Catarsis familiar en tono de comedia “El nombre” es una creación colectiva, originalmente una pieza teatral, que dado el éxito obtenido en su país de origen, Francia, sus autores y también actores decidieron llevarla al cine. Es una comedia costumbrista enfocada en un grupo de amigos de edad mediana, que se conocen desde la infancia y a pesar del paso de los años, mantienen vínculos muy fuertes. Respetando el origen teatral del texto, toda la película transcurre en el living del apartamento de la pareja anfitriona del encuentro y casi no hay acción, es diálogo, puro diálogo. Es a través del intercambio permanente de palabras cómo los personajes se definen, siempre en relación con los otros, de modo que ésa es la manera que tiene el espectador de enterarse de qué se trata. La única ayuda que aporta el director es una especie de fichaje de cada uno, en donde se esbozan de manera sucinta los datos del pasado y los diversos rumbos que tomó cada uno al crecer. Así el espectador se entera de la existencia de Françoise (Françoise Fabian), la madre de dos de los protagonistas, quien tendrá una participación sorprendente e inesperada en el cónclave de amigos. En casa de Elisabeth (Valérie Benguigui) y Pierre (Charles Berling) se reúnen a cenar Vincent (Patrick Bruel), hermano de Elisabeth, quien espera la llegada de su novia Anna (Judith El Zein), y Claude (Guillaume de Tonquedec), especialista en la ejecución del trombón y amigo inseparable de Elisabeth. Mientras la dueña de casa termina de preparar unos platos marroquíes, los demás se zambullen en el tema principal que ha motivado el encuentro. Resulta que Vincent, un hombre de negocios exitoso y jovial, parece haber decidido sentar cabeza y ha anunciado que su novia está embarazada y que esperan un niño. El desencadenante de toda esta comedia recalcitrante de enredos es la pregunta acerca del nombre que tienen pensado para el bebé. Hay que señalar que Pierre es profesor de Literatura y se muestra muy obsesivo con las palabras y es quien se manifiesta más disconforme y hasta enojado con el nombre que supuestamente los padres han elegido: Adolphe. Su asociación inmediata con la figura de Hitler desata toda una serie de desopilantes argumentos a favor y en contra entre los comensales, que lindan en el fanatismo y el disparate. Un detonador que sirve para que entre ellos empiecen a pasarse facturas de todo tipo. Al fin, resulta que se trata de una humorada más de Vincent, que la oportuna llegada de Anna, la futura mamá, ayuda a despejar, aun cuando los espectadores tengan que atravesar por otra catarata de sobresaltos y malentendidos, en los que afloran celos, rivalidades y disputas, que aparecen absurdas y fuera de lugar. Las palabras Es que el tema central, en definitiva, pareciera ser la comunicación y cómo las palabras siempre vienen acompañadas de otros elementos significativos que pueden alterar o complementar el sentido, según el contexto y las circunstancias, tanto de quienes hablan como de quienes escuchan e interpretan. Los amigos, que se conocen desde hace tanto tiempo, se hacen bromas crueles y sacan a relucir trapitos al sol, pero quedan estupefactos cuando Claude, a quien presumen gay, revela su amor secreto por una mujer mayor, confesión que pondrá en crisis a todos. Como también los pondrá en crisis el nacimiento del bebé, quien con su llegada desafía igualmente los pronósticos. Todo se acepta y se incluye en esta gran familia, que apuesta por seguir unida aun cuando la realidad se escape a los esquemas y la vida presente complejidades desconcertantes. Los actores demuestran una gran solvencia en un trabajo exigente, en el cual tienen que mantener el ritmo sin respiro, para seguir un guión que por momentos amenaza con volverse un tanto tedioso.
Cuando los valores universales resuelven las diferencias “Io sono Li”, ópera prima en el rubro ficción del documentalista italiano Andrea Segre, se ubica en una ciudad costera de la zona del Véneto, al narrar las vicisitudes que tiene que atravesar una joven inmigrante china para reunirse con su pequeño hijo, que ha quedado en su país natal al cuidado de su abuelo. La película gira totalmente en torno de la protagonista, personaje a cargo de la actriz Tao Zhao, quien con su figura pequeña, pocas palabras y mínimos gestos, consigue atrapar la atención y mantener el interés del espectador. Li trabaja en un taller de costura y pronto le avisan que será trasladada a Chioggia, para atender una cantina del puerto, recientemente adquirida por la corporación de inmigrantes chinos a la que pertenece. La joven llegó a Italia en busca de una mejor situación económica y anhela traer a su hijo, pero para ello debe pagar su deuda con los gestores, que son quienes deciden prácticamente todo lo que refiere a la vida de los inmigrantes de su país en Italia. En Chioggia, Li debe aprender un nuevo oficio, que le exige trato con el público, al que no estaba acostumbrada en su trabajo anterior, y eso le trae inconvenientes con el idioma. Sin embargo, con sus modos sencillos y amables se gana la simpatía de los parroquianos, todos pescadores. Entre ellos, se destaca Bepi, un hombre mayor, viudo, oriundo de Yugoslavia y residente en Italia desde hace 30 años. Bepi representa a una generación marcada por otra ola de migraciones, relacionadas con vaivenes políticos en el centro de Europa. Entre ambos surge una simpatía inmediata y el hombre se siente conmovido por la fragilidad de la muchacha y su aparente desamparo en una tierra extraña, lejos de su afecto más querido, y sometida a condiciones de explotación. Se hacen amigos y un sentimiento parecido al amor nace entre ellos, pero la relación no es bien vista ni por los chinos ni por los italianos, quienes interfieren para separarlos. No obstante, las cosas se desenvuelven de tal manera, que el afecto es más fuerte y logra sobreponerse a las trabas, aunque de un modo sutil y no demasiado explícito. El relato, que parte de una idea del mismo Segre, apela a las sugerencias más que a la denuncia explícita, dejando en una zona de misterio el modo cómo Bepi logra brindarle protección a su amiga, sin contrariar a propios ni extraños, de modo que finalmente Li se reunirá con su pequeño hijo, aunque no pueda seguir viendo al viejo pescador. “Io sono Li” es una historia de encuentros y desencuentros, de almas solitarias condicionadas por circunstancias históricas, las que no obstante consiguen manifestarse por encima de las dificultades. En esta película, los buenos sentimientos triunfan por sobre todos los obstáculos y se imponen logrando vencer a la maledicencia, dejando un buen sabor de boca al mostrar la parte amable de las relaciones interpersonales y el entrecruzamiento de culturas. En la manera de enfocar la anécdota y la multiplicidad de detalles que enriquecen el lenguaje narrativo, se nota la experiencia documentalista de Segre, quien consigue reunir un importante caudal de información con un mínimo de recursos expresivos, mostrando más que explicando, apelando a la sagacidad del expectador para descubrir aquellos elementos que necesita para entender lo que se está contando. Y si bien se trata de ficción, la historia de Li y Bepi bien podría estar basada en situaciones reales, de las que suelen abundar en regiones marcadas por los intercambios característicos de la globalización, con sus consecuencias personales y familiares, muchas veces no deseadas, pero inevitables. “Io sono Li” habla de todo eso y también de la capacidad de adaptación del ser humano a las condiciones cambiantes, en donde el valor de la vida y la solidaridad son poderosas monedas capaces de abrir caminos para la resolución de problemas.
Una guerra confusa y el problema de la verdad Joseph Kosinski es un actor y director comercial de televisión estadounidense, principalmente conocido por su trabajo con imágenes generadas por computadora. Debutó como director en la gran pantalla con la película de ciencia ficción digital 3-D “Tron: Legacy”, secuela del film “Tron” de 1982. “Oblivion” fue originalmente una novela gráfica escrita por él mismo, hasta que los estudios Universal lo contrataron para llevarla al cine, con Tom Cruise como protagonista. Se trata de una historia de ciencia ficción futurista. Los hechos ocurren en el planeta Tierra en el año 2077, un lugar totalmente devastado por una guerra nuclear contra alienígenas que querían invadir el mundo de los humanos. Si bien éstos ganaron la guerra, destruyeron por completo el hábitat y los sobrevivientes tuvieron que emigrar a Titán, una luna de Saturno, con la esperanza de alguna vez encontrar un sitio mejor donde vivir. Mientras tanto, necesitan agua que una complicada tecnología les lleva desde la Tierra, donde una red de técnicos vigilantes, ubicados en bases distribuidas de manera estratégica, controlan que todo funcione bien y mantienen los equipos, que sufren constantes sabotajes de los “carroñeros”, un grupo de supuestos alienígenas que conspiran contra las planes de los humanos. Jack (Tom Cruise) y Vika (Andrea Riseborough) están a cargo de la unidad 49 y cuentan con la ayuda de drones que colaboran en la defensa, mientras Jack recorre las instalaciones reparando averías y asegurando que la estación espacial que abastece a los humanos refugiados en la luna de Saturno funcione como corresponde. Pero, ¿quiénes son Jack y Vika? ¿Qué clase de criaturas son? Parecen humanos, sin embargo, a medida que avanza la película el espectador empezará a dudar de la verdadera naturaleza de los personajes. Problemas con los recuerdos, sueños extraños que tiene Jack, una versión de la historia que muestra muchos puntos oscuros, contradicciones. Ella acepta las reglas sin cuestionar pero él se deja llevar por su curiosidad y va más allá de los límites establecidos por Sally, la imagen y voz en la pantalla que imparte órdenes desde donde sea que esté el control. La historia que narra “Oblivion” está contada desde el punto de vista de alguien que, luego se sabe, no es totalmente humano, y si bien no queda claro por qué Jack y Vika son instrumentos encargados de mantener una versión falsa de la historia, como se descubre después, el conflicto principal parece ser la incorregible ambición humana que termina volviéndose la peor amenaza contra sí misma. El argumento no es muy sólido, ni tampoco tan original, el enemigo no es lo que parece y los buenos no son tan buenos. Los semihumanos sienten nostalgia de un mundo que nunca les perteneció en realidad, es como si tuvieran un componente psicológico implantado, que no corresponde a su verdadera naturaleza, detalles que no se explican debidamente. Pero el despliegue de los trucos visuales y una que otra vuelta de tuerca del argumento, más la eficacia de Cruise en el tipo de personajes que sabe hacer, siempre acompañado de bellas mujeres, conforman un producto de entretenimiento que satisface el gusto del público afecto a esta clase de propuestas. En consecuencia, la película mezcla una historia de supervivencia, en medio de una guerra un poco confusa, con historias románticas aún más confusas, en un ambiente donde la más sofisticada tecnología compite con lo poco que queda de naturaleza terrestre todavía viva. Y si bien el final es esperanzador en el sentido de que parece prometer un resurgir de la civilización humana en su casa, la Tierra, la historia deja varios cabos sueltos.
El eterno masculino en crisis Hermosa Barcelona, según como la muestra Cesc Gay en su película “Una pistola en cada mano”. La ciudad española es el marco donde transcurren las vidas de los protagonistas, un grupo de cuarentones-cincuentones, atravesando una crisis existencial, sentimental y por qué no, económica, en esa edad considerada “el medio del camino de la vida”. “Una pistola en cada mano” consta de una sucesión de diferentes capítulos, en cada uno de ellos se muestra un diálogo entre dos personajes, en el que se desnudan emociones, se hacen confesiones y se exhiben retazos de vidas, con sus conflictos y también con sus éxitos. A veces son dos amigos que se encuentran casualmente en el palier de un edificio y en una charla de unos minutos, mientras afuera cae un aguacero, se ponen al día sobre sus asuntos derramando algunas lágrimas sobre los recuerdos. En otra ocasión, es un matrimonio en proceso de divorcio en circunstancias en que él quiere volver en tanto que ella ya está embarcada en otra relación. También están esos compañeros de trabajo que intentan tener una aventura, aun cuando uno de ellos sea casado, o quizás los dos. Y no falta el marido engañado que por esas cosas de la vida se topa con el amante de su mujer, algo que descubre después de haberle abierto, ingenuamente, el corazón herido relatándole sus confidencias. La película de Gay es una especie de radiografía de una generación. Muestra a un grupo de personas de clase media, culta, civilizada, que evidencia una gran afición por la palabra. Todos los conflictos se pueden hablar, razonar, explicar; terapias mediante, la ira se controla, la frustración se asume, el dolor se amansa... mientras, la vida sigue. A Cesc le interesa particularmente poner en evidencia el mundo interior de los varones. Los hace hablar de sus cuestiones más íntimas, esas que rara vez se escuchan de sus propias bocas y que afloran en momentos en que parecen andar dando manotazos de ahogados buscando un salvavidas del cual aferrarse. Para eso, en el inconsciente masculino, están las mujeres. Elenco de primer nivel Ellos pueden coquetear, sabotear la relación, decir adiós cuando se les da la gana, y volver también cuando se les cante... sólo que a veces, ellas ya dieron vuelta la página y han seguido adelante sin pensar en retroceder. El director español muestra la fragilidad de los vínculos amorosos y la eterna insatisfacción que carcome imperceptiblemente a cada uno de los personajes. Ellos se llenan más de preguntas que de respuestas, mientras que ellas están obligadas a hacerse cargo de sus vidas maniobrando como se pueda en cada ocasión y permitiéndose también alguna que otra dulce venganza. En un clima afable, aunque atravesado de melancolía, los personajes masculinos confluyen todos en una cena en casa del divorciado, una especie de refugio para solitarios, donde se juntan para rumiar sus penas. Los diálogos son inteligentes, perspicaces, muchas veces se producen contrapuntos muy picantes, donde la ironía y el sarcasmo sirven en unos casos para herir al otro, sin matarlo, o para maquillar alguna confesión dolorosa. El acierto del director es haber reunido a un elenco de primer nivel, integrado por los españoles Luis Tosar, Eduard Fernández, Candela Peña, Leonor Watling, Clara Segura, Eduardo Noriega, Javier Cámara, Alberto San Juan, Jordi Mollà, Cayetana Guillén Cuervo, y los argentinos Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia.
Amores difíciles y lecciones morales Joe Wright demuestra otra vez su predilección por los clásicos. Conocido por sus versiones cinematográficas de “Orgullo y prejuicio” y “Expiación”, el director británico se juega ahora con su adaptación de “Anna Karenina”, la universalmente conocida novela del autor ruso León Tolstoi. El guión de Tom Stoppard explora una manera diferente de recrear el drama histórico apelando a una puesta que combina teatro y cine. Dejando a un lado el realismo más ortodoxo, propone un entramado de discursos en el que los recursos teatrales refuerzan el aspecto central de la anécdota, que refiere a la gran exposición pública y a las rígidas normas a que estaban sometidos los personajes de la novela, de acuerdo con las características de la sociedad rusa de fines del siglo XIX. Hay secuencias en las que la acción transita por locaciones que van desde un escenario teatral propiamente dicho, con telón de fondo, bambalinas, juegos de luces y platea para el público, luego pasan por escenas exteriores y vuelven a ambientes interiores, sin solución de continuidad. Y también los actores principales muchas veces están rodeados de actores secundarios que hacen las veces de figuras corales con interpretaciones marcadas de modo operístico. Es una propuesta sin dudas arriesgada, en la que se ha invertido un presupuesto importante en escenografía, vestuario, música, montaje, además de poner en primer plano a tres grandes figuras como Keira Knightley, en la piel de la bella Anna, Jude Law, en el papel de Karenin, su esposo, Matthew Macfadyen, en el rol del hermano de Anna, y el joven Aaron Johnson, que interpreta a Vronsky, el oficial del ejército que seduce a la mujer, arrastrándola en una relación apasionada hasta el delirio. La historia es bien conocida, se trata de los amores entre una mujer casada, que pertenece a la alta sociedad de la época, con un militar aventurero. Una relación que lejos de mantenerse entre bambalinas, estalla, toma estado público, se convierte en un escándalo y termina mal. La virtud de esta versión consiste en recrear el espíritu de la época, haciendo una pintura de la muy afrancesada sociedad rusa de fines del siglo XIX, en un tono más cercano a la comedia que al drama, aligerando el inevitable sufrimiento que padecen los protagonistas al verse envueltos en un conflicto del que nadie saldrá ganador. Anna Karenina es una clásica heroína romántica que habiéndose casado muy joven y gozando de una envidiable posición social, decide dejar todo por amor, protagonizando el viejo conflicto entre amor y conveniencia. En la sociedad en la que vivía, ese pecado se pagaba caro, puesto que al intentar blanquear su relación adúltera con su amante, la mujer pierde sus derechos sobre su hijo, fruto del matrimonio con su marido, y arriesga un futuro desdichado para ella y la hija que tiene con su amante. Sentirá el rechazo y el desprecio a que la someterá el establishment y acosada por las culpas, la frustración porque Karenin le niega el divorcio y el temor a perder también el amor de Vronsky, pondrá fin a su vida de manera trágica. En el duelo psicológico planteado entre Anna y su marido, sin dudas, la mujer aparece no como la gran culpable pero sí como la gran perdedora. Transgrede todas las reglas en busca de la felicidad en una aventura que se apaga más rápido que tarde, mientras que Karenin soporta el escarnio, el dolor y la humillación, pero sobrevive a la desgracia de manera digna y caballeresca. Y Vronsky es muy probable que pueda rehacer su vida sin mayores contratiempos.
El desamparo moral engendra monstruos En “Elena” hay drama, tragedia, pintura social, thriller psicológico, crisis espiritual, testimonio histórico, conflictos emocionales, sentimientos, pasiones, ambiciones... un sinfín de elementos en juego, pero tratados con un estilo tan despojado que exige al espectador una atención alerta a cada mínimo detalle, porque nada se le dará premasticado. La protagonista y que da nombre a la película es una mujer de mediana edad de origen proletario. Convive con un hombre mayor, Vladimir, en un departamento austero pero que evidencia alto poder adquisitivo. La acción transcurre en Moscú. Esa extraña convivencia se explica luego, a través de los diálogos. Son marido y mujer en segundas nupcias. Ambos eran viudos y se conocieron en un hospital, donde el hombre debió someterse a una riesgosa operación y ella era una de las enfermeras que lo cuidó. Ahora, si bien están casados, mantienen una relación un tanto despareja, ya que ella se comporta más como una ama de llaves que como una esposa y él más como un patrón que como un marido. Uno adivina que, si bien hay afecto, se trata más bien de una relación de conveniencia por ambas partes. Elena tiene un hijo del matrimonio anterior, que está casado y tiene familia. El joven vive en un barrio periférico donde las condiciones son muy desfavorables. Se lo ve ocioso y con modales rústicos. No trabaja y depende de la ayuda económica de su madre para mantener a su familia. Por su parte, Vladimir, el marido de Elena, tiene una hija, quien también depende económicamente de él, pero están distanciados. La cámara del director ruso Andrey Zyvagintsev se mueve muy pausadamente en una combinación de planos fijos, planos secuencias y primeros planos, en los que la protagonista (contundente Nadezhda Markina) soporta la mayor responsabilidad para transmitir y expresar el nudo dramático del relato. Solamente en una oportunidad Zyvagintsev apelará a la cámara en mano y marcará el contraste entre un mundo y otro, el mundo ordenado y planificado de Vladimir y el mundo violento, caótico y desordenado de la familia del hijo de Elena. Inevitablemente esas diferencias serán la clave que llevará al conflicto. La desigualdad social, no solucionada mediante el matrimonio sino más bien perpetuada, hace que la mujer, al verse en aprietos entre una lealtad y otra, la que tiene con respecto a su marido y la que manifiesta con relación a su hijo, tome una decisión extrema y desesperada. Eso le permitirá provocar un cambio en la situación, abriendo un horizonte supuestamente de mayores oportunidades para sus nietos. Sin embargo... la tensión dramática que expresa su rostro y el refuerzo expresivo a través de la música que transmite angustia, hace prever consecuencias no tan agradables. Pero Zvyagintsev deja muchas cosas fuera de plano y sugiere de manera implícita, más que explícita, lo que se advierte como un clima propicio para que germinen nuevos y quizás más complejos conflictos en un futuro al cual Elena ya se arrojó de lleno sin medir las consecuencias. Es una película muy interesante que recuerda un poco al cine de Bergman, con un contenido entre intimista y social, grave y profundo.
Una comunidad de viejos amigos La población humana envejece, las expectativas de vida se van ampliando a medida que mejoran las condiciones y los cuidados. Hoy, los que integran la llamada tercera edad conforman un grupo importante en todas las sociedades modernas. Constituyen un colectivo con características propias, ya sea por ser protagonistas de una trayectoria histórica y cultural que convive con nuevas manifestaciones, ya sea por ser un destacado sector del mercado como consumidor de bienes y servicios especialmente diseñados para ellos. Esta realidad se ve también reflejada en el cine. Las personas mayores son espectadores asiduos, han crecido con el séptimo arte y son fieles seguidores de este hábito. Y están logrando también ser considerados protagonistas interesantes de historias que merecen ser contadas. En los últimos meses se han podido apreciar tres películas que abordan la temática de la tercera edad desde distintos puntos de vista: “El exótico Hotel Marigold” de John Madden; “Amour” de Michael Haneke, y ahora “¿Y si vivimos todos juntos?”, de Stéphane Robelin. Los temas comunes son los achaques físicos propios de la edad, la soledad, la relación con los hijos ya adultos, el duelo por la muerte de algún ser querido, la enfermedad, la imposibilidad a veces de valerse por sí mismo, el riesgo de padecer demencia senil, el fantasma de la internación en un geriátrico, los recuerdos que acechan, la falta de una idea alentadora de futuro... Las respuestas a esos desafíos pueden ser variadas. En “¿Y si vivimos todos juntos?” un grupo de amigos que transita por el último tramo de existencia en este mundo decide afrontar la cuestión juntándose en una casa, en donde se proponen cuidarse unos de otros como una familia. Eso para evitar la soledad y el abandono en instituciones. En tono de comedia, Stéphane Robelin reúne a dos parejas y un solterón que se conocen desde hace más de cuarenta años, durante los cuales han compartido ideales y aventuras inspirados en los preceptos libertarios que marcaron las décadas de los ‘60 y los ‘70. Hoy, ya todos septuagenarios, siguen siendo fieles a aquel ideario que marcó su juventud, haciendo un culto de la amistad y la respuesta comunitaria a los retos de la subsistencia. La película reúne a varias glorias del cine: Geraldine Chaplin, Jane Fonda, Claude Rich, Pierre Richard y Guy Bedos, a quienes se une el joven Daniel Brühl, en un relato ameno y cálido, pleno de humanidad y frescura, en el que no se evitan los temas más espinosos ni los más dolorosos, pero se los aborda con naturalidad y confianza, tratando de desdramatizar las cuestiones más duras. En la amplia casa de Jean (Bedos) y Annie (Chaplin), se van a reunir Jeanne (Fonda) y su esposo Albert (Richard), y también Claude (Rich). Jeanne está gravemente enferma pero decide no operarse mientras se prepara mentalmente para morir con dignidad, lo único que le preocupa es dejar solo a su marido, que empieza a manifestar síntomas de un Alzheimer incipiente. En tanto que Claude tiene muy afectado su corazón y su hijo decide internarlo en un geriátrico. Jean, viejo activista defensor de causas sociales, no soporta la idea de que sus amigos sufran y terminen en manos de extraños, entonces convence a Annie, su mujer, de llevarlos a vivir con ellos. En esa convivencia, surgirán emociones y situaciones de todo tipo, que irán desde demostraciones del afecto más profundo hasta peleas por el resurgir de viejas rencillas entre ellos. Todo eso estará matizado por la presencia joven de Dirk (Brühl), un estudiante extranjero contratado por Jeanne para pasear el perro de Albert y que de paso intentará escribir una tesis sobre la tercera edad, apoyándose en su experiencia compartida con los ancianos, viviendo en la misma casa. Así, todos conforman una gran familia y logran sobrellevar las dificultades apoyándose mutuamente. La propuesta de Robelin es delicadamente sencilla y se apoya en el humor para tratar los temas más sensibles, logrando como resultado una tierna película que se percibe como una caricia para el alma.
Fascinante despliegue audiovisual Mía es una joven solitaria que, paseando por una antigua feria de Las Vegas, se siente tentada a entrar a un viejo circo. Mientras va por su ticket, observa a un joven operario que está terminando de fijar los tirantes de una carpa y parece enamorarse de manera fulminante. Resulta ser que el muchacho es el trapecista del circo, quien durante su actuación, se distrae por la presencia de Mía entre el público y cae. A partir de allí, comenzará la magia, el despliegue de imaginación, que significa la reunión de siete producciones del Cirque du Soleil, que se estrenaron en vivo en escenarios de Las Vegas. Cuando el trapecista cae a la arena, se forma un torbellino por el cual se va hundiendo y Mía corre detrás de él. El resto de la película, dirigida por Andrew Adamson y producida por el experto James Cameron, es la búsqueda que emprende la joven en procura de encontrar a su amado. Así transitará por mundos no sólo lejanos, como dice el título, sino que a su paso se encontrará con mundos extraños, maravillosos, con personajes insólitos. Algunos la ayudarán en su viaje, otros la distraerán, y habrá también los que opondrán obstáculos y amenazas. Con esta sencilla anécdota, en la que casi no hay lugar para las palabras, se abre ante el espectador el encanto plástico visual de estos profesionales del entretenimiento, que integran la compañía canadiense creada en 1984, en Quebec, por Guy Laliberté, y que se conoce en todo el mundo. Escenarios extraodinarios A las clásicas contorsiones, acrobacias, piruetas y graciosas payasadas, el Cirque du Soleil le incorpora un gran despliegue espacial en escenarios extraordinarios, con planos que giran, mundos acuáticos, trapecios que parecen colgar del mismo cielo, donde habitan personajes que parecen salidos de cuentos infantiles en los que abunda lo maravilloso. El joven trapecista ha caído preso de fuerzas maléficas que lo tienen atrapado en situaciones de las que no puede liberarse y que le impiden moverse con libertad, mientras Mía lo busca por aquí y por allá... hasta que al final se encuentran y ambos, con su amor, consiguen superar las dificultades y acaso vencer a la muerte. Todo lo demás es difícil de explicar con palabras, porque la clave del espectáculo es casi exclusivamente visual, aunque también tiene un gran protagonismo la música que acompaña el despliegue circense, destacándose particularmente un homenaje a Los Beatles, con algunas de sus más conocidas canciones. Todo realzado con la tecnología 3D que consigue crear una atmósfera atrapante, que envuelve al espectador para atraparlo por un momento, aislarlo de la realidad cotidiana y transportarlo a esos encantadores mundos lejanos, de los cuales volverá saciado de buenas sensaciones, entonando aquella canción que dice “todo lo que el mundo necesita es amor”.
Ceremonias de una despedida El director austríaco Michael Haneke evidentemente posee una sólida formación intelectual, que abreva en las tradiciones más profundas del europeísmo, lo que transmite a través de su mirada y expresa mediante el cine. Una formación que incluye filosofía, arte, drama, esa combinación de ideas, ética, belleza y conflictos humanos, muy característica de la cultura centroeuropea. Hay una insoslayable gravedad en los temas que toca: el amor, la enfermedad, la crisis espiritual, la vida, la muerte... nada del otro mundo, pero ¿por qué para algunos la vida parece deslizarse por caminos, aunque azarosos y no carentes de peligros, superficiales, y para otros, la experiencia vital parece un deambular por los territorios casi insondables y recónditos del alma? En “Amour”, Haneke relata el proceso de decadencia previo al final inevitable de una relación amorosa que se ha mantenido indestructible hasta el último aliento. Georges (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva) conforman una pareja de ancianos, profesores de música clásica ya jubilados, viven en un confortable apartamento plagado de libros, cuadros y objetos que hablan de un gusto culto y refinado. Son dos intelectuales que han compartido más que una vida en común. Tienen una hija, Eva (Isabelle Huppert), quien también se dedica a la música y está casada con un concertista exitoso. Georges y Anne viven en París, mientras que Eva y su marido están radicados en el exterior. “Amour” muestra de manera descarnada el proceso de deterioro que va sufriendo Anne a partir de una enfermedad vascular que va minando paulatina, pero implacablemente, sus movimientos y también su psiquis. Georges, que también padece algunos achaques, asume con valor y determinación el cuidado de su esposa, su compañera de toda la vida. Anne es pudorosa y no le agrada que la vean en el estado en que está. Por eso, le pide a Georges que no vuelva a internarla y tampoco acepta con agrado las visitas en casa, ni siquiera la de Eva. El anciano esposo tiene que lidiar con infinidad de desafíos como la atención del hogar y también de la enferma. Su rutina se ve completamente alterada. Contrata enfermeras, que duran poco, mientras Anne va progresivamente decayendo. La cámara de Haneke muestra planos fijos del apartamento, con sus muebles distinguidos y sus abarrotadas bibliotecas, el silencioso piano de cola, y a los dos ancianos intentando conservar aunque sea un hálito de sus costumbres habituales, en medio de objetos que recuerdan todo el tiempo la enfermedad, apoyados en el aparentemente incorruptible afecto que se tienen. Las cosas se van complicando cada vez más y el clima se va volviendo agobiante. Anne no solamente queda postrada en la cama, sin poder movilizarse, sino que ya no puede casi ni hablar, no quiere alimentarse y sus constantes quejidos atormentan a Georges. “Amour” es una película de un realismo cruel y poético a la vez. Acerca al espectador un drama que no es extraordinario, es algo muy frecuente en la vida real, una situación por la que pasa infinidad de gente en el mundo. Un drama íntimo, que pone a prueba los valores, los sentimientos y puede llevar a los que lo sufren a tomar decisiones extremas, que solamente se explican en el contexto de un estilo de vida, de una forma de entender las cosas, las relaciones, el sentido de la existencia y de la muerte. Dura, cruel, implacable, la película de Haneke reúne a grandes talentos del cine francés como son Trintignant, Riva y Huppert, quienes están impecables en sus difíciles papeles, eludiendo los golpes bajos y la sensiblería, en un film en el que la soledad parece ser la gran protagonista.
Romanticismo a toda orquesta El director Tom Hooper asumió el desafío de llevar al cine la adaptación de una adaptación. “Los miserables” es una novela que Victor Hugo escribió en 1862 y que es considerada como una de las más representativas del siglo XIX. De estilo romántico, ubica la acción en París, unos treinta años antes de ser escrita. El contexto histórico revive los momentos de la llamada Rebelión de Junio (1832), cuando un grupo de jóvenes intenta retomar los ideales de la Revolución Francesa, descontentos con el retorno de la monarquía y sus tristes consecuencias sociales. En ese ambiente de injusticias, miseria y dolor, el autor francés entrecruza varias historias humanas con personajes que encarnan conflictos como la lucha entre el bien y el mal, el valor de la ley, el amor, el odio, la moral, el oportunismo, la fuerza de las ideas políticas versus el poder de las armas, el refugio que ofrece la religión y el ansia de justicia. Esa novela fue adaptada por Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg para llevarla al género musical con un gran éxito de taquilla en Londres y en Broadway, y Hooper retomó la idea para sacar del letargo al género en la pantalla grande, logrando un producto altamente satisfactorio. El tema central es la lucha de los oprimidos por conseguir una vida más digna, en una sociedad extremadamente cruel, donde los abusos eran moneda corriente, el hambre y las enfermedades hacían estragos en la población, y era muy difícil hacer valer los derechos. El personaje principal es Jean Valjean (Hugh Jackman), un hombre que pasó 19 años en una de las peores prisiones de la época, por haber robado un mendrugo en un acto desesperado para ayudar a un sobrino enfermo y sin recursos. Valjean cae en las garras del implacable inspector Javert (Russell Crowe), un hombre que confiesa haber nacido en prisión y conocer bien su trabajo. Este personaje se aferra a la ley, dedicando toda su vida a imponer su cumplimiento a rajatabla, sin entrar en consideraciones, poniendo de manifiesto una conducta que termina confundiéndose con el fanatismo más irracional que lo lleva, paradójicamente, a volverse injusto y despiadado. Javert otorga la libertad condicional a Valjean, pero lo marca como peligroso en sus papeles de identidad, dificultando la reinserción del personaje en la vida social. Pero el ex convicto, con un poco de suerte y la ayuda de un sacerdote, logra salir adelante. Se vuelve un hombre importante. Sin embargo, el destino hace que se vea involucrado en una serie de acontecimientos desdichados, al cruzarse con una joven en aprietos, Fantine (Anne Hathaway), a quien primero ignora y luego trata de auxiliar. Y siempre tendrá sobre sí la sombra persecutoria de Javert, quien nunca lo olvidará y lo perseguirá hasta la extenuación. Paralelamente, en las calles de París, la revuelta se está preparando, hasta que estalla y se produce una gran matanza de niños y jóvenes, que intentaban devolver el poder al pueblo. En un clima político de violencia, incertidumbre y agitación, las miserias humanas afloran con mayor facilidad, pero también los más altos valores. Y es así como en medio del fango, la sangre derramada y el infinito dolor, Valjean logra su redención, ayudando a Fantine a tener una muerte digna, rescatando a la pequeña hija de ella de las crueles manos de sus abusadores (los rocambolescos Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen), para darle un hogar, una educación y un sitio respetable en la sociedad del momento. Mientras que su adversario sucumbe a los sentimientos culposos. Con un gran despliegue escenográfico y musical, con escenas que van desde las profundas cuitas de la intimidad hasta las más aparatosas situaciones corales, el guión transita por las cuestiones personales, se remonta a las peripecias sociohistóricas, para volver a colocar al hombre, a solas con su alma y con su destino. El hombre y sus circunstancias, tratando de levantar las banderas de libertad, igualdad y fraternidad. “Los miserables” es una película imponente, técnicamente impecable, con actores de primer nivel, que seguramente complacerá a los amantes del género.