Infiel e infeliz Tomar riesgos, en este cine con cada vez menos ideas, es un mérito y una necesidad, pero también puede ser una trampa. Sobre todo en un tema tan caminado como el de la crisis de pareja, el eje de Amar es bendito, la última película de la cordobesa Liliana Paolinelli. Enrolado en el Nuevo cine cordobés (¿hay uno viejo?), el filme alterna buenas y malas en su elogiable búsqueda de lenguaje propio. Mecha (Claudia Cantero) y Ofelia (Mara Santucho), una pareja de lesbianas, atraviesan una crisis que no termina de aflorar tras siete años de convivencia. La manera que encuentra la realizadora de hacerla visible es a través de un rebuscado statement : “En el séptimo año la libido decae y empiezan las infidelidades”, declama Ofelia. Con la excusa desata la tormenta y se hace visible uno de los tropiezos de la película. Los diálogos. Superado ese golpe, el relato mejora mientras avanza. Resulta que Mecha estaba agazapada y revela de inmediato un amor infiel, donde las fortalezas y debilidades de ambas se van poniendo a prueba. El aburrimiento, el desgaste, las ataduras, ¿están en la pareja o en uno mismo? Las respuestas aparecen en las soluciones desesperadas, a veces inverosímiles, que ensayan los protagonistas. Los amantes de Mecha y Ofelia, espejos de su autoestima, son la llave para desatar angustias y culpas por vivir en un engaño. Para el público cordobés, hay más guiños. Mara Santucho es la cantante de Los cocineros y en escena también aparece El Negro Videla, uno de los cuarteteros famosos de la docta. Otra historia. La central es esta crisis de angustia, la de Mecha que, como la película, toma riesgos. Tensando el vínculo de pareja cualquiera sea el final.
La otra salvación Para hablar de Bajo la misma estrella, de Josh Boone, hay que sopesar factores extra cinematográficos, ver el fenómeno que va del libro homónimo de John Green a esta adaptación no apta para públicos sensibles y gran negocio para Carilina . Las circunstancias. Es allí que este filme por momentos comedia romántica pero siempre drama equilibra la balanza, mientras exacerba uno de los mandatos juveniles del tercer milenio. Vivir el momento. Pase lo que pase. Detrás está la historia, la de Hazel y Gus (Shailene Woodley y Ansel Elgort, fetiches adolescentes en Divergente), dos enfermos de cáncer que se conocen y enamoran en un grupo de apoyo. No parecen enfermos, más allá de que la bella Hazel tenga que usar una sonda y cargar su tubo de oxígeno, o que Gus tenga una pierna ortopédica. Son adolescentes modelo, con diálogos hilarantes y una mirada filosófica de la vida y la tragedia. Aviso: los lugares comunes visitados por el filme no terminan de derrumbar la historia. Son parte de la realidad, llevarlos al cine no siempre es un error. Por inercia, queremos a Hazel y a Gus. Inmediatamente. Y seguimos su mandato: poner buena cara frente al mal tiempo, convertir la desgracia en don, en desafío. Sin privarnos del llanto. Es que salvo por el cáncer, el mundo de Hazel y Gus, es tan perfecto como inverosímil. Podría ser ésta una entrega más de la larga lista de películas sobre el heroísmo de enfermos terminales y no lo es. Lo curioso aquí es que se trata de una película juvenil, una proclama para celebrar la vida. No se enfoca en la muerte, aunque la muerte esté siempre en escena. Ni ellos sienten compasión, ni la historia se las entrega. “Donde hay esperanza, hay vida”, escribió Ana Frank (otra escena obvia de la película). “Sólo tienes un poco de cáncer”, dicen ellos. La conclusión estará en las salas. En las charlas del espectador adolescente frente a estos nuevos “modelos”. Hay que escucharlos.
Parodia y cinismo bien aceitados Zac Efron y Seth Rogen encabezan el elenco de esta muy divertida comedia con la inmadurez en el centro de la escena. Malditos prejuicios. Todo en Buenos vecinos, el nuevo filme de Nicholas Stoller (uno de los responsables del regreso de Los Muppets) hace presagiar que se trata de un blef , de una típica comedia yanqui con argumentos gastados y triviales. Otra de vecinos enfrentados que no divierte a nadie. Error. Aunque la película camine a veces por la cornisa, nunca se cae. El tono paródico del argumento, la mirada cínica del director, un reparto con roles bien aceitados, más una serie de guiños ocurrentes y bien logrados la convierten en una pieza fresca, rara avis para la comedia actual. Lisérgica por donde se la mire, la historia arranca con Mac (Seth Rogen) y Kelly (Rose Byrne) asumiéndose y reconociéndose cual pareja de recién casados y flamantes padres. Bien conectados, sobreactúan su falta de espontaneidad hasta cuando tienen sexo y van relatando casi todo lo que hacen con la naturalidad de lo ficticio. Son ellos mismos, pero también son una sátira ocurrente de una pareja media en un momento bisagra, el de asumir ciertas responsabilidades. A partir de allí el argumento ya no existe. O más bien se reduce a un enfrentamiento disparatado con sus nuevos vecinos. Una logia, una fraternidad cuidadosamente descontrolada que vive de fiesta en fiesta y ocupa justo la casa de al lado. A la cabeza de Delta Psi, que así se llama la fraternidad, están Teddy (Zac Efron) y Pete (Dave Franco). Son jóvenes, desenfrenados y capaces de hacer los mil y un chistes sobre penes o desfilar en los jardines en una hilarante fiesta Robert De Niro, parodiando los éxitos del actor. Sí, hasta eso logra Buenos vecinos, recurrir al lenguaje metacinéfilo sin perder el rumbo (Mientras maduran como pareja, Mac y Kelly arman un calendario disfrazando a su bebita de Heisenberg, rodeado de anfetaminas azules, la que cocinaba Walter White en Breaking Bad). Visto con un prisma social, la inmadurez está en el centro de la escena. El contagioso descontrol de sus vecinos adolescentes desafía a la joven pareja. Oh novedad, en el siglo XXI la adolescencia puede ser eterna. Vamos a exagerar un poco, pero la versión nada trágica y menos literaria de esta comedia ofrece una mirada sobre un tema universal como lo hace desde otro lugar Los años de peregrinación del chico sin color, una de las últimas novelas de Haruki Murakami. Puede ser trágica o cómica la situación de saltar de una etapa de la vida a otra, el duelo por lo que ya no seremos. Y acá da para reírse y para lecturas varias. ¿Quién no se niega a admitir que parte de su vida se acabó? Anárquica, la película está en la saga de películas sobre las vecinos, en la no menos extensa lista sobre logias juveniles, y en la también ultraexplorada del fin de la juventud. De todas sale bien.
El agobio de un obrero petrolero Pablo Cedrón protagoniza esta película, ambientada en el Sur, encarnando a un trabajador en un recorrido sin rumbo. “Los lugares los hace la gente”, le dice Rojas a Lucho, cuando éste le cuenta que tendrá un hijo y que le gustaría verlo crecer en otro lado. El diálogo, uno de los más representativos de Boca de pozo, es una evidencia más de la escasa vida interna del protagonista, Lucho (gran actuación de Pablo Cedrón), cuya anodino transcurrir es el eje de la nueva película de Simón Franco (Tiempos menos modernos). Ambientado en los yacimientos petrolíferos y la ciudad de Comodoro Rivadavia, al comienzo el filme exagera la ausencia argumental mientras exacerba la atmósfera opresiva. No pasa nada, pero se respira el agobio, la rutina y la inercia que mueven a Lucho, obrero petrolero. Vive en una cabina, que comparte con Rojas (el chileno Nicolás Saavedra) y no sabremos más hasta que un paro, una negociación paritaria, los haga dejar el puesto, la caseta en la que viven, y volver a la ciudad. Cambia el lugar, pero este personaje de diálogos huecos, adicto al juego, también ofrecerá allí y en su vida familiar un inquietante eco de insatisfacción. Desconocemos el pasado de Lucho, pero es fácil adivinarlo. Nunca fue dueño de sus propias decisiones. Ansioso, consumidor compulsivo, engaña a Celeste, su mujer (Paula Kohan) con una prostituta, y le miente con el sueldo que dilapida en excesos sin retribución. Un dato insoslayable: Franco, el director, es hijo de un trabajador petrolero que vivió en esa misma ciudad. Y testigo del drama silencioso de muchas localidades del sur, donde abundan los trabajadores bien pagos sumergidos en estados emocionales depresivos. Sumergidos en un pozo de ansiedad. La película lo sigue a Lucho en ese recorrido sin rumbo, el de un hombre entregado al contexto, adormecido, sepultado por las trivialidades de una sociedad. Es un retrato del trabajador petrolero, pero la película es mucho más, pues en la inevitable identificación con el protagonista, en la transferencia propia del cine, nos deja a todos una preocupación común: ¿En qué puede convertirse nuestra vida?
No es la clásica película alienígena Con algo de “Hechizo del tiempo”, Tom Cruise trata de salvar a la Tierra, una y otra vez. Se puede ser repetitivo y novedoso. Se puede atrapar al espectador con recursos que ya conoce. Al filo del mañana, del estadounidense Doug Liman (El caso Bourne), lo logra. Cruce de thriller, comedia y ciencia ficción, la película es una adaptación de All You Need is Kill, libro del japonés Hiroshi Sakurazaka. En pantalla Tom Cruise (William Cage) y la cautivante Emily Blunt (Rita Vrataski) combaten, casi solos, contra la invasión alienígena que ha puesto a la humanidad en peligro. No es la clásica película alienígena, y el responsable de que eso ocurra no es otro que Tom Cruise. Publicista, devenido en militar con alto rango, llega a Londres en representación de los EE.UU. para coordinar un ataque crucial. Pero él, que sólo ha visto la guerra por televisión, es degradado y acusado de desertor. Misión suicida, va en primera línea a combatir a los mimics , curiosos extraterrestres que arrasan la Tierra. Cruise muere en el primer intento, y por un hecho fortuito vuelve al día anterior. Así, una y otra vez. Pasa a una cinta de moebius, otra dimensión. El recurso es viejo, está en Hechizo del tiempo, con Bill Murray. Pero aún así, las sucesivas muertes de Cruise tienen salidas ingeniosas, con gags discursivos e interpelaciones borgeanas. Es una película entretenida, pero si el espectador quiere pensar, puede hacerlo. Hay guiños históricos también. Rita Vrataski, el personaje de Blunt, obtuvo una única victoria contra los invasores en Verdún, referencia ineludible al sangriento episodio del Primera Guerra Mundial. Y Rita es la única que entiende a William (su antítesis es el personaje de Bill Paxton). “Búscame cuando despiertes”, le dice ella antes de una de sus muertes en batalla. Y así van construyendo su relación. Cada vez que Will muere, vuelve a empezar y busca a Rita, que lo entrena y educa. Juntos pasan niveles como si fuese un videojuego para salvar a la humanidad. Y Cruise se va convirtiendo en héroe sin quererlo, pero sin dejar de ser Cruise. Tuerce los hechos en base a la experiencia y el aprendizaje que le permite la repetición. Bajo esa trama los mimics quedan en un segundo plano. Sí, hay alfas y omega, y un microbiólogo que los estudia. Hay tiros y acción con gran despliegue tecnológico (verla en 3D). Pero la historia es otra: entretener y pensar cómo cambiarías las cosas si pudieras manipular el tiempo. Una demostración de capacidad narrativa, una manera de contar una que ya hemos visto cuyo logro es exacerbar la repetición y contar una historia.
Pinta tu aldea... Todo pasa y todo queda, podría ser el lema de Cuerpos de agua, el documental de Juan Felipe Chorén que cuenta el lado humano de una inundación sin igual, la que hace 30 años castigó a varios pueblos de la llanura pampeana. En 1985 Epecuén, Carhué, Guaminí y sus alrededores eran páramos sitiados, millones de hectáreas sumergidas y el agua amenazaba a Bolívar, la ciudad del director. Con el tono íntimo de quien se sabe parte, con los recursos poéticos de un autor que se pone en la piel de los suyos, la película avanza en varios planos superpuestos. Cuenta la tragedia de los productores, las miserias de algunos acopiadores, la precariedad de los obreros y la pueblada de Bolívar, cuyos habitantes volaron la ruta 226 para que no los tape el agua. Un relato emocional que iba a ser novela y que, a partir de un mosaico de historias confundidas unas y otras, se convirtió en un testimonio del pasado y del presente. Y cómo no, si el agua dejó campos anegados por más de 20 años, si los productores tuvieron que vender, si los bancos “les tiraban salvavidas del plomo”. El insomnio, las ejecuciones de tierras, y de hombres, las separaciones, los exilios. Ronda siempre la posibilidad del suicidio, del asesinato. Pero también hay lugar para las reivindicaciones. Figuras como la de Alberto Carretero, ex intendente de Bolívar, artífice de la voladura de la ruta, o Juan Carlos Bellomo, ahogado, mártir de la pueblada que salió a parar al Ejército enviado a reconstruirla. ¿Cómo iban a rehacerla si la explosión fue festejo, si el agua se iba? Historia de una catástrofe, con gente común, héroes y traidores.