Vibrante aventura que va al rescate del falso traidor Los fieles de la serie literaria y cinematográfica "Los juegos del hambre" (resérvese el nombre de "saga" a aquellos relatos que dan cuenta de varias generaciones heroicas de una misma familia a lo largo del tiempo; no es éste el caso, ni el de muchos otros) no necesitan que se les cuente de qué va este nuevo capítulo. Quienes no lo sean y, en especial, quienes se acerquen por primera vez a esta redituable invención de Suzanne Collins, se encontrarán con una aventura sólida, dramáticamente satisfactoria, y que, por fortuna, no le exige al espectador ser un erudito en sus personajes, tramas, y subtramas previas. Se entiende todo, y si no se vio algo antes se adivina bien. "Sinsajo" es el pájaro que simboliza la rebeldía, y cuyo bella sonoridad original, "Mockingjay", recuerda los lamentos de Borges sobre la dudosa gracia del español para traducir ciertas palabras inglesas, como "nightmare" por "pesadilla". Ese pájaro, simbólico y libertario, guía a la heroína Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence), confinada junto con el resto de los resistentes en el Distrito 13, ghetto del mundo libre, a liderar la batalla contra el Mal, representado por el Capitolio y su cruel presidente Snow (el cara de buenazo de Donald Sutherland, en un papel que le hubiera sentado de maravilla a Jack Nicholson). El liderazgo en esa batalla, sin embargo, debe ser aprobado por la presidente buena, Julianne Moore, a quien su consejero Plutarco (el llorado Philip Seymour Hoffman) le propone someter a un test, como si trabajara en una consultora laboral posapocalíptica. Katniss lo aprueba de maravillas en una jugada escena que, de paso, demuestra lo bien que conoce Collins de esas tretas para seleccionar personal. Pero lo más interesante de esta primera parte particular de la tercera parte general ("Sinsajo" viene dividida en dos, a diferencia de las antecesoras "Los juegos del hambre" y "En llamas"), no es tanto el enfrentamiento con el sátrapa Snow sino el rescate del valiente Peeta Mellark (Josh Hutcherson), caído en manos del Capitolio y ahora, en apariencia, portavoz del poder y adalid del llamado a deponer las armas. Para los resistentes, que lo miran por TV, Peeta es más canalla que el peor sindicalista traidor. Pero el corazón de Katniss tiene razones que la razón no conoce, y se vale de su propio amor por él para dar batalla. Más no puede pedirse.
Blancas palomitas de la era digital Una de las razones del éxito de la serie de libros que comenzó a publicar María Elena Falconi en 1995, y que ahora reproduce esta primera adaptación para un medio audiovisual, es que "Caídos del mapa" apunta a un público habitualmente "caído del target", como los preadolescentes (ya grandes para Disney pero todavía inmaduros para la abundante oferta de contenidos juveniles). Y lo hace con un lenguaje adecuado y cómplice. Los protagonistas de esta muy recomendable comedia para chicos que están terminando la escuela primaria se reducen a un cuarteto de características distintas pero compatibles (el nerd, la tímida, el "langa", la linda), y una convidada de piedra, que es la típica "olfa" de la clase. Aquí viene otro punto interesante: el rechazo que sufre esta última no responde únicamente a su comportamiento sino, como se sabe más adelante durante la aventura central de esta película (el plan de ratearse y esconderse en el sótano de la escuela), a la discriminación previa que ella ha sufrido por ser gordita. Ante esto, uno puede temer una puesta en escena con sermón moralizador y bajada de línea incluidos, pero por suerte ese riesgo no se cumple: todo está planteado sin que parezca que lo está. No hay diálogos aleccionadores sino juego: un "juicio" que le hacen a la olfa en el cual ella, contra todo pronóstico, resulta ganadora. Los chicos lo entienden perfectamente, sin manual del Inadi subrepticio, y eso es para aplaudir. Lo mismo ocurre con el portero, que ya no dice "blancas palomitas" con el candor de Vicente Ariño en "Jacinta Pichimahuida" porque son otros tiempos. El personaje está a cargo del legendario "fanático de Boca" Atilio Pozzobón, quien representa, en el micromundo del colegio, a aquellos a los que nadie escucha nunca. Gracias a eso el guión le reserva una frase final que resuena --tal como lo ordena el mejor cine--, más a Scorsese que a Lubertino. Los directores Silbert y Mark, como si no fueran debutantes, manejaron con pericia los tiempos de la comedia y el conflicto. El humor también está bien llevado y responde a diferentes estilos, desde el "slapstick" inicial (esas caídas que remiten a una constante del cine desde los tiempos del mudo) a "guiños" para adultos incomprensibles para los chicos, como el descubrimiento del tocadiscos en el sótano, como si se tratara de una reliquia histórica, en el que suena el hit de los 70 "Estoy hecho un demonio". La verosimilitud está pasada por alto, desde luego, en la escena del rescate, en la que no se comprende cómo tan pocos guardapolvos formen una cuerda anudada de tamaña extensión, o que a continuación los chicos aparezcan en la biblioteca con esos mismos delantales, ahora impecables. La maestra Karina K, la directora Tina Serrano, el plomero Osqui Guzmán y el padre Alejandro Paker son otros buenos hallazgos del casting, además del fresco quinteto protagónico.