El young adult ha crecido muchísimo en la literatura durante los últimos años, y esto se ve claramente en el cine. Hollywood ama llevar a la pantalla grande esas historias de adolescentes que se comportan como adultos, y sus historias de amor o aventuras, habiendo dejado en claro que todo puede sucederles. En este caso, quizás más inspirada en "Bajo la misma estrella" de John Green y algunas más que le han sucedido, es que llega "Todo Todo" de Nicola Yoon. Stella Meghie es la encargada de adaptar esta novela que se centra en una joven adolescente que cumple 18 años y tiene una enfermedad que le impide salir de su casa y tener contacto con el exterior. Maddie (Amanda Stenberg, a quien la pudimos ver en la saga de The Hunger Games) nunca fue a la escuela, nunca salió siquiera al patio de su casa, y sus únicas amigas y visitas son su enfermera y la hija de ésta, además de su madre que además es su médica. De pronto llegan vecinos nuevos y con él su primer amor, un amor que nace entre señales, llamadas telefónicas y principalmente mensajes de texto. Hasta que eso no es suficiente y aparece el primero de los dilemas de la película, aquel que se lee en el tagline del film: arriesgarse. Arriesgarse por amor. A la larga, una vida encerrada, ¿es vida? Luego a medida que el film se sucede, que pasan cosas y se van revelando otras, el film expone otras cuestiones, pero mencionarlas ya podría ser considerado spoiler. Todo todo termina siendo una película de buenas intenciones, amable en su construcción de la historia de amor, pero que hace ruido y agua en todo lo que concierne a la enfermedad y el ámbito de su protagonista. Por un lado, por más que la enfermedad exista, suena inverosímil, desde lo general a lo particular. Por el otro, la madre que la protege y sobreprotege es un personaje que nunca agrada, más allá de que al final se lo quiera justificar. Todo lo que hace, como se comporta desde el primer momento, resulta cuestionable. Además, esa inverosimilitud que mencionaba no sólo se percibe desde el lado de su enfermedad. Es un problema del que pecan muchas novelas y películas de este subgénero young adult: el que los adolescentes se comporten y sean tratados siempre como adultos, en el mundo normal, aquel que en algún momento Maddy va a tener que enfrentar, y donde todo les resulta bastante sencillo. El film cuenta con algunos momentos de creatividad visual, como la secuencia donde explica la enfermedad con animaciones, o las conversaciones de texto trasladadas a un plano imaginario que los tiene hablando cara a cara. Es que se perciben las buenas intenciones en el relato, el problema es que uno no puede evitar sentirlo todo un poco forzado. A favor tiene que el film apela a la diversidad, a mostrarla sin necesidad de anunciarla como tal. La relación protagonista es interracial pero eso no influye para nada. De hecho la realizadora canadiense, quien sólo dirigió una película independiente llamada Jean of the Joneses, llamó la atención del estudio con su ópera prima y logró un lugar privilegiado para una mujer de color. Una historia de amor para fanáticos sin muchas exigencias, una trama que hubiese funcionado mejor de un modo más oscuro y menos edulcorado, y un par de buenas interpretaciones y química entre ellos. Todo todo cumple dentro de su género pero nada más.
Un pescador humilde de Corea del Norte se dirige como cada día a ganarse el pan para su familia. No tiene mucho más que un bote, pero parece estar cómodo con su vida, junto a su mujer e hija a las que indudablemente ama. Su ambición está puesta ahí, en mantener esa familia. No obstante, aquel día la red se atora en el motor y sin pretenderlo termina cruzándose a Corea del Sur. Las dos Coreas son muy distintas, y a partir de ese momento, este pobre hombre terminará luchando para poder regresar a su hogar y en el medio se expondrá un estilo de vida muy distinto al que están acostumbrados en su país. Desde que es capturado, es torturado física y mentalmente, sumido en un perverso juego mental que intenta forzarlo a confesarse como espía, seducido con cosas que nunca vio y nunca va a tener en su país, y maltratado sólo por querer seguir siendo fiel al lugar de donde proviene. Una sola persona, con una razón personal, confía en él e intenta ayudarlo sin mucho éxito. Pero a la larga las dos Coreas son dos países esclavizados, uno por un tirano, el otro por el capitalismo. El cine de Kim Ki Duk no es fácil, accesible. Y acá se toma su tiempo para desarrollarlo pero no llega a ser tan gráfico como ha sabido serlo. De hecho si algo se diferencia de lo que suele destacar a su filmografía es de eso y al mismo tiempo del uso de diálogos. El director que incluso llegó a filmar una película sin una línea de diálogo (Moebius) acá a sus personajes los hace hablar (y escribir a su protagonista) bastante. La metáfora a la que alude el título es demasiado obvia. Esa red no es sólo aquella que se traba en el motor del bote del protagonista, sino también la que lo atrapa a él en una ideología de extremos, y ningún extremo nunca es bueno, cualquiera lo sabe. El film se torna duro, extenso, reiterativo. No es el Kim Ki Duk mejor logrado, aunque sí sabe generar molestar e incomodidad. Nunca se nos es indiferente. El realizador se divide, no toma postura, muestra dos caras de la misma moneda, dos tipos de falta de libertad y sus contradicciones. Para eso también aprovecha la fotografía, oscura, sabiendo crear climas tensos y deprimentes. La red no termina siendo una de las películas más logradas del director. Al contrario, se termina sintiendo obvia, en la construcción de personajes, de metáforas y especialmente a la hora de realizar una crítica política y social. Interesante, clara, pero poco inspirada.
Un elenco multiestelar e internacional conforma la galería de personajes que desfilan a través de la historia de Sólo se vive una vez. Dirigida por Federico Cueva, es una película de acción y comedia que por sobre todas las cosas cuenta con un notable presupuesto que no pretenden ocultar. En Sólo se vive una vez, un delincuente de poca monta y humildes orígenes termina como blanco de un poderoso mafioso al cual frustra sus planes y le roba un documento importante del cual se había apoderado a las fuerzas. Es Peter Lanzani el protagonista y Gerard Depardieu el principal antagonista, aunque como todo en esta película, hay muchos, siendo otros los españoles Santiago Segura y Hugo Silva. En el medio, cualquier excusa es buena para largos tiroteos, andadas por los techos de los edificios y autos o camiones que exploten con suma facilidad. Hay un intento además de generar humor a través de chistes que van desde lo sexual a lo religioso, aprovechando el tema judío cuando su protagonista no encuentra mejor opción que hacerse pasar por uno de ellos para esconderse. Sin muchas ideas, sin muchos gags efectivos, con un elenco llamativo desde el vamos donde aprovecha algunos rostros conocidos y desaprovecha otros tantos, es que Sólo se vive una vez no termina resultando más que un rejunte de elementos que vimos en muchas películas, aunque es cierto no tantas dentro del terreno nacional. Hay una clara intención de homenajear el cine de acción de algunas décadas pasadas, pero todo termina resultando desprolijo y forzado. Nunca interesa por qué se quiere y necesita tanto ese documento, por ejemplo, bueno sí, sabemos por sobre la superficie que podría generar un importante cambio para la industria de la carne. En cambio, es más divertido escuchar a Gerard Depardieu puteando en español o viéndolo tomar mate. Es que si bien interpreta a un francés, es un francés muy argentinizado que incluso utiliza el fútbol para demostrar su punto en una conversación. Santiago Segura y Hugo Silva apelan por lo estrambótico y exagerado. Luis Brandoni aporta algo de cordura y tranquilidad. María Eugenia “la China” Suárez tiene su imprescindible participación como femme fatale, y Darío Lopilato como el principal comic relief. Lanzani se desenvuelve en general bien, e incluso se permite cerca de los créditos interpretar a Kiss, pero está lejos de las sorpresas que su talento actoral generó en varios productos de los últimos años. Sólo se vive una vez presenta una extensa galería de personajes aunque pocos logra desarrollarlos con el éxito. El humor al que apela constantemente –los gags se dan sin respiro- funcionan a medias. La acción toma protagonismo principal pero sin los otros sostenes esas escenas se tornan reiterativas. Un film pasatista y no mucho más y vale por incursionar en un género poco explotado.
La nueva película de Marco Bellocchio (Vincere, Sangre de mi sangre, Bella addormentata y una extensa filmografía) está basada en la novela autobiográfica, best seller del periodista Massimo Gramellini. Una historia que es como la vida: a veces linda y dulce, otras tantas dura y triste y siempre con un aire de misterio, con huecos que uno va intentando llenar. En este caso, Massimo vive una niñez idílica. Su madre es una mujer a la que percibe alegre y jovial, que baila y canta como si viviera en un permanente estado de enamoramiento, con la cual ven televisión recostados en el sofá y abrazados, realizan actividades creativas y simplemente son. La cámara la observa como lo hace su propio hijo, enamorados de esa mujer. Pero una noche sucede algo que él no entiende, y su madre desaparece. Como es muy pequeño, no se atreven a decirle las cosas como son: que está en el hospital, que está con Dios, que eligió cuidarlo como un ángel de la guarda, que sufrió un infarto espontáneo. Esa noche va a marcar la vida de este hombre, con un relato que va y viene en el tiempo para mostrarlo en diferentes etapas, niño, adolescente y adulto. Aquella noche su madre se fue y quedó en él un agujero que nunca pudo llenar y que lo convirtió en una persona llena de preguntas y muy pocas respuestas. Es quizás eso lo que lo lleva a convertirse en periodista. Massimo termina convertido en un adulto incapaz de sentir. Se mueve por la vida, por su trabajo, por sus relaciones con las personas del sexo opuesto, de un modo mecánico. Esto se ve claramente en la secuencia de Sarajevo, donde asiste como periodista y ve de frente las consecuencias horribles de la guerra y no parece pasarle nada al armar el encuadre para la mejor foto. O responder ante el beso de una chica en medio de una fiesta sin inmutarse, pero sin negarse tampoco. La película del reconocido director italiano está construida a través de momentos. A veces éstos no parecen ser fundamentales o no tener una relación clara entre uno y otro, pero lo cierto es que los detalles van marcando todo lo que sucede y el modo en que su protagonista lo vive. Cerca del final especialmente es que nos damos cuenta de cómo todo está relacionado con todo. Una fallida búsqueda de respuesta a través de la religión, el acercamiento al periodismo a través de su pasión por el fútbol, el suicidio de un entrevistado que presencia y mueve su carrera, el éxito repentino que surge a través una carta editorial que contesta donde se abre quizás por primera vez con ese ímpetu sobre la ausencia de su madre, el refugio que encuentra solamente en algo ficticio como lo es la figura de Belgafor, a quien veía junto a su madre, y la aparición de una doctora que de a poco comenzará a hacerlo sentir, a bailar, besar, dejarse llevar… quizás para en algún momento poder dejar ir. El uso de la música (muy presente a lo largo de todo el film y que sirve además para ir marcando las diferentes épocas) y las interpretaciones terminan de conformar esta muy recomendable película. Quizás se destacan Barbara Ronchi como esa madre y figura tan presente aun más en su ausencia, Emmanuelle Devos como la madre de un compañerito que en medio de su normal adolescencia no logra apreciar lo que Massimo no tiene, Berenice Bejo como esa doctora y mujer que de a poco va a ir poniendo un poco de luz en su vida y Nicolò Cabras como el Massimo más pequeño, el único que protagoniza escenas con Ronchi y entre quienes se percibe una química casi hipnótica. Dulces sueños es una película enorme. Es una película sobre la vida, con lo abarcativo y vago que eso suena. De hecho, al conocer la trama uno podría esperar un melodrama lleno de lugares comunes que apelan a la lágrima fácil, y en cambio el resultado termina generando una emoción genuina a medida que uno va creciendo con el personaje principal.
Lucas Distéfano dirige Crimen de Las Salinas: un documental que gira en torno a un homicidio ocurrido en un pequeño pueblo de Córdoba. San José de las Salinas es un pueblo tan pequeño que no contaba con ningún crimen en su haber… hasta que Norma y José, dos hermanos, son acusados del asesinato del esposo de ella. Casados en secreto y con el hombre llevándole más del doble de edad a la mujer, una jubilación de menos de dos mil pesos motiva a que planeen el crimen. Son descubiertos y finalmente condenados a cadena perpetua. La historia parece de película y Distéfano entonces hace la suya: un documental que intenta introducirse en ese pueblo, en la gente que vive allí, para entender cómo fue que se llegó a eso. Pero su idea no es la de una investigación exhaustiva ni metódica sino que lo que le interesa es entender cómo es y se percibe la vida en un pueblo que continúa achicándose. El director retrata la tranquilidad y la desolación de este lugar a través de escenas largas: a veces de los paisajes que éste ofrece, otras de la gente de allí, que habla directamente a la cámara o continúa su trabajo frente a ella. La falta de empleo, unas salinas convertidas en desierto, la peluquera trabajando al mismo tiempo que conversa sobre otras personas. Por un lado, el film genera un interés mayor cuando se ahonda en la historia que funciona como eje e incluso se hace alusión a lo común que resultan en ese lugar los matrimonios de este tipo, con grandes diferencias de edad y por mujeres que ante los ojos del pueblo no son más que “comehombres” interesadas en el dinero -una cantidad ínfima que para ellos es algo parecido a una fortuna-. Por el otro, la observación que realiza del lugar y su gente le generan otra dimensión a la historia ya conocida. Ese crimen, más allá de ser el primero, pone en foco algo que en realidad muchos ya veían, ya sabían que estaba. El director toma un lugar casi invisible, mudo. Intenta no tomar posición e incluso le da voz a uno de los acusados (porque la mujer no aceptó aparecer), y por momentos hasta parece entenderlo. A la larga, es un film que expone que no tiene por qué haber una única mirada para las cosas. Si bien la película dura poco más de una hora, por momentos se la siente lenta. Al mismo tiempo la inexistencia de una banda sonora le permite al sonido ambiente tomar protagonismo en muchas de esas escenas largas de paisaje y ésto genera una mayor sensación de la desolación que se pretende retratar. Así está hecha Crimen de Las Salinas, a partir de dualidades.
La película nuestra de terror de cada semana (o casi). Abattoir: Recolector de pecados está dirigida por Darren Lynn Bousman, director de varias entregas de SAW (aunque ninguna de las más notables, si acaso hay alguna otra que lo sea además de la primera) y algunas otras películas más de terror. En este caso, más allá de una premisa atractiva que podría haber derivado en una interesante película de género, estamos ante otro producto poco inspirado y, a la larga, fallido. Julia es periodista de bienes raíces pero no logra destacarse, ni se lo permiten, en su trabajo en el Daily News. Además lleva una relación/no-relación con un detective que la quiere y acompaña todo el tiempo. Pero entonces su hermana es asesinada y además de devastada se encuentra con algo más: un misterio, pues la casa es vendida inmediatamente después del deceso y, también de manera inmediata, el cuarto donde sucedió el asesinato es eliminado. A Julia entonces la mueve el tratar de entender qué pasó y por qué asesinaron a su hermana, y al mismo tiempo la posibilidad de una nueva historia, ya que empieza a descubrir que hay muchos casos parecidos. Un hecho trágico que deriva en muerte, un señor misterioso que compra la propiedad, y el cuarto donde sucedió erradicado por completo. Un tal Jebediah Crone, un villano que pretende ser carismático pero se torna algo caricaturesco. La actriz protagonista es Jessica Lowndes, una especie de Lana del Rey no sólo desde la apariencia física sino también por el estilo que lleva. Su personaje tiene una fascinación por todo lo vintage, pero no sólo adrede (ella maneja un auto viejo, viste como en la década de los 50s), sino que cuando le envían un “mensaje” lo hacen a través de un VHS, o al llegar al pueblo cuya investigación la lleva, busca a través de una de esas guías enormes y amarillas que hoy ya nadie usa. Se nota que hay una intención y un esfuerzo por emular cierto tipo de cine, de época, pero no funciona ni como homenaje ni como recreación. Por momentos parece que la película está situada décadas atrás, hasta que aparece un smartphone. Todo se siente artificial, forzado. Abattoir cae en varios clichés y lugares comunes del género. Un pueblo extraño y aislado con gente que se muestra cerrada hacia desconocidos. Un villano de turno. Una casa fantasma. La señora de tantas películas de terror de los últimos años (Lin Shaye). Y un personaje dispuesto a conseguir respuestas a sus preguntas, aunque a veces no nos quede claro por qué insiste e insiste ante cada puerta cerrada. Tras un intrigante primer acto, el segundo se lo siente largo y, para ser una película del género, sin nada de terror. En el tercero suceden muchas cosas, se explican (y varias veces) otras tantas, y aun así queda cierta sensación confusa rondando en el aire. Abattoir termina siendo un rejunte de ideas, algunas buenas y otras malas. Pero sobre todo mal ejecutadas. Más allá de lo extraño que se percibe desde lo visual (extraño a nivel verosimilitud), el problema principal del film es su esqueleto, ese guión que no funciona a nivel narrativo, acciones, diálogos, ritmo. Predecible y confusa al mismo tiempo.
Bajo la dirección de Patty Jenkins, Gal Gadot se pone el traje de la Mujer Maravilla. Bruce Wayne le envía a Diana una foto antigua que descubrió de ella y una época que se sentía algo lejana de repente vuelve. Ése es el punto de partida para presentar a la Mujer Maravilla: su historia, de dónde proviene y hacia dónde quiere ir. Esta vez es la directora Patty Jenkins (Monster) la encargada de descomunal misión: traer al cine de manera exclusiva a esta heroína de DC para presentarla y ponerla en camino para la próxima película de La Liga de la Justicia, que reunirá a los superhéroes más emblemáticos de ese universo. Otra de las difíciles tareas la tenía Gal Gadot, mujer que ha sabido coronarse como reina de la belleza en su país de origen pero que a nivel actoral todavía no había tenido ninguna oportunidad valiosa para destacarse. Después de muchos nombres y especulaciones, fue ella la elegida para el papel que hizo famosa a Linda Carter. La película, luego de esa escena en el París presente, viaja al pasado para presentar a Diana desde pequeña en la isla paradisíaca donde vive junto a otras tantas amazonas, incluyendo su madre la Reina Hipólita. Diana es una princesa pero no quiere sentirse como tal y reniega de la sobreprotección que le brinda su madre, prefiriendo seguir a su tía Antíope (interpretada por Robin Wright) y entrenándose en la lucha. Cuando Steve (Chris Pine), un piloto y espía, se estrella en la isla, Diana decide irse con él para buscar y enfrentarse a Ares, el Dios de la Guerra. Pronto se ve inmersa en un mundo que le es nuevo y levanta la voz en una época en que a la mujer no se la escuchaba y debía aprender a callarse. Más allá de ser una película de superhéroes, el encanto de Mujer Maravilla no radica en las escenas de acción, donde se hace uso y abuso de la ralentización (demostrando que Zach Snyder no sólo está presente como productor, sino como clara influencia) en medio de montajes vertiginosos. Tampoco en la gama de sus villanos (Danny Huston, Elena Anaya y uno que no se puede revelar, que sí logra destacarse por sobre el resto). Diana ve el mundo desde un costado ingenuo e inocente que se complementa con la valentía y decisión con la que sobrelleva sus creencias, eso de defender a los que no pueden hacerlo. La relación que se va generando (y la química que se desprende entre ambos actores) con Steve, que es el primer hombre que ella ve en su vida, es creíble. Personajes secundarios coloridos: la secretaria a la que interpreta Lucy Davis, o uno de los soldados (Ewen Bremner) son otro aporte interesante. El film se aleja del tono oscuro y solemne de las últimas películas del universo DC, aunque en su último tercio Diana se encuentra con un mundo bastante menos amable del que esperaba. Las escenas de humor -de las que hay unas cuantas-, se perciben frescas, naturales, no forzadas como en Suicide Squad. Parte de ese mérito es del guionista Allan Heinberg, más asiduo a escribir para televisión, por eso quizás tampoco sorprende que, en cambio, en escenas que deberían ser puntos fuertes, como el clímax, éste pierda fuerza.
La última película de Martin Provost está protagonizada por dos Catherines: Frot y Deneuve. Ellas dos son el alma de El reencuentro, con dos papeles opuestos que terminan complementándose. Claire (Frot) es partera, su vocación es ayudar a mujeres, jóvenes especialmente, a tener hijos. Ella también tiene un hijo, aunque ya está grande y de a poco la vida que él va armando se va alejando de la dependencia de ella. Beatrice (Deneuve) siempre fue una mujer de buen vivir. Amante de la buena comida, la bebida, el cigarrillo, los hombres. Su vida estuvo marcada por una necesidad constante de libertad, pero hoy descubre que tiene un tumor en el cerebro y eso la lleva a buscar reconectarse con un pasado que quiso dejar atrás. Un día Beatrice llama a Claire, la hija del hombre del que ella estuvo enamorada pero a quien dejó por no poder brindarle él la vida de placeres y libertad que ella ansiaba. Hoy se encuentra con esta mujer y el pasado le da una cachetada cuando descubre que su partida generó mucho más daño que el que podría haber imaginado. Más allá de que Claire no quiere saber nada con ella en un principio, de a poco comienzan a descubrirse y conocerse y, así, cada una va llenando en la vida de la otra un vacío con el que se habían acostumbrado a convivir. La mujer habituada a la rutina y una vida ordenada versus aquella que necesita de los excesos para sentirse viva. Si bien la historia de El reencuentro fue contada muchas veces, la película de Provost lo hace desde una sensibilidad y con cuotas de humor que alivianan temas duros y dolorosos como la muerte y las consecuencias que devienen de las decisiones tomadas en el pasado.
Ópera prima de Hernán Aguilar, Madraza es una curiosidad dentro del cine argentino. Si bien el cine de género es explorado cada vez en mayor cantidad y con más ganas, en Madraza se conjuga una película de acción con realidad social y al mismo tiempo mucho humor negro, sabe generar risas y al mismo tiempo no escatima en sangre y violencia en las escenas que así lo necesitan. Una mezcla de ingredientes extraña, de la que cualquier cosa podía surgir, y el resultado termina siendo una muy entretenida e interesante película que vale la pena ir a ver. Madraza empieza con el personaje de Matilde (Loren Acuña, quien es LA película) siendo víctima de una situación tan violenta que le termina arrebatando la vida a su marido, un intento de robo. De repente se queda sola y asustada, hasta que decide que tiene que hacer algo, que no puede seguir soportando eso. Pero las cosas se suceden también de un modo inesperado, y su simple venganza termina viéndola convertida en una sicario. A medida que el film se sucede, la madraza a la que interpreta Acuña va sufriendo una transformación tan física como personal. Mientras ella logra desenvolverse con éxito en su nuevo papel, su confianza aumenta y su apariencia física también se va modificando. De humilde mujer sin mayores ambiciones hasta terminar, casi sin quererlo, tomando el lugar de un asesino a sueldo. Madraza pone en foco el mundo de la clase baja social, las villas, logrando crear un retrato de diferentes gamas de grises. Allí dentro hay un mundo de personajes, desde sucios y oscuros hasta aquellos de un enorme corazón como lo es Matilde, quien cocina para un comedor social. A nivel actoral, la interpretación de Loren Acuña es demandante y ella logra llevarla adelante con mucha fuerza. Se carga la película al hombro y nos seduce, ya sea desde su frágil apariencia hasta los momentos en que no duda en mostrarse como la mujer de armas a tomar que en realidad. No obstante, también saben acompañarla unos buenos secundarios, como Sofía Gala en el personaje de una especie de hija postiza para ella y Gustavo Garzón en el del detective que además, rendido ante sus encantos, intenta seducirla. Ellos dos, por separado, logran generar muy buena química con la protagonista y así, unas divertidas escenas. Una película que más allá de sus limitaciones no deja de ser una entretenida y modesta comedia. Una propuesta valiente, como su esa mujer fuerte que tenemos como protagonista. Si bien es muy divertida y sabe generar muchas risas, también expone sensaciones más profundas relacionadas a lo social.
En una Hollywood colapsada por secuelas y sagas no sorprende, más allá de los seis años que hubo en el medio entre la última entrega y esta en cuestión, que haya regresado uno de los piratas más famosos y carismáticos del cine. Esta vez dirigida por la dupla que hizo la nominada al Oscar, Kon-Tiki, los noruegos Joachim Rønning y Espen Sandberg, se puede decir que Piratas del Caribe: La venganza de Salazar es la primera de las secuelas que se encuentra a la altura de La maldición del Perla Negra, aquella película que sorprendió y cautivó con la temática aventurera de piratas. En cierto modo, La venganza de Salazar parecería ser una especie de reinicio de la saga ya que a nivel narrativo tiene mucho de la primera parte. Dos jóvenes que se ven inmersos en un mundo de piratas, acá el hijo de Will Turner y una joven astrónoma que es acusada de bruja por sus adelantados conocimientos de ciencia, el pirata en cuestión (el infaltable Johnny Depp), un villano (Javier Bardem) y algunos elementos y personajes más, como el regreso del Capitán Barbossa en manos del gran Geoffrey Rush. Entre este grupo de dispares personajes habrá un objetivo en común, conseguir el tridente de Poseidón, el cual cada uno desea para fines personales (romper la maldición que ata a su padre al hundido barco Holandés Errante, completar un mapa de estrellas que podría llevar a conocer quién fue su padre, o simplemente convertirse en el más poderoso del mar). En La venganza de Salazar hay un rejunte de tramas y peripecias, tal como la película de aventuras que es lo precisa. Y en algún momento ese barco se pierde un poco y se lo siente a la deriva, pero por suerte luego logra encontrar su rumbo. Los jóvenes Brenton Thwaites y Kaya Scodelaria le aportan mucha frescura al film, especialmente Scodelaria en esa especie de joven Elizabeth Swann, una mujer inteligente que nunca será una damisela en peligro esperando ser rescatada. Depp agrega una cuota de su excentricidad, pero muchas veces se lo siente un recurso agotado; muchas escenas apoyadas solamente en él, en la idea de ver a Depp como un pirata borracho, no causan mucho más que la sensación de repetición sin gracia, en cambio cuando el guión acompaña a su personaje y lo hace interactuar más con su entorno, éste sale mejor parado. Siempre es agradable ver a Geoffrey Rush y Javier Bardem entabla a un villano que cumple, aunque no llega a ser lo sumamente poderoso a nivel cinematográfico. Claro que está la ya conocida y promocionada participación de Paul McCartney, la cual convierte a Jack Sparrow en el pirata más cool del mundo, con un papá rolling stone y un tío beatle. No obstante, es más un gusto que se dieron (los productores y seguramente el propio Paul), ya que a nivel narrativo no aporta nada. La venganza de Salazar será especialmente disfrutada por aquellos a quienes les gustó la primera entrega (si les gustaron el resto, con más razón), y es a ellos a quien parece estar dirigida. Esto se ve más que nada en el último tercio, donde hay una sorpresa que le da mucho valor a todo el film. Y por último, recordar que después de los créditos siempre hay una escenita más, en este caso quizás una más importante que la de las películas anteriores porque podría estar indicando para dónde apuntará la saga en futuras entregas. La quinta parte de esta saga vuelve a poner en buen camino a los piratas, más allá de algunas falencias y sobrecargas narrativas y un Johnny Depp algo agotado. Piratas del Caribe: La venganza de Salazar es entretenida y con una dosis necesaria de emoción cerca del film que hará que valga cada centavo de la entrada.