¿Vamos a ver una de piratas? Sería la propuesta para los chicos (bastante actual gracias a la saga de Piratas del Caribe). Está claro que hay códigos que conforman el lenguaje "pirateano" para que la fórmula funcione. Patas de palo, ron, loros, algún infiltrado, la ley y por supuesto, un tesoro. La última producción de Aardman Animations, responsables de Lo que el agua se llevó (2007), Wallace y Gromit, Pollitos en Fuga (2000) y la muy buena Operación Regalo (2011), toma todos estos elementos y los combina con su particular estilo de Stop Motion. Es cierto que esta vez combinan CGI en todos los escenarios en donde se desarrolla la acción, pero no hace a la cuestión...
Habrá que ver y hablar con el resultado puesto para confirmar lo que ya sabemos: Secuelas de productos como “American Pie” tienen su nicho de espectadores-seguidores, se produce con el presupuesto bajísimo y se recauda un mínimo que justifica el uso del celuloide en términos económicos. “American Pie” (1999) es una comedia en la que un grupo de adolescentes se muere por “verle la cara a Dios”, léase: debutar sexualmente. Todos los diálogos, gags, situaciones, etc. giran en torno a ese código. Es importante contrastar los personajes dentro del mismo grupo, en este caso, siempre pasó por jugar a ver quien es más tonto frente a situaciones con chicas que, a su vez, son más “fáciles” que enganchar a Los Simpsons en TELEFE. Excepto para ellos, claro. Por eso resulta curioso el hecho de hacer una secuela con protagonistas que siguen igual de lúcidos, pero 13 años más viejos. Es más, uno se pregunta cómo consiguieron casarse. Los chicos vuelven a juntarse para su reunión anual. Charlan como si ninguno de estos encuentros hubieran ocurrido, o ni siquiera haber hablado por teléfono. Pero ahí están. Esperando a que el guionista saque de la galera a alguien que quiere debutar sexualmente, pero si eso no llegara a funcionar siempre tenemos a mano el chiste de uno de ellos elogiando a la madre del otro. A esta altura debo decirle que el resultado final es simplemente inherente a la legión de fanáticos de la saga, a quienes seguramente no importará ni la continuidad; ni el guión; ni la coherencia narrativa. Es cierto. Dentro de este contexto tiene algunos momentos más o menos logrados, pero que no están aislados de la repetición a ultranza de una fórmula. Hasta las bandas de sonido de cada una se parecen y sirven como plataforma para lanzar el "tema del momento" de alguna banda de moda. Desde la década del ‘80, todas la generaciones tienen su “Porky's” (1982) ¿Por qué iba a ser una excepción el siglo XXI?
Es difícil precisar con exactitud cuando el cine o cualquier otra forma de arte ponen su mirada sobre hechos recientes. Por lo general la historia de nuestro país no está exenta de parcialidad y seguramente pasarán algunas generaciones hasta que los hechos y los personajes protagonistas tomen color de yeso o de bronce...
Quinto documental del año. Últimamente hay de todo en este género que en Argentina ya es funcional a más cosas que el arte de documentar. Plataforma de lanzamiento, oportunismo, etc, etc.. Piense que el año pasado se estrenaron 33 de origen nacional, ya podemos establecer un parámetro y hasta un patrón estratégico ¿verdad?.
Es notable lo que se puede lograr con una película cuando hay una preocupación real por la construcción de la obra en todos los aspectos. Es probable que cualquier director tenga imágenes en su cabeza antes de encender la cámara. Lo que no es tan común son las imágenes que cuentan algo. Que prefieren pecar de anticipables antes que entregar todo masticado.
Hay una calificación muy utilizada en los últimos años con la cual no concuerdo: "nuevo cine Argentino". Entiendo (quiero creer) que la intención es la de separar, o segmentar, el séptimo arte hecho en nuestro país en términos de análisis histórico. En este punto la mayoría concuerda que “Mundo Grúa” (1999) hace las veces de piedra fundamental del término en cuestión desde aquel año a esta parte. Producción independiente, hecha con dos mangos, muy cerca del cine de autor, etc. Todo esto es muy subjetivo, y en todo caso es imposible hablar de etapas del cine sin contextualizar el marco político, social y económico que, en definitiva, es el que termina por influir directamente en cualquier arte, época, y país del mundo. Para colmo, hay muy pocas producciones nacionales por año que obedecerían a parámetros de cine-industria, el resto parece caer dentro de una bolsa de gatos (es una expresión) en la cual conviven Lucrecia Martel y Diego Rafecas, por poner dos ejemplos opuestos cuando se trata de concebir una obra cinematográfica. Así, el espectador se confunde espantosamente a la hora de darle una chance a lo nuestro, y a esta altura resulta muy difícil actuar como guía. ¿Cómo orientamos a alguien a quien, por ejemplo, la mayoría de los más de cien estrenos argentinos le pasaron desapercibido por prejuicios propios, escasa distribución y difusión, falta de salas, etc.? Todo esto expresado para presentar y tratar de defender desde esta posición a una producción muy interesante como “Nosotras sin mamá”. Empecemos por decir que Eugenia Sueiro hace su debut en el largometraje con una obra muy jugada en varios aspectos, a saber: la decisión de rodarla en blanco y negro; la teatralidad de las actuaciones y de los espacios; la poca presencia de la estructura cinematográfica clásica (introducción, desarrollo, culminación, desenlace). Sin embargo, estos factores no impiden disfrutarla. Por el contrario, la realizadora encuentra una manera hábil para transitar un andarivel tan poco común como difícil de abordar a la hora de experimentar en el séptimo arte: generar interés por lo que sucede. Teresa (Eugenia Guerty) Amanda (Vanesa Weinmberg) y Ema (Nora Zinski) son tres hermanas que se reúnen en la casa materna luego de la muerte de esta (acá es donde la falta de color le da un marco de luto). La idea (sobre todo de una de ellas) es decidir qué van a hacer con la propiedad, lo que funciona como disparador para que Eugenia Sueiro comience a construir un universo minimalista en el que sus criaturas transitan las relaciones familiares, el "deber ser" afectivo y el conflicto de intereses humanos. La dirección de arte, y los objetos, son tan importantes como lo es cada plano en el que alternadamente una de las hermanas (la que plantea la situación) se separa de las otras dos. Como dijimos, el gen de la obra es el teatro, pero Sueiro sabe qué elementos utilizar para construir cine de manera tal que, a medida que vamos conociendo a estas mujeres, percibimos que el texto cinematográfico es tan o más importante que los diálogos. No parece haber un sólo plano que no haya sido cuidadosamente pensado, aunque quizá la escena con un cerrajero (en off) suene descontextualizado, pero no hace a la cuestión. “Nosotras sin mamá” es una producción cuyo objetivo pasa más por una mirada introspectiva que por definir un desenlace concreto. Está bien así. Después de todo ¿Quién puede darle cierre a la relación entre hermanos?
Extraña producción ésta del buen realizador Jean Jaques Annaud, responsable, entre otras, de “El nombre de la rosa” (1986), “El amante” (1991) o “Enemigo al acecho” (2002). Dos clanes árabes se la tienen jurada mutuamente desde tiempo inmemorial. El Sultán Aman (Mark Strong) y el Emir Nasib (Antonio Banderas) son los líderes que a principios de los años ’30, cuando comenzaba la fiebre del petróleo, pelean por un territorio al que de común acuerdo declaran neutral, sellando así la paz entre ellos. Por cuestiones más dadas a entender que explicadas el Sultán le deja (entrega) a sus dos hijo al Emir, con tanta mala suerte para éste que, pasados los años, el mayor muere en la renovación del conflicto entre ambas tribus, y el menor se enamora de la hija de Sultán cuando comienza a oficiar de mediador entre ambos bandos, en el marco en el que representantes de los Estados Unidos llegan a Medio Oriente para descubrir y explotar el codiciado oro negro, como lo indica el título original de la producción.. El mayor problema de “El Príncipe del desierto” es que sus responsables nunca terminaron de decidir si quieren contar una épica sobre el nacimiento de las guerras en la región, que perduran hasta hoy, o una aventura dentro del mismo marco histórico. La consecuencia natural de la falta de decisión es la confusión del espectador, pues hay diálogos y situaciones muy al borde del ridículo, como algunas instancias de negociación o cuando se encuentra petróleo. La película queda dividida entonces en tres segmentos muy claros. Tres líneas narrativas que jamás llegan a redondearse del todo. Por otro lado está el rigor histórico. Hay una sensación de poca investigación en el caso de que alguien quiera tomársela en serio, justamente porque Annaud propone y luego esquiva el bulto para resolverlo. Dicho esto, casi todos los rubros de la obra quedan sujetos a la lupa con que se la mire. Por ejemplo, si la vemos como una de acción épica, el elenco está bastante bien (aunque algunas de las poses de Antonio Banderas parecen una continuación de la campaña de su propio perfume), dentro del marco en el que se mueven. Acaso le falta humor y algo de acción. Sólo la secuencia en la que un grupo de hombres atraviesa el desierto está realmente bien realizada. Música, fotografía, compaginación y dirección de arte se lucen durante esos minutos. “El príncipe del desierto” pareciera querer dejar en claro cuál fue la semilla del mal que terminó por desatar el conflicto como lo conocemos hoy, poniendo un personaje casi fantasmal, un texano, al que le interesa mucho la zona en disputa para hacer negocios petroleros. (¿Le suena?). Sucede que esa jugada de discurso queda arruinada por un guión que no es capaz de sostenerlo. Ni cine de acción, ni cine político. Un híbrido mitad entretenido, mitad bodrio. Como para comprar pochoclo azucarado... y agregarle sal.
Cuando les toca, les toca. Y hay momentos de crisis en la historia de los Estados Unidos en los cuales la industria cinematográfica coincide en producciones (grandes o independientes) que apuntan los cañones a la reivindicación de los valores que los llevaron a ser la primera potencia mundial o que critican el modelo y lo ponen, justamente, como el causante de la crisis. En el primero de los casos, películas como Hugo o El Artista (más allá de sus valores como obras) vuelven a un pasado negro y trágico del que eventualmente se pudieron levantar. Del otro lado está la obra que critica e invita a la reflexión mas profunda. A la cabeza: El Precio de la Codicia.
Gianni di Gregorio debe ser de los pocos cineastas artesanales que siguen entendiendo al cine como una forma de arte que sirve para contar una historia. Por eso sus películas son "chiquitas", sencillas, sin la pretensión de ser obra maestra, pero con la ambición de ser un retrato fiel de usos, costumbres, comportamientos, idiosincrasias, de un pueblo del cual se siente parte íntima. En este caso Gianni (Gianni di Gregorio), personaje que parecería ser una continuación del protagonista de “Un feriado particular” (2010), se encuentra en sus sesenta y pico de años, jubilado prematuramente, vive aparentemente feliz al servicio de las mujeres que lo rodean: su madre (deliciosa Valeria De Fransicsis), su vecina y otras féminas que se cruzan en su camino cotidiano. Las lleva y las trae, les cocina, les saca a pasear el perro, realiza las compras, mientras intenta establecer su relación actual con la realidad y lo que las mujeres representan en su vida y, por qué no, en su libido. Con apropiada música y efectiva compaginación “La sal de la vida” propone una comedia agridulce, donde las situaciones se van identificando una a una con el espectador. Como resultado, si bien no llega a “Un feriado particular”, reúne méritos que por la sencillez y fluidez narrativa, la calidez de los personajes y la atmósfera en la cual estos se mueven, se califica como una producción simpática que mantiene latente el tradicional espíritu del buen cine costumbrista italiano.
Es difícil establecer en el mainstream del cine de Hollywood de hoy un parámetro lógico que ayude a determinar la razón por la cual la inversión de tiempo, esfuerzo, creatividad, imaginación y dinero, no se traducen en productos correctamente elaborados. ¿Por qué se puede ver la versión original de 1981 de “Furia de Titanes” y sentir que había una mínima preocupación por la elaboración de personajes y conflictos, aún contrastándola con el poderío visual de su remake de 2010? La sensación es que los efectos especiales tradicionales, el CGI, y los tremendos efectos de sonido, en lugar de resolver la credibilidad visual de una escena de alguien cayendo al vacío, o de un guerrero trepando el lomo de un monstruo, se han transformado en la atracción principal. La verdad; la ecuación es bastante sencilla: sin ideas no hay guión, y sin guión básicamente no hay cine. Es más, tampoco importa el rigor histórico-mitológico. ¿Quién no fantaseó alguna vez con Godzilla enfrentando a King Kong, o con el Hombre Araña peleando contra el Guasón? Entonces ¿por qué no tomar personajes de la mitología para que diriman sus cuestiones a trompada limpia? La cosa no pasa por ahí. Stephen Sommers reunió al Dr Jeckill con Drácula, Frankenstein y el Hombre Lobo en una misma película (“Van Helsing”, 2004), sin construcción de personajes ni decisión concreta por tomársela en serio o con humor. O sea, un híbrido. En “Furia de titanes 2” es innegable la versatilidad que se ha logrado con los efectos especiales y visuales. Escenas como la de Cronos surgiendo de un volcán, o la del protagonista con el Minotauro son realmente impactantes, pero se justifican por sí mismas y no al servicio de la historia que se narra. Lo mismo sucede con Sam Worthington y todo el plantel de intérpretes, con Liam Neeson y Ralph Fiennes a la cabeza. Es cierto, no tienen con qué trabajar si el guión que les tiran por la cabeza da por sentado que el todo el público conoce a los dioses griegos como a Los Simpsons. Ares, Zeus y Poseidón van peleándose por ahí como para que "los devoren los de afuera", o mejor dicho el de afuera, porque Cronos anda con ganas de romper, matar, y todas esas cosas que se hacen cuando uno despierta después de muchos milenios. En el medio, Perseo (Sam Wothington) ya no quiere pelearse sino vivir de la pesca. Allí encontramos la idea básica para un diez por ciento de desarrollo. El resto es lo que ya hablamos. “Furia de Titanes 2” encontrará su público en aquellos fanáticos del pochoclo y el entretenimiento-espectáculo con un 3D que efectivamente tira rocas y fuego a la platea. Es eso. Nada más.