El director de Paradise Now y Omar retrata en El ídolo la historia del segundo ganador del concurso para cantantes Arab Idol. El ídolo, de Hany Abu-Assad, está claramente dividida en dos. Durante la primera parte se retrata la infancia de Mohammad Assaf, sus intentos por tener una banda junto a sus hermanos y amigos, y un poco de lo que es la vida palestina. Una tragedia marca el antes y el después en su vida y en la película. Es recién después de la mitad del largometraje que el film se mete de lleno en lo que concierne al famoso concurso de TV (el equivalente a American Idol), diez años después de aquellos momentos. En esta película, el director nos entrega un relato bastante más amable y optimista que algunas de sus películas anteriores. De hecho, el relato es bastante convencional. Una historia de lucha y adversidades que termina en ese final que parecía tan improbable para su protagonista, pero que a la larga nosotros ya conocíamos. Sin dudas es en el primer tramo del film donde logra sus mejores momentos. La complicidad entre los chicos, sus ganas incansables de hacer música aún a base de instrumentos maltrechos y shows en casamientos, y esos atisbos de humor que nacen de la espontaneidad que fluye de esos personajes. Además es el personaje de la hermana quien se roba cada escena. Después, el film termina apostando a lo seguro, a escenas emotivas e inspiradoras que al mismo tiempo se sienten algo forzadas. De todos modos en la película está también la idea de mostrar otra Palestina. Si bien se ve cómo se vive, hay otra cara. Una Palestina que esta vez llega a las noticias por algo bueno y alegre, y no las noticias terribles del día a día. De este optimismo está plagado, más allá de algunos golpes bajos y lugares comunes, el film. A la larga, la historia de El ídolo es aquella que nos han contado muchas veces. Con lucha y perseverancia los sueños se cumplen, no importa quién seas ni de dónde vengas. Despareja, con una primera mitad más interesante a nivel retrato de una sociedad, se convierte rápidamente en una película del montón.
El documental de Paz Encina refleja el tema de la Dictadura que azotó a su país, Paraguay, la Dictadura más larga de Latinoamérica, a través de las palabras de la viuda y los hijos de Agustín Goiburú, un miembro del Partido Colorado, el mayor opositor del dictador Stroessner. Exiliado en la Argentina, más específicamente en Paraná, luego fue desaparecido en 1976. La reconstrucción de esta época está realizada a través de las voces en off (los testimonios no tienen rostros), que se conectan y cruzan en algunos momentos, e imágenes, algunas de archivo como fotos y documentos (la directora tuvo acceso a los llamados Archivos del Terror), y otras de locaciones, algunos de lugares donde vivieron sus protagonistas que se mudaron más de una decena de veces, intercaladas con algunas de niños en el bosque, en general con una fotografía muy estática y cuidada, que acompañan momentos varios de silencios. La narración que fluye de manera lenta y distante y la falta de ritmo terminan haciendo de la película una experiencia menos interesante que la historia que tiene para contar si bien apela a un tono poético y a veces metafórico y éste lo consigue. Una película en la que el silencio termina siendo el sonido más potente y evocador del relato, la ausencia representada en una forma abstracta. El film tuvo su estreno mundial en el Festival de San Sebastián, sin embargo le costó mucho poder ser estrenado en su país, un lugar donde no hay industria cinematográfica y donde no se habla demasiado de su historia política. Ejercicios de memoria sirve como acercamiento a la historia de un país a la que muchas veces no tenemos acceso, pero al mismo tiempo nos relatan algo que nos resulta familiar y cercano. La historia de una represión y la historia de un duelo. Dura y necesaria.
Zach Braff vuelve a ponerse tras las cámaras, esta vez para la remake de aquella película de 1979, en Un golpe con estilo. Si bien Zach Braff en su ópera prima logró sorprender con una pequeña y encantadora película que además protagonizaba (Garden State), lo cierto es que su carrera como realizador no parecía prometer mucho más después de su segundo film, algo más pretencioso y forzado como lo fue la inédita aquí Wish I was here. Este tercer largometraje Un golpe con estilo es la primera película que no escribe, remake del homónimo film de 1979. Quien se encarga de adaptar el guión es Theodore Melfi, el mismo de St. Vincent y Talentos ocultos. Alan Arkin, Michael Caine y Morgan Freeman son los tres protagonistas, actores de renombrada y larga trayectoria, que aquí interpretan a tres amigos en el ocaso de su vida, cansados de que tras tantos años de trabajo no puedan siquiera permitirse el lujo de pedir una porción de torta como postre. Cuando uno de ellos se ve inmerso dentro de un asalto a un banco que amenaza con quitarle la casa que comparte con su hija y nieta, no puede sacarse de la cabeza esa idea, esas imágenes. Y después de que el mundo terminara de complotarse contra él, y la empresa a la que le ha dedicado toda su vidas cambie de dueños y pierda la pensión, tiene la confianza de que robar un banco no puede ser tan difícil, si él vio cómo los ladrones lograron salir impunes con millones de dólares. Podrían ser ellos, podrían aunque sea en el último tramo de sus vidas vivir tranquilos junto a sus seres queridos sin más preocupaciones. Mientras en la película original su principal motivación era el aburrimiento de sus monótonas vidas, acá ellos en serio quieren una vida mejor y sienten que se lo merecen. No todo es dinero, claro. El film se ocupa de delinear tres personalidades y modos de vivir distintos. El abuelo presente, el que no lo es porque la distancia se lo impide y el eterno soltero que se niega a conocer a una mujer por miedo a mantener una relación. El que está dispuesto a luchar por lo que es justo, el que es más centrado y el malhumorado que sólo piensa en la muerte que no le llega. Un golpe con estilo tiene una apariencia anticuada desde el vamos. La banda sonora jazzera no provoca el mismo efecto que en las aún vigentes películas de Woody Allen sino que, junto a un humor que atrasa, tiñe al film de algo añejo y poco inspirado. El principal atractivo radica en la química que irradian los tres actores, cuya amistad tornan siempre creíble. En cuanto a la trama principal -el robo del banco-, el guión es muy simple a la hora de resolver cada conflicto que aparece, restándole mucha verosimilitud. Más allá de estar ante una simple comedia, lo más importante termina sucediendo rápido y sin demasiada emoción. Las participaciones de Christopher Lloyd y Kenan Thompson generan simpatía, mientras que Matt Dillon aporta tan poco como su personaje: el detective que no se parece en nada a los de Law & Order a la hora de buscar delincuentes. Y Ann-Margret, además de interpretar a una mujer sexy y segura de sí misma, comparte una escena de karaoke junto a Arkin.
Cuando, hace millones y millones de años, Zordon frustra los planes de Rita Repulsa para destruir la Tierra, entierra cinco monedas para que, cuando llegue el momento, las personas indicadas las encuentren y obtengan su poder. En la actualidad, nos encontramos con un grupo de adolescentes que, a lo The Breakfast Club, se encuentran reunidos en detención por mala conducta. Cada uno tiene sus problemas producto de aquella época caótica de nuestras vidas, que generalmente van por el lado de la identidad, de descubrir quiénes somos y qué queremos. Jason es un deportista frustrado que además lidia con la constante presión de su padre, y sólo encuentra la forma de escaparse a través de los líos en los que se mete, incluyendo un terrible accidente automovilístico. Kimberly supo ser una chica popular pero ahora es odiada por quienes consideraba sus amigas a causa de unas fotos difundidas por la red. Billy es autista (aunque sorprendentemente habla demasiado y se lo ve bastante más extrovertido de lo que uno esperaría) y el único modo que encuentra de conectarse con su padre muerto es a través de excavaciones que él realizaba. Los tres se encuentran en el mismo lugar que otros dos adolescentes, Zach y Trini (personajes desarrollados en menor medida, lo cual indica que hay material guardado para posible secuela), cuando aparecen cinco extrañas monedas, de cinco colores diferentes, y de las cuales se apoderan. A partir de ese momento se sentirán distintos, más fuertes, hasta que son transportados a una especie de nave y un robot llamado Alpha 5 (acá con la voz de Bill Hader) les presenta a Zordon (Bryan Cranston) y su destino: salvar el planeta de un nuevo intento de Rita (una Elizabeth Banks absolutamente hipnotizante, muy diferente a la Repulsa que teníamos presente). Sin dudas, la película de los Power Rangers es un film adolescente sobre superhéroes. Está dirigido a ese público pero también al que, ya siendo un poco mayor, supo pasarse las tardes viendo la serie televisiva. Hay un balance bastante justo, la película es divertida y presenta temáticas muy propias de la adolescencia además de escenas de acción, y al mismo tiempo es nostálgica y mantiene cierta esencia, con algunas sorpresitas de las cuales vamos a estar muy agradecidos. A nivel dirección, Dean Israelite (Project Almanac) entrega ya desde el comienzo unas escenas que sorprenden, como aquel extraño y fascinante plano secuencia del accidente automovilístico de una de las primeras escenas del film. A la hora de la acción, se torna más esquemático pero cumple. Los cinco desconocidos protagonistas adolescentes entregan buenas performances, sin lucirse uno por encima del otro. Quien roba cámaras es Elizabeth Banks cada vez que aparece en escena. En cuanto a nivel narrativo, el film se toma demasiado tiempo en presentar situaciones y personajes, y la acción más interesante (aquella que todo fanático de la serie aguarda con ansias) se sucede recién cerca del último tercio. Por último, cabe resaltar que hay una escena después de los créditos y parece funcionar como adelanto de lo que, seguramente, vendrá en futuras películas. ¡Go, go, Power Rangers!
El director de Naturaleza muerta, Gabriel Grieco, regresa con Hipersomnia: un thriller de terror que se adentra en el tema de la trata de personas. Gabriel Grieco presenta a Hipersomnia con aires a Suspiria y El Cisne Negro. Su protagonista es una joven aspirante a actriz que busca el papel que logre lanzarla en su carrera y así se cruza con un director de teatro que le propone eso que ella desea, pero sólo si se muestra capaz de empujar sus límites. Así, Milena comienza a obsesionarse con conseguir este papel y, luego mantenerlo, va dejando de lado la relación con su novio. Pero el verdadero punto de quiebre será cuando en determinados momentos, que en principio parecen estar relacionados con la obra y luego se presentan de manera más aleatoria, se transporte a otro escenario, a otra vida, a otro personaje igual a ella. “Todos queremos ser otro por un rato”, la actriz que se transforma en su personaje en el escenario y la víctima de trata que sólo desea escapar y poder volver con su familia. Acá entra en juego Yamila Saud interpretando a dos personajes distintos, pues en esta otra versión es una joven víctima de la trata que se encuentra encerrada vaya uno a saber dónde junto a otras chicas con ese mismo cruel destino. Grieco va y viene entre estas dos ¿realidades? ¿una real y otra fantasía? ¿realidades paralelas o alguna alucinación? y de a poco lo que comenzaba como un predecible thriller va transformándose, hasta terminar de revelar lo que sucede realmente al mismo tiempo que lo hace su protagonista, que cada vez entiende menos qué es lo que la transporta a ese “estar en otro lado”. El reparto cuenta con figuras tan disímiles y llamativas como lo son Peter Lanzani, Jimena Barón, Candela Vetrano, Sofia Gala, Gerardo Romano, Nazareno Casero y hasta Fabiana Cantilo -quien además canta la canción con la que termina el film, que es una versión de un tema de Airbag (cuyo video dirigió también Grieco)-. Aún así de extraño como suena el elenco, en general, lo cierto es que funciona bastante bien, siendo claramente su protagonista la que tiene el mayor desafío. No conviene adelantar sobre las mejores revelaciones de la película pero sí es cierto que Grieco conoce el género y esta vez va transitando diferentes etapas (comienza pareciéndose a algunas películas que ya vimos para luego se volverse otra totalmente distinta, como algunas de Robert Rodriguez por decir algo) a través de una cinematografía muy cuidada. De hecho, toda la factura técnica es impecable. Grieco se introduce así en una difícil temática -la de la trata de personas-, desde un lado inesperado y sin lugares comunes. Hay escenas de gore, no aptas para impresionables, pero también una necesidad de mostrar una realidad que puede ser mucho más monstruosa que la ficción.
Confieso que por mi edad, sólo tenía conocimiento de la serie Chips gracias a Sabrina, la bruja adolescente, donde las tías que amaban a Erik Estrada lo hacían aparecer cada dos por tres. Así que me dispongo a hablar de la película por sí sola, como considero que debería ser en la mayoría de sus veces. En esta ocasión, Michael Peña interpreta a un agente del FBI al que le asignan una nueva identidad como patrullero de Los Angeles, la de un tal Poncherello. Y le asignan como compañero a un novato viejo, un hombre que en su afán ciego por querer recuperar su matrimonio llega a la conclusión de que ser policía va a hacer que su mujer/ex mujer (una transición que no entienden los dos del mismo modo) vuelva a quererlo. Quien interpreta a este otro personaje, Joe, es Dax Shepard, quien además dirige y escribe la película (aunque no lo crean, es su tercer largometraje). Su objeto de deseo, en la pantalla además de en la vida real, es Kristen Bell. Como clásica buddy movie, ambos personajes son muy distintos entre sí pero a medida que la acción y los obstáculos se vayan sucediendo, notarán que se complementan y terminarán sorteando toda diferencia. Uno como un adicto al sexo que no puede parar de mirar mujeres, y metódico en su trabajo; el otro con múltiples cirugías en su cuerpo a causa de un pasado lleno de adrenalina, desordenado con sus horarios y adicto a los analgésicos, y todavía enamorado de una mujer que pasó hoja y ya no muestra ni un poco de cariño hacia él. Lo que los junta es una investigación sobre una serie de robos a camiones blindados, que sugiere tener un cómplice dentro de su propia patrulla. Con una historia tan trillada y predecible, una película como Chips debería valerse de algo más. En este caso las opciones que tenía podían ser varias: la nostalgia, las actuaciones y química entre sus protagonistas, y/o el humor. Lo cierto es que nada funciona del todo. Michael Peña es un actor sumamente carismático y lo ha podido demostrar en varias películas desde personajes secundarios (uno de los ejemplos más recientes es Ant-man, donde se roba cada escena en la que aparece), no obstante este protagónico no le termina de sentar. Junto a Dax Shepard apenas logran alguna que otra escena divertida, pero en general el humor fácil al que se apuesta les juega en contra. Sí habrá alguna sorpresita para los fanáticos de la serie, pero incluso se la siente forzada. La dirección es otro punto para discutir. En una película de acción se esperan secuencias rápidas, un montaje vertiginoso, no obstante acá se lo siente muchas veces desprolijo, saltando de escena a escena muchas veces sin demasiada coherencia entre ellas. Así, Chips termina resultando una película fallida, que ni siquiera es tan graciosa ni entretenida como para considerarla pasatista. Los fanáticos de la serie sabrán mejor que yo si algo de su esencia se encuentra allí.
La Bella y la Bestia, la clásica película de Disney, cobra vida en esta versión dirigida por Bill Condon y protagonizada por Emma Watson. La historia es conocida, tan antigua como el tiempo. Un príncipe egoísta es castigado con una maldición que lo convierte en una bestia, de la cual sólo podrá ser librado cuando alguien aprenda a amarlo como es. Mientras esta maldición lo aísla del resto del mundo, en una aldea cercana una joven se siente distinta a la gente de su pueblo. Mientras las chicas de su edad buscan esposo, ella mete su nariz en libros. Pero pronto el destino los termina juntando bajo los techos de ese castillo y así van transitando diferentes estados: desde el rechazo hasta el cariño que luego se profesan. En el medio, objetos también víctimas de esta maldición que se tornan parlantes, un pretendiente para Bella, de personalidad tosca, enceguecido por el deseo hacia ella y un pueblo que termina convirtiéndose en enemigo. Emma Watson supo convertirse en toda una referente para muchas jóvenes, no sólo a través de su papel más famoso: el de Hermione (en la saga de Harry Potter), sino por ella misma, ya que utilizó muchas veces su status de celebridad para alzar la voz sobre temas que le preocupan. En este caso su Bella es mucho más activa que aquella de la versión animada. Por ejemplo: mientras disfruta leer también se permite enseñarles a algunas niñas a hacerlo. Esto, claro, hasta que el pueblo se le ponga en contra, el pueblo que espera de ella lo que de toda mujer allí: que se convierta en esposa y madre, como único destino posible. Dan Stevens es un actor que, sin haber logrado aún la notoriedad de su compañera, supo posicionarse como alguien talentoso y versátil, tras interpretaciones destacables en productos tan disímiles como la película The Guest o la serie de televisión Downton Abbey. En este caso, aunque se encuentra bajo mucho maquillaje -además de lucir exactamente igual al príncipe de la versión animada-, su Bestia, acá sí con una apariencia distinta, con algo del de la versión de la película de Cocteau, desprende mucha humanidad, aunque a veces sólo sea a través de sus ojos azules. La Bella y la Bestia es, como casi todas las películas de Disney, un musical. Así, canciones en su mayoría conocidas, con algunas nuevas incorporaciones, se combinan con coreografías y puestas en escena con mucho hincapié en el arte. La icónica escena de la canción “Be your guest” (aquella protagonizada por los elementos que le cantan y le brindan la cena a una Bella todavía no del todo acostumbrada a esta nueva y peculiar situación), también dice presente y sorprende por la calidad. Aunque no es la única donde se logra que ciertos objetos cobren vida, sino que cerca del final hay una escena protagonizada por muchos de ellos que desprende mucha humanidad. Esto es gracias al buen uso de los efectos especiales pero también a un guion que supo darles mucha dimensión a los personajes secundarios (y por supuesto las voces de actores como Ewan McGregor, Ian McKellen, Emma Thompson y Stanley Tucci, entre otros, brindan su aporte). Los personajes secundarios justamente son de lo mejor que logra este guión escrito por Stephen Chbosky (Las ventajas de ser invisible) y Evan Spiliotopoulos (El cazador y la reina de hielo), ya que le brindan mucho color y corazón al mismo tiempo. En cuanto a los roles principales, la química entre Watson y Stevens no es de lo mejor pero logran complementarse lo suficiente como para convencernos de que son la Bella y la Bestia. Y es que el guion también se encarga de agregarles a ambos un mayor trasfondo, para entender mejor de dónde vienen. En cambio, Luke Evans y Josh Gad como Gastón y LeFou consiguen ser una de las duplas más interesantes. El primero está fantástico como Gastón, siendo divertido y tonto y luego enceguecido y odiable; Gad como LeFou, además de ser el primer personaje abiertamente gay de Disney (una de las muestras de que la diversidad comienza a ser parte de este universo), es uno de los que mejor presenta su arco de trasformación. Jacqueline Durran (Anna Karenina, Orgullo y prejuicio) es la encargada del vestuario y presenta a una Bella que le rinde homenaje a su versión animada pero al mismo tiempo la muestra de una manera más cómoda, para que su ropa pueda ser no sólo estética sino también funcional, aunque la decisión de quitarle el corset se le debe a la actriz, en su afán de que su Bella sea más una heroína que una princesa, no una simple víctima del síndrome de Estocolmo. El gran diseño de producción también se destaca, muchas veces pecando de hacer del escenario un protagonista mayor. Una película que apuesta a lo seguro, a homenajear. Quizás un poco más de riesgo podría haberla llevado por un lado algo más oscuro e intrincado, algo que se acerque un poco a la versión que dirigió Christophe Gans con Lea Seydoux y Vincent Cassel como protagonistas. No obstante funciona y eso es lo que importa.
Con Días de vinilo, Gabriel Nesci demostró que además de la televisión (Todos contra Juan), el cine le sentaba muy bien. En Casi leyendas confirma y reafirma su capacidad para contar historias que emocionan y divierten, al mismo tiempo que se las siente muy cercanas. En Casi leyendas, Nesci repite temáticas: la amistad masculina, la nostalgia, el amor por la música, la dificultad para afrontar la adultez, los sueños postergados y la relación que uno arma con el pasado. Axel es un español que pasa el día de su cumpleaños solo, no lo reconocen en el lugar de trabajo que mantiene desde hace años, no tiene amigos y su único familiar, su padre, está internado en un asilo donde intenta entablar, a la fuerza, una amistad con el cuidador. Su vida rutinaria no lo conforma pero no siente que tenga que hacer algo para cambiarlo hasta que el pasado golpea a su puerta. De repente, su única salida es la posibilidad de reunirse con la banda de rock que tenía de joven y participar de un concurso que podría volver a ponerlos en escena. Para eso, vuelve a Buenos Aires y decide reunir a sus otros dos compañeros, ya alejados entre sí, con vidas distintas. Si a Axel no le termina costando tanto, más allá de las primeras negaciones, juntarlos y convencerlos de revivir ese pasado que parecía tan pisado, es porque ninguno de los otros dos se encuentran con una vida armada y resuelta, sino que ambos pasan por momentos difíciles. A Javier (Diego Peretti) se le acaba de morir la mujer y tiene un hijo al que no entiende, quizás porque no lo escucha ni ve demasiado, y a quien apenas puede cuidar si no puede cuidarse él mismo. Lucas (Diego Torres), un abogado corrupto, arrogante y mujeriego, de repente ve su vida y su carrera caerse en pedazos por medio de una traición en su lugar de trabajo que lo complica y podría llevarlo a la cárcel, al mismo tiempo que su mujer sigue insistiendo para que le firme el divorcio al que se niega pero que no le impide estar con cuanta mujer joven y atractiva se cruce en su camino. Reunir Auto Reverse (esta banda ficticia) es también reunirse con un pasado, con mujeres que quedaron en el camino, con sueños frustrados pero también con esa amistad que en principio parece forzada y sin otra razón que ser que el buen funcionamiento como grupo, pero sobre todo con el amor por la música. Mientras Axel es el motor del film y de la banda, el profesor deprimido al que interpreta Peretti de repente se encuentra con una razón de ser, cambia su actitud y entonces cambia el modo que alumnos y compañeros, y eventualmente su hijo, espera, tienen de él, y Lucas ve parte de quien fue reflejado en los ojos de una joven que de niña supo ser su más grande fan. Como en Días de vinilo, Nesci se nutre mucho del cine norteamericano que le gusta y las referencias son muchas, además de una banda sonora que hasta se permite tener un par de temas mundialmente conocidos. No obstante, que logre alejarse del cine costumbrista que identifica a nuestro cine no impide que uno lo sienta cercano, porque a la larga son todas temáticas universales. Del trío protagonista quien mejor destaca es sin dudas Santiago Segura, con una faceta alejada de las películas que lo hicieron conocido, además de ser el personaje que mejor definido tiene su arco dramático y sus matices. Además de estos tres personajes con los que en una primera instancia cuesta empatizar hasta que se van revelando como lo que son realmente, el film está nutrido de coloridos secundarios, algunos aportando más al guión que otros. Divertida, conmovedora, nostálgica, Casi leyendas es una agradable comedia que se queda con uno. La banda sonora, además de algunos temas pre existentes, cuenta con las canciones escritas y compuestas por el propio director, y hacen de Auto Reverse una de esas bandas que uno desearía que fuesen reales.
En la última película de los hermanos Dardenne, Adèle Haenel es una joven doctora que un día no atiende un timbrazo a causa de ser en un horario en el que se supondría ya terminaría de trabajar. Cuando se entera que quien le tocó el timbre había sido una joven que luego aparece muerta, no puede quitarse la idea de la cabeza. Si hubiese atendido… la importancia de una decisión a simple vista tan trivial. Si bien hay un detective que trabajará en el caso, ella se obsesiona con saber al menos cómo se llama, para no ser enterrada sin nombre, sin la posibilidad de que en algún momento la familia la encuentre. Y es así que ella, a su manera, comienza a hacer el trabajo del detective, al mismo tiempo que no deja su ajetreada labor como doctora, campo donde es reconocida por cada paciente que es atendido por ella. Con un guión a simple vista simple pero efectivo, los Dardennes siguen poniendo en foco el tema de las clases sociales. Más allá de estar narrada y actuada siempre de un modo muy natural, el film no puede evitar caer en algunas situaciones un poco forzadas que contrarrestan con el tono realista con el que los Dardennes imprimen su filmografía. Además de la línea argumental principal, la búsqueda de identidad de esta persona, se van desarrollando los diferentes tipos de relacionarse que la protagonista tiene con el resto de las personas. Cálida y eficiente con sus pacientes, fría y dura con el estudiante hasta que se da cuenta de la importancia que ese trato puede generar en el futuro de este joven. Pero por otro lado, es una persona muy sola. Vive sola, no sabemos ni la vemos con amigos ni familia, aun así se la percibe siempre muy humana. Más allá de su trama de thriller, el film navega más por el lado del drama. No hay mucha tensión ni suspenso, sino más bien un retrato social enmarcado por la investigación que la protagonista realiza. Con un desarrollo interesante, La chica desconocida termina quedando deslucida en su tramo final, en una resolución forzada y apática. Funciona como drama social, pero en un relato donde su eje narrativo es una investigación se siente la falta de tensión y al mismo tiempo una resolución más cercana a la naturalidad que destacan a las historias de los Dardennes.
De Nueva Zelanda llega esta película de terror sobrenatural, con la poco original premisa de una casa habitada por un fantasma, aunque la película que dirige Jason Stutter está basada en una leyenda urbana originaria de su país. "The dead room" está protagonizada casi exclusivamente por tres actores: una joven (Laura Petersen) y dos hombres (Jed Brophy y Jeffrey Thomas). Tres personas que llegan a esa casa en busca de alguna prueba por cuestiones del seguro de la familia que la abandonó asustada a causa de los espíritus. La chica es una médium, puede sentir y hasta ver las presencias; ellos son hombres de ciencia, que llegan con diferentes tipos de aparatos para registrar y, si es posible, hasta capturar al fantasma. Con una factura técnica notable, el film comienza con planos exteriores sobre la bella Nueva Zelanda, pero poco más se aprovechará ese marco natural. Casi toda la película sucederá dentro de esa casa, no siempre filmada con la misma aptitud y a veces sin poder disimular el bajo presupuesto que tuvo. No obstante, esos son detalles. Lo que sucede realmente con The dead room es que en su hincapié por construir un clima de misterio y miedo, se regodea en escenas y momentos pequeños durante gran parte del metraje, tornando una película de poco más de una hora, muy lenta. Suceden más de cuarenta minutos (con muchas escenas reiterativas) y no nos asustamos, ni sobresaltamos, ni nos genera tanto interés quién es realmente y qué quiere esta entidad. La falta de efectos especiales o monstruos o recursos típicos de una película de terror que apuesta a la acción no sería un problema si no fuera por la falta de habilidad a la hora de construir estos climas. Es en los últimos minutos donde el film toma un poco de vuelo, pero ya no es suficiente. Hay un buen uso del sonido, eso sí es para resaltar. Después, la resolución apresurada, a la que se le suma una edición pobre y unos efectos especiales que se resuelven como pueden, más un desgano notorio ya en los actores que se deslucen en los momentos en que más necesitábamos de ellos, terminan haciendo de "The dead room" una experiencia poco satisfactoria, decepcionante y, el peor de los pecados en el cine para quien escribe, aburrida.