Siempre se puede empeorar John McClane, el policía neoyorquino protagonista de la saga conocida como “Duro de matar”, que hoy va por su capítulo quinto, pertenece a ese mundo paralelo en el que los personajes se mueven transgrediendo todos los límites siempre en pos de un fin superior que todo lo justifica. Terroristas, delincuentes, mafias... el planeta Tierra está lleno de amenazas no convencionales a las que tampoco se puede enfrentar con métodos convencionales. Los policías como McClane son duros, parecen inmunes al miedo y creen que son imprescindibles en la lucha contra el mal, aunque eso tenga un precio muy alto en lo que respecta a la vida personal. Como se sabe, McClane ya estaba en conflicto con su esposa en el capítulo inicial, de quien finalmente se divorcia más o menos por el número tres. En “Un buen día para morir”, John ya ni menciona a su ex esposa pero anda detrás de Jack y Lucy, los dos hijos de la pareja que ahora están bastante creciditos como para darle unos buenos dolores de cabeza. Resulta que el muchacho se ha convertido en un agente de la CIA y durante una misión en Moscú es encarcelado junto a su objetivo, un preso político poseedor de algunos secretos que interesan al gobierno de su país tanto como al de Estados Unidos. Enterado McClane padre de esta situación, corre hacia aquella ciudad para rescatar al joven, que por supuesto, nunca se comunicó con él ni espera encontrárselo ni por casualidad por las calles de la capital rusa. A todo esto, Lucy, la hija mayor, es ahora la única presencia femenina en la vida del veterano policía, y fiel al estilo de la familia, es quien está del otro lado del teléfono en el momento menos oportuno. Pura acción La película, dirigida por John Moore, consta de 97 minutos de pura acción, en los que abundan los tiroteos con armas pesadas, persecuciones automovilísticas extremadamente violentas, explosiones, incendios, palizas y ese tipo de situaciones en las que la destrucción y el caos no dan respiro. John padre ya no se muestra compungido por su fracaso matrimonial, lo que aparenta ser una cuestión superada, sin embargo, ahora lo desvelan las responsabilidades paternas. Cree que arruinó las vidas de sus hijos al no haber estado más tiempo con ellos, piensa que haberse consagrado a su trabajo las 24 horas del día es lo que ellos nunca le van a perdonar. Algo de eso hay, pero la familia es la familia, y Jack muestra mucha vocación y coraje en sus actividades como agente de la CIA y Lucy cumple a la perfección con el papel de mujer sensata y valiente, que siempre está acompañando. De modo que en esta aventura, el eje principal resulta ser algo así como la presentación del legado preciado del veterano héroe de acción, quizás uno de los más queridos por el público afecto al género, logrando una suerte de reivindicación familiar pese a todo. Lo que encuentra también su contrapartida en el bando adversario, en el cual Komarov, el agente ruso caído en desgracia, es acompañado en sus turbias actividades por su joven y bella hija, aunque con menos éxito que sus circunstanciales aliados. Si bien Jai Courtney se ve cómodo en el rol del hijo y hace una buena dupla con Bruce Willis, éste es la única estrella del elenco, en el que nadie puede hacerle ni un poquito de sombra. Líder absoluto, dueño y señor de la franquicia, el actor no defrauda a sus seguidores, aunque la película no esté a la altura de sus más recordados éxitos.
Un relato histórico clásico Abraham Lincoln fue el decimosexto presidente de los Estados Unidos y el primero por el Partido Republicano. Fue elegido presidente a finales de 1860. Durante su período, tuvo que hacer frente a la interminable guerra civil entre los Estados secesionistas y los Estados de la unión, que desangraba al país, y a la necesidad de reformar la Constitución para poner fin a la esclavitud. Como se sabe, las dos cuestiones estaban íntimamente relacionadas y fue Lincoln el presidente que llevó adelante la iniciativa. Steven Spielberg rescata su figura en esta película, que es una adaptación parcial del libro “Team of Rivals: The Political Genius of Lincoln” de Doris Kearns Goodwin, confiando el guión a Tony Kushner, el cual se concentra particularmente en los meses previos al debate sobre la Decimotercera Enmienda, que establecía precisamente la abolición de la esclavitud. Mientras, en paralelo, se producían intensos contactos para poner fin a la guerra civil. Spielberg construye un relato lineal, en el que prioriza los diálogos, con una buena reconstrucción de época, apelando a los claroscuros y los colores marrones y grises en el tratamiento de la imagen. Los hechos ocurren en Washington y muestran al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica en una versión más bien doméstica. Su figura aparece muy humanizada, en la intimidad del poder, que de algún modo compartía con sus amigos más cercanos pero también con su esposa, una mujer de carácter fuerte y dominante, con quien tuvo tres hijos varones: uno ya fallecido (pérdida no del todo asimilada por la pareja), un joven un tanto rebelde y un niño devoto de su padre. La película pone de relieve las dotes negociadoras del político, su fino sentido del humor, los esfuerzos que pone para mantener sus principios y el carisma del que hacía gala para seducir a sus seguidores. Todo interpretado de manera excelente por el actor Daniel Day-Lewis, quien a sus reconocidas cualidades actorales suma su sorprendente parecido físico con el prócer norteamericano. Como es de suponer, el relato es fiel a la historia conocida, que concluye con el magnicidio producido apenas lograda esa gran victoria política que fue el fin de la guerra y la famosa enmienda. Aunque también se hace eco de las versiones que señalaban una supuesta homosexualidad del presidente e incluso pone el acento en algo un poco más turbio, el terrible poder de Ms. Lincoln entre bambalinas, al punto de sugerir que quizás algo haya tenido que ver en el crimen que terminó con la vida de su esposo. Este asunto no está tratado de manera expresa, pero en la película se le da bastante trascendencia a las diferencias existentes entre marido y mujer, no solamente en lo referido a la educación de los hijos, sino también a la injerencia de la primera dama en los asuntos de Estado, lo que hace crisis cuando el joven al que su madre había enviado a Boston a estudiar Abogacía, decide alistarse en el Ejército. Ms. Lincoln jamás perdonó a su marido la pérdida del primer hijo y tampoco se muestra dispuesta a perdonarle que no haya impedido que el otro muchacho abandone los estudios y se rebele contra la decisión materna, poniendo también en peligro su vida. Acompañan a Day-Lewis actores de primera línea, entre los que se destacan Sally Field, como la conflictiva Mary Todd Lincoln, Tomy Lee Jones, Joseph Gordon-Levitt, David Strathairn y James Spader, entre otros.
Una pintura de un modo de ser Benicio del Toro, Pablo Trapero, Julio Medem, Elia Suleiman, Gaspar Noé, Juan Carlos Tabío y Laurent Cantet. En ese orden, estos directores son los responsables de “7 días en La Habana”, el relato coral que tiene a la capital de Cuba como escenario. Se trata de siete cortos que ensamblan en una suerte de diario que va de lunes a domingo, casi como los siete días que, según el relato bíblico, le llevó a Dios crear el mundo. Se sabe que el número siete es cabalístico, simbólico y portador de algún poder especial. Este experimento cinematográfico, sin embargo y a pesar de tantas sugerencias, no supera la mediocridad y aparece como la versión (de Cannes) de lo que podría considerarse un remedo de aquellas películas que últimamente se han puesto bastante de moda, que toman a una ciudad capital importante (como Nueva York o París) para contar historias relatadas por narradores diferentes reunidas en un largometraje. La Habana no podía quedar excluida de ese colectivo, habrán pensado, y le dieron su oportunidad. Entre otras curiosidades, el primer capítulo no solamente inaugura el periplo por la mítica ciudad caribeña sino también es el debut, modesto, de Benicio del Toro como director. Las historias que cuenta cada uno son diferentes entre sí, aunque por ahí aparece algún hilo que permite hilvanar una con otra, pero no de manera secuencial. En general, tratan de explorar aquellos lugares que tienen una fuerte carga simbólica para el pueblo cubano y que tienen un valor turístico pero también histórico, mientras se intenta ofrecer una pintura de un modo de ser. Y la constante que se puede observar es la confluencia de diferentes culturas en un mismo escenario y cómo interactúan y se influyen unas a otras para lograr eso que algunos llaman fusión, una nueva composición de la realidad, que va desde el realismo, pasa por el melodrama y sobrevuela el esteticismo. Un mosaico En ese mosaico se habla de sentimientos, sueños, creencias, arte, trabajo, pasado, presente y futuro. Por allí aparece un estudiante de cine estadounidense que tiene una experiencia de alto voltaje en la noche de La Habana, con mucho alcohol, erotismo y sorpresas hot. Por otro lado, una psicóloga que tiene un micro en televisión, en la realidad, se gana la vida como pastelera y tiene una hija, de su primer marido, que es cantante y es tentada a abandonar todo para probar suerte en España, aunque optará por una tercera opción más arriesgada. También hay capítulos que exploran un poco el mundo de los ritos africanos y su mixtura con la religión católica y la omnipresente figura de la Virgen. No se puede obviar, tratándose de La Habana, de la constante musical tan característica, destacándose especialmente el encuentro entre Emir Kusturica, en el corto dirigido por Pablo Trapero, donde se representa a sí mismo en un festival de cine, oportunidad en que entabla amistad con el trompetista Alexander Abreu. Y la joya de esta despareja colección es el capítulo dirigido e interpretado por el palestino Elia Suleiman, que apela al humor, mediante una narración casi muda, que muestra a La Habana desde una perspectiva diferente, con planos fijos, muy pictóricos, mientras el protagonista espera indefinidamente tener una entrevista con Fidel Castro, que no para de hablar en uno de sus tradicionales discursos públicos transmitidos por televisión.
Con amiguitas así... “Despedida de soltera” es una comedia satírica sobre la juventud norteamericana en el corazón de Manhattan. ¿Ustedes piensan que es el mejor lugar del mundo y que vivir ahí es como protagonizar un cuento de hadas? Nada de eso, Leslie Headland, guionista y directora de esta película, intenta desmitificar esa idea y mostrar las cosas como son. Es cierto que ya Woody Allen lo hizo y con mucho más talento, pero parece que la agitada vida en la Gran Manzana todavía da que hablar a la comunidad hollywoodense. La historia refiere a cuatro amigas que ya andan alrededor de los treinta años. Se conocen desde la secundaria y entre ellas hay lazos muy fuertes que se mantienen a través del tiempo. Y resulta que ahora, Becky (Rebel Wilson) anuncia su casamiento y las quiere a las otras tres, Regan (Kirsten Kunst), Gena (Lizzy Chaplan) y Katie (Isla Fisher), como damas de honor para su boda. Hasta ahí, todo parece normal. Pero resulta que justamente Becky, la gordita del grupo, la menos atractiva, la menos agraciada, justamente ella, es la que se va a casar primero que todas y además con un bombón. Las chicas se quieren mucho pero un mal trago es un mal trago. La noticia, que debiera alegrarlas, les deja un regusto amargo de frustración y envidia que hará de las suyas en los momentos previos al evento. Como casi siempre ocurre en esos reencuentros entre viejas amigas, y sobre todo en circunstancias tan trascendentes, surgen emociones inoportunas y conductas inapropiadas, producto de algunos rollos mal resueltos. Como despedida de soltera, justo en la noche previa a la boda, las chicas le preparan una fiesta a la novia, en su propia casa, que descoloca a toda la familia y termina estrepitosamente apenas comienza. Un fracaso absoluto. Pero eso no es nada. Mientras Becky se va a dormir, sus tres amigas empiezan a juguetear con el vestido de novia y con tanto alcohol y drogas como han consumido, terminan arruinándolo. Esa noche será interminable... Regan, Gena y Katie se la pasarán correteando por todo Manhattan, pasadas de revoluciones a fuerza de cocaína y otros combustibles parecidos, buscando alguien que les resuelva el problemita del vestido. Pero de paso tienen tiempo para mandarse alguna que otra aventurilla, encuentros eróticos inesperados, reencuentros con amores del pasado, confesiones arriesgadas, todo en un clima de excesos y por momentos, mucha vulgaridad. Lo que se complica aún más cuando, sin querer, terminan incursionando en el local nocturno donde los amigos del novio le hacen su despedida. Esa noche, cada personaje parece enfrentarse a su propia imagen en el espejo y lo que encuentra no parece ser de su agrado. La boda de Becky los pone a todos ante sus propias expectativas y resulta que el balance da negativo, y el déficit más pesado es la frustración afectiva, algo que tienen en común ellas y ellos; y si bien todos cuentan con recursos para pasarla bien en la capital de la sociedad de consumo, el vacío que corroe sus vidas aflora a cada instante para provocar una que otra crisis. A pesar de jugar en el límite de la chabacanería, la comedia de Headland no desbarranca, quizás eso sea mérito de las actrices, que se esfuerzan por darles a sus personajes una cuota de complejidad que los salva de la maqueta y el estereotipo irreductible. Entre ellas, Lizzy Chaplan es la que consigue mejores momentos en los que el drama se mezcla con la farsa en una combinación que despierta empatía.
Manual básico del delincuente americano En casi todas las escenas hay un tercer protagonista como un jugador omnipresente: el televisor. El televisor encendido y siempre sintonizando un canal noticioso por donde desfilan los principales actores de la política estadounidense de 2008, en el cual está ambientada esta versión de una novela policial escrita en los años ‘70. Aquel fue un año electoral en el que George Bush hijo se despedía de la Casa Blanca y Barck Obama y John McCain se disputaban la sucesión, crisis económica mediante. Mientras, en alguna pequeña ciudad, unos muchachos recién salidos de la cárcel, delincuentes de poca monta, son convocados por un comerciante del lugar para hacer un “trabajito”. Frankie (Scoot McNairy) y Russell (Ben Mendelsohn) parecen dedicarse al menudeo en el mercado de los delitos, tienen un perfil más afín con el de los vagabundos oportunistas a los que no les gusta trabajar, aficionados a la droga y a la ley del menor esfuerzo, que con el de los ladrones profesionales. Pese a ello, Johnny Amato (Vincent Curatola), dueño de una tintorería, los contrata para dar un golpe en un garito clandestino de la zona. El reducto está regenteado por un mafioso muy conocido entre los vecinos, un tal Markie (Ray Liotta), quien se hizo famoso por haber organizado un “autorrobo” tiempo atrás, del cual resultó airoso y aunque todos saben lo que hizo, al parecer lo perdonaron y las fuertes apuestas siguen concentrándose en su local, ubicado en los suburbios del poblado. Ahora Amato planea embromarlos a todos. Quiere repetir la hazaña y hacer que parezca una reincidencia de Markie. Pero el capo de la región, un tal Dillon (Sam Shepard), no está dispuesto a dejar pasar este asunto y decide contratar a un asesino profesional para que resuelva el caso. El encargado de hacer el contacto es un abogado, Driver (Richard Jenkins), quien arregla los términos del trabajo con Jackie Cogan (Bran Pitt). Primero hay que averiguar quién lo hizo y luego hacer que paguen por la falta. Pero el antecedente de Markie, tenga o no tenga que ver en este nuevo robo, lo complica ante los ojos de Jackie, porque deja mal parada a la mafia autóctona ante la opinión pública. En el mundo del hampa no es bien vista la impunidad. Lo importante es inspirar respeto. Jackie pretende darle lecciones al respecto a Driver, quien se ve más dispuesto a conseguir una solución negociada. Sin embargo, las cosas se harán como diga el primero. Para ello subcontratará a otro peso pesado del ambiente, medio caído en desgracia, llamado Mickey (James Gandolfini), a quien trata de rescatar con esta nueva changa. Decadencia y escepticismo “Mátalos suavemente” es una novela negra llevada al cine en la que hay violencia y hay sangre, pero más que nada pretende esbozar un perfil psicológico de los personajes involucrados, desde el más improvisado hasta el más profesional. Por eso no es tanta la acción y el peso dramático está puesto en los diálogos, en los que se puede apreciar el modus vivendi de estos hombres que se mueven al margen de la ley, aunque no del todo fuera del mundo. Y por momentos hasta parece un manual de “buenos modales” del asesino profesional, entre otros códigos a tener en cuenta en el ambiente. La trama se desarrolla en una atmósfera de decadencia y escepticismo, que contrasta con los discursos que propala la televisión, en donde los políticos hablan de los valores de la nación y del pueblo norteamericano, en la versión más idealizada que se conoce. Pero de este lado de la realidad, las cosas se viven de otra manera. El guión no se destaca por su originalidad aunque los actores brillan en la piel de sus personajes, en lo que se convierte en un interesante duelo de caracteres, reforzado por un excelente manejo de cámaras y una banda sonora muy sugestiva y de primera calidad.
Un reguero de violencia narco “Otros silencios” es un thriller coescrito y dirigido por Santiago Amigorena, un argentino que vive en Francia. La acción transcurre un poco en Canadá y otro poco en Argentina, y el tema refiere a las actividades delictivas de una banda de narcotraficantes de alcance internacional. En los primeros minutos del film (los mejores desde el punto de vista dramático), se ve a una familia integrada por padre, madre y un pequeño hijo, en la intimidad del hogar, en los momentos previos a la cena, en Toronto. Ella es un oficial de la policía, él es un abogado. Hay también un guiño a las relaciones interraciales, que luego se verá de algún modo contrastada con las peripecias que el personaje femenino, una blanca, atraviesa en territorio argentino. Pero vayamos por parte, porque la película se pasea no sólo por la geografía sino por varios ítems de interés, aunque de una manera bastante superficial. La anécdota cuenta la historia de una mujer que nació y se crió en un mal ambiente, en los suburbios de Toronto, y que fue rescatada por un abogado sensible, del cual se enamoró y con quien formó una familia, y también de la mano de ese hombre, logró entrar a la policía y convertirse en una oficial eficaz en el combate contra el crimen. Tan eficaz, que consiguió ganarse el odio del hampa, que no vacila en cobrarse venganza por un arresto efectuado por la mujer. El nudo dramático de la película está dado en esta venganza, perpetrada a los pocos minutos del comienzo, en una acción que arrasa con la vida de marido e hijo de la mujer policía. A partir de allí, comienza lo que será la contravenganza. La búsqueda implacable de esta mujer, herida en lo más íntimo, de los asesinos de sus seres queridos. Esto la trae para la Argentina, porque precisamente el sicario es un joven de nuestro país que ella había detenido en Canadá. La persecución empieza en Buenos Aires, en el barrio de la Boca, y termina en La Quiaca, en la frontera con Bolivia. Es la ruta del narcotráfico. El film, el segundo largometraje de Amigorena, tiene muchos defectos y algunas pocas virtudes. Filmado casi todo el tiempo con la cámara en mano, abundancia de primeros planos un tanto nerviosos y muchos silencios que (a pesar del refuerzo del título) no terminan de conformar un estilo convincente. Virtudes y defectos Las virtudes son el trabajo actoral de la actriz protagonista, la francesa Marie-Josée Croze, y alguna que otra escena en las soledades de la Cordillera de los Andes, también la música por momentos es una buena aliada del clima que se quiere lograr. Pero el mayor defecto es el guión, responsabilidad del propio Amigorena y Nicolás Buenaventura. Un guión que se queda en lo que se puede considerar un esbozo, un apunte, un borrador, y que hubiera necesitado un mejor desarrollo dramático. En resumen, es una buena idea que no termina de plasmarse, de concretarse en una exitosa realización. “Otros silencios” es uno de esos casos en que la historia que cuenta parece interesante pero el modo de contarla hace que se diluya en inconsistencias que no sólo atentan contra el ritmo del relato sino también contra su verosimilitud, dejando al espectador con una sensación de insatisfacción.
Escatológica lucha por el poder “Locos por los votos” es una sátira sobre los políticos estadounidenses y sus artimañas para ganar elecciones y posicionarse en el poder el mayor tiempo posible, con el único fin de pasarla bien y ganar dinero. Cam Brady (Will Ferrell), del partido conservador, quiere renovar su mandato como congresista, pero un error grosero en su campaña pone en riesgo el proyecto. Los financistas de Cam, los magnates y hermanos Motch (John Lithgow y Dan Aykroyd), deciden buscar un candidato para hacerle la oposición interna, con el fin de remontar la mala imagen del partido a causa del desliz del político. Así entra en la escena partidaria Marty Huggins (Zach Galifianakis), un personaje que se mueve en las antípodas del ambiente de su, ahora, adversario. Marty es un regordete ingenuo, algo afeminado, discreto padre de familia y modesto agente turístico de su pueblo, en Carolina de Norte. Con el impulso de su padre (Brian Cox), un viejo y típico republicano, a quien los hermanos Motch convencieron para que apoye esta iniciativa, Marty acepta, sólo para no defraudarlo. Los comienzos no serán fáciles para el inexperto recién llegado, sus rivales tratarán de descuartizarlo y despellejarlo apenas pise el primer acto de campaña. Sin embargo, con la ayuda de un asesor de imagen (Dylan McDermott), irá remontando posiciones en la opinión pública. La película, al más puro estilo de las comedias norteamericanas, se concentra en la lucha entre los dos rivales por conseguir el apoyo de los votantes, lo cual los obliga a estar pendientes de la imagen que deben “vender” a través de los medios de comunicación. En esa contienda apelarán a todo tipo de trucos y trapisondas, sin reparar en escrúpulos, con lo que el mal gusto y los golpes bajos abundan, de un lado y del otro. El guión explota los tips de los valores republicanos, como la sensiblería familiar, la mojigatería religiosa, el uso de armas, el desprecio a los inmigrantes, la búsqueda del lucro a cualquier precio, el abuso sexual si es necesario, entre otras lindezas, siempre y cuando ayuden a ganar votos. Votos que tienen como único objetivo conseguir un lugar en el Congreso con el fin de habilitar leyes que permitan seguir haciendo negocios. Negocios que van a beneficiar a unos pocos y que tal vez impliquen traicionar los mismos principios en los que basaron su acceso al escaño. La ridiculez La comedia satírica dirigida por Jay Roach pone en ridículo a los políticos, a los intereses que hay detrás de sus candidaturas, a los medios de comunicación que andan detrás de ellos y al público que se hace eco de sus mensajes y después los vota. En fin, a todo el sistema del país que hace de la libertad y de la democracia sus grandes marcas de origen, valores con los que pretende imponerse en el resto del mundo. “Locos por los votos” es una muestra más de esa característica también propia de los norteamericanos a través de la cual gustan de parodiarse a ellos mismos y poner al desnudo sus más oscuras fallas y debilidades. Si simpatiza con este tipo de entretenimientos livianos, quizás disfrute de esta película, de lo contrario, tal vez se aburra.
Algo huele a podrido en el MI6 James Bond es un fenómeno especial en la historia del cine. A través de los años (cincuenta ya) se va reescribiendo como una tradición inevitable. Van cambiando los guionistas, los directores y también los actores, pero el personaje se ha vuelto inmortal. Precisamente, en estos días, se ha estrenado el hiperanunciado film de Sam Mendes, que es la versión 23a. de la saga Bond, con Daniel Craig como protagonista -quien ya hizo dos versiones anteriores y dicen que firmó para dos más- y con el ultrapromocionado tema musical compuesto e interpretado por Adele: “Skyfall”. El caso es que las películas del superagente 007 no se pueden ver como una película más sino como una manifestación de ese fenómeno complejo que tiene su impronta propia. Es lo que es, un entretenimiento, pero además es un símbolo y constituye un capítulo aparte en la filmografía de todos los tiempos, hasta ahora no emulado por ningún otro experimento cinematográfico, siempre dispuesto a renovar su vigencia. Aunque le han salido y le siguen saliendo imitadores en todos lados. En esta oportunidad, el director británico Sam Mendes asume el desafío y con un guión escrito por Neal Purvis, Robert Wade y John Logan, consigue otra vez atraer la atención del público, inyectando algunas características novedosas a la historia y también a la concepción del personaje. Es evidente que en lo que respecta a trucos, las clásicas persecuciones, las peleas con armas o sin ellas, y el despliegue de escenarios, además de las mujeres bonitas y los automóviles fantásticos, Mendes ha preferido no innovar y pone de todo un poco. ¿En qué consiste su toque? En llevar el conflicto al mismo seno del MI6, algo que desencaja a Bond. Un Bond que en esta oportunidad, a poco de empezar la película, cae bajo el ataque de “fuego amigo” y es dado por muerto. Esta situación provoca una crisis en los servicios de inteligencia británicos, y la propia M (Judi Dench) es sometida a una suerte de juicio político, donde un sector del aparato pretende destituirla. Bueno, el caso es que Bond no murió y al enterarse de los aprietos por los que atraviesa su jefa, reaparece para brindarle su apoyo. Entretenimiento puro Aquí comienza la verdadera acción de “Skyfall”. El superagente deberá enfrentarse a la conspiración, que está dirigida por el malvado Silva (Javier Bardem), que no es más que un ex agente descarriado, ofendido y resentido, que ha formado su propia organización y pretende destruir el poder del MI6 en venganza. Es algo así como un asunto personal, que trasciende como una cuestión interna. No se trata, en este caso, de un enemigo público que pone en peligro la paz del mundo. Mendes apuesta entonces a la construcción de una trama de intrigas que pone en juego pasiones, sentimientos, lealtades y traiciones. Una lucha de egos, una competencia por el poder en la polifacética estructura de los servicios secretos británicos, con un malvado que roza lo caricaturesco. Y si bien resulta que Bond no murió, parece que la que sí debe morir es M, para dar lugar a la renovación. Habrá que esperar las otras dos entregas prometidas para ver qué pasa. Si es fanático de la serie, encontrará muchos detalles para disfrutar, ya que la película abunda en guiños referidos a las versiones anteriores. Aunque también se pueden encontrar similitudes, que no parecen casuales, con algunas propuestas de la competencia. Juegos y más juegos, para entretenerse durante dos horas y media.
Una fábula victoriana “Histeria” es un juego, es casi una representación escolar para ilustrar una clase de historia. El ojo de la directora Tanya Wexler se posa sobre un período: fines del siglo XIX en Gran Bretaña, y particularmente sobre la influencia de la medicina y otros avances científicos tecnológicos, en las costumbres de la época. El guión, responsabilidad de Jonah Lisa Dyer y Stephen Dyer, presenta a un joven médico, Mortimer Granville (Hugh Dancy), quien busca trabajo en hospitales y clínicas privadas de Londres, donde se debe enfrentar no solamente a las enfermedades sino a la ignorancia de los viejos doctores, aferrados a prácticas ya superadas por los nuevos descubrimientos de la ciencia. Entre ellos, tiene una escatológica discusión con un médico jefe en un hospital que niega la existencia de los gérmenes e ignora por completo las normas elementales de higiene. Esa discusión deja a Mortimer en la calle. Por suerte, el joven profesional tiene un amigo, que es también su mecenas, Edmund (Rupert Everett), un inventor que se la pasa experimentando con artefactos novedosos, como generadores de electricidad y teléfonos, dilapidando la fortuna familiar de esa manera. El médico, finalmente consigue trabajo en la clínica del Dr. Robert Dalrymple (Jonathan Pryce), especialista en señoras, a quienes trata del mal conocido en la época como “histeria”. Su sala de espera está siempre repleta de mujeres que van a aliviar sus tensiones, de la mano del facultativo, quien recibe la llegada de Mortimer con un gesto de alivio, ya que no da abasto para atender satisfactoriamente a todas sus pacientes. Paralelamente, el joven le echa el ojo a una de las hijas del afamado profesional, Emily (Felicity Jones), una jovencita dedicada al piano y a algunas ramas del conocimiento científico, como la frenología, cosa que agrada mucho a su padre. Aunque también irrumpe en escena el torbellino llamado Charlotte (Maggie Gillenhaal), la hija mayor, considerada “un caso difícil” por su propio progenitor. Así, Mortimer aprende rápidamente a aplicar el método del Dr. Dalrymple a las atribuladas mujeres afectadas por el mal de la época, a quienes ayuda a aliviar los síntomas, siguiendo las indicaciones de su jefe. El trabajo, sin embargo, le causa algunos trastornos a su mano derecha, por lo que se siente cada vez más incómodo, pero como el sueldo es alto, y por si fuera poco, Dalrymple vería con agrado que Mortimer fuera el heredero del prestigioso consultorio, previo casamiento con Emily, el joven decide poner empeño en su tarea. En tanto Charlotte, la hija descarriada, avergüenza a su padre ocupándose de menesterosos en las zonas más humildes y peligrosas de la ciudad. La muchacha encarna las ideas incipientes acerca de la emancipación femenina y también adhiere a las nuevas tendencias en cuanto a higiene y educación, pretendiendo mejorar la condición de los menos favorecidos. De ahí que reciba el mote de “socialista”, posición que no se ajusta a los preceptos paternos. Al modo de una comedia de enredos, habrá idas y venidas, y finalmente, Mortimer perderá su empleo, no se casará con Emily y terminará enamorado de Charlotte. Y en medio de todo ese lío romántico y social, inventará casi por casualidad, con la ayuda de su amigo y mecenas, una aparatito que hará más fácil la tarea del especialista en señoras, y así dará origen al vibrador, objeto que al poco tiempo logrará hacerse muy popular en la sociedad de la época gracias al impulso de la industria. La propuesta de Wexler no pretende ir más allá que del entretenimiento liviano con algunos guiños picarescos, en donde los personajes se acercan a la caricatura en clave de humor naif.
No toquen a la nena Es curioso, bastante llamativo, el hecho (repetido) de que un gran segmento de la producción cinematográfica elija como protagonistas a agentes (en actividad o retirados) de la CIA, la agencia de inteligencia norteamericana, o alguna similar. “Búsqueda Implacable” y su secuela, “Búsqueda Implacable 2”, se incluyen en ese colectivo, con Liam Neeson como actor principal. Será que el mundo de los agentes secretos, su estilo de vida, quizás sus músculos, resultan atractivos para el resto de los (simples) mortales. Será que son interesantes, forzudos, inteligentes... vaya a saber. El caso es que la receta se repite, una y otra vez, de la mano de distintos guionistas y directores, como si se tratara de un bocadillo al que no se le puede decir que no y un éxito de taquilla asegurado. Y hasta quizá uno puede suponer de que haya algo de supersitición. ¿Qué megaestrella podría considerarse como tal si nunca hizo una de agentes secretos? Hay que tener películas así en el currículum para estar en onda y no caerse de la agenda... Quizás. “Búsqueda Implacable 2” es la continuación de la primera. Si Ud. no la vio, no entenderá casi nada de lo que pasa, pero tal vez se divierta (un poco) con las persecuciones y los escapes a pura adrenalina. Por las dudas, le apunto que en la primera, el ex agente de la CIA Bryan Mills (Neeson), a la sazón padre de una adolescente de 17 años y divorciado de la madre de la jovencita, debió salvar a su hija de las fauces de una red de secuestradores albanos que pretendían prostituirla. Todo eso ocurrió cuando la muchachita viajó con una amiga a Europa, pese a que su padre no estuvo de acuerdo con esa decisión. Dicho y hecho, las chicas se metieron en problemas y papi tuvo que correr al rescate. La hija se salva, pero la amiga no corre la misma suerte. En esta segunda parte, los albanos andan detrás de Neeson para cobrarse venganza por todos los parientes que el ex agente liquidó mientras peleaba por salvar a su hija. Aprovechan la ocasión en que el profesional en seguridad consigue un trabajito en Turquía y no tiene mejor idea que invitar a su ex (separada ahora también de su segundo marido) y a su hija para que lo acompañen en este viaje de negocios. Allí los estarán esperando los malos, con hambre y sed de venganza. Y como suele suceder en estos casos, lo que hubiera sido una hermosa oportunidad para recomponer los lazos familiares se convierte en una trampa terrorífica, en la bella, aunque misteriosa, ciudad de Estambul. De más está decir que Mills, tocado en sus fibras más íntimas, defenderá a su mujer y a su hija con uñas y dientes, y logrará salvarlas, una vez más, de las garras de la despiadada mafia balcánica. Aunque siempre queda sin resolver el problema de fondo que es la incompatibilidad manifiesta entre la profesión que abrazan estos tipos con la vida familiar... sin embargo, insisten. ¿Será que son irresistibles? ¿Será que consiguen hacerse imprescindibles? ¿Serán un premio o un castigo?