Martín Farina (Fulboy) con El hombre Depaso Piedra realiza un documental sobre un solitario constructor de ladrillos. Choele Choel, Río Negro. Mariano Carranza es un constructor de ladrillos de barro, aislado, solitario y tranquilo. Farina retrata a este hombre de un modo poético, observándolo, siguiéndolo pero en ciertos momentos también involucrándose él mismo, interactuando con él. A veces lo deja ser y a veces los dos se dejan ser en las conversaciones. El personaje central de este film es un hombre que sin duda genera interés, en sus contradicciones, en su modo particular de ver la vida, de existir. Farina se siente cautivado también y así lo sigue e interactúa, intentando delinear un retrato en el cual el espacio también cumple su primordial rol. El campo, la naturaleza, los sonidos naturales se funden con una banda sonora en algunos momentos más invasiva que en otros. Farina realiza un documental de observación principalmente y también se permite (y a veces abusa de) utilizar la imagen de una manera metafórica. El hombre Depaso Piedra es un documental poético y cautivante, principalmente en la contraposición de los dos personajes distintos, con diferentes modos de ver el mundo y la vida, pero que por momentos no puede evitar sentirse algo artificial y lento en sus tiempos.
Dirigido por Poli Martínez Kaplún, Lea y Mira dejan su huella es un documental íntimo sobre dos sobrevivientes de Auschwitz. La importancia de la memoria. Una de las protagonistas, Lea, recalca su misión en esta vida, tras la inexplicable experiencia vivida en Auschwitz: la de mantener vivo aquello que pasó, para que no se vuelva a repetir. Contar su historia, traspasarla generación a generación. Lea y Mira se conocieron después de haber vivido y sobrevivido a Auschwitz, encontrándolas el destino a las dos viviendo en Argentina. Con el tiempo, fue más que esa experiencia compartida lo que terminó convirtiéndolas en mejores amigas. El documental de Kaplún retrata en una hora el horror que vivieron ambas mujeres a través de sus propias palabras, pero también se permite momentos para dejarlas ser, mostrarlas en su cotidianeidad, por separado y en conjunto, como las amigas que han sido desde hace décadas. Es así que más allá de lo duro y oscuro del hilo narrativo que mueve a la película, éste está teñido de esperanza y optimismo, con dos mujeres llenas de vida y sabiduría. La voluntad de recordar una época que muchos quisieran olvidar convierte a Lea y Mira, sus protagonistas, en dos ejemplos llenos de vida. Sin muchas pretensiones, la realizadora expone y transmite, tal como ellas lo piden, un mensaje para generaciones actuales y futuras.
Sin estar basada en un hecho real, Lo que no se perdona retrata una realidad que está, no sólo en Salta, provincia en la cual sucede esta película, la de jóvenes delincuentes inimputables por su minoría de edad. Leandro, un joven con problemas en su familia, que deriva con problemas en la escuela y la mala elección de compañías, al mismo tiempo que se rodea inevitable y constantemente de situaciones de violencia. Un joven que hasta hace muy poco era un niño, y recién comienza a transitar la adolescencia, aquella etapa que es tan caótica y revolucionaria en la vida de cualquier ser humano. La película, ópera prima de Christian Barrozo, nos muestra a su protagonista deambulando, rateándose de la escuela, frecuentando amistades en estaciones de servicios, videojuegos y canchas de fútbol. La cámara lo sigue, lo persigue, mientras Barrozo delinea este mundo plagado de violencia en el cual está inmerso. Esto se ve primero en su amistad con Chachota, un adolescente que roba al mismo tiempo que maltrata psicológicamente a su novia de manera constante. Y luego aparece otro de los lugares que frecuenta, ese bar-prostíbulo que regentea el Gordo Ovalle (interpretado por Roly Serrano, único rostro familiar del film). Un mafioso que utiliza a los menores de edad para provocar delitos. Al mismo tiempo, su personalidad, su figura misteriosa y oscura disfrazada de hombre sabio y amable con aquellos que le caen bien, genera en el protagonista una fascinación y admiración que no encuentra en nadie de su familia. La tensión su director la construye a través de escenas que no muestran más de lo necesario, y a medida que aumenta, en la música, una banda sonora cuasi escalofriante y cada vez más perturbadora y sucia hasta llegar al momento cumbre, esa resolución inevitable. A nivel técnico, el film goza una cinematografía notable pero especialmente de un muy buen uso del sonido, ambos recursos funcionan muy bien para la construcción de climas. Actoralmente, tanto los más jóvenes como el experimentado Serrano entregan buenas performances, los jóvenes un poco más desde la naturalidad mientras que Serrano es bastante más preciso a la hora de interpretarlo al Gordo Ovalle. En cuanto al guión, el film está narrado en un principio de un modo más bien lento, preocupado más en retratar el mundo que rodea a su protagonista. Esto hace que al final la resolución se la sienta apresurada y algo forzada, más allá de lo inevitable que parece, lo necesario que es para que el protagonista sufra la transformación que lo hará un adulto. Al mismo tiempo, en su afán de no sobreexplicar, algunos detalles quedan un poco confusos. Interesante y atrapante aunque no del todo lograda en su narración, Lo que no se perdona ofrece una propuesta valiente que no resulta ajena, y lo hace con un nivel técnico notable más allá de su escaso presupuesto.
“La verosimilitud está en los detalles”, recalca continuamente el personaje de la abogada Virginia Goodman, interpretada por la actriz Ana Wagener. En Contratiempo, Goodman tiene el difícil encargo de “salvar” a un joven y exitoso empresario acusado de asesinar a su mujer. Para eso, se reúne con él y va considerando estrategias a medida que escucha su versión de lo sucedido. Porque él insiste en que le pusieron una trampa, en que despertó en un cuarto de hotel tras haber sido atacado y con el cuerpo ya sin vida de ella a su lado. Mario Casas es el protagonista de este thriller que deja en evidencia a la larga que no se puede confiar en nadie. Es que un poco como sucede en la serie televisiva “The affair”, cada testimonio está marcado por un punto de vista, por un modo de vivir (y hacer creer que se vivió) cierta escena. Así, Contratiempo apuesta mucho a la repetición pero a través de algunas diferencias, a medida que su protagonista va revelándose. “La verosimilitud está en los detalles”, recordamos. Sin embargo, en este film dirigido por Oriol Paulo (“Los ojos de Julia”) algo falla con respecto a lo verosímil. Más allá de su inicio y primera mitad del film como algo prometedor, a lo último nos encontramos con un conjunto de situaciones ridículas y absurdas que en lugar de generar sorpresa, generan risas. “Contratiempo” tiene una buena premisa e intenta abarcar temáticas de mucha carga socio económicas, pero se termina enredando en un laberinto de inconsistencias. Los personajes de muchos matices y las decisiones que toman podrían haber sido mucho mejor explotados. Toda la película se sucede en una sola noche, con la inclusión constante de flashbacks, que parten del testimonio de su protagonista, algo bastante complejo, confuso y engañoso. Porque dentro de lo que él relata a veces también entra su propia versión de lo que su amante le relató sobre los momentos que no estaban juntos. A nivel técnico, Oriol Paulo sabe filmar y se desenvuelve muy bien en escenas tanto de suspenso como de acción (toda la trama es generada por un accidente automovilístico), pero se pierde entre vueltas de tuercas inverosímiles. En cuanto a lo actoral, Casas logra resultar ambiguo, la amante que interpreta Bárbara Lennie no termina de funcionar como femme fatale, y Ana Wagener salta de buenos momentos a algunos más penosos, producto de todos modos del flojo guión. José Coronado en su papel de víctima y perseguidor, es quizás quien más logre destacarse. “Contratiempo” sirve para pasar el rato pero más allá de que así lo pretenda es muy difícil tomársela en serio.
Esteros, la película de Papu Curotto, es una historia sobre el primer amor y la presencia infalible que éste marca en la vida de dos jóvenes que se reencuentran en su Corrientes natal. Matías y Jerónimo eran mejores amigos durante la infancia y en el inicio del pasaje a la adolescencia, en el pueblo de Paso de los Libres, Corrientes. Jugaban, reían, se entendían sin hablarse siquiera. Hoy ya son dos adultos y viven alejados, no volvieron a verse. Pero cuando uno llega de Brasil para el carnaval junto a su novia y la promesa de un trabajo importante esperándolo allá a su regreso, se reencuentra con el joven que ahora hace maquillaje, fx y algunas cositas más relacionadas a lo que le gusta, el cine. Curotto relata esta historia de amor (“amores como el nuestro quedan ya muy pocos”, como canta la canción que suena y se resignifica a medida que vuelve a sonar) a través de dos tiempos paralelos: el que los tiene a ellos como pre-adolescentes, y el que los reencuentra ahora como dos adultos. El guión juega entre estos dos tiempos intercalándolos y así, a medida que reconstruye esa historia de su pasado, también va construyendo esta nueva, irremediablemente marcada una por la otra. Al comienzo del film y de las escenas que los muestran en aquel verano idílico para ellos, todo indicaría que Esteros iba a ser un film que respirara mucho del cine de Marco Berger. No obstante, a medida que éste se va sucediendo y las historias comienzan a delinearse, se deja en claro que lo de Curotto no es un histeriqueo constante, una seducción sutil entre ellos, sino que son dos personajes simplemente siendo, que cada vez se encontraron más cerca entre sí. El despertar sexual los encontró juntos, pero esa adultez semiarmada de repente también. Interpretada desde una naturalidad y frescura que la hacen percibir muy auténtica, el film además aprovecha las bellas locaciones de los Esteros del Iberá para terminar de construir esta historia de amor y deseo.
Llega una nueva película de terror argentina a las carteleras: 5 AM (Cinco ante los miedos) dirigida por Ezio Massa. Se avecina una tormenta mientras un joven, Adrián (Adrián Spinelli) decide reunir en un departamento que funciona como productora a algunos amigos suyos. No es azarosa la reunión ni la elección de aquellas personas: todas tienen en común alguna experiencia fuerte con el juego de la copa. Por otro lado, en otro lugar de la ciudad, una mujer, Mercedes (Cristina Alberó), acompañada por su sobrina (Ximena Fassi) y una amiga (Victoria Maurette), se encuentra repentinamente sobresaltada por la atracción que genera algo en su altillo al mismo tiempo que una pérdida del pasado le trae aún mucho dolor. El film dura apenas poco más de una hora, pero durante la primera mitad no se hace más que situar y enfatizar en la situación ante la cual nos encontramos. Estos amigos reunidos después de mucho tiempo rápidamente son notificados del motivo y cada uno comienza a dar testimonio de la experiencia que los marcó con ese juego peligroso. Recién en la segunda mitad comienzan a pasar cosas, se juega y se van revelando otras aristas, incluso otro tiempo y otro lugar en el medio, pero todo se sucede de un modo apresurado hasta la resolución. A pesar de ser una película chiquita y totalmente independiente, 5 A.M. logra desenvolverse en los rubros técnicos, su problema radica más que nada en un guión que quiere ser complejo y profundo pero termina prestando confusión, aunque los actores hacen lo que pueden con lo que tienen a mano.
“No es tan fácil escribir sobre nada”, reflexiona Patti Smith en su último libro M Train. Un poco lo mismo me pasa a la hora de escribir sobre esta película de Julieta Ledesma. Lo cierto es que la premisa de Vigilia podría haber hecho una película muy diferente (como toda premisa, podría haber hecho muchas películas, siempre dependiendo del camino que su director elegiría), y el resultado termina siendo un aburrido, anodino y largo relato (las casi dos horas de duración comienzan a sentirse… a la media hora). La historia: el regreso del hijo de la Guerra. Una madre que no lo reconoce y un padre que apenas se muestra interesado. Mientras tanto, la sequía se prolonga y eso vuelve loco a los animales. Un perro debe ser sacrificado pero luego aparece como si fuera un fantasma, anunciándose a través de sus incansables ladridos. Los tiempos aletargados, esos largos planos fijos, imprimen misterio al relato. Pero Ledesma también juega con lo onírico, para plasmar así la locura en la que sus personajes van introduciéndose cada vez más. Como ópera prima, no deja de ser un producto muy interesante. Especialmente a nivel técnico, con una fotografía muy destacable y la creación de sus bellos planos. La construcción de climas, el uso de la música, hacen de Vigilia un film notable. No obstante, el guión y una narración lenta, reiterativa, hacen que a Vigilia se la sienta eterna. En la dinámica hay incluso algo muy teatral, pocos personajes. Pero Julieta Ledesma no se queda en eso, y juega y mucho con el exterior, con las diferentes texturas que el campo le propone. Un interesante estudio sobre la locura, los estrechos y vulnerables lazos familiares, en un relato al que le falta dinamismo. Una de esas películas sólo apta para el espectador más pre dispuesto.
No se puede evitar: ninguna franquicia estará a salvo de que la sigan explotando. Después de la secuela de la película de Gore Verbinski, no quedaba duda alguna de que no era necesario seguir jugando con Samara. No obstante, los estudios siempre parecen más interesados en generar dinero que en propagar el arte, y hoy nos llega esta tercera parte que no aporta nada a la saga norteamericana (así la despegamos de la japonesa) de La llamada. La llamada 3 comienza situando la problemática en el presente. Ahora, difundir un video es mucho más fácil que cuando uno tenía que hacer una copia en VHS. Gracias a internet, todo puede transformarse rápidamente en viral. Más allá de ese poco original acomodo a los tiempos de hoy, el film comienza proponiendo algo que podría haber sido interesante: la idea de una investigación científica sobre la existencia del alma, un proceso que requiere muchos sacrificios. Bueno, esa trama a cargo del profesor de ciencias, Gabriel (interpretado por uno de los actores de The Big Bang Theory, Johnny Galecki) es dejada de lado poco después de proponerla. Así se da lugar a la que va a ser la trama principal, demasiado parecida a las películas que ya vimos. Porque evidentemente Samara nunca nos va a dejar en paz, y porque siempre habrá algo nuevo que descubrir sobre ella y su oscuro y perturbador pasado. En este caso, una parejita de enamorados (las primeras escenas entre ellos son empalagosamente melosas, además) van a ser los encargados de bucear en su pasado para poder salvarse. En realidad, será la protagonista femenina esta vez la marcada, la que parece ser llamada para que revele algo oculto con el probable fin de que Samara finalmente esté en paz. Dirigida por el español F. Javier Gutiérrez (como curriculum tiene en su haber una película de ciencia ficción llamada Tres días), esta nueva entrega es reiterativa y cero inspirada. Los sustos son generados más que nada por golpes de efectos y el guión termina siendo obvio y predecible desde el minuto cero. Aburrida y sin nada interesante para ofrecer, la película además dura casi dos horas, con escenas (como la del comienzo) que podrían ser totalmente prescindibles. La protagonista Matilda Lutz hace lo que puede con un guión que no escatima en obviedades y situaciones sobreexplicativas y adolece de terror. Samara ya no asusta. Cansa.
Gore Verbinski regresa al cine de terror con una historia que, en principio, se parece a muchas para luego desplegar vuelo propio. Dane Dehaan interpreta a Lockhart, un joven y exitoso empresario. Con ojeras y sin un minuto de su tiempo dedicado a otra cosa que no sea su trabajo, de repente algo amenaza con destruir aquello que acaba de alcanzar. Para poder mantenerse en ese lugar tiene que ir en busca de un empresario (el CEO de su compañía) ahora recluido en un hospital situado en los Alpes Suizos. Lockhart cree que va a ser un viaje corto, breve, que en el día estará en el avión que los lleve a él y Pembroke (el objetivo del viaje) de regreso a Nueva York. Pero ese viaje se va a prolongar, para él y para nosotros, que nos sentamos a ver una película de dos horas y media de duración. En ella, Verbinski enfrenta a Lockhart (y a sus espectadores) a todo tipo de pesadillas, de manos del director del hospital (Jason Isaacs) que no parece dispuesto a dejarlo ir. Hay muchas historias y películas que giran en torno a un hospital donde todo luce sospechosamente ideal. De hecho, la traducción del film en cuestión y gran parte del relato rememora inevitablemente a la película de Scorsese, La isla siniestra. Pero así como Verbinski comienza su film planteando ciertas premisas, pasando la mitad del metraje demuestra que es dueño de su película y que cuenta con una libertad que no todos los estudios podrían haberle cedido. En la segunda mitad, La cura siniestra se convierte en una película llena de referencias cinematográficas y literarias, y la historia toma giros inesperados que en apariencia podrían haber sido absolutamente ridículos, pero con una convicción tal que genera como resultado una probable película de culto (esas cosas sólo las confirma el tiempo). Hay algo en el agua, hay algo debajo de ese edificio, hay un pasado del que su protagonista aún no se despega y una joven (Mia Goth) que sólo conoce la vida dentro de ese extraño e idílico hospital. En este cuentito gótico, el guión de Justin Haythe (quien ya trabajó con Verbinski en la olvidable El llanero solitario) bucea por diferentes tópicos del cine de terror, primero jugando más con el suspenso y la creación de climas y luego desplegando otro tipo de terror, casi imposible de concebir. Otro punto destacable del film es la fotografía, a cargo de un frecuente colaborador del realizador: Bojan Bazelli. Tanto en exteriores (la película está rodada en Alemania) como en los interiores del hospital -que es un personaje más del film-, Bazelli regala planos y secuencias bellísimas, también con la ayuda de una dirección de arte notable. La cura siniestra termina siendo un gran viaje a la locura. Verbinski demuestra que es un cineasta con mucha imaginación y conocimiento del género y así nos entrega una gema, una película extraña e imposible de describir, de esas que hay que ver para comprender, de la cual nunca es aconsejable adelantar demasiado, pero que no debería ser pasada por alto.
En menos de dos meses, el chileno Pablo Larraín estará estrenando en nuestro país sus dos últimos largometrajes. El primero que nos llega es Neruda (el segundo será Jackie, más cerca de la entrega de los Premios Oscars donde su protagonista Natalie Portman está nominada). Neruda no es una biopic, ni siquiera una no convencional. En Neruda, lo que Larraín y su guionista Guillermo Calderón pretenden contar es una visión particular sobre el exilio que el poeta y senador sufre en su propio país. Para esto, mezclando ficción con realidad, se introduce en un juego entre gato y ratón. Luis Gnecco como Neruda y Gael García Bernal como Peluchonneau, el policía que lo perseguirá hasta la muerte y quien narra además, son los dos protagonistas junto a Mercedes Morán como la mujer del poeta, la verdadera razón de que él sea artista y comunista. El Neruda de Larraín está aburguesado, no puede dejar su obsesión por las mujeres, y se la pasa repitiendo los mismos versos que lo llevaron a la fama. Y más allá de su peligrosa condición política, se lo encuentra divertido, jugando constantemente con la adrenalina de ser posiblemente atrapado y al mismo tiempo confiado en que siempre terminará saliéndose con la suya. El Peluchonneau de Bernal no sólo pretende atrapar a Neruda, sino que lo que busca en realidad es cierto reconocimiento, protagonismo en esta historia. Son dos personajes ambiguos y contradictorios que en cierto punto parecen entenderse y complementarse. En este policial que cerca del final termina revelándose como un western, con un clásico duelo esta vez situado en la fría y blanca cordillera, Larraín hace gala de su ojo como cineasta, con un arte y fotografía muy cuidados que suman complejidad y profundidad al relato, aunque por momentos caiga en repeticiones y las casi dos horas de películas comiencen a notarse. Esto sumado al particular tono, a ese humor que resta seriedad y al mismo tiempo puede incomodar (esto se nota más claro en su película anterior, El Club), y su navegar entre el surrealismo y el metalenguaje, hacen de Neruda una extraña aunque interesante película. Si bien no es biopic, Neruda permite conocer el lado más revolucionario del poeta, en lugar de ahondar en su más reconocida faceta de escritor.