inminente versión de Cementerio de animales- y pone el acento en la figura amenazante de Miles con un prólogo donde se ve al asesino serial abatido por la policía. El amor de una madre todo lo puede y Sarah también decide consultar a un psicólogo especializado en medio de una ola de dudas, una escritora sobreviviente del horror y un rol paterno que se va desdibujando con el correr de los minutos. El relato, que tiene rubros técnicos de primer nivel, acumula dos escenas realmente inquietantes y adelanta detalles para luego transitar por los carriles sobrenaturales esperados. Y deja abierta la puerta para una secuela...
El debut de Alejandro Rath en el largometraje de ficción -antes filmó el documental ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?- explora los diferentes caminos que toma Jotta, un joven ateo y militante, para que su madre pueda morir en paz tras una larga enfermedad. Alicia explora el dolor y el duelo en una historia que comienza con una marcha del partido obrero y muestra el largo periplo que inicia Jotta -Martín Vega- para enfrentar una realidad que no puede cambiar y ni siquiera comprender. En busca de respuestas y soluciones, Jotta participa de una peregrinación a Luján, se confiesa y hasta recurre a otros cultos -el templo donde aparece el Pastor Giménez- mientras lidia con los paliativos de la medicina tradicional en un hospital público. Ni la religión ni la ciencia parecen darle respuestas en este relato estructurado en base al racconto y que se detiene en el "antes" de la relación entre Jotta y su madre Alicia -Leonor Manso, el verdadero motor del filme-. El director no parece ocupado en ofrecer respuestas o soluciones a todos los temas que aborda su trabajo, y la relación central madre-hijo es la que lleva adelante el andamiaje narrativo. La trama incluye a una enfermera -Paloma Contreras- responsable por sus tareas y por quien Jotta siente atracción y el ex-marido -Patricio Contreras- de Alicia que se presenta en el nosocomio. Todo queda en familia y Jotta sólo está enfocado en la difícil enfermedad de su madre y en una casa llena de recuerdos. Con una mirada crítica al sistema de salud, sin caer en golpes bajos y con oportunas cuotas de gracia -dentro de la desgracia- que sirven para descomprimir la tensión, la película cumple su cometido con el suero a cuestas.