“Horizonte profundo”: tragedia en el corazón del golfo El 20 de abril de 2010 la plataforma petrolera Deepwater Horizon explotó por los aires. Esta avanzada plataforma semisumergible de aguas ultraprofundas perteneciente a la compañía Transocean –alquilada en ese momento por la British Petroleum– se encontraba taladrando el pozo de petróleo Macondo, en el golfo de México, a 80 kilómetros de la costa de Louisiana. De repente tuvieron un violento quiebre, causado por bolsas de metano inestable que salieron disparadas por las tuberías. Para que se den una idea de lo que estamos hablando, la función de la Deepwater Horizon era perforar los pozos en el subsuelo marino mientras que la extracción (petróleo o gas) la realizaba por otro equipo. Los peligros de este trabajo son encontrarse, por ejemplo, con bolsas de gas explosivas. Ninguno de los sistemas de emergencia funcionó correctamente y rápidamente el gas disparado hacia la superficie encontró la forma de prenderse fuego y provocar una tremenda explosión. El saldo fueron 11 personas muertas (nunca se encontraron los cuerpos), 55 días de derrame continuo de petróleo –mezclado con una pequeña parte de metano– en el mar, que se estiman equivalentes a 4.9 millones de barriles. Teniendo en cuenta también los daños al ecosistema, esta tragedia está considerada como el mayor derrame de petróleo de la historia. Qué fue lo que pasó, cómo se inició el accidente y algunas dudosas decisiones de los ejecutivos de la compañía son los que se analizan en “Horizonte Profundo” (Deepwater Horizon, 2016). La historia se cuenta a través de los ojos de Mike Williams (Mark Wahlberg), técnico en jefe de electrónica de la plataforma que llega tras unos días de estar con su familia. Con él arriban “Mr” Jimmy (Kurt Russell), gerente de instalación marítimo, y Andrea Fleytas (Gina Rodriguez), oficial sustituta de posicionamiento dinámico, encargada de que la Deepwater Horizon mantenga su posición por encima del pozo. En estos tres personajes recae el peso dramático de relatar lo que pasó, ya sea con Williams especificando en un momento todas las fallas o problemas que tiene la plataforma, o Mr. Jimmy enfrentándose a los directivos (uno de ellos encarnado por John Malkovich) para que se realizan todas las pruebas de seguridad pertinentes; o Fleytas y las decisiones cruciales de qué hacer una vez ocurrida la explosión. Algo fabuloso de este largometraje es el nivel de compromiso y detalle que tiene, de hecho se construyó una plataforma petrolera en donde se filmaron la mayoría de las escenas (está considerado el mayor set jamás construido para una película). Pero a la vez, le quita un poco de alma a la historia. Es que Peter Berg, el director, de repente se encuentra en una encrucijada: al ser una historia verídica le da ese halo de seriedad y solemnidad que requiere un hecho trágico en que murieron personas; entonces el personaje de Mark Wahlberg queda automáticamente contenido y no puede transformarse en un “superhéroe” de repente, porque no hace al tono del film. Acá es donde “Horizonte Profundo” pierde su rumbo. No es una obra del género cine catástrofe, ni este hecho parecería ser tan importante –más allá de los Estados Unidos– como lo fue, por ejemplo, el 11S. Lamentablemente “Horizonte Profundo” no explora en el lugar indicado y difícil es que logre hallar lo que pretende.
“Los siete magníficos”: La infalible ley del revólver Los Siete Samuráis (Shichinin no samurai, 1954), escrita y dirigida por Akira Kurosawa, contaba cómo unos campesinos del Japón del siglo XVI reciben la ayuda de este grupito de guerreros para defenderse de unos bandidos que los atacan periódicamente. Este largometraje fue ganador de varios premios internacionales, es considerado uno de los mejores y más influyentes filmes de la historia y uno de los pocos que, durante esos años, logró traspasar las fronteras y ganar fama y popularidad en occidente. Tanto es así que el gran director John Sturges realizó una remake titulada Los Siete Magníficos (The Magnificent Seven, 1960). Acá se trataba de un pueblito mexicano asediado por una banda de forajidos cuyos habitantes deciden contratar a siete pistoleros para que los defiendan. Esta versión es la más recordada por estos pagos y, probablemente, la que más gente vio. Tenía un gran elenco de actores (Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson, James Coburn, Robert Vaughn y Eli Wallach, entre otros) y, sin dudas, inspiró a los westerns que vinieron más tarde. Más de 50 años después -eso si no contamos a Bichos: Una Aventura en Miniatura (A Bug’s Life, 1998)- nos llega esta remake de Antoine Fuqua que intenta rescatar el sentido clásico, el glamour y el encanto de un género que nunca pasa de moda como el western. Bartholomew Bogue (Peter Sarsgaard) es el dueño de una compañía minera que ha encontrado oro en el pueblo de Rose Creek. Bogue no tiene muchos escrúpulos ni se anda con rodeos, así que para quedarse con las tierras de los pobladores les ofrece -poco- dinero para comprarlas. Y si se niegan, bueno, los asesina para que sepan a qué atenerse. Emma Cullen (Haley Bennett), recientemente viuda gracias al empresario, decide contratar al cazarrecompensas Sam Chisolm (Denzel Washington) en nombre de todos los habitantes de Rose Creek para que los defienda. Chisolm acepta, más que por la paga por motivos personales y se encarga de reclutar a un variopinto grupo de personajes para que lo ayuden: Josh Farraday (Chris Pratt), un jugador empedernido; Goodnight Robicheaux (Ethan Hawke), un excelente tirador; Jack Horne (Vincent D’Onofrio), un sabueso; Billy Rocks (Byung-Hun Lee), un asesino; Vásquez (Manuel García Rulfo), un bandido y Red Harvest (Martin Sensmeier), un guerrero indígena. A medida que comienzan a preparar a la población para la violenta confrontación que se aproxima, estos siete mercenarios se encuentran a sí mismos peleando por algo más que sólo el dinero. Este largometraje es bastante entretenido, algo clásico -Fuqua no comete el pecado de “modernizar” las peleas- y tiene algunas actuaciones destacables (Washington, Hawke, D’Onofrio, Bennett, Sarsgaard). Pero tiene una mala construcción de personajes, los lazos fuertes que muestra entre algunos de ellos no son creíbles, algunos no sabemos qué los lleva a hacer lo que hacen y las motivaciones personales con las que pasan a erigirse como santos no quedan muy claras. Es que este film presenta el mismo problema que la casi totalidad de las remakes: se vanagloria diciendo que nada tiene que ver con la original, pero en algún punto del relato juega con que el espectador entiende cómo se desarrolla la trama porque vio la primera. Piensen o revean las nuevas versiones de otros largometrajes y van a notar este sutil detalle. Esta película es entonces un conglomerado de buenas intenciones, mal llevada a cabo pero entretenida. Magnífico no hay ninguno, a lo sumo tres maravillosos, dos presentables y dos joya nunca taxi. Y en los tiempos que corren, con eso tal vez zafen.
“Gilda, no me arrepiento de este amor”: un homenaje con destino de clásico El 7 de septiembre de 1996, en el km 129 de la Ruta Nacional 12, en camino a Chajarí, Entre Ríos, un camión choca al micro que utilizaba Gilda para sus giras. En el accidente mueren ella, su madre, su hija mayor Mariel, tres músicos de la banda y el chofer. Tenía tan sólo 34 años y su carrera había comenzado unos pocos años antes, pero lo “poco” que entregó en vida le bastó para convertirse en una leyenda de la música popular argentina. Su repentina muerte dio paso a la veneración, a la nostalgia, a la eternización, a llorar lo que no pudo ser; y a 20 años de ese trágico suceso, Myriam Alejandra Bianchi logra un merecido reconocimiento-homenaje con una de las mejores películas argentinas de los últimos años: “Gilda, no me arrepiento de este amor” (2016). Este filme, protagonizado por Natalia Oreiro, nos relata la historia comenzando seis años antes del fatídico accidente. Cuando Myriam, una humilde maestra jardinera, madre de dos hijos, que vive en un barrio de clase media en Villa Devoto, decide que necesita –le urge– hacer algo con su vida. Es así como, recordando su amor por la música, inculcado por un padre que la abandonó muy rápido al morir joven, sigue su deseo de perseguir ese sueño que dejó trunco en su juventud: cantar. Myriam renuncia a su trabajo, responde a un aviso clasificado en donde piden vocalistas para un grupo musical y allí conoce a Toti Giménez (Javier Drolas), un productor musical del ambiente tropical que automáticamente se da cuenta de dos cosas: el ángel que tiene esa mujer y que acaba de encontrar al amor de su vida. Así, lentamente, ambos emprenden un largo, tortuoso y en ocasiones peligroso camino en busca de su ansiado objetivo: triunfar en la música. Nacerá Gilda, que tendrá que luchar contra los prejuicios externos (es rechazada varias veces por no encajar con el estereotipo de la cantante de cumbia de esa época), así como también con los de su propia familia: un marido celoso (Lautaro Delgado) incapaz de pensar más que en él, una madre ciega (Susana Pampín) ante los anhelos de su hija. A pesar de tantas trabas y obstáculos, llegará su ascenso al éxito y a la fama, que durarán apenas unos años, pero su estela seguirá para siempre. La directora Lorena Muñoz, reconocida y talentosísima documentalista, se embarca en su primer proyecto de ficción con una maestría y un oficio que deja a más de uno con la boca abierta. Es que Muñoz –con el aporte de su amiga y coguionista Tamara Viñes– recorre la historia de Gilda de una manera impecable, sin caer en golpes bajos ni escenas efectistas, logrando incluir a toda clase de público en esta película (algo muy difícil a priori). Porque este largometraje más que nada es la historia de una mujer que lucha por sobreponerse, a su entorno y a ella misma. ¿Vale lo que está haciendo? ¿Está ganando más de lo que pierde? ¿Tiene sentido tanto esfuerzo? Todas esas preguntas son planteadas y respondidas desde el lado más humano de esta mujer, dejando de lado al personaje. Pero también se conjugan otros elementos para que esta obra transmita tanto: la realizadora conoce en profundidad la vida de la cantante y lo que quiere contar de ella; y a eso se suma una Natalia Oreiro que es un huracán en pantalla. Oreiro no está “imitando” a Gilda, la está homenajeando, le está prestando su cuerpo para contar su historia, está creando un poema de amor a esta mujer que admira con pasión. Este largometraje se erige como uno de los mejores, sino el mejor, que el cine nacional nos dará este año. Porque tiene pasión, porque tiene amor, porque tiene respeto. Bienvenido al panteón de los clásicos argentinos.
Ataque de Pánico (2009) es un corto que cuenta una invasión extraterrestre a la ciudad de Montevideo. Salió en su momento 300 dólares, y era muy original y fresco. Fue todo un éxito y llevó a su director, Federico Álvarez, a los campos dorados de Hollywood (lo pueden encontrar en YouTube. Tiene más de 7 millones de vistas). Allí se topó nada más ni nada menos con un trabajo pesado: realizar la remake de “Evil Dead: Diabólico” (Evil Dead, 1981), y encima supervisado por Sam Raimi, Bruce Campbell y Robert Tapert, el trío original del film. Salió airoso de esta prueba junto a su amigo, colaborador habitual y guionista Rodolfo Sayagués. Ahora este dúo, junto a la protagonista de ese film Jane Levy, más Raimi, Tapert y el compositor Roque Baños, vuelven a repetir en “No Respires” (Don’t Breathe, 2016), uno de los mejores largometrajes de terror de la última década. Rocky (Jane Levy), Money (Daniel Zovatto) y Alex (Dylan Minnette) es un trío de amigos que se dedica a entrar a casas para robarlas. Money es la fuerza bruta, el que roba casi por placer. Rocky quiere juntar el suficiente dinero para llevarse de la ciudad a su hermanita pequeña y que se críe un ambiente mejor, y Alex es el que consigue las llaves e información de las viviendas, ya que su papá trabaja en una empresa de seguridad que les provee alarmas a los hogares. Y, además, casi que se dedica a esto porque está totalmente enamorado de Rocky. Cada robo que realizan los jóvenes está perfectamente planificado, y ahora han encontrado el objetivo perfecto: entrar en la casa de un ciego que, aparentemente, tiene una importante suma de dinero guardada allí. Además, vive en un barrio alejado y, prácticamente, no tiene vecinos. Es el atraco perfecto, y el golpe que podría hacer que dejen de delinquir de una vez y para siempre. Están seguros de que este robo es pan comido, pero después que entren se verán envueltos en una escalofriante lucha por sus vidas. “Posesión Infernal” (Evil Dead, 2013) fue la presentación de Fede Álvarez en Hollywood, pero ese film tenía mucha carga encima: era una remake, estaban los antiguos realizadores respirándole en la espalda, tenía que cargar aunque no lo quisiera con toda la mística de ese clásico. No debe haber sido fácil. “No Respires”, en cambio, es de su propiedad. Y se nota mucho. Álvarez se permite jugar, probar, exigir, cambiar, divertirse, y como consecuencia tenemos una obra maravillosa. Esta película asusta y tiene al espectador aferrado a la butaca, y sin tener un fantasma, demonio o criatura monstruosa asustando a la gente. ¿Hace cuánto que no ven un film de terror que los asuste sin ninguna de esas cosas? Pero no sólo eso porque además nos hace sufrir con los protagonistas y, si en un momento se encuentran no respirando al igual que ellos, es ahí en donde van a notar lo bien que está hecha. Los actores están muy bien dirigidos, con un Stephen Lang que puede lograr que cualquiera se haga pis encima. Los silencios, los colores, las luces, la oscuridad, los sonidos, la ausencia de música, la banda sonora imperceptible, todo en su conjunto hace de “No Respires” un largometraje imperdible. Piedra libre para los banderines del Club Atenas de Montevideo y de Peñarol que este hincha fanático se da el lujo de mostrar en alguna escena. Para aplaudir de pie el plano secuencia que utiliza para mostrar la casa y a los jóvenes irrumpiendo en ella que es descomunal. Y otra cosa genial son las vueltas de tuerca y giros que tiene que suman siempre y son bastante inteligentes. Dense la oportunidad de que “No Respires” los deje sin aliento y pidiendo por una bocanada más de aire. Lo van a disfrutar.
“Kubo y la Búsqueda Samurái”, aventuras animadas para chicos Will Vinton era un famoso productor y director de cine de animación (ganador de un Oscar y varios premios Emmy por su trabajo) que a finales de la década del noventa buscó inversores externos para poder producir largometrajes con la famosa técnica de animación stop-motion (se aparenta el movimiento de objetos por medio de una serie de imágenes fijas sucesivas). Así llegó Phil Knight -propietario de la empresa Nike en ese momento- que con los años llegó a ser el accionista mayoritario y se quedó con la compañía. Vinton, por supuesto, fue despedido. El hijo de Phil, Travis, que trabajaba como animador, quedó como el CEO de la empresa que se empezó a conocer como Laika en 2005. En 2009 estrenaron su primer largometraje llamado “Coraline y la puerta secreta” (Coraline, 2009), al que le siguió “ParaNorman” (2012) y finalmente “Los Boxtrolls” (The Boxtrolls, 2014), las tres nominadas al Oscar a Mejor Película Animada. Ahora nos llega su último trabajo, ópera prima de Travis Knight, llamada “Kubo y la búsqueda samurai” (Kubo and the Two Strings, 2016), una obra maestra de esas que no abundan. En el antiguo Japón, Kubo (Art Parkinson) es un inteligente y bondadoso joven que lleva una vida tranquila en un pequeño pueblo junto a su madre, la cual no está del todo bien de la cabeza. El chico se gana la vida relatando historias a los aldeanos con la ayuda de origamis mágicos. Esto lo puede hacer sólo hasta el atardecer, ya que por orden de su madre no tiene que estar fuera de su refugio por las noches o sus malvadas tías gemelas (Rooney Mara) lo van a encontrar. Es que a Kubo le falta un ojo que supuestamente le robó su abuelo el Rey Luna (Ralph Fiennes), y como el trabajo quedó inconcluso debe ocultarse. Un día no puede evitarlo y la noche lo encuentra en la aldea, es por esto que sus tías lo encuentran pero su madre llega justo para salvarlo a tiempo. El chico huye gracias a la magia de su mamá y despierta más tarde en un extraño lugar. Ahora debe unirse a Mono (Charlize Theron) y Escarabajo (Matthew McConaughey) para vencer a sus enemigos, salvar a su familia y resolver el misterio que rodea la muerte de su padre, el más grande samurai que jamás haya existido. A la fecha, con 1 hora y 41 minutos, esta es la película más larga hecha con la técnica stop-motion, venciendo por 1 minuto a “Coraline”. Si están familiarizados con estos filmes, sabrán que es un trabajo titánico hacerlos. En “Kubo”, por ejemplo y para que se den una idea, por semana se hacían 4.3 segundos de filme en promedio. Hagan la cuenta y les da aproximadamente un tiempo de 5 años en que llevó hacerla completa. Hay una secuencia en un bote, claramente la mejor, que tomó 19 meses en filmarse. Números increíbles, ¿no? Y este nivel de detalle y compromiso es lo que hacen de este largometraje una obra excelente. La historia es original, con el humor y la acción necesarias y cada plano y secuencia no hace más que enamorar al espectador. Si la ven subtitulada, van a apreciar el enorme trabajo que realizan Theron y McConaughey que, sólo con su voz, logran transmitir a la perfección las emociones de sus personajes. En lo posible, intenten no ir con nenes chicos a las salas porque pueden terminar asustándose, ya que hay algunas escenas que les pueden hacer ganar dos o tres semanas de pesadillas. Es casi una certeza que “Kubo y la búsqueda samurai” tendrá un lugar asegurado en la próxima edición de los Oscar. Y, si nada extraño pasa, ya es hora de que Laika se lleve la estatuilla. Esta es una obra maestra, y así debería ser reconocida.
“Amigos de Armas”: los muchachos de la guerra Con 23 años la vida de David Packouz consistía en dar masajes terapéuticos –para lo cual se había preparado y estudiado– para ganarse la vida. Corría el año 2005 y el muchacho no le veía mucho sentido a lo que estaba haciendo, ni tampoco vislumbraba un futuro promisorio. Pero ese mismo año su amigo de la infancia, Efraim Diveroli, lo invitó a que se asociara a su compañía AEY Inc., que se dedicaba a la venta de armas y que tenía un solo empleado: él mismo. Efraim tenía 19 años de edad y había encontrado la forma de hacer mucho dinero: escanear por Internet una iniciativa del gobierno poco conocida que permitía que pequeñas empresas oferten por contratos militares y aplicar para los pedidos. Lo único que tenían que hacer era estar horas y horas frente a una computadora, elegir el negocio, que los eligieran y así llamar a algún traficante de armas extranjero para suplir el pedido. Para el final del año 2006 habían ganado 149 de estos contratos por un valor de 10.5 millones de dólares. El “problema” surgió en 2007 cuando se aseguraron uno gigantesco por 300 millones para suplirle al ejército afgano una cantidad infernal de municiones. Y no vamos a seguir porque estaríamos spoileando la película si no saben lo que ocurrió. Lo cierto es que la historia de estos dos amigos, un poco más que adolescentes, salió publicada en un artículo de la revista Rolling Stone titulado “Arms and the Dudes”, de Guy Lawson (que después el mismo periodista amplió con un libro). Esta historia, tan atractiva como increíble, no tenía mucha más opción que ser contada en la pantalla grande. Y así nos llega Amigos de Armas (War Dogs, 2016). El director Todd Phillips, el mismo de la trilogía de “¿Qué Pasó Ayer?”, no sólo se encargó de la realización de este film que sino también de adaptarla. Phillips no había hecho hasta el momento otra cosa que no fuera comedia, y sale bastante airoso con su nueva incursión en otro género. Se valió también de un recurso que, aunque bastante utilizado, siempre es efectivo si está bien hecho: que es que la historia sea contada por el protagonista y que mezcle situaciones “cómicas” con el drama, como pasó por ejemplo en “Buenos Muchachos” (Goodfellas, 1990), “El Lobo de Wall Street” (The Wolf of Wall Street, 2013) o incluso “El Señor de la Guerra” (Lord of War, 2005), a la que este largometraje hace recordar tanto. Obviamente que lo que se cuenta es súper atractivo, que si no fuera porque en realidad pasó en la vida real uno podría decir que los guionistas fantasearon demasiado con la historia. La realidad siempre supera a la ficción, ¿no? El elenco está muy bien elegido, con un Milles Teller (David Packouz) que cada sube un escalón más consolidando su carrera y un Jonah Hill (Efraim Diveroli) que está llamado a ser uno de los mejores actores de su generación. El día que le llegue el rol correcto nos va a regalar una actuación inolvidable. Bradley Cooper, que también es productor de la película, tiene un pequeño papel como un traficante de armas bastante pesado que “ayuda” a los muchachos a llevar a cabo su negocio. Para que tengan en cuenta, el verdadero Packouz aparece al principio en una escena haciendo de un cantante en un asilo de ancianos. Por su parte, Diveroli no quiso recibir a Jonah Hill ni saber nada con el largometraje. Fresca, dinámica, divertida (a pesar de lo serio que es el tema que trata), este largometraje es la sorpresa de los estrenos de este semana. A las armas las cargará el Diablo, pero estos muchachos son los encargados de venderlas.
“Nada es lo que Parece 2”: algunas segundas partes sí son buenas Hace tres años llegaba a la pantalla de los cines “Nada es lo que Parece” (Now You See Me, 2013), un filme que contaba la historia de cuatro magos con distintas habilidades –J. Daniel Atlas (Jesse Eisenberg), Henley Reeves (Isla Fisher), Jack Wilder (Dave Franco) y Merritt McKinney (Woody Harrelson)– que eran reclutados para formar un grupo llamado Los Cuatro Jinetes. El cuarteto realizaba increíbles espectáculos de magia e ilusionismo con la única finalidad de cometer robos. Por supuesto eran perseguidos por la ley, en este caso por el agente del FBI Dylan Rhodes (Mark Ruffalo). Finalmente se descubría que todos estos hechos delictivos tenían una finalidad: por un lado, la persona que los reclutó tomaba venganza de un hecho ocurrido muchos años atrás, y por el otro el cuarteto podía acceder a una sociedad secreta de magos llamada El Ojo. Dinámica, sorprendente y bien ejecutada, la película cerraba redondita y tenía un final digno de sonrisas y aplausos. Y ahora tenemos la chance de disfrutar, en grande, “Nada es lo que Parece 2” (Now You See Me 2, 2016). Ha pasado un año desde que Los Jinetes desaparecieron, y durante todo ese tiempo se han estado preparando para estar al servicio de El Ojo. Dylan sigue trabajando para el FBI, desviando la atención de las autoridades para que no puedan dar con ellos. Ahora, ha llegado el momento de que vuelvan a aparecer –con la incorporación de una nueva integrante llamada Lula (Lizzy Caplan)– para que desenmascaren a un magnate tecnológico. Pero algo sale mal y alguien boicotea el espectáculo, revelando la identidad de Dylan como líder del grupo y además secuestrando a los magos. Ese alguien es Walter Mabry (Daniel Radcliffe), el socio supuestamente muerto del empresario que iban a exponer ante el público. Para recuperar su libertad y su reputación, los obligará a robar un chip capaz de acceder a todas las computadoras y dispositivos del mundo que tiene su exsocio. Mientras tanto, Dylan se tendrá que asociar con Thaddeus Bradley (Morgan Freeman) para tratar de encontrarlos y ver quién es el que realmente está detrás de todo lo que está pasando. No la tenían fácil los realizadores de este filme. La primera película había sido un gran éxito, particularmente porque era compacta, con actuaciones estelares (reunía a un elenco increíble), con una trama que mantenía al espectador más que atrapado todo el tiempo y con el atractivo de los trucos de magia. Salió el francés Louis Leterrier y entró como director Jon M. Chu, que venía de cosas como “G.I. Joe: El Contraataque” (G.I. Joe: Retaliation, 2013). Nada muy promisorio, pero acá sale mucho más que airoso. La mayor contra que tenía este largometraje era que los puntos fuertes de la primera eran difíciles de superar (la sorpresa, la frescura, la originalidad, la vuelta de tuerca) porque el espectador iba a estar atento y advertido de todas esas cosas. Pero increíblemente sale airosa y logra superar esas “contras” con creces e, incluso, redoblar la apuesta. Desde que arranca, el film vuelve a captar la atención del público y no lo suelta, en una vorágine que hace que la gente pida más y más. Estén atentos a la escena del robo del chip que es estupenda. Si se preguntan por qué Isla Fisher no aparece, simplemente es porque estaba embarazada pero estará en la tercera parte. ¿Tercera parte? Sí, se anunció que habría otra incluso un año antes de ésta, y que saldrá en 2017 o 2018. Bienvenida sea. Si tienen planes de ir al cine, no lo duden ni por un instante: “Nada es lo que Parece 2” es su película. Además, aparece Harry Potter, y eso hace que la magia esté asegurada.
Un equipo de villanos que asusta poco En marzo, hace sólo unos pocos meses, vimos cómo “Batman vs. Superman: El Origen de la Justicia” (2016) fracasaba estrepitosamente. No como producto, ya que anduvo muy bien en recaudaciones, sino como obra en sí misma. Sí, la fue a ver todo el mundo, pero a la gran mayoría no le gustó nada. Eso hizo que todas las alertas se encendieran en DC/Warner porque, claro, no basta solamente con recaudar toneladas de dinero porque, en algún rinconcito de esos corazones a los que les encanta contar billetes, también quieren que sus películas gusten. Así, como le pasa a sus primos de Marvel/Disney. Es por eso que Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 2016) viene con varios cambios respecto de su predecesora: más humor, más optimismo, más luz, todo más “pop”, si se quiere. Y obtuvieron un producto mejor -por muy poco-, y que seguramente destrozará la taquilla mundial. El problema es que este largometraje sigue teniendo las mismas fallas que sus antecesoras. Este filme comienza inmediatamente después de los hechos ocurridos en “Batman vs. Superman”. El gobierno no tiene muy claro qué hacer ante la visita de alienígenas, porque Superman demostró ser bueno pero el próximo podría no serlo y el Hombre de Acero no está más en el mapa para interceder. Hay alguien que viene con una solución y esa es Amanda Waller (Viola Davis), la líder de una agencia gubernamental que opera bajo las sombras y ha estado ideando un plan: reclutar a los villanos más peligrosos del planeta, formar un equipo, y que trabajen para ellos realizando las misiones más peligrosas. Primero no obtiene el permiso, pero cuando una amenaza sin precedentes se cierne sobre la ciudad el grupo entrará en acción. Ellos son: Encantadora (Cara Delevingne), Deadshot (Will Smith), Harley Quinn (Margot Robbie), Diablo (Jay Hernandez), Boomerang (Jai Courtney), Slipknot (Adam Beach) y Killer Croc (Adewale Akinnuoye-Agbaje); a los cuales se sumarán Katana (Karen Fukuhara), la guardaespaldas del líder Rick Flag (Joel Kinnaman), que responde a Waller. A todo esto, hay un payaso maldito (Jared Leto) que anda dando vueltas por ahí con la idea de recuperar a su verdadero amor: Harley Quinn. “Reyes de la calle” (2008), “En la mira” (2012), “Corazones de hierro” (2014), el director y guionista David Ayer tenía buenos antecedentes como para encarar un largometraje como éste. Pero algo debe haber pasado en el medio. Al filme se lo ve “tocado”, como si las escenas adicionales que dijeron que le agregaron hubieran sido metidas con fórceps y sin ninguna lógica a la historia. Hay una presentación de personajes floja, centrándose bien sólo en algunos (El Guasón, Harley Quinn, que seguramente veremos en otro filme), tiene problemas de edición, las escenas de acción no son buenas y tampoco es muy convincente la elección de los actores. De este engendro pueden salir bien parados Viola Davis –la mejor, sin dudas–, Will Smith y Margot Robbie, porque los demás tampoco interesan tanto. Con los años tal vez descifremos el enigma de porqué incluyeron a este Guasón tan “pintoresco” y poco atractivo, sin mucho que hacer en la película. Lo cierto es que no es tan mala como su antecesora y es más “disfrutable”, pero con muchas ganas y siendo condescendientes. Hay escena final para darnos pie a lo que viene, por supuesto. Y no mucho más. Después de tanta espera finalmente el Escuadrón Suicida llegó a los cines, sólo para inmolarse frente a nuestros ojos.
Matt Damon reina en la acción El escritor norteamericano Robert Ludlum publicó en 1980 “El caso Bourne”, sobre un exagente de la CIA que era una máquina de matar perfecta e iba en busca de un pasado que no recordaba. Lo continuó con “El mito de Bourne” (1986) y “El ultimátum de Bourne” (1990). Ludlum siguió escribiendo pero no sobre su interesante creación hasta que falleció en 2001 (la serie la continuó Eric Van Lustbader que desde 2004 hasta la fecha tiene diez novelas publicadas). Lo que el novelista sí llegó a ver, y pocos recuerdan, es la gran miniserie “Identidad perdida ( 1988), que fue la primera vez en que Jason Bourne fue encarnado por un actor, en este caso Richard Chamberlain. No caben dudas de que Matt Damon lo llevó al estrellato con su trilogía, una de las mejores de la historia del cine, sin lugar a dudas. Pero el actor no quería saber más nada sobre una cuarta película y en julio de 2007, tras el estreno de la tercera parte, declaraba: “Todo ese mecanismo de propulsión interna que impulsa el personaje ya no está allí, así que si va a haber otra, entonces tendría que ser una reconfiguración completa, o sea ¿dónde ir desde allí? Me encanta el personaje, y si Paul Greengrass me llama en diez años y dice: ‘Ahora puedo hacerlo, porque han pasado diez años y tengo una manera de traerlo de vuelta’, entonces hay un mundo al que puedo ir y diré: ‘Sí, absolutamente’”. Fue eso, o un vagón lleno de dinero, lo cierto es que tanto Greengrass como Damon están de vuelta en “Jason Bourne” (2016), para bien de todos nosotros. El filme comienza con Nicky Parsons (Julia Stiles), la única amiga que le quedó al exagente, hackeando la página de CIA. Es así que encuentra archivos sobre el pasado de David Webb (o Jason Bourne) e información sobre el rol de su padre Richard (Gregg Henry) en la creación del programa Treadstone. Nicky está bajo vigilancia, y al hacer esto entra en el radar del director de la CIA Robert Dewey (Tommy Lee Jones), un hombre que esconde mucha información sobre Bourne y que tiene unos planes bastante nefastos en marcha. Dewey tratará de eliminar a todo aquel que interfiera con él, y para eso utilizará a su talentosa subordinada Heather Lee (Alicia Vikander) y a un asesino letal conocido sólo como Agente (Vincent Cassel). Bourne nuevamente correrá peligro y surgirá de las sombras para tratar de encontrar las últimas respuestas sobre su pasado. El filme puede tener muchos elementos en común con “La supremacía de Bourne” (The Bourne Supremacy, 2004), incluso tener algunas situaciones inverosímiles, o cosas del guión un tanto flojas, pero todos estos defectos son perdonables. Es que Greengrass y Damon están más viscerales que nunca y van al hueso directamente. Desde que comienza la acción (las escenas de persecución en la Plaza Sintagma de Atenas son para el recuerdo) no hay respiro, en absoluto. La cámara del director se mueve siempre, y aunque podría resultar confuso logra contarnos a la perfección lo que quiere. Damon casi no habla ni emite expresión, y aun así logra transmitirnos el sufrimiento y lo que le está pasando a su personaje. En cuanto a los actores que lo acompañan (Jones, Vikander y Cassel) elijan a cualquiera, ya que están a la altura y son tan ricos que se dificulta con quién quedarse. Este largometraje es sólido, compacto, directo y no teme arriesgarse nunca. James Bond habrá reinado en el siglo XX, pero en el nuevo milenio claudicó por un nuevo monarca llamado Jason Bourne. Dios salve al rey.
“Cuando las luces se apagan”: una buena idea que no enciende el terror David F. Sandberg es un director sueco que comenzó su carrera haciendo cortos. Tan artesanal era su obra que usaba su departamento como locación y a su novia Lotta Losten como protagonista, productora e incluso más adelante como guionista de sus cortometrajes de terror. Pero en el año 2013 Sandberg estaba terriblemente endeudado, casi arruinado, y lo que le cambió la vida –literalmente– fue su nuevo trabajo: “Lights Out”. En un poco más de dos minutos y medio, el corto narra la historia de una mujer (Losten) que se va a acostar y, cuando apaga la luz, nota que aparece una extraña silueta. Cuando vuelve a prenderla, desaparece... ¿O no? Esta obra fue un suceso, ganó diversos premios en varios festivales y posibilitó que el director aterrizara en Hollywood para hacer un largometraje basado en él. Le revolucionó tanto la vida que hasta se casó con su novia; y además está filmando “Annabelle 2” (2017). Todos sus cortometrajes se pueden encontrar en YouTube (tiene un canal propio) y no se sorprendan si ven otro de ellos adaptado a largometraje. La película va “directo a los bifes”, usando una expresión nueva. Comienza con un hombre (Billy Burke) al que se lo nota preocupado por lo que está sucediendo con su familia, específicamente con su mujer Sophie (Maria Bello). Mientras habla de esto con su pequeño hijo Martin (Gabriel Bateman) y le promete que va a tratar de remediar la situación, no sabe que le queda poco tiempo de vida. Pronto será víctima de un ser sobrenatural que se oculta en la oscuridad y que es lo que está perturbando a su familia. Ahora esta entidad, que tiene que ver con el pasado de la madre de Martin, va por el pequeño para que no se interponga en su camino. Ahí es cuando hace su aparición Rebecca (Teresa Palmer), hija del primer matrimonio de Sophie y que hace tiempo se fue del hogar familiar dejando atrás miedos y pesadillas de la infancia que la aterrorizaban. La joven no tardará en darse cuenta de que los que los sucesos escalofriantes que está experimentando su hermanastro son los mismos que ella padeció de pequeña. El miedo a la oscuridad debe liderar el ranking de cosas a los que todo ser humano le ha tenido terror/pavor/horror alguna vez. Entonces, bajo esa premisa, hacer un filme que se centre en ese tema lleva al espectador a sus temores más viscerales. A esto hay que agregarle a James Wan oficiando de productor, buenas actuaciones –no es tan común en el género tenerlas– y un énfasis en usar lo menos posible efectos digitales. Y al principio todo esto va funcionando, pero rápidamente el filme va decayendo y comienza a ofrecernos los típicos sustos de manual: primeros planos para asustar a la audiencia, efectos de sonido fuertes y música acorde. Es como que la película muestra sus cartas demasiado rápido y después no tiene mucho más que ofrecer o contarnos, y rellena todo el tiempo restante con una trama que se hace poco atractiva llena de clichés que hemos visto miles de veces. Para el que se asusta fácil, esta película tiene sus momentos; pero para el que es fanático del terror es una más del montón y se torna previsible. Esto es lo que ocurre cuando a una gran idea que demuestra ser efectiva en un cortometraje, que sólo requiere unos pocos minutos para lograr su objetivo, se la quiere estirar todo lo posible: termina autodestruyéndose. “Cuando las luces se apagan” no pasa absolutamente nada. Al menos en los años ochenta se encendía Gi Monte, pero acá ni esa diversión tenemos.