El director Jaco Van Dormael, el mismo de Mr. Nobody, presenta El Nuevísimo Testamento. “Dios existe. Vive en Bruselas. Es un imbécil. Maltrata a su esposa y a su hija. Mucho se ha contado de su hijo, pero casi nada de su hija. Su hija, soy yo. Este es mi padre. Él es Dios”. Dios existe y vive en Bruselas. Así de disparatada es la premisa de El Nuevísimo Testamento y así se desarrollará durante su duración. Pero Dios no es para nada como lo imaginamos, como se cree que es. Dios acá es odioso, maltrata a su familia y utiliza a la humanidad como si fuéramos un juego, disfrutando cada pequeña maldad. Es quien dicta las leyes que dicen que la fila de al lado siempre será la más rápida, o la de que si se nos cae una tostada al suelo caerá del lado de la mermelada. Está casado con una mujer que nunca dice nada y en su lugar se pone a tejer, con su hijo Jesús que ya los abandono, tiene una hija pequeña llamada Ea. Es ella la que un día, cansada de todo lo que este Dios provoca, decide ir a la Tierra y juntar la cantidad de gente necesaria como para escribir un nuevo testamento. En esta era moderna, para vengarse de su padre, Ea envía el tiempo exacto que le queda de vida a todas las personas a través de un mensaje de texto. Así algunos estarán muy tranquilos sabiendo que hagan lo que hagan saldrán vivos, y otros se angustian por encontrarse de repente con menos tiempo del que creían tener. En su camino, Ea acompañará a sus apóstoles sin juzgarlos ni castigarlos. Cada uno de ellos tiene una historia, un pasado y un tiempo futuro por enfrentar. Así, el director expone su versión sobre temas universales, como la maldad, el sufrimiento, la fe y el libre albedrío. La película es una comedia dramática surrealista; si bien por momentos es delirante y graciosa, también logra llegar a ser muy emotiva, lo que hace de El nuevisimo testamento algo incluso más extraño de lo que podríamos esperar. Original y bella.
“Nuestros hijos serán filósofos y reyes”. Eso esperaban estos dos padres de seis hijos para su familia, y no encontraron mejor forma de hacerlo que irse a vivir al bosque, educarlos en su casa con libros de diferentes pensadores y alejados del capitalismo que domina la sociedad. No obstante, cuando la madre recae y termina suicidándose, ellos se ven obligados a volver a ese mundo exterior, un lugar que Ben, el padre, conoce pero de la que los hijos sólo han leído. Pero la salida a este mundo no sólo es dura para los niños, que se encuentran con lo desconocido, sino para el propio Ben, quien es inmediatamente juzgado por su modo anormal de criar a los niños, incluso prohibido de ir al funeral de su mujer. Ben está convencido de que está haciendo lo mejor para esos chicos, observa el mundo exterior y sabe que allí las cosas no se hacen bien, no obstante sólo es tratado de loco. De a poco, este choque de realidades va desatando diferentes conflictos que atentan contra esa familia armada con tanto ahínco. Los niños saben más que sus primos sobre la historia del país, pero no tienen idea de cómo relacionarse con la gente de afuera. En “Capitán Fantástico” nunca hay malas intenciones de parte de sus personajes. Ni las de ese padre anti-sistema, ni la de los tíos que los reciben o los abuelos que se ofrecen para criarlos pero no aceptan que su hija sea cremada más allá de que quede registrado que ése era su último deseo. No obstante, ningún extremo es bueno y Ben es ante todo testarudo y excesivo en sus ideales. Además de un Viggo Mortensen maravilloso en el papel de este hombre que más allá de lo duro y cerrado uno no puede evitar querer, el elenco que interpreta a los niños aporta cada uno su pequeño destello: George MacKay, como el hermano mayor, Samantha Isler, Annalise Basso, Nicholas Hamilton y los simpáticos Shree Crooks y Charlie Shotwell. A la larga, una película que plantea diferentes posturas pero no apoya en su totalidad ninguna de ella. Porque nada es solamente blanco o negro. Lo interesante, lo mejor, pasa en el medio, en esas diferentes tonadas de grises. Ben entiende al final que hizo todo lo que pudo, y que ahora resta a ellos dejarlos ser. Divertida, atractiva visualmente y quizás un poco más edulcorada que lo que uno esperaría, “Capitán Fantástico” es una propuesta novedosa y agradable, algo surreal por momentos.
Llega al Malba una de las películas de las que más se habló especialmente durante el pasado BAFICI, donde formó parte de la competencia y donde no pasó para nada desapercibida. Protagonizada y dirigida por Edgardo Castro, La Noche es un relato oscuro y sórdido, pero emotivo al mismo tiempo, y siempre crudo y honesto. “Porque estoy cayendo cada vez más profundo, y volviéndome cada vez más oscura, buscando amor en todos los lugares equivocados”, canta Lana del Rey en una de las canciones más devastadoras y oscuras de su último álbum. Es el lamento de alguien que está solo y busca llenar vacíos, como sea, con lo que tenga, con lo que encuentre. La noche también lo es, un retrato intimista sobre un hombre de quien no sabemos demasiado (¿hasta qué punto es necesario saberlo?), ni de dónde viene, ni de qué trabaja, ni qué espera de la vida. Un hombre solo, que cae continuamente en las drogas y el sexo casual, muchas veces pago, incluso para “dormir abrazaditos”, como le pide al primero de los hombres con los que lo vemos buscar un momento que se parezca un poco a eso llamado intimidad. La noche supo convertirse en el centro de la polémica durante su exitoso paso por el BAFICI porque su protagonista y director no temió ser explícito con sus escenas de sexo, constantes y largas, pero quedarse con eso sería algo muy injusto. Más allá de lo innegablemente sexual del film, escenas de todo modo retratadas de un modo frío y mecánico, no sensual, donde por lo que vemos y cómo lo vemos no parecería que disfrutara precisamente, el film también tiene su dejo de ternura, sobre todo al retratar la amistad de su protagonista con Guada, un travesti que, como él, de noche por esas calles de Buenos Aires no vive, simplemente existe. Guada también tiene su historia, por eso la película no lo sigue exclusivamente a Edgardo, sino que por momentos la sigue a ella, ya sea para mostrarla llegando sola a su casa con una caja de pizza y sentándose a comer en el pequeño lugar donde vive. Y es con ellos dos que la película nos regala uno de los finales más bellos, aunque la terminen convirtiendo quizás en una película más conservadora de lo que uno esperaría. La ópera prima de Edgardo Castro tiene sus irregularidades, incluso en el modo de filmar se percibe cierto amateurismo, pero también mucha crudeza y corazón, una combinación que la convierten en una película que por su envoltorio sexual quizás nunca sea recibida como corresponde en los circuitos más comerciales, donde posiblemente sea catalogada más como obra pornográfica. Como sucede con todo, es muy fácil juzgarla por lo que uno ve en su superficie, pero La Noche es más profunda y honesta que eso. Es oscura, larga y dolorosa, pero también tiene un atisbo necesario de optimismo, aunque pequeño, aunque llegue al final (“La espera es la parte más difícil”, como cantan Tom Petty And The Heartbreakers), que hacen de La Noche una película muy conmovedora, de esas que movilizan cada célula.
“Los días pasan muy lentamente. Y los años muy rápido”, cita la letra de alguna canción uno de los personajes de “Corazón silencioso”, del director danés Billie August (el mismo de “La casa de los espíritus” y la versión de 1999 de “Los miserables”). Porque Esther se encuentra enferma, y junto a su marido doctor y a su amiga de toda la vida, decide que es el mejor momento para morir de manera digna. Y así reúne a su familia y a las tres generaciones que se chocan y reencuentran en esa casa, durante esos días, que efectivamente se suceden muy lentos, mientras esperan lo inevitable. “Corazón silencioso” es un drama familiar que funciona de un modo bastante teatral al sucederse todo en una sola locación: esa casa que fue y sigue siendo testigo de muchas situaciones, discusiones, encuentros, y hasta secretos. August trata con necesaria sutileza el tema de la eutanasia con sumo cuidado, sin juzgar ni dar bajada de línea, simplemente dejando a los personajes ser, dudar, elegir. Porque la idea de esa familia es algo así como celebrar una despedida (celebran una falsa Navidad porque ya no hay tiempo para esperar la verdadera), que la ida sea del mejor modo. Pero en un principio parece fácil aceptar esa idea, sin embargo, cuando se le da vueltas pasan muchas cosas por la cabeza y no todos terminan de comprar. A esto se le suma el lento develo de un secreto familiar que aporta muchas dudas y rencores. Los personajes de “Corazón silencioso” son complejos. La irrupción de una amiga genera molestias en la hija de Esther, que quiere que sea algo estrictamente familiar. A la vez su hija trata con sus propios problemas psicológicos como puede al mismo tiempo que ella cae con su novio de mil idas y vueltas, un novio que al principio no es bien recibido (justamente, no es de la familia) pero de a poco se va ganando su lugar a medida que logra mostrarse como alguien diferente a lo que pensaban de él. El adolescente que acepta en silencio, y al mismo tiempo lidia con problemas típicos de su edad, como un primer amor aparentemente fallido. Las tramas se van tejiendo y entretejiendo, el drama va floreciendo dando lugar a los diferentes estallidos que van teniendo cada personaje. Sin embargo, cuando llega el momento de la resolución, “Corazón silencioso” se revela como una película menos arriesgada de lo que uno esperaba, aun bajo su aparente mentalidad abierta. Notablemente actuada (Paprika Steen, Ghita Nørby y Danica Curcic se lucen sobre todo como estas tres mujeres de diferentes generaciones) y filmada, la película de August con guión de Christian Torpe es un buen drama que gira más que nada sobre la familia, pero también sobre las decisiones que tomamos y el poder que tenemos para elegir. Más allá de lo duro de la historia a contar, el film tiene mucho corazón y se aleja entonces de dramas más fríos como “Amour” de Michael Haneke por ejemplo.
“Martín Fariña es un tipo conflictivo y quiere generar conflicto entre nosotros”. El realizador de “Fulboy” (quien co dirigió junto a Marco Berger, “Taekwondo”) intenta plasmar, del modo más realista que encuentra, la intimidad de un equipo de fútbol. Por eso no teme, además de entrar en la intimidad de los dormitorios y las duchas, filmarlos discutiendo sobre los que ellos creen en un momento que él quiere hacer con este documental. Discuten y plasman sus diferentes versiones de retratar lo real. Lo real debería ser todo, sin recortes, resalta uno de ellos, como si uno pudiera rodar un documental que durara tanto como la vida misma. ¿Cómo se retrata entonces la intimidad? Fariña lo hace a través de detalles, del cuerpo, de largas conversaciones –entre ellos o hablándole directamente a la cámara, a su director o al futuro espectador-, alejándose de un típico documental sobre el fútbol o uno de los equipos. Se retrata a estos jóvenes como personas que trabajan jugando al fútbol pero también tienen familia, amigos y luchan por hacerse un lugar con la ayuda de representantes y contratos que los convenza. Con una alta carga de homoerotismo –Fariña los muestra constantemente en relación a sus cuerpos-, parecería que el fin principal que tiene su realizador es el de humanizarlos, mostrar que son como cualquier trabajador (incluso compara este trabajo con el de un obrero). El problema es que en algunos momentos en que se pone a filosofar, o los deja filosofar a ellos, sobre por ejemplo “los prejuicios de los prejuicios”, el film se deja de percibir realista, se le nota la manipulación y pierde la sensación de honestidad, que recupera en el registro de las escenas más cotidianas. No es una película hecha para el fanático de fútbol, salvo que en él haya un interés más profundo. Fariña, que es hermano de uno de los jugadores del equipo, no registra casi las concentraciones ni los partidos, se queda encerrado en lo que pasa antes o después, en esos momentos de distracción o preparación, y no mucho más. “Fulboy” es entonces un documental intimista, sobre un grupo de jóvenes entregados por completo a su profesión de futbol, pero no termina de ahondar más que de un modo superficial en sus vidas, prefiriendo hacer hincapié en la intimidad que hay entre ellos. Es así que lo corporal, la relación que ellos tienen entre ellos y con ellos mismo, con su propio cuerpo, es lo principal. Los planos cortos no sólo retratan piernas, bultos, ellos duchándose, recibiendo masajes o nadando, sino también cicatrices, raspones, tatuajes. Homoerótico e intimista en dosis iguales, “Fulboy” es un peculiar documental que se acerca como nadie a la figura del jugador, aunque por momentos se lo sienta algo caprichoso en lo que decide registrar.
Llega a carteleras Operación México, basada en la novela de Rafael Bielsa. La ópera prima de Leonardo Bechini cuenta la historia de Edgar Tulio “Tucho” Valenzuelo y su mujer Raquel Negro, dos montoneros que son traicionados y capturados bajo las órdenes del alto mando militar. Valenzuela (Luciano Cáceres), un Mayor de la organización Montoneros, y su mujer Raquel Negro (Ximena Fassi) se encuentran exiliados en Brasil tras el Golpe de Estado de 1976. Tienen un pequeño hijo y además ella lleva adelante un embarazo ya muy avanzado, y se aman por sobre todas las cosas. Pero pronto es engañado y traicionado por un colega suyo, Velazco (Ludovico Di Santo), y así regresa al país donde es de inmediato secuestrado junto a su mujer y su hijo, aunque a éste lo llevan lejos. Ya en un centro en las afueras de Rosario, en una especie de quinta, se encuentran con diferentes colegas que no encontraron otra salida que proveer información a los militares. Pero lo que realmente quieren de Valenzuela es que haga un trabajo para ellos: se infiltre en Mexico para asesinar al líder máximo de su organización. Entre sus ideales y el amor que siente por su mujer y la familia que está formando con ella, deciden llevar a cabo un pacto que no los traicione. Más allá de lo político de la historia a contar, la película de Bechini se centra principalmente en la historia de amor de estos dos militantes que nunca van a ser doblegados. Huele mucho a telenovela, y no es algo que sorprende teniendo en cuenta que Bechini proviene de la tv. El problema es que tanta melosidad sumado a una construcción de personajes secundarios de un modo más bien superficial, le restan cierta seriedad. Las actuaciones exageradas terminan de imprimirle ese aire a telenovela que hace que el film, de no ser por la fuerte historia que tiene para contar, se torne olvidable. La historia de Valenzuela, en Operación México, es una historia más que interesante y cinematográfica, y necesaria, pero acá no se termina de aprovechar. Es un cine de género, con ritmo vertiginoso que recuerda a algunas películas de espionaje norteamericanas por su estructura. Pero en un momento lo quiere abarcar todo y pierde su eje.
Tras su exitoso paso por el BAFICI, donde ganó como Mejor Película en la Competencia Internacional, llega esta versión cinematográfica del relato homónimo de Humberto Constantini enmarcado en la década de los 70s. En “La larga noche de Francisco Sanctis” se retrata una noche que no es una noche más para su protagonista, un hombre ya adulto y con una familia formada. Mientras en una época agitada para el país él lleva una vida lo más tranquila posible aunque también rutinaria (una rutina con la cual parece llevarse bien), se aferra a la posibilidad constantemente truncada de un ascenso. Un día recibe el llamado de una mujer de su pasado, una compañera que evidentemente dejó cierta huella en él, y le pide la autorización para publicar un poema que él había escrito durante aquellos años que dejaron atrás. Pero lo que Francisco esperaba que fuese un lindo reencuentro se convierte en un pedido de ayuda: ella le da un par de nombres y un domicilio para que él les pueda avisar, a estas personas que ni siquiera conocen, que se los van a llevar. Ella le recalca que está igual, que ve a esa misma persona de años atrás. Aquella que escribió un poema que hoy (el hoy del film) lo metería en problemas. Pero él no lo cree, dejó atrás esa juventud e ideales para amoldarse a la situación política y social como pudo. “Ya no somos jóvenes, ellos se lo buscaron”, le dice en un momento su amigo de pool y copas, sin saber lo que realmente le está sucediendo a Francisco en esa interminable noche de deambular por esa ciudad fantasma. Una noche en la que además comienza a reencontrarse con él mismo otra vez. Dirigida y escrita a cuatro manos por Andrea Testa y Francisco Márquez, el film pone su peso en su protagonista Diego Velazquez, quien es capaz de transmitir toda esa disyuntiva entre lo que sucede por su cabeza, la idea de seguir con su vida de ese modo tranquilo, pero ¿cómo hacerlo cuando el destino de dos personas están en tus manos? Con una factura técnica impecable y un trabajo notable de su protagonista, La larga noche de Francisco Sanctis es una película muy interesante y bien contada, enfocada en lo personal de su personaje principal, de aquí que sea tan indispensable la buena labor de Velazquez. Es junto a él con quien vivimos esta noche que puede terminar de muchas maneras, pero el foco no radica allí, sino en ese proceso de transformación entre tantas dudas y contradicciones. El contexto político nunca aparece visualmente (no hay imágenes de archivo ni ficcionalizadas de militares o políticos) pero al mismo tiempo está más presente que nunca en su protagonista. El uso de la canción “Un beso y una flor” por Nino Bravo logra además una de las escena más bellas y demoledoras al mismo tiempo, es un Francisco Sanctis cada vez más comprometido y al mismo tiempo lleno de miedo. La puesta en escena, la recreación de época desde un tono sombrío y oscuro, terminan de hacer de “La larga noche de Francisco Sanctis” una de las películas argentinas más interesantes del año.
Este documental escrito y dirigido por Andrés Habegger es otra de las películas que se estrenan esta semana que gira en torno al tema de la identidad y una época oscura de la historia. Habegger realiza este documental en cierto modo para volver a encontrarse con su padre, una figura presente durante su infancia hasta que desaparece en Brasil en 1978 a causa de su compromiso como periodista y militante montonero. De aquella época sólo quedan algún diario que él escribía constantemente de pequeño y algunas fotos, ni siquiera muchos recuerdos mentales ya que va descubriendo también que sin darse cuenta muchas cosas que pasaron, hechos que sabe que existieron porque quedaron registrados, no recuerda haberlos vivido. “Mi infancia siempre huye pero la foto está allí”. Apenas se acuerda de situaciones que vivió con él, a quien vio por última vez a la tierna edad de nueve años. ¿Cómo se filma lo que no está?, se pregunta. Mientras bucea entre sus diarios y fotos e intenta reconstruir algunas de ellas viajando hasta los lugares exactos donde fueron tomadas y creando entonces nuevos recuerdos, con cosas que supone que se dieron de cierto modo. El tema de la identidad no sólo se hace presente por esta parte de su familia que está incompleta, sino al contar que por cuestiones de seguridad de un día para el otro pasaron de llamarlo Camilo (en homenaje a Camilo Torres) a llamarlo Andrés (su segundo nombre). También aportan mucho valor emocional los testimonios, en especial el de su madre con quien conversa y ambos se reencuentran con aquella época dolorosa, de un pasado que nunca fue ni será pisado. En cuanto al contexto político que encierra la historia de su padre guerrillero, al que hoy Habegger comprende y no recrimina (aunque duele, siempre duele) su ausencia porque entiende su compromiso, la película no acentúa allí donde tantos lo han hecho, en lo político e histórico meramente, a la larga, ya conocemos mucho de esa parte de la historia; el viaje que realiza Habegger es más personal que otra cosa. Andrés Habegger pone su corazón y la cámara en este documental pequeño, íntimo y reflexivo, pero además sumamente emotivo.
El tema de la Dictadura y los estragos que aquella época sórdida de nuestra historia ha dejado se ven continuamente reflejados en el cine (sin ir más lejos esta semana se estrenan cuatro películas que giran, algunas de manera más directa que otras, en torno a ésta). Como alguien mismo dice en su testimonio para “Caído del cielo”, es “un dolor que continúa, algo del presente”. Porque lo que sucedió en ese pasado, en este caso ella habla sobre su padre desaparecido y luego encontrado muerto, se queda con uno, es una huella que nunca se va a borrar. El realizador español Modesto López enfoca entonces su documental en una figura que aparece como NN, un muerto que encuentran en Tucumán y sin saber nada de él se arma cierto culto a su alrededor. Los militares lo asesina y lo arrojan desde el helicóptero y al caer, los habitantes de Pozo Hondo lo llegan a considerar un santo. Pero no tiene nombre. Hasta que descubren su identidad, la de Tomás Francisco Toconás, un guerrillero asesinado y dejado sin identidad, sin un derecho a duelo, allá en la punta del país. López reúne a diferentes personas, como familiares, antropólogos, habitantes de Pozo Hondo y otras personas que vivieron y fueron testigos de esta oscura época, para reconstruir la historia de este hombre. Con una investigación y estilo narrativo muy tradicional a nivel periodístico, éste rememora a ciertos especiales de televisión, sobre todo con la suma de imágenes de archivo de noticieros en algunos momentos. Narrada de manera cuidada y meticulosa, López reconstruye la historia de esta figura y además da lugar a la reflexión no sólo sobre una época de la historia que nunca terminaremos de comprender, sino la desmitifación de un “santo” para poner en evidencia una historia más triste y real: la de un obrero humilde que por sus convicciones encuentra el peor final. Bien realizada aunque con un trabajo de cámara preciso, y el aporte valioso de la familia de Toconás, “Caído del cielo” es una película que además de abarcar mucha información tiene una intención clara de homenajear, de brindar por fin un duelo merecido. Modesta y ambiciosa al mismo tiempo, modesta porque no apela a grandes artilugios sino a los recursos del cine documental más tradicional, y ambiciosa porque abarca mucho contenido en la extensa investigación. Emotiva y rica.
Hija Única, el nuevo drama de Santiago Palavecino, es un intrigante relato sobre la identidad con la posibilidad de cierto componente sobrenatural rondando. Juan antes no se llamaba Juan, creía que se llamaba Ezequiel cuando era joven y estudiaba cine. Ya de adulto descubre que durante la Dictadura fue apropiado y que incluso tiene unos años más de los que dice su documento. No obstante, el problema de identidad no lo va a tener sólo él. Años después de esta revelación, su hija Delfina tiene extrañas conductas en el colegio y empieza a creer que tiene dos madres. Mientras tanto Juan observa a su hija y la ve cada vez más parecida a alguien que amó en su juventud y falleció años antes incluso de que conociera a su actual mujer, Berenice. Será ella quien de a poco comience a sospechar que algo raro esté sucediendo, pero sin poder entender, alejándose cada vez más de la lógica. Hija única es un rompecabezas que se va armando de a poco, construido de manera verosímil y con sumo cuidado más allá de su peculiar trama girando alrededor de la posibilidad de tener dos madres aun desde un punto biológico. Desde que en el 2017 (en esta película hay un futuro y muchos pasados, pero ningún presente) una joven vuelve a su pueblo natal tras haber vivido en el exterior la mitad de su vida y visita dos tumbas, la de una señora fallecida ya de anciana, y otra de alguien que bien podría ser ella, Palavecino irá y vendrá en los tiempos narrativos para contar una historia rodeada de misterios, muchas preguntas y no muchas respuestas. Porque esa joven ya fallecida, Julia, fue la persona con la cual Juan tuvo un tórrido romance al mismo tiempo que acababa de descubrir su verdadera identidad. Ella ya no está pero al mismo tiempo siempre está presente, especialmente cuando él observa a su hija y cada vez le rememora más a aquel amor perdido. Juan Barberini, Esmeralda Mitre, Ailin Salas y Carmela Rodriguez como la Delfina niña que esconde en sus ojos mucho más de lo que parece, conforman el elenco de Hija Única, un elenco que tiene como soporte principal a Barberini pero donde ninguno de los actores desentona. La banda sonora y algunas escenas contemplativas terminan de imprimir esa aura de misterio a este laberinto. Hija única es un film intrigante con una trama que se va revelando de manera fragmentada hasta llegar a una resolución que se anima a dejar de lado algo de lógica para creer posible en algo de magia. Un retrato original sobre la identidad y la idea del doble, sobre la presencia eterna que una persona puede dejar en uno. Dirigida con sumo cuidado y dedicación, quizás un dilema más claro entre esa lógica y esa magia (ciencia y religión), algo así como sucede en la película de Mike Cahill, I, Origins, la hubiesen situado incluso más alto.