Ambición desbordante y sin medida “El Llanero Solitario” en la versión de Gore Verbinski y Jerry Bruckheimer, con guión de Ted Elliot y Terry Rossio y Johnny Depp como Toro, es un plato un poco demasiado rebuscado y como diría el mismo Toro, “sin balance”. Entre la desmesura y el disparate, los hacedores de “Piratas del Caribe” y otros éxitos de taquilla se apropian ahora de un héroe popular del siglo XX, nacido en la radio, que creció en la televisión y se hizo grande en el cine y que muchos conocimos en las historietas. Dos horas y media de aventuras en un desierto atravesado por la fiebre de la plata y el oro y el delirio del ferrocarril, abriendo caminos en territorios comanches, llevando el progreso al Lejano Oeste estadounidense, y también la ley y el orden. Ésa es la versión oficial. En sus orígenes, El Llanero Solitario fue un justiciero que era capaz de llegar hasta donde la justicia misma desbarrancaba y era superada por los forajidos. En la versión de estos aventureros del siglo XXI, todos los conceptos conocidos y aceptados son revisados y puestos en un nuevo sistema de valores que desdibuja a los personajes, de modo que a grandes rasgos, Toro se convierte en el personaje principal, siendo a la vez el más astuto, y el joven abogado llamado John Reid resulta un pelele con más suerte que habilidades para controlar a bandidos desalmados e imponer la ley. Dos horas y media para un relato un poco caótico, reñido con los criterios de verosimilitud y con un cierto exceso de condimentación picante. Todos los desatinos, que suelen ir acompañados de un despliegue espectacular de escenas arriesgadas y efectos especiales, están de algún modo justificados puesto que el relato responde a lo que un maniquí de museo le cuenta a un niño que está de visita en el tiempo actual. En resumen, es la versión contemporánea que imagina un niño ante la figura de alguien que, cobrando vida, se comunica con el pequeño revelándole que se trata de Toro, el compañero del mítico Llanero. Entonces, estamos ante la versión del indio, que le narra al niño cómo surgió la leyenda. Toro cuenta todo, cómo se conocieron, de dónde venía cada uno y qué historia secreta los atormenta a uno y otro. Pero no hay que olvidar que se trata de un maniquí, por lo tanto sería la propia imaginación del niño de donde salen todos los desvaríos que se verán en la pantalla. Muy astutos los realizadores para evadir responsabilidades... Por supuesto que el eje principal de la historia es la lucha entre los buenos y los malos, aunque no se sabe bien dónde está la frontera que marca la diferencia. Con sarcasmo, los guionistas dan una mirada crítica acerca del rol del ejército norteamericano y de los representantes de la ley, desnudando corrupción y falsedades, acciones motivadas por la ambición desmedida. Es una película que abunda en gags dirigidos a la platea infantil y se trata de la presentación de dos personajes, abriendo la expectativa de una saga de aventuras que recién comienza. Si bien el guión deja mucho que desear, porque es bastante deshilachado y caprichoso, se rescatan del film las actuaciones de Depp, un especialista en este tipo de personajes, y también del joven Armie Hammer, quien compone un Llanero antihéroe y caricaturesco a medida. A ellos se suma un villano muy feo y muy malo, que encarna William Fichtner con una elaboración muy convincente. Y entre las chicas, Ruth Wilson presta su belleza para la heroína romántica de la historia, y Helena Bonham Carter aporta sus dotes bizarras para la prostituta fronteriza de armas tomar. En suma, un cóctel un poco fuerte y explosivo, pero vistoso.
Una pareja que resiste al paso del tiempo ¿Se acuerdan de Jesse y Celine? Se conocieron en un tren que iba a Viena en 1995 (“Antes del amanecer”) y se enamoraron. Recuerden: él es estadounidense y ella, francesa. Eran jóvenes veinteañeros en aquella época. Después de nueve años, se reencontraron en París (“Antes del atardecer”) y la chispa del amor seguía viva. Sigan recordando, él es escritor de novelas, ella es una mujer que valora su independencia y le gusta comprometerse con causas como la defensa del ambiente y cosas por el estilo. Y si alguna vez se preguntó qué habrá sido de estos chicos, cultos, simpáticos, modernos, que se enamoraron, como tantos, en un viaje por países extraños, en “Antes de la medianoche” tendrá la respuesta. Puntualmente, a nueve años de la última cita, el director Richard Linklater y los actores y coguionistas Ethan Hawke y Julie Delpy, vuelven a la pantalla a contar, como ellos saben hacerlo, sus íntimas aventuras. Resulta que están juntos desde hace un buen tiempo, tanto, como para tener unas hijas gemelas de siete años. Viven en Europa y Jesse recibe la visita, de tanto en tanto, de su hijo Hank de trece años de un matrimonio anterior, que vive en Chicago, con su madre. Diálogo, diálogo, diálogo, “Antes de la medianoche” repite la misma estructura que las dos anteriores: los personajes están todo el tiempo hablando, en circunstancias en que parecen realizar un paréntesis entre sus actividades habituales. Un momento propicio para que afloren esas cuestiones que suelen quedar relegadas por el trajín diario. Más ahora, que son una pareja madura (andan por los cuarenta) y tienen dos hijas que les han cambiado por completo la rutina. Sobre todo a ella, una mujer que ama su libertad por sobre todas las cosas y que acusa la maternidad como una suerte de esclavitud. Bien, Jesse y Celine están de paseo en Grecia, alojados en una residencia veraniega para escritores. Hank ha estado con ellos un tiempo. La película comienza cuando él y su padre se están despidiendo en el aeropuerto, minutos antes de que el niño aborde el avión que lo llevará de regreso a casa. Jesse empieza a sentir remordimientos por estar demasiado tiempo ausente en la vida del niño, que crece lejos de la imprescindible presencia paterna. Ese malestar será el disparador de lo que se presenta como una típica crisis de pareja en período vacacional. ¿Cuál es el acierto de los realizadores para mantener vivo el interés del público por seguir la historia de estos personajes? Haber hallado el modo justo de exponer una experiencia que sintetiza un proceso con el cual todo el mundo se siente un poco identificado. Los asuntos de pareja son un tema común a todos, el paso del tiempo, también. Jesse y Celine son un matrimonio como muchos, solamente que protagonizan una historia romántica capaz de conmover a la platea porque mantienen el contacto con la realidad, sus experiencias no son extraordinarias, dan prioridad a los sentimientos. Aunque están lejos de la perfección, son personas pensantes que tienden a elaborar los conflictos. Son cultos, razonables y ofrecen un momento de reflexión, ligado a manifestaciones estéticas, algo que se aprecia cuando la oferta abunda en violencia y relatos truculentos. Jesse y Celine no tienen reparos en mostrar sus debilidades y sus fortalezas, mientras van aprendiendo a amarse y respetarse, y han conseguido hacer de su historia ya casi un clásico, una cita obligada para los amantes del cine romántico.
Libertad vigilada y bajo sospecha Los alemanes tienen dos estigmas muy fuertes en su historia, uno es el nazismo y el otro, la división del país como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Estos dos estigmas, relacionados uno con el otro, han marcado de manera indeleble el espíritu de ese pueblo durante la última mitad del siglo XX. Como es comprensible, esas dos experiencias tan dramáticas y tan desgarradoras están presentes en prácticamente todas las manifestaciones culturales. Son un tema insoslayable. En este caso, el director nacido en Alemania Occidental, Christian Petzold, aborda en “Barbara” una historia ambientada en la Alemania Oriental, ubicándola a principios de la década de los ‘80, lo que sería en las vísperas de la caída del Muro de Berlín. El film es un producto inconfundiblemente alemán, es metódico, prolijo, denso, sugerente, oscuro. De formas clásicas y austeras. “Barbara” pretende ser un mini retrato social de una época y un lugar. La protagonista es una médica joven, una destacada profesional en un importante hospital de Berlín, quien sin embargo, es confinada a un pueblito perdido por haber solicitado una visa para dejar el país. Ella quería reunirse con su novio, que está del otro lado del muro, pero la Stasi se lo prohíbe, la encarcela y además, la castiga con el traslado. En su nuevo destino, Barbara es sometida a una vigilancia permanente y constantes controles. Un médico, Andrew, en situación algo semejante a la de ella, insiste en acercarse amistosamente, pero ella sospecha de él. Piensa que es un agente del régimen cumpliendo su trabajo. El relato asume un sesgo despojado y por momentos, unos acordes musicales le ponen un tono dramático a las situaciones cotidianas rutinarias. La médica reparte su tiempo entre su trabajo en el hospital y algunas escapadas a ciertos lugares, dando a entender al espectador que tiene un plan secreto. Seguramente, piensa fugarse con la ayuda de su novio. Sin embargo, la atención de los pacientes concentra su interés y la acerca más a Andrew. Ellos, en definitiva, aman su profesión y no solamente quieren curar enfermos y salvar vidas, se encuentran con casos conflictivos relacionados con el clima de opresión que se vive en la región. Especialmente se sienten conmovidos por una muchachita que está recluida en una institución y cada tanto se escapa, poniendo en riesgo su vida, y el de un adolescente que tuvo que ser asistido luego de un dramático intento de suicidio. Tristeza y sufrimiento Barbara y Andrew se sienten escindidos entre sus deseos personales, sus obligaciones y sus principios éticos. Una conjunción de contradicciones que los llevará a tomar decisiones drásticas, pero que consideran oportunas. El tono general de la película es de tristeza y sufrimiento. En ese pequeño mundo nadie es feliz, no hay alegría, no hay espontaneidad y todo es sospecha, sometimiento y castigo. Sólo pequeños destellos de afecto pueden surgir entre los personajes, casi en la clandestinidad. Y pese a todo, serán capaces de tener algún gesto de grandeza que hará que la vida cobre sentido. Petzold cuenta esta historia mínima sin ahondar demasiado en el pasado de los personajes y abre mucha incertidumbre respecto del futuro. La existencia, para ellos, es el día a día, en un sendero de márgenes muy estrechos. Y el clima general de la obra está inspirado en los preceptos del realismo socialista y del distanciamiento brechtiano, por lo que resulta un poco fría y deficiente al momento de transmitir emociones.
Otra manera de definir el terror “La cacería” es una de esas películas que incomodan de principio a fin. El lenguaje elegido, los rostros de los actores, el movimiento de la cámara, el clima, el tempo... están sugiriendo todo el tiempo que algo anda mal por algún lado. La historia acontece en un pueblito nórdico, frío, montañoso, rodeado de bosques poblados de venados. Un pueblito de hombres y mujeres criados y educados en las viejas tradiciones, con ritos de iniciación incluidos, pero también bajo los lineamientos de la educación más progresista, liberal y humanista. En ese ámbito, Lucas, un hombre de mediana edad, transita un momento difícil de su vida. Ha regresado a su lugar natal luego de un matrimonio frustrado. En pleno trámite de divorcio, y no en buenos términos, abandonó su hogar, su hijo y su trabajo, y ahora, lucha por recuperar el diálogo con su ex esposa, reclama poder ver más a su hijo y trata de rehacer su vida. En la encantadora aldea montañosa se ha reencontrado con sus amigos de toda la vida, con quienes comparte aventuras y borracheras en los tiempos libres. Durante la semana, trabaja como maestro en el jardín de infantes del pueblo. A esa escuela asiste Klara, la hija de su mejor amigo, Theo. La pequeña siente un especial apego por el maestro y le gusta jugar con la perra de él. Está claro que se conocen no solamente de la escuela. Lucas es amigo de la familia y allí es costumbre visitarse y compartir muchos momentos. El caso es que Klara evidencia cierto abandono y falta de contención de parte de sus propios padres, y busca en Lucas la atención que no tiene en su casa. En algún momento, el maestro debe ponerla en su lugar, en la escuela, y la niña reacciona con despecho y lo acusa ante la directora de conducta abusiva. No en esos términos, pero en su lenguaje infantil, lo da a entender. Ya está, deja instalada la sospecha en la directora que se siente obligada a denunciar el hecho e iniciar una investigación. A partir de ese momento, el protagonista empezará a vivir una verdadera pesadilla. Justo cuando estaba intentando recomponer su vida, había iniciado una nueva relación amorosa y estaba a punto de recuperar a su hijo, estalla el escándalo. No solamente pierde su trabajo, las autoridades de la escuela dan intervención a la policía y en el pueblo lo rechazan y segregan en todos lados, hasta el punto de ser atacado violentamente en varias oportunidades. Bola de nieve Como una bola de nieve, lo que empezó siendo “una tontería”, como la misma Klara trata de explicar a sus padres luego, va creciendo al punto de que todos, incluso los otros alumnos del jardín, empiezan a sostener la versión de que Lucas es un abusador de niños. Solo contra todos, hasta que en algún momento, los demás parecen decidir perdonarlo y todo parece volver a la normalidad... sin embargo, no será tan fácil. Thomas Vinterberg, coguionista y director de este film, es conocido por haber sido uno de los fundadores del movimiento Dogma 95. En “La cacería” se advierte cierta influencia de aquel movimiento, sobre todo en el manejo de cámaras y en una marcada preferencia por los primeros planos, de modo que los rostros y los gestos dicen mucho más que las palabras. El relato se ubica en los comienzos del invierno y en plenas fiestas navideñas, clima que se ve completamente perturbado por el escándalo. Como se sabe, los nórdicos tienen una estrecha relación con el paisaje, basado en cierto animismo ancestral. Vinterberg maneja de un modo muy convincente todos esos aspectos de una cultura para construir un relato que coquetea permanentemente con el género del terror. Un terror refinado, que en ningún momento cae en lo grotesco. Un terror afianzado en lo más profundo y misterioso de la psiquis humana, difícil de domesticar aún para los pueblos más evolucionados. Excelentes los trabajos actorales, en especial el del actor Mads Mikkelsen en el papel de Lucas y el de la niña Annika Wedderkopp como Klara.
Ladrones de bancos con estilo “Nada es lo que parece” se trata de una coproducción entre Estados Unidos y Francia, pura acción, adrenalina y magia. Según definen sus protagonistas, la magia es deleite, ilusión, entretenimiento, pero si se usa para engañar y provocar un daño, es crimen. ¿Quiénes son los protagonistas? Son cuatro magos profesionales que viven de sus trucos, que a veces son callejeros y otras veces, se exhiben en antros donde se cultiva el espectáculo circense. Pero no son unos magos cualquiera, ellos tienen sus códigos y una férrea amistad que los une. Un buen día, reciben una misteriosa convocatoria, mediante un mensaje cifrado. Alguien, desde las sombras, los quiere juntos para una misión. Jesse Eisenberg, Woody Harrelson, Isla Fisher y Dave Franco tienen a su cargo representar a “Los cuatro jinetes”, quienes desplegarán una serie de shows, ante numeroso público, en los que usarán sus habilidades para robar a los malos y compensar a sus víctimas. Los malos son una empresa de seguros que estafa a sus clientes y un banco que se queda con los beneficios. Ellos están representados por los veteranos Morgan Freeman y Michael Caine. Por supuesto que las andanzas de Los cuatro jinetes son tan llamativas y escandalosas que tienen en jaque al FBI y a Interpol, porque si bien actúan en Estados Unidos, sus estafas tienen alcances internacionales. Los magos son una especie de banda de ladrones justicieros, ladrones que roban a ladrones para repartir el botín entre los desfavorecidos. Así, se hacen muy populares y el público los adora. La película es una sucesión de hechos despampanantes a un ritmo enloquecedor, un juego permanente entre el gato y el ratón. De un lado, los policías, encabezados por Mark Ruffalo y la bella Mélanie Laurent, y del otro, los resbaladizos bandidos, que siempre van adelante y se burlan de sus perseguidores. En ese plan, hay de todo, transportaciones de cuerpos, gigantografías callejeras, carreras alocadas, disfraces, distracciones, pistas falsas, objetos que desaparecen sin dejar rastros... en fin, un enorme abanico de actividades, que implican un gran esfuerzo de producción, una disposición aparentemente infinita de recursos y una impunidad desmesurada. Al mismo tiempo, la intriga va dando un giro tras otro, desorientando al espectador, hasta que al final, no quedarán preguntas sin responder, aunque la lógica no siempre acompañe. No importa. La propuesta es lanzarse a la aventura de la imaginación y divertirse, con buenos actores en juego y una moraleja que justifica todas las transgresiones y provocaciones de esta banda algo esotérica, que se parece un poco a un grupo de super héroes sui generis. El director, Louis Leterrier, pone en escena todos los efectos que la tecnología tiene a disposición de la industria cinematográfica y consigue montar un espectáculo visual cautivador, con rasgos de cine clase B, aunque de alto presupuesto.
Una nueva manera de contar una vieja historia Todo lo que se le aplaudió fervorosamente a Baz Luhrmann en “Moulin Rouge” hoy más bien se le reprocha por su arriesgada versión de “El gran Gatsby”. Y no estoy tan segura de que los reproches sean tan merecidos. Es cierto que Luhrmann se toma muchas licencias, quizás demasiadas (es su estilo), al momento de recrear la época (década del ‘20 del siglo XX). Aquellos años locos de la primera posguerra que regó de alcohol prohibido y abundantes dólares fáciles (el juego y Wall Street eran un hervidero próspero a granel) a todo Estados Unidos. Es cierto que quizás no es tan considerado, como un lector académico desearía, con el espíritu de la novela de F. Scott Fitzgerald. También es verdad que la versión cinematográfica anterior, protagonizada por Robert Redford, es un antecedente capaz de eclipsar cualquier intento posterior de recrear el gran clásico. ¿Acaso Luhrmann no tomó en cuenta todos los riesgos que asumía con esta superproducción, que además de todos esos desafíos, se presenta en un exuberante formato 3D? Imaginar que un director de cine profesional, que tiene a su disposición un abultado presupuesto, un libro que ya ha adquirido categoría de mito y un elenco de primerísimo nivel va a asumir riesgos desmedidos sería pecar de más aventurado que el propio Luhrmann. Mi pensamiento se inclina por creer que el australiano es un director osado, que entiende bien la época en la que vive, y que tiene algunas cualidades muy destacadas que le permiten asumir retos que no sólo dan que hablar a los críticos, produce un espectáculo atractivo, le da trabajo a mucha gente, conserva el buen gusto y le permite a la imaginación recorrer nuevos caminos expresivos. ¿Habría tenido el mismo efecto si en vez de utilizar la novela de Scott Fitzgerald hubiera apelado a un guión con un menor peso específico? Quizás la clave de la aventura cinematográfica y el gancho estén precisamente en esta aparente irreverencia. Un film bien logrado Sea lo que sea, el caso es que a mí la película me gustó. Me dejé llevar por la propuesta sin hacerla competir con prejuicios ni versiones anteriores y me pareció un film bien logrado, si se entiende que el objetivo era aggiornar un texto del siglo pasado, ofreciendo una mirada contemporánea, que incluye una recreación libre de los rasgos de época. Justamente esos rasgos de época reversionados en ritmos y códigos actuales producen ese efecto un tanto discordante que a algunos molesta y sin embargo son las características que definen una nueva manera de contar una vieja historia. Creo al respecto que aquella vieja historia de amores contrariados que escribió Scott Fitzgerald es bastante conocida por todos. El mérito de la película de Luhrmann está en atreverse a contarla a su manera. Desde el punto de vista técnico, Luhrmann le saca todo el jugo posible a la tecnología 3D, un tratamiento de la imagen que acentúa, de modo impecable, el tono cuasi fantástico que le da a la ambientación, y además, juega con una superposición de textos dando la idea de que lo que se está contando son versiones de versiones de versiones y que ninguna parece más lícita que la otra. Después de todo, sólo se trata de ficción.
Un relato entre poético y metafísico “En otro país” es la primera película del director surcoreano Hong Sang-soo que se exhibe en el circuito comercial. Sang-soo, sin embargo, es muy conocido en el ambiente cinéfilo de festivales y sobre todo entre los amantes del cine independiente, quienes tienen más información sobre su estilo y su obra. Para quien firma estas líneas, “En otro país” es el primer contacto con este realizador, que ya tiene catorce títulos en su haber. Y si bien no ha sido un deslumbramiento, se puede decir que han sido 90 minutos de agradable entretenimiento. El aspecto más interesante de esta película es la forma que Sang-soo le da al relato. Comienza con un diálogo entre dos mujeres, madre e hija, sentadas en la terraza de un hospedaje en un pueblito turístico. Están atravesando un difícil momento familiar porque tienen que hacer frente a deudas de un pariente, que ha desaparecido. Mientras esperan que algo ocurra al respecto, la hija, una joven estudiante de cine, decide escribir un guión. El resto de la película, que ocurre en el mismo lugar, sería el guión que escribe la muchacha. A su vez, ese guión está dividido en tres historias que son diferentes, aunque no tanto. Cada una de esas historias está protagonizada por una visitante extranjera, Anne (Isabelle Huppert), y si bien siempre se llama igual, no es la misma Anne en cada historia. Sang-soo demuestra una gran habilidad para jugar con unos pocos elementos y lograr distintas combinaciones posibles. Todo ocurre en un mismo escenario, donde se repiten una y otra vez los puntos de vista de una cámara que muestra preferencia por los planos fijos, que acerca o aleja bruscamente mediante el uso del zoom, y también, por las panorámicas horizontales. Las historias transcurren en una aldea turística junto al mar, Mohang, en temporada baja. En la primera, Anne es una mujer francesa relacionada con el mundo del cine y ha llegado hasta allí acompañada por un realizador coreano y su esposa, aparentemente, con el objetivo de descansar. En la segunda, Anne es una mujer francesa que llega al mismo sitio para encontrarse con un amante coreano, a escondidas de su marido. En la tercera, Anne es una mujer francesa a la que su marido abandonó por una mujer coreana y viaja hasta ese lugar para aliviar sus penas. Sang-soo entrelaza de manera sutil rasgos costumbristas, tradicionales e interculturales. En ese pequeño pueblito perdido en el mundo, los objetos adquieren rango de símbolos: celulares, paraguas, un faro difícil de encontrar en la costa, el mar con su eterno misterio, lapiceras para escribir mensajes a mano... Los personajes también se repiten, aunque con algunas variaciones: la mujer extranjera y solitaria, una pareja en la que ella está embarazada y él tiene tendencias a la infidelidad, un joven guardavidas que se la pasa nadando en la playa. Singular belleza También aparece un director de cine famoso que debe mantenerse a salvo de las miradas de los curiosos y un monje budista a quien Anne interroga y que ofrece respuestas desconcertantes. La tensión sexual está siempre presente, como una energía que despierta emociones difíciles de manejar entre los personajes. Y la idea del tiempo circular. La narración no tiene principio ni fin y podría seguir así, contando una historia y otra historia, en el mismo día en el mismo lugar, con los mismos personajes, viviendo situaciones algo parecidas y algo diferentes. Por eso, y por el cuidado de la imagen, “En otro país” se puede definir como un relato sobre una mujer que se busca a sí misma, en tierras extrañas. Un relato entre poético y metafísico, sencillo y complejo a la vez. De singular belleza.
El corazón del poder en las garras del enemigo El presidente de los Estados Unidos, Benjamin Asher (Aaron Eckhart), y su esposa, Margaret (espléndida Ashley Judd), se preparan para asistir a un importante acto de gobierno, pero algo inesperado sucede en el camino que cambia los planes de todos. Ese episodio es nada más que el prólogo de una historia que tendrá como principal protagonista a Mike Banning (Gerard Butler), un agente del servicio secreto que estaba a cargo de la seguridad personal del presidente y su familia y que a raíz de aquel suceso, pierde su trabajo. Resulta que algún tiempo después, ocurre algo mucho peor. La Casa Blanca y sus alrededores son atacados por un avión fantasma de origen desconocido, mientras el presidente recibía a una delegación de Corea del Sur. El ataque toma a todos por sorpresa y pone en jaque a las fuerzas de seguridad estadounidenses hasta que logran derribar al intruso. Pero cuando parecía que ahí terminaba todo, en realidad, recién estaba comenzando... De un momento para otro, empiezan a aparecer por tierra unos guerrilleros de rasgos orientales, fuertemente armados con explosivos y ametralladoras. ¿El objetivo?, invadir la Casa Blanca y tomar al presidente de rehén, junto con sus más estrechos colaboradores. En Washington, reina la confusión durante unos interminables minutos, hasta que consiguen movilizar a las fuerzas de defensa. La muerte y la destrucción se adueñan de la misma cabecera del poder, que pierde contacto con el Pentágono, donde se nombra de manera urgente a un presidente interino: el veterano Allan Trumbull (Morgan Freeman). Los guerrilleros, que dan muestras de una crueldad extrema y una determinación implacable, reclaman los códigos secretos para acceder al sistema de misiles nucleares diseminados por todo el territorio estadounidense, con la idea de hacerlos estallar en sus silos y provocar una devastación completa del país. Mientras, Banning, que andaba cerca cuando se produce el ataque, consigue entrar a la Casa Blanca, y gracias a sus conocimientos exhaustivos del lugar, se convierte pronto en el único contacto que el Pentágono tiene en el escenario del conflicto. Tensión al por mayor Las cosas se ponen muy feas, los muertos se acumulan por todos lados y el edificio se convierte pronto en casi una ruina arrasada por las explosiones y los disparos. Para colmo, ha desaparecido el hijo del presidente y hay que evitar que los invasores lo encuentren. Para eso está Banning y también para tratar de rescatar al mismo Asher, que está sufriendo todo tipo de maltrato y de humillaciones por parte de los guerrilleros, que se identifican como norcoreanos. Un caos total, nervios tensionados al extremo, alerta máxima y las fuerzas estadounidenses, sorprendidas en su propia casa, muestran una confusión y una lentitud para reaccionar que casi las dejan en el ridículo. Pero gracias al coraje y la eficiencia del exonerado Banning, aunque no sin pagar un alto costo, el Ejército de los Estados Unidos logrará retomar el control. Tensión al por mayor, un infernal tiroteo que parece interminable, explosiones, torturas, traiciones y mucho heroísmo, en una película que no se destaca por su brillo pero que entretiene.
Encantadora comedia clásica de tono humanista Y un buen día Dustin Hoffman debutó como director de cine y se llevó el aplauso del público, encantado con su sencilla y conmovedora primera película: “Rigoletto en apuros”. El veterano actor, mimado de Hollywood, a los 75 años de edad, da un giro a su carrera, que no pretende ser ni un paso audaz ni un golpe de efecto. “Rigoletto en apuros” es una muestra de sensibilidad y buen gusto, a la manera clásica. Para este desafío, se asocia con un guionista de probada experiencia, Ronald Harwood (“El amor en los tiempos del cólera”, “La escafandra y la mariposa”, “Oliver Twist”, “Conociendo a Julia”, “El pianista”, “El vestidor”) y se traslada a Gran Bretaña, para narrar la historia de un grupo de artistas de la música y la lírica, ya retirados, recluidos en una distinguida y exclusiva residencia para ancianos. El guión se basa en una obra teatral del propio Harwood, quien, siendo sudafricano de origen, comenzó su carrera estudiando teatro en Londres. De modo que esta versión de “El cuarteto” (título original de la obra) reúne a dos firmas fuertes del ambiente que a su vez convocan a un elenco de extraordinarios actores, veteranos de enorme experiencia, que en el crepúsculo de sus vidas y ya resignados a hacer generalmente papeles secundarios, se dan el lujo de participar en un film que un poco habla de ellos. El relato muestra el ocaso de figuras importantes del escenario musical británico, sin familia y sin hogar, quienes gracias a la ayuda estatal, tienen un lugar donde pasar los últimos años de su vida, en un ambiente digno y con asistencia médica permanente. La Residencia Beecham es una enorme y señorial casona, con cómodas habitaciones y un gran jardín, donde los ancianos llevan una vida tranquila y pueden también seguir practicando sus especialidades musicales y hasta dar clases a alumnos jóvenes que cada tanto los visitan. Pero sucede que la institución se enfrenta a problemas económicos y a los residentes se les ocurre realizar una función de gala para recaudar fondos. En esos menesteres están, cuando llega una nueva integrante, cuya presencia genera reacciones diversas, pero a nadie deja indiferente. Se trata de la diva Jean Horton (Maggie Smith), quien en su juventud integró un famoso cuarteto con Cissy (Pauline Collins), Wilf Bond (Billy Connolly) y su primer marido, Reg (Tom Courtenay), con quien no se habla desde hace muchísimos años. Resulta que todos están en la Residencia Beecham y el reencuentro dispara una serie de emociones y situaciones contradictorias. Digno y bello La entrañable relación de amistad entre estos personajes es el núcleo narrativo de “Rigoletto en apuros”, pero la película abunda en situaciones que se detienen en pequeños detalles de la vida en común de los ancianos, detalles que no eluden los aspectos dolorosos de la vejez pero que van acompañados de humor, afecto, ironía y una discreta irreverencia. Un tono narrativo y un clima intimista que se consigue gracias a la profesionalidad de todos los integrantes del elenco y a la mano confiable del director. Quienes se ganan el corazón del público, rendido a los encantos de estos adorables ancianos, que ponen su talento al servicio de un digno y bello entretenimiento.
Audacia y buen gusto en un relato de laboratorio El joven director portugués Miguel Gomes se lanza explícitamente a jugar con lo prohibido en su tercera película, “Tabú”. Durante casi dos horas despliega una narración cinematográfica que apela a un lenguaje desconcertante, que va cambiando de registro a medida que avanza, y hace convivir elementos de distintos órdenes narrativos, lo que genera una atmósfera de ensueño, en donde lo extraordinario o maravilloso coexiste con la realidad más prosaica y cotidiana. “Tabú” comienza con un relato corto en blanco y negro, que imita a las películas mudas de aventuras, y que contiene una serie de elementos simbólicos que cobrarán significación luego cuando se despliegue el relato principal, la película propiamente dicha, que también será totalmente en blanco y negro. Ésta consta de dos partes, “Paraíso perdido”, la primera, y “Paraíso”, la segunda. La primera parte transcurre en Lisboa en la actualidad. Aurora, una anciana solitaria y de aspecto distinguido, vive con una mucama negra, de origen africano, en un edificio de apartamentos. Tiene una vecina, llamada Pilar, una mujer de edad mediana, que vive sola y reparte su tiempo entre las actividades solidarias y salidas con un amigo pintor con quien tiene una relación de tinte piadoso. Como lo es también la relación que Pilar establece con Aurora, quien está en el límite, agotando sus recursos aceleradamente debido a su adicción al juego, y también su vida, que se apaga irremediablemente, en medio de una crisis de demencia senil que la hace desvariar. Aurora depende económicamente de una hija completamente ausente a quien ya no se la puede ubicar, ni siquiera en una situación de emergencia. La anciana sufre una especie de manía persecutoria, habla de brujería y se la ve lidiar con fantasmas del pasado que acosan su mente de manera dolorosa. A punto de morir, le pide a Pilar que encuentre a un hombre, llamado Gian Luca Ventura, de quien quiere despedirse. Pilar logra dar con él, en un asilo de ancianos, y a partir de allí comenzará la segunda parte de la película, que estará narrada en off por la voz de Gian Luca, contando su experiencia con Aurora. Una historia que se remonta unas cinco o seis décadas atrás en el tiempo, y que sucede por completo en Africa, en una colonia portuguesa. Al abordar esta parte del relato, es cuando Gomes se permite todo tipo de licencias narrativas como por ejemplo apelar al recurso de enmudecer a los personajes pero destacar el sonido ambiente, en un discurso un tanto esquizofrénico, mientras suceden cosas que son explicadas por el narrador en off. En aquel tiempo y en aquel lugar, Aurora y Gian Luca vivieron una historia de amor prohibido. Ella estaba casada y con su marido eran ricos hacendados, dueños de tierras muy productivas en el Monte Tabú. Gian Luca era un aventurero que viajaba por el mundo con un amigo, ex cura de nombre Mario, con quien tenía un grupo musical, actividad que les permitía sobrevivir holgadamente, mientras se divertían de una manera hedónica y sin ataduras. Experiencia gratificante La historia de amor apasionado que une a Aurora con Gian Luca tendrá un final trágico, pero será tan fuerte que, a pesar de haberse separado, los marcará para siempre como lo más importante, lo más intenso que les ha ocurrido en su vida. La película de Gomes reúne elementos de romanticismo popular y mitos ancestrales con otros componentes simbólicos, oníricos y surrealistas. También rompe la continuidad histórica, trasladando en el tiempo datos de una época a otra, en una especie de incongruencia temporal de efecto poético, lo que contribuye a enrarecer el relato. “Tabú” es una experiencia altamente gratificante para el espectador, porque mantiene el interés, seduce con sus giros sorprendentes y sus guiños pasibles de diversas interpretaciones, y también con su formato visual, que lo acerca más al objeto de museo que al cine de entretenimiento. Una audacia en la que se imponen el buen gusto y la originalidad.