Veamos: en una estación orbital gigantesca, libre de enfermedades y villanías, paradisíaca a más no poder, vive la clase dirigente. En la Tierra, superpoblada, explotada, criminal, sucia, vive la mayoría -descartable- de la Humanidad. El realizador Neil Blomkamp ya había usado la extrapolación política en Sector 9, donde se reconstruía el Apartheid pero con extraterrestres. Aquí hablamos del capitalismo, la lucha de clases y esas cosas. Pero en el fondo -o, mejor dicho, en la superficie-, una vez que comprendimos de qué va la metáfora política, estamos ante una interesante película de ciencia ficción con “buenos” y “malos” bien detallados. Lo más interesante, en este marco, son las decisiones (un marxista diría “la toma de conciencia de sí y para sí”) del personaje de Matt Damon, un obrero al que un accidente enferma de cáncer fulminante y que sólo puede curarse viajando a Elysium, la maravillosa base oribital de redundante nombre, comandada por una Jodie Foster perfectamente desagradable. Hay aventuras, amor, violencia, locura, tiros y mambo, como corresponde a un film de gran presupuesto que debe amortizarlo. Pero no se olvida nunca de la dimensión humana, de los personajes, de ese lazo de empatía que es neecesario para que una película nos interese. Sin ser genial (el planteo es bastante simplón y no escapa de secuencias remanidas), busca que el espectáculo funcione como lupa de nuestro mundo, algo que muchos cineastas (de los “serios” y de los “comerciales”, unidos en la misma miopía) suelen olvidar.
Basada en una exitosa saga de libros infantiles (preadolescentes sería más preciso) esta película tiene sus pros y sus contras. Entre los segundos, cierta falta de timing a la hora del humor, que parece televisivo. Entre lo primero, que las relaciones entre los personajes se desarrollan con bastante precisión y, en última instancia, terminan causándonos una enorme simpatía. Un film que apunta a un público específico, y quizás ese sea su peor defecto.
La filósofa Hannah Arendt escribió un relato notable (fue en realidad un encargo periodístico para el New Yorker) sobre el juicio a Eichmann en Jerusalén. El film, que cuenta al personaje y la circunstancia, es preciso, deja hablar a su protagonista (gran Barbara Sukowa) aunque por momentos resulta demasiado académica y “respetuosa” del personaje. De todos modos, una película que jamás deja de interesar y conmueve.
El problema de esta película es técnico, no de ideas. En efecto: la idea da para un film más breve, un cortometraje largo o un mediometraje. En el formato de “largo”, pierde algo de efectividad. Sin embargo, no deja de ser una obra de las que se solían llamar “provocadoras”: en un futuro no lejano, los EE.UU. han resuelto sus problemas de desempleo y violencia por el simple trámite de permitir que una noche al año se cometa cualquier crimen sin castigo. Un poco exagerado, es cierto, pero funciona: una familia acomodada que se encierra para pasar esa noche, por el acto de piedad de un niño, se ve envuelta en la misma violencia que rechaza. La película utiliza los modos y mucha de la iconografía de cierto terror reciente (la vertiente “extraños nos vienen a matar, qué les hicimos”) y, si bien como fábula política es interesante, se dijo: los efectos comienzan a reiterarse y a ocupar el centro de la escena. Ethan Hawke, perfecto, mantiene el tono de cuento moral que la historia necesita, y se agradece.
Cualquiera que haya visto a Sandra Bullock en esa joya subvaluada que es Miss Simpatía y cualquiera que haya visto a Melissa McCarthy en Damas en Guerra (o la serie Mike & Molly) sabe que han nacido la una para la otra. Aunque son dos actrices cómicas con estilos diferentes, resultan altamente complementarios. El género policial permite, además, colocarlas en situaciones extremas: una mina de oro para la risa. Es cierto que hay muchas películas de “pareja despareja”, especialmente policiales, pero en manos de dos actrices inteligentes el efecto resulta diferente. Es, también, un film de relaciones, de exploración de la personalidad femenina contado desde adentro, donde el artificio del guión se disuelve: realmente creemos en esos personajes, no vemos a las intérpretes tratando de parecer graciosas sino que acompañamos a sus criaturas en todo el viaje. El film es, además, generoso en invenciones y en el uso de la acción, que es justo. Por otro lado, mientras una señorita arrogante y una mujer aparentemente grosera se van compenetrando, aparece otro costado: el de la inteligencia. En efecto, la película deja claro que no se trata solo de dos maniquíes dispuesto para el chiste, sino de dos personas, cada una de ellas con un conocimiento preciso del mundo. Si triunfan, es porque además del disparate y las emociones, son personas capaces de reflexionar y actuar. Esa característica, olvidada muchas veces en el cine de humor más simple, le otorga otra dimensión a esta comedia encantadora.
Si Adam Sandler, Chris Rock, David Spade y Kevin James no fueran grandes cómicos, este film sobre la amistad y la madurez sería básicamente insufrible. Su director, Dennis Dugan, ha logrado buenas cosas con Sandler (la genial No se metan con Zohan, sin ir demasiado lejos) pero aquí la capacidad de invención cómica está por debajo de la capacidad tanto de los intérpretes como del director. Paso en falso simpático ocasionalmente gracioso.
Dos policías del más allá (sí, seamos redundantes, de eso se trata) son enviados a impedir que almas que no quieren pasar a mejor vida nos arruinen la nuestra. Y eso, nada más que eso con escenas de acción más o menos a reglamento, la inexpresividad cercana a la parálisis de Ryan Reynolds y, por suerte, el señor Jeff Bridges, que comprende que todo esto es una pequeña locura y la toma con la amabilidad y las ganas de jugar que corresponden. Desgraciadamente, es el único que se da cuenta de cómo enfrentar esta pequeña fantasía.
Quizás recuerde una película que se llamaba Invierno caliente (en realidad, 101 Reikjávik, donde un joven islandés se enamoraba de la novia de su madre), una comedia de costumbres en medio tono, bien realizada y cincelada. Su director era Baltasar Kormákur, que logró hacerse un pequeño nombre en el circuito de festivales. Trasladado a Hollywood, realiza esta película de acción sobre dos agentes encubiertos (Denzel Washington y Mark Wahlberg) incluso para ellos mismos, en una trama de acción, violencia y un sinfín de vueltas de tuerca. De aquel Kormákur, se nota que le interesan mucho más los personajes y actores (Wahlberg y Washington son un placer para la vista) que la historia, convencional incluso en sus sorpresas. La acción está realizada con solvencia pero solo eso, y lo que más importa es el show de sus protagonistas y el diseño de imágenes, que se acercan al estilo visual de la historieta sobre la que se basa la historia.
Hay films cuyos valores de producción prometen algo que, finalmente, no cumplen. Wakolda es uno de ellos: la historia gira alrededor de la presencia de Josef Mengele, brevemente, en Bariloche, y su relación con una familia que se ve poco a poco coptada por la magnética figura del genocida, sin conocer su verdadera identidad. En realidad, hay muchas historias en la película: el núcleo es la fascinación de la hija de esa familia (una chica de doce años que parece de ocho) con el hombre, que la utiliza para experimentar con hormonas de crecimiento (aunque bien podría hacerlo por amor a la belleza, por una fascinación morbosa). El problema es que este núcleo prometedor aparece compitiendo con varios (muchos) hilos narrativos demasiado abigarrados, mostrados sin intensidad, datos de un libro al que nadie quiso cortarle una coma. Algunos, además, generan un subrayado grosero, como si el espectador no comprendiera el paralelo entre el padre que quiere crear la muñeca perfecta y Mengele experimentando con la genética. Incluso la situación final, que incluye elementos para un buen film de terror, aparecen desperdigados como apuntes, hilvanados más que integrados a la trama. Las buenas actuaciones y los paisajes hacen que el film no sea invisible. Su problema es ser la ilustración de un libro y no una película en todo su derecho, como si el cine fuera, aún, un arte menor.
Mucho despliegue visual y muchísimos actores (entre ellos el gran Russel Crowe) en una fantasía de efectos especiales y kung-fu cuya puesta explosiva lleva todo al lado del absurdo humorístico. En muchos momentos la ensalada funciona bien, en otros, como el piola de la fiesta que se pasa de rosca, aburre. Una de esas rarezas simpáticas que se realizan como un juego entre amigos, aquí en torno del padrino Tarantino.