El "efecto mariposa", más sofisticado Los pensamientos deslizados por los hermanos Wachowski en la trilogía "Matrix" vuelven a la pantalla: el mundo, la vida, no es simplemente lo que vemos todos los días cuando salimos a la oficina, cuando nos reunimos con nuestra tribu a hacer un ritual a los dioses o cuando intentamos envenenar a un millonario para entrar en su testamento. La vida es todo eso y mucho más, aunque desde algún otro planeta la Tierra sea nada más que un punto azul apenas destacable. Una filosofía en principio jugada y aparentemente nada barata que se diluye en ¡tres horas! de cinta que quizás podrían haber sido una y media: las ideas ya estaban planteadas desde el principio, los efectos ya presentados, las emociones ya sentidas cuando fueron sugeridas, entonces no era necesario terminar con el final feliz y todos amándose con todos. "Cloud Atlas: La red invisible" podría resumirse como un recorrido desde la prehistoria hacia el futuro, en un camino donde el hombre no es más que una sucesión de clichés y repeticiones que le juegan en contra: la ambición, la mentira, la crueldad, la soberbia. El ser más evolucionado es aquel que dice la verdad, el único que logra trascender a lo largo de este camino de vida después de la muerte. Lo malo es que, como el hombre, la película también es una cadena de clichés que pretende quitarse el sayo desde una narración complejizada que genera confusión hasta que todo se acomoda. Si estás dispuesto a ver una película que dura tres horas en las que probablemente empieces a mirar el reloj, entonces mirá "Cloud Atlas". Se te gustan los tiros y las masacres crudas, con derramamientos de sangre hasta el empacho, entonces andá a verla. Pero si esperás que la película te deslumbre desde las ideas que sostiene, por originales o controvertidas, entonces pasá de largo. Si no te importan tanto las ideas, el contenido, pero querés que una película te haga soñar desde la forma; en otras palabras: si te irritan las estrellas mainstream que no vienen a contarte nada nuevo... cambiá "Cloud Atlas" por otra partida este fin de semana.
Un doble esfuerzo por permanecer James Bond, con más ganas de jubilarse y de vivir la vida loca que de seguir como espía, enfrenta una nueva misión. Difícil ser James Bond y ser original en un mundo y en un cine con Batman, Ethan Hunt ("Misión Imposible") y un Jason Bourne. Será por eso que el director Sam Mendes despojó al agente 007, por tercera vez en la piel de Daniel Craig, de cualquier gadget loco y lo manda a su última y más delicada misión solo con una 9mm corta y un transmisor de radio para ser localizado cuando lo solicite, logrando que la tensión y el peligro no decaigan ni un minuto de las dos horas y media que dura el filme. La tecnología ya no es lo que sorprende, sino la humanidad: Bond ni siquiera activa el asiento eyectable del Aston Martin DB5 en un momento en el que todos hubieran querido que lo hiciera, aunque en el fondo era sabido que se trataba de una falsa amenaza: él no haría volar por el aire a su madre M (Judi Dench), la presa más buscada de esta nueva cacería. Quien tiene la tecnología en "Skyfall", la 23 y última entrega del personaje de Ian Fleming, es el villano. Con miles de computadoras interconectadas es capaz de hacer caer la bolsa, o arreglar las elecciones en algún país remoto, o apropiarse de una isla solo porque "todo el mundo tiene un hobby". Sin disparos, sin correr, sin transpirar. A partir de su aparición, cuando ya ha transcurrido poco más de una hora, el psicótico e inquietante Raúl Silva, encarnado por Javier Bardem, se come la cancha y opaca al propio Bond, quien no está preparado ni física ni volitivamente para afrontar una nueva tarea. Pero no le queda otra opción. Sus días haciéndose el muerto en Medio Oriente, donde derrochó su entrenamiento con noches largas, alcohol y sexo envidiables se tienen que terminar. Porque la agencia MI6, de la que el propio Silva ha sido miembro, está en peligro tanto por las inentendibles intenciones del villano como por la mirada del Gobierno, que la señala como obsoleta. Aquí hay un hallazgo, porque si el argumento fuera únicamente tener que encontrar un disco rígido con información de agentes secretos, la historia caería mucho rápido por poco original. La pregunta que sobrevuela es ¿Le hace falta al mundo el MI6? ¿Le hace falta al cine James Bond? La película es, por partida doble, un esfuerzo por permanecer en un espacio y un tiempo que han cambiado mucho en los cuatro años sin Bond en la pantalla. La mala puntería, las ganas de jubilarse y ponerle fin a la acción se dan vuelta hacia el final. En un pirotécnico paso por Escocia 007 consigue prender fuego a su pasado y está listo para la próxima misión. El anuncio de la canción de Adele, que asegura que "este es el final", no es tal. Para Bond, el mundo necesita a Bond.
Una explosiva colección de buenas peleas, tiros y el regreso de la heroína con el corazón roto El regular es porque en esta cuarta entrega no pasa nada. Bueno, casi nada en lo que respecta a la historia: no hay en "Inframundo, el despertar" un avance trascendente en el relato de la eterna lucha entre los refinados vampiros y los vulgares hombres lobo, la parte tal vez más jugosa de las primeras películas de la saga. Sin embargo, esta ausencia de relato no quita que los fanáticos del género puedan disfrutar de una explosiva colección de peleas y tiros y de una Kate Beckinsale bien ajustada en su catsuit, siempre con dos pistolas de recámara interminable y con los ojos encendidos. Además, un agregado: esta vez la oscura heroína explora su instinto materno y "humano", sobre todo cuando revela que su frialdad no se debe a que no tenga corazón, sino a que lo tiene roto. Sexy. Selene (Beckinsale) se despierta luego de 12 años (estuvo congelada en un centro de experimentación oficial, capturada en la era de "la purga" orquestada por el Gobierno para eliminar a licántropos y vampiros). Quien consigue liberarla es su propia hija Eve (India Eisley), concebida en cautiverio gracias a artimañas de la ciencia. El padre de la criatura híbrida es el también híbrido Michael Corvin, quien aparece sólo al principio, aunque hacia el final hará sentir su presencia. Eve y otro personaje nuevo serán los encargados de darle carretel a esta historia que, por lo visto, está lejos de llegar a su fin. Se trata de David, interpretado por Theo James (suspiro de la platea que gusta de los hombres), hijo de una familia de vampiros conservadores, que lucha al lado de Selene. Con menos de una hora y media de cine y con tan poca historia develada, dan ganas de quedarse en la sala a ver si en la función siguiente pasa algo al menos recordable. Habrá que esperar.
Un canto a la justicia por mano propia Pocas cosas causan tanta satisfacción como la justicia, y si es por mano propia, mejor aún. Una tan oscura y políticamente incorrecta satisfacción que se hace difícil de revelar sin ser mal visto dentro de las fronteras del mundo civilizado, en el que a veces las hipocresías que respeten las reglas valen más que las sinceridades que las superen. En "La chica del dragón tatuado" (basada en el best-seller "Los hombres que no amaban a las mujeres", primera parte de la trilogía "Millennium", de Stieg Larssön) dos investigadores van tras un asesino de mujeres que, como suele ocurrir, es el personaje menos pensado, el más amable y el más hospitalario. Mikael Blomkvist (Craig) es un periodista reconocido por ir a fondo en el arte de destapar ollas, con un perfil más de detective que de escritor. Lisbeth Salander (Mara), una jovencita de 23 años que está desde los 12 bajo custodia del Estado por sus desequilibrios psicológicos, es convocada por Mikael para colaborar con la pesquisa. Ella no tiene nada que perder y acepta investigar sólo los casos que le interesan, sobre todo si hay mujeres involucradas. Él ya lo perdió casi todo, pero todavía puede recuperarlo. Lo políticamente incorrecto aparece en los métodos de esas investigaciones en las que la Policía prácticamente no mete sus parsimoniosas narices. Entre la suspicacia de ambos y las habilidades hacker de la andrógina heroína consiguen cruzar datos, espiar y llegar a conclusiones que más bien parecen de un filme de ciencia ficción, pero que el espectador termina aceptando en dos horas y media sin respiro. Mucha acción con pocos tiros y una dosis justa de sangre generan una tensión que no pasa por las obviedades de algunas películas del género. Quienes vieron la versión europea -"Los hombres que no amaban a las mujeres", del sueco Niels Arden Oplev, 2009-, afirman que esta, la hollywoodense, no tiene nada que aportar. Y que, fiel al sello industrial, profundiza una historia de amor que no es más que una pincelada en la novela. "La chica del dragón tatuado" es una película intensa, en la que el tiempo vuela y después de la cual el cuerpo pide a gritos whisky y cigarrillos.