Cuando Hollywood tiene plata, puede incluso hacer películas clase B lujosas y llenas de efectos especiales. Esta nueva aparición del tipo superfuerte que puede ver en la oscuridad (personaje de culto en otras latitudes creados por el simpático paquetón de Vin Diesel) aquí se enfrenta a cazadores de recompensas y monstruos enormes. No hay gran cosa más que el delirio visual que, de todos modos, está bastante contenido. Pero no aburre, y hasta sus personajes se nos hacen interesantes. Un poco, ojo, no vaya a creer...
Un joven se mete en el mundo de las apuestas por Internet, contrae deudas y es coptado por una especie de líder del asunto. La pareja de tipos cool que tratan de forrarse los bolsillos está constituida por dos de los actores más, bueno, sí, cool del mundo, Ben Affleck y Justin Timberlake, lo que garantizaría el espectáculo. Una dirección morosa, sobreabundancia de lugares comunes puestos para emparchar la trama y dos actores librados a su suerte neutralizan el efecto.
La historia es real y seguramente el lector la recuerde: un barco de carga de tripulación estadounidense es abordado por piratas somalíes que mantienen a su capitán, Richard Phillips, como rehén hasta que una operación de rescate trágica acaba con el asunto. Transformar esto en una película es complejo y tiene dos riesgos: uno, transformar el asunto en una lección declamatoria respecto de las desigualdades del mundo; dos, centrarse exclusivamente en la actuación de la estrella del film (Tom Hanks, que está excelente pero eso ya casi no es novedad) y sentirse conmovidos exclusivamente por ella. Por suerte, detrás de todo está Paul Greengrass, uno de los pocos realizadores capaces de combinar la política y el apunte social con el gran espectáculo. Para darse una idea, ver “La ciudad de las tormentas”, gran film sobre la mentira de las armas de destrucción masiva en Irak que no se estrenó casi en ningún lado, o “Vuelo 93”, la sanguínea historia del avión que no llegó al blanco el 11-S. Aquí, Greengrass despliega su talento para el lenguaje casi documental en las secuencias –no demasiadas– de acción y el realismo en la relación entre Phillips y el jefe de los piratas. De lo que se trata el film es de la desesperación: la del hambre que lleva al delito, la de la urgencia por salvar la vida, la de la necesidad de comprender al otro para no morir en una situación compleja y laberíntica. Una metáfora sobre el naufragio de un modelo de sociedad.
Adaptación al cine, realizada por el propio autor, de una obra teatral. Aunque esto puede no ser muy auspicioso, el trabajo de cámara, los silencios y el ritmo son bien de película. Se trata de un fin de semana de gente en sus treinta largos, personas que están atravesando el límite entre la juventud y el desencanto. En algún punto, el film se excede en su melancolía, que parece forzada en ciertas secuencias. Pero rezuma sinceridad y eso se contagia al espectador.
Después de una verdadera joya como El conjuro, James Wan está bien establecido como un director importante del género terror. Esta secuela de La noche... es más convencional que su film anterior, pero igualmente efectivo. Wan tiene eso que se necesita tanto en el terror como en la comedia: timing justo para que el cuerpo del espectador responda a la emoción. Un notable film de fantasmas donde, nuevamente, la cuestión de la familia es el núcleo alrededor del cual se teje la amenaza.
Sandra Bullock también es una de las mejores actrices del mundo. Gravedad es la historia de una científica que, tras realizar una tarea rutinaria en órbita a la Tierra, sufre un accidente y queda varada en el espacio, incomunicada (salvo con su compañero de desventura, George Clooney, aquí no más que un personaje secundario) y con solo dos herramientas para sobrevivir: cerebro y determinación. Son noventa minutos de suspenso intenso donde todo sigue las más trágicas reglas de la física, donde la acción más simple puede volverse catástrofe. El realizador Alfonso Cuarón ( ...Y tu mamá también y Niños del hombre) acomete la hazaña técnica de filmar el espacio como nunca antes, con largas tomas en movimiento que son algo más que pura ingeniería: sumergen al espectador, desgraciado y agradecido compañero de aventuras, en la situación de la heroína. Porque es Bullock, actuando con todo el cuerpo, la que logra que este no sea solo un alarde de efectos especiales. De lo que se trata es de una mujer -una persona- sola y en peligro. No hay películas así, tan parte del gran espectáculo como del ensayo introspectivo.
La verdad sea dicha: hace una década que uno no espera demasiado de Woody Allen. Sus últimos films, incluso los más logrados como “Medianoche en París”, parecen desparejos, paseos apenas por locaciones y tópicos mellados. Como si Allen no sintonizara ya con el mundo contemporáneo. Y entonces aparece este film: con un personaje en crisis (una de las mejores actrices del mundo, la gran Cate Blanchett, que levanta toda escena, incluso aquellas un poco desparejas), una trama -como siempre- complicada y el viejo juego de Allen sobre el amor y el azar. Aquí hay una mujer de clase alta que ve cómo su mundo se disuelve de modo repentino y debe enfrentarse a la depresión, a un nuevo comienzo, a la realidad de un mundo que no quiso ver y a la posibilidad de que alguien se enamore de ella. Allen decide ser riguroso en la manera casi documental en que sigue a la actriz creando su personaje, llenarlo de humanidad, volverlo empático hasta en sus costados menos tiernos. Por una vez, la trama llena de vueltas y recodos es menos un alarde del guionista que el reflejo realista de un mundo complejo donde el milagro es cotidiano, donde la felicidad simplemente sucede -o no-. El film no es exactamente un drama ni exactamente una comedia, y en ese tono fluctuante Allen parece haber reencontrado la manera de comunicar la ironía trágica que hizo de “Crímenes y pecados” una obra maestra. Y repitamos: tiene a Blanchett para que le creamos todo. Un gran regreso.
Lejos de la potencia melodramática de la genial Vincere, Marco Bellocchio construye aquí un mosaico de historias alrededor de los últimos días de vida de una mujer en estado vegetativo. En cierto punto, parece acercarse al Terenece Malick de El árbol de la vida, aunque el film opta por una humanidad mayor. Un ejercicio de estilo de un cineasta enorme, aquí en sordina.
Muy buen debut como director del crítico Sebastián De Caro. El film es una comedia romántica, y en ese sentido maneja muy bien sus códigos. Pero también es el retrato preciso y desde adentro de una generación, la primera en retrasar (o no definir) su madurez. De Caro quiere mucho a sus personajes y eso logra que nosotros también sintamos empatía con ellos. Pequeña joya.
A esta altura de los acontecimientos, el estilo naturalista, las actuaciones pegadas a lo real, las historias de amistad en los <estados Unidos profundos entre personas en extremo diferentes se han vuelto clichés bastante repetidos en esa cosa que aún se llama “cine independiente”. Un género en sí mismo, digamos, ni mejor ni peor que el de superhéroes. Starlet es la historia de amistad entre una chica joven sin demasiadas expectativas y una mujer mayor, es decir, una de esas películas que apuesta mucho más por los personajes que por las vueltas de tuerca del guión (aunque hay que decir que éste es preciso). Lo que sostiene toda la película es el trabajo encantador de las dos actrices principales, Dree Hemingway -quizás demasiado “linda” para el caso, pero eficaz- y Basedka Johnson. Es decir: de esas películas que funcionan como una mirilla a la intimidad de otros, y que la convierten en un reflejo de la nuestra, de una enorme sutileza.