Dirigida y protagonizada por Dominique Abel y Fiona Gordon, Perdidos en París es una singular comedia que cuenta además con una de las últimas interpretaciones de Emmanuelle Riva. Fiona es una introvertida canadiense que decide ir a visitar a su tía Martha a París sabiendo que ella se encuentra senil y sola, pero es también la oportunidad para conocer otro lugar, para convertirse en viajera. Dominique es un sin techo que vive y sobrevive como puede en las calles de París. Fiona llega a la ciudad de las luces encantada pero pronto se queda sin nada, al perder el equipaje con todo lo que traía. Dominique es quien encuentra su bolso y aprovecha su contenido. Hasta que el destino los cruza, una, dos, varias veces. El tercer eslabón protagónico es Martha -la tía de Fiona a quien visita pero no encuentra-, que huye de la gente que quiere encerrarla en un asilo. Entre los tres personajes se producirán los encuentros y desencuentros. Más allá de que la trama tiene mucho de comedia de enredos, lo más curioso del film radica en su envoltorio. La película se aleja de toda verosimilitud para entregar algo que es todo el tiempo exagerado, desbordante. Así se apela mucho al humor físico, tan propio del cine mudo. Y la inclusión del tango en muchas de esas escenas terminan de aportarle un sello muy particular. Sin embargo también desde lo visual la artificialidad se hace presente, pero de un modo muy artesanal. Tanto Abel como Gordon cumplen a la hora de interpretar a dos perdedores encantadores, dos desastres en el sentido más tierno y amable de la expresión. Pero también está ahí Emmanuelle Riva, divirtiéndose y llena de vida, acompañada en algún momento por la leyenda viva que es Pierre Richard. La película pone en foco la necesidad de perderse para encontrarse, con uno y con el otro. Porque también es una historia de amor entre dos personajes solitarios que provienen de distintos lugares y con disímiles vidas.
La memoria de los huesos, el documental de Facundo Beraudi, se centra en tres historias de búsquedas a partir de la ayuda de la antropología forense. Dos historias que suceden en Argentina, dos historias de desaparecidos en la época de la última dictadura cívico-militar. La tercera en El Salvador: una mujer que tuvo que enterrar a su madre de manera improvisada tras ser víctima de un ataque aéreo durante la guerra civil que aquejó a ese país (1980-1992). Cuerpos que, el paso del tiempo preservó como pudo y, hoy buscan, por fin, ser llevados a donde deben estar y pasar por la ceremonia de la sepultura que sus seres queridos hubiesen querido darles en su momento. Sin utilizar muchos recursos típicos del documental, con excepción de la voz en off que en ciertos momentos acentúa pensamientos e imágenes, el film sigue estas tres búsquedas, historias de reconstrucción, de un pasado doloroso y nunca terminado. Estas búsquedas están planteadas no sólo desde los familiares que todavía lidian con lo que no pueden entender, sino también desde el lado profesional, de los propios antropólogos que ayudan a cicatrizar heridas, cuyo trabajo es fundamental para aquellas personas que quedaron. Se percibe cierta distancia siempre en el film, una distancia necesaria y respetuosa. No hay un entrevistador, el director no aparece. Es simplemente la cámara siguiendo ciertos momentos de estos reencuentros dolorosos. Y pone en foco la silenciosa labor del EAAP (Equipo Argentino de Antropología Forense), imprescindible para que personas como estos tres protagonistas, que representan a tantas más, puedan en algún momento de su vida sanar ciertas heridas. Una búsqueda de años que por fin parece concluir.
La nueva película de Dominik Moll, Noticias de la familia Mars, es una extraña comedia de humor negro sobre un hombre de familia recién divorciado. François Damiens es Philippe, un hombre recientemente divorciado con un trabajo rutinario en informática. Su monótona existencia comienza de a poco a evaporarse. Porque al poco tiempo de modificarse su estado civil, en el trabajo lo cambian de puesto y le asignan como compañero a un excéntrico programador, Jerome (Vincent Macaigne). Mientras tanto, en su casa, sus hijos apenas lo escuchan y su ex mujer desaparece constantemente a causa de su trabajo como reportera, dejándolo al cuidado de los chicos. Un día, Jerome estalla en medio de una crisis neurótica y sin querer le arroja un hacha que le termina cortando una oreja. A partir de ese momento los sucesos seguirán tornándose cada vez más raros e impredecibles, especialmente cuando su agresor termina instalándose en su casa. La imposibilidad de Philippe de decir “no”, sumada a la relación que el huésped tendrá con sus hijos -aquella que él mismo ansía pero no logra conseguir- los lleva a vivir juntos más tiempo del que esperaban. Una de las formas que encuentra su protagonista de sobrellevar estas situaciones es a por medio de conversaciones que tiene con sus padres fallecidos a través de los sueños. El realismo mágico, con Philippe viéndose a sí mismo como un astronauta, se introduce a cuentagotas. En esa casa todo se convierte en caos. No obstante, al principio, los problemas no parecen ser tan graves: más que nada basados en el orden y la limpieza o en un hijo que quiere ser vegetariano, hasta que Jerome decide invitar a una joven de la cual cree estar enamorado, alguien que tiene una situación mental parecida a la suya. Todo esto de a poco va creciendo hasta llegar a situaciones extremas que los ponen en peligro. La vida de Philippe se siente desbordada y espera llegar a un punto límite, algo necesario, quizás para poder replantearse ciertas prioridades. Algo va a tener que estallar.
Es sabido y visto que los celulares (y otros dispositivos móviles) se han convertido en parte de uno. Esos pequeños aparatitos reflejan una sociedad marcada por la inmediatez, la conexión constante contrastada con la aislación que provocan, las falsas apariencias y al mismo tiempo la posibilidad de ser o decir lo que uno quiera, sin la necesidad de poner la cara o dar un nombre. Bueno, algo de eso hay en esta película italiana, dirigida por Paolo Genovese. En ella, un grupo de amigos y sus parejas se juntan a cenar, pero entonces surge la idea de jugar con los celulares: durante esa cena no habrá conversaciones anónimas ni confidenciales, cada llamada que suene será atendida y escuchada por todos, cada mensaje recibido será leído en voz alta. Así, lo que empieza como una distracción inocente va revelando todo un submundo de secretos. Hay mucho de teatral en esta película, pues se sucede casi exclusivamente durante esa noche, en ese comedor. La narración es coral, a medida que los mensajes y las llamadas se van sucediendo van reflejando las diferentes personalidades reunidas ahora bajo ese techo. Pero entonces surgen cosas inesperadas. Una persona que oculta hacer terapia, una infidelidad que es descubierta, un coqueteo, una relación homosexual oculta a aquellas personas que se suponen que son amigas. Se va desplegando todo un abanico de posibilidades, de los mayores miedos de aquellas personas –la mayoría, quiero creer- que no dejarían sumergirse en su celular a nadie. Genovese se pasea entre la comedia y el drama al mismo tiempo que sabe generar momentos de tensión. A medida que el tiempo va pasando, que la noche se va sucediendo, cada vez que suena o vibra un celular los rostros se ponen tensos y el silencio invade el ambiente. Así, cuando los conflictos van surgiendo, no todos son tan esperados y obvios como una infidelidad, sino que muchos tienen raíz en cuestiones cotidianas. ¿Qué pasaría si todo lo que tenemos en nuestros celulares dejara de ser privado? ¿Hasta qué punto confiamos en nuestros amigos o parejas? Una premisa tan simple como espeluznante es lo que sirve para contar una historia, a la vez compuesta de muchas otras historias, y temáticas como las relaciones de pareja, las amistades, vínculos familiares, sexo, trabajo, frustraciones… El guión, escrito por el director y cuatro personas más, bucea con inteligencia y ritmo entre estos submundos y logra desarrollar personajes bidimensionales sin descuidar a ninguno de ellos. Así, Perfectos desconocidos se torna entretenida y atrapante y al mismo tiempo deja muchas cosas dándole vuelta a uno en la cabeza.
Parir, el nuevo documental de Florencia Mujica, indaga en el mundo de la obstetricia en nuestro país. Hay más de una forma de parir pero los médicos, últimamente, desestiman lo natural para dar lugar a la cesárea, apoyándose en su propio beneficio, en estadísticas que afirman seguridad y en el acortamiento de los tiempos. Florencia Mujica expone en su documental historias de mujeres que quieren poder elegir cómo tener a sus hijos y, sin embargo, terminan siendo obligadas a adaptarse a las comodidades de los médicos. La directora entra en la vida de estas mujeres, a las que eligió como protagonistas, y se inmiscuye en el mundo de su maternidad con sensibilidad e interés pero a la hora de adentrarse en los procedimientos no teme ser más cruda. Sangre, agujas, forcejeos varios y un trato que, como el resto de las cosas, a las mujeres les resulta muy violento. Una violencia que muchas veces naturalizan y, por lo tanto, de la cual no se habla. Si bien se eligieron a tres mujeres que provienen de diferentes lugares y realidades económicas, todas tienen en común el deseo de tener a sus hijos del modo más natural posible. El film no expone el punto de vista de quien, quizás, no quiere o tiene miedo de pasar por una situación que, por más natural que sea, conlleva mucho dolor y esfuerzo físico, de quien genuinamente quizás prefiera la cesárea. También es cierto que más allá de una ley de Parto Humanizado -que habla de un parto respetuoso de los tiempos biológicos y psicológicos, evitando prácticas invasivas y suministro de medicación que no estén justificados-, ésta no siempre se cumple y muchas veces no interesa qué es lo que la mujer elige. El documental cuenta con testimonios no sólo de sus protagonistas, sino también de médicos y enfermeras. No obstante aquello que proviene del médico (hombre) suena a veces demasiado científico y poco sensible.
Después de ocho años Julia Solomonoff estrena su nueva película Nadie nos mira, con protagónico de Guillermo Pfening. Nico es un actor que supo desempeñarse como tal y logró cierto éxito a través de una serie televisiva. Pero tras una fallida relación con Martín, su productor, un hombre casado al que parece que nunca iba a poder dejar, viaja a Nueva York apoyado en un proyecto cinematográfico que no hace más que demorarse continuamente. Mientras tanto, en la Gran Manzana, Nico deambula entre trabajos que nada tienen que ver con lo actoral. El acento incorrecto, la apariencia inadecuada, hacen que Nico no logre pasar ningún casting, no es la imagen del latino que siempre tienen en la cabeza los productores. Guillermo Pfening es quien lleva adelante todo el film, no hay una escena en la que no aparezca. Con su Nico viajando miles de kilómetros para escaparse de sí mismo y de una relación patológica, cuando en realidad al irse así uno no hace más que cargar con la mochila encima. Nueva York y sus millones de habitantes y transeúntes le resultan una ciudad algo hostil pero al mismo tiempo el mejor lugar para pasar desapercibido, para fingir ser alguien que no es, esconder los fracasos que no quiere reconocer. Nico se crea una imagen de sí mismo: la de un actor que logró desenvolverse como para armar una vida y asentarse en Nueva York, cuando en realidad está de ilegal porque contaba con que la película que no se realiza lo ayudara con los papeles. Ante sus amigos, conocidos, e incluso su madre, Nico se muestra despreocupado y esconde su verdadera situación. Por las noches, se deja ir y perderse en boliches gays y relaciones de una noche. Mientras tanto, el fantasma de aquel hombre al que parece haber dejado pero en realidad del cual se escapó, deambula a su alrededor. Nadie nos mira es una película pequeña y al mismo tiempo enorme. En las casi dos horas de duración, Solomonoff desarrolla el relato de un personaje que parece dar constantes vueltas sobre sí mismo para, en algún momento, encerrarse. Porque, a la larga, un viaje, la distancia, no hacen más que acercarnos a nosotros mismos y llegará ese tiempo en que Nico ya no va a poder seguir ocultando o disfrazando su realidad para con los demás.
Dirigida por Paddy Breathnach, Viva es la película que Irlanda envió a los Oscars para que la representaran. Aunque Viva sucede en Cuba, y por lo tanto está enteramente hablada en español. Ambientada en La Habana, la ciudad que vemos está a simple vista menos presente de lo que uno supondría. En realidad lo que no hay son postales, sino que lo que hace Breathnach junto a los personajes, es introducirse en el medio de esa Habana, de una manera natural y al mismo tiempo profunda. No vemos a La Habana que esperábamos ver, pero ella está muy presente. A quien sí vemos es a Jesús, un joven de unos dieciocho años que trabaja como peluquero, con los clientes que consigue: una vecina mayor que le paga como y cuando puede, y un grupo de drag queens de un local nocturno donde brindan shows musicales haciendo playback. Un día Jesús se anima a probarse él mismo como una más y brinda un show imperfecto y al mismo tiempo magnético, hasta que termina mal porque su padre lo ve y no va a aceptar que su hijo se vista como mujer. El padre que regresa es uno de los varios tópicos del film. Un hombre que estuvo largos años ausente a causa de la prisión y que hoy regresa y quiere imponer su calidad de jefe de familia. Un ex boxeador alcohólico y acusado de asesinato, el verdadero dueño del departamento donde vive Jesús, lo que lo lleva a convivir obligado con él. De a pocos tienen que aprender a entenderse y aceptarse si desean mantener vivo el lazo sanguíneo que los une. Segundas oportunidades, la búsqueda de identidad sexual en medio de una sociedad machista, la prostitución incluso, son algunos de los temas que el film va desplegando, algunos con mayor profundidad que otros. En el medio, la vida que Jesús siente cuando se sube al escenario, cuando se transforma en Viva. Aunque por momentos es algo predecible, Viva es un relato atractivo y bien contado, una película llena de vida, con una hermosa fotografía y la música de clásicos latinos que imprimen de melancolía el film. A la larga es la historia de personas solas que terminan encontrándose primero a ellos mismos, para luego poder encontrarse en alguien más.
Este documental dirigido por Diego Marcone se llevó dos premios en la edición del BAFICI 2016. Una mención especial de la Competencia Argentina de la que formó parte, y el otro que entrega n los editores, SAE-EDA. La ópera prima de Marcone es un documental sobre un grupo de jóvenes tareferos (cosechadores de yerba mate) que trabajan en Misiones. Viven y sobreviven gracias a ese trabajo, entre la explotación y la marginación, y muchos jóvenes que van heredando el oficio terminan abandonando la posibilidad de otra vida afuera, los estudios y los sueños. Es en ellos adolescentes provincianos donde decide enfocarse principalmente su director. Jóvenes laburantes capaces de cargar cientos de kilos en sus espaldas, que también se divierten con música y alcohol, y que cuestionan las posibilidades de un futuro distinto. Es que un futuro distinto también los aleja un poco de sus familias, todas radicadas en esos barrios humildes de Misiones mientras para estudiar tienen que irse a Iguazú como cerca. Marcone los sigue, observa su modo de vida sin necesidad de exponer una denuncia o mensaje. La idea es mostrar una realidad que hable por sí sola, aunque en algún momento sale el tema de comparación entre lo que le pagan a ellos y el precio al que luego venden la yerba mate, por ejemplo. La cinta está compuesta de varias pequeñas historias que se van mostrando el director logra sumergirse en la intimidad de esas familias tarefera a través de diferentes momentos del día. El que está empezando y aprendiendo, el que conoce el oficio gracias a sus padres, el que pretende soñar con un futuro distinto y estudia para poder irse, el que se resignó a perder esa oportunidad pero todavía lo lamenta. Así, el logro principal de Marcone con Raídos es el de acompañar y mostrarnos la cotidianeidad de estas personas desde un lado humano. Un retrato interesante y honesto, con la naturaleza como escenario principal, y todo lo imponente que ésta puede resultar ante el hombre.
Maximiliano Pelosi dirige Mariel espera, con protagónico de Juana Viale, un drama sobre el mundo femenino, sus complejidades y contradicciones. Mariel anda por los treinta años, en pareja consolidada, a punto de comprar su primera propiedad y esperando su primer hijo. Con un trabajo que todavía no le permitió crecer lo suficiente pero al mismo tiempo la encuentra en una zona donde se siente a gusto, su vida parece de a poco darle todo lo esperado. No obstante, una visita al médico le confirma lo peor: perdió el embarazo, la vida dentro suyo se extinguió, pero aún tiene que esperar a que el embrión se vaya solo, salga, se expulse. Mariel, en la piel de Juana Viale en su primer protagónico para el cine, tiene que intentar seguir su vida de manera normal, pero con algo muerto dentro suyo. El dolor que siente, la impotencia ante lo sucedido, el miedo de que eso marque su futuro, todo intenta contenerlo. No es que Mariel simule llevar una vida normal con éxito, ocultando el destino trágico del embarazo y teniendo que soportar los comentarios bienintencionados de quienes creen que se encuentra en la dulce espera. A Mariel se la ve perdida, apagada, distraída. Hay cierta frialdad en la interpretación de Viale que le termina jugando a favor y contrasta con la calidez que irradian otros personajes secundarios que la rodean: como el de Diego Gentile en el papel de su incondicional pareja y el de Graciela Alfano, como la coleccionista de arte para quien tiene que iluminar su casa. Pelosi (el director de Una familia gay y Las chicas del tercero) narra esta historia principalmente en interiores amplios y luminosos, con un fuerte predominio de los colores claros. La iluminación es algo más que el trabajo de Mariel. Mientras siente que su vida toma un rumbo muy oscuro y difuso (aquel departamento que antes la había cautivado ahora la aterra), incapaz de dar a luz, todo a su alrededor se ve insoportablemente iluminado. A su alrededor, se despliegan otros personajes y pequeñas historias: lo competitivo en su lugar de trabajo, con un compañero que la banca hasta que le conviene y una jefa exigente y algo envidiosa; la madre que está más inmiscuida de lo que su hija quisiera; el marido devoto que al mismo tiempo no puede salirse del sendero pautado por la mayoría; las amistades en las que de repente dejamos de vernos reflejados. El mundo de Mariel es complejo y contradictorio. Y Pelosi lo pone en foco a través de un relato doloroso y profundo, con una mujer que tiene que andar por la vida con algo muerto en su interior, porque la medicina no le da una solución más rápida. La espera de Mariel es así: lenta y penosa.
La realizadora Nicole Garcia relata en Un momento de amor una historia enfocada en una mujer francesa durante los años 50 y sus ilusiones de una vida diferente. Nicole Garcia dirige la adaptación de la novela Mal de Pierres (título original del film) con el protagónico imprescindible de Marion Cotillard. La actriz interpreta con una dosis justa de fragilidad y seguridad combinadas a una joven distinta al resto, o a lo que el resto espera de ella. En la década del 50 ella se muestra libre e impulsiva. Hasta que su madre encuentra como solución casarla con un catalán, matrimonio en el que ella seguirá firme en su posición indomable. Cuando una enfermedad la lleva a instalarse en una casa de rehabilitación, conoce a un teniente, interpretado por Louis Garrel, del cual se enamora y deposita en él sus fantasías y deseos de una vida diferente, más emocionante. Es a partir de este momento que la película se torna más interesante, dejando atrás solamente a un personaje inestable y eufórico para vislumbrar la idea de un amor prohibido. Así, la película va retratando diferentes momentos en la vida de Gabrielle, este personaje femenino que se guía antes que nada por lo que siente. Cotillard es el alma de la película, vemos y sentimos todo a través de ella. La actriz transita los diferentes estadíos de sus personajes de manera siempre convincente. Su interpretación es por momentos muy visceral, pero lo cierto es que es capaz de transmitir mucho desde su cuerpo pero a veces también sólo desde una mirada, desde unos ojos que se tornan lagrimosos y unos labios que hacen fuerza para mantenerse quietos. Así es su personaje, alguien que no siempre logra controlar ese cúmulo de emociones que lleva dentro. Es también imprescindible la participación de Álex Brendemühl, quien interpreta a ese marido que, aún conociéndola en todas sus formas, acompaña e intenta darle la mejor vida que puede a esa mujer que tiene a su lado.